domingo, 7 de agosto de 2016

Entrevista al recién fallecido filósofo Gustavo Bueno

Antonio Lucas entrevista a Gustavo Bueno: 'El problema más grave que tiene España es la estupidez' 'Rajoy es el único en quien confío para mantener la unidad de este país un poco más tiempo' 'Rivera peca de europeísmo, cree que la UE lo arreglará todo'

El País, 8/12/2015

El filósofo Gustavo Bueno, a los 92 años, mantiene intacta la capacidad de pensar más allá de los manuales y de incordiar más allá de cualquier cortesía. Es uno de los grandes intelectuales del presente, capaz de pisar todos los barros con un argumentario de erudición abundante y de salir sin mácula de las batallas dialécticas en las que entra. Desde Hegel a Marx. De Gran Hermano a la Guerra de Irak. Más contra la izquierda que contra la derecha. Asómense y verán. Es imprevisible pensando.

¿Cuál es el atractivo de este momento político?

El de estar en el momento en que se van a resolver algunas de las hipótesis posibles de la filosofía política que se plantean en este momento y en este país. Es un tiempo que observo con interés, aunque sin entusiasmo. Me siento implicado y poco más.

La campaña se va a seguir jugando en las televisiones. Usted escribió 'Telebasura y democracia', ¿estamos en un momento de telebasura política?

De la televisión hay que dudar siempre. Más aún en este momento tan degradado. La corrupción más peligrosa que padece España no es política, financiera o fiscal, sino cultural. La falta de ideas claras, la confusión, el todo vale. Esta corrupción a la que me refiero no se puede eliminar por vía judicial y genera un porvenir siempre incierto.

Ahora se habla de política más que nunca, ¿qué significa eso?

Un reconocimiento de que la política es esencial aunque a la vez se ataque a los políticos. Este interés renovado es el origen de los partidos emergentes, que tienen el problema de que olvidan la Historia. Y no la Historia del pasado, sino la del presente. A mí me dio muy mala espina, en el 15-M, cuando los grupos precursores de Podemos se reunían en Madrid con afán de partir de cero y establecer un régimen asambleario democrático puro. Eso sería como volver a Rousseau. A las cavernas de la política. Una pura ficción. Aunque Pablo Iglesias ha ido rectificando ese disparate.

Los discursos se mueven entre el desafío y la ingenuidad, ¿es el síntoma de una democracia sin exigencias intelectuales?

Depende de cada cual. En el caso de Pablo Iglesias se ve claramente a un demagogo mientras que Albert Rivera peca de europeísmo.

¿De europeísmo?

Sí. Cree que Europa lo resolverá todo. Una ingenuidad, porque Europa es, como ya hemos visto en tantos casos, la forma de disolverlo todo.

¿Albert Rivera es el mirlo blanco de la política española?

Eso parece, pero creo que más que un mirlo es un ajedrecista. Está estudiando jugadas para ver qué hacer, por eso el debate político suele ser tan pobre. Sólo manifiesta un ansia de gobernar. Él y todos los demás sólo quieren llegar a diputados.

¿Y Rajoy qué representa en esta encrucijada?

Está muy oscilante. Depende demasiado de lo que le dictan los asesores. Lo de ir a casa de Bertín Osborne es un exceso innecesario. Aunque sacará su rendimiento electoral, porque hay que tener en cuenta a quién va dirigido eso.

A quién.

A todos los escépticos y gentes del PP que dudan de él.

¿Y Pedro Sánchez?

Debemos suponerle una cierta inteligencia cuando está donde lo han puesto. Exhibe una buena condición teatral, pero es un hombre muy elemental y rudo, aunque sea joven y guapo. La cortesía académica y parlamentaria se ha perdido. Sus momentos más bochornosos fueron los días del Debate sobre el estado de la Nación. Ahí demostró una arrogancia increíble. No dice más que tópicos y tonterías, aunque sabe sonreír... Es un monigote de ventrílocuo.

¿Aún cree, como en 'El mito de la derecha', que hay una derecha a la izquierda de la izquierda?

Lo que creo es que los conceptos de izquierda y derecha siguen siendo tan oscuros o más que el primer día. Precisamente Pedro Sánchez está siempre invocando la derecha y la izquierda. Pero qué coño es esa izquierda a la que se refiere. Tal y como él la entiende sólo se trata de un concepto. Esa izquierda es la de la paz, como cuando habla el Papa Francisco.

Tras los atentados de París vuelve el mantra de la guerra. ¿España tendrá que intervenir?

Depende de los compromisos que hayamos adquirido. Aunque de algún modo ya estamos comprometidos. Lo que sucede es que Rajoy es consciente de que en vísperas de elecciones no puede hacer una declaración formal. Sería catastrófico para él. La gente sigue muy sensibilizada por la paz erasmiana, pero yo invito a leer a Erasmo para que calculen su estupidez y su falso prestigio.

¿Cree que la solución es exclusivamente militar?

No, pero el asunto es muy complejo. Como hay tal confusión de ideas, a lo que han contribuido desde el Papa a Obama o Rajoy, estamos discutiendo si el problema es religioso o de civilización. Y no es lo más importante en este caso.

¿Y qué lo es?

Saber qué queremos. Y qué posibilidades tenemos.

¿Cuál es el problema más grave que tiene hoy España?

La estupidez.

¿Cataluña tiene un proyecto formal o se mueve por imprevisión según los acontecimientos?

La posición de los secesionistas, y sobre todo de Mas, es operar en lo que llamamos pensamiento aureolar. Es decir: como si todo aquello que dijesen estuviese revestido con la aureola de la verdad. Este hombre habla como si ya existiera una Cataluña independiente, aunque exactamente sea eso lo que se discute.

¿Mas sabe lo que hace o vive políticamente de prestado?

No tiene idea de lo que lleva entre manos. Está arrastrado por unas ficciones confusas que le han dejado el cerebro hecho cisco.

¿Cuál puede ser el siguiente paso del independentismo en Cataluña después de la anulación de la declaración soberanista por parte del Tribunal Constitucional?

No sé qué será lo próximo, pero tengo claro que el Ejecutivo debe intervenir de una vez. Ahora todo se está reduciendo al Poder Judicial, pero si el proceso sigue entraremos en el territorio de la ficción. Así que hay que aplicar el artículo 155 de la Constitución. Llevar más Policía o lo que haga falta. Rajoy tenía que haber intervenido hace tres o cuatro años, pero entiendo su prudencia pese a la demora. No ha sido inacción, sino excesiva responsabilidad.

¿Votará el 20-D?

Sí. Y además a Rajoy, pese a todo.

¿Por?

Porque es el único en el que confío para mantener algo más de tiempo la unidad de España.

viernes, 5 de agosto de 2016

Personas tóxicas en el trabajo

Dr. Travis Bradberry Autor de 'Inteligencia emocional 2.0' y presidente de TalentSmart

Seis tipos de relaciones tóxicas que deberías evitar en el lugar de trabajo, en Huffington Post, 05/08/2016

En el trabajo o en cualquier parte, casi todo el mundo ha tenido alguna experiencia con una relación tóxica. Si es tu caso, ya sabrás que las personas tóxicas absorben la energía, la productividad y la felicidad.

Según un estudio de la Universidad de Georgetown, el 98% de las personas dicen haber experimentado conductas tóxicas en su lugar de trabajo. El estudio llegó a la conclusión de que las relaciones tóxicas influyen de manera negativa en los empleados de nueve formas distintas:

El 80% perdía tiempo de trabajo preocupándose por algo que hubiera pasado.

El 78% afirmaba que su nivel de compromiso con la empresa había disminuido.

El 66% afirmaba que su rendimiento había disminuido.

El 63% perdía tiempo de trabajo al intentar evitar a la persona tóxica.

El 47% aseguraba reducir intencionadamente el tiempo que pasaba en el lugar de trabajo.

El 38% provocaba la disminución de la calidad de su trabajo intencionadamente.

El 25% reconocía pagar su frustración con los clientes.

El 12% afirmaba haber dejado el trabajo por culpa de una relación tóxica.

El 48% reconocía esforzarse menos en el trabajo intencionadamente.

Aunque las consecuencias de las relaciones tóxicas se pagan caro, lo que más caro se paga es la productividad perdida y el sufrimiento emocional que experimentan las personas que se ven atrapadas en este tipo de relaciones.

Puede que no seamos capaces de controlar la toxicidad de otras personas, pero lo que sí podemos controlar es nuestra manera de responder ante ellas. Antes de poder anular una relación tóxica, tienes que entender qué es lo que la hace ser tóxica. Las relaciones tóxicas son aquellas en las que las necesidades de una persona ya no se cubren o en las que algo o alguien interfiere con la capacidad de mantener una relación sana y productiva.

Reconocer y comprender la toxicidad te da la capacidad de desarrollar estrategias eficaces para repeler las interacciones tóxicas en el futuro. A continuación encontrarás los tipos de relaciones tóxicas más comunes acompañados de estrategias que te pueden resultar útiles para lidiar con ellas.

Relaciones pasivo-agresivas.

Este tipo de toxicidad puede estar representado de muchas formas en el lugar de trabajo. Desde el jefe que te da de lado hasta el compañero que pone en copia a tu jefe en todos los correos electrónicos. Una de las manifestaciones más comunes de agresividad pasiva es la reducción drástica del esfuerzo. A las personas pasivo-agresivas no les gusta recibir retroalimentación, lo que puede llevarles a irse antes del trabajo o a no trabajar tanto como los demás. La agresividad pasiva resulta mortífera en cualquier entorno de trabajo, que debe ser un lugar en el que las opiniones y los sentimientos se pongan sobre la mesa para seguir progresando.

Cuando alguien se comporte de manera pasivo-agresiva contigo, tienes que hacerte cargo de la situación y comunicar el problema. Las personas pasivo-agresivas se comportan así porque intentan evitar el asunto en cuestión. Si no puedes obligarte a establecer una vía de comunicación, puede que te veas envuelto en manipulaciones o juegos psicológicos. Recuerda que los pasivo-agresivos tienden a ser sensibles y a evitar los conflictos, así que, cuando les saques el tema, asegúrate de hacerlo de la manera más constructiva y armoniosa posible.

Relaciones que carecen de perdón y de confianza.

Es inevitable cometer errores en el trabajo. Algunas personas se centran tanto en los errores de los demás que es como si creyeran que ellos nunca cometen errores. Te darás cuenta de que esas personas están resentidas, están constantemente preocupadas por si alguien va a hacerles daño y puede que incluso hagan lo posible por echarte de un proyecto importante. Si no tienes cuidado, este tipo de cosas pueden frenar tu avance profesional al quitarte oportunidades de crecimiento.

Lo más frustrante de este tipo de relaciones en que basta con un error para perder cien "puntos de confianza", pero cien acciones perfectas solo sirven para recuperar uno de esos puntos. Para volver a ganarte su confianza, es crucial prestar muchísima atención a los detalles y que no te desanimes por el hecho de que la otra persona busque errores constantemente. Tienes que ser lo más paciente posible mientras tratas de salir del agujero de subjetividad en el que estás metido. Recuerda, Roma no se hizo en un día.

Relaciones unidireccionales.

Se supone que las relaciones tienen que ser beneficiosas para ambas partes. Son un toma y daca. En el entorno de trabajo, esto se aplica tanto a las personas que están por debajo de ti (que tienen que hacer lo que les mandes y a las que tienes que enseñar) como a tus superiores (de los que debes aprender y a los que debes aportar). Estas relaciones se vuelven tóxicas cuando una de las partes empieza a dar una cantidad desproporcionada, o cuando solo quiere recibir. Podría ser un jefe que tuviera que guiar a un trabajador en cada mínimo detalle o una compañera que se diera cuenta de que está haciendo todo el trabajo ella sola.

Si es posible, lo mejor que se puede hacer con este tipo de personas es dejar de dar. Desafortunadamente, esto no es siempre posible. Cuando no lo sea, tienes que hablar con sinceridad con la otra parte para recalibrar la relación.

