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martes, 3 de mayo de 2016

Fahrenheit 451

Es una de las películas más inquietantes que he visto, Fahrenheit 451 de François Truffaut, sobre una novela de Ray Bradbury. Hoy tendría más sentido hacerla que antes, porque la cultura audiovisual está aplastando a la escrita. La escena en la que la mujer se quema viva entre sus libros me conmocionó.

1. Avance, o, como se suele decir, trailer.
2. El discurso del jefe de bomberos.
3. Película pirateada completa. Véase especialmente a partir de 47 minutos 12 segundos. Es una escena que me impresionó y a la que pertenece la imagen de abajo. 

En El nombre de la rosa también se quema una biblioteca. Se oponen apocalípticos e integrados:

4. La risa y el segundo libro de la Poética de Aristóteles


5. Artículo mío sobre la quema de libros en la literatura.

martes, 19 de enero de 2016

Los hombres más proclives a la depresión suicida


Los suicidios masculinos superan en número a los femeninos en todo el mundo. La ciencia explica por qué

La presión para conseguir el éxito laboral, la conciliación familiar y el reconocimiento social es uno de los factores de riesgo de suicidio actual.

Drummond consiguió por fin realizar sus sueños. Había sido un largo camino desde que, de niño y con gran molestia, no pudo superar el acceso a secundaria. Fue una gran decepción para su madre, pero sobre todo para su padre, que era ingeniero en una empresa farmacéutica. Éste nunca había mostrado un gran interés por él de pequeño; nunca jugaban juntos y si se portaba mal lo inclinaba sobre el respaldo de una silla y le daba una zurra. Así eran los hombres de entonces. Un padre era objeto de temor y respeto. Un padre era un padre.

Fue duro ver pasar cada mañana frente a su casa a los alumnos de secundaria con sus gorras, tan elegantes. El sueño de Drummond siempre había sido llegar a director de una pequeña escuela en un pueblo tan perfecto como el que le vio crecer, pero sólo consiguió plaza en un instituto técnico como aprendiz de carpintero y albañil. Su asesor laboral casi rompe a reír cuando Drummond le habló de sus aspiraciones profesionales, pero no por ello cesó en su empeño. Luchó por hacerse un hueco en la universidad y se convirtió en presidente del sindicato de estudiantes. Encontró trabajo de profesor, se casó con su novia de toda la vida y poco a poco se abrió camino hasta dirección, en un pueblo de Norfolk. Tenía tres hijos y dos coches. Su madre estaba orgullosa al menos.

Fue así como acabó solo, sentando en un pequeño cuarto, y barajando la posibilidad de suicidarse.

Factores de riesgo

La impulsividad, la melancolía obsesiva, los niveles bajos de serotonina o la falta de dotes sociales son algunas de las vulnerabilidades que aumentan el riesgo de suicidio. El presidente de la Academia Internacional de Investigación del Suicidio, el profesor Rory O’Connor, lleva veinte años estudiando los procesos psicológicos que se esconden tras la muerte autoinfligida. “¿Ha visto las noticias?”, pregunta. Los periódicos matutinos muestran los datos más recientes: en el 2013 se registraron 6.233 suicidios en el Reino Unido. Mientras que la tasa de suicidio femenino se mantiene más o menos estable desde 2007, la de los hombres se encuentra en su nivel más alto desde 2001. Casi ocho de cada diez suicidios son masculinos, una cifra que lleva más de tres décadas en aumento. En 2013, la causa más probable de muerte para un hombre de entre 20 y 49 años no era ni asalto, ni accidente de tráfico, ni las drogas, ni un ataque al corazón, sino la propia decisión de no seguir viviendo.

Aquellos que se dedican al estudio del suicidio, o que trabajan en organizaciones benéficas de salud mental, están empeñados en convencer a los curiosos de que rara vez, si acaso, existe un único factor que explique una muerte autoinducida, y que la enfermedad mental, y más comúnmente la depresión, precede por lo general a ese evento. “Pero lo más alarmante es que la mayoría de los depresivos no se suicidan”, me comenta O’Connor. “Menos del 5% lo hacen. Así que la enfermedad mental no lo explica. Para mí, la decisión de suicidarse es un fenómeno psicológico. Aquí, en el laboratorio, lo que pretendemos es entender la psicología de la mente suicida”.

Estamos sentados en el despacho de O'Connor en el Gartnavel Royal Hospital. A través de la ventana, bajo un cielo sombrío, se alza la torre de la Universidad de Glasgow (Escocia). Sobre un tablón de corcho, dibujos de sus dos hijos, un monstruo naranja y un teléfono rojo. Oculta en el armario, una siniestra colección de libros: Comprender el suicidio, Por su propia mano inocente, y Una mente inquieta, la célebre crónica de la locura, de Kay Redfield Jamison.

En 2013, la causa más probable de muerte para un hombre de entre 20 y 49 años no era ni asalto, ni accidente de tráfico, ni las drogas, ni un ataque al corazón, sino la propia decisión de no seguir viviendo

El Laboratorio de Investigación de Conductas Suicidas de O’Connor trabaja con supervivientes en hospitales, evaluando sus casos dentro de las primeras 24 horas tras un intento, y haciendo el seguimiento de su progreso posterior. También llevan a cabo estudios experimentales para poner a prueba hipótesis sobre cuestiones tales como la tolerancia al dolor en personas suicidas, o los posibles cambios cognitivos tras períodos breves de estrés inducido.

Tras años de estudio, O’Connor descubrió algo sorprendente acerca de las mentes suicidas. Se llama perfeccionismo social, y podría ayudarnos a comprender por qué los varones tienden tanto a suicidarse.

El padre perfecto

Drummond se casó con Livvy, su novia de ojos marrones, a la edad de 22 años. Dieciocho meses después se convirtió en padre. Al poco tiempo ya tenía dos niños y una niña. El dinero era escaso, por supuesto, pero él era fiel a sus responsabilidades. Daba clases durante el día y trabajaba detrás de la barra de un bar por la noche. Los viernes acudía a hacer el turno de noche en una bolera, de 6 de la tarde a 6 de la mañana. Dormía durante el día y regresaba a tiempo de hacer un nuevo turno la noche del sábado. A continuación, el turno del almuerzo en un pub los domingos, un pequeño descanso, y vuelta al cole en la mañana del lunes. No veía mucho a sus hijos, pero para él lo más importante era garantizar la comodidad de su familia.

Además de trabajar, Drummond también estudiaba, decidido a hacerse con la titulación necesaria para ser director. Más ambición, más progresos. Consiguió nuevos trabajos en escuelas mejores. Guiaba a su familia hacia un destino mejor. Sentía que era un buen líder . El marido perfecto.

Tras años de estudio, O'Connor descubrió algo sorprendente acerca de las mentes suicidas. Se llama perfeccionismo social

Sólo que no lo era.

El valor de los roles

Cuando se es un perfeccionista social, uno tiende a identificarse con los roles y responsabilidades que cree tener en la vida. “No se trata de lo que uno espera de sí mismo”, explica O’Connor, “sino de lo que cree que piensan los demás. Que ha decepcionado a otros, que ha fracasado como padre, como hermano, o lo que sea”.

Esto puede resultar especialmente tóxico, pues se están juzgando los juicios imaginados de otras personas acerca de uno mismo. “No tiene nada que ver con lo que la gente piensa realmente acerca de uno,” asegura. “Sino con lo que uno cree que ellos esperan. Lo verdaderamente problemático es que esto está siempre fuera de tu control”.

La primera vez que O’Connor supo de la existencia del perfeccionismo social fue leyendo estudios con sujetos universitarios norteamericanos. “Pensé que no sería lo mismo dentro de un contexto británico, y que no funcionaría con personas procedentes de entornos más adversos, pero vaya que sí. Es un efecto sorprendentemente robusto. Lo hemos estudiado en las zonas más desfavorecidas de Glasgow”. Su primer estudio tuvo lugar en el 2003, con veintidós personas que habían intentado suicidarse recientemente, más un grupo de control. Fueron evaluados mediante un cuestionario de quince preguntas para medir el acuerdo con afirmaciones tales como: ‘El éxito está en trabajar todavía más para complacer a los demás’, o ‘la gente no espera de mí menos que la perfección’. “La relación entre perfeccionismo social y tendencias suicidas está presente en todas las poblaciones con las que hemos trabajado”, dice O’Connor, “tanto entre los desfavorecidos como entre los ricos".

Lo que aún no conocemos es el por qué. "Manejamos la hipótesis de que los perfeccionistas sociales son mucho más sensibles a las señales de fracaso dentro del entorno", comenta.

