miércoles, 31 de mayo de 2017

Profunda entrevista a Eduardo Lourenço

Alfonso Armada entrevista a Eduardo Lourenço: «Estamos experimentando el crepúsculo de las Luces como mito», en Abc cultural, 25-V-2017:

El ensayista, autor del clásico «El laberinto de la saudade», para quien «heterodoxo» y «libre» son sinónimos, es el intelectual más lúcido y humilde de Portugal. El viernes inauguró la Feria del Libro de Madrid, dedicada este año a su país

Eduardo Lourenço nació el 23 de mayo de 1923, es decir, hace 94 años, en São Pedro de Rio Seco, concejo de Almeida, distrito de Guarda, no lejos de la frontera con Salamanca. El jurado del premio Pessoa (antes había recibido la otra gran medalla de la lusofonía, el Camoes) justificó así su elección: «En un momento crítico de la historia y de la sociedad portuguesa, se vuelve imperioso y urgente prestar reconocimiento al ejemplo de una personalidad intelectual, cultural, ética y cívica que marcó el siglo XX portugués». Para Pedro Rosa Mendes, uno de los más brillantes periodistas portugueses, Lourenço es: «el mejor de todos nosotros». En su justificación, el jurado del Pessoa también se refirió a la «generosidad y modestia» de quien ha volcado tanta energía y lucidez en leer Europa y las letras portugueses. Lector y profesor durante 60 años en Saint-Paul-de-Vence, en plena Costa Azul francesa, a la personalidad paradójica de Fernando Pessoa quien, como Walt Whitman, contenía multitudes, entregó su vida. El escritor Guilherme d’Oliveira Martins, en un artículo en el que le calificaba de «interrogador de laberintos», decía que quien se sentiría más feliz de que le concedieran el Pessoa a Lourenço sería uno de sus más celebrados heterónimos, Alberto Caeiro, el autor de El guardador de rebaños. Aunque le empiezan a pesar los hombros, se mantiene erguido como un raro junco oriental, con buen apetito, dispuesto a tomarse un helado de vainilla o un chocolate con leche a las cinco de la tarde. Lourenço es la amabilidad personificada, un heterodoxo con el que caminar hacia el horizonte para encontrarse en el restaurante Martinho da Arcada, en la Baixa lisboeta, con las figuras que ha leído y le han leído: «Lo único que yo soy y he sido toda mi vida es un lector. Pero leído por aquello que leyó». Cree, con elegante pesadumbre que estamos experimentando es el crepúsculo de las Luces como mito: «Y eso además a una escala planetaria que desborda nuestra gran tradición, que viene de Grecia».

Haciéndonos eco de la introducción al primer volumen de sus Obras completas, magna tarea que está acometiendo la Fundaçao Gulbenkian, podemos decir con su prologuista, João Tiago Pedroso de Lima: «¿Cómo resistirse a la tentación de adjetivar su figura, su trayectoria, su obra como heterodoxas?». Para Eduardo Lourenço «heterodoxo» y «libre» son sinónimos.

Hablamos en el despacho que mantiene en la Fundación Calouste Gulbenkian, una mañana cálida de abril lisboeta. Mira a su interlocutor con ojos curiosos y amenos, de una dulzura hecha de escuchar e indagar, que al evocar a Annie, su esposa muerta hace tres años tras sesenta de matrimonio, se aguan, mientras con dos dedos de su mano izquierda acaricia sin cesar uno de los muchos recortes de periódico que pueblan el laberinto de su escritorio, como si allí estuviera la respuesta a las preguntas que nunca ha dejado de hacerse. La influencia oriental que él lee en Pessoa está en realidad en el propio Lourenço, en su forma sutil de estar en el mundo. Un Lourenço que no ha perdido pizca de humor, que se ríe de sí mismo con la frescura de un niño extremadamente inteligente, y de quien en septiembre podremos saber más gracias al filme O labirinto da saudade. Dirigido por Miguel Gonçalves Mendes, fue rodado en un hotel de Buçaco, en el centro del país, y además del propio pensador interpretan papeles diversos algunos de sus mejores amigos, una cala en la cultura lusa contemporánea: el arquitecto Álvaro Siza Vieira, los escritores Gonçalo M. Tavares y Lídia Jorge, o los periodistas José Carlos de Vasconcelos (director del Jornal de Letras, Artes e Ideias) y Pilar del Río (presidenta de la Fundación José Saramago).

¿Qué recuerda de su infancia?

Recuerdo que fue un periodo más allá de la inocencia habitual y de las necesidades. Un sitio en el yo no tenía todavía cierto tipo de complejos ni una especie de culpabilidad mórbida. En esa tierra de frontera viví como si estuviera en un pequeño paraíso. Mi mujer, que era francesa, decía que yo mitificaba mucho mi aldea. Pero todos nosotros mitificamos la aldea en que nacimos, aunque sea una capital. Mi aldea queda a la misma altitud que Madrid, 700 metros más o menos, fría en invierno, y caliente en el verano. Era una tierra, en aquel tiempo, muy distante de la capital. El país en el que estamos ahora es un país que tiene muy poco que ver con aquel. En ese país están todas mis raíces, todos mis pasados. Prácticamente todos mis hermanos nacieron en esa aldea.

¿Es cierto que con el paso del tiempo uno recuerda más los sucesos remotos que los más cercanos?

Sin duda. Se está en una especie de pasado eterno. La mayoría de las personas que fueron importantes para nosotros ya no están aquí, de manera que, y voy a decir algo que es evidente, los muertos son más numerosos que los vivos. Pero sobre todo los muertos que fueron para nosotros el centro de nuestro corazón. Es un lugar al que hace tiempo dejé de ir, porque yo viví en el sur de Francia durante sesenta años. Fui al extranjero, para Alemania primero, en 1953, donde me quedé dos años. Después me casé con una francesa...

Annie.

Annie, que era hispanista, hija de un gran hispanista, Noël Salomon, autor de un estudio sobre la figura del campesino en la obra de Lope de Vega. Uno de esos trabajos monumentales. Dedicó quince años a esa tesis, y justo cuando la completó murió. Era también un gran especialista, como mi mujer, en América Latina, sobre todo en México. Más que hispanistas eran americanistas.

¿Qué parte de la memoria es ciencia y cuánto imaginación?

«Todo es memoria. A cierta altura, solo es memoria»Ciencia será poca. Todo es memoria. A cierta altura, solo es memoria. Imaginación nunca tuve mucha. Mi pasión, desde que era muy joven, fue la historia. No porque yo tuviese la menor vocación de convertirme en historiador en el futuro, sino porque mi padre, que era militar, tenía una maleta con libros, y entre ellos una Historia Universal de Europa, y esa incluía fragmentos de la Ilíada, de la Odisea, y hasta de Miguel Strogoff, y sobre todo de historias relacionadas con el imperio romano. A mí padre le debía gustar mucho la historia romana. Recuerdo que bautizaron a un ahijado suyo como Pompeyo. Pero a mí no me bautizaron con esos nombres pomposos.

¿Solo Eduardo?

Solo Eduardo, y basta.

Algunos científicos dicen que cuando uno vuelve a la memoria modifica el recuerdo. Es como si abriera una maleta, un cajón, extrajera el recuerdo, y cuando vuelve a cerrar la maleta, o el cajón, la memoria quedó modificada.

Sin duda. Estamos siempre reconstruyendo nuestro propio presente. Por más inevitable que sea, nosotros somo siempre presente, aunque ese presente contenga siempre las tres dimensiones que San Agustín evocó: siempre pasado, siempre presente y ya futuro. Hay una frase que yo adoro, de un gran poeta, y que algunos sitúan al lado de Pessoa, que es Teixeira de Pascoaes: «El futuro es la aurora del pasado». Esto fue algo que yo escuché cuando estaba en Alemania, en la traducción de un libro de él, Verbo escuro, y que comenzaba con esa frase. Yo me quedé perplejo, porque no entendía muy bien qué es lo que quería decir. Pero poco a poco fui entendido esa visión. Porque de hecho la revelación se produce siempre en el futuro. Algo de lo que uno no se dio cuenta cuando lo vivía, o lo percibió de manera errónea, se esclarece de forma luminosa a medida que avanza hacia ese futuro, cuando parecía que sería algo inalcanzable.

¿Cómo eran sus padres y cómo le influyeron a la hora de sembrar la pasión por la lectura de los libros y la lectura del mundo?

Mi madre solo recibió educación primaria, que era lo común en aquella época en las aldeas portuguesas. La familia de mi padre se trasladó a Lisboa, donde mi abuelo tenía un comercio, una zapatería, y dejaron a mi padre, siete años, en São Pedro de Rio Seco. A los 12 años le llevaron a la capital, al encuentro de sus padres, muy distantes, y él, que había asistido a algunas clases de comercio en Oporto, acabó por alistarse en el ejército, con la idea de escapar. Porque él en realidad quería ser médico. Se sentía muy frustrado por lo que había sido su propia educación. Se convirtió en oficial, y murió siendo capitán. Tuvo cierta influencia en mí, pero a distancia, porque él estuvo muy poco tiempo con nosotros. En 1974, cuando ya era padre de cuatro hijos, se ofreció para ir a África, donde estuvo seis años cuando más lo necesitábamos.

¿En Angola o en Mozambique?

Él estuvo en el norte de Mozambique. Nos transmitió una idea muy positiva de la relación con África. Pero pienso que debió ser una experiencia para él muy dura permanecer tanto tiempo, seis años, alejado de la familia, de los hijos. Fue la suya una vida muy sacrificada. Él no tenía inquietudes propiamente literarias, pero sí culturales. No es que tuviera muchos libros, pero sí algunos en una maleta. No era la de Pessoa, pero era mi maleta. Había sobre todo novelas de Júlio Dinis, un escritor del siglo XIX, y el autor de la primera novela verdaderamente romántica de la literatura portuguesa. Es considerado un autor menor, pero sabía inglés y estaba muy influenciado por la literatura inglesa. Desde luego no era Eça de Queirós. Nadie lo es.

¿Se puede establecer alguna simbología, aunque solo sea semántica, entre el arca de Pessoa y el arca de Lourenço? Desde luego, ambas parecen pozos sin fondo, de las que no dejan de salir papeles, papeles, papeles...

La diferencia es infinita. Porque el arca de Pessoa está llena de personas. En un momento dado, hace mucho tiempo, yo pude acceder a la famosa arca. Y sufrí una de las grandes tentaciones de mi vida. Porque la familia de Pessoa, la hermana, vivía en una avenida cercana al Marqués de Pombal. Y enseñaban la famosa maleta de Pessoa, y la maleta, el arca, quedó intacta. Yo mismo metí la mano en aquella maleta y saqué un cuadernito lleno de anotaciones, y era un cuaderno de Álvaro de Campos. Y me dio miedo de que un documento así acabara en América, lejos de Portugal. Y durante unos segundos dudé en apropiarme de ese cuaderno. La hermana no tenía verdaderamente conciencia del valor de lo que allí había. La sobrina, sí. Con el paso del tiempo sí se dieron cuenta de lo que representaba Fernando Pessoa, el mítico. Pero era una familia muy simpática, y el acceso a aquella casa muy fácil. La sobrina era una muchacha muy bonita, y hasta sentí que no la hubiera conocido el poeta. Quizás hubiera sido un personaje menos misógino.

