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jueves, 24 de noviembre de 2016

Vergüenza ajena

Las demostraciones de afecto hacia Rita Barberá (pues todos tenemos que morir, incluso los sinvergüenzas que abandonan a la gente cuando está viva) me han hecho sentir lo que científicamente se denomina "vergüenza ajena" o "alipori"; por ejemplo: hay una anciana que ha muerto por pobreza energética sin declaraciones peperas de ningún tipo. Quizás Dios lo ha permitido para que percibamos el contraste. Existe un artículo muy revelador sobre este concepto:

Jaime Rubio Hancock "La vergüenza ajena, un término español para una emoción universal. Por favor, no me obliguéis a ir a un karaoke", en El País, 2 de sept. de 2016:

La vergüenza ajena es un término español que da nombre a una emoción universal. Lo recoge la historiadora cultural Tiffany Watt Smith en su The Book of Human Emotions, citándolo en castellano y calificando este sentimiento de “tortura exquisita”.

Según recoge Smith, la vergüenza ajena es una “humillación indirecta, normalmente hacia extraños”. Por ejemplo, ocurre cuando un político pronuncia mal un nombre, pero aun así insiste en que lo está diciendo bien; o cuando un humorista suelta un chiste a costa de un miembro del público y la gracieta se recibe con silencio.

“La vergüenza ajena más intensa se reserva para la gente a la que le resbala todo y se cree muy importante. Parecen no sentir la vergüenza que deberían, así que nos quedamos con una buena ración en su nombre”, escribe la autora. El escarnio es doble: tanto por cometer un error como por no reconocerlo.

Eso sí, no siempre hay escarnio ni se dirige a personas que nos resultan antipáticas: donde yo más la siento es en los karaokes. Mis amigos suben al escenario y se ponen a destrozar una canción o, peor aún, a cantarla bien, con mucho sentimiento y una actitud profesional, y yo noto toda la vergüenza que ellos ni sienten ni entienden por qué deberían sentir.

Sé que hacen bien, claro, están pasando un rato divertido, y sé que es absurdo que yo cargue con todo el peso de lo que a mí me parece su ridículo espantoso. Pero no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Una vergüenza empática

Smith añade que la vergüenza ajena es un sentimiento es paradójico. Por un lado, tiene una parte de burla y exclusión. Pero por otro lado, también tiene una parte de empatía, ya que nos estamos poniendo en la piel del otro. “Estos impulsos aparentemente contradictorios apuntan a la importancia del grupo por encima del individuo, motivo que según algunos lingüistas ha llevado a los hispanoparlantes a darle nombre a esta emoción”, escribe la autora.

En este sentido, el neurocientífico alemán Frieder Michel Paulus publicó un estudio en 2013 sobre la relación de la vergüenza ajena con la empatía. Su experimento mostraba que cuando otras personas contravenían normas sociales, en el cerebro del espectador se activaban las mismas regiones que en momentos empáticos. “Cuando tienes vergüenza ajena sientes empatía por alguien que pone en peligro su integridad al violar las normas sociales, se trata de una vergüenza empática”, explicaba Paulus en declaraciones recogidas por Sinc. Es decir, nos estamos poniendo en su lugar o, mejor dicho, en el lugar en el que consideramos que deberían estar, porque lo cierto es que ni siquiera pasan cerca.

Smith también añade que en España, “el miedo a perder la dignidad o el orgullo -ambos términos en español en el original- se consideran muy pronunciados”. E incluso recuerda que la última pieza de comida en una ración compartida es “la de la vergüenza”. Al mismo tiempo, “también es una cultura en la que los lazos de simpatía son muy intensos”.

Traducir palabras intraducibles

Smith recuerda que todo el mundo siente vergüenza ajena, aunque no sepa ponerle nombre. Y también que el término existe en otros idiomas: en alemán es Fremdscham, en finlandés es myötähäpeä (vergüenza compartida) y en holandés es plaatsvervangende schaamte (vergüenza que intercambia su lugar). Fremdschämen, por cierto, se incluyó en el diccionario alemán Duden en 2009, lo cual no quiere decir que los alemanes no sintieran esa emoción hasta ese año o que los españoles la sintiéramos más que los alemanes, pero solo hasta 2009.

El hecho de que un idioma no tenga una palabra para describir una experiencia se llama “hipocognición”, un término acuñado por el antropólogo Robert Levy. Según contaba Levy, en Tahití no había una palabra para expresar el concepto de “pena”. Por supuesto, la sentían, pero la describían como un estado de extrañeza o de malestar. Según Levy, esto llevaba a la ausencia de rituales para aliviar esta pena, lo que era la principal causa del alto índice de suicidios en la isla.

El efecto del lenguaje en nuestro pensamiento se considera hoy en día bastante más moderado y circunscrito a experiencias muy concretas. Por ejemplo, en ruso, el celeste se considera un color diferente al azul más oscuro, tal y como nosotros diferenciamos entre el rosa y el rojo. Esto lleva a que los hablantes de ruso sean más rápidos al categorizar los diferentes tonos de azul. El hecho de que tengamos palabras para sentimientos, experiencias o colores concretos, también ayuda a nuestra memoria, según recoge Scientific American. Pero poco más, como apunta Steven Pinker en The Language Instinct, donde subraya que el pensamiento no es lo mismo que el lenguaje.

Además de eso, también hay que recordar que todas las palabras se pueden traducir, aunque siempre se pierdan matices y connotaciones. En inglés vergüenza ajena se suele traducir por “vicarious embarrassment”, que a su vez significaría “vergüenza indirecta”. Eso sí, aunque se entiende perfectamente, no se trata de una expresión fija y de uso común.

En español nos pasa, por ejemplo, cuando traducimos la palabra francesa dépaysement por “desorientación que sentimos en sitios extranjeros”. Sí, entendemos la idea perfectamente aunque no tengamos una palabra específica. Quizás, como apuntan en Scientific American, las palabras ‘intraducibles’ sirvan para alertarnosde algo que en nuestra cultura no habíamos identificado o no habíamos analizado en detalle. Descubrir estas palabras nos ayuda a hacerlo.