Casi ocho de cada diez suicidios son masculinos, una cifra que lleva más de tres décadas en aumento

Pero, ¿se trata de un fracaso percibido, a la hora de ajustarse a las expectativas, y sobre cuáles son los roles a los que los hombres sienten que deben ajustarse, ¿padres? ¿proveedores? “La sociedad está sufriendo cambios”, responde O’Connor, “ahora también tienes que ser el Sr. Metrosexual. Las expectativas son aún más grandes, hay más oportunidades para que un hombre pueda sentir que fracasa”.

La presión en Asia 

La capacidad de percibir las expectativas ajenas, junto a la catastrófica creencia de no estar cumpliendo con ellas, muestra un rápido crecimiento en Asia, cuyas tasas de suicidio se han disparado. Corea del Sur es el país peor parado de la zona; algunos cálculos aseguran que ya posee la segunda tasa de suicidios más alta del mundo. Cerca de 40 surcoreanos toman su propia vida cada día, según informes del 2011. En 2014, una encuesta de la Fundación para la Promoción de la Salud en Corea, reveló que algo más de la mitad de sus adolescentes había tenido pensamientos suicidas durante el año previo.

Un psicólogo social de la Universidad Inha de Corea del Sur, el profesor Uichol Kim, cree que esto puede deberse en gran parte a la miseria desatada tras el vertiginoso paso del país de la pobreza rural a la opulencia urbana. Hace sesenta años, el país estaba entre los más pobres del mundo, asegura, comparando su posguerra con el estado de Haití tras el terremoto del 2010. En el pasado casi todo el mundo vivía en comunidades agrícolas, mientras que hoy, el 90% vive en zonas urbanas.

Este cambio ha hecho añicos los cimientos de una cultura que, durante 2.500 años, había estado profundamente arraigada en el confucianismo, un sistema de valores que obtiene su sentido de la subsistencia en pequeñas comunidades agrícolas, frecuentemente aisladas. “La vida giraba en torno la cooperación y el trabajo en común”, explica Kim. “Por lo general, se trataba de una cultura basada en compartir, dar y cuidar. Pero en la ciudad moderna es todo mucho más competitivo, más basado en la superación de logros”. El significado de éxito personal ha cambiado para la gran mayoría. “Ahora uno se define según su estatus, su poder o su riqueza, y esto no forma parte de la tradición cultural”. ¿A qué se deben estos cambios? “Un estudioso de Confucio, viviendo en una granja dentro de una aldea, podría ser muy sabio, pero nunca dejaría de ser pobre”, afirma Kim. “Hemos querido enriquecernos”, y como resultado, hemos sufrido una especie de amputación del significado personal. “Hablamos de una cultura sin raíces”.

Trabajadores en un edificio de Corea del Sur, donde la tasa de suicidios es la segunda más alta del mundo.

También se trata de una cultura cuyo camino hacia el éxito está entre los más exigentes -Corea tiene el horario laboral más prolongado de entre todas las naciones prósperas de la OCDE– además de ser de los más estrictos. Si fracasas como adolescente, es fácil sentir que has fracasado de por vida. “La empresa más respetada de Corea es Samsung”, afirma Kim. Entre el 80% y el 90% de su plantilla proviene de tres únicas universidades. “A no ser que consigas acceder a una de ellas, no podrás conseguir trabajo en ninguna de las principales corporaciones”. 

Pero se trata de algo más que la perspectiva de empleo para la juventud del país. “Si eres un buen estudiante obtendrás el respeto de tus profesores, de tus padres y de tus amigos. Serás popular, y todos querrán salir contigo”. La presión para conseguir este nivel de perfección, no sólo social, puede ser inmensa. “La autoestima, la consideración social y el estatus, se combinan todos en una única meta”, asegura. Y “¿qué pasa si no lo consigues?”.

El cambio de la vida agraria a la urbana en Corea del Sur ha hecho añicos los cimientos de una cultura que, durante 2.500 años, había estado profundamente arraigada en el confucianismo, un sistema de valores que obtiene su sentido de la subsistencia en pequeñas comunidades agrícolas, frecuentemente aisladas

"Devaluado como hombre"

Por si fuera poco, además de todo el trabajo a tiempo parcial que hacía por dinero, y sus estudios, Drummond también realizaba labores de voluntariado que le quitaban aún más tiempo de estar con su mujer y sus hijos. Livvy se quejaba de lo mucho que trabajaba, decía sentirse abandonada. "Estás más interesado por tu carrera que por mí", le insistía. Y el constante trasiego de las mudanzas de una escuela a otra tampoco ayudaba.

De la primera aventura se enteró mientras trabajaba de voluntario en un hospital de King’s Lynn. Una mujer le hizo entrega de un fajo de papeles: “Son las cartas que tu mujer le ha estado escribiendo a mi marido”, le espetó. Tenían una alta carga erótica, pero lo peor de todo fue descubrir lo prendada que Livvy había estado de aquel hombre.

Drummond se fue a casa dispuesto a enfrentarse a su esposa. Livvy no pudo negarlo. Estaba todo allí, de su propio puño y letra. Se enteró de todas las escenas que habían tenido lugar en la calle del amante; con ella conduciendo calle arriba y abajo, frente a su casa, tratando de verlo. Pero Drummond fue incapaz de dejarla; los niños eran pequeños, y ella le había prometido no volver a hacerlo. Así que decidió perdonar.

Drummond solía ausentarse los fines de semana para hacer cursos de formación. Al volver un día a casa descubrió que el coche de Livvy había sufrido un pinchazo, y que un policía local le había cambiado la rueda. Aquello, pensó él, había sido muy amable por su parte. Un tiempo más tarde, su hija de 11 años le contó, cubierta en lágrimas, que había pillado a su madre en la cama con el policía.

El siguiente amante de Livvy fue un visitador médico. Esta vez llegó a dejarle, si bien regresó a casa un par de semanas más tarde. Drummond lidió con ello de la única manera en que sabía hacerlo: resignándose. No era su estilo venirse abajo, llorar o patalear. No tenía amigos masculinos cercanos con los que hablar, y aunque lo hubiera hecho, es poco probable que hubiera dicho nada. No es el tipo de cosas que uno arde en deseos de contar, que tu mujer anda por ahí poniéndote los cuernos. Fue entonces cuando Livvy decidió que quería separarse.

Ellos están principalmente motivados para el avance, centrados en ir abriendo paso. Las mujeres se preocupan más por el clima organizativo, por cómo conectan con el resto. Creo que esto puede extrapolarse a facetas más allá del entorno laboral”

Livvy se quedó con la casa y los niños tras el divorcio; el lote completo. Una vez pagada la manutención no es que quedara gran cosa para Drummond, pero nadie lo supo en el colegio. Allí seguía siendo el varón modélico en quien tantos años había invertido: el director de éxito y el marido con tres hijos en la flor de la vida. Pero aquello no podía durar. Un día se le acercó un monitor y le preguntó: "¿Es cierto que tu mujer se ha mudado?".

Para entonces ya estaba viviendo en una gélida habitación de alquiler en una granja a las afueras de King’s Lynn. Se sentía completamente devaluado como hombre. Estaba en la ruina y se sentía un fracaso, un cornudo; muy lejos de lo que todos esperaban de él. Su médico le recetó unas pastillas. Recuerda estar sentado en aquel lugar, en los humedales, y darse cuenta de que lo más fácil sería asumir sus pérdidas y acabar con todo.

Perfil del perfeccionista social

Un perfeccionista social tiene unas expectativas inusualmente altas de sí mismo. Su autoestima pende peligrosamente de su capacidad para mantener un nivel, a veces imposible, de éxito. Ante el fracaso, colapsa.

Aún así, los perfeccionistas sociales no son los únicos en confundirse con sus objetivos, sus roles o sus aspiraciones. El profesor Brian Little, de la Universidad de Cambridge, es famoso por sus investigaciones en “proyectos personales”. Él cree que si nos identificamos tan estrechamente con ellos, es porque los acabamos integrando en nuestra propia concepción del yo. “Sois vuestros proyectos personales”, como solía repetirles a sus estudiantes, en Harvard.

Según Little, existen diferentes tipos de proyecto, con diferentes cargas de valor. Pasear al perro no es menos proyecto personal que llegar a director en un bonito pueblo, o convertirse en un buen padre o un buen marido. Sorprendentemente, se cree que lo significativo de nuestros proyectos no influye tanto sobre nuestro bienestar. Lo que marca la verdadera diferencia sobre nuestra felicidad es si estos proyectos son o no realizables.

