Mostrando entradas con la etiqueta Paul Krugman. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Paul Krugman. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de junio de 2012

Krugman y Calzada. Dos puntos de vista y una misma consecuencia

1.

Bienvenidos a los años treinta, por Paul Krugman, El País, 18 de junio de 2012

Martin Wolf es mordaz (y con razón). “Hasta ahora nunca había comprendido cómo pudo suceder lo de los años treinta”, escribía el columnista de The Financial Times en una tribuna de opinión publicada el 5 de junio (edición de pago). “Ahora sí. Lo único que se necesita son unas economías frágiles, un régimen monetario rígido, un debate intenso sobre lo que hay que hacer, la creencia generalizada de que sufrir es bueno, unos políticos miopes, una incapacidad para cooperar y el no anticiparse a los acontecimientos”.
En el momento justo, el Banco Centra Europeo (BCE) se negó a rebajar los tipos de interés o anunciar otras políticas que pudieran ser de ayuda. Porque, ¿qué razón podía existir para tomar cartas en el asunto?

Los estudios indican que la economía de la eurozona está hundiéndose, y España se encuentra al borde del abismo. ¿Y la inflación? Está cayendo rápidamente, lo cual es malo teniendo en cuenta las circunstancias.

Dudo que la decisión del BCE entrañe una lógica económica concebible. Creo que solo puede interpretarse como una especie de negativa a reconocer, aunque sea implícitamente, que algunas decisiones del pasado fueron erróneas.
Al igual que Wolf, empiezo a ver cómo sucedió lo de los años treinta.

Las ganas de castigar

He oído varios intentos de explicar la extraña negativa del BCE a bajar los tipos de interés pese a la escalada del desempleo y el descenso de la inflación y, por encima de todo, los problemas particulares de una unión monetaria que probablemente no sobrevivirá a menos que la demanda general sea fuerte.
El argumento más popular parece ser que el BCE quiere “tener a los políticos contra las cuerdas”, haciéndoles saber que no serán rescatados a menos que hagan lo necesario (sea lo que sea eso).

Realmente, esto no tiene ningún sentido. Si hablamos de imponer austeridad y recortes salariales en la periferia, ¿cuántos incentivos más necesitan esas economías?

Si hablamos de una unión fiscal más amplia o algo similar, ¿qué parte del inminente desmoronamiento de todo el sistema no entienden supuestamente los alemanes?

¿Es lógico suponer que reducir las tasas de recompra en 50 puntos básicos socavaría en cierto modo medidas que de lo contrario se tomarían?
Lo que a lo mejor sí tiene sentido es una explicación en dos partes.
En primer lugar, el BCE no está dispuesto a reconocer que sus políticas anteriores, sobre todo las subidas de los tipos de interés, fueron un error.
En segundo lugar –y esto es más serio– sospecho que estamos ante la vieja mentalidad del “trabajo de las depresiones” de Joseph Schumpeter: la idea de que todo sufrimiento cumple de algún modo un objetivo necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque solo sea ligeramente.
Esta doctrina tiene un atractivo emocional innegable para la gente que se siente cómoda.

También es una completa locura si tenemos en cuenta todo lo que hemos aprendido sobre economía estos últimos 80 años.

Pero corren tiempos de locura enfundada en trajes caros.

2.
Gabriel Calzada, "Al borde del colapso por los errores de Rajoy", Expansión, 15.06.2012:


El Estado español está a un paso del colapso financiero. El principal responsable de esta situación es Mariano Rajoy, quien en lugar de cambiar el rumbo de la política económica tras su llegada a Moncloa hace seis meses, ha agravado la situación manteniendo una línea continuista y cometiendo enormes errores en la consecución del equilibrio presupuestario, las medidas para reactivar el crecimiento y la reestructuración de la banca.