(En una primera versión del artículo se hablaba de Fremdschämen, cuando la palabra alemana correcta es Fremdscham, y se traducía por "vergüenza exterior").

viernes, 4 de noviembre de 2016

24 pequeñas maneras de amar

José Luis Martín Descalzo, “24 pequeñas maneras de amar”:

1. Aprenderse los nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos en el ascensor y tratarles luego por su nombre.
2. Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerles.
3. Pensar, por principio, bien de todo el mundo.
4. Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se la merecerían teóricamente.
5. Sonreír. Sonreír a todas horas. Con ganas o sin ellas.
6. Multiplicar el saludo, incluso a los semiconocidos.
7. Visitar a los enfermos, sobre todo sin son crónicos.
8. Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.
9. Hacer favores. Y concederlos antes de que terminen de pedírtelos.
10. Olvidar ofensas. Y sonreír especialmente a los ofensores.
11. Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.
12. Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.
13. Contestar, si te es posible, a todas las cartas.
14. Entretener a los niños chiquitines. No pensar que con ellos pierdes el tiempo.
15. Animar a los viejos. No engañarles como chiquillos, pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.
16. Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.
17. Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados con otro regalo.
18. Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.
19. Contarle a la gente cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.
20. Dar buenas noticias.
21. No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.
22. Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.
23. Mandar con tono suave. No gritar nunca.
24. Corregir de modo que se note que te duele el hacerlo.

lunes, 31 de octubre de 2016

Entrar en conversación

Comentar el buffet o decir "increíble el partido de ayer" o "¡qué tiempo!" o simplemente presentarse: "Hola, mi nombre es Patricia" o su afortunada variante: "A menudo le encuentro y sin embargo, no sé su nombre. El mío es Patricia, encantada", o usar una contribución positiva: "Sorprendente la conferencia, yo no sabía cómo se rigen los sistemas de información de grupo en Noruega" o preguntar "¿qué le ha parecido la conferencia?" o simplemente "ah, sí... de hecho..."

sábado, 5 de marzo de 2016

Nomofobia

Nomofobia

por Maria C. Orellana 5-III-2016

Al final de la tarde salgo agotada de una reunión de casi tres horas ininterrumpidas durante las cuales todos los presentes hemos tenido el móvil sobre la mesa o en el regazo. Nada más empezar, algunos ya habían empezado a mirar de soslayo sus dispositivos, a la media hora intercambiaban mensajes con disimulo y hacia el final de la sesión casi todos consultaban descaradamente las redes sociales o las noticias sobre el debate de investidura que había tenido lugar en el congreso de los diputados.

No parece muy educado y es estéticamente penoso que las personas a las que te diriges dentro de una sala estén consultando el móvil. Pero al parecer es inevitable, porque más del 50% de la población sufre “nomofobia” (del inglés no-mobile phobia) en mayor o menor grado, es decir, sienten angustia cuando no están conectados al mundo a través de su dispositivo móvil. Estudios recientes han demostrado que los niveles de estrés que sufren los nomofóbicos agudos si se agota su batería o pierden la cobertura son similares a los que se dan en una visita al dentista.

Es un hecho que todos estamos cada vez más enganchados al Smartphone, sin importar edad ni condición. Me incluyo, con salvedades: aunque el fin de semana logro dejarlo apartado para “desintoxicarme”, debo reconocer que en la oficina me llevo el móvil incluso al excusado, no vaya a ser que justo en ese momento reciba una llamada profesional urgente. De hecho, el otro día se me cayó por accidente dentro del inodoro y armándome de valor pude rescatarlo del fondo (por suerte bajé corriendo al comedor, donde una de las cocineras tuvo la amabilidad de darme un bol de arroz que me permitió resucitar el dispositivo in extremis).

Mi ex compañera Ainhoa, a la que siempre he admirado por su capacidad multitarea, solía aprovechar las visitas al lavabo para hacer esa llamadita imprescindible que los asuntos urgentes no le habían permitido realizar. Me aseguraba que al otro lado de la línea nadie se daba cuenta, ni siquiera cuando vaciaba la cisterna.

Pero esto no debe ser cierto, porque mi amigo Carlos me cuenta que al teléfono, cuando se percata de que su interlocutor está ocupado en el inodoro durante la conversación, se indigna y da por terminada la llamada. Le pregunto cómo se da cuenta, y efectivamente, me confirma que al otro lado se oye.

Tengo que decírselo a Ainhoa.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Cortesía y patología de los textos electrónicos


Errores que un hombre no debe cometer en una 'app' para ligar.

Catorce minutos y medio. Es lo que suele tardar un hombre en crear un mensaje de texto amoroso, según una encuesta realizada por el portal de citas Match.com. Y este tiempo puede multiplicarse ad infinitum si el mensaje en cuestión es el primero. La inseguridad, la excitación y la incertidumbre son pésimas consejeras, y podrías tirarte horas quitando y poniendo palabras, estrujándote las meninges para provocar un efecto positivo en la receptora. “¿Me habré pasado de rosca? ¿Creerá que estoy desesperado? ¿Pensará que no soy lo bastante guay?”. Y así pasan las horas, y tu mensaje sigue sin despegar, mientras la chica de tus sueños es seducida por las frases de otro pretendiente más decidido. Para que no vuelva a pasar, vamos a darte unos consejos que te ayudarán a construir un mensaje digno en poco tiempo. No te garantizamos el ligue, pero al menos quedarás como un señor.

Anticípate y opta mejor por el WhatsApp que por el Facebook.

Has conocido a una chica ayer por la noche y tienes su contacto. Si te gusta y te interesa, vas a tener que armarte de valor y escribir tu mensaje, puesto que todavía son muy pocas las mujeres que toman la iniciativa en estos casos. Según una encuesta de Match.com, el 84% de las personas creen que es el hombre quien debe escribir antes. En cuanto al medio más indicado para enviar el mensaje, un estudio elaborado por The App Date nos dice que la mayoría de los españoles optan por el WhatsApp (98’5%).

Escribe antes de 24 horas: los flechazos no esperan.