¿Qué es lo que ocurre cuando nuestros proyectos personales empiezan a desmoronarse? ¿Cómo hacemos para afrontarlo? ¿Existe una diferencia de género que explique por qué tantos hombres deciden acabar con sus vidas?

Sí, existe. Se supone que, por lo general, un hombre, en su propio perjuicio, encuentra difícil hablar de sus dilemas emocionales. Y lo mismo ocurre cuando se trata de hablar de proyectos si estos empiezan a tambalearse. En su libro Yo, yo mismo y nosotros, Little escribe: “Las mujeres obtienen provecho de dar visibilidad a sus proyectos y a los retos que afrontan en su búsqueda, mientras que un hombre prefiere reservarse esos problemas para sí mismo”.

Little también descubrió, como parte de un estudio sobre individuos en altos cargos directivos, otra diferencia relevante entre géneros. “No ofrecer resistencia a la corriente es una importante característica diferenciadora en los hombres”, nos cuenta. “Ellos están principalmente motivados para el avance, centrados en ir abriendo paso. Las mujeres se preocupan más por el clima organizativo, por cómo conectan con el resto. Creo que esto puede extrapolarse a facetas más allá del entorno laboral. No pretendo perpetuar estereotipos, pero los datos son lo suficientemente claros”.

Esta teoría encontró el apoyo de un informe muy influyente, publicado en el año 2000 por el equipo de Shelley Taylor, catedrática de la UCLA, que trataba sobre las respuestas bioconductuales al estrés. Descubrieron que mientras los hombres tienden a mostrar una filosofía de pelea o sal corriendo, las mujeres son más propensas a servir y relacionarse. “Aunque una mujer pueda considerar muy seriamente el suicidio”, asegura Little, “dada su conectividad social, es probable que también piense, ‘Por Dios, ¿Qué será de mis hijos? ¿Qué pensará mi madre?’ así que hay una cierta resistencia a llevar el acto a cabo”. En el caso masculino, la muerte podría entenderse como el salir corriendo definitivo.

Esta forma letal de huida requiere determinación. El doctor Thomas Joiner, de la Universidad Estatal de Florida, ha centrado sus estudios en las diferencias entre los que barajan el suicidio y los que realmente actúan sobre su deseo de muerte. “No puede actuarse sin antes vencer el miedo a la muerte”, afirma. “Y creo que esto es lo que marca la verdadera diferencia entre géneros”. Joiner nos habla de su vasta colección de vídeos de cámaras de seguridad y policiales, mostrando gente “con un deseo desesperado de quitarse la vida y que, en el último momento, vacilan por miedo. Es este momento de duda el que salva sus vidas”. ¿Significa esto que los hombres son menos propensos a flaquear? “Exacto”.

Un perfeccionista social tiene unas expectativas inusualmente altas de sí mismo. Su autoestima pende peligrosamente de su capacidad para mantener un nivel, a veces imposible, de éxito. Ante el fracaso, colapsa

Tampoco deja de ser cierto que, en la mayoría de países occidentales, las mujeres intentan suicidarse con más frecuencia que los hombres. Si los hombres mueren más, se debe en gran parte al método escogido. Mientras que los hombres optan por las armas o el ahorcamiento, las mujeres prefieren utilizar pastillas. Martin Seager, psicólogo clínico y asesor de los Samaritanos, cree que esto demuestra que los hombres albergan una mayor intención suicida. “El método escogido refleja su psicología”, asegura. Por su parte, Daniel Freeman, del departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford, apunta a un estudio con 4.415 pacientes que pasaron por el hospital tras un intento de suicidio, y que revela una mayor intención en hombres que en mujeres. Aún así la hipótesis sigue fundamentalmente sin investigar. “No creo que se haya demostrado de forma definitiva,” dice. “Pero también es cierto que sería increíblemente complicado de probar”.

La cuestión de la intención también sigue en el aire para O’Connor. “No estoy al tanto de ningún estudio decente sobre el tema porque tratarlo sería realmente complicado”, asegura. Pero para Seager la cosa está clara. “Los hombres consideran el suicidio una forma de ejecución”, afirma. “Un hombre se expulsa a sí mismo del mundo. Hablamos de una enorme sensación de vergüenza y fracaso. El género masculino se siente responsable de proveer y proteger a los demás, además de responsable de su propio éxito. Cuando una mujer pierde su empleo es doloroso, pero no pierde su sentido de la identidad, ni su feminidad. Cuando un hombre pierde su trabajo siente que ya no es un hombre”.

Esta es una idea que comparte el profesor Roy Baumeister, un célebre psicólogo cuya teoría del suicidio como ‘escape del yo’ ha tenido una gran influencia sobre O’Connor. Según Baumeister, “un hombre incapaz de proveer a su familia no puede considerarse, de alguna forma, ya un hombre. Mientras que una mujer nunca deja de serlo, la hombría sí puede perderse”.

Suicidio por vergüenza

En China no es inusual que un funcionario corrupto se suicide, en parte para que sus familias puedan disfrutar del botín adquirido de forma indebida, pero también para ahorrarse la vergüenza y la cárcel. El expresidente de Corea del Sur, Roh Moo-hyun, lo hizo en 2009, tras ser acusado de aceptar sobornos. Uichol Kim dice que, desde el punto de vista de Roh, “se suicidaba para salvar a su esposa e hijo. La única manera [pensó] de detener la investigación era matarse a sí mismo”.

Kim aclara que la vergüenza no suele ser un factor de peso en los suicidios en Corea del Sur, si bien puede serlo en otros países. Chikako Ozawa-de Silva, antropóloga en el Emory College de Atlanta, nos cuenta que en Japón, “la idea es que al suicidarse, un individuo restablece el honor de su familia y salva al resto de la vergüenza”.

“El valor dado a otras personas se convierte entonces en una carga adicional”, explica Kim. La vergüenza individual puede filtrarse y mancillar al entorno. Bajo la antigua ley confuciana, serían ejecutadas hasta tres generaciones de los familiares de un criminal.

Tanto en japonés como en coreano las palabras ‘ser humano’ significan ‘humano entre’. El sentimiento de individualidad es mucho más laxo en Asia que en occidente, y más absorbente. Se expande hasta incluir los grupos de los que uno forma parte. Esto implica un profundo sentimiento de responsabilidad hacia los demás que resuena profundamente en aquellos con tendencias suicidas.

No se trata de lo que uno espera de sí mismo sino de lo que cree que piensan los demás. Que ha decepcionado a otros, que ha fracasado como padre, como hermano, o lo que sea”

La concepción de uno mismo, en Japón, está muy íntimamente vinculada a su función. Según Ozawa-de Silva, es habitual que la gente se presente antes por su título que por su nombre. “En lugar de decir, ‘Hola, me llamo David’, en Japón dirán, ‘Hola, soy el David de Sony”, asegura. Esto ocurre “incluso al relacionarse en entornos informales”. En tiempos adversos, este impulso japonés de llevar el rol profesional al terreno personal puede resultar especialmente letal. “Llevan años, incluso siglos, glorificando el suicidio, probablemente desde los Samurái”. Como la gente tiende a ver su empresa como si de su familia se tratara, “un director general dirá, ‘me hago cargo de la responsabilidad de la empresa’ y se quitará la vida, y lo más probable es que los medios vean esto como un acto honorable”, asegura Ozawa-de Silva. En Japón, noveno país mundial en el ranking de suicidios, se estima que dos terceras partes de los suicidios acontecidos en el 2007 fueron masculinos. “En las sociedades patriarcales lo normal es que la responsabilidad la asuma el padre”.

El extraño caso chino

China ha pasado de tener una de las tasas de suicidio más alta del mundo, en 1990, a una de las más bajas. El año pasado, un equipo a cargo de Paul Yip, en el Centro de Investigación y Prevención del Suicidio de la Universidad de Hong Kong, descubrió que la tasa de suicidio había descendido del 23,2 por cada 100.000 personas a finales de 1990 al 9,8 por 100.000 en el 2009-11. Esta asombrosa caída del 58 por ciento se produce en un momento de grandes desplazamientos desde el campo a la ciudad, del mismo tipo que en el pasado reciente de Corea del Sur. Y, sin embargo, parece que con el efecto contrario. ¿Cómo puede ser?

Kim cree que China está viviendo una especie de “tregua” achacable a la ola de esperanza que siente la gente al encaminarse hacia una nueva vida. “Los suicidios aumentarán, sin duda”, asegura, señalando que Corea del Sur vivió descensos similares entre los setenta y los ochenta, cuando su economía estaba en rápida expansión. “La gente cree que será más feliz cuanto más rica, y concentrados en sus metas no piensan en suicidarse. Pero es distinto cuando alcanzas tus metas y no encuentras lo que esperas”.