El primer error garrafal llegó cuando el presidente mandó a Soraya Sáenz de Santamaría a anunciar el 30 de diciembre de 2011 una brutal subida de impuestos para reducir el déficit. La subida del IRPF fue tan fuerte que nos colocó a la cabeza de la represión fiscal en Europa, desincentivando enormemente el esfuerzo adicional de nuestros trabajadores más competitivos, que era una de las claves en las que confiar la recuperación. Junto al mazazo de la renta vino el subidón en el impuesto sobre el ahorro y la inversión, que el gobierno situó en el 27%, espantando a ahorradores e inversores, nacionales y extranjeros. La alternativa a este intento de tapar el déficit asfixiando a las personas que aún producían valor era plantearle a la ciudadanía que había funciones de las que hasta ahora se ocupaba el Estado que no eran fundamentales que serían traspasadas a la sociedad civil. Todo el mundo hubiera entendido ese recorte vertical con podadora. Sin embargo, Rajoy se empeñó en prometer que el Estado seguiría desarrollando todas sus funciones actuales y que el equilibrio se lograría combinando recortes horizontales con tijerillas de uña y enormes vueltas de tuerca impositivas.

Para reactivar el crecimiento el Gobierno se limitó a realizar una reforma laboral que, si bien iba en la dirección correcta, no permitió el descuelgue automático de los convenios colectivos, el gran generador de rigideces en nuestro mercado de trabajo. Más allá de este intento de llevarse bien con ángeles y demonios, el Gobierno confió el crecimiento económico a las ventanillas de redescuento del Banco Central Europeo y a la labor de unos emprendedores que no necesitan más subvenciones del ICO sino menos trabas para lanzar y desarrollar sus ideas de negocio. Alternativamente, el Gobierno debió acometer, además de una reforma laboral más ambiciosa, una verdadera poda de restricciones a la creación y al funcionamiento de las empresas que protegen a grupos privilegiados, una reducción de tasas e impuestos a la inversión y una liberalización completa pero sencilla y rápida de mercados tan variados como el educativo y el energético. España no crecerá si no genera valor a ojos de los demandantes del mercado global y eso no sucederá hasta que mejoremos nuestra competitividad.

Por último, al Gobierno le quedaba reestructurar el sector financiero y evitar una liquidación desordenada de bancos y cajas insolventes. Aquí el Ejecutivo optó también por el continuismo, elevando poco a poco las exigencias de fondos propios y esperando a ver si las numerosas entidades zombies del sector financiero lograban recapitalizarse soltando lastre al tiempo que seguían financiando al Estado y usando los bonos como colateral para obtener nuevos préstamos del BCE con los que nuevamente comprar bonos. La esperanza parecía estar puesta en que mientras tanto se presentara el Ángel de la Guarda a darle más valor a los activos tóxicos. Así llegó el día en el que la contabilidad creativa de algunos bancos no dio para más y el Gobierno se vio en la necesidad de rescatarles. Sin embargo, el Estado no tenía recursos para hacerlo, por lo que pidió a la Unión Europea que le rescate para él poder rescatar al sector financiero.
En esencia, el rescate anunciado el sábado pasado consiste en que Alemania y otros países le prestan a España el crédito y la liquidez que nuestro país ya no tiene. Esa liquidez sería inyectada en los bancos con problemas para dotarles de un capital con el que reestructurar la entidad. De este modo se evitaría una quiebra desordenada. Sin embargo, de nada sirve la liquidez europea si no se ha solucionado el problema del crecimiento ni el del gasto público. España debe ahora más dinero por un préstamo recibido en buenas condiciones –pero cuya devolución requiere de una mejoría de la economía– para rescatar a una banca que a su vez está rescatando al Estado. En otras palabras, hemos intentado solucionar un problema de hiperendeudamiento tirando de más deuda sin tener claro cómo vamos a devolver ese préstamo ni todo lo que nos han prestado antes.

La alternativa era llevar a cabo una reestructuración del sistema financiero al estilo de las que se realizan en el resto de los sectores empresariales: en lugar de rescatarlas desde fuera, hacerlo desde dentro y así no incrementar la losa de la deuda.

El Gobierno podía haber exigido un canje de bonos y deuda de alto riesgo por acciones. Así, parte de la deuda de los acreedores de las instituciones financieras que están al borde de la quiebra se hubiera hubiera convertido en fondos propios de la entidad, saneando el balance sin afectar negativamente a la deuda pública ni al ráting y dejando a las instituciones en condiciones de reanudar sus labores crediticias.