Antes de la democratización del teléfono móvil, los hombres seguíamos una regla no escrita que establecía tres días como tiempo mínimo que había que esperar para llamar a una mujer recién conocida. Si la llamabas antes dabas la sensación de estar demasiado ansioso. Pero los tiempos se han acelerado una barbaridad: la escritora y experta en relaciones Kate Taylor nos ilustra: "La regla de los tres días es cosa del pasado. La tecnología ha cambiado mucho la manera en la que nos relacionamos. Lo suyo es enviar el primer mensaje unas horas después del encuentro o al día siguiente de la cita, como muy tarde”. Ten en cuenta que el primer chispazo se produjo cara a cara, pero luego os habéis separado y, si no te das prisa en avivar la llama, corres el peligro de que la cosa se enfríe.

Si empiezas con frases típicas no transmites exclusividad, y es muy probable que otros hayan escrito lo mismo”, dice la psicóloga y sexóloga Ana Sierra. No a mensajes como “ola ke ase”.
El experto en dating y redes sociales Guillermo López, advierte: “Los flechazos no esperan, por eso deberías escribirle lo antes posible. La hora da igual, si ves que la chica está conectada, lanzas el mensaje aunque sea a las cinco de la mañana”. En este caso, basta con teclear una frase corta y espontánea, pues el recuerdo está fresco. Algo como: “¿Qué pasa? ¿No duermes?”.

La frase perfecta.

Debes tener presente si la chica es tímida o lanzada, el lugar dónde la has conocido y hasta su profesión. Guillermo López pone el ejemplo de una mujer que has conocido en el ámbito laboral: “En un caso así debes ser mucho más ambiguo, por si ella no tiene interés en ti. Sondéala con frases que rocen lo personal, pero sin entrometerte demasiado”. El caso es tantear a la chica, para que con su respuesta nos diga si está disponible o no, y perder el menor tiempo posible haciendo cábalas. Una frase perfecta si la has conocido en un entorno poco informal es esta: “Aquí tienes mi WhatsApp, para lo que quieras ya sabes donde estoy”. Si ella no está interesada te dará una respuesta seca, como "ok", y si está interesada dirá algo tipo "ah, genial. Qué tal el otro día?", obligando a responderte e iniciando una conversación que puede acabar con otra cita.

No utlilices "ola ke ase".

Palabras como “hey” o frases hechas supuestamente graciosas como “ola ke ase” tienen un alto índice de fracaso. Son intentonas muy comunes que se prestan a ser ignoradas por la receptora. La psicóloga y sexóloga Ana Sierra, cree que “si empiezas con frases típicas no transmites exclusividad, y es muy probable que otros hayan escrito lo mismo”.

Tampoco interesa empezar con un “hola, guapa”: es un exceso de confianza que puede dar la sensación de que solo te has fijado en el aspecto de la candidata. Como dice Ana Sierra, “tiene que sentirse interesante, atractiva y única, pero no solo por su físico”.

Escribir muchos mensajes muy seguidos, aunque sean cortos, da la sensación de que eres un tipo alocado y ansioso”

No seas empalagoso y digas cosas como...

Que ni siquiera se te pase por la cabeza enviarle algo como: “No te veo desde hace dos horas y ya te echo de menos”, “¿Qué haces el resto de tu vida?”, “No dejo de pensar en ti” o “Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida”. Sí, el último Informe Ausonia dice que el piropo favorito de las españolas es “eres maravillosa”, pero ya tendrás tiempo a decírselo en el futuro: recuerda que todavía no es tu novia, sino una perfecta desconocida, y con tanto almíbar lo único que conseguirás es que se empalague antes de tiempo y te bloquee de por vida.

Las faltas de ortografía son como el mal aliento.

Dicen que las faltas de ortografía son el equivalente escrito al mal aliento. No olvides, pues, pasar el corrector ortográfico antes de enviar el mensaje. Las abreviaturas, de momento, también sobran, puesto que, como dice Ana Sierra, “transmiten pereza o desinterés”. Del mismo modo, los “jajaja” son síntoma de nerviosismo e inseguridad. Y los signos de admiración son prescindibles en estos primeros pasos: resultan demasiado gráficos y un tanto pedantes.

No a estas tácticas rancias de ligoteo.

A veces deseamos tanto a una mujer que estaríamos dispuestos a regalarle la mismísima luna. O, en su defecto, un viaje a la luna. Según Guillermo López, “esto es un grave error y más en la primera frase. Proponer un plan suculento, como un concierto caro o una cena en un restaurante muy bueno, es quedar al descubierto. Son artes rancias de ligoteo. Hay que dejar claro que estás interesado pero sin ostentaciones”.

Tampoco suele funcionar hacer ostentación de tu dinero o de lo bueno que eres en el trabajo, pues quedarás en evidencia. Deberías, pues, derrochar sinceridad y naturalidad, para que ella no piense que la estás engañando. Y deja la artillería pesada para más tarde.

Sé claro y conciso.

Un “hola” y una buena frase son más que suficientes. Y, preferentemente, que todo esté en el mismo bloque de texto o, como mucho, repartido en dos.

La regla fundamental del dating, defendida por todos los expertos, establece que tenemos que intentar que nuestra conversación sea como una partida de ping-pong y que el número de mensajes enviados sea igual al de los recibidos. Lo explica Ana Sierra: “Escribir muchos mensajes muy seguidos, aunque sean cortos, da la sensación de que eres un tipo alocado y ansioso”. Y si te toma por un émulo de Norman Bates, tendrás muy pocas posibilidades de conseguir una cita.

Proponer un plan suculento, como un concierto caro o una cena en un restaurante muy bueno, es quedar al descubierto. Son artes rancias de ligoteo. Hay que dejar claro que estás interesado pero sin ostentaciones”

No uses emoticonos.