De hecho, la esperanza en lugares desesperados puede resultar peliaguda, tal y como descubrió Rory O’Connor en Glasgow. “Formulamos la siguiente pregunta: ¿Encuentras siempre beneficioso tener una visión optimista del futuro? Nuestra intuición nos hacía pensar que sí”. Pero al observar los “pensamientos futuros intrapersonales”, aquellos que no consideran otra cosa más que el yo, como “quiero ser feliz” o “quiero estar bien”, el equipo volvió a sorprenderse. O’Connor evaluó en el hospital a 388 personas que habían intentado acabar con sus vidas, para después llevar a cabo un seguimiento de reincidencias los siguientes 15 meses. “Los estudios previos habían revelado una menor tasa de fascinación suicida en aquellos con niveles altos de pensamientos intrapersonales futuros”, nos cuenta. “Descubrimos que el mejor predictor de intentos futuros era el comportamiento pasado –nada del otro mundo- pero también esta cosa del pensamiento intrapersonal futuro. Y no en la dirección que hubiéramos pensado”. Resultó que la gente con mayor tendencia a este tipo esperanzador de pensamiento personal era más propensa a intentar suicidarse de nuevo. “Estos pensamientos pueden ser positivos en tiempos de crisis”, dice. “Pero, ¿Qué ocurre con el tiempo, una vez te das cuenta de que nunca vas a alcanzarlos?”.

Algo que Asia y Occidente sí tienen en común es la relación entre los roles de género y el suicidio. Pero claro, es que los estereotipos occidentales sobre la masculinidad son mucho más progresistas, ¿no es cierto?

Se cree que lo significativo de nuestros proyectos no influye tanto sobre nuestro bienestar. Lo que marca la verdadera diferencia sobre nuestra felicidad es si estos proyectos son o no realizables

En 2014, el psicólogo clínico Martin Seager y su equipo decidieron poner a prueba la definición cultural de lo que entendemos por ser hombre o mujer. Se sirvieron de una serie de preguntas cuidadosamente pensadas para hombres y mujeres reclutados a través de una selección de webs norteamericanas y británicas. Lo que descubrieron sugiere, que para los tiempos que corren, las expectativas que albergan ambos sexos en cuanto al concepto de hombre, siguen ancladas en los años 50. “El primer requisito es ser un luchador, un triunfador”, explica Seager. “El segundo es el deber de proteger y proveer, y el tercero mantener la compostura y el control en todo momento. Si incumples cualquiera de estos requisitos es que no eres un hombre”. Ni que decir tiene que además, un ‘hombre de verdad’ no debe dar nunca muestras de debilidad. “Un hombre que pide ayuda será siempre objeto de burla”, asegura. Las conclusiones de este estudio reflejan, de forma notable, lo que O’Connor y sus colegas venían diciendo sobre el suicidio masculino desde su informe para los Samaritanos en el 2012: “Un hombre se mide a sí mismo contra un ideal masculino que premia el poder, el control y la invulnerabilidad. Cuando un hombre siente que no se ajusta a este ideal, llega la vergüenza y el sentimiento de derrota”.

Metrosexuales

En Occidente, a veces tenemos la sensación de que en algún momento, a mediados de los ochenta, decidimos que los hombres eran algo abominable. La lucha por la igualdad de derechos y la seguridad sexual de las mujeres, ha dado como resultado décadas de percepción del hombre como un abusador, violento y privilegiado. Las versiones modernas del hombre, surgidas en oposición a estas críticas, no son más que criaturas risibles: el vanidoso metrosexual; el marido inútil que no sabe operar un lavavajillas. Entendemos, como género, que ya no se nos permite mantener la expectativa de control, de liderazgo, de pelea, de soportarlo todo con calma y resignación, de perseguir nuestras metas con tal determinación que no deje tiempo para amigos ni familia. Estas aspiraciones son ahora motivo de vergüenza sin razón aparente. Pero, ¿qué podemos hacer? Nuestra definición de éxito no ha cambiado, a pesar de los avances sociales, como tampoco lo ha hecho lo que entendemos por fracaso. ¿Cómo haremos para desmontar los impulsos de nuestra propia biología o los imperativos culturales, reforzados por ambos sexos desde el Pleistoceno?

Mientras hablamos, le confieso a O’Connor que hace tiempo, quizás diez años, yo mismo le pedí antidepresivos a mi médico, temeroso de que me diera por hacer una tontería, y salí de consulta con la receta: “Vete al bar y diviértete un poco”.

“¡Por Dios!” dice, frotándose los ojos con incredulidad. “¿Y eso ocurrió hace tan sólo diez años?”. “Es cierto que a veces pienso que debería estar medicado”, le digo. “Y me avergüenza decirlo, pero me preocupa bastante lo que mi mujer pudiera pensar”. “¿Lo has hablado con ella?”, pregunta.

Por un momento siento tal vergüenza que no puedo articular palabra.

“No”, contesto. “Y me tenía por alguien que se sentiría cómodo al charlar de estas cosas, pero ha sido aquí, hablando, que he caído en la cuenta. La típica mierda masculina”.

 “¿Pero es que no lo entiendes? No es ninguna mierda”, dice. “¡Ese es justo el problema! En la narrativa actual se dice que ‘los hombres son una mierda’, ¿verdad? Pero eso es una gilipollez. No hay manera de cambiar a los hombres. Se les puede tunear, no me malinterpretes, pero es la sociedad la que tiene que plantearse, ‘¿A qué servicios, que nosotros podamos ofertar, estarían ellos dispuestos a acudir? ¿Qué ayuda podemos ofrecerles para cuando se sientan angustiados?”

Entonces me habla de una amiga suya que se mató en 2008. “Aquello tuvo un impacto enorme sobre mí”, me dice. “No podía dejar de preguntarme, ‘¿Cómo es posible que no te hayas dado cuenta? Por Dios, llevas años dedicado a esto’. Me sentía un fracaso. Le había fallado a ella y a todo su entorno”.

Esto, a mí, no hace más que recordarme al perfeccionismo social. “Ah, claro. Es que yo soy un perfeccionista social”, asegura. “Soy hipersensible a las críticas sociales, aunque se me da bien ocultarlo. Tengo una desproporcionada necesidad de complacer y soy muy propenso a creer que he fallado a los demás”.

Otro de sus factores de riesgo es la melancolía obsesiva, los bucles cerrados de pensamiento. “Soy un perfeccionista social y un melancólico obsesivo, sí, sin lugar a dudas”, asegura. “Cuando te vayas me pasaré el día entero, y luego la noche, rumiando, ‘vaya, no puedo creer que haya dicho eso’. Me voy a matar...“, hace una pausa, y corrige, “me voy a castigar mucho con esto”.

"La relación entre perfeccionismo social y tendencias suicidas está presente en todas las poblaciones con las que hemos trabajado, tanto entre los desfavorecidos como entre los ricos"

Le pregunto si él se considera en riesgo de suicidio. “No metería la mano en el fuego”, dice. “Creo que a todo el mundo se le pasa por la cabeza en algún momento. Bueno, no a todo el mundo, pero está demostrado que sí a mucha gente. Nunca he estado deprimido o mostrado tendencias suicidas, gracias a Dios”.

Voluntarios

De vuelta en su gélido cuarto, en una granja en los humedales de Norfolk, Drummond sigue sentado con sus pastillas y sus ansías de tomárselas. Lo que salvó su vida fue la curiosa coincidencia de haber sido voluntario en los Samaritanos. Un día fue allí no a escuchar, como hacía habitualmente, si no a hablar durante horas. “Sé por propia experiencia que hay un montón de gente que debe sus vidas a lo que allí se hace”, nos cuenta.

Drummond ha vuelto a casarse y sus hijos han crecido. Han pasado 30 años desde aquella ruptura. Incluso ahora, todavía le resulta doloroso hablar del tema, así que no lo hace. “Supongo que uno hace por enterrarlo, ¿no?”, dice. “Se espera que lo afrontes como un hombre, y no lo hables con nadie. Eso no se hace”.

martes, 5 de enero de 2016

Entrevista al juez de menores ciudarrealeño Emilio Calatayud

Varios textos escogidos sobre o de Emilio Caltatayud:

I

Eduardo Azumendi  "No hay condena más dura para un menor delincuente que sacarse la ESO", en El Diario Norte.es de San Sebastián, 27/07/2014:

El juez de menores, Emilio Calatayud, advierte de que España vive bajo el síndrome de ‘la joven democracia’, en la que los padres no se atreven a decir que no a sus hijos y donde resulta difícil ponerles límites. “El exceso de modernidad democrática perjudica que los menores se conciencien de sus deberes y responsabilidades”.