Apenas cuatro días después del no-rescate que desató la euforia entre los prestidigitadores de palacio, las agencias crediticias rebajan la calificación del Reino de España a un paso del bono basura y el rendimiento del bono toca el insoportable nivel del 7%, con un diferencial de 550 puntos básicos frente al bono alemán. Tras el no-rescate, que según De Guindos no era más que una generosa ayuda por la que debíamos dar botes de alegría y aplaudir con las orejas, España se encuentra al borde del colapso financiero, una situación que no puede entenderse sin los errores de Rajoy y su equipo. La nota positiva en medio de este oscuro panorama es que quizá aún estemos a tiempo de recapitalizar la banca con cargo a sus propios medios, liberalizar de un plumazo gran parte de la economía y recortar verticalmente el gasto público en un gran ejercicio de rediseño del Estado. Eso o la quiebra. Rajoy elige.

lunes, 14 de mayo de 2012

¡Ay, madre!


"Krugman vaticina el fin del euro y ve posible el ‘corralito’ bancario en España", en El País, 14 MAY 2012:

El Nobel de Economía deja en manos de Alemania la decisión clave para evitar la ruptura.

El Nobel de Economía Paul Krugman, convertido en azote de quienes pretenden salir de la crisis a base únicamente de austeridad y recortes, advierte en un post publicado este pasado fin de semana que “es muy posible” que Grecia abandone el euro el próximo mes. En caso de que se cumpla esta posibilidad, que en su opinión y la de otros como el Der Spiegel o incluso el Financial Times (enlace con suscripción), medio que está en las antípodas de Krugman, ya no es tan extrema, cundiría el pánico entre el resto de la periferia.

Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:

"Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:

1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.

2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.

3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.

3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.

4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España  —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:

4b. Fin del euro.

Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra”.

martes, 31 de enero de 2012

La moda de hablar mal, o no hablar, de Keynes

 El premio nobel de Economía 2008  Paul Krugman, hoy: 

"Cualquier estudiante universitario que hubiese leído el libro de texto Economía, de Paul Samuelson, les podría haber dicho que la austeridad frente a una depresión es una idea muy mala. Pero los que elaboran las políticas, los expertos y, siento decirlo, muchos economistas, decidieron, en gran parte por razones políticas, olvidar lo que solían saber, y millones de trabajadores están pagando el precio de su amnesia deliberada."

martes, 3 de enero de 2012

No interesa a los pocos que tienen mucho hacer caso a Keynes


Paul Krugman, "Keynes tenía razón" 3/01/2012

"La expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la austeridad fiscal". Eso declaraba John Maynard Keynes en 1937, cuando Franklin Delano Roosevelt estaba a punto de darle la razón, al intentar equilibrar el presupuesto demasiado pronto y sumir la economía estadounidense -que había ido recuperándose a ritmo constante hasta ese momento- en una profunda recesión. Recortar el gasto público cuando la economía está deprimida deprime la economía todavía más; la austeridad debe esperar hasta que se haya puesto en marcha una fuerte recuperación.

Por desgracia, a finales de 2010 y principios del 2011, los políticos y legisladores en gran parte del mundo occidental creían que eran más listos, que debíamos centrarnos en los déficits, no en los puestos de trabajo, a pesar de que nuestras economías apenas habían empezado a recuperarse de la recesión que siguió a la crisis financiera. Y por actuar de acuerdo con esa creencia antikeynesiana, acabaron dándole la razón a Keynes una vez más.

Lógicamente, al reivindicar la economía keynesiana chocó con la opinión general. En Washington, en concreto, la mayoría considera que el fracaso del paquete de estímulos de Obama para impulsar el empleo ha demostrado que el gasto público no puede crear puestos de trabajo. Pero aquellos de nosotros que hicimos cálculos, nos percatamos, ya desde el primer momento, de que la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009 (más de un tercio de la cual, por cierto, adquirió la relativamente ineficaz forma de recortes de impuestos) se quedaba demasiado corta teniendo en cuenta la gravedad de la recesión. Y también predijimos la violenta reacción política a la que dio lugar.