Aunque una encuesta de la web Singles in America revela que los solteros que usan emoticonos en sus mensajes tienen más relaciones sexuales que los demás, hay que ser muy cauto con el uso de estos monigotes en la primera frase. Guillermo López confiesa que él nunca los usa: “Porque quiero que vean que soy serio. Al menos al principio. Luego ellas enseguida los utilizan y les sigo la corriente; llegados a ese punto no esta mal tirar de emoticonos, sobre todo si no eres muy hábil escribiendo”. Ana Sierra matiza: “Hay que encontrar el punto medio. Un emoticono sonriente puede transmitir buen rollo, pero tienes que ser alguien muy expresivo, afectivo y seguro de ti mismo para que no quede raro. No hay que forzar la afectividad”.

Sigue el consejo de Brad Pitt.

No hay mejor forma de retomar contacto con una chica 24 horas después de conocerla que establecer una conexión con vuestro último encuentro. Guillermo López aconseja: “Al principio hay que centrarse en lo que pasó la última vez, en algo que hayáis compartido”. ¿Un ejemplo? “Tía, cómo nos reímos ayer, me hubiera gustado quedarme un rato más contigo, lástima que me tuviera que ir”. El uso de palabras coloquiales irá en función del grado de confianza y de la personalidad de la receptora. Y también de la tuya. Pero más vale pasarse de espontáneo que de correcto, puesto que, como dice Guillermo, “lo que más enfría es que seas un ligón de manual. Los manuales dicen que hay que ser ‘original, alegre, misterioso y tentador’, pero si te comportas así te toman por gilipollas”.

La referencia al último encuentro también puede dar pie a sugerir una cita, con frases como: “Deberíamos ir algún día a probar esos perritos calientes de los que me hablaste ayer, ¿no crees?”. Luego ya solo te queda aplicar la regla de Brad Pitt: si ella te dice que no puede un día y no propone un plan B, es probable que no esté interesada.

Sentido del humor sí, pero no seas un bufón.

Seducción rima con negociación. No hay que levantar todas las cartas, pero sí sugerir que te atrae y mostrarte accesible, que no desesperado. Y, por encima de todo, seguro de ti mismo y de tu interés por esa chica y por ninguna otra: “Si transmites seguridad, tienes la mitad del trabajo hecho”, apunta Ana Sierra. Después, te queda sonar positivo, único e incomparable, que no estrambótico. Y no olvides poner en tu mensaje una chispa humor, sin cruzar la frontera de la bufonada. “Lo importante es despertar en la chica emociones positivas, que se sienta alegre y excitada al hablar contigo”, añade la psicóloga.

No al victimismo: paciencia, chaval.

Al principio decíamos que la tecnología y el WhatsApp han acelerado la comunicación orientada al ligue. Pero, cuidado. Si le envías tu mensaje, que no te extrañe que tarde más de 24 horas en contestarlo. Incluso dos o tres días. O una semana. ¿Qué debes hacer en ese caso? Para empezar, dejar de mirar el móvil cada cinco minutos. El último informe de la Fundación Telefónica revela que los españoles consultamos el móvil 150 veces al día, aún sin tener ninguna notificación. Y si esperamos un mensaje de una chica, las 150 consultas pueden convertirse en un millón. Hasta que empezamos a rumiar formas de contraatacar y llamar su atención: un remedio que puede ser mucho peor que la enfermedad.

Guillermo López sostiene: “La regla principal es no molestar, así que insistir siempre es contraproducente”. Ana Sierra está de acuerdo: “Si no contesta, dale unos días, porque puede estar de viaje, o atravesando un problema familiar, o incluso ligando con otro chico…”. Y, pase lo que pase, bajo ningún concepto debes poner frases como “bueno, no te doy más la brasa” o “ya veo que pasas de mi”: en el terreno de la seducción, el victimismo y el chantaje emocional están condenados al más estrepitoso fracaso.

Finalmente, suerte...

II

Carmen Mañana, "Siete cosas feas que Internet le ha hecho al castellano", El País, 24-IX-2014:

'A ver' y 'haber'. Los puntos suspensivos. La falta de comas. Cuando parecía que habíamos superado a los SMS, Internet nos trajo estos regalitos.

Hay contenidos en la Red que no son aptos para menores de edad y otros que pueden herir la sensibilidad de la audiencia, pero comienza a resultar imprescindible un tercer tipo de advertencia: aquella que informa al internauta de que está a punto de presenciar la violación sistemática de la ortografía y la gramática castellanas. Un espectáculo snuff nada agradable para estómagos sensibles y cerebros educados con los cuadernillos Rubio, y que, en el caso de profesionales y amantes de la lengua, puede desembocar en patologías que van desde el desprendimiento de retina hasta la autoextracción de los globos oculares.

Dirijamos el dedo acusador hacia nosotros mismos. Internet es así porque nosotros lo hemos hecho así. Y aunque también ha hecho evolucionar la lengua incorporando nuevos términos a nuestro vocabulario (la RAE ya admite tuit: guasap, el siguiente eres tú) y no todos gustan de sodomizar el idioma, lo cierto es que un número cada vez mayor de estas perversiones online empieza a trasladarse al mundo analógico, como asegura Carmen Galán, Catedrática de Lingüística General de la Universidad de Extremadura.

Es la ciudad sin ley gramatical. El imperio del todo vale. El apocalipsis ortográfico. Y estas son sus siete plagas:

Signos de puntuación negativa. Galán asegura que sus alumnos de la Universidad de Extremadura más que utilizar las comas, las lanzan sobre el texto como quien vierte un puñado de fideos en la sopa. “Es cierto que cuando hablamos no decimos: ‘Te quiero, punto y aparte’. Pero sí hacemos pausas reflexivas que cada vez se reflejan menos en los textos. Puntuar bien es fundamental para entender todo el sentido de las oraciones”, apunta la catedrática. Ya saben: a la pregunta ¿te apetece hacer un Blablacar con Esperanza Aguirre? no es lo mismo responder ‘No aspiro a un compañero mejor’ que ‘No, aspiro a un compañero mejor’. De entre todos los signos de puntuación, el punto y coma es el que está en peligro de extinción extremo, según Galán. Pero, sin que sirva de precedente, no culparemos a Internet de ello.