Emilio Calatayud es el juez de menores de España con más años en el cargo y con las sentencias más aleccionadoras. Su principio es que se puede reparar el daño causado sin llegar al internamiento, aunque cuando ha sido necesario lo ha ordenado. "Encierras a un menor con 16 años que se cree muy duro y que a lo mejor hasta ha cometido un delito de adulto y en la soledad de la noche y de su celda solo oyes el llanto de un niño". Titular del juzgado de menores de Granada, donde ha hecho su carrera, este manchego (Ciudad Real, 1956) ha juzgado a más de 16.000 menores, de los que 29 habían cometido un asesinato. Y es desde esa experiencia desde la que asegura que el "80% de los menores que cometen algún delito no son delincuentes". La libertad de la edad y de no aspirar a seguir subiendo en el escalafón judicial permite a Calatayud criticar sin reparos la “hipocresía de la sociedad” que hace una cruzada para que se no fume, pero que se muestra ciega “ante los estragos que el botellón provoca entre los menores”. Y en esa línea, arremete contra los principales partidos, el PSOE y el PP, a los que culpa de que España sea “el país más tonto y bruto de Europa. Y lo grave es que a los políticos les interesa que se así para poder manejarlo mejor”. Calatayud, quien ha participado en los cursos de verano organizados por la UPV en San Sebastián impartiendo una conferencia sobre padres desesperados con hijos adolescentes, asegura que  “no hay condena más dura para un menor delincuente que sacarse la ESO”.

¿Se pueden reparar los delitos de menores sin quitarles la libertad?

Se puede y se debe. No todas las personas que cometen un delito son delincuentes. Todos hemos cometido algún delito en nuestra vida, desde conducir con una copa de más, hasta comprar falsificaciones de ropa o bajar música y películas de forma ilegal, defraudar a Hacienda….El 80% de los chavales que cometen delitos no son delincuentes. Lo único que se merecen son uno o dos escarmientos y hay muchas formas de reparar el delito sin privación de libertad. Encierras a un menor con 16 años que se cree muy duro y que a lo mejor hasta ha cometido un delito de adulto y en la soledad de la noche y de su celda, sin nadie de su grupo, solo oyes el llanto de un niño.

En sus sentencias siempre opta por aleccionar más que por castigar.

Ese es el espíritu de la ley, pero eso no quita para que tengamos que condenar a internamientos. Soy el juez de menores más viejo de España, he juzgado a más de 16.000 menores, entre ellos 29 por asesinato. Hay varias alternativas al internamiento, como los trabajos en beneficio de la comunidad, la libertad vigilada….Lo que queremos es acompañar al menor a que madure. La vida delictiva del 80% de los que juzgo comienza a los 13 años y a los 19 baja por una ley natural, porque en realidad no son delincuentes. Y luego tenemos un 10% que es carne de cañón, que va a ser chorizo sí o sí y luego queda otro 10% que es trabajable dependiendo del momento, de los profesionales, de la suerte….Con la actual Ley de Menores estamos consiguiendo que en torno al 85% de los menores no termine en la justicia de adultos.

Usted da una importancia fundamental a la educación en sus sentencias.

Somos el país más tonto y bruto de Europa. Y lo grave es que a los políticos les interesa que se así para poder manejarlo mejor. No hay un pacto o una ley de Educación que dure una generación. Cada vez que ha aprobado una ley el PSOE cuando estaba en el Gobierno hemos ido a más tontos. Todos los años condeno a una media de 20 chavales a aprender a leer. La sentencia más dura para un menor que comete delitos es condenarle a sacarse el graduado en Educación Secundaria Obligatoria (ESO), a leer, que es de las que más aplico. Yo les digo: ‘Vas a estudiar, por lo civil o lo criminal, pero vas a estudiar’. ¿Cómo es posible que me encuentre con menores de 15 años en segundo de ESO y que cuando les mando leer un artículo me dicen que no saben leer? En la escuela les van pasando de curso. Somos los más brutos de Europa.

¿Cree que nos encontramos en una sociedad hipócrita, donde todo es para el menor, pero sin el menor?

Desde luego que no existe afán de legislar para proteger al menor. Resulta que se prohíbe fumar, pero no pasa nada viendo como los menores se emborrachan haciendo botellón.. Yo desde luego prohibiría la práctica del botellón, pero para menores y mayores. Que se beba en los bares y en las terrazas. El botellón se ha institucionalizado. Son complejos de joven democracia, que no sabe decir que no. Como les pasa a algunos padres a la hora de imponer autoridad a sus hijos. Suena como algo de lo que hay que rehuir, pero solo son prejuicios absurdos. La autoridad suena a autoritarismo, a dictadura…Pero la autoridad emana de la familia. Si un menor no respeta a sus padres, mucho menos lo hará con sus maestros.

Hay generaciones que pasan de ser esclavos de sus padres a ver como otras son esclavos de sus hijos

Antes era más fácil ser padre. Llegó la transición, aparecieron los psicólogos y todo se basa en qué hay que argumentar, ser amigo de tus hijos y todo así.  ¿Amigo de tus hijos? Yo de mis hijos soy padre. Si me convierto en su amigo y no actúo como padre les dejo huérfanos. Cuando yo era pequeño y me ponían sopa para comer o la comía o al comía. Si no me esperaba para la merienda o la cena. No había más. Ahora, en la etapa de los padres postconstitucionales si mi niño no come sopa será por algún motivo, por alguna razón extraña, pero nunca es porque no le gusta. Así que al final se le ponen unos filetes. Los padres tienen que educar sin complejos, ahora están encogidos. Si un hijo se convierte en un tirano, al final tiene todas las papeletas para convertirse en un chorizo, en un delincuente.

¿La delincuencia de menores ha bajado?

Sí. Y lo ha hecho por tres motivos. Los niños han vuelto a la escuela, que algunos abandonaron por espejismos laborales; hay más control en la unidad familiar, ya que con eso del paro uno de los dos progenitores está más tiempo en casa; y, además, es que ya no hay víctimas por la calle. El otro día juzgué a un chaval que le había robado el bolso a una viejecita por el método del tirón. ¿Sabe lo que había dentro del bolso? Pues su gato muerto que lo llevaba a enterrar. Lo que sí ha crecido y de manera preocupante es la violencia familiar, la de hijos hacia los padres.

Los hijos tienen obligaciones, pero parece que los padres no se las hacen ver.

El artículo 155 del Código Civil así lo recoge. Los hijos deben obedecer a sus padres y respetarlos mientras convivan con ellos, al menos hasta los 18 años. Se trata de un deber legal y moral. Y a partir de los 18 años pues puerta. Nadie me puede condenar por echar a un hijo que ni quiere estudiar ni trabajar y hace la vida imposible en la casa. El exceso de modernidad democrática perjudica que los menores se conciencien de sus deberes y responsabilidades.

¿Muchos padres tapan lo que ocurre con sus hijos menores hasta que el ambiente es insostenible?

Cuando el menor está empezando a cometer hechos delictivos, injurias, lesiones, daños y está convirtiendo la vida familiar en un infierno es cuando estamos ante un menor que debe ser denunciado. Los padres tapan mucho porque denunciar a un hijo es muy duro, pero cuando ese comportamiento del menor está degradando el ambiente familiar hay que denunciarlo. Eso sí, siempre hechos delictivos. Otro consejo que doy es que el matrimonio esté de acuerdo. Y si están separados, el que no tiene la custodia que no moleste. ¿Qué ocurre? Pues que muchos padres están tapando lo que ocurre durante un año o dos y cuando el menor cumple los 18 años ya no puedes de denunciarle porque entras en la justicia de adultos. Mi recomendación es echar de casa a ese chaval porque pueden buscar la ruina a la familia o los padres a él. Por eso lo que hay denunciar el comportamiento cuando es menor.

¿Cuándo un padre entiende que su hijo está cometiendo un delito en casa siendo un menor?

La fuga del hogar no es delito, no ir a clase no es delito. ¿Cómo se obliga a un niño de 14 años a ir al colegio si no le da la gana? Lo que son delitos son insultos, amenazas, golpes, coacciones, tortura psicológica. Cuando ese comportamiento convierte la vida familiar en un infierno es cuando hay que denunciar.

Cada vez más niñas ejercen violencia sobre los padres. ¿Por qué?