De modo que la verdadera prueba para la economía keynesiana no ha provenido de los tibios esfuerzos del Gobierno federal estadounidense para estimular la economía, que se vieron en buen parte contrarrestados por los recortes a escala estatal y local. En lugar de eso, ha venido de naciones europeas como Grecia e Irlanda que se han visto obligadas a imponer una austeridad fiscal atroz como condición para recibir préstamos de emergencia, y han sufrido recesiones económicas equiparables a la Depresión, con un descenso del PIB real en ambos países de más del 10%.

Según la ideología que domina gran parte de nuestra retórica política, esto no debía pasar. En marzo de 2011, el personal republicano del Comité Económico Conjunto del Congreso publicó un informe titulado Gasta menos, debe menos, desarrolla la economía. Se burlaban de las preocupaciones de que un recorte del gasto en tiempos de una recesión empeoraría la recesión, y sostenían que los recortes del gasto mejorarían la confianza del consumidor y de las empresas, y que ello podría perfectamente inducir un crecimiento más rápido, en vez de ralentizarlo.

Deberían haber sido más listos, incluso en aquel entonces: los supuestos ejemplos históricos de "austeridad expansionista" que empleaban para justificar su razonamiento ya habían sido rigurosamente desacreditados. Y también estaba el vergonzoso hecho de que mucha gente de la derecha ya había declarado prematuramente, a mediados de 2010, que la de Irlanda era una historia de éxito que demostraba las virtudes de los recortes del gasto, solo para ver cómo se agravaba la recesión irlandesa y se evaporaba cualquier confianza que los inversores pudieran haber sentido.

Por cierto que, aunque parezca mentira, este año ha vuelto a suceder lo mismo. Muchos proclamaron que Irlanda había superado el bache, y demostrado que la austeridad funciona (y luego llegaron las cifras, y eran tan deprimentes como antes).

Pero la insistencia en recortar inmediatamente el gasto siguió dominando el panorama político, con efectos malignos para la economía estadounidense. Es verdad que no hubo ninguna medida de austeridad nueva digna de mención a escala federal, pero sí hubo mucha austeridad "pasiva" a medida que el estímulo de Obama fue perdiendo fuerza y los Gobiernos estatales y locales con problemas de liquidez siguieron con los recortes.

Claro que, se podría argumentar que Grecia e Irlanda no tenían elección en cuanto a imponer la austeridad, o, en cualquier caso, ninguna opción aparte de suspender los pagos de su deuda y abandonar el euro. Pero otra lección que nos ha enseñado 2011 es que Estados Unidos tenía y sigue teniendo elección; puede que Washington esté obsesionado con el déficit, pero los mercados financieros están, en todo caso, indicándonos que deberíamos endeudarnos más.

Una vez más, se suponía que esto no debía pasar. Iniciamos 2011 con advertencias funestas sobre una crisis de la deuda al estilo griego que se produciría en cuanto la Reserva Federal dejara de comprar bonos, o las agencias de calificación pusieran fin a nuestra categoría de Triple A, o el superfabuloso comité no consiguiera alcanzar un acuerdo, o algo. Pero la Reserva Federal finalizó su programa de adquisición de bonos en junio; Standard & Poor's rebajó a Estados Unidos en agosto; el supercomité alcanzó un punto muerto en noviembre; y los costes de los préstamos de Estados Unidos no han parado de disminuir. De hecho, a estas alturas, los bonos estadounidenses protegidos de la inflación pagan un interés negativo. Los inversores están dispuestos a pagar a Estados Unidos para que les guarde su dinero.

La conclusión es que 2011 ha sido un año en el que nuestra élite política se obsesionó con los déficits a corto plazo que de hecho no son un problema y, de paso, empeoró el verdadero problema: una economía deprimida y un desempleo masivo.

La buena noticia, por decirlo así, es que el presidente Barack Obama por fin ha vuelto a luchar contra la austeridad prematura, y parece estar ganando la batalla política. Y es posible que uno de estos años acabemos siguiendo el consejo de Keynes, que sigue siendo tan válido hoy como lo era hace 75 años.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. © 2011 New York Times Service Traducción de News Clips.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Mejor nos iría sin el euro.