Pasamos de poner un punto, pero si son tres no hay quien nos pare. Tal cual. Si la excusa para cometer casi todas estas aberraciones es que así ahorramos caracteres, ¿por qué tantos tuits, entradas de Facebook y mensajes están plagados de puntos suspensivos como si una epidemia de varicela hubiese inundado la Red? “Se supone que los mensajes se transmiten entre gente conocida con la que compartes ciertos presupuestos y códigos, así que tienden a ser más emotivos que descriptivos. En ellos predomina el contenido afectivo y se emplean mucho los puntos suspensivos para cerrar una secuencia sin acabar, porque sabemos que la otra persona es capaz de completarla”, trata de argumentar Galán

Interrogación interrumpida. La catedrática Carmen Galán no cree que el hecho de que la práctica desaparición de los signos iniciales de interrogación y exclamación se deba únicamente a la influencia anglosajona. En su opinión, se trata de otra cuestión de vagancia. Aunque tiene poco sentido mostrarnos tan rácanos al principio de una frase, cuando pocas veces bajamos de los tres signos al final de la misma. “Solo se ponen al final y están empezando a cambiar de función. La exclamación se utiliza fundamentalmente para marcar el énfasis”. Si existe una petición en Change.org para que se erija una estatua a Rosendo en Carabanchel, ¿no merecen el ¡ y el ¿ una campaña para evitar su muerte?

A-K-Báramos: Si lo piensan bien, como invita a hacer Galán, no tiene mucho sentido. “Es cierto que cuando aparecieron los SMS tenía su lógica abreviar las palabras porque se pagaba por caracteres. Y puede entenderse, incluso, que en Twitter, a veces, necesitemos rascar dos letras. Pero, ¿por qué k? Que no empieza por k y la k suena ka no ke”. ¿Es un acto de rebeldía? ¿Una reivindicación anarquista, punk? En el teclado de los móviles y de los ordenadores, la q es la primera letra de todas (si seguimos el orden tradicional, derecha-izquierda, arriba-abajo). Solo existe un misterio más inexplicable que el de la k: ¿por qué no existe un emoticono que reproduzca el gesto de vomitar?

Bomba H. “En esa urgencia que nos hemos autoimpuesto por comunicar constantemente todo lo que nos sucede, hemos terminado aceptando la siguiente excusa: como me van a entender igual, puedo escribir como me dé la gana. Además como el castellano tiene la ventaja de que puede leerse fonéticamente y las h son mudas ¿Para qué las necesito?” ¿Y para qué necesitamos el por favor y el gracias? ¿Y el hola? ¿De verdad suprimir las h supone un ahorro energético tan relevante en nuestras vidas? ¿El tiempo que empleamos en teclear esta letra nos daría para aprender un nuevo idioma, conseguir unos abdominales como los de Ronaldo o sacarnos el carné de conducir? ¿En un mundo sin h seríamos más listos y más guapos (y ya no necesitaríamos el transporte público)?


A ver ese haber. El número de tuits en los que alguien escribe a ver cuando en realidad se refiere al sinónimo del verbo existir resulta espeluznante. Prueben a hacer la búsqueda. “Es cierto que, en muchos casos y desgraciadamente, pueden ser faltas de ortografía inintencionadas. Pero hemos aceptado que en las redes sociales se escribe como se habla: a ver y haber suenan igual, así que no nos importa cómo se escriban porque es el contexto del mensaje el que determina si nos referimos a mirar o existir, y así lo van a interpretar nuestros interlocutores. Lo mismo está sucediendo con porqué o por qué y haya o halla o allá”, señala Galán. Sí, beach (playa) suena como bitch (zorra) cuando lo pronuncia un español. Pero no es lo mismo, ¿verdad?

jueves, 10 de septiembre de 2015

La "movilitis" de los infoadictos o yonkis del móvil


Como a todos, te ha pasado más de una vez. Estás comiendo con un amigo que no ves desde hace mucho tiempo, o en una cita, o con tu pareja en el sillón. Le cuentas algo a tu interlocutor, lo que sea, y este te asiente con ruidillos o no. Pero sus ojos están fijos en la pantalla del móvil, a medias de un wassap o de un nivel del Candy crush. A esto se le llama phubbing, aislar socialmente a alguien por mirar a tu teléfono en lugar de prestarle atención a la persona. ¿Pero es una cosa de encogerse de hombros y olvidar o puede tener efectos a largo plazo?

Un estudio de la Universidad de Baylor, que publicará completo en enero la revista Computers in human behaviour, ha concluido que el phubbing se da en paralelo a dinámicas destructivas en la pareja. Mediante entrevistas a 145 adultos, este estudio ha elaborado una escala para determinar en qué grado de adicción se sitúa nuestra pareja. Nueve situaciones a las que hay que responder del 1 (nunca) al 5 (siempre).

Son las siguientes:

1. Durante una comida, mi pareja comprueba su móvil.
2. Mi pareja coloca su móvil a la vista cuando estamos juntos.
3. Mi pareja se queda con el móvil en la mano cuando está conmigo.
4. Cuando el móvil pita, mi pareja lo saca aunque eso signifique interrumpir nuestra conversación.
5. Mi pareja mira a su teléfono mientras me habla.
6. En nuestro tiempo de ocio, mi pareja usa su móvil.
7. Mi pareja no usa su móvil mientras estamos hablando.
8. Mi pareja usa su móvil cuando salimos.
9. Si hay una pausa en la conversación, mi pareja mirará el móvil.

Después de completar este tests, los investigadores realizaron a los participantes en el estudio otras encuestas para evaluar sus hábitos vitales y felicidad en general. Y ahí las conclusiones apuntaron a que la intensidad de esta práctica sucede al unísono del deterioro en la vida en la pareja y la satisfacción vital. Aunque los científicos no se atreven aún a decir que hay una correlación directa entre el phubbing y que te vaya mal con tu pareja, sí afirman que la correlación indirecta es evidente. Los que peores resultados sacaban en el test de phubbing, se encontraban también mal en su vida en común. El impacto es especialmente fuerte en aquellas personas que viven con ansiedad su relación, es decir, con el temor a que las dejen.