Las niñas cometen el 25% de los delitos normales, pero cuando se trata de violencia de hijos a padres estamos en un 45% de niñas. Están copiando lo malo de los niños y cuando son adolescentes tienen muchos problemas. Es el delito típico en el que se equiparan niños y niñas. Es mucho más complicado trabajar con una chica dura que con un chico duro.

¿Un sopapo a tiempo puede tener valor pedagógico?

Confundir un cachete con un caso de malostratos es una barbaridad. El problema del cachete es que hay que darlo en el momento justo con la intensidad adecuada. La sociedad ha cambiado. Me acuerdo cuando mi hijo era pequeño y tenía cuatro años lo llevaba al hospital con una brecha en la cabeza y lo atendían sin problema. Pero ahora los padres son sospechosos de haberlo empujado por la escalera. ¿Dónde ha quedado el sentido común? Socialmente existe una presunción de culpabilidad de los padres. No hay término medio.

Hay países donde incluso se ha recuperado el cachete en las escuelas como valor educativo.

Efectivamente. Si mi padre viviese en la época actual posiblemente estarái condenado a cadena perpetua. Yo ‘cobraba’ todos los días y para nada estoy traumatizado. Más de una que me ha dado mi padre estaba bien dada.

¿Se pueden negociar las normas, pero no los límites?

Hay que saber decir que no. Llega un momento en el que te tienes que imponer como padre y cuando el chico tenga 18 años puerta. Tenemos los complejos de joven democracia, que nos da miedo decir que no. Hay un momento en que hay que decir que no a los hijos y es porque lo dice su padre. Y no hay más.

¿Era más sencillo educar a los hijos en generaciones anteriores?

Es posible que nuestros padres tuvieran menos formación y, sin embargo, ha salido buena gente. Yo siempre digo: tengo 58 años, no he mamado la democracia y nuestra generación tiene complejos porque como hemos estado teóricamente sometidos con la dictadura, cuando nos hemos liberado nos hemos ido al otro lado. En cambio, mi hijo, que tiene 28 años, sí ha mamado la democracia y tiene las ideas más claras. Creo que mi hijo va a tener la posibilidad de educar a sus hijos sin los complejos que hemos tenido nosotros.

II

Emilio Morales, "Decálogo de Emilio Calatayud para hacer de tu hijo un delincuente" en Sur de Málaga, 20 de mayo 2015:

El conocido juez de menores visitó Málaga por motivo del 50 aniversario del colegio El Limonar y dejó una irónica guía para malcriar a los jóvenes

"No se puede ser colega de los hijos. Se tiene que ser padre". El conocido juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, visitó ayer Málaga con motivo del 50 aniversario del colegio El Limonar. Entre todos sus apuntes, hubo uno que llamó mucho la atención a los presentes, que fue el del decálogo que leyó para "Hacer de tu hijo un delincuente". Con mucha ironía, el juez expresa lo que hay que hacer para que las cosas salgan mal a la hora de educar a los jóvenes.

1. Dadle todo cuanto desee, así crecerá convencido de que el mundo entero le debe todo.

2. Reídle todas sus groserías, tonterías y salidas de tono: así crecerá convencido de que es muy gracioso y no entenderá cuando en el colegio le llamen la atención por los mismos hechos.

3. No le déis ninguna formación espiritual: ¡ya la escogerá él cuando sea mayor!

4. Nunca le digáis que lo que hace está mal: podría adquirir complejos de culpabilidad y vivir frustrado. Primero creerá que le tienen manía y más tarde se convencerá de que la culpa es de la sociedad.

5. Recoged todo lo que vaya dejando tirado: así crecerá pensando que todo el mundo está a su servicio; su madre la primera.

6. Dejadle ver y leer todo: limpiad con detergente, que desinfecta, la vajilla en la que come, pero dejad que su espíritu se recree con cualquier porquería. Pronto dejará de tener criterio recto.

7. Padre y madre, discutid delante de él, así se irá acostumbrando. Ycuando la familia esté ya destrozada lo encontrará de lo más normal, no se dará ni cuenta.

8. Dadle todo el dinero que quiera: así crecerá pensando que para disponer de dinero no hace falta trabajar, basta con pedir.

9. Que todos sus deseos estén satisfechos al instante: comer, beber, divertirse,…¡De otro modo podría acabar siendo un frustrado!

10. Dadle siempre la razón: son los profesores, la gente, las leyes… Quienes la tienen tomada con él.

"Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él".


Por otro lado, también dio su opinión sobre la situación en los colegios. Cree que se debe volver a respetar más al maestro - a él le sigue gustando llamarlos así - , o que la expulsión es un recurso que debería suprimirse y ser cambiada por otras vías. También se mojó con los móviles, a los que califica de "droga" para la juventud, y que no deberían caer en sus manos hasta los 14 años.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Las únicas organizaciones terroristas son las que venden armamento

Isidro Sánchez Sánchez, "Organizaciones terroristas", en Mi Ciudad Real, 20 noviembre, 2015 (los diagramas solo pueden verse en el artículo original, aquí:

Guerra no, paz si. Maldita guerra, bendita paz. No a la guerra, si a la concordia. Guerra nunca, paz siempre. Guerra jamás, siempre conciliación. Perversa guerra, armoniosa paz. Desenmascarar a los señores de la guerra y a su impunidad. Descubrir que las empresas de armamento con más éxito y más negocio son las que más asesinan. Desear que esas empresas se declaren en quiebra.

isidroSanchezDecía Lao Tsé (Siglo VI a. C.) que “Toda acción provoca reacciones. La violencia siempre regresa. Sólo zarpas y espinos nacen en el lugar donde acampan los ejércitos. La guerra llama al hambre. Quien se deleita en la conquista, se deleita en el dolor humano. Los que matan en la guerra deberían celebrar cada conquista con un funeral”. Desde entonces las guerras giran en torno al dinero, a los beneficios, por los que los poderosos están, dispuestos a sacrificar a las personas.

Escribía en su bitácora Una antropóloga en la luna   que Durante la I Guerra Mundial, sólo el 10 por ciento de todas las bajas eran civiles; durante la II Guerra Mundial, el número de muertes de civiles se elevó al 50 por ciento; durante la Guerra de Vietnam, el 70 por ciento de todas las bajas fueron civiles; y en la Guerra en Iraq, los civiles representan más del 90 por ciento de todas las muertes. Y es que la guerra ya no es lo que era pues en la búsqueda de la riqueza sus víctimas son principalmente civiles.

Afirmaba el periodista y escritor Eduardo Galeano en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés (2008) que en el mundo actual “los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedo a la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras”. Efectivamente, es el negocio criminal de las armas que tan bien estudia y describe el Instituto Internacional de Estocolmo de Investigación para la Paz (SIPRI).

Declaraba Milos Zeman, presidente de de la República Checa, que la actual ola de migración es consecuencia de la loca idea de intervenir en Irak, donde presuntamente había armas de destrucción masiva pero al final no se encontró nada. A continuación, recordaba, se decidió “restaurar el orden en Libia y después en Siria”. Esas decisiones, agregaba el jefe del Estado, tuvieron como consecuencia el surgimiento de regímenes terroristas, que provocaron un flujo incontrolable de inmigrantes ilegales. E indicaba asimismo que “la culpa no sólo es de EE UU, pues algunos países de la U E también coordinaban sus acciones contra Libia”. Hasta Tony Blair ha reconocido el tremendo error. Mientras tanto, José María Aznar López, el comparsa del “trío de las Azores”, sigue encantado de conocerse.

Es preciso no olvidar que EE UU financió y pertrechó a los talibanes para derrocar al único presidente de toda la historia de Afganistán que intentó sacar a su país de la edad Media; que la OTAN destruyó Iraq, el país árabe más desarrollado hasta entonces; que la OTAN arrasó Libia, el país con el Índice de Desarrollo Humano más elevado de toda África; que EE UU y Europa dieron alas a la guerra en Siria, hasta llegar a la situación actual; que el llamado Estado Islámico está apoyado entre bambalinas por diversos estados de la zona y occidentales que, entre otras cosas, compran su petróleo a precio de ganga; que los drones asesinos, con nombres tan significativos como Predator (Depredador) o Reaper (Segadora) y cuartel general en en la base militar de Ramstein (Alemania), han matado ya a más de 2.000 personas y bombardean, incluso, hospitales.


Y como punta de lanza de las acciones bélicas aparece la organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), nacida en 1949 como medio de presión hacia al Unión Soviética. Cuando cayó el Bloque del Este, ya en un mundo unipolar, la Organización militar siguió en activo y no se disolvió pues el negocio es el negocio. Hoy sus partidarios la consideran un elemento importante para combatir a las organizaciones terroristas internacionales. Pero sus detractores juegan con las siglas y la llaman Organización Terrorista del Atlántico Norte.