En un perfil de nuestro querido Jornal de Letras, Artes e Ideias lo retrataban como a un filósofo que tiene la pasión de la prensa, que recorta metódicamente. ¿Lo sigue haciendo? ¿Qué le alumbran los periódicos?

«Siempre fui un gran lector de periódicos. Soy una especie de papiro»

Los periódicos, por repetir la famosa frase de Hegel, son la oración matinal del hombre moderno. Una oración un tanto dudosa, porque de esa oración, de pasar las páginas, se quedan los dedos manchados de tinta. Siempre fui un gran lector de periódicos, pero lo cierto es que he pasado una buena parte de mi vida leyendo periódicos. Soy una especie de papiro. Cada uno tiene sus manías. Y cuando llegué a Francia leer Le Monde todos los días se convirtió en un vicio. Todavía hoy sigo comprando Le Monde, de vez en cuando El País, y cuando estuve en Italia me gustaba mucho leer La Repubblica. Me gusta leerlos porque tienen una faceta cultural muy fuerte, especialmente Le Monde.

La Biblioteca Nacional de Portugal se convertirá en la destinataria final de su legado. ¿Es como ser encuadernado en vida, tener todos los papeles guardados y clasificados en la Biblioteca Nacional?

Es algo muy extraño. Un poco pretencioso. Pero desde luego no se me ocurre un mejor lugar donde puedan estar preservados y accesibles para el futuro. Tuve la suerte de contar con un estudioso, un universitario que, después con la ayuda de otros jóvenes, lo clasificaron todo. Y aquello parece un cementerio vivo de papelada. Soy yo en papel. Es una cosa un poco perturbadora. Es una sala muy luminosa y cuando paso por allí no consigo imaginar quién fue el que escribió toda aquella papelada.

¿Está todo allí?

Todo fue donado. Tengo la sensación de que soy solo una figura de papel. Se encerró y acabó. No sé muy bien qué es eso.

¿Aquí en la Gulbenkian ya no queda nada?

Aquí no. La fundación no tiene espacios destinados a guardar legados. A mí me gustaría que la considerable biblioteca que atesoró el poeta Jorge de Sena, que vivió buena parte de su vida en América, en Estados Unidos, viniera para aquí, pero aquí no hay sitio. No está previsto. Habría que crear una nueva fundación para hacerse cargo del legado de los escritores.

Adriano Faria dijo de usted que la suya era una «curiosidad por todo que le impulsa y le da energía». Si tuviera que hacer arqueo de su alma, de sus intereses, como un entomólogo de sí mismo, ¿cómo se clasificaría y cómo describiría la casa de sus pasiones?

He sido sobre todo un lector desde que aprendí a leer.

¿A qué edad empezó a leer?

A los siete años. Era un niño muy curioso, aunque yo ya mostraba alguna curiosidad antes de los siete años, y mi madre decía: parece que le gusta leer. Pero con mi padre, militar, siempre tan ocupado, no hubo oportunidad de ese intercambio. Lo único que yo soy y he sido toda mi vida es un lector.

Es una bonita definición

Pero leído por aquello que leyó.

Si a Octavio Paz se le asocia invariablemente con El laberinto de la soledad como clave para intentar descifrar México, ¿le parece acertado (heterodoxias aparte, que luego entraremos en ellas) si asociáramos a Eduardo Lourenço con El laberinto de la saudade como la llave para intentar descifrar Portugal?

«Lo que para España supuso la pérdida de Cuba nosotros lo afrontamos el 25 de abril»Es verdad que cuando escribí esas reflexiones y las había enviado ya a Lisboa, estaba sentado a la mesa con mi mujer y de repente me acordé –porque en el título original se hablaba también de«psicoanálisis mítica»– de aquel título, El laberinto de la soledad, del que tenía más o menos conciencia. Porque yo conocía no la lectura total, pero sí el título y algo más porque fue uno de los primeros libros con los que me encontré cuando llegué a Alemania. Pero cuando envié mi escrito no me acordé del libro de Paz. Fue un amigo mío de entonces, también poeta y ministro de Educación, quien lo vinculó al ensayo del escritor mexicano. Después yo mismo me di cuenta de que tenía algunas coincidencias, aunque no se trata de la misma cosa. Porque el libro de Paz es el de dos identidades, y de la lucha entre ellas, mientras que el mío era una cosa mucho más modesta. Fue a raíz del 25 de abril que empecé a participar en lo que estaba pasando aquí en Portugal, aunque el libro apareció en 1978. Sentí que una parte de nuestro pasado tenía que ser revisitado, porque nosotros acabábamos de perder un imperio. El 25 de abril es importante para nosotros en relación a nuestra identidad política, a nuestro estatuto como nación. Lo que para España supuso la pérdida de Cuba en 1898, nosotros lo afrontamos el 25 de abril con la pérdida de las últimas colonias. Y era justo que así fuera, porque realmente nosotros no nacimos para colonizar a otros eternamente.

¿Cuál es la mitología y la cartografía de la saudade?

«La poesía lírica de Camões no es otra cosa que un himno a la pérdida de la patria y de sus amores» Es ella misma. Lo que no sé es cómo se constituye tan pronto esa expresión, cuyo origen es galaico-portugués, fundamentalmente galaico. La que mitifica primero una relación amorosa con un país del que sus poetas fueron alejados, alejados de Europa, y han hecho de la ausencia una forma superlativa de ser y de estar. Pero de ese hecho solo más tarde extraeremos las razones, sobre todo en Luís de Camões. Toda la poesía lírica de Camões no es otra cosa que un himno a la pérdida de la patria y a la pérdida de sus amores y pasiones. Es una mezcla de dolor y placer.
Habla usted de un «sabor de miel y lágrimas».

Curiosamente el primer mitólogo de la saudade, que fue el rey don Duarte, quedó impresionado por el uso de esa palabra, que luego emplearían autores como Almeida Garret. De todos modos pienso que es un sentimiento universal.

¿Pero es al mismo tiempo intelectual y popular?

Popular, sí. Saudade de esto y de lo otro.

¿Serviría para entender el Portugal de hoy? ¿Sigue vigente?

Es una expresión destilada en la educación de Portugal, y no solo en su identidad interna, sino también entre los portugueses que la llevaron consigo al emigrar. Primero a todo el mundo, pero últimamente para Europa. Así surgió una saudade que tiene menos razón de ser que en el pasado, porque la distancia es mucho menor. Irse ahora a Europa no es lo mismo que irse a la India en el siglo XVI. Pero es como si los portugueses no se pudieran desprender del signo que les representa en el mundo: el país da saudade.

Escribió a cuenta del crítico Eduardo Régio que «la vida cultural vive de mitos» y que «lo peor es que no puede dejar de ser así». ¿Por qué?

Un mito es la primera versión no conceptual de aquello que es fundamental. La humanidad primero mitifica, y luego intelectualiza aquello que es mito. Todo está en el mito. El hombre es un animal mitificador porque las primeras versiones de su lectura del mundo no son conceptuales, son imágenes, y las imágenes son el centro del mito y de la mitología. Mitología es cualquier cosa que no es de invención personal, sino colectiva. Creo que solo empezamos a darle importancia cultural a eso en el romanticismo. El romanticismo se ve a sí mismo como una aventura humana de mitos que sustituyen a otros mitos.

Ha dicho que el ensayo no es una creación poética en el sentido tradicional del término, sino que es un discurso en segundo grado, un discurso sobre todas las manifestaciones creativas y todos los acontecimientos humanos. ¿Qué ha intentado hacer Eduardo Lourenço con el ensayo?

El ensayo, tal como ha sido practicado durante todo este tiempo, desde la facultad, que es cuando escuché hablar por primera vez de ese género, gracias a un profesor que hablaba de Montaigne, y que escribió un libro titulado Ensayo sobre el ensayo, fue el profesor Silvio de Lima...

En Coimbra...

En Coimbra. Él era un gran ensayista. Tenía el valor de criticar una serie de valores que eran característicos de nuestra vivencia del Estado Novo. Fue el primero, junto al maestro Joaquim de Calvalho, en hablar con gran entusiasmo de Montaigne. El ensayo tiene una relativa facilidad. Montaigne se sirvió de todo, era una comprensión más universal de aquello que es más común y que se transforma, milagrosamente, en unas piezas que resultan un nuevo tipo de prosa. Es más una herencia de Sócrates que de Platón. Es una suerte de reconsideración de todo lo que puede ser interesante, de inducir a los hombres a reflexionar, a tomar conciencia de sí mismos. La humanidad es naturalmente ensayista. Y sí, seguramente se pueda pensar en Platón como en el primer ensayista, aunque en él se puede rastrear ya una voluntad de sistema, de comprensión universal.

¿Cuáles son sus maestros de pensar?

«Hegel es la lectura que yo recomiendo a todo joven que quiera internarse en la filosofía»Uno de los que tuvo más influencia sobre mí cuando era estudiante fue Hegel. Cuando leí las primeras cosas de Hegel percibí que fue el primero en introducir una lectura universalizante de una experiencia radical. Todo en él es claro y luminoso, las cosas encajaban en su lectura del mundo. Es la lectura que yo recomiendo a todo aquel joven que quiera internarse en los estudios filosóficos.

¿Y sus maestros de estilo? ¿Ha tenido voluntad de estilo?

No tengo conciencia de haber tenido una voluntad de estilo. Lo que yo quería de verdad era ser poeta, en el sentido más banal de la palabra. Pero lo que quizá acabé siendo es un ensayista, que es grandioso cuando se llama Montaigne, y resulta banal cuando se llama Lourenço.

¿Qué es un crítico y para qué sirve la crítica?

«La crítica es siempre un diálogo con el autor, que por su parte es también un crítico»La crítica es siempre un diálogo con el autor, que por su parte es también un crítico. Nosotros no fuimos discípulos directos de Sócrates o de Platón, pero los autores que nos hacen reflexionar son nuestros maestros, que son muchos y variados. Siempre admiré a autores que son al mismo tiempo grandes pensadores y creadores poéticos. No en vano en el verdadero ensayo hay una poeticidad intrínseca. El propio Montaigne decía que él no era un filósofo. La filosofía es un género literario. En mi caso no sería más que un eco de un eco de las cosas que admiro.

¿Por qué fue Pessoa, a su juicio, el mejor crítico literario portugués del siglo XX?