Si te ves reconocido en el perfil, ya sabes lo que toca, cambiar. En España, además, los datos no pintan bien: informes como el elaborado por Rastreator.com apuntan a que 7 de cada diez personas afirman “no poder vivir sin su móvil”; y que uno de cada dos le dedicamos más de tres horas al día. Pero además puedes apoyar un movimiento online que lleva en marcha desde 2013 para parar este fenómeno. Stop phubbing es una campaña que arrancó de la Universidad de Sidney y que ya cuenta con más de 40.000 votos para frenar este hábito social.

Entre los datos estremecedores que esgrimen, que un restaurante cualquiera sufrirá 36 casos de phubbing o que el 87% de los adolescentes prefieren comunicarse por el móvil antes que cara a cara. Aparte de la posibilidad de votar, la página también da la opción de que le mandemos una intervention vía mail a esa persona o personas que nos tienen hartos con su movilitis. Y si uno lleva un pub o un restaurante, Stop phubbing le invita a colgar pósteres con mensajes tan claritos como este: “Mientras terminas de actualizar tu estado, le serviremos a la persona educada que está a tus espaldas”. Y no te olvides tampoco de nuestros 19 consejos para hacerte cada día un poco menos yonki de tu smartphone.

martes, 25 de agosto de 2015

Niños tiranos o Síndrome del niño emperador

Beatriz G. Portalatín, "La realidad de los hijos tiranos. Más de 17.000 menores han sido procesados en España por agredir a sus padres", en El País, 25-VIII-2015:

Las víctimas, la mayoría madres (80%), tienen vergüenza a contar esta realidad. 'Es un problema de educación en una sociedad donde la autoridad está devaluada'

"No sólo no voy a recoger la mesa sino que me voy a quedar mirando a ver cómo lo haces tú, que esa es tu obligación y para eso me has parido", dice un niño de 11 años a su madre. Este y otros testimonios están recogidos en el libro 'El pequeño dictador crece' (La Esfera de los Libros), la última publicación de Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid (ahora en excedencia voluntaria) y actual director del proyecto recURRA GINSO (de la GINSO, Asociación para la Gestión de la Inserción Social).

En 2006, Urra ya publicó con gran éxito 'El pequeño dictador', un libro con el que abrió la veda de una realidad complicada, la de los hijos que agreden a sus padres. La de los hijos tiranos que hacen de su capa un sayo e imponen en el hogar su propia ley. Niños caprichosos, desobedientes y desafiantes con escasa responsabilidad hacia los castigos y con poca o nula capacidad de culpa. 

Ahora, nueve años después, sigue escribiendo de este problema creciente en nuestro país. Los datos hablan por sí solos. Desde 2007, más de 17.000 menores, mayores de 14 años, han sido procesados en España por agredir física o psicológicamente a sus progenitores. Sólo en 2014, 7.500 menores fueron juzgados por esta causa y eso que, según los expertos, sólo se denuncia uno de ocho casos. "No es fácil denunciar a un hijo, por ello las estadísticas se alejan mucho de la realidad. Los padres sufren 18 meses de violencia física hasta que deciden dar ese paso pero antes ha habido un proceso lento de violencia verbal, faltas de respeto y amenazas", explica Urra a EL MUNDO. 

La vergüenza de la víctimas

¿De veras un niño de seis años puede tener atemorizados a unos padres? La respuesta es clara y contundente: Sí. Y, además, es una realidad que se vive en silencio. "La víctimas, la mayoría madres (80%), tienen miedo a contarlo por vergüenza. ¿Cómo es posible que no sepa controlar a mi hijo? La gente se va a reír de mí, me va a decir que cómo no soy capaz de educar a mi propio hijo".

Estos 'pequeños dictadores', como él los llama, reflejan desde pequeños conductas tiránicas. Esto es, buscan causar daño o molestar permanentemente, disfrutan con ello, amenazan o agreden para dar respuesta o su hedonismo o nihilismo creciente y eluden responsabilidades y culpan a los demás de sus actos. En segundo lugar, utilizan a sus padres como si fueran 'usufructos' o 'cajeros automáticos': les chantajean y les hacen partícipes de sus trapicheos y usan la denuncian infundada para conseguir lo que quieren. Y, por último, apuntan mucho desapego: transmiten a los padres que no les quiere de manera profunda. 

Habitualmente, se trata de chicos de 14-15 años (dos tercios son chicos) estudiantes de 2º-3º de la ESO, que consumen alcohol y otras drogas (Según el Plan Nacional de Drogas, en el último decenio se ha multiplicado por cuatro el consumo de cocaína entre menores de 16 años). Eclosiona sobre los 16 años, pero el problema, normalmente, viene ya desde la infancia, donde observamos las conductas y actitudes nombradas anteriormente.

"Conozco a gente de las más altas instancias de Seguridad de este país que están acostumbrados a mandar a miles de hombres, que no se asustan ante nada y no pueden con un hijo de siete años. Y es que, haga lo que haga, no le va a decir nada, por tanto el niño ha aprendido, por ejemplo, que puede llegar a un restaurante y tirar el plato de macarrones al suelo si no le gustan", señala Urra. 

El problema existe en todas las clases sociales, no tiene porqué darse en familias con un nivel cultural más bajo o con un nivel socioeconómico más escaso. No es un problema de clases ni de cultura. "Es fundamentalmente, un problema de educación en una sociedad donde la autoridad está devaluada", admite.

El niño como un tesoro

Desde hace cinco años, y para dar una alternativa más terapéutica y no judicial a este problema, Urra dirige recURRA GINSO, un campus donde los chicos ingresan voluntariamente para poner fin a sus problemas de familia. "Al no ser un centro de carácter judicial damos otra alternativa, de hecho sólo el nombre 'CAMPUS' indica que no es un centro de menores ni nada por el estilo. No son chicos delincuentes ni tienen problemas sociales, pero sí de familia", señala. "En estos años, hemos aprendido que los chicos lloran, que quieren querer a sus padres, pero hace falta reeducarles de nuevo, darles una salida. Por ello, es fundamental trabajar no sólo con los hijos sino también con los padres.", añade.