Paul Krugman, Leyendas del fracaso, El País, 13/11/2011

Así es como acaba el euro: no con un bum, sino con un bunga bunga. Hace no mucho, los dirigentes europeos insistían en que Grecia podía y debía permanecer en el euro mientras pagase sus deudas del todo. Ahora, con Italia despeñándose, resulta difícil ver cómo puede sobrevivir siquiera el euro.

Pero ¿cuál es el significado de la eurodebacle? Como siempre pasa cuando se producen los desastres, los ideólogos se apresuran a afirmar que el desastre confirma sus opiniones. Así que es hora de empezar a desacreditarlos.

Empecemos por lo primero: el intento de crear una moneda común europea fue una de esas ideas que traspasan las fronteras ideológicas habituales. Fue aclamado por la derecha estadounidense, que lo veía como la mejor alternativa al regreso del patrón oro, y por la izquierda británica, que lo veía como un gran paso hacia una Europa socialdemócrata. Pero los conservadores británicos, que también lo veían como un paso hacia una Europa socialdemócrata, se opusieron. Y fue cuestionado por los progresistas estadounidenses, a quienes les preocupaba -con razón, diría yo (pero qué otra cosa iba a decir, ¿no?)- lo que pasaría si los países no pudiesen usar la política monetaria y fiscal para combatir las recesiones.

Así que ahora que el proyecto del euro se está yendo a pique, ¿qué lecciones podemos extraer de ello?

He estado escuchando dos afirmaciones, ambas falsas: que los males de Europa reflejan el fracaso de los Estados de bienestar en general y que la crisis de Europa justifica una austeridad fiscal inmediata en EE UU.

La afirmación de que la crisis de Europa demuestra que el Estado de bienestar no funciona proviene de muchos republicanos. Por ejemplo, Mitt Romney ha acusado al presidente Obama de inspirarse en los "demócratas socialistas" europeos y ha declarado que "Europa no está funcionando en Europa". La idea, se supone, es que los países en crisis tienen problemas porque están siendo aplastados por la carga del elevado gasto público. Pero los hechos dicen otra cosa.

Es cierto que todos los países europeos tienen prestaciones sociales más generosas -entre ellas, la asistencia sanitaria universal- y un gasto público más elevado que los de EE UU. Pero los países que están ahora en crisis no tienen Estados de bienestar más grandes que los de los países a los que les va bien (en todo caso, la correlación es la contraria). Suecia, con sus beneficios célebremente generosos, muestra unos resultados estelares; es uno de los pocos países cuyo PIB es más alto ahora que antes de la crisis. Por otro lado, antes de la crisis, el gasto en programas de bienestar social expresado como porcentaje de la renta nacional era más bajo en todos los países ahora en apuros que en Alemania, por no hablar de Suecia.

Ah, y Canadá, que tiene asistencia sanitaria universal y una ayuda a los pobres mucho más generosa que la de Estados Unidos, ha capeado el temporal de la crisis mejor que nosotros.

La crisis del euro, por tanto, no dice nada sobre la sostenibilidad del Estado de bienestar. ¿Pero supone un argumento a favor de apretarse el cinturón cuando la economía está deprimida?

Escuchamos esa afirmación continuamente. Estados Unidos, nos dicen, haría bien en recortar drásticamente el gasto ya mismo o terminaremos como Grecia o Italia. Una vez más, sin embargo, los hechos cuentan una historia diferente.

Primero, si nos fiamos en el mundo en general, vemos que el gran factor determinante de los tipos de interés no es la magnitud de la deuda pública, sino si un Gobierno obtiene préstamos en su propia moneda. Japón está mucho más profundamente endeudado que Italia, pero el tipo de interés de los bonos japoneses a largo plazo es solo de alrededor del 1%, frente al 7% de Italia. Las perspectivas fiscales de Reino Unido parecen peores que las de España, pero Reino Unido puede adquirir préstamos a poco más del 2%, mientras que España está pagando casi un 6%.