«Mario de Sá-Carneiro es un poeta portugués único, más genuinamente poeta que Pessoa»Ahora que soy viejo y llevo toda una vida ocupándome de Fernando Pessoa conviene acaso recordar la gran pasión arbitraria que él sentía por Mario de Sá-Carneiro, a quien todavía hoy considero un poeta portugués único. Un poeta que vive de fulgores que no tienen traducción. Como si estuviese creando la forma y la materia al mismo tiempo, con una poeticidad intrínseca todavía mayor que la del propio Fernando Pessoa. Fernando Pessoa es poeta de su propio quehacer poético. Su poesía es pensamiento y al mismo tiempo gran pensamiento, las dos cosas. Sá-Carneiro es más genuinamente poeta. Pero esa es la cualidad única de Fernando Pessoa, que es un pensador serio, más allá de la fascinación que nos susciten unos u otros poemas. De algún modo es un poeta de la propia función poética. Por eso es al mismo tiempo una poética.

Pessoa decía de sí mismo que era un poeta con pasión filosófica, no un filósofo que escribía versos. Ha dedicado horas innumerables a leer, a pensar, a descifrar, a entender, a divulgar a Pessoa. Si tuviera que persuadir a alguien que todavía no se ha internado en el universo Pessoa ¿qué le diría para que no se perdiera y bebiera con aprovechamiento de sus fuentes más luminosas?

«Pessoa es un bosque cerrado. Una especie de eterno retorno sobre sí mismo, un diálogo con nadie»Cuando era joven, Fernando Pessoa escribió un texto todavía bajo el influjo del simbolismo que se titulaba Floresta del aislamiento, que es una imagen un tanto romántica de un niño perdido en el bosque, a la manera de los cuentos de los Hermanos Grimm. Era el sentimiento que él tenía, la sensación de que la realidad es una selva. Al mismo tiempo, era una persona dotada de una capacidad de reflexión original. Pero es un poeta que no necesita glosa alguna, porque la glosa es algo interno a su propia poesía. Basta leerle para no necesitar ninguna interpretación. Estamos ante un bosque cerrado. La obra de Pessoa es una glosa continua. Él piensa sobre lo que está pensando en cada momento. Es una especie de eterno retorno sobre sí mismo, un diálogo con nadie. Él no dialogaba, vampirizaba a todo aquel que se le acercaba. Ya desde joven su megalomanía es un caso raro. De niño fue educado en inglés, recibió una buena educación, y conoce pronto los sonetos de Shakespeare, y dice que cuando los imita lo que se propone es mejorarlos. Es una megalomanía cercana a la locura.

¿Pero cómo se explica la aparición de Pessoa? Es como un cometa.

«Fernando Pessoa es el mayor vampiro de nuestras letras»Nos viene de la cultura inglesa. Él se recicla. Cuando regresa de su infancia en Suráfrica, se recicla. Él siente que había perdido su infancia portuguesa, e intenta recuperarla. Perdida y ganada, porque en aquel tiempo en Portugal no hubiera podido tener la educación que recibió en Durban. No hay autor que él no absorba. Es el mayor vampiro de nuestras letras.

¿Son los heterónimos una de las más sofisticadas y elocuentes representaciones genealógicas y psicológicas de la escurridiza y nubosa alma portuguesa, si es que tal cosa existe en nuestro tiempo?

Los heterónimos son una invención en un momento dado de su viaje de poeta y ensayista, pero en realidad ya en la infancia era un creador de heterónimos. Él mismo cuenta su genealogía, y dice que cuando era un chaval tenía un personaje principal, que era Chevalier de Pas, su primer seudónimo, y se escribía cartas de sí mismo a sí mismo. Esto es de un narcisismo increíble, absoluto. Todo lo que hizo durante toda su vida fue escribirse cartas a sí mismo. Como señaló Montaigne, cada uno de nosotros es toda la condición humana, y no es que él se tomara eso en serio sino que lo practicó en serio. Él es el mundo entero. Es al mismo tiempo el mayor narcisismo, y al mismo tiempo una fuente de sufrimiento.

Megalomanía y soledad.

Fernando Pessoa fue, y continúa siendo, objeto de glosas interminables. Y nunca se acabarán. Pero son todas pleonásticas, incluida la mía, naturalmente, empezando por ella. Sólo que yo me doy cuenta de ese pleonasmo. Porque no hay texto más clarividente sobre Pessoa que sus propios textos. Los críticos son vampiros de los autores, pero son necesarios. Se glosa por admiración, por compartir con los otros la pasión que uno siente por un autor, por un compositor, por un poeta. Pero los autores son autóctonos, auto-idólatras, sin quererlo.

En ese sentido, la clarividencia de Pessoa sobre sí mismo es equivalenet a la de Kafka consigo mismo.

Sí, son los dos ejemplos más extraordinarios que tenemos, un cierto autismo genial.

¿De qué heterónimo de Pessoa se siente más próximo dsede el punto de vista literario? ¿E ideológico?

«Era el propio Álvaro de Campos el que hablaba de 'Un Oriente al oriente del Oriente'»Gracias al embajador de Portugal en México tuve la posibilidad de conocer a Octavio Paz en su casa, y allí hablamos de Pessoa, y Paz reconoció que el Pessoa que más apreciaba era el Pessoa ortónimo. Pero mi Pessoa favorito es Álvaro de Campos, porque todo lo que había de teorizante en él explota, y es un diálogo con Walt Whitman, que para él fue un verdadero choque, y para mí fue un gran descubrimiento cuando me di cuenta de eso, y le dediqué mi primer ensayo. En él hasta lo inconsciente es consciente. Me parece también muy importante resaltar que para sobrevivir tuvo que dedicarse a traducir, y entre sus traducciones dedicó un gran esfuerzo a traducir grandes obras del pensamiento de la India. Él tradujo muchas obras del mundo zen y budista, y su verdadera matriz es esa: «Emisario de um Rei desconhecido,/ Eu cumpro informes instruçoes de além,/ E as bruscas phrases que aos meus labios vem/ Soam-me a um outro e anomalo sentido...». Todo eso no es europeo, es algo que viene de Oriente. Creo que era el propio Álvaro de Campos el que hablaba de “Un Oriente al oriente del Oriente”, que es algo extraordinario y que es la situación de Portugal, un Oriente al oriente del Oriente. No estaba en la cabeza de nadie, es un pensamiento que tiene que ver con el orfismo y que no es nada fácil de tratar, porque precisa de un conocimiento muy profundo de esas doctrinas orientales, que antes no estaban al alcance de nadie. Hoy esos asuntos están empezando a ser tratados. Hoy mismo se acaba de publicar un ensayo de un budista, Paulo Borges, que supone una lectura de Pessoa a través de un budismo orgánico y trascendental que condiciona la creación de Pessoa, que me parece muy interesante, Dijo al Jornal de Letras que no hay nadie que nos lea, que debemos ser nosotros los lectores de nuestro propio misterio. Sin embargo, usted ha dedicado su vida a leer a Pessoa. ¿Por qué? ¿Cuál ha sido la recompensa? ¿O no es legítima la pregunta?

Nada, que Pessoa en el otro mundo me lea a mí.

Recordó en una ocasión que Pessoa escribió «vivir todo de todas las maneras», y que usted es apenas un pequeño aprendiz del mago que él fue. ¿Sería una buena forma de cifrar a Pessoa, como mago de la lengua y de la identidad?

Sin duda. Fernando Pessoa es ahora una especie de texto universal enigmático, que sirve para todo y su contrario. Lo mejor es leer lo que allí está; él dice que se debe leer el propio texto y recibir el mensaje en el estado más inocente posible. Si no nunca saldremos de ese laberinto sin lectura, como una especie de sortilegio maléfico, en vez de ser luminosos como él es.

¿Cómo se ha leído a sí mismo Eduardo Lourenço? ¿Cómo se lee hoy?

¿Cómo me leo?

sí, si es que se lee. Si es legible.

No me leo porque tengo mucha dificultad en escribir, porque soy muy perezoso.

Es increíble que diga eso. Porque para ser un gran perezoso no ha dejado de trabajar toda su vida. Es una paradoja.

«Lo que yo hacía no es trabajo. Es otra manera de continuar soñando a cuenta del autor»

Es que para mí no es trabajo. En realidad lo que yo hacía no es trabajo. Para mí es otra manera de continuar soñando por cuenta del autor.

¿Qué representa y representó el Jornal de Letras, Artes e Ideias en la cultura y la lengua portuguesa, en su espejo, en su consciencia?

Es un periódico de apariencia modesta, pero que ha tenido una función única. Sin ese periódico una buena parte de lo que se publica en Portugal no tendría reconocimiento, y ha cumplido una labor fundamental en lo que se refiere a Brasil. Nuestros lazos con Brasil no son tan idílicos como, relativamente, son los de España con América Latina.

Relativamente, usted lo ha dicho.

Hay problemas, naturalmente. Porque se trata de un pasado complejo. Pero con Brasil es diferente. España es más grande que cualquiera de los países que colonizó, mientras que Brasil es un continente. Portugal no es visible ahí. Cuando en aquellos años el astronauta soviético contó lo que veía desde el espacio solo citó dos cosas: la muralla china y las luces de Río de Janeiro. Ahora las cosas están un poco mejor.

¿Está de acuerdo con la apreciación de Guilherme d'Oliveira Martins de que en uste encontramos una costilla de Miguel de Unamuno y su sentimiento trágico de la vida?

«Quien sin duda lo leyó y leyó bien a Unamuno en Portugal fue Pessoa»A Unamuno le leí con frecuencia y le sigo considerando un autor formidable. Pero quien sin duda lo leyó y lo leyó bien fue Pessoa. Porque aquella evocación de un Cristo peninsular también se puede leer en Pessoa. El sentimiento trágico de la vida fue muy leído en Portugal. Hay también muchas coincidencias en los poemas del Guardador de rebaños, del heterónimo Alberto Caeiro, con Unamuno, de niño eterno.
Pero piensa que es cierto lo que dice d'Oliveira Martins de que usted tiene que ver con ese sentimiento trágico unamuniano...

De manera indirecta. En el orden cultural, de la creación poética propiamente dicha, ese encuentro con lo trágico expresa lo que yo recibí a través de Antero de Quental, que fue uno de los grandes referentes de Unamuno. Antero es el único portugués que figura en el ensayo de Unamuno. Fue el primer poeta que se refirió a la muerte de Dios antes de que esa idea nietzscheana se convirtiera en un cliché de nuestra cultura. De ahí la idea de que Portugal es un país de suicidas. En el XIX hubo varios autores, pero sus libros son realmente la expresión literaria del sentimiento trágico de la vida.

¿Y en qué medida le influyeron el cosmopolitismo y el europeísmo de Ortega y Gasset?

Es un autor que siempre he leído con gusto, pero soy menos orteguiano que unamuniano. En Portugal se le sigue leyendo mucho, pero no fue el héroe cívico y cultural que sí fue Unamuno.

¿Qué habría que hacer para evitar que Europa se convierta en periférica e irrelevante?

Ya lo es. No podemos hacer nada. Esta periferia fue durante siglos el centro del mundo. Y el primer país que salió de Europa fue precisamente este pequeño país.

Portugal.