En la actualidad, los divorcios aumentan, proliferan los hijos únicos, se tienen cada vez más tarde y se adoptan con mayor frecuencia. Un ambiente óptimo para considerar al niño como una especie de tesoro que no debe sufrir. El exceso de preocupación de los padres hacia los hijos es un verdadero problema, pues el 40% de los padres y madres están desbordados y el 8% de éstos son agredidos por sus hijos. La madre enseña que el hijo es lo más importante de la casa y no la pareja, y esto es un error. El hijo es uno más. Ahí, radica fundamentalmente, muchos de los 'porqués'. 

"Una cosa es la conyugalidad y otra la parentalidad", aclara Urra. Muchos padres creen que el problema está sólo en la parentalidad y se olvidan de lo importante que es tener una buena relación de pareja. "¿El niño ve que los padres se quieren, que tienen relaciones y se respetan el uno al otro?", pregunta. Si la parentalidad y la conyugalidad es buena, la cosa es fantástica. Pero si la conyugalidad es mala y la parentalidad es buena, se pueden producir triangulaciones, tales como que el niño tome partido por uno de los dos, o bien que ambos hijo-madre o hijo-padre 'se pongan en contra del otro'. Hay que tener en cuenta estas dos variables, ambas cosas son importantes. "Muchos padres creen que el problema es sólo de parentalidad y en muchas ocasiones, no es así", concluye Urra.

sábado, 20 de junio de 2015

Modales y buenas maneras

Elvira Lindo, "Pedir disculpas", en El País, 20-VI-2015:

Pedir disculpas porque uno es tonto a veces, en el sentido de no advertir que mofarse del dolor ajeno es un síntoma de inmadurez, y el hacerse adulto consiste en reconocer, no sin algo de vergüenza, esos momentos en los que se fue rematadamente tonto.

Me di un golpazo en la cabeza al subir mi mochila al maletero. Todos los pasajeros me miraron y yo traté de superar la inexplicable vergüenza que provoca darse un coscorrón. De pronto, escuché una risa a mis espaldas. No lo podía creer: un jovenzuelo se reía de mi torpeza. Le miré fijamente a ver si reaccionaba, pero no. Me salió esa macarra que llevo dentro y que sólo hace acto de presencia cuando algo me enerva, le puse la mano en el hombro y le dije, “¿tú eres tonto, chaval?”. Se quedó desconcertado y ahí se acabó el episodio. Cuando tomé asiento reflexioné sobre mi reacción y concluí que he llegado a esa edad en que las mujeres nos volvemos valientes y con la autoridad que da la experiencia somos capaces de ponerle la mano en el hombro a un cretino y soltarle, ¿tú eres tonto, chaval?

Esa es la frase que un chaval o chavala te está pidiendo a gritos durante los años en los que padece esa enfermedad pasajera que es la adolescencia. Con esas palabras o con otras menos castizas se dirigieron a mí en alguna ocasión mis padres o alguna profesora que me colocó en mi sitio. Porque uno es tonto a veces, en el sentido de no advertir que mofarse del dolor ajeno es un síntoma de inmadurez, y el hacerse adulto consiste en reconocer, no sin algo de vergüenza, esos momentos en los que se fue rematadamente tonto. Estos días, como suele ocurrir en Españita, el debate sobre los límites del humor se ha enfangado y ahora andamos todos revolcándonos en la mierda. Y me duele especialmente, porque el hecho de que mis escritos con tanta frecuencia hayan sido censurados por los extremistas de la corrección política o por la presión del fanatismo religioso (USA o Irán), o sin ir más lejos, de que mis libros estén desaconsejados en algunos colegios (privados) españoles me ha llevado a reflexionar desde hace años sobre un asunto que es más resbaladizo de lo que parece. En el caso de mis libros juveniles pienso que tal vez hubiera sido mejor no publicarlos en ciertos países para no ser víctima de la delirante sobreprotección a los niños; en el caso, por ejemplo, de mis Tintos de Verano me irritaba que algunos lectores no entendieran que todo era pura comedia, pero el hecho de que fueran publicados en un periódico y de que yo hiciera uso de tantos aspectos reales de mi vida confundían lógicamente a parte del público, aunque todavía conservo como un tesoro una carta de Azcona en la que me decía: “No des tantas explicaciones, tú a lo tuyo”. Lo mío era, fundamentalmente, hacer chanza de ese personaje que se parecía tanto a mí, por tanto, mi humor carecía de límites: aquella mujer era neurótica, absurda, frívola y torpe. Y algo tengo de cada uno de estos adjetivos, pero en menor medida de lo que algunos quisieron creer. Porque en el humor cuenta tanto el narrador como el que escucha. Hay veces que la mala baba está en el receptor, y otras en que el contador ignora el alcance de sus palabras.

No tengo ninguna duda de que muchos de los indignados por los chistes de Zapata escenificaron un dolor que no sentían, y estoy segura de que no lo sentían porque no reaccionaron de la misma iracunda manera cuando un tipo de sus filas era grosero con las mujeres, por ejemplo, o cuando otro soltó en el Congreso un comentario insultante sobre las víctimas de la Guerra Civil. No me creo que sintieran un dolor insuperable por la brutalidad de un chiste quienes aceptan las groserías de los suyos. No cuela.

En cambio, hay otras personas que anteponen la empatía hacia los seres humanos a sus principios ideológicos y que de manera legítima se sienten violentadas cuando la “gracia” del chiste consiste en hacer escarnio de una víctima. Se ha escrito mucho sobre los límites del humor. Hay quien piensa que no deben existir. Pero existen. Hasta en la cultura más tolerante el humor tiene freno: el que se pone uno mismo. Ese es el esencial. Se ha escrito también que las propias víctimas hacen chistes sobre su desgracia. Están en su derecho a tener esa vía de escape, pero no es igual si yo llamo nigger a un afroamericano en Estados Unidos, que si se lo llaman entre ellos como un síntoma de reconocimiento y colegueo.