Resulta que lo que ha pasado es que, al adoptar el euro, España e Italia se han rebajado en la práctica a la categoría de países tercermundistas que tienen que solicitar préstamos en monedas de otros, con toda la pérdida de flexibilidad que ello conlleva. En particular, como los países de la eurozona no pueden imprimir dinero ni siquiera en caso de emergencia, están sujetos a interrupciones de la financiación de un modo en que no lo están los países que han conservado su moneda. Y la consecuencia es la que estamos viendo ahora mismo: Estados Unidos, que obtiene préstamos en dólares, no tiene ese problema.

La otra cosa que tienen que saber es que, frente a la actual crisis, la austeridad ha sido un fracaso en todos los lugares donde se ha probado: ningún país con deudas importantes ha conseguido congraciarse con los mercados financieros haciendo recortes drásticos. Por ejemplo, Irlanda es la niña aplicada de Europa, al haber respondido a sus problemas de deuda con una austeridad salvaje que ha disparado la tasa de paro hasta el 14%. Pero el tipo de interés de los bonos irlandeses sigue estando por encima del 8% (peor que el de Italia).

La moraleja de la historia, por tanto, es que hay que desconfiar de los ideólogos que intentan apropiarse de la crisis europea en beneficio de sus programas. Si escuchamos a esos ideólogos, todo lo que conseguiremos es que nuestros problemas -que son diferentes de los de Europa, pero posiblemente igual de graves- empeoren aún más. -

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y fue premio Nobel en 2008. © 2011 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

lunes, 31 de octubre de 2011

El camino no elegido


Paul Krugman, "Islandia, el camino que no tomamos", El País, 30/10/2011

Los mercados financieros están celebrando el pacto alcanzado en Bruselas a primera hora del jueves. De hecho, en relación con lo que podría haber sucedido (un amargo fracaso para ponerse de acuerdo), que los dirigentes europeos se hayan puesto de acuerdo en algo, por imprecisos que sean los detalles y por deficiente que resulte, es un avance positivo.

Pero merece la pena retroceder para contemplar el panorama general, concretamente el lamentable fracaso de una doctrina económica, una doctrina que ha infligido un daño enorme tanto a Europa como a Estados Unidos.

La doctrina en cuestión se resume en la afirmación de que, en el periodo posterior a una crisis financiera, los bancos tienen que ser rescatados, pero los ciudadanos en general deben pagar el precio. De modo que una crisis provocada por la liberalización se convierte en un motivo para desplazarse aún más hacia la derecha; una época de paro masivo, en vez de reanimar los esfuerzos públicos por crear empleo, se convierte en una época de austeridad, en la cual el gasto gubernamental y los programas sociales se recortan drásticamente.

Nos vendieron esta doctrina afirmando que no había ninguna alternativa -que tanto los rescates como los recortes del gasto eran necesarios para satisfacer a los mercados financieros- y también afirmando que la austeridad fiscal en realidad crearía empleo. La idea era que los recortes del gasto harían aumentar la confianza de los consumidores y las empresas. Y, supuestamente, esta confianza estimularía el gasto privado y compensaría de sobra los efectos depresores de los recortes gubernamentales.

Algunos economistas no estaban convencidos. Un escéptico afirmaba cáusticamente que las declaraciones sobre los efectos expansivos de la austeridad eran como creer en el "hada de la confianza". Bueno, vale, era yo.

Pero, no obstante, la doctrina ha sido extremadamente influyente. La austeridad expansiva, en concreto, ha sido defendida tanto por los republicanos del Congreso como por el Banco Central Europeo, que el año pasado instaba a todos los Gobiernos europeos -no solo a los que tenían dificultades fiscales- a emprender la "consolidación fiscal".

Y cuando David Cameron se convirtió en primer ministro de Reino Unido el año pasado, se embarcó inmediatamente en un programa de recortes del gasto, en la creencia de que esto realmente impulsaría la economía (una decisión que muchos expertos estadounidenses acogieron con elogios aduladores).