«España y Portugal deberían celebran conjuntamente la primera circunnavegación del mundo»Portugal. No fue nada concertado. Este fue el primer país de Europa en aventurarse hasta la India. E ir a la India entonces era como ir a la Luna. No tenemos otra mitología que ese viaje de Vasco da Gama. Y el propio Pessoa no contradice eso, sino que lo sustituyó por una versión puramente onírica de ese viaje. Ya no hay viaje, ya no hay Indias. El de España es un caso más complejo Colón fue como Magallanes. Un genovés y un portugués. El aniversario de la primera circunnavegación del mundo deberíamos celebrarla conjuntamente Portugal y España. Nosotros pagamos nuestra fidelidad a un catolicismo tradicional que nos marcó durante siglos. Pero todo eso está en revisión permanente. Las cosas mudan. Y mudan desde el presente, que es un presente poco interesante, poco creativo, en comparación con lo que fue. Tenemos que hacer el luto positivo de esas glorias que nos precedieron.

¿Hasta qué punto es el trato a los inmigrantes y el mido al otro un test sobre la niebla, sobre la ceguera moral de Europa?

«Europa es la América más próxima que el Tercer Mundo tiene para salir de sus miserias»Aquí en Portugal, felizmente, no tenemos ese problema. Somos un país de emigrantes. Otros países europeos no tienen ese pasado y pueden tener razones empíricas para mostrar ciertas reticencias cuando la llegada de inmigrantes desborda su capacidad de acogida. De cualquier forma, Europa fue tan dominadora durante tantos siglos que no tiene legitimidad moral para no ser, en la medida de lo posible, tierra de acogida. Es verdad que es un problema. Europa es la América más próxima que el Tercer Mundo tiene para salir de sus miserias y dificultades. Y los movimientos de masas forman parte de la historia. La historia humana es una historia de tragedias, con revisiones espectaculares.

¿Qué le parece la idea de una Federación Ibérica con capital en Lisboa?

Esa era una cosa obvia si Felipe II se hubiera instalado en Lisboa. El problema estaba resuelto. Los portugueses perdían la independencia, pero ganaban un papel mundial en Europa. Pero no aconteció. Lo mejor es preservar las identidades no antagónicas en absoluto.

En un texto que había permanecido inédito e inacabado desde la década de los 90 y que hace no mucho tiempo di a la luz el Jornal de Letras decía que en su teatro imaginario había encendido una vela a Avellaneda porque sin ese infeliz rival Cervantes nunca se hubiera animado a escribir la segunda parte del Quijote, y sobre todo en lo que suopne de la ficción tomando conciencia de sí mismo. ¿Podría

Este Avellaneda no cometió un crimen, pero sí un desafío inédito en los anales de la historia, al atreverse a escribir una segunda parte del Quijote, aunque el libro no tenía en aquel entonces el estatuto que ahora tiene, si bien su éxito fue fulgurante. Hay una crónica de un portugués desde el Valladolid de la época en la que cuenta el éxito del libro y cómo la gente lo leía y se reía en la calle de aquellas aventuras. Hay que agradecerle a Avellaneda su gesto, porque impulsó a Cervantes a escribir una segunda parte en la que los personajes toman conciencia de sí mismos y su peripecia sustituye a las novelas de caballerías y esa segunda ficción inaugura la novela moderna. Me parece extraordinario que ocurriese algo así.

¿Por qué don Quijote no podría ser portugués o, dicho de otra manera, cómo sería el Quijote portugués?

«Un Quijote portugués sería pleonástico. Don Quijote es Portugal mismo»Un Quijote portugués es difícil. ¿Sabe por qué? Porque un Quijote portugués sería pleonástico. Don Quijote es Portugal mismo. ¿Acaso hay algo más quijotesco que la historia de este país minúsculo? ¡Qué locura absoluta, real, no fantasmática! Claro que el país no era consciente de esta locura. Sí, el único que fue consciente fue el propio Luís de Camões, porque su gloria es el contraste entre la pequeñez y el hecho, que es el que se vuelva reconocido en el mapa del mundo. Es un quijotismo de tipo ibérico, a compartir en todo caso con España, creado por la imaginación de un genio llamado Miguel de Cervantes.

¿Cómo describiría su propia caligrafía, a la que Annie, su mujer, dedico horas para poder descifrarla y transcribirla?

Cuando era joven, por imitación de mi padre, tenía una caligrafía de quien había estado en escuelas de comercio, siempre inalterable, de principio a fin. Yo intenté imitar aquella cosa que era inimitable. Pero tenía una letrita que era de alguna manera muy académica. Mi amigo el novelista Carlos de Oliveira decía que tenía caligrafía de amanuense. Y creo que empecé a deformarla para parecer más propiamente intelectual, menos amanuense. Pero lo cierto es que mi letra ha ido evolucionando de una caligrafía muy legible y muy visible a una letra cada vez más y más pequeña, como si quisiera desaparecer en el horizonte. Es una metáfora de mi propia identidad.
¿Cómo la recuerda y cómo la evoca? ¿Le duele o le agrada recordarla?

La recuerdo todos los días. Es una cosa singular, porque estuve casado con ella y con una cultura de referencia de los ibéricos en general y de los portugueses en particular. Era una persona de una ética impecable. Era una mujer clara y transparente, en sus elecciones, en su manera de pensar y de ser. La verdad es que ahora soy solo un superviviente de mi querida Annie.

Me gustaría que añadiera unas palabras a algunas figuras de la cultura portuguesa y universal a las que ha prestado alguna o mucha atención. Miguel Torga.

Fue de algún modo sin querer casi la persona a quien yo debo la publicación de Heterodoxia. Yo ya estaba en el extranjero, y él, que había leído alguna cosa mía, me animó a publicar mi primer libro. De algún modo le debo a él el hecho de haber entado en esta vida futura, en aquel momento inimaginable, ni siquiera concebida, y de haber entrado en los círculos culturales del país del que soy hijo.

Herberto Hélder.

Lo conozco sobre todo como poeta, aunque también le traté personalmente. Tenía un café donde se reunía con la gente, aunque era un hombre muy solitario. Sin duda, un gran poeta.

Agustina Bessa-Luís.

«Agustina Bessa-Luís es la Reina Victoria de nuestras letras, la emperatriz de la India que ya no tenemos»La Reina Victoria de nuestras letras. La emperatriz de la India que ya no tenemos.
Luís de Camões

Luís de Camões es Luís de Camões, el Portugal en verso.

Eça de Queiroz.

Fue el ídolo de mi generación y de muchas generaciones, de un Portugal que quiere ser europeo. Tenía el complejo de haber sido marginalizado, y Eça va a ser Portugal en Europa, se va a medir con los grandes nombres de la cultura europea, como Flaubert. Curiosamente, y es un rasgo de nuestra representación peninsular en el siglo XIX, pasó de incógnito por París, y creo que por causa de Antero de Quental, que también pertenece a esa generación, líder juvenil de esa generación. Fue a París a visitar al gran ídolo de la época, Michelet, y le dio unos versos de un supuesto amigo, que en realidad era él mismo. Es algo extraordinario, ese complejo secular frente a aquella capital literaria por excelencia. Francia es literatura pura.

Guimarães Rosa.

«Guimarães Rosa es una especie de James Joyce de la literatura en lengua portuguesa»¡Ahhh! Es un caso, un caso extraordinario que no ha sido reconocido a nivel mundial por razones intrínsecas. Porque él mismo no es tampoco fácilmente legible por el brasileño común, porque la suya es una lengua muy trabajada y muy local. Es preciso hacer un gran esfuerzo para leerle. El Gran Sertão es un gran libro. Es un escándalo que no recibiera el Premio Nobel, pero sin duda la razón es la dificultad que plantea su traducción. Lo mismo que Joyce, pero Joyce ha acabado teniendo lectores y un espacio. Guimarães Rosa es una especie de Joyce de la literatura en lengua portuguesa.
Eduardo Lourenço en el filme «O labirinto da saudade», de Miguel Gonçalves Mendes dedicado al escritor portugués

Almada Negreiros.

Ahora mismo estamos experimentando una especie de resurrección visible de su obra. Fue un modernista, la encarnación del desafío modernista a los clichés culturales de la época, más incluso que el propio Pessoa, que tuvo también su momento manifiesto. Pero el caso de Almada es admirable, porque es al mismo tiempo pintor, diseñador y un excelente novelista. Está de alguna manera siendo redescubierto de verdad. Yo le conocí en una conferencia. Cuando le vi en la primera fila le dije que él debería estar en la tarima y yo en el patio de butacas.

Albert Camus.

Fue una gran referencia de nuestra generación. Estaba el dilema entre él y Sartre, pero a Camus le sentíamos más cercano. Él era otra cosa, más nuestro, más peninsular. Acaso porque tenía raíces hispánicas. Y por otra parte estaba el componente ético tan fuerte, que el propio Sartre, tras aquella polémica tan desagradable, trató de enmendar después de su muerte. Al final, Sartre reconoció el estatus de un hombre ético en una época moderna, y sobre todo el valor de la libertad. Ahora ha habido una nueva reivindicación de su figura frente a Sartre. El escritor Michel Onfray, autor de una obra muy crítica sobre la figura de Freud, hace un furibundo ataque a Sartre al compararlo con Camus. Es un ejemplo de esas guerras de Troya de la cultura. Yo pensaba que en el mundo de la cultura todos era ángeles, pero son ángeles muy perversos.

Dejo dicho que la heterodoxia era «el humilde propósito de no aceptar un solo camino por el simple hecho de que se presente a sí mismo como el único camino, ni de rechazar todos los demás porque no sabemos en absoluto cuál de ellos, en realidad, es el mejor». La frase me recuerda a un escritor y pensador español que admiro desde hace años, Rafael Sánchez Ferlosio, que en lo que él llama pecios dijo: «Lo malo de las soluciones es que aparecen cuando las necesitamos». ¿Cómo hay que hacer para no engañarse al pensar?

Yo era muy joven en esa época, y por lo tanto de una inocencia casi culpable. Pero en mi generación había, en su conjunto, un sustrato fundamentalmente marxista. La dominante cultural era marxista, aunque probablemente la mayoría de ellos no habían leído a Marx. Pero Marx estaba en todas partes. Solo que hasta el 25 de abril era invisible, porque el régimen no lo toleraba. Tras el 25 de abril resulta que Lisboa estaba llena de Marx y de marxistas. De ahí el contencioso que yo libré con mi generación. Originariamente mi cultura era tradicional, clásica, católica, y por lo tanto tenía mi punto de vista contrastado con lo que planteaba la nueva utopía de raíces marxistas. Era una visión materialista de la historia, pero aunque no muy teorizada, a no ser, paradójicamente, por el propio Lenin. Por lo que a mí respecto, traté de establecer un diálogo con mi generación. Esa heterodoxia era una suerte de distancia de ajuste con nuestra religión tradicional, que es el catolicismo. Se trataba de una especie de aviso para navegantes en relación con los autoritarismos que regían bajo otro nombre tras el Muro de Berlín. Algo que mis camaradas de aquella época preferían ignorar.

¿Es la ortodoxia una forma de ortopedia?