Relaciones idealistas.

Las relaciones idealistas son aquellas en las que ponemos a la otra persona en un pedestal. Cuando crees que tu compañero es capaz hasta de caminar sobre el agua, la relación se vuelve tóxica porque careces de los límites necesarios en una relación laboral sana. Por ejemplo, puede que, en consecuencia, dejes pasar un error que necesitaba más atención o traspases tus límites éticos al asumir que tu compañero lleva razón.

Esta pérdida de límites es extremadamente tóxica para ti, pero tienes la capacidad de enderezar la relación. Independientemente de lo estrecha que sea tu relación con alguien o de lo genial que consideres su trabajo, tienes que seguir siendo objetivo. Y si tú eres el que está siendo idealizado por los demás, lo que tienes que hacer es decirlo e insistir en que quieres que te traten igual que a los demás.

Relaciones punitivas.

Las relaciones punitivas son aquellas en las que una persona castiga a la otra por comportarse de una manera que no coincide con sus expectativas. El mayor problema de este tipo de relaciones es que su objetivo es castigar, sin la comunicación, las críticas constructivas y la comprensión adecuadas. Esta denigrante perspectiva provoca conflictos y malos sentimientos.

Para sobrevivir a una relación punitiva, hay que ser sabio a la hora de elegir las batallas que se van a librar. Para que se te tenga en cuenta, no puedes entrar al trapo en cada conflicto. Si lo haces, te colgarán la etiqueta de "demasiado sensible".

Relaciones basadas en mentiras.

Hay personas que se centran tanto en dar buena imagen que pierden la noción de lo que es realidad y lo que es ficción. Entonces, las mentiras se amontonan hasta que son la base de sus relaciones con los demás. La gente que no da respuestas directas no merece tu confianza. Después de todo, si están dispuestos a mentirte, ¿cómo vas a poder depender de ellos?

Cuando en una relación no hay confianza, no hay relación. Construir una relación sobre mentiras es como construir una casa sobre un montón de arena. Lo mejor que puedes hacer es un recuento de pérdidas y seguir adelante.

Cómo protegerse de una persona tóxica:

Las personas tóxicas vuelven loco a cualquiera porque su comportamiento es irracional. Que no te quepa duda: su comportamiento va contra la razón. Entonces, ¿por qué permitirse responderles de una forma emocional y dejarse arrastrar por el torbellino?

La capacidad para gestionar las emociones y mantener la calma bajo presión (un componente muy importante de la inteligencia emocional) está directamente relacionada con el rendimiento y la felicidad. Una de las mejores ventajas de tener inteligencia emocional es poseer la capacidad de identificar a las personas tóxicas y de mantenerse alejado de ellas.

Cuanto más irracional sea alguien, más fácil debería resultarte librarte de sus trampas. Deja de intentar ganarles a su propio juego. Distánciate emocionalmente de la persona tóxica y concibe tus interacciones con ella como si de un experimento científico se tratara (o como si fueras su psiquiatra, si te gusta más esa analogía). No tienes que responder al caos emocional, solo a los hechos.

Mantener la distancia emocional requiere cierta concienciación (que puedes aumentar con un test de inteligencia emocional). No puedes hacer que alguien deje de sacarte de quicio si no reconoces cuándo lo está haciendo. A veces te verás en situaciones en las que necesitarás reorganizarte y elegir la mejor manera de proceder. Esto está bien, y no deberías tener miedo a concederte un tiempo para hacerlo.

La mayoría de la gente se siente así porque, aunque trabajan o viven con alguien, no tienen forma de controlar el caos. Nada más lejos de la realidad. Una vez hayas identificado a una persona tóxica, su comportamiento te parecerá más predecible y fácil de entender. Gracias a esto, podrás pensar racionalmente en qué situaciones tienes que tolerar sus comportamientos y en qué situaciones no. Podrás establecer límites, pero tendrás que hacerlo de manera consciente y proactiva. Si dejas que las cosas sigan su curso natural, estás destinado a verte envuelto constantemente en conversaciones difíciles. Si pones unos límites y decides cuándo y dónde te enfrentarás a una persona difícil, podrás controlar gran parte del caos. El truco es mantenerse firme y mantener los límites en su sitio cuando la otra persona intente cruzarlos (que lo intentará).

En resumen:

Hay muchos tipos de relaciones tóxicas en el lugar de trabajo. Cuando te veas involucrado en una, merece la pena evaluarlo todo detenidamente y desarrollar un plan de acción que salve tu cordura y tu vida laboral.

sábado, 30 de julio de 2016

Entrevista a Jodie Foster

Custodio Pastor entrevista a Jodie Foster: "Hay una conexión peligrosa entre medios y finanzas", en El Mundo 8/07/2016

No habla español, pero lo entiende perfectamente. Hacía tiempo que no pisaba Madrid, una ciudad que Jodie Foster conoce bien. "He pasado grandes momentos aquí", admite. Al preguntarle por su sitio favorito no lo duda: El Retiro. "Una vez me quedé dormida allí". La ganadora de dos Oscar lo suelta con pasmosa naturalidad. Centrada en la dirección, ahora presenta Money Monster, su cuarta película y se estrena hoy. Se trata de un thriller con George Clooney y Julia Roberts como el presentador y la productora de un programa televisivo de economía que asalta en directo un joven enfurecido que ha perdido todos sus ahorros.

¿Todos somos víctimas de las estafas financieras?

No soy política ni portavoz de nadie, simplemente hago cine. Creo que la película plantea muchas preguntas como ésa. Hay una extraña conexión entre tecnología, finanzas y los medios de comunicación que es muy peligrosa. A partir de 2008, con la crisis hipotecaria, fue la primera vez que muchas personas abrieron los ojos sobre lo que es el sistema financiero.

"El gobierno no hace nada, nos roba en nuestras narices", se escucha textualmente en la película. 

"Estuvimos dos años y medio trabajando en el guión. Quería que los personajes fueran deseados para los actores", dice. No quiere profundizar en la crítica al sistema. Elude las preguntas en ese sentido asegurando que "la película habla por sí misma".

¿Le costó convencer a George Clooney y Julia Roberts?

Cuando George dijo que sí todo se aceleró, todo fue muy rápido. Cuando fichas a una estrella todo va sobre ruedas. Le dije a George que se lo contase a Julia. Cuando ella aceptó me sentí muy contenta. Tienen una química juntos que no se puede explicar. Me gustó preparar con ellos el papel, hablar con ellos sobre sus personajes. En el rodaje es diferente. Cuando digo "Acción" ya les dejo solos, que puedan volar.

¿Es cierto que quiso ser directora antes que actriz?

Sí. Siempre quise ser directora, desde los 6 años. Pensaba que no iba a ser posible. A los 27 años pude dirigir mi primera película.

Debutó como directora de cine en 1991 con El pequeño Tate, que también protagonizó. Cuatro años después dirigió su segunda cinta, A casa por vacaciones, que también produjo y para la que convenció a Holly Hunter, Anne Bancroft o Robert Downey Jr. No volvió a dirigir una película hasta 2011, cuando presentó El castor, protagonizada por Mel Gibson y ella misma. Más recientemente, Jodie Foster debutó en televisión dirigiendo capítulos de Orange is the New Black y House of Cards. Su trabajo fue reconocido con nominaciones en los Emmy y los premios del Sindicato de Directores (DGA). "Hay que saber evolucionar y cambiar con los tiempos. Ahora las narrativas nuevas están en la ficción televisiva. Yo me adapto", explica.

¿Hacia donde quiere llevar su carrera?

Quiero centrarme de lleno en dirigir, actuando de cuando a cuando. Dirigir me da más. Es muy frustrante ser solo una pieza del rompecabezas. Dirigir hace que tengas voz sobre una película, que se traslade tu visión, tu firma.

¿Por qué cree que la industria del cine está dominada por hombres?

Es muy complicada la respuesta. Llevo 50 años en la industria y antes solo te encontrabas en los rodajes a mujeres como maquilladoras o en vestuario, pero la cosa ha ido cambiando con los años. Hay más mujeres dirigiendo, aunque en Hollywood las mujeres como directoras apenas se ven.

Presentó 'Money Monster' en Cannes, donde dijo que Pedro Almodóvar es uno de sus referentes.

Sí, me encanta su cine. Ha ejercido una gran influencia sobre mí porque combina el humor con una emoción profunda. Creo que él consigue meterse dentro de los personajes, dentro de las mujeres. Es muy infrecuente que un hombre lo consiga.

Protagonista de películas como Taxi Driver o El silencio de los corderos, Jodie Foster recibió hace dos años el premio Cecil B. DeMille a toda su carrera. Ni mirada impenetrable, ni actitud distante, ni displicencia. Orgullosa de su última película, cree que lo que une a su filmografía como directora es su mirada. "Mis películas son muy humanistas. Creo que el mundo irá a mejor, creo en el potencial de la gente. Creo que la gente quiere cambiar y puede cambiar. En la película George Clooney encarna esa posibilidad".

jueves, 28 de julio de 2016

Cómo inflan la minuta de un restaurante

Nieves Mira, "Estos son los servicios por los que no te pueden cobrar en un restaurante", en Abc, 27/07/2016: 

ABC contacta con un abogado especialista en el tema, que informa de prácticas abusivas

Un pan que no se había pedido, un aperitivo o incluso una pequeña cantidad de dinero por los cubiertos. A veces estas pequeñas cosas que no se han encargado al camarero suponen un gran aumento en la factura del restaurante. Existen algunos suplementos que, a menudo cobran estos establecimientos y por los que no deberían pasar la factura. Desde Legalitas, el abogado Miguel Fernández repasa las prácticas que no deberían realizar los restaurantes pero que están presentes en el día a día.

Una de ellas es el famoso PSM o Precio según el mercado. Con bastante regularidad, sobre todo en restaurantes donde se sirve marisco y otros productos cuyo precio fluctúa, es habitual encontrar la incógnita de cuánto costará hoy un plato de comida. Muchos locales se escudan en esa variación, pero lo cierto es que es ilegal que en la carta no ponga el precio final del plato. «No pueden dejar un precio abierto en la carta para luego cobrar libremente lo que quieran en cada momento», señala Fernández. La solución, en este caso sería tener una segunda carta preparada, pero bastaría con poner un adhesivo encima con el precio actual.

Respecto a si es legal o no cobrar el pan dentro del menú, este experto señala que «no se puede permitir, ni en el menú del día ni en los platos combinados». En el caso de que, al margen de este, el camarero deje el pan sobre la mesa, «hay que pedirle que lo retire», porque si lo deja ahí lo van a cobrar igualmente. En cuanto al vino, ya es diferente. «Si está incluido no deben cobrarlo, depende de la oferta de cada restaurante.

Los precios pueden variar en función de si los platos se sirven dentro del restaurante o en la terraza. Sin embargo, «en la carta tiene que poner, de manera diferenciada, el precio en mesa y el precio en barra. Nunca puede estar abierto». Y esto se hace extensible a toda la carta, tanto a los menús como a las bebidas.

En cuanto a los precios que aparecen sin IVA en la carta, Fernández hace un paralelismo con un contrato de una obra: «En ese ámbito, si no ponen nada, tengo que entender que el precio es sin el IVA incluido porque en ese mercado funciona así. En un restaurante el precio que vemos tiene que ser con el IVA ya includo. Cualquier otra cosa sería engañarnos», sentencia.

Por último, señala que no todo lo que se sirve en barra tiene que estar reflejado en la carta, por lo que sería conveniente preguntar antes de hacer cualquier pedido. En cualquier caso, este abogado aconseja reclamar si por parte del restaurante se cometen algunos de estos abusos porque en la mayoría de los casos, es el cliente el que tiene la razón.

lunes, 25 de julio de 2016

El espíritu de nuestra juventud en un solo verso de David Bowie

Es de Odisea espacial; el astronauta comandante Tom está encima de la "lata" de su nave y transmite a la torre de control:

"El planeta Tierra es triste / azul 
y no hay nada que pueda hacer"

Planet Earth is blue, 
and there's nothing I can do

Nuestra juventud no encuentra cauce, ni le dejan ni, al parecer, es posible. Por eso no hace nada o solo se limita al desenfreno.