El humor cambia con los años. No es lo mismo el infantil que el adolescente, aunque haya personas que se queden fijadas en esa época de su vida. Creo que cuando Zapata pidió disculpas aceptó sinceramente su error, así que no sé a qué viene su linchamiento pero tampoco entiendo que sus amigos se empeñen en reivindicarlo. Pedir disculpas es un síntoma de madurez. Debo ser muy ingenua pero yo las acepto.

sábado, 7 de enero de 2012

El negro


El negro
ROSA MONTERO, El País, 17/05/2005

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".

lunes, 30 de noviembre de 2009

Saberes irrelevantes


Esos saberes irrelevantes, Javier Marías, 29-XI-2009

En algún lugar vi la noticia, un breve, una curiosidad, una anécdota sin importancia. Lamenté que fuera tan escueta, me habría gustado conocer más detalles del asunto, no tan baladí para mí como para quienes lo recogieron. Al parecer, una joven española, aspirante a ganar el certamen "Reina Hispanoamericana 2009", al preguntársele por el año en que Colón descubrió América, contestó que "en 1780". Da curiosidad saber por qué diablos eligió esa fecha disparatada, en vez de responder "No lo sé", que habría resultado más disculpable. ¿Por qué 1780? ¿Cómo creerá la joven que era el mundo en ese año? ¿Sabrá que pertenece al siglo XVIII o ni siquiera le habrán enseñado cómo calcular los siglos? ¿Sabrá lo que es un siglo? Si hubiera dicho "1789", podríamos pensar que se confundió de fecha célebre. Pero, ¿1780? En verdad un arcano. La noticia añadía algo, quizá más sintomático y revelador todavía: se conoce que a la muchacha le quisieron sacar los colores por su metedura de pata en un programa de TVE, pero ella se defendió con desparpajo y afirmó: "Es irrelevante saber eso".

Es fácil no conceder importancia a la cosa y consolarse con la asentada idea de que todas las misses y aspirantes a tales son ignorantes por definición y tontas de baba. Sus grititos, sus llantos y sus obviedades han sido parodiados hasta la saciedad en películas y programas de humor. ¿Qué se puede esperar de una miss? Ya se sabe. Pero la joven en cuestión era probablemente una chica normal hasta hace cuatro días. Habrá ido al colegio como cualquiera, y quién sabe si no habrá terminado su bachillerato o su ESO o como quiera que se llame ahora. Habrá llegado a sus dieciocho o veinte años con alguna instrucción, y la prueba es que le viene a la cabeza la palabra "irrelevante", algo que en nuestro tiempo no está al alcance de todos. Yo me temo que sus dos respuestas, la de 1780 y la de la irrelevancia, las podrían haber dado numerosos jóvenes que nada tuvieran que ver con concursos de belleza y no pocos adultos actuales, entre ellos, sin duda, algunos de los periodistas televisivos que le quisieron sacar los colores, sólo que a ellos no se les hacen esas difíciles preguntas con cámaras delante.

"Es irrelevante saber eso". En cierto sentido no le falta razón a la candidata a "Reina", porque lo mismo opinaron, a buen seguro, cuantos profesores tuvo en su vida y los responsables de Educación -gubernamentales y autonómicos- de las últimas dos o tres décadas, que han hecho todo lo posible por convertir a España en una sociedad de iletrados, de ignorantes ufanos de su ignorancia, de primitivos duchos en tecnología; así como un buen número de progenitores, que se han dedicado a exigir a los docentes que enseñen a sus vástagos "cosas prácticas", que les sirvan para ganarse la vida en el futuro, y no pierdan el tiempo con lo "irrelevante". ¿Sirve de algo el latín, una lengua cadáver? ¿Sirven las matemáticas, cuando tenemos calculadoras que nos dan el resultado de cualquier operación en el acto? ¿Sirven la gramática, la sintaxis y la ortografía, si da lo mismo cómo se hable y se escriba? ¿Sirve conocer la historia, si basta con buscar en Internet para averiguar al instante quién fue tal personaje o qué pasó tal año? ¿Sirve la geografía, si cogemos aviones que nos trasladan a cualquier sitio en unas horas y nos trae sin cuidado el trayecto? ¿Sirve algo de algo? ¿Y qué es, pues, "lo práctico"? Tal vez sólo aprender a manejar el ordenador y la calculadora. En realidad, ¿para qué es necesario ir a la escuela? ¿Para tener una idea del mundo, del pasado de la humanidad, de la historia del arte y de las religiones, de la evolución de las ciencias, de nuestra anatomía, de los textos que se han escrito, de la multiplicación y la división y la suma y la resta, del círculo y el triángulo? Nada de eso es "práctico" ni ayuda a ganarse la vida, no digamos a ser Reina Hispanoamericana. Y sin embargo ...

La educación no son sólo conocimientos y datos. Es parte esencial de lo que solía llamarse "formación", esto es, la conversión de los individuos en personas, no en seres animalescos que caen en el mundo sin tener noción de lo que hubo antes que ellos, incapaces de asociar dos hechos, de distinguir entre causa y efecto, de articular dos frases inteligibles, de pensar y razonar, de comprender un texto simple. Esta es la clase de ser que cada día abunda más en nuestra sociedad intelectualmente rudimentaria. El problema es que, por algún misterio, a la postre esos seres no resultan "prácticos" ni se pueden ganar la vida, la vieja aspiración de sus ya embrutecidos padres. No es raro ver en la televisión a jóvenes y no tan jóvenes que dicen en estos tiempos de crisis: "Yo no quiero estudiar, lo que quiero es que me den un trabajo para ganar dinero". A menudo tienen tal pinta de cabestros que me descubro pensando con pena: "Pero, hombre de Dios, ¿cómo te va a dar nadie un trabajo si es obvio que no te han enseñado nada y que aún no sirves ni para pegar un sello? Si yo fuera un empresario, no te contrataría". Me temo que los que lo sean pensarán otro tanto: "No necesito a un animal tecnológico, que sepa darle a las teclas según se le ordene, pero sin tener ni idea de lo que hace. No necesito a una persona incompleta. Tráiganme a alguien civilizado, con conocimientos irrelevantes, de los que permiten desenvolverse en el mundo".