«Hay una propensión del hombre a la ortodoxia. Es aquello en lo que la gente cree»Exactamente. Hay varias. La frase más importante de ese texto era ese especie de profecía juvenil o infantil de una visión crítica, o autocrítica, de las cosas, que era la propensión natural del hombre a la ortodoxia. Es aquello en lo que la gente cree.
¿De alguna manera es una apelación a pensar por uno mismo?

Sí, claro.

¿Y cómo se puede pensar mejor?

A través del ejemplo de los otros, de aquellos que fueron nuestros maestros. La forma científica es la que no permite discusión, salvo la metodología para determinar si algo es cierto o falso. El pensamiento, por el contrario, es diálogo, en su esencia desde Platón, y aceptarlo no solo en relación al otro sino a uno mismo, que uno no es el señor de la verdad.

En Heterodoxia decía que «el mundo de la cultura portuguesa arrastra desde hace cuatro siglos una existencia crespuscular». ¿Ha ocurrido algo desde que escribiera eso, hace si no calculo mal más de 70 años, que le hiciera cambiar de opinión?

Sí, hoy es un poco diferente. Sin embargo creo que en este momento lo que estamos experimentando es el crepúsculo de las Luces como mito, y eso además a una escala planetaria que desborda nuestra gran tradición, que viene de Grecia.

¿Y Pessoa, la poesía, el «drama en gente»?

Claro. Nuestro complejo no era solo nuestro. Aquel país grandioso llamado Rusia, que quería ser moderno, basculaba entre la inclinación hacia Occidente (Dostoyevski) y hacia Oriente (Tolstoi). Y fue Occidente el que quedó deslumbrado por esa nueva literatura que representaban los grandes autores rusos del XIX. Francia sigue siendo un jardín, pero el mundo ya no es solo Europa, ya no es el centro del mundo, sino el centro del mundo del pasado, y de un futuro que nosotros quisiéramos que todavía fuera.

En el tramo final de su larga vida como pensador y escritor, y con la perspectiva de una vida plena, me gustaría que respondiera, con leves retoques, a las tres grandes preguntas que planteó Kant: ¿Qué supo? ¿Qué hizo? ¿Qué se permite esperar?

Todo lo que sé lo que aprendí de los otros, del diálogo con los otros, que eran los maestros del pasado más próximo. Todo lo que sé, si es que sé alguna cosa, lo aprendí de ellos. Respecto a lo que hice, no gran cosa, sobre todo en relación a aquello que yo pensaba que podía hacer. Y es normal. No hay que olvidar que la mayor maldición del hombre es que se hagan realidad los sueños.

¿Y qué espera todavía?

«Se puede decir que estoy en un estado póstumo a mí mismo»Nada en particular, nada en absoluta. Se puede decir que estoy en un estado póstumo a mí mismo.
¿Le da miedo la muerte?

Miedos. Porque nosotros solo tenemos un remedio contra la muerte y está relacionado con aquellos que ya conocieron esa muerte, y que es para nosotros una especie de eternidad, aunque sea negativa. Por lo tanto, creo que la humanidad fue creada bajo los términos de que todo tiene su veneno y su solución. Y la muerte es una especie de solución final que todos poseemos para aquello que no somos capaces de imaginar. Porque la muerte es fundamentalmente algo inimaginable.

¿Dios es necesario para Eduardo Lourenço?

«Somos hijos de una creación que no es nuestra. No nos hemos creado a nosotros mismos»La idea de Dios es absolutamente necesaria, pero será una gran pretensión imaginar que nosotros podemos evocar como una especie de cosa, aunque se trate de una cosa infinita. Nosotros somos hijos de una creación que no es nuestra. Y ese es el enigma fundamental al que nos enfrentamos, y que no tiene solución. Si esa creación tiene sentido la tiene por el hecho de haber sido creada. No nos hemos creado a nosotros mismos.
Al inicio del primer volumen de sus Obras completas, que está publicando la Fundación Gulbenkian, se incluye una breve cita de Eduardo Lourenço: «Se cambia poco, pero la vida cambia por nosotros». Suena mejor en portugués: «Muda-se pouco, mais a vida muda por nós». ¿Sigue pensando lo mismo?

Sí, claro, naturalmente. No podemos ni siquiera imaginar que somos fruto de la metamorfosis del tiempo y, creamos o no creamos, todos somos héroes de La metamorfosis de Kafka. No sabemos si somos ángeles o aquel ser repelente, el que un día, soñando, o deseando, o sintiendo, él pensaba que era.

¿Quién es Eduardo Lourenço?

Soy varios. Mas como ese lugar de la variedad está ocupado por Pessoa, soy una nota a pie de página ante el poeta que iluminó mi vida.

Thoreau

I

Michel Onfray, "Thoreau, una cabaña trascendental", en Abc Cultural 7-V-2017:

El bicentenario de Henry David Thoreau, padre fundador de la literatura estadounidense, exige revisitar su obra, como el «Walden» prologado por el filósofo Michel Onfray para Errata Naturae, del que ofrecemos un adelanto

Thoreau escribió esta frase, terrible y muy certera: «Hoy en día uno se encuentra con profesores de filosofía, no con filósofos» [...]. Estaba pensando probablemente en Emerson. Emerson, su amigo… Pero Thoreau, que era un hombre difícil, tenía un concepto difícil de la amistad. Cuando pronunció el elogio fúnebre de Thoreau, Emerson no dejó de señalar este rasgo de su carácter: «Había en su naturaleza algo de militar y de irreductible, siempre viril, siempre apto, pero rara vez tierno, como si no se sintiera bien más que en desacuerdo. Necesitaba alguna mentira que denunciar, alguna tontería que poner en la picota, un cierto aire de victoria, un redoble de tambor para desplegar plenamente sus facultades [...].

El trascendentalismo de Emerson fue un movimiento filosófico estadounidense notable, al mismo tiempo que una moda (como el schopenhauerismo y el nietzcheismo en Francia). Sin embargo, la moda es lo peor que puede sucederle a una filosofía, porque se desmenuza, se diluye y se metamorfosea en monstruos construidos con fantasmas y proyecciones [...].

El Dios de Emerson no se parece en nada al del judeocristianismo, celoso y vengativo, castigador y malvado; el filósofo regresa a aquel otro que no se encuentra agotado por la razón, el análisis y la ciencia: un alma del mundo, una Superalma que asegura al ser su ser y su permanencia. Dios es asimilable al espíritu del mundo, a la energía de la naturaleza, a la fuerza cósmica. Desde ese momento, el conocimiento no debe ser una cuestión de deducción, de análisis y de razonamiento, sino de sentimiento, de sensación, de intuición, de simpatía, de empatía [...].

¿Thoreau es trascendentalista? Sí y no. Sí, porque cree en Dios, practica el conocimiento por empatía, detesta las masas y los grupos, no cree más que en la reforma individual, celebra y practica la confianza en uno mismo, preconiza y vive el inconformismo, practica la contemplación y el gozo místico, construye su vida filosófica a partir de sí. Pero no si se lo compara con Emerson, que vive un trascendentalismo de despacho y de biblioteca. El autor de «Over-soul» (La superalma) hace de la naturaleza un medio para alcanzar un fin, el éxtasis de tipo plotiniano. Para Thoreau, por el contrario, la naturaleza es un fin en sí misma y no un medio para lograr algo más que ella. Emerson quiere salir espiritualmente del mundo y solicita a la naturaleza que le provea esa salida; Thoreau quiere quedarse en el mundo, quiere gozar de la naturaleza aquí y ahora, corporal y físicamente [...].

Oportunidad existencial

Thoreau afirma que Emerson sería totalmente incapaz de manejar la carretilla en el jardín; ve en esa incapacidad práctica del espíritu puro la prueba de una diferencia fundamental. Y, de hecho, es cierto: Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos. Al segundo nos lo imaginamos devorando crudo un pequeño mamífero, cosa que hizo un día; al primero lo vemos más bien bebiendo té a sorbitos en el transcurso de una conversación de salón sobre la naturaleza… [...].

La cabaña es, para Thoreau, la ocasión de demostrar que el trascendentalismo no es una cuestión de libros, sino una oportunidad existencial. Una sola noche de celda y una vida intermitente en la cabaña bastan para enseñar que el filósofo vivía sus ideas y pensaba su vida, que asociaba la teoría a la práctica, el pensamiento a la acción, la filosofía a la vida. Que no era profesor de filosofía, sino filósofo.

Su amigo Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos

Emerson le había prestado el terreno en el que Thoreau construyó la cabaña, a orillas de la laguna Walden [...]. Imagina el lago sin fondo, sin entrada ni salida de agua, como lleno de un agua lustral susceptible de lavarlo del pecado original de la civilización. Se baña en él a diario, en la estación que sea. Cuando la superficie está congelada, se tumba en el hielo y observa bajo él la vida de las profundidades. Estudia las elevaciones y descensos del nivel del agua; la respiración del lago, como si se tratara de un ser vivo… La cabaña tiene trece metros cuadrados de superficie: tres por cuatro y medio, con dos y medio de altura. Coloca en ella tres sillas para no recibir más que a dos personas a la vez. Dispone una cama y una mesa. Una chimenea le permite calentarse. Recibe a viajeros, campesinos, leñadores, esclavos fugitivos. También a filósofos.

Publica «Walden» en 1854. Se trata de un libro grande y auténtico de filosofía. No se encuentra en él ningún concepto, ningún personaje conceptual, sino una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de una experiencia existencial: ¿cómo llevar una vida filosófica? Thoreau no invita a que se lo imite, sino que enseña cómo puede hacerse; queda a cargo de cada cual inventar su camino, encontrar su vía.

Medicina para la felicidad

Libro grande y auténtico de filosofía, digo. En efecto. Thoreau propone lo que denomina una «medicina eupéptica»; en otras palabras, una medicina para generar bienestar y felicidad y alejar maldad y dolor. ¿Cuál es esta medicina? Regocijarse ante el esplendor de cada mañana; oponer una voluntad de goce al movimiento natural de la negatividad, que nos lleva hacia el pesimismo; desear la felicidad, que no nos es dada, sino que debe construirse; colocarse o volver a colocarse en el centro de uno mismo; transformar los inconvenientes en ventajas; buscar lo positivo en lo negativo; querer hacer de la propia vida una fiesta.

Invita igualmente a rechazar «la vida mezquina». La vida mezquina es una vida orientada hacia valores falsos: el dinero, los honores, el poder, las riquezas, la propiedad, la reputación. Es una vida ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo: codiciar, comprar, poseer, consumir, sustituir [...]. ¿Quién podría, en efecto, no suscribir esta constatación: «Me parece evidente que muchos de vosotros vivís unas vidas pobres y serviles»? No nos pertenecemos, perdemos nuestra vida tratando de ganarla, vivimos como máquinas, entregamos siempre nuestra vida al mañana. ¿Qué hacer para dejar de llevar una vida mezquina? [...]. He aquí seis fórmulas: «Exploraos a vosotros mismos», «acometed la vida tal como la habéis imaginado», «amad vuestra vida», «simplificad, simplificad», «haceos un cuerpo perfecto», «vivid libres y sin compromiso». Precisemos.