La canción completa, doblada al español en subtítulos, aquí.

domingo, 24 de julio de 2016

El falso problema de la pelota y el bate de base ball

Un bate y una pelota cuestan un dólar y diez centavos. El bate cuesta un dólar más que la pelota. ¿Cuánto cuesta la pelota?

Algunos tienen la tendencia a dar sin pensar una respuesta incorrecta y afirman con mucha seguridad que la pelota cuesta diez centavos. Pero la respuesta correcta es que la pelota cuesta cinco centavos:

El bate es lo que vale la pelota +1 dólar

De lo que podemos deducir, diciendo que la pelota valga X que:

x+(x+1)=1.10 {Pelota + bate}

Ya si simplificamos y resolvemos tenemos que:

2x + 1 = 1.10

2x = 1.10 - 1 = 0.10

x  = 0.10 / 2 = 0.05 == 5 céntimos

sábado, 23 de julio de 2016

Pequeña historia de la corrupción en España

Alma Leonor López "Corruptelas que hicieron historia" nuevatribuna.es 22 de Julio de 2016 (17:12 h.)

La corrupción política y pública es un mal endémico de plena actualidad. Aunque no sea un consuelo, la Historia de España nos ofrece algunas de las más suculentas muestras de esas malsanas prácticas.

En el siglo XIV, los sobornos a alcaldes, escribanos y oficiales de Cortes eran tan frecuentes que una vez encontrado culpable al oficial corrupto, se le expulsaba de la Corte y se le excluía de la posibilidad de ocupar cargos públicos de por vida. La práctica debía ser tan corriente que se establecieron penas durísimas para los reincidentes. Así lo hizo saber Fernando IV  en 1312 en las Cortes de Valladolid:

“Otrossí tengo por bien que todos aquellos que andan baldíos a procurar cartas de la mi chançellería por algo que les den que se vayan de la Corte o se dexen deste ofiçio e caten sennores con quien bivan. E porque desto viene grande serviçio a mí e granddanno a la mi tierra e enfamamiento a los míos oficiales, e, si por auentura en esto fueren fallados, mando por la primera vez que les den çient azotes, e por la segunda que los desorejen, e por la tercera que los maten por ello”.

El valido y sus “tesoreros”

Durante el siglo XVII, la época de los validos, la corrupción se enseñoreaba de la Corte y toda la administración real. El duque de Lerma fue el más avezado en este “oficio”: Durante el traslado de la Corte a Valladolid realizó importantes negocios inmobiliarios, que se multiplicaron con la vuelta a Madrid.

Recibía constantes regalos económicos del rey y rentas de Italia y compró pueblos enteros a la Corona (con un dinero escamoteado de la Hacienda Real) que le proporcionaron más de 600.000 ducados de renta solo en 1607. También favoreció a toda su familia (hermana, tíos, yernos, nietos y biznietos) con cargos y prebendas.

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El teólogo e historiador Juan de Mariana llega a proponer en un arbitrio toda una serie de medidas encaminadas a contener el gasto de la Corte y la Casa Real, a las que criticaba la multiplicación de concesiones de mercedes económicas desde el valimiento.

Es decir, atacaba la corrupción que se había instalado en España. En lugar de obtener respuesta a sus peticiones, lo que consiguió Juan de Mariana fue la oportuna prohibición de su libro y la apertura de un proceso judicial contra él (¿un prematuro juez Garzón?).

A partir de entonces comienzan a caer los protegidos más corruptos del valido. El consejero real Fernando Carrillo realiza una auditoría en el Consejo de Hacienda a resultas de la cual Alonso Ramírez de Prado (fiscal del Consejo de Hacienda, consejero regio y brazo derecho de Lerma en política fiscal) fue detenido y acusado de cohecho y enriquecimiento ilícito. Se le embargaron bienes por valor de 1.704.000 ducados.

A Pedro Franqueza, marqués de Villalonga se le incautaron cinco millones de escudos en bienes, enseres y metálico que se hallaron en su casa (¿en “bolsas de basura”?), aunque intentó ocultar su fortuna destruyendo documentos comprometedores y distribuyendo sus dineros por distintos puntos de España (aún no existían los “Paraísos Fiscales”). Fue condenado al pago de más de un millón de ducados y a prisión perpetua.

Pedro Álvarez Pereira, miembro del Consejo de Portugal, también fue detenido y condenado por delitos de corrupción.

En total, casi 500 delitos económicos salieron a la luz en 1610 cometidos por quienes “aprovechándose de la mano y autoridad que alcanzó con sus oficios, usó mal dellos y de la Real gracia, convirtiéndola en avaros, codiciosos y propios fines, procurando engrandecerse desvanecidamente (…), procediendo en lo demás con escándalo del Real servicio, mala cuenta de sus ocupaciones y nota general del Gobierno” (a decir de Fernando Carrillo, eminente consejero del rey Felipe III).

corrupcion-historiaPero el personaje al que más se le cuestionó por corrupción y malas artes, que incluían el asesinato, fue a Rodrigo Calderón (no “tesorero”, pero si una especie de secretario general de Lerma), quien había acumulado bienes, honores y poder, merced a su posición de privilegio y a la generalización de la corrupción en la Corte. (En la imagen: Calderón. Pintura de Rubens)

Su ambición fue tal que al poco de ser nombrado secretario de Cámara del Rey, ya pudo haber desfalcado 15 millones de escudos, además de hacerse con el privilegio de imprimir la Bula de la Cruzada (que le proporcionaba grandes beneficios), y recibir varios nombramientos nobiliarios y cargos. Incluso logró, para frenar las acusaciones populares que ya circulaban sobre él, que se emitiese una Real Cédula que “condenaba a perpetuo silencio a cuantos quisieran acusar a Don Rodrigo, al que se daba por buen ministro”. Es decir, consiguió inmunidad para sus corruptelas.

En 1618, Calderón fue finalmente acusado de enriquecimiento ilícito y de otros delitos (un total de 214 cargos, entre los que se encontraba la sospecha de haber utilizado venenos contra la reina Margarita causando su muerte) y conducido a prisión. Allí esperaba estoico un perdón del rey (ahora sería un indulto gubernamental) que nunca llegó, pues Felipe III falleció el 31 de marzo de 1621.

El nuevo rey y el nuevo valido (el conde-duque de Olivares, que mantenía una animadversión personal contra Calderón) ejemplificaron con la condena del secretario el fin de la corrupción administrativa y el inicio de una nueva forma de gobierno. Así, le retiraron sus títulos y honores, le embargaron sus bienes y “le condenaron a que de la prisión en que está sea sacado en una mula de freno y silla y le lleven por las calles públicas y le lleven a la Plaza Mayor, y en ella esté un cadalso para este efecto y en él le corten la cabeza, siendo degollado por la garganta hasta que muera de muerte natural”.

El duque de Lerma fue finalmente investigado a su vez y quedaron al descubierto todas sus tramas de corrupción. El rey le permitió retirarse a sus dominios de la ciudad de Lerma cuando obtuvo el capelo cardenalicio que había solicitado a Roma en previsión de su condena: “Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado” (dicho popular). Un “cambio de chaqueta” en toda regla.

La corrupción decimonónica
corrupcion-historia1No quedó muy escarmentada la clase gestora de la cosa pública y, en el siglo XIX, nuestros antepasados encontraron otras fórmulas más acordes con los tiempos para hacer “negocios” lucrativos a costa del erario del Estado.

En 1854 se denuncia en la prensa de toda España el escándalo financiero relacionado con las jugosas concesiones del ferrocarril. Entre los implicados aparece el marqués de Salamanca, ministro en varias ocasiones, y María Cristina de Borbón, la propia madre de la reina Isabel II, quien junto con su marido, Fernando Muñoz, el duque de Riansares, participaron en todo negocio que tuviera lugar en España. Y al parecer formando sociedad todos ellos, además de con otros como el general Narváez, el banquero navarroNazario Carriquiri y el duque de Retamoso, hermano de Fernando Muñoz:

“Ha existido hasta el célebre 28 de junio una sociedad en comandita para la explotación de todos los agios, de todos los negocios que el país había de pagar con su sangre. Capitaneábala Cristina y su gerente Salamanca, monstruo de inmoralidad; era, como el vulgo suele decir, su testaferro. Presentarse al negocio de los ferrocarriles en la España comercial y abalanzarse a todos la comandita como manada de lobos hambrientos, fue cosa que a nadie admiró, porque no era de admirar verdaderamente”

(La Ilustración, 24 de julio de 1854).

En este caso, el pago por tamañas artes no fue ni la multa pecunia ni el encarcelamiento ni el garrote vil. Se pagó con la caída de la monarquía y el exilio tanto de la reina Isabel II como de su familia y el marqués de Salamanca, que tuvieron que huir a Francia, cuando la Gloriosa se alzó decidida a castigar a todos aquellos que habían esquilmado España en nombre de la Corona y, sobre todo, a avanzar en la senda progresista de las libertades públicas:

“Para escribir con un tanto de filosofía la historia de la revolución de 1854, necesitamos volver los ojos, aunque a la ligera, a las primitivas causas de este acontecimiento. Desde que en 1851 intentó el tristemente célebre Bravo Murillo cambiar el sistema de gobierno que nos regía para poder a mansalva, de acuerdo con Cristina, hacer el magnífico negocio del arreglo de la Deuda, quedó tan minado el edificio político, que era inevitable su ruina”

(La Ilustración, 24 de julio de 1854).

El escándalo del estraperlo
Durante los años 30 del siglo XX, en medio de un convulso equilibrio político y social, otro escándalo de corrupción vino a enturbiar el tercer gobierno formado por Alejandro Lerroux (del Partido Republicano Radical, en coalición con la CEDA, 1933-1935). Un timador llamado Daniel Strauus provocó una crisis política que agravó todavía más la convulsa situación política de la II República.

El, en principio llamado “Caso Strauss”, se inicia en septiembre de 1935, cuando Daniel Strauss (un judío de origen holandés que se había nacionalizado mexicano) envía una carta al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, acusándose de haber entregado una serie de dinero a ministros y altos cargos del partido en el gobierno, incluido un familiar del primer ministro (e incluso a directores de periódicos, afirmaba), con el fin de obtener los permisos necesarios para explotar en España un juego de azar, llamado “stra-perlo”, que había inventado junto a su socio, Joachim Perlowitz (o Perlo).

corrupcion-historia2Se trataba de una especie de ruleta mecánica que Strauss calificaba de “juego de sociedad y habilidad” y en el que “no intervenía para nada el azar, sino la vista y la rapidez en el cálculo” (en realidad estaba trucada, razón por la que fueron expulsados de Holanda). Un eufemismo (sustituir azar por habilidad) que le permite sortear la prohibición que existía en España desde la dictadura.

La prohibición y el cierre de casas de juego en España habían sido consecuencia de una campaña emprendida por Martín de Rosales y Martel, duque de Almodóvar del Valle, en 1922, en medio de acusaciones por parte de los sectores de izquierdas de querer beneficiar a grandes empresarios extranjeros del juego, como el belga Marquet (que ya tenía el Gran Casino de San Sebastián, y gozaba de la amistad de Alfonso XIII), o la Compañía del Escorial, que pretendía instalar también un Gran Casino en Madrid (¿un Eurovegas del siglo XX?).

Así, el 31 de octubre de 1924, en medio de grandes protestas (se veía venir un descenso del turismo en la villa) se cerró el Gran Casino de San Sebastián.

Strauss llega a España y contacta con Joan Pich i Pon, subsecretario de Marina, perteneciente al sector catalán del Partido Republicano Radical, y fundador de algunos diarios  barceloneses (La Noche y El Día Gráfico), quien le presenta a Aurelio Lerroux, delegado del Gobierno en la Compañía Telefónica Nacional de España y sobrino de Alejandro Lerroux (le había adoptado al morir su padre, además).