Como colofón, un recuerdo emocionado para las numerosas víctimas de organizaciones terroristas: para las de Nigeria (18-11-2015), para las de París (13-11-2015), para las de Líbano (12-11-2015), para las del avión ruso derribado por una explosión en Egipto (31-10-2015)… Pero también para las de los conflictos armados activos, según el Atlas de Historia crítica y comparada de Le Monde diplomatique, a fecha 1 de julio de 2014: Afganistán, Argelia, Birmania, Colombia, Etiopía, Filipinas, India, Malasia, Malí, Mozambique, Nigeria, Pakistán, Palestina, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Rusia, Siria, Somalia, Sudán, Ucrania, Uganda, Tailandia, Turquía y Yemen.

jueves, 18 de junio de 2015

Un nuevo juego electrónico "educativo": matar al profesor

Julio Llamazares, "Pegar al profe", en El País, 18 JUN 2015:

No se sabe qué juego es peor; si el virtual de una juventud que pega a los profesores como diversión o el real de una sociedad que lo hace con su desconsideración.

Tras el juego de atropellar ancianos, tan divertido, parece que ahora el que va a triunfar entre nuestros jóvenes es uno que consiste en pegar al profesor, ese enemigo público para muchos de ellos y más en tiempo de exámenes como el de estos días. Las imágenes que he visto por la televisión no pueden ser más explícitas: el alumno le pega al profesor con una silla, le clava unas tijeras en el cuello, se ensaña con él cuando está en el suelo… Comparado con el de atropellar ancianos, tal vez sea un poco ligth, pero a buen seguro que tendrá éxito.

Sin reparar en el trauma que pueden provocar en nuestros jóvenes, muchas personas han pedido enseguida la prohibición del juego, algo difícil de conseguir porque la libertad de expresión ampara su difusión y, si no, tampoco importa demasiado: la piratería ya se encargará de que llegue al último iPad, PC, Mac, smartphone, iPhone, Play Station y demás apéndices tecnológicos a los que nuestra población más joven permanece conectada día y noche como los enfermos a sus goteros en el hospital. El prestigio del que gozan los piratas informáticos no lo han ganado a la lotería.

Como miembro de una familia de profesores (uno prefiere decir maestros, una palabra que debería recuperarse por lo que significó y significa para mucha gente), el cuerpo también me pide rasgarme las vestiduras y poner el grito en el cielo por lo que parece un paso más hacia el envilecimiento de una juventud que, al parecer, ya no respeta ni a los ancianos, ni a sus padres, ni a los profesores; es más, que disfruta despreciándolos y humillándolos, ya sea en sus juegos, ya sea en la realidad. El problema con el que me encuentro es que comparto aún menos las opiniones de los que se escandalizan del jueguecito, entre los que reconozco a muchas personas que llevan culpando a los profesores de todos los problemas de sus hijos y desautorizándolos ante éstos, que han aprendido a verlos así como sus enemigos. Que políticos que han acusado de vagos y de ignorantes a nuestros profesores, que tertulianos que han opinado de ellos que son unos egoístas por oponerse a ciertas políticas ministeriales de restricción más que por ellos por sus alumnos, que la misma sociedad que los considera unos pobres hombres sin aspiraciones por dedicarse a una actividad tan poco gratificada económicamente se erijan ahora en sus defensores invita a uno a situarse en la trinchera opuesta. Juego por juego, no sé cuál es peor, si el virtual de una juventud que pega a los profesores como diversión o el real de una sociedad que lo hace de verdad desde hace tiempo con su desconsideración.

domingo, 30 de mayo de 2010

Colombia, donde la esperanza es imposible

"Dos matemáticos y un delfín", Héctor Abad, El País 29/05/2010

Si bien en Colombia no existen los títulos nobiliarios, casi siempre hay algo dinástico en nuestras elecciones presidenciales. En ellas suelen participar -y casi siempre ganan- hijos o nietos de ex presidentes de esta aristocrática república tropical. En las de este domingo participan Germán Vargas Lleras, nieto del ex presidente Carlos Lleras, y Juan Manuel Santos, primo hermano del actual vicepresidente, Francisco Santos, y además sobrino nieto de Eduardo Santos, presidente del año 1938 al 1942. Si en Colombia hubiera nobleza, Juan Manuel Santos sería, no digamos un duque, pero sí un barón o un vizconde, o cuando menos un caballero de la industria, gracias al diario El Tiempo, el periódico con más circulación del país, cuya propiedad ahora comparte la familia Santos con el Grupo Planeta. El Tiempo, sobra decirlo, apoya abiertamente la candidatura de su antiguo dueño, que se precipitó a vender sus acciones hace pocas semanas.

Según las encuestas, Juan Manuel Santos debería ganar la primera vuelta este domingo, por encima de Antanas Mockus, el candidato del Partido Verde. Santos presenta su nombre por el Partido de la U. Esta U, aunque no se lo diga, es solapadamente la U del apellido del presidente Uribe. Casi nadie sabe que su nombre oficial es "Partido de la Unidad Nacional". No, para el común de las gentes la U es la inicial de Uribe. En Colombia, por asuntos de hipocresía electoral, el presidente en ejercicio no puede tomar partido por ningún candidato, pero la ley se incumple haciendo trampa por debajo de la mesa. Santos, para burlar la norma, y asesorado por un consultor venezolano experto en trucos electorales (J. J. Rendón) contrató avisos radiales con un imitador de la voz de Uribe. La voz dice que lo apoya. Cuando se le pregunta si no le parece que esto es un acto deshonesto y una burla a la ley, Santos contesta que es tan solo "una picardía".

En mi país, desde los tiempos coloniales, las burlas a la norma (evadir impuestos, saltarse la fila, presentar como guerrilleros muertos en combate a pequeños delincuentes comunes) se ven como picardías graciosas, propias de pícaros casi literarios en la dura tarea de sobrevivir en un entorno hostil. Es de este tipo de "picardías" (y de otras aun más graves) de las que estamos hartos muchos colombianos. Y a este hartazgo se debe el ascenso prodigioso que han tenido en las últimas semanas un par de candidatos excéntricos. Se trata de dos doctores en matemáticas que resolvieron hacer una alianza electoral cuya bandera es elemental: respeto por las normas, honradez, legalidad.

Algunos les dicen "el binomio de oro"; otros, "la fórmula matemática". Se trata de Antanas Mockus (licenciado en Matemáticas y Filosofía en la Universidad de Dijon y doctor honoris causa de la Universidad de París) y de Sergio Fajardo (Ph.D en Lógica Matemática por la Universidad de Winsconsin). Su diploma político, sin embargo, es más importante: convirtieron a dos de las ciudades más violentas y desprestigiadas de la tierra, Medellín y Bogotá, en dos ciudades que hoy, con todos sus defectos, son un ejemplo para América Latina. Un solo dato: después de Mockus la violencia en la capital de Colombia se redujo en dos tercios. Con Fajardo, Medellín pasó de 6.500 homicidios anuales (una cifra de país en guerra) a 650. No fueron milagros: fueron actos de inteligencia y coraje. Un ejemplo entre muchos: Fajardo dedicó el 40% del presupuesto municipal a la educación de los más pobres. Su consigna: "la vida es sagrada."

La fórmula matemática consiste en que, en caso de ganar, Antanas Mockus sería el presidente y Sergio Fajardo, vicepresidente y ministro de Educación. No son dos profesores despistados sino dos ciudadanos ejemplares que se hastiaron de la política corrupta, de la violencia mafiosa, guerrillera o paramilitar. No son dos soñadores con la cabeza en las nubes sino dos hombres con los pies en la tierra que han demostrado que saben administrar con eficiencia y pulcritud los recursos públicos. Con ellos están otros dos ex alcaldes de Bogotá con mucho prestigio: Enrique Peñalosa y Luis Garzón. De Peñalosa se recuerdan las mega-bibliotecas que construyó en los barrios populares de la ciudad; de Garzón, su exitoso plan de "Bogotá sin hambre", que les dio desayuno a los niños de todos los colegios populares, muchos de los cuales iban a la escuela sin haber probado bocado. A la sombra del Partido Verde estos cuatro ex alcaldes de las dos ciudades más importantes de Colombia han hecho una campaña prodigiosa que nos tiene soñando en un país más amable, menos iracundo.