Ahora, sin embargo, se están viendo las consecuencias, y la imagen no es agradable. Grecia se ha visto empujada por sus medidas de austeridad a una depresión cada vez más profunda; y esa depresión, no la falta de esfuerzo por parte del Gobierno griego, ha sido el motivo de que en un informe secreto enviado a los dirigentes europeos se llegase la semana pasada a la conclusión de que el programa puesto en práctica allí es inviable. La economía británica se ha estancado por el impacto de la austeridad, y la confianza tanto de las empresas como de los consumidores se ha hundido en vez de dispararse.

Puede que lo más revelador sea la que ahora se considera una historia de éxito. Hace unos meses, diversos expertos empezaron a ensalzar los logros de Letonia, que después de una terrible recesión se las arregló, a pesar de todo, para reducir su déficit presupuestario y convencer a los mercados de que era fiscalmente solvente. Aquello fue, en efecto, impresionante, pero para conseguirlo se pagó el precio de un 16% de paro y una economía que, aunque finalmente está creciendo, sigue siendo un 18% más pequeña de lo que era antes de la crisis.

Por eso, rescatar a los bancos mientras se castiga a los trabajadores no es, en realidad, una receta para la prosperidad. ¿Pero había alguna alternativa? Bueno, por eso es por lo que estoy en Islandia, asistiendo a una conferencia sobre el país que hizo algo diferente.

Si han estado leyendo las crónicas sobre la crisis financiera, o viendo adaptaciones cinematográficas como la excelente Inside Job, sabrán que Islandia era supuestamente el ejemplo perfecto de desastre económico: sus banqueros fuera de control cargaron al país con unas deudas enormes y al parecer dejaron a la nación en una situación desesperada.

Pero en el camino hacia el Armagedón económico pasó una cosa curiosa: la propia desesperación de Islandia hizo imposible un comportamiento convencional, lo que dio al país libertad para romper las normas. Mientras todos los demás rescataban a los banqueros y obligaban a los ciudadanos a pagar el precio, Islandia dejó que los bancos se arruinasen y, de hecho, amplió su red de seguridad social. Mientras que todos los demás estaban obsesionados con tratar de aplacar a los inversores internacionales, Islandia impuso unos controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra.

¿Y cómo le está yendo? Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento del paro como al sufrimiento de los más vulnerables; la red de seguridad social ha permanecido intacta, al igual que la decencia más elemental de su sociedad. "Las cosas podrían haber ido mucho peor" puede que no sea el más estimulante de los eslóganes, pero dado que todo el mundo esperaba un completo desastre, representa un triunfo político.

Y nos enseña una lección al resto de nosotros: el sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por elección. No tenía, ni tiene, por qué ser de esta manera. 

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008. 2001. New York Times Service. Traducción de News Clips.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Para entender qué es lo que está pasando en España con el euro


Paul Krugman, "Un desastre impecable", el País, 13/09/2011

El jueves, Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo -el equivalente europeo a Ben Bernanke- perdió su sangre fría. En respuesta a una pregunta sobre si el BCE se está convirtiendo en un "banco malo" gracias a su compra de deuda de países con problemas, Trichet, levantando la voz, insistió en que su institución ha actuado de manera "¡impecable, impecable!" como guardiana de la estabilidad de los precios.

Desde luego que lo ha hecho. Y por eso es por lo que el euro corre ahora el riesgo de hundirse. La agitación financiera en Europa ya no es un problema de las pequeñas economías periféricas como la de Grecia. Lo que está en marcha ahora mismo es un ataque a gran escala de los mercados contra las economías mucho más grandes de España e Italia. En este momento, los países en crisis representan alrededor de un tercio del PIB de la eurozona, así que la propia moneda común europea está bajo una amenaza existencial.

Y todos los indicios apuntan a que los dirigentes europeos no están siquiera dispuestos a reconocer la naturaleza de esa amenaza, por no hablar ya de hacerle frente de manera efectiva.

Me he quejado mucho de la "fiscalización" del discurso económico aquí en Estados Unidos, el modo en que la atención prematura a los déficits presupuestarios desvió la atención de Washington del actual desastre del empleo. Pero no somos únicos en ese sentido y, de hecho, los europeos han sido mucho, mucho peores.