Ambos se mostraron de acuerdo en “facilitar” a Strauss el camino hacia la obtención de los permisos necesarios a cambio de su participación en el negocio. Más tarde se les unirían otros conocidos de Lerroux, como Miguel Galante, militar, y Santiago Vinardell, periodista, además de Joaquín Gasa y Paulino Uzcudun (famoso boxeador), conocidos de Strauss.

A partir de ese momento, cantidades regulares de dinero van a parar a manos de funcionarios y políticos encargados de la gestión de los permisos (como los famosos “sobres” actuales). Incluso contaban con la amistad de Sigfrido Blasco Ibáñez (hijo del novelista y diputado, a quien le prometieron medio millón de pesetas) y la del subsecretario de la Gobernación, Eduardo Benzo, para que intercediesen favorablemente ante el ministro. Pero nunca llegan a obtenerlos.

Frustrado, Strauss vuelve a Holanda y entonces se descubre que era un conocido “sablista” en los ambientes “chic” de Madrid, también se supo, a decir de La Nación, de “un traje que se negó a pagar a un conocido sastre madrileño […] el traje fue llevado al juzgado para someterlo a un peritaje y hasta el día de hoy el sastre no sabe nada ni del traje ni de las pesetas” (los trajes siempre andan en medio de los casos de corrupción).

Pero Strauss no se amilanó y envió primero una carta a Alejandro Lerroux (de nuevo presidente del Gobierno) reclamándole ser indemnizado por las pérdidas causadas en sus fallidos negocios: “La compensación total solicitada por Strauss ascendía a 83.000 florines, equivalentes a unas 400.000 pesetas […] el chantaje económico rezumaba en el documento desde la primera a la última letra” (Alejandro Lerroux: La pequeña Historia). Ante su silencio, Strauss denunció los hechos al mismísimo Manuel Azaña, enemigo político de Lerroux. Esta confidencia pudo realizarse a través de Indalecio Prieto (dirigente socialista, exiliado en Ostende, entrevistado con Azaña cuando este viajó a la Exposición Internacional de Bruselas) quien orientaría a Strauss sobre la maniobra: “No se buscaba como fin la justicia ni la depuración, sino el escándalo: lo que importaba era producirlo, cuanto más grande mejor”,  afirmó Lerroux. También recayeron sospechas sobre la propia CEDA, interesada en formar gobierno en solitario sin tener que contar con el Partido Radical.

La corruptela sale a la luz y llega a la prensa (primero a El Debate el 26 de octubre y al día siguiente a todos los demás diarios madrileños), obligando a las Cortes a formar una comisión parlamentaria de investigación. El presidente de la República, Alcalá Zamora, recibe la carta de Strauss, hace dimitir a Lerroux, y pone en marcha una denuncia ante la Fiscalía.

Varios cargos públicos serían considerados culpables, como el director general de Seguridad (José Valdivia), el ex ministro de la Gobernación (Rafael Salazar Alonso), Pich y Pon (ahora gobernador general de Cataluña), el diputado Radical por ValenciaSigfrido Blasco, el subsecretario de la Gobernación Eduardo Benzo, además del periodista Vinardell (en esos momentos jefe la Oficina Española de Turismo en París), de Miguel Galante (delegado del Estado en la compañía de ferrocarriles MZA) y Aurelio Lerroux (delegado del Estado en la Compañía Telefónica Nacional de España).

Incluso se llegaron a colar nombres significativos en la denuncia gubernativa, como el del propio Alejandro Lerroux (afirmaba que nunca conoció a Strauss, aunque éste visitara su casa) y el de, curiosamente, Francisco Franco (que se vio en la obligación de escribir al diario El Sol un desmentido sobre su posible implicación, publicado el 28 de octubre). La lista nominativa con varios rivales políticos de Azaña se eliminó del dossier antes de ser entregado a la Fiscalía.

El escándalo hizo dimitir a varios políticos del Partido Radical (también afectado por otro affaire de la época, el caso Tayá, sobre la explotación de la línea marítima entre España y Fernando Poo), ahondó más la diferencia entre la derecha y la izquierda españolas, y afectó a los cimientos mismos de la República, de modo que algunos intelectuales, como Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado y otros, salieron en defensa de las esencias republicanas:

“Se ha producido en la política española un escándalo ante el cual la República ha mostrado su eficacia. En tiempo de la monarquía escándalos semejantes se ahogaban, no llegaban a tener oficialmente estado público y hacían las delicias de los que hablan al oído.  Hoy no ha sucedido así. Los órganos del estado se han hecho cargo del asunto, han funcionado normalmente. Las Cortes, con serenidad y diligencia, han pasado el tanto de culpa a los tribunales y han sancionado las faltas de moral públicas en el desempeño de los cargos políticos.”

(La Voz, 30 de octubre de 1935).

El caso Matesa
corrupcion-historia3El último caso de corrupción del que se ocupa este artículo ocurrió en los últimos años del franquismo, entre finales de los años sesenta y principio de los setenta. El llamado caso Matesa afectó sobre todo a tres ex ministros que fueron procesados en los tribunales, pero también supuso un golpe de efecto importante en un régimen que tocaba a su fin y enfrentaba a dos de las principales facciones del momento: por un lado, quienes de alguna manera eran proclives a una preeminencia del Movimiento Nacional (representados por José Solís y Manuel Fraga); y los llamados tecnócratas, economistas preparados por lo general a la luz del Opus Dei y que pretendían un cierto aperturismo (con López Rodó y Carrero Blanco como baluartes).

Matesa (Maquinaria Textil del Norte de España, SA) fue creada para explotar en España un telar sin lanzadera, llamado IWER, de la patente francesa Ancet-Fayolle, que había adquirido en 1957. Su propietario era Juan Vilá y Reyes, un exitoso y presentado como ejemplarizante empresario catalán.

La empresa había logrado un despegue sin precedentes de gran transcendencia en la imagen que España quería dar en el mercado exterior. Entre 1964 y 1969 obtuvo créditos del Banco de Crédito Industrial (BCI, banco público) por valor de 10.000 millones de pesetas, que suponían un importante montante de negocio para el Banco y que constituían “la deuda de Matesa al crédito oficial, es decir, el dinero que ha recibido como préstamo del pueblo español y no ha devuelto” (ABC, Madrid, 19 de abril de 1975). Obtuvo además un 11% de desgravación fiscal. No nos puede resultar desconocido, pues, el actual “rescate a la Banca”.

Aunque no estaba exento de sospechas, el escándalo salió a la luz de casualidad. La investigación que se puso en marcha reveló que la mayor parte de los telares habían sido vendidos a sus propias filiales en el exterior. El engaño evidenciaba que dos tercios de las exportaciones habían sido falseadas.

La prensa de la época, que experimentaba una cierta apertura con la nueva ley impulsada por el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, se hizo eco del escándalo. Juan Vilá Reyes fue apartado de la dirección de la empresa y encarcelado por orden del Juzgado Especial de Delitos Monetarios (José María Gil-Robles, el histórico dirigente de la CEDA, fue el abogado defensor de Vilá Reyes). Su hermano Fernando y su cuñado Manuel Salvat Dalmau, directivos de la empresa, también fueron encausados.

La dimensión política se agravó cuando la noticia no solo fue recogida por los periódicos críticos con el franquismo (comoInformaciones, dirigido en esos momentos por Juan Luis Cebrián), sino también por los afines, como ABC o El Alcázar, que vinculaban el escándalo al Opus Dei y a los ministros económicos, lo que hacía sospechar el manejo político desde la prensa:“¿Cómo se pasó, de un año a otro, a triplicar los créditos oficiales concedidos a Matesa sin sospechar ninguna anormalidad? ¿Por qué Matesa gozaba de tanto predicamento en el Banco de Crédito Industrial?” (El Alcázar, 11 de septiembre de 1935). No se pudo recobrar nada del dinero estafado.

Lo que se dirimía en realidad era una encarnizada disputa política por la sucesión franquista: “El hombre de la calle, espectador mudo y asombrado (…) adivina que, en el fondo, se está ventilando una durísima y nada académica lucha por el poder” (Nuevo Diario). Hasta Carrero Blanco tuvo que salir en defensa del régimen: “En el ‘caso Matesa’ hay que distinguir su vertiente económica y su vertiente política, es decir, entre el hecho del fallido bancario de mayor volumen registrado en España y el de su escandalosa politización mediante una campaña de Prensa que ha lesionado no sólo el crédito exterior de nuestra economía, sino incluso la fama del Régimen al presentarlo como minado por la corrupción…”(Jose Manuel Bustamante,El Mundo, 19 de enero de 2007). La tan traída y actual “imagen de España” en el exterior.

La crisis de Matesa supuso el triunfo del sector del Opus Dei, reforzando el poder de Carrero Blanco y de Laureano López Rodó(ministro comisario del Plan de Desarrollo en el nuevo gabinete) y minando la representatividad del sector del Movimiento, pues tanto Solís como Fraga (fue nombrado embajador en el Reino Unido) salen del gobierno. Se procesó a los exministrosJuan José Espinosa San Martín, Faustino García-Moncó y Mariano Navarro Rubio y también hubo penas para algunos empleados del Banco de Crédito Industrial acusados de negligencia o cohecho en el desempeño de sus funciones.

Después de realizar la mayor remodelación de un gobierno durante la dictadura, Franco cambia de opinión respecto a los implicados en el caso Matesa y el 1 de octubre de 1971 un decreto de la Jefatura del Estado concede el indulto a diez de los acusados, entre ellos los ex ministros de Hacienda y Comercio y Mariano Navarro Rubio (ex gobernador del Banco de España), quien por cierto en 1965 había intervenido el pequeño Banco de Siero e iniciado un proceso judicial contra sus fundadores acusados de utilizar el Banco como tapadera para la evasión de divisas a Suiza (ahora sí, ya se conocían los Paraísos Fiscales). Fueron por esto último condenados a varios años de cárcel y multas millonarias (además de otros directivos), los fundadores del banco, Ramón Rato Rodríguez y Ramón Rato Figaredo, padre y hermano mayor de Rodrigo Rato… si, el de Bankia.

Aquel cambio de opinión respecto a la condena de los implicados en el escándalo Matesa pudo deberse a una decidida amenaza que Vilá Reyes expresó a Carrero Blanco mediante una carta por medio de la cual le advertía de que podía hacer públicas otros comportamientos corruptos durante los años 64 a 69.

Como en los actuales casos de corrupción (Caso Nóos, Caso Bárcenas), la clave está en los “papeles” ocultos que se entregan al juez como moneda de cambio para una exculpación.

El propio Vilá Reyes, condenado por dos delitos de estafa, 417 delitos de falsedad en documento mercantil y cuatro de cohecho, a más de 223 años de prisión, fue indultado por el rey Juan Carlos I, ya años después, después de pasar cinco años encarcelado.

Después de la Transición
Otros escándalos económicos de corrupción salpicaron al gobierno del PSOE (caso Roldán, caso Guerra, caso Filesa…) y desde entonces no han cesado de acudir a la palestra nacional. Hoy, con el Partido Popular en el gobierno, temas como Gürtel, Palma Arena, Bárcenas, los ERE andaluces, y las demás corruptelas que afectan a políticos y banqueros, tesoreros y yernos regios, ayuntamientos y comunidades autónomas, etc., etc.

Parecería que no hemos aprendido nada… o que algunos han aprendido demasiado.

viernes, 22 de julio de 2016

La poesía inédita de Feijoo

Poco a poco va saliendo a la luz la poesía inédita de Feijoo, últimamente treinta y tres poemas nuevos, que alargan a más de un centenar los que ya se conocen de él; es conceptista, pero moderado según el ejemplo, creo yo, del Eugenio Gerardo Lobo de la segunda época, ya que sus agudezas no son oscuras sino entendibles. Que tenía un concepto ya romántico de la Poesía lírica, adelantado a su tiempo, ya se sabe, o lo sabemos desde que lo subrayó Guillermo Carnero, pero no se deja llevar por la libertad de sentimientos y pensamientos, porque no era su natural disposición. Me hace gracia aquello de:

El creer lo que no vemos
es de los cristianos fe,
mas la fe de los amantes
es querer lo que se ve. 