La primera: «Exploraos a vosotros mismos». Emerson afirmaba: «Viajar es el paraíso de los bobos». ¿De qué sirve, en efecto, dar la vuelta al mundo cuando partir en busca de uno mismo resulta una odisea mucho más rentable desde un punto de vista existencial? Viajar suele ser perderse. Partir en busca de uno mismo es, tal vez, hallarse.

«Walden» invita a rechazar la vida mezquina, ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo
La segunda: «Acometer la vida tal como la habéis imaginado». Ir en la dirección de los sueños, no ser infiel a las promesas que nos hemos hecho en la adolescencia. Thoreau escribió esta frase extraordinaria: «Si construye castillos en el aire, su obra no se perderá: ahí están bien edificados. Tan sólo ponga ahora los cimientos bajo esos castillos».

La tercera: «Amad vuestra vida». Thoreau aprecia los textos espirituales, los «Evangelios», el «Bhagavad Gita», la «Biblia», los textos mitológicos de todas las civilizaciones; estima también a los grandes maestros espirituales, Jesús y Zoroastro, Buda y Confucio. Pero no le gusta la religión cristiana, que ha enfadado a los hombres con la vida, los seres vivos, la naturaleza. [...]. La cuarta: «Simplificad, simplificad». Lo que poseemos nos posee, por lo que hay que dejar de pasarse la vida perdiéndola y cesar de querer ganarse la vida, porque lo que ganamos nos pierde. Lo que tenemos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que poseemos: todo eso nos pierde [...].

La quinta: «Haceos un cuerpo perfecto». La práctica de los ejercicios espirituales precedentes contribuye a producir un cuerpo perfecto. Sobriedad, frugalidad, simplicidad y austeridad generan un cuerpo sano, limpio y nítido y, por lo tanto, un alma impecable. El sabio no teme ya a la lluvia, el frío, el calor, la sed, el hambre, el aburrimiento, la duda, la melancolía, la angustia, el miedo, la desesperación. Es, pues, libre…

La sexta: «Vivid libres y sin compromiso». ¡Cuesta imaginarse a Thoreau casado y padre de familia! Aunque manifestó en su juventud una pasión por cierta joven, lo que demuestra que no estaba desprovisto de libido, o aunque los encantos de la señora Emerson pudieron perturbarlo, Thoreau fue un soltero empedernido. Prefiere su compañía a la de los demás, que mantiene a distancia. En cuanto a la humanidad, ni hablamos. Escribe claramente: «Yo no doblaría corriendo la esquina para ver cómo explota el mundo» [...].

«Walden» contiene una utopía política. Ésa es, al menos, mi hipótesis [...]. Thoreau enseña la auténtica revolución, la única que vale y que no provoca derramamientos de sangre: la que permite, cambiando uno mismo e invitando al prójimo a que cambie, cambiar el orden del mundo.

II

Miguel Ángel Barroso, "El manual libertario de Thoreau para una vida sublime", en Abc Cultural, 7-V-2017:

La rebeldía del autor de «Walden» se expandió hasta llegar a Walt Whitman, John Muir, Gandhi, Luther King, Robert Frost y millones ciudadanos anónimos. La reedición de sus ensayos es más pertinente que nunca.

McAllister, el director de la Welton Academy, prestigiosa institución educativa de Vermont (Estados Unidos), mira con cierta condescendencia al profesor de Literatura John Keating, cuyos métodos alejados del carril empiezan a ser un dolor de muelas. «Muéstrame un corazón que esté libre de necios sueños, y te enseñaré a un hombre feliz», le dice.

Keating: «Sólo al soñar tenemos libertad. Siempre fue así y siempre será».

McAllister: «¿Tennyson?»

Keating: «No. Keating».

La escena es una de las más recordadas de El club de los poetas muertos, la película de Peter Weir que agitó las mentes de los jóvenes (y no tan jóvenes) a finales de la década de 1980. Espectadores que, en su mayoría, desconocían la conexión entre Thoreau, Walt Whitman, John Muir, Robert Frost... y John Keating.

Filosofía activa

El personaje que interpreta Robin Williams no tiene a Lord Tennyson, el poeta inglés del posromanticismo, como su clave de bóveda. Por eso sorprende al severo McAllister y, sobre todo, a sus alumnos, que experimentan una epifanía a lo largo del curso. «Thoreau dice que la mayoría de los hombres viven en desesperación silenciosa. No se resignen a ello. Libérense. No caminen por la orilla, miren a su alrededor», les espeta. Y también cita a Frost, fundador de la poesía moderna norteamericana, el bardo del hombre rural de Nueva Inglaterra: «Dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia».

El carpe diem ya está en las odas de Horacio, pero es Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862) quien coge el tópico literario para provocar un big bang de rebeldía contra el conformismo y el adocenamiento. Aprovechemos el momento porque la muerte viaja sobre nuestros hombros, porque tenemos los días contados. Hagamos que nuestras vidas sean extraordinarias.

Thoreau, que nunca pretendió adoctrinar («Cuando lean, no consideren sólo lo que el autor piensa, sino lo que ustedes piensan», concluye Keating), sino dar un aldabonazo en las conciencias para que cada cual siga su propio camino, no podía imaginar la huella que iba a dejar en generaciones de lectores de todo el mundo.

«La obra de Thoreau nos saca de las bibliotecas y nos invita a llevar una vida filosófica en el día a día: su vida se hermana con su pensamiento, es subversiva contra la mercantilización, la oligarquía, el dominio de los capitales y las finanzas sobre la independencia y la soberanía de los pueblos. Su discurso es plenamente vigente y ya no basta con indignarse», reflexiona Maximilien Le Roy, guionista (A. Dan se encarga de los dibujos) de la novela gráfica Thoreau. La vida sublime, reeditada por Impedimenta. Le Roy recuerda que Mahatma Gandhi descubrió la obra de Thoreau en prisión y lo convirtió en su «maestro» («Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel», dice el autor de La desobediencia civil, libro de cabecera de Gandhi); y Martin Luther King Jr. afirmó haber dado vida a las enseñanzas del filósofo en sus acciones contra la segregación racial de los afroamericanos.

Contra la opresión

Aunque los hombres ilustres no tienen por qué servir necesariamente como argumento de autoridad. Así, una legión de anónimos defensores del medio ambiente, antimilitaristas, anticolonialistas, activistas por la antiglobalización y rebeldes de todo signo han encontrado en los escritos y en la vida de Thoreau armas contra las múltiples formas de la opresión.

Emma Goldman, legendaria pionera en la lucha por la emancipación de la mujer, lo describe como «el mayor de los anarquistas norteamericanos». Por el contrario, el filósofo Michel Onfray -autor del prólogo de Walden que Errata Naturae acaba de lanzar en una edición especial 200 aniversario- invalida este calificativo: Thoreau no es anarquista, sino libertario. Según Onfray, el anarquista cree en los «ideales progresistas del siglo XIX»; el libertario, por su parte, no se «sacrifica» por ningún ideal.

«No es un teórico metódico, inventor de una filosofía coherente, sino un escritor que se desliza desde una imagen a otra, en perpetua búsqueda de una nueva formulación apropiada para el lenguaje que él presiente. Su pensamiento es complejo, cambiante, paradójico, provocador», apunta Michel Granger, profesor de Literatura de la Universidad de Lyon y especialista en escritores del «renacimiento americano» como Emerson, Hawthorne, Whitman, Poe, Twain, Melville y Thoreau.

Thoreau no pretendió adoctrinar, sino agitar las conciencias para que cada cual siga su propio caminoNuestro filósofo dejó su impronta en John Muir, probablemente el primer ecologista moderno. Nacido en Dunbar, en la costa este de Escocia, en 1838, escribió una decena de libros y cientos de artículos donde defendió su particular filosofía sobre la vida salvaje y la preservación de los espacios naturales. «El camino más claro hacia el Universo pasa por un bosque virgen», sentenció este admirador de Humboldt (no perdamos de vista al sabio prusiano en esta historia de humanistas-naturalistas decimonónicos que estaban en contacto, o sabían los unos de los otros, sin necesidad de Facebook). Muir tuvo su cabaña «a lo Walden» en el valle de Yosemite, donde también recibía. Por allí apareció Ralph Waldo Emerson, que no quiso acampar al raso. Un detalle que «no decía nada bueno del glorioso trascendentalismo», pensó su anfitrión. Aunque no minusvaloremos a Emerson, que firmó frases del tipo «nada puede traeros paz salvo vosotros mismos. Nada puede traeros paz salvo el triunfo de los principios».

Y, por supuesto, Thoreau sembró en su admirador más extremo, Chris McCandless (1968-1992), el brillante estudiante que renegó del materialismo vacuo de la sociedad norteamericana y soñó con abandonarla, al estilo de su ídolo, para hacerse dueño de sí mismo y regenerarse por el espectáculo de la naturaleza. Tras dar algunos tumbos eligió Alaska para su propósito y vivió varios meses en un autobús abandonado, el «autobús mágico» que apareció en mitad de la nada, hasta que murió de inanición, derrotado por esa naturaleza que le exigió algo más que romanticismo. Su peripecia -alabada y criticada a partes iguales- se cuenta en el libro Into the Wild (Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, editado por Zeta Bolsillo en 2008) y fue llevada al cine en 2007 por Sean Penn.

En este año de celebración no faltan los ensayos inspirados por el pensador, como El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau, del barcelonés Toni Montesinos (Ariel, 2017), una amena aproximación a su vida y obra. «Él nos conmina a ser valientes, no de modo ampuloso en situaciones especialmente épicas, sino en el día a día», escribe Montesinos. «Nos enseña a ser buenos, puramente buenos, sin hipocresías sensibleras ni jactancias, sino con la firme intención de practicar la bondad con fines determinados, casi de forma pragmática; nos enseña a mirar con respeto la naturaleza y ser humildes ante ella, sin dejarnos cegar por los impactantes adelantos tecnológicos; nos enseña, en definitiva, a no resignarnos al estilo de vida al que la sociedad estandarizada nos arrastra y a tener un criterio propio firme y sosegado».

¿Malos tiempos para la filosofía? Lean a Thoreau. Tendrán un mejor día. Tal vez, si perseveran, una mejor vida. Basta con abrir al azar una página de Todo lo bueno es libre y salvaje (Errata Naturae, 2017) y recitarse uno de los aforismos que contiene. «Me gusta que mi vida tenga un amplio margen». «No puedo deciros lo que soy, más allá de un rayo de sol. Lo que soy, lo soy, y no lo digo. Ser es la mejor forma de explicarse».