Escuchen a muchos dirigentes europeos -especialmente, aunque no sean ni mucho menos los únicos, los alemanes- y pensarán que los problemas de su continente son una simple fábula sobre la deuda y el castigo: los Gobiernos se endeudaron demasiado, ahora están pagando el precio y la austeridad fiscal es la única respuesta.

Sin embargo, esta historia es válida, en todo caso, para Grecia y nadie más. España en concreto tenía superávit presupuestario y una deuda baja antes de la crisis financiera de 2008; se podría decir que su historial fiscal era impecable. Y aunque fue golpeada duramente por el fin de su boom inmobiliario, sigue siendo un país con una deuda relativamente baja y resulta difícil defender el argumento de que la situación fiscal subyacente del Gobierno de España sea peor que la de, por ejemplo, el Gobierno británico.

Entonces, ¿por qué tiene España -junto con Italia, que tiene una deuda más alta pero déficits más bajos- tantos problemas? La respuesta es que estos países se enfrentan a algo muy parecido a una espantada masiva bancaria, excepto por el hecho de que la retirada masiva de fondos afecta a los Gobiernos, en vez de -o más exactamente así como a- a sus instituciones financieras.

Así es como funciona dicha retirada masiva: los inversores, por la razón que sea, tienen miedo de que un país no sea capaz de pagar sus deudas. Esto hace que no estén dispuestos a comprar los bonos del país o, al menos, no salvo que se les ofrezca un tipo de interés muy alto. Y el hecho de que el país deba refinanciar su deuda a tipos de interés altos empeora sus perspectivas fiscales, lo que hace el impago más probable, de modo que la crisis de confianza se convierte en una profecía que acaba cumpliéndose.

Y a medida que esto sucede, se convierte también en una crisis bancaria, puesto que los bancos de un país suelen invertir grandes cantidades en deuda pública.

Ahora bien, un país con su propia moneda, como Reino Unido, puede eludir este proceso: si es necesario, el Banco de Inglaterra puede intervenir para comprar deuda gubernamental con dinero recién creado. Esto podría conducir a la inflación (aunque incluso eso es improbable cuando la economía está deprimida); pero la inflación plantea una amenaza mucho menor para los inversores que una suspensión de pagos total. España e Italia, sin embargo, han adoptado el euro y ya no tienen sus propias monedas. Como consecuencia, la amenaza de una crisis autocumplida es muy real (y los intereses sobre la deuda española e italiana son más del doble que los de la deuda británica).

Y eso nos lleva de nuevo al impecable BCE. Lo que Trichet y sus compañeros deberían estar haciendo ahora mismo es comprar deuda española e italiana; es decir, hacer lo que estos países estarían haciendo por sí mismos si todavía tuviesen sus propias monedas. De hecho, el BCE empezó a hacer exactamente eso hace unas semanas y les dio un respiro temporal.

Pero el BCE se vio inmediatamente bajo la extrema presión de los moralizadores, que odian la idea de permitir que los países se libren del castigo por sus supuestos pecados fiscales. Y la percepción de que los moralizadores bloquearán cualquier acción futura de rescate ha desencadenado un nuevo pánico en los mercados.

Al problema se suma la obsesión del BCE por mantener su "impecable" historial en relación con la estabilidad de los precios: en un momento en el que Europa necesita desesperadamente una recuperación sólida, y una inflación moderada sería realmente de ayuda, el banco ha estado restringiendo el dinero en lugar de hacer lo contrario, tratando de evitar un riesgo de inflación que solo existe en su imaginación.

Y ahora la situación está llegando a un punto crítico. No estamos hablando de una crisis que tendrá lugar a lo largo de un año o dos; esto podría venirse abajo en cuestión de días. Y si lo hace, el mundo entero sufrirá.

Así que, ¿hará el BCE lo que hay que hacer, que es prestar sin restricciones y rebajar los tipos? ¿O seguirán los dirigentes europeos demasiado centrados en castigar a los deudores para salvarse a sí mismos? El mundo entero está observando.