Y es elegante este a la consagración de una novicia:

Estribillo

La mariposa alada
oh, con cuán finas ansias
al fuego luciente del amor divino
se llega, se acerca, se enciende, se abrasa,
y de su ceniza
se forma nueva llama.

Coplas

Para el mejor sacrificio,
mariposa enamorada
en su corazón se lleva
hoguera, víctima y ara.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

En su corazón que, puesto
en la pira soberana,
va avivando los ardores
con el batir de las alas.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

Tan festiva es la tragedia,
que del luto se hace gala 
sirviendo el humo que sube
al cielo, de luminaria.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

Mucho arde y mucho luce,
pues, aun después de apagadas,
brillando están las pavesas
mil celestes llamaradas.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama]. 

La víctima acepta el cielo
y tanto su ardor le agrada,
que desde hoy plaza de estrella
en su esfera le señala.
Y de su ceniza 
[se forma nueva llama].


Hay un par de romances satíricos e ingeniosos, donde se cita por cierto a Don Quijote, y dos sonetos satíricos:

 «A un poeta malo que en sus versos siempre introduce especies deshonestas»

Versista entre los serios machacón
como entre los festivos matachín,
si aun para poetastro eres ruïn,
¿quién te mueve a poeta baladrón?

Hirviendo de Asmodeos el riñón
tienes, según te explicas, oh, mastín;
y en priapismos ardes, porque, al fin,
es tu deidad el ídolo Dagón.

Atente a tu ejercicio de trühan,
que te viene mejor, como también 
al que contigo va de mancomún.

Deja las coplas, que asco a todos dan,
pues tu discurso es de un palafrén;
tu gracia y tu donaire, de un atún.

A un poeta malo que en sus versos siempre introduce especies deshonestas

Siendo tu cara y hechos de pagano;
la traza y modales, de Agareno,
dinos ¡así Dios quiera hacerte bueno!
qué señas te han quedado de cristiano.

Si la inmundicia tienes de marrano;
de víbora o cerastes, el veneno;
de razón y de juicio estará ajeno
quien en ti reconozca el ser humano.

Después de examinarte sin encono,
por canicular bruto te defino,
pues tus escritos dicen, uno a uno,

que tienes en morder diente canino,
y muestras en ladrar con desentono
y en tus torpes pruritos, lo perruno.

jueves, 21 de julio de 2016

La lectura de ficción hace aumentar la empatía

Marya González Nieto, "Leer ficción nos hace más empáticos", en El País, 19-VII-2016:

Un estudio asegura que se puede aprender sobre las emociones al explorar la vida interior de los personajes ficticios

Leer ficción fomenta la empatía. Los lectores pueden formarse ideas sobre las emociones, las motivaciones y las ideas de los otros y trasladar esas experiencias a la vida real. Así lo afirma Keith Oatley, psicólogo y novelista, en una revisión de un estudio sobre los beneficios de la lectura para la imaginación que publica hoy en Trends in Cognitive Sciences.

En este nueva investigación se aportan fundamentalmente dos estudios que apoyan la tesis de Oatley. En el primero de ellos se pedía a varios participantes que imaginasen una escena a partir de escuetas frases, tales como “una alfombra azul oscuro” o “un lápiz de rayas naranjas”, mientras permanecían conectados a una máquina de resonancia magnética. La escena que debían imaginar, a raíz de las pistas que les iban dando, era la de una persona que ayuda a otra a la que se le ha caído un lápiz al suelo. Oatley explica que con tan solo escuchar tres frases se produjo en los participantes la mayor activación del hipocampo, una región del cerebro asociada con el aprendizaje y la memoria. “Los escritores no necesitan describir escenarios de forma exhaustiva, solo tienen que sugerir una escena y la imaginación del lector hará el resto”, añade.

La teoría de Oatley, que es profesor emérito de psicología aplicada y desarrollo humano en la Universidad de Toronto, se basa en que la ficción simula una especie de mundo social que provoca comprensión y empatía en el lector. “Cuando leemos ficción nos volvemos más expertos en la comprensión de las personas y sus intenciones”, explica el investigador. Esta respuesta también se encuentra en las personas que ven ficciones televisivas o que juegan a videojuegos con una historia narrativa en primera persona. Lo que es común a todas las modalidades de la ficción es la comprensión de las características que asignamos a los personajes, según Oatley.

El otro experimento aportado a la revisión del estudio consistía en que los participantes debían adivinar lo que otras personas estaban pensando o sintiendo a partir de fotografías de sus ojos. Para ello podían elegir entre cuatro términos que describían estados de ánimo, por ejemplo, reflexivo o impaciente. La conclusión fue que las respuestas de los lectores de ficción dieron lugar a términos más aproximados que los lectores de ensayos y libros de no ficción. Además de estos dos estudios realizados por Oatley, el psicólogo también aporta otras investigaciones que apoyan sus conclusiones, como uno realizado por Frank Hakemulder, investigador de lengua y literatura en el Institute for Cultural Inquiri (ICON), de la Universidad de Utrecht. Hakemulder afirma que la complejidad de los personajes literarios ayuda a los lectores a tener ideas más sofisticadas acerca de las emociones de los demás.

Todos estos experimentos se enmarcan en un momento de creciente interés por los estudios sobre las imágenes del cerebro. Hace unos años, en 2009, cuando el mismo autor publicó el primer estudio sobre esta cuestión,  no había tanta disposición y expectación ante estos temas. El giro de la comunidad científica hacia este tipo de investigaciones es algo que se ha producido en los últimos años. “Los investigadores están reconociendo ahora que en la imaginación hay algo importante que estudiar”, señala Oatley.

La característica más importante del ser humano es la sociabilidad, asegura Oatley. “Lo distintivo es que los humanos socializamos con otras personas de una forma que no está programada por instinto, como es el caso de los animales”, explica el psicólogo, para quien la ficción puede aumentar la experiencia social y ayudar a entenderla.

miércoles, 20 de julio de 2016

Ángel Gómez Moreno enumera los defectos del Quijote de Francisco Rico

Francisco Rico y su Quijote*

Ángel Gómez Moreno
Universidad Complutense de Madrid
angelgomezmoreno@filol.ucm.es

RESUMEN: Este artículo-reseña valora positivamente el Quijote publicado por Francisco Rico con motivo del IV Centenario de la Segunda Parte del clásico (1615). Lo que se echa en falta no es de la exclusiva incumbencia del editor o su equipo: estudiar los libros de caballerías, la tratadística militar o la literatura hagiográfica, que se revelan fundamentales para entender el Quijote, son tareas que competen a todos los cervantistas. Detalles al margen, las herramientas a disposición del lector configuran un status quaestionis fresco y preciso; del mismo modo, las fichas lexicográficas cumplen bien su función, aunque las relativas a la botánica esperan una revisión en profundidad.


REVISTA DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA (RFE) XCVI, enero-junio, 2016, pp. 203-220

Artículo-reseña sobre Miguel de Cervantes Saavedra (2015): Don Quijote de la Mancha: edición del Instituto Cervantes (1605, 1615, 2015), dirigida por Francisco Rico, con la colaboración de Joaquín Forradellas, Gonzalo Pontón y el Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Serie clásica de la Real Academia Española, vol. 47, Madrid/Barcelona, Espasa Calpe/Círculo de Lectores, 2 vols., XX + 1644 (I), 1668 (II).

Cabía formular esta reseña como un ejercicio eminentemente retórico, entre descriptivo y encomiástico. Al fin y al cabo, estamos ante el mejor de todos los Quijotes publicados hasta la fecha. Que haya optado por una solución distinta se debe a que prefiero arriesgar opiniones antes que espantar al lector potencial con un discurso acrítico, huero y aburrido. Además, al esfuerzo de tanto cervantista de renombre como ha reunido Francisco Rico sólo se le hace justicia con una lectura despaciosa y el lapicero en la mano.

El reconocimiento de tan inmensa tarea exige un esfuerzo acorde por parte del evaluador, obligado como está a detectar carencias y proponer futuras líneas de actuación. Adelanto que esta edición no presenta fallos estructurales que pongan en riesgo la estabilidad del conjunto: el ojo avezado sólo percibe algunos problemas de detalle que esperan, eso sí, aclaración o enmienda. Es en esa precisa distancia donde se lleva a cabo la lectura profesional o especializada del Quijote y donde más claramente se percibe lo que queda por hacer. En realidad, nada o casi nada parece acuciante a estas alturas; de hecho, el salto cualitativo que supone esta nueva edición me lleva a afirmar que aquí tenemos Quijote para rato.

Aunque extraordinariamente gruesos, los dos volúmenes en que se ha dividido el libro se manejan sin dificultad gracias a su formato en cuarto menor (o, si se prefiere, en octavo mayor) y a su sobrecubierta satinada, más resistente a las manchas que la escogida para la edición del centenario de la Primera parte del Quijote (Rico, 2004). El reparto de contenidos se ha llevado a cabo del modo que más convenía, con el texto y las notas básicas en el primer tomo (así se hizo ya en la primera edición (Rico, 1998). Lectores habrá que no pasarán de ahí; los demás calarán a mayor o menor profundidad según lo precisen. En ese sentido, cabe hablar de un libro versátil: una especie de Quijote a la carta con arreglo a las necesidades, intereses y formación de cada cual.

Estoy seguro de que este Quijote dejará satisfechos al amante de los clásicos, que busca ediciones solventes, y al experto cervantista, obligado como está a trabajar con textos de calidad contrastada. Este Quijote está pensado para ese lector exigente, aficionado o profesional; a él también se dirige esta reseña, que —vaya por delante— confirma la bondad del trabajo realizado. En realidad, no estamos ante una mera edición del Quijote: en las más de tres mil trescientas páginas que suman ambos volúmenes (y eso a pesar de que los addenda van en una letra minúscula), se ofrece un status quaestionis detallado y fresco a más no poder de todo lo que ha ido aportando el cervantismo desde el siglo XVIII, en que surge como fenómeno erudito, a nuestros días. Nada escapa a la atención del editor y su equipo; por eso, cuesta entender algunos silencios, a no ser conscientes y voluntarios.

Al celo con que han realizado su labor se debe la perfecta articulación del conjunto, que, antes de bajar a detalles, constituye un primer indicio de calidad. Para comprobar posibles carencias, hay que comenzar por la bibliografía, con 350 páginas y más de 6.500 entradas; y luego hay que ver si sus aportaciones se reflejan en las notas al texto, los estudios y los apéndices. En lo que sigue, dispondré mis propuestas de trabajo en cuatro apartados y una coda, con materias que he frecuentado en mis investigaciones más recientes: [1] huellas de la hagiografía, a las que últimamente he añadido alguna ficha cristológica; [2] presencia e influencia de los libros de caballerías, manifiesta en temas y formas; [3] ecos de la literatura de re militari, con las leyes relativas a retos y desafíos, las cartas de batalla, y también los tratados de estrategia, protocolo o vexilología; y [4] una materia tan desatendida como la botánica, que importa más de lo que en principio se imagina. La coda corresponde a la gestación del Quijote, que arranca de una parodia del patrón del Perceval (ca. 1180-1190) de Chrétien de Troyes. Claro está que, ya antes, Ovidio se había ocupado de prefigurar a un héroe tan peculiar como el nuestro en un solo verso: “Turpe senex miles, turpe senilis amor” (Amores, 1, 9, 4). Lo veremos al final.