III

Alfonso Armada entrevista a Robert Richardson: «El mensaje primordial de Thoreau es estoico: tenemos que volver a la naturaleza». Abc Cultural, 7-V-2017:

«Thoreau. Biografía de un escritor salvaje» (Errata Naturae), escrita por el profesor e historiador estadounidense Robert Richardson, es por su claridad, rigor y elocuencia el mejor prólogo para entender al autor de «Walden»

Aunque nació hace 83 años en Milwaukee (Wisconsin), tal vez el haber crecido entre Medford y Concord (Massachuseyts, la tierra de Henry David Thoreau) trazó el destino de Robert (Bob) Richardson. Además de haber enseñado en Harvard, Yale, y las Universidad de Colorado y Sichuan, en China, tras escribir dos libros sobre literatura, cine y mitología ha centrado su escritura en figuras como Emerson o William James, que le han marcado vital y espiritualmente, pero sobre todo Thoreau. A pesar de que su biografía del autor de Walden se publicó en 1986 en Estados Unidos, llega ahora al lector español prístina y reveladora como cuando fue escrita. Casado en segundas nupcias con la también escritora Annie Dillard, trabaja actualmente en el siglo XI en Persia y el XIX en Inglaterra, y la obra de dos poetas: Omar Jayam y Edward FitzGerald. Incluso el correo electrónico (como fue hecha esta entrevista) puede revelar un carácter, pero tres breves conversaciones telefónicas demostraron que la amabilidad es en Bob Richardson una cualidad del alma que redunda en la claridad de su prosa. Como a Thoreau, tampoco le gustan los sonajeros.

¿Por qué decidió dedicar tiempo a Thoreau?

Tomé la decisión de trabajar sobre Thoreau cuando enseñaba en la Universidad de Denver, en Colorado, en los años setenta del siglo pasado. Un día, antes de que comenzaran las clases, estaba leyendo el Diario de Thoreau. Él decía que si quieres ver ratas almizcleras en medio de la corriente necesitas permanecer inmóvil durante cinco minutos y observar la orilla, donde la vegetación brota del agua. Bajé caminando hacia el río que atraviesa la ciudad, me quedé quieto durante cinco minutos y, tal como Thoreau aseguraba, una rata almizclera apareció justo donde él dijo que lo haría. Así que, pensé: no necesito irme a vivir en Concord, Massachusetts, para aprender de este hombre. Todos los sitios pueden ser Concord. Thoreau tiene algo para cada uno de nosotros. Para ver hay que querer ver.

¿Por qué siguen siendo su figura, sus ideas y sus escritos tan importantes para la filosofía estadounidense?

El mensaje primordial de Thoreau es una idea estoica, y consiste en que no deberíamos buscar orientación en el pasado, en el estado, en la iglesia, y ni siquiera en el individuo, sino que deberíamos volver a la naturaleza.

¿Cuán relevante fue su libro cuando apareció en 1986, y cuán relevante cree que es hoy, cuando está siendo publicado en español, en tiempos de Trump, el 'Brexit' y la posverdad?

«Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más relevantes a medida que seguimos ensuciando el planeta»Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más y más relevantes a medida que continuamos ensuciando el planeta, volcamos cantidades ingentes de CO2 en la atmósfera, y envenamos los océanos. «¿Para qué necesitamos una casa si no tenemos un planeta tolerable donde levantarla?», se preguntaba Thoreau. La pregunta era buena cuando la formuló y lo sigue siendo hoy. La naturaleza es ley. Eso es cierto ahora, y siempre lo fue. Era verdad en 1986 y lo es en estos momentos a pesar de lo que Trump y sus secuaces puedan proclamar.

¿Sigue firme su fe en los padres fundadores de la democracia estadounidense y en Emerson y Thoreau dados los acontecimientos recientes?

Los padres fundadores de América hicieron un gran trabajo para su época y su lugar. No perfecto, desde luego (no olvidemos la esclavitud) y no aplicable en el futuro sin ajustes. No olvidemos que la población total de Estados Unidos en 1840 equivalía a la mitad de la población de California en 2010. Nuestra Constitución necesita una puesta a punto. No es nada democrático que que California y Wyoming tengan cada uno el mismo número de senadores: dos. Unas 37 millones de personas viven en California, mientras que la población de Wyoming apenas supera el medio millón. Necesitamos de figuras como Emerson, Thoreau y William James ahora más que nunca. Ellos eran partidarios de un individualismo con una clara conciencia de la responsabilidad respecto a su comunidad. Nadie puede estar por encima del estado, pero el individuo es más importante que el estado.

¿Cómo de estrecha es la relación entre el arte de escribir de Thoreau y su arte de caminar?

«El ritmo de la escritura de Thoreau es equivalente al ritmo de su paso»Thoreau necesitaba caminar a diario, como también necesitaba trabajar sentado a su mesa (leer y escribir) todos los días. Escribir es, como caminar, una actividad, y del mismo modo que las acciones vienen a menudo precedidas de las emociones, el sentido y el significado pueden aparecer tanto en el acto de escribir como antes de sentarse al escritorio. Tiene razón cuando asegura que el ritmo de su escritura es equivalente al ritmo de su paso.

¿Dónde le situaría usted en la escena política contemporánea?

Creo que Thoreau se situaría sin duda a la defensiva ante todo lo que tiene que ver con la actual Casa Blanca. Todo el mundo recuerda que fue a la cárcel porque se negó a pagar un impuesto estatal para sufragar la guerra contra México. Pero el acto más decisivo y perdurable que acometió Thoreau entonces no fue el hecho de ir a la cárcel, sino lo que escribió al respecto: alzó la voz, tocó a rebato la campana de la torre, y escribió, una y otra vez, contra la esclavitud y a favor de John Brown [un capitán que protagonizó una rebelión armada contra la esclavitud y fue apresado y ejecutado].

¿Fueron Virgilio, Goethe y Emerson los padres fundadores de su amor por la naturaleza?

Sin duda, aunque deberíamos incluir a Humboldt y la inmensa cantidad de libros de viajes, cuadernos de botánica, ensayos y sus propios diarios de caminante, y su íntima y perpetua inmersión en la naturaleza misma.

Emerson, Thoreau, Whitman, Melville, Dickinson... ¿Qué clase de hilo de acero de trascendentalismo y fe en el indivuduo y la naturaleza se podría trazar entre estos autores y los tiempos modernos?

«Creo que hace tiempo que los estadounidenses hemos dejado de ser una nación de lectores»Lo que usted bellamente califica de hilo de acero de fe y trascendentalismo está todavía vivo en América, aunque creo que hace tiempo que hemos dejado de ser una nación de lectores. Si por ejemplo llegas a vender un millón de ejemplares de un libro, tan sólo alcanzarías a menos del 1 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, y como alguien ha señalado la gente que no lee no tiene ninguna ventaja sobre la gente que no sabe leer. Nuestras universidades, nuestros escritores y nuestra cultura -películas y televisión aparte- están sometidos a grandes presiones, pero algunos todavía florecen, y todavía hay quienes sostienen ese hilo de acero, como Annie Dillard, Edward Hoagland, Gretel Ehrlich, Dennis Overbye, Mary Oliver, Edward Hirsch y otros cientos.

¿Se puede decir que para Thoreau, como para Laplace, Dios no era necesario?

No lo creo. En ocasiones es cierto que puede sonar como Laplace, sobre todo a medida que envejecía. Pero Thoreau tenía sentimientos religiosos, aunque no era para nada un clerical. Para él Dios está en todo. Esto es panenteísmo [concepto filosófico y teológico que indica que Dios es inmanente y trascendente al universo, que Dios engloba el universo, pero no se limita a él], no panteísmo. El dios de Thoreau es como el de Lucrecio. Es posible que existan los dioses, pero no tienen el menor interés en nuestra existencia.

¿Comparte su convicción de que podemos conseguir lo que los griegos, porque en esencia somos como ellos?

Por supuesto. Emerson, Thoreau y Whitman creían que estamos hoy en la misma situación que Adán y Eva. El mundo entero se ofrece ante cada nuevo ser, y podemos lograr todo lo que nos propongamos. No somos peores por haber llegado más tarde al juego de la vida.

¿Está de acuerdo con Emerson en que su verdadera biografía se lee en su poesía?

Sí, creo que Thoreau dejó nítidos trazos de sus apegos emocionales hacia Ellen Sewall y hacia su hermano John tanto en su poesía como en su prosa. Pero su vida en la naturaleza es mucho más clara en su prosa. No es una pregunta fácil. En la biografía que está a punto de publicar en Estados Unidos Laura Walls pone especial énfasis en las cartas, las amistades y vida diaria en el mundo rural a la hora de explicar la vida de Thoreau.

¿Encuentra alguna resonancia entre Simone Weil y Thoreau?

Estoy seguro de que Thoreau se sentiría muy contento de que le vincularan a Simone Weil. Ambos eran supremamente inteligentes, con una voluntad de hierro, e indeferentes a las presiones sociales, al qué dirán. Eran adalides inconformistas de la conciencia individual.

¿El descubrimiento del yo y la integridad del individuo están en la raíz del verdadero libertario?

El individualismo está bajo bajo el fuego. El argumento que se esgrime es que hemos llevado el individualismo demasiado lejos y hemos perdido nuestro sentido de comunidad. Lo que necesitamos, evidentemente, es una comunidad de individuos en el que cada uno posea imperativos sociales y personales. Thoreau estaba dispuesto a ser un buen vecino en la mayor parte de las cosas. Desde luego que ese es un objetivo que merece la pena.

¿Era Thoreau más un hombre de ríos que de bosques?

Los ríos son las venas del mundo. Los bosques son el cuerpo. Los dos son desesperadamente necesarios. ¿Cuál ese la diferencia -se pregunta Thoreau- entre la forma en que un río encuentra su camino hacia el mar, la forma en que un pájaro cumple su rito migratorio de un continente a otro y la manera en que un hombre pilota su navío hacia tierras lejanas? Las cosas están mucho más interconectadas que aisladas.

¿Qué es lo que ve y lee en la naturaleza?

«Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir»Thoreau está más interesado en cómo la naturaleza escribe por sí misma, cómo se expersa ella misma. Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir por sí mismos. Leyendo el paisaje boscoso es el título de un libro reciente. A Thoreau le encantaría. En la sutil depresión de la nieve en torno a la base de un árbol Thoreau podía leer el efecto de un árbol vivo en la acumulación de nieve.

Paul Valéry solía decir que la sintaxis es una cualidad del alma. No puedes escribir verdaderamente bien si no eres una buena persona. ¿Era lo que escribió la mejor forma de mostrar el tipo de hombre que Thoreau era? ¿Es cierto en este caso que su estilo era él mismo?

Thoreau se tomó muy en serio su trabajo como escritor. Él podía volver a describir algo una y otra vez hasta quedar satisfecho. En la denodada búsqueda de reflejar lo que de verdad revela la naturaleza él expresaba su verdadero ser, lo cual no tiene nada que ver con lo que solemos denominar «expresarse uno mismo». En cualquier caso, es cierto que no puedes escribir mejor de lo que eres.

Para reformar el gobierno debes primero reformarte a ti mismo. ¿Es esto quintaesencial Thoreau?