Cuando sus porcentajes en las encuestas eran bajos (Fajardo el 9%, Mockus el 5%) los demás candidatos (la ex embajadora Noemí Sanín, el liberal Rafael Pardo, el ex guerrillero Petro, candidato de la izquierda) los veían como un fenómeno marginal de opinión, con asiento en las universidades y en la clase intelectual. Pero desde que Fajardo adhirió generosamente a la candidatura de Mockus, con la tesis de que "dos matemáticos no suman, sino que multiplican", las posibilidades del Partido Verde han subido como espuma y hoy están empatados con Santos, el delfín de Uribe. Mockus y Fajardo le han aportado además a la campaña una dosis grande de cordialidad, de ironía y buen humor. No usan los ataques personales, las mentiras, las descalificaciones desdeñosas. Su estilo es amable porque en Colombia muchas veces la violencia física empieza con violencia verbal. Su cordialidad es desarmante.

Santos y Sanín son los candidatos del viejo establecimiento. Nunca han sido elegidos por voto popular, siempre nombrados por los mandatarios de turno. Han trabajado en gobiernos conservadores, liberales, uribistas... Ellos mismos han estado afiliados a distintos partidos o movimientos independientes. Son veletas de la política, capaces de las más grandes volteretas ideológicas con tal de adaptarse al gobernante de turno y conservar su porción de poder. Ambos fueron enemigos de Uribe, pero terminaron trabajando para él. "El que no cambia de opinión cuando cambian las circunstancias es un idiota", declaró Santos, sin parpadear, y sin ver en esto ni la sombra de lo que significa: oportunismo político. Noemí Sanín pasó de denunciar a Uribe como paramilitar, a ser su embajadora en España.

El escenario más probable este domingo es que Santos y Mockus sean primero y segundo, con lo cual pasarán a la segunda vuelta, el 20 de junio. La propaganda negra ya intenta hacer ver a Mockus como alguien cercano a Chávez, simplemente porque no se le enfrenta con la furia verbal de los demás. Pero pocas cosas más distintas, en talante, en ideología y en políticas, que el viejo rector de la Universidad Nacional y el coronel golpista convertido al "socialismo del siglo XXI". Será muy difícil que Mockus gane en una segunda vuelta.

El delfín Santos tiene a Uribe, tiene a los caciques, tiene la maquinaria de su partido. Cuenta incluso con el apoyo oculto de lo peor: los ex paramilitares y mafiosos de la droga, reciclados en impresentables movimientos políticos regionales. Tan impresentables son, que lo apoyan en silencio, sin poderlo decir abiertamente porque serían desautorizados por el candidato. En eso consiste también la picardía: en recibir el apoyo de los más corruptos, pero sin dejarlo saber en público.

A todo esto se oponen Mockus y Fajardo, con la sola arma de la razón y de las razones. No sabemos si será suficiente. La victoria de estos excéntricos sería un salto al vacío, dicen los más cercanos al presidente Uribe. ¿Dos profesores de matemáticas al gobierno de un país tan complejo? ¿Por qué no? Ya demostraron, en dos de las ciudades más complejas del mundo, que el problema de gobernarlas se podía resolver. Sería muy curioso que en Colombia se realizara el sueño de Platón: un filósofo al poder.

Héctor Abad Faciolince, escritor colombiano, es autor de El olvido que seremos (Seix Barral)

lunes, 25 de enero de 2010

Javier Marías, Los matones protegidos


Javier Marías, "Los matones protegidos", 24-I-210.

Uno de los ejemplos más claros de cómo nuestras sociedades están entregadas a la política del appeasement o apaciguamiento -la que practicaron las democracias ante Hitler, y así les fue a partir de 1939- lo encontramos en el fútbol. Hace ya quince años escribí un artículo defendiendo al antiguo jugador del Manchester United Eric Cantona, que recibió unas severísimas sanciones por parte de su club y de su selección francesa, así como la reprobación de la prensa, porque se hartó de un individuo que le soltaba barbaridades sin cesar y, al retirarse del campo, expulsado, se acercó a él y le propinó un acrobático puntapié. Posiblemente no debió patear a aquel hincha, pero se comprende que lo hiciera. Quizá mereció las sanciones, pero no la condena moral generalizada que las acompañó. El agredido, como todos los hinchas groseros y violentos que llenan los estadios, se estaba amparando en la masa y en el anonimato, estaba actuando con cobardía al insultar a resguardo al jugador, cosa que sin duda no habría hecho a solas y en su proximidad. Seguramente ningún hooligan se habría atrevido. Pocas acciones más despreciables que la de atacar en manada, sabiéndose impune, indistinguible, a salvo de las consecuencias. Decía en aquella pieza remota que si hubiéramos visto esa secuencia en una película, la mayoría habríamos aplaudido a Cantona: el héroe, cansado de sufrir vejaciones, habría individualizado a la masa y le habría dado su merecido, mala suerte para el que se llevó el puntapié. No sabemos ver la vida real con la nitidez con que vemos cine o leemos novelas.


Algo parecido ha sucedido ahora con un delantero del Inter de Milán llamado Balotelli. Pese al apellido y a haber nacido en Palermo, se trata de un fornido negro, de madre ghanesa, motivo por el cual padece toda clase de insultos racistas cada vez que salta a un campo, y nunca tiene fácil jugar en la selección de su país, ya que, según demasiados aficionados, "no hay negros italianos". Hace unas semanas, en un partido en Verona, tras haber soportado durante ochenta y ocho minutos los gritos simiescos del público, fue sustituido, y al retirarse aplaudió irónicamente a la masa que no había parado de humillarlo. Luego, ante los micrófonos, añadió otra "afrenta": "El público de Verona me da cada vez más asco". Cualquiera en su situación habría dicho, o por lo menos pensado, otro tanto. A diferencia de Cantona en su día, no se encaró con ningún aficionado ni a ninguno pateó. Se limitó a aplaudir y a expresar sus comprensibles sentimientos. Sin embargo, eso le ha valido una multa de siete mil euros, impuesta por el árbitro, "por haber provocado al público". El Presidente del Chievo Verona se ha permitido negar la evidencia: "El problema no es el color de su piel, sino su actitud provocadora, que incita a que lo insulten". Hasta el alcalde de esa ciudad de amantes ha dicho su majadería: "Un profesional tiene que aguantar pitos e insultos". (No ha explicado por qué, pero el estamento político-futbolístico italiano, con Berlusconi a la cabeza de los sin cerebro, hace tiempo que perdió toda capacidad de razonar.) Es decir, a uno se lo hostiga sin pausa durante el ejercicio de su trabajo, y además en plan racista, y es uno el que "provoca al público" si reacciona mínimamente.

¿De dónde proceden estas ideas de que "un profesional" ha de callar ante los insultos, y de que el público sigue siendo "respetable" cuando hace muchísimo que dejó de serlo en todas partes? Recientemente oí reproches hacia Casillas porque se acercó a un crío valenciano que lo ponía verde y le pidió un poco de educación, nada más. "Hay que hacer caso omiso y concentrarse en el juego", lo amonestaban los periodistas. Yo me pregunto cómo se hace caso omiso de las barbaridades que uno escucha nítidamente dirigidas a uno, de principio a fin de un partido. Cómo se concentra uno en parar los disparos. Salvando las distancias, es como si a un actor de teatro se le pidiera que pasara de los insultos lanzados con profusión desde el patio de butacas y se ciñera a su texto, como si allí no hubiera nadie. O a un cantante que siguiera impertérrito con su recital mientras le llueven abucheos e injurias. O a un escritor que continuara con su conferencia mientras los oyentes lo llaman "hijoputa" y "cabrón". Y como si a todos estos "profesionales" se los castigara y multara por interrumpirse o hacer frente a sus groseros detractores. El razonamiento -es un decir- de los responsables del fútbol es más o menos: "Cualquier respuesta sólo empeorará las cosas". Esto es: "Permitamos y protejamos los abusos, el matonismo y la violencia verbal, no vayamos a soliviantar a los soliviantados". Lo mismo que en los años treinta: "Cedamos ante el furioso Hitler, no se vaya a poner aún más furioso". Ceder ante los comportamientos fascistas siempre se paga caro, porque el espíritu fascista -que puede darse en gente de izquierda- toma por debilidad cualquier inhibición del adversario, y no hace sino envalentonarse y aumentar su agresividad, hasta aniquilar a ese adversario. Si el apaciguamiento está institucionalizado; si los violentos y matones están protegidos; si se condena al individuo valiente que se enfrenta a ellos o por lo menos les señala su cobardía y su mezquindad, no es de extrañar que éstos se crezcan y que cada vez estemos todos más y más a su merced.