Comencemos con los santos y las vidas que de ellos se ocupan. Aunque el dato se silencia en esta edición, hoy se sabe que la fuente del c. 19 del Quijote de 1605 (“De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos”) se halla en la Vita Martini de Sulpicio Severo. Por lo tanto, no se trata, como hasta aquí sostenía la crítica, de la parodia de cierto episodio del Palmerín de Inglaterra, ni tampoco tiene que ver con el recuerdo de la traslación del cadáver de san Juan de la Cruz desde Úbeda a Segovia. En realidad, en ese largo pasaje, Cervantes se deja llevar por uno de los grandes relatos hagiográficos de todos los tiempos.

La noticia podía haberse tomado de Eric C. Graf (2004), ficha ésta que no falta en la bibliografía. De hecho, es una pena que finalmente nada se diga acerca de este episodio y su fuente ni en las notas a pie de página, ni tampoco en las notas complementarias. Tan sólo al consultar la sección “Lecturas del Quijote”, damos con el nombre de este estudioso (vol. II, p. 89): “y Graf [2004]”. Nada más se dice a ese respecto, con lo que la fuente de esta aventura de don Quijote queda relegada a una referencia bibliográfica que al menos tiene el detalle de incorporar el dato exacto en su título. Si Graf no hubiera bastado, habría hecho el mismo servicio un trabajo propio (Gómez Moreno, 2004); por desgracia, ni esa contribución ni el libro a que dio lugar (Gómez Moreno, 2008: 69-71, en concreto), se citan en este Quijote.

En ambos lugares (como también en Gómez Moreno, 2005), demuestro que la Vita Martini es la fuente de ese episodio del Quijote. A lo largo de ese mi libro, las vidas de los santos me ayudan a explicar otros tantos ingredientes y detalles del Quijote y la obra cervantina en su conjunto; a tan rico venero, de manera más o menos consciente (y también, cabe decir, de más o menos directa o más o menos clara), apela Cervantes cuando ha de dibujar un personaje o ha de servirse de la fórmula narrativa adecuada. Reitero mi sorpresa por la ausencia de mi libro en la biblioteca de este, por tantas razones, estupendo Quijote, aunque sólo sea porque la Modern Language Association-La Corónica le concedió su prestigioso premio anual en 2010.

En mi opinión, localizar la fuente cierta de todo un capítulo del Quijote supone una contribución relevante a los estudios cervantinos. Por si no bastara, la Vita Martini se deja sentir sobre la propia poética del Quijote. Más allá de la anécdota, queda claro que a Cervantes le satisfizo la comicidad del opúsculo, un ingrediente que, incorporado con habilidad para no dar al traste con su tono y decoro, no suele faltar en géneros elevados como la épica o, como es el caso, la hagiografía (al respecto, recuerdo un importante excurso del opus magnum de Curtius, 1955: 594-618, titulado “Bromas y veras en la literatura medieval”). En mi opinión, el humor, suave e inteligente, de Sulpicio Severo socorrió a Cervantes en el preciso momento en que había de perfilar a su héroe y, sobre todo, le indujo —o al menos coadyuvó— a apartarlo definitivamente de la estampa ridícula y simplona del orate de la primera salida.

Las vitae impregnan también el micro-relato, como cierta fazaña del sagaz Sancho Panza en la Ínsula Barataria. Antes de llegar a sus dominios, y a lo largo de un capítulo, don Quijote da una serie de consejos a Sancho que se constituyen a modo de pequeño tratado de buen gobierno y son una prueba más de la tendencia de la narrativa áurea a insertar todo tipo de elementos en el cuerpo del relato; al mismo tiempo, este excurso recuerda otro más añoso: los “Castigos del rey de Mentón” del Libro del caballero Zifar (ca. 1300), que Cervantes hubo de conocer en la edición sevillana de Jacobo Cromberger de 1512. Tras recordar la conveniencia de incorporar este último dato en algún punto de la edición, revisaré el modo en que el recién estrenado gobernador se da cuenta de que el denunciado, que jura haber devuelto el dinero prestado por el demandante, dice verdad y no incurre en perjurio, porque, mientras jura, pide a la parte contraria que le sujete el báculo.

Las monedas, deduce Sancho, se hallan ocultas en la cañaheja, nombre que entonces se daba a dos umbelíferas: la férula (Ferula communis) y la cicuta (Conium maculatum). Aunque el término que utiliza el narrador se reserva hoy para la primera especie, la oquedad sólo es característica de la segunda, por lo que a ella parece aludir Cervantes. En una cañaheja, por cierto, guardó Prometeo el fuego antes de devolvérselo a los hombres. Con independencia de que se trate de una u otra especie y de que le corresponda esa función en la mitología clásica, lo que ahora importa es que la anécdota se popularizó gracias a su incorporación a la leyenda de san Nicolás de Bari (como se lee en la versión de Jacobo de Vorágine) y a que cuenta con congéneres tan linajudos como el juramento de Isolda en Tristan et Iseut.

Al ocuparse de esta anécdota, Maxime Chevalier (“Lecturas del Quijote”, en Rico, 2015: vol. II, p. 228) defiende su carácter culto y apostilla que Cervantes hubo de leerla en alguna de las varias fuentes que la transmiten; sin embargo, se diría que, en ese episodio del Quijote o en aquel otro en que don Quijote cuenta cómo san Martín partió su capa con un pobre aterido de frío que resultó ser Cristo (c. 58, 1615), la memoria basta. A lo sumo, hay que apelar a alguna imagen, como la que a la generosidad de este santo dedica el tímpano de la Capilla de San Martín, en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza; o a la que al juramento ante el prestamista, bajo la imagen de san Nicolás, ha reservado
una de las vidrieras de la Catedral de Chartres. En casos como éstos, yo no dejaría todo en oralidad a secas; en mi opinión, cuando en la transmisión de un elemento se superponen dos o más sentidos corporales (esto es, cuando la vista refuerza o complementa la información que llega a través del oído), más que de oralidad hay que hablar propiamente de vida. El Quijote no abunda en datos biográficos o personales sobre su autor, pero nadie puede negar que la vida brota a borbotones en cada línea.

Otra forma de penetración de la hagiografía se percibe en el dibujo de sus héroes y heroínas, en atención a su perfil prosopográfico (con una belleza corporal que es simple reflejo de la belleza interior) y etopéyico (con la bondad y la discreción como valores añadidos). Igual que en las vitae sanctorum, en Cervantes importa mucho la sangre o linaje, pues la nobleza de cuna se erige en factor determinante, que asegura una conducta recta en las circunstancias más difíciles. Así, a nadie le extraña que Preciosa, en La Gitanilla, o Constanza, en La ilustre fregona, hayan preservado su honra y su belleza contra todo pronóstico: una en la vida azarosa y nómada del gitano de otros tiempos (ni siquiera los rayos del sol han oscurecido su tez); otra, entre pícaros, rufianes y hampones. La hagiografía deja también su impronta en el episodio de la bella Marcela, contraria a acordar amores con Grisóstomo, aunque su rechazo le cueste la salud y finalmente la vida al infortunado joven.

De que se trata de más que una simple anécdota dan constancia los tres capítulos (c. 12-14, 1605) que Cervantes dedica al caso. En atención a Marcela, se ha hablado de un Cervantes de mentalidad abierta, un escritor avanzado en tanto en cuanto defiende la libertad femenina para elegir si se empareja o no y con quién. Sin embargo, el santoral está repleto de Marcelas, con el mérito añadido
de que su decisión —eran conscientes de ello— iba a costarles la vida. En mi libro, cito a aquellas santas que dieron calabazas a un pretendiente o se opusieron a un matrimonio que las habría librado de la muerte. Otras, sin más, defendieron su derecho a escoger su itinerario vital y prefirieron mantenerse castas en la soledad del campo. De todo ello nos informa puntualmente la voz de un narrador que no duda en ceder la palabra a la santa para reforzar el dramatismo de la escena.

El episodio de Marcela no pierde mérito por el hecho de que sus modelos más directos estén en el santoral femenino, en que abundan las jóvenes discretas y elocuentes (sobre todo, aquellas que tienen un nombre parlante, como santa Eulalia de Mérida y Barcelona, santa Eufrasia o santa Eufemia). El paisaje bucólico es característicamente renacentista. En la naturaleza estilizada de Arcadia tienen su hogar unos pastores igualmente estilizados; allí, además, buscan refugio muchos de los zaheridos por el amor y por las convenciones sociales que ponen límites a dicho sentimiento. La naturaleza, a modo de paraíso deleitable o de yermo inhóspito, es el medio idóneo para quien se aleja del hombre para acercarse a Dios. En este sentido, la soledad anhelada de Marcela tiene tanto de pastoril como de eremítica.

Las santas, bellas, fuertes y decididas fascinaban sobre todo a unas lectoras que no tenían bastante con las protagonistas, que no heroínas, de la ficción narrativa. Frente al patrón femenino vigente, ninguna de nuestras santas resulta pacata o ñoña; ninguna, tampoco, se caracteriza precisamente por su pasividad. Ahí está santa Perpetua, que, tras la acometida de un toro, se recompuso el vestido y peinó el pelo con la mano para morir como una verdadera mártir, sin perder el aplomo y la gallardía por un instante, mientras de sus pechos brota la leche por no haber amamantado a su hijito.

Del mismo modo, Pedro de Ribadeneira da cuenta de la donosura con que santa Nunilo o Nunilón, condenada a morir junto a su hermana Alodia o Alodía, arregló su cabello ante el verdugo que se disponía a decapitarla: “rodeó con aire y gracia sus hermosos cabellos a la cabeza y se puso de rodillas, diziendo al verdugo que la hiriesse quando fuesse servido” (cito por Ribadeneira, 1790: III, 301-302), aunque en ningún momento olvido que su obra, ampliada luego por distintos hagiógrafos, vio la luz en 1599, cuando Cervantes pensaba el Quijote). A la vista de estas y otras estampas, se entiende que la hagiografía entusiasmase a un público femenino que, por fin, encontraba mujeres a la altura del varón más valiente y esforzado.

Cervantes se sirvió de la hagiografía de maneras diversas. El narrador, por ejemplo, cuida de sus personajes igual que la Providencia cuida de los santos. A quien acostumbraba leer o escuchar el relato del santo del día no le llamaría la atención que la verosimilitud se llevase hasta el punto que suele Cervantes. ¿Cómo podían sorprenderle sus casualidades encadenadas cuando éstas abundan en las leyendas hagiográficas? A ese respecto, basta leer la vida de san Eustaquio, que además huele a pura novela bizantina (en mi interés por esta leyenda, coincido plenamente con Lozano Renieblas, 2003). En referencia a las Novelas ejemplares, estoy seguro de que La española inglesa y El amante liberal deben más a las vidas de los santos que a Heliodoro. Todo se entiende mejor cuando se considera que la hagiografía llevaba siglos rondando por los dominios de la novela; por eso, Delehaye, el gran bolandista belga, acuñó una nueva categoría literaria (con pleno arraigo desde Les légendes hagiographiques [Delehaye, 1905]): el que, desde el apartado inicial (“Notions”, pp. 1-13), denomina roman hagiographique.

La glosa que acabo de hacer a Marcela parte de un trabajo propio (Gómez Moreno, 2015) en el que me ocupo también del patrón cristológico con que, aquí y allá, se ha enriquecido la figura de don Quijote. Aunque en buena parte se trata de reflexiones propias, en ningún caso se me escapan las aportaciones seminales de Miguel de Unamuno en su Vida de don Quijote y Sancho (1905) y, sobre todo, de Girard (1982), que sostiene que toda sociedad precisa de víctimas propiciatorias. Es a Cristo a quien corresponde esta función de manera paradigmática; en un segundo peldaño, van los héroes de la tragedia griega y luego, por supuesto, don Quijote. Morón Arroyo (2005) y Bandera (2005) han dado su particular acuse de recibo a esta propuesta; en concreto, este último estudioso parte del concepto del mimetismo sacrificial.