Sin la menor duda. Thoreau lo sabía, y Gandhi lo tomó de él. «Las reglas del juego equivalen a las propias reglas y las propias reglas equivalen al auto-control... Solo la gente que sea capaz de dominarse a sí mismo puede exigir respeto y libertad...» (Hind Swaraj).

¿Era Thoreau una suerte de enemigo avant-la-lettre del capitalismo, el comercio y el consumismo?

Absolutamente. Porque esas tres fuerzas nos llevan cerca del dinero y nos alejan de la naturaleza. Fácil de decir, difícil de aplicar en la vida.

¿Tiempo es todo lo que tenemos y nuestros pies para tomarle la medida al mundo?

Cada uno de nosotros tiene su tiempo. Podemos aprovecharlo o desperdiciarlo. Annie Dillard dijo: «La forma en que empleamos nuestros días es, por supuesto, la manera en que gastamos nuestra vida».

¿La más aventurera, difícil y arriesgada expedición es la que emprendemos en busca de nosotros mismos, y la que Thoreau bebió a fondo?

Sí que lo es, y Thoreau puede ser gracioso al respecto. «No vale la pena dar la vuelta al mundo para hacer recuento de gatos en Zanzíbar». Es mejor, «explorar nuestras más altas latitudes». Sir John Franklin «no es el único que anda perdido».

Hablando de España, ¿no cree que sería mucho más útil e inteligente para la izquierda recurrir a Thoreau como ouno de sus maestros para navegar hacia el futuro?

Por favor, que lo hagan. Tal vez les seguiremos desde aquí. Lo que he descubierto mientras me dedicaba a la enseñanza es que tan solo un tercio de los estudiantes mostraba interés en Thoreau, pero a los que les interesaba era de forma apasionada. El individualismo democrático de Thoreau, que comparte con Emerson y Whitman, es la más adecuada filosofía para la era nuclear. Esto ha sido destacado especialmenet por George Kateb. No se trata solo de individualismo, sino de individualismo democrático -que no tiene nada que ver con el individualismo rudo, depredador, o el aislacionismo- lo que de verdad necesitamos.

¿Cuál ha sido el impacto de las enseñanzas de gente como Emerson y Thoreau en su trabajo como escritor y profesor?

«Enseñar el pensamiento de Emerson y Thoreau me cambió la vida»Enseñar a fondo el pensamiento de Emerson y Thoreau y lo que de verdad pensaban me cambió la vida. Mis mínimas opiniones acerca de sus logros y sombras no significan nada. Ruskin tenía toda la razón cuando decía que el trabajo de una persona debería ser dar las gracias por lo que ama.

Adoro la frase que usted extrae de los escritos de Thoreau: «El pensamiento no es nada sin entusiasmo». ¿Es el camino que usted emplea para investigar, escribir y enseñar acerca de Thoreau, Emerson, William James, Persia y sus poetas?

Creo que fue Hegel quien dijo que nada es lo suficientemente valioso si no ha sido hecho con entusiasmo. Dijera quien lo dijera, es cierto.

¿Quién es Robert Richardson?

Robert Richardson es un profundo admirador de los escritos y los pensamientos de Emerson, Thoreau y William James, y todavía queda espacio en su corazón para Omar Jayam.

IV

Luis Alemany, "En la cabaña de Thoreau", en El Mundo1 jun. 2017:

Pasó a la historia como el defensor de la vuelta a la vida natural. Pero el suyo no fue un viaje inocente. Así lo muestra Robert D.Richardson.

Había una vieja broma sobre el Partenón: todo el mundo que va a Atenas encuentra en la Acrópolis lo que está buscando. Los fascistas vieron fascismo; los liberales, democracia; y los nacionalistas griegos, Grecia. Los poetas románticos vieron ruinas y Le Corbusier, geometría. Con Henry David Thoreau, el escritor que puso el marco intelectual y sentimental a la idea de Estados Unidos, pasa un poco lo mismo: igual le ha valido a los defensores del individualismo que a los partidarios de la insumisión, a los escritores ecologistas; a los contraculturales o a los místicos..."Thoreau dijo eso mismo: sólo podemos ver aquello que estamos buscando, aquello que ya tenemos en nuestras mentes", explica Robert D. Richardson, biógrafo del escritor estadounidense (Thoreau se llama su libro y está recién publicado por Errata Naturae, coincidiendo con el segundo centenario de su nacimiento). "La primera vez que leí a Thoreau tenía 19 años y buscaba una dirección para la vida. Teniendo en cuenta lo que le interesa de la vida a un muchacho de 19 años, no me sirvió de mucho, la verdad".Si un lector de la biografía de Thoreau también quiere ver su propia realidad de 2017, no lo tiene difícil: la vida del escritor de Walden suena casi contemporánea, como si dialogara con todos los jóvenes prematuramente desencantados de nuestro tiempo.Richardson empieza el relato el día en el que el escritor termina la carrera en Harvard, que en la década de 1840 no era una universidad de élite sino una especie de internado autoritario y chapucero. El recién licenciado volvió a su pueblo, Concord, en Massachusetts, y se encontró con que la economía de Estados Unidos estaba en crisis y que la realidad no estaba a la altura de sus expectativas.No supo bien qué hacer. Probó con la enseñanza pero no le fue bien. Quiso escribir pero había mucha competencia. Pensó en marcharse al otro lado del mundo a buscarse la vida, pero no encontró el momento. Tuvo algún trabajo deprimente en Nueva York y lo dejó. Leyó mucho y se hizo amigo de su vecino Ralph Waldo Emerson. Murió su hermano, tuvo angustia y, entonces, se hizo su famosa cabaña en el bosque... Fue lo que en inglés llaman huckleberry, un chaval un poco perdido, en busca de su rumbo. Como Thoreau sabía que tenía algo especial pero no era capaz de demostrarlo, desarrolló un carácter melancólico, a veces caprichoso y soberbio. Nada que ver con la bondad machadiana del hombre del bosque en la que solemos pensar."Thoreau era difícil al trato, podía ser frío y ensimismado, parecía desconectado de las personas. Darle la mano debía de ser como darle la mano a un árbol. Su vida romántica había sido un desencanto...", explica Richardson, en alusión a Ellen Sewall, el amor frustrado y eterno de Thoreau y de su hermano, que también la cortejó. Sewall se decantaba por Henry David pero su padre no dio su autorización. "Entre sus íntimos, sin embargo, Thoreau transmitía alegría y belleza de vivir. Dejó escrito una vez: 'Probablemente, la alegría sea la condición de la vida'".¿Qué leía Thoreau en esos años de artist as a young man? Mucha poesía alemana, clásicos grecolatinos, algo de filosofía oriental... De Virgilio le gustaban más las Geórgicas que la Eneida... ¿Lecturas convencionales para un joven culto de 1847? "Bueno, había algo más que las lecturas normales. Era capaz de leer en francés, alemán, italiano y latín y se defendía en español y griego. Leyó toneladas de papel de literatura de viajes, de botánica y química, leyó a Humboldt, a Liebig y a Lyell y defendió a Darwin muy pronto. Se interesó por el budismo, el hinduismo y el zoroastrismo y por la poesía persa. Sobre todo, se interesó por Sa'di".Entre todas esas amistades literarias, destacaban Goethe y la tradición romántica alemana, que es de donde Thoreau toma la idea central de su obra: la individualidad como una responsabilidad, como una construcción ética muy exigente y solitaria. Por eso lo de la cabaña en el bosque.Noticia: el primer escritor que presagió la contracultura desconfiaba de cualquier forma de colectivismo o socialismo, utópico o no. "Thoreau desconfiaba de cualquiera que quisiera reformar el mundo antes que reformarse a sí mismo. Como los filósofos estoicos de Roma, creía en el autocontrol, en la autarquía del individuo", explica Richardson.Y continúa: "Thoreau no era partidario del capitalismo pero tampoco era socialista. Todo su interés por la economía se dirigía a la manera en la que el individuo gobernaba su casa y su vida. Para él, la cuestión no era en qué sistema deberíamos vivir. La cuestión era cómo sacar adelante nuestras pequeñas vidas". Un ejemplo: "Thoreau decía que el coste de las cosas debería calcularse en función de la cantidad de vida que sacrificamos por ella".Emerson era el guía en muchas de esas ideas y lecturas de Thoreau. Juntos construyeron en Concord una versión americana de la Weimar de Goethe, una pequeña Atenas americana. ¿Compitieron, en el fondo? "Deberíamos superar la idea de que fueron amigos y, a la vez, rivales. Emerson era 15 años mayor, era más un hermano mayor que un igual. Sin Emerson no habría habido Thoreau. Es verdad que, durante una época, se alejaron. Thoreau reprochaba a Emerson que no le hubiera advertido a tiempo de que su primer libro, A week on the Concord and Merrimack Rivers, no era muy bueno. Pero es que Emerson no se dio cuenta de que Thoreau era algo más que el líder de una fiesta de huckleberries, que estaba construyendo algo importante". Al final, los dos escritores se reconciliaron "y Emerson escribió las líneas más bonitas sobre Thoreau que se puedan leer".Thoreau era único, eso está claro. Poeta, diarista, moralista, agricultor, filósofo... Piensen en algún escritor en lengua española con quien pudiera ser comparado... Difícil, ¿verdad? "Pues yo pienso en Thoreau como en Don Quijote; un poco loco, bastante enfrentado a la normalidad, a menudo divertido, siempre con altura de miras y, a la larga, más cuerdo y más verdadero que ninguno de nosotros. Su cabaña era Baratatia y hasta tuvo una Dulcinea, Ellen Sewell... Ticknor, el profesor de español de Thoreau, escribió la primera gran historia de la literatura española en inglés".Al final de su vida, Thoreau encontró por fin un trabajo: agrimensor, como el personaje de Kafka. No era un mal empleo, podría pasar el día en el campo. En una de esas excursiones, enfermó y el bacilo de la tuberculosis que había incubado en la adolescencia se lo llevó a los 44 años, igual que el río se llevaba la piragua de la canción Moon river: "Mi amigo huckleberry / allá dónde vayas yo iré también".

QUÉ Y CUÁNDO LEER DE THOREAU


«¿Por dónde empezar con Thoreau? Hay un ensayo corto de Emerson, el Elogio de Thoreau, que puede ser un buen comienzo. También podría servir su ensayo Walking [disponible en español dentro del volumen Un paseo invernal]. Walden podría esperar a un segundo momento porque lo veo más como una estación de llegada». Robert D. Richardson propone un itinerario para los lectores que descubran a Thoreau a través de su trabajo. No tendrán que buscar muy lejos: Errata Naturae, el sello de Richardson, ha puesto al día la obra de Thoreau durante los últimos años. El colofón de ese trabajo ha sido la nueva edición de Walden. Fuera de su catálogo, el Diario de Thoreau vuelve a estar disponible con el sello de Capitan Swing. A su escala, es un éxito: el primer volumen lleva tres ediciones y el segundo llega ahora a las librerías. Es, además, el núcleo duro de su obra y el complemento perfecto para la biografía de Richardson. / LUIS ALEMANY