La cristología obliga a reparar en una gran diversidad de detalles, algunos manifiestos, como el discurso de don Quijote a los cabreros (c. 9, 1605), que recuerda a Jesús y sus prédicas, particularmente en el Sermón de la Montaña; además, el tema escogido, la Edad de Oro, suena a puro edenismo cristiano, entre la nostalgia del paraíso perdido y el anhelo de un paraíso para los justos.

Claro está que no se trata de un estímulo único: en ese lugar, Cervantes se hace eco de estampas parecidas que aguardan al lector en la pura ficción, como en Tristán el Joven (1534) o la Segunda Parte del Espejo de príncipes y caballeros (1580) de Pedro de la Sierra. Con este título, acabamos de entrar en los dominios de los libros de caballerías, género que, a pesar de lo mucho que cuenta en el Quijote, ha sido escasamente considerado por la crítica cervantina. Si así me expreso es porque el cotejo de los libros de caballerías quinientistas con el Quijote es una operación imprescindible que nadie ha osado acometer hasta la fecha. Nada importa que la versión española de Williamson (1984) se titule El Quijote y los libros de caballerías (1991). En realidad, este hispanista detiene sus pesquisas en el preciso instante en que debería iniciarlas: el Amadís de Garci Rodríguez de Montalvo (1508), del que proceden todos los libros de caballerías. En este sentido, el aporte principal debe venir de dos líneas de investigación fundamentales: una es la que, entre la ficción literaria y una vida empregnada en literatura, lleva desde Martín de Riquer (Caballeros andantes españoles, Madrid, Espasa-Calpe, 1967) a Pedro Cátedra (El sueño caballeresco. De la caballería de papel al sueño real de don Quijote, Madrid: Abada Editores, 2007); otra, la que, en atención a los libros de caballerías,
arranca de Daniel Eisenberg (con un primer hito en Eisenberg 1982), pasa por María del Carmen Marín Pina (con un sinfín de trabajos seminales y su labor de rastreo de la ficción caballeresca del Quinientos español junto a este último estudioso en Eisenberg y Marín Pina, 2000) y Alberto del Río (en atención al procedimiento de la inversión, también tengo presente su labor en Demattè y Del Río, 2012), y suma nombres como los de Bognolo (1997) y Roubaud Bénichou (2000).

Es a esta última investigadora a la que Rico adjudicó finalmente el estudio de los libros de caballerías en la fase larval de su proyecto, allá por los años noventa. Tiene razón esta estudiosa cuando habla de la credulidad con que sucesivas generaciones de lectores han encajado las críticas de Cervantes a este
género entre el prólogo al Quijote de 1605 y el último capítulo de 1615: “Aún no se han apagado los ecos de tan enérgica condena. Por comodidad, por rutina, la crítica y el público la siguen haciendo suya” (vol. I, p. 1426). Ese desprecio ha resultado pernicioso para los libros de caballerías, a los que se ha negado cualquier mérito (y no hay duda de que varios de sus títulos lo tienen, y no chico), y ha dificultado un conocimiento más preciso del Quijote. En la estupenda actualización de Marín Pina para esta nueva edición se denuncia una vez más “el precario conocimiento que se tiene del género” (vol. I, p. 1447).

A medida que nos familiarizamos con los libros de caballerías, comprobamos que Cervantes les debe mucho más de lo que suponíamos; además, los préstamos temáticos o formales no siempre resultan de una inversión paródica, como se pone de relieve en el final del c. 8 de 1605. La historia del combate entre don Quijote y el vizcaíno queda congelada, pero luego se retoma y remata gracias al feliz hallazgo de un cartapacio arábigo; ahí, continúa la singular batalla de ambos personajes, que concluye con el que don Quijote tiene por triunfo indiscutible. Lo que aquí tenemos es en realidad una especie de versión mejorada del entrelazamiento del roman courtois; además, este mismo recurso, retocado de parecida manera, ya se había probado al cierre de la Primera Parte del Espejo de príncipes y caballeros, en el qual, en tres libros, se cuentan los inmortales hechos del Caballero del Febo y de su hermano Rosicler, hijos del grande emperador Trebacio (1562), de Diego Ortúñez de Calahorra, y también en el Belianís de Grecia (1579), de Jerónimo Fernández.

Cotejar de modo sistemático y profundo los libros de caballerías y el Quijote: he aquí una tarea inexcusable de la que actualmente se encarga mi discípula Ana Martínez Muñoz (que también lo es de Carlos Alvar y prepara en paralelo una edición del manuscrito de El Caballero de la Cruz). Como bien dice Marín Pina, contamos con las herramientas necesarias para llevar a cabo tan acuciante labor, entre ellas las ediciones y las guías de lectura de la colección “Los libros de Rocinante” del Centro de Estudios Cervantinos, impulsada por Carlos Alvar y José Manuel Lucía Mejías. Aunque, por prurito profesional, no descansamos hasta dar con las fuentes, antecedentes y causas de los fenómenos literarios que nos interesan, en el caso de Cervantes nunca se ha sentido la necesidad de llegar tan lejos. Edward Riley (1990: 51) explicó el porqué: “[...] que el humor no dependa por completo del conocimiento de las fuentes originarias se debe al genio cómico del autor. Si dependiera de ese conocimiento, su novela estaría anticuada por completo”.

Prestemos atención a otra fuente de información a la que la crítica ha hecho oídos sordos: la tratadística de re militari. En las postrimerías del siglo XVI, los retos y desafíos eran de sobra conocidos a través de los escritos legales que los regulaban (en primer lugar, las Siete Partidas alfonsíes), los tratados que a ellos aludían y la ficción narrativa, que encontraba en los hechos de armas su materia prima. En la ficción caballeresca, la referencia que más importa para Cervantes y el Quijote es el Tirant (editado en 1490 y traducido al castellano en 1511), cuajado como está de cartas de batalla y carteles de desafío (además, como de sobra sabemos, la ficción tiene correspondencia absoluta en la vida real, con los retos por honor de Joanot Martorell de los que se ocuparon Riquer y Vargas Llosa (1972). A su lado, están la novela sentimental y los libros de caballerías, en los que, lógicamente, hay muestras de este género (magníficos son los ejemplos de la Segunda Parte del Belianís de Grecia [1547] de Jerónimo Fernández o el anónimo Polindo [1526]).

Las crónicas se les habían adelantado al incluir cartas de batalla y carteles de desafío revueltos con epístolas de diferente índole y unos discursos que se confunden con ellas porque se les han quitado antes sus marcas características (la intitulatio, la inscriptio y la salutatio). Este cambio en la poética del género historiográfico se inicia con Pedro López de Ayala y su Crónica de Pedro I (1396) y sigue con las cartas y arengas que Hernando del Pulgar fue incorporando a su Crónica de los Reyes Católicos (1482). Entrado el siglo XVI, basta el recuerdo de Alfonso de Valdés y su Diálogo de Mercurio y Carón (ca. 1529), que informa de la ira con que la corte de Carlos V recibió las cartas de
batalla de Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra. Y paro aquí la relación porque, aunque el aroma de esa literatura bélica impregna el Quijote, en ningún momento se alude expresamente a ella; por el contrario, en sus páginas se amontonan las referencias a las llamadas leyes del desafío.

Ciertamente, Cervantes parodia la literatura en que se regulan los retos y desafíos, cuyo primer título corresponde a las Siete Partidas alfonsíes, más concretamente a la Segunda y Séptima. El texto fue promulgado y adquirió estatus legal en el Ordenamiento de Alcalá de 1348 de Alfonso XI; luego los Reyes Católicos lo recuperaron gracias a la Compilación de Alonso Díaz de Montalvo de 1484. No olvidemos que a menudo la cita de las Siete partidas se hace a través de ese verdadero epítome que es el Doctrinal de los caballeros (1435-1440) de Alonso de Cartagena, o bien por medio del Tratado de las armas (ca. 1462-1465) de mosén Diego de Valera.

La parodia a que acabo de referirme es la del c. 27 de 1615, en que don Quijote sienta jurisprudencia como un nuevo Baldo o como un segundo Honoré Bouvet (célebre autor del igualmente célebre Arbre des batailles [1386-1389], que gozó de dos traducciones al español coetáneas) al defender que un insulto no puede ni debe implicar a toda una comunidad. En su parlamento, don Quijote destaca la alusión explícita al cuerpo de leyes y tratados que aún entonces (pues no se trataba de un fósil legal, esto es, de pura letra muerta) regulaban los encuentros armados y la alusión implícita a alguna de las fuentes que se ocupaban de la guerra justa. Por si alguien no ve claros los fundamentos legales del discurso de don Quijote, la apostilla de Sancho disipa cualquier duda, pues dice de su señor que se los sabe de memoria:

—Mi señor don Quijote de la Mancha, que un tiempo se llamó el Caballero de la Triste Figura y ahora se llama el Caballero de los Leones, es un hidalgo muy atentado, que sabe latín y romance como un bachiller, y en todo cuanto trata y aconseja procede como muy buen soldado, y tiene todas las leyes y ordenanzas de lo que llaman el duelo en la uña.

La afirmación de Sancho no es caprichosa. Ciertamente, don Quijote había dado pruebas de sus conocimientos acerca de esa ley de caballería a la que remite de modo insistente y a la que, contra todo pronóstico, no se ha prestado la atención que merece. Así ocurre cuando, por ejemplo, prohíbe a Sancho que tome las armas en su auxilio, pues “en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes hasta que seas armado caballero” (c. 8, 1605); o cuando, para convencerlo de que no deben sentirse afrentados por el formidable revolcón que les acaban de propinar los yangüeses (c. 15, 1605), afirma que todo ha ocurrido por mezclarse en pendencias contra gente baja, frente a lo indicado por las leyes de la caballería. Así las cosas, el escudero debe tener en cuenta lo siguiente:

Porque quiero hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos; y esto está en la ley del duelo, escrito por palabras expresas: que si el zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no
por eso se dirá que queda apaleado aquel a quien dio con ella.

Del mismo modo, tras discutir con un eclesiástico atrevido que, sin conocimiento de tan rico y complejo universo, quería “meterse de rondón a dar leyes a la caballería” (c. 32, 1615), don Quijote quita hierro al asunto y afirma “que el que no puede ser agraviado no puede agraviar a nadie”. Al distinguir entre agravio y afrenta, concluye:” Y así, según las leyes del maldito duelo, yo puedo estar agraviado, mas no afrentado”. La literatura jurídico-militar, ya se ve, está presente en el Quijote y adquiere el valor jocoso que se percibe en las citas aducidas; dicho sentido, no obstante, no depende de desordenar los términos o alterar las palabras sino, sobre todo, del contexto en que éstas y aquéllos se enmarcan. 

En el Quijote ni siquiera está ausente el universo afín de la vexilología y la heráldica, que contaba con la autoridad de Bartulo de Sassoferrato, jurisperito italiano de la primera mitad del siglo XIV que compuso De insigniis et armis, y de varios teóricos españoles, particularmente Ferrán Mexía, autor del difundido Nobiliario vero (1492). Recordemos alusiones tan reveladoras como las del combate contra los dos rebaños de ovejas, en que don Quijote incluso identifica las “empresas y motes” (c. 18, 1615). De todos modos, la principal parodia de ese universo de referencia —con sus enseñas o insignias, guiones, pendones, estandartes y banderas— está en la aventura del rebuzno (c. 27, 1615), con la empresa del burrillo sardesco o moruno y un divertido pareado por mote.

Si en el episodio de los rebaños es la imaginación de don Quijote la culpable de que vea escudos y empresas donde no los hay, en éste es un grupo de rústicos el que recrea el mundo ideal de la caballería. El espectáculo, más que cómico, es propiamente bufo, pues el decoro salta hecho añicos. No olvidemos que al don Quijote de la primera salida, por no ser caballero o por serlo novel, le estaba prohibido portar empresa alguna en sus armas, por lo que lleva “armas blancas”. El concepto lo explica el propio don Quijote cuando, en el capítulo susodicho, describe unas huestes que no son más que ovejas y, entre ellas, distingue a un personaje: “el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín, señor de las baronías de Utrique”. La deformación burlesca llega al absurdo en este episodio del Quijote, que se diría realista y no lo es en absoluto. Aunque el Quijote se hace eco de la tratadística militar, falta igualmente una investigación que, con la exhaustividad necesaria, revele hasta dónde llega Cervantes en su recurso a una literatura que arranca de Alfonso X y seguía viva en los años en que se gestaba el Quijote (en ese sentido, mi trabajo, en Gómez Moreno, 2006, sirve sólo como parche o sucedáneo mientras se espera esa prospección metódica y exhaustiva*). Los apuntes de tipo teórico y legal insertos en el Quijote lo enriquecen al tiempo que ayudan a trazar un ideal caballeresco alejado por completo de la realidad. Ya sabemos que don Quijote es plenamente consciente de esta circunstancia y así lo proclama al denunciar la aparición de las armas de fuego en su discurso sobre las armas y las letras (c. 38, 1605).

Suena a lugar común y no lo es: me refiero al binomio literatura y vida. Cuántas veces hemos oído pronunciarlo en relación con nuestra obra y su autor. Menos frecuente es otra pareja que ha multiplicado su presencia en los estudios literarios de cualquier periodo desde los años ochenta para acá: oralidad y escritura. Ciertamente, desde la publicación de El pensamiento de Cervantes (Castro, 1925), los referentes culturales de nuestro primer escritor se han rastreado exclusivamente en la cultura libraria española y europea de su tiempo. Ahora, sin desandar lo andado, esto es, sin necesidad de volver a la imagen de un Cervantes lego en una España igualmente lega, se impone corregir esa trayectoria. Cervantes nunca más será un escritor de pobre formación y “sublimes intuiciones”; sin embargo, hay que partir del hecho de que, en el Quijote, la cultura de transmisión oral no se agota en los refranes de Sancho Panza. Gonzalo Pontón y Joaquín Forradellas han sido los compañeros inseparables de Rico a lo largo de todo el proceso. Del segundo, fallecido el 21 de marzo de 2014, es una afirmación cargada de gracejo y también de sentido. La voz que narra es la de Rico (2012): “«Para entender el Quijote», me corrobora el omnisciente Joaquín Forradellas, «hay que ser de pueblo»”, que corrige la alusión a las fiestas que muchos segadores pasan recogidos en la venta de Juan Palomeque el Zurdo y la deja en un siestas que tiene toda la razón de ser. Forradellas estaba en lo cierto hasta un extremo que el lector común del Quijote (permítaseme llamarlo así, pues el adjetivo no conlleva ningún matiz peyorativo) ni siquiera alcanza a imaginar.

Con dicha categoría, “lector común”, abarco un amplio abanico de consumidores potenciales: desde el más culto y mejor preparado para saborear la obra y sacarle el mayor jugo posible hasta el joven que no sale del WhatsApp, que se ve en la tesitura de leer algún fragmento o capítulo de la obra porque se lo exigen en clase y no entiende casi ninguna de las palabras que le salen al paso. En ninguno de esos casos recomendaría una edición modernizada (yo diría más bien “trivializada”) del Quijote, pues al primero de esos individuos se le priva de la posibilidad de aprender algo nuevo y al segundo se le condena a no salir jamás del estado de ignorancia profunda en que se halla. No, no se trata de un problema de evolución en la lengua (de hecho, el español de Cervantes apenas si se distingue del que hoy se habla o escribe en un nivel culto) sino del empobrecimiento de esa misma lengua en un proceso raudo e imparable. Acaso no haga falta decir que esta vez estoy en desacuerdo con Trapiello (2015) y con ese Quijote “puesto en castellano actual íntegra y fielmente”. Desde mi más profundo respeto a su persona y obra, creo que esta vez se ha esforzado en balde. Al menos, estoy seguro de que el tiempo que ha dedicado a esta empresa le habrá valido para familiarizarse con el “Quijote” [CVA.] y conocerlo como pocos. En este sentido, mi experiencia es distinta por completo. Me tengo, sí, por un verdadero privilegiado, pues cada vez que leo el Quijote resuena en mi cabeza la glosa de mi madre, que a sus cerca de 88 años (nació el 11 de junio de 1928) conserva una memoria fresca y deslumbrante. El recuerdo de sus vivencias me transporta a un pasado que lo mismo es el de Cervantes que, ya puestos, el de Alfonso X o don Juan Manuel; de hecho, alguna pieza de su inagotable repertorio me ha permitido validar el carácter tradicional de varios de los poemas recogidos por Margit Frenk o dar la solución o al menos hacer una propuesta plausible a determinados pasajes del Quijote. De lo primero, ofrezco una amplia muestra en Gómez Moreno (2007); de lo segundo, me ocupo en “Cervantes elucidado en la campiña toledana: conversaciones con mi madre”, que aparecerá en el homenaje a un buen amigo cuyo nombre callo para darle una sorpresa.

Para mi madre, lectora infatigable, la nota de Rico que acabo de citar —convenientemente incorporada a este nuevo Quijote— coincide con los ritmos de la vida campestre hasta finales de los años cincuenta, cuando se produjo el abandono masivo del campo español y la integración de los braceros y pequeños campesinos en la masa del proletariado urbano. Ella recuerda que la hora de la comida y el descanso la marcaba el astil de un azadón puesto de pie: cuando perdía la sombra, por estar el sol en el sur y ocupar la posición más elevada, eran las doce en punto —esto es, la hora sexta de los romanos y la siesta del campesinado—, tiempo para comer, charlar y echar una cabezada.

Cuando se retrotrae a aquellos tiempos, afloran voces que yo he recogido y estudiado en más de una ocasión y que, además de resolver varias dificultades del Quijote, lo enriquecen a cada paso.

Si Cervantes alterna camaranchón y caramanchón, ella hace otro tanto; del mismo modo, las alusiones a la tuera y el tártago, a la algarroba castellana o al alcacel o alcacer, erróneas en todas las ediciones que se nos ocurra manejar, se iluminan al instante. En su mayor parte, me he referido a ellas y las he explicado y corregido Gómez Moreno (2011). La edición que reseño, extraordinaria en
tantos otros sentidos, me confirma que de poco ha servido mi labor, pues por mucho que la ficha aparezca en la bibliografía, los errores en materia botánica se han enquistado o, peor aún, van a más.

Que inexplicablemente la tuera se identifique con especies tan venenosas como el acónito (Aconitum napellus o Aconitum vulparia) o el vedegambre (Veratrum album) ni siquiera me llama la atención; es más, no espero que se busque su correspondencia exacta en la coloquíntida o calabacilla salvaje (Citrullus colocynthis). Me extraña, eso sí, que se olvide el poema que Miguel Hernández dedica a la planta y que no se tenga en cuenta que “amargar [en lugar del verbo, puede haber un adjetivo, amargo o amarga] como la tuera” era una expresión común en época de Cervantes y, de echar un vistazo a la Web, aún sigue viva en la memoria de no pocos usuarios. En este caso, el testimonio de mi madre es sólo uno más, pero me confirma que estamos ante un caso de oralidad pura. De forma reveladora, ni siquiera ella, que tan bien conoce la flora silvestre y sus propiedades medicinales, ha sabido darme noticia exacta sobre la especie. Su apostilla no deja lugar a duda: “Es un dicho de toda la vida”.

Lo mismo ocurre con el tártago (Euphorbia lathyris), cuyas virtudes purgativas estaban en sus semillas y látex, comúnmente conocido como “leche de tártago”. Mi madre conoce una expresión verdaderamente elocuente, que al parecer decían los más ancianos de su pueblo: “tener peor leche que el tártago”. Este violento emético, emenagogo y abortivo, de uso extremadamente peligroso, era bien conocido por los boticarios; sin embargo, a pesar de proceder de una familia de galenos, es probable que Cervantes sólo tuviese referencias como la recién aducida o las que se insertan en dos best-sellers como el Marco Aurelio (1528) de Fray Antonio de Guevara o la Introducción al símbolo de la fe (1583) de Fray Luis de Granada, entre otras. Luego, el maestro Gonzalo Correas comenta el sintagma “dar tártago” en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627). A este respecto, basta su glosa: “Tártago es una planta ke lleva unos granos buenos para purgar, pero fatigan a kien los kome”. Más que de la observación directa o del uso de fuentes concretas, las referencias vegetales de la obra cervantina precisan, como aquí y en los lugares que veremos, de la sabiduría popular. El uso de una fuente libraría, el Dioscórides (1555) glosado por el doctor Andrés Laguna, sólo es seguro en un pasaje alusivo a la pomada de brujas en El coloquio de los perros y en cierto comentario jocoso de don Quijote, que cuando toca suelo puede ser más socarrón que el propio Sancho:

—Con todo eso —respondió don Quijote—, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna.

Otra referencia en que tropiezan los editores es la correspondiente a la algarroba, leguminosa rastrera (Vicia articulata) que nada tiene que ver con el algarrobo (Ceratonia siliqua) y su fruto, que sólo prospera en el Levante español.

Que Sancho lleve consigo cuatro docenas de esta última especie es poco creíble, pues dado el tamaño de sus vainas no cabrían, no ya en la talega, sino en las alforjas; además, los azúcares de su pulpa limitan la ingesta de la algarroba levantina a media unidad o, a lo sumo, una algarroba entera. De los granos de la algarroba castellana o manchega cabe decir todo lo contrario; además, si tenemos en cuenta el resto de su conducho, ésta es la cantidad proporcional y la única que hace justicia al adverbio con que arranca esta cita: “sólo traigo en mis alforjas un poco de queso, tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas y otras tantas de avellanas y nueces”.

Es evidente que Cervantes no sólo ha oído hablar de esta última planta (que en algunos lugares llaman vezo y en otros algarroba castellana o algarroba manchega), sino que, sin lugar a duda, la conoce y muy probablemente la ha comido en alguna ocasión, pues no sólo es idónea para alimentar acémilas sino que se ha derivado también para el consumo humano en épocas de escasez o necesidad. Que su ingesta sea excepcional tiene que ver sin duda con el hecho de que sólo la digieren bien los rumiantes y contiene una toxina que, como ocurre con la almorta y el latirismo a ella asociado, la vuelve peligrosa para el consumo humano ininterrumpido. En fin, la siembra temprana de cualquier cereal —no sólo de cebada, como algunos quieren— es el alcacel o alcacer, al que alude un magnífico refrán de mi madre (todo un hápax paremiológico): “Casa y alcacer: lo que sea menester”. La voz se sigue usando en otras partes de España, y con idéntico significado.

El ingeniero de montes Luis Ceballos, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española (Ceballos, 1965), disertó sobre el asunto que me ocupa y le puso un título poco rebuscado: Flora del “Quijote”. De entrada, de su relación hay que eliminar la que él tiene por planta de flor y en realidad no es tal: me refiero a la “margarita preciosa” de El curioso impertinente, pues, en latín y en romance (en toda la Edad Media y todavía en época de Cervantes), margarita es lo mismo que ‘perla’. Por lo tanto, Cervantes no se refiere en ese pasaje a la bellorita o magarza (Bellis perennis) sino a la margarita bíblica, a la que aluden tanto la Vulgata como sus glosadores. Recordemos que lo de echar perlas a los cerdos lo iguala Juan Ruiz con el “Enxiemplo del gallo que falló el çafir en el muladar”.

Una vez más, Ceballos lleva al plano de la vida lo que no es más que literatura. Lo mismo acontece cuando pretende dar sentido a la obsesión de Cervantes por un árbol, el haya (Fagus silvatica), ajeno por completo al universo de referencia de don Quijote y a la geografía del Quijote. En unos casos, la
representación del paisaje natural es realista al máximo; en otras, en cambio, se transforma y acomoda al locus amoenus renacentista, en el que tanto cuenta la Arcadia (1502) de Sannazaro. La intervención de nuestro autor se percibe en detalles tan reveladores como la omnipresencia de una especie arbórea impensable en la ruta de don Quijote, aunque inexcusable en el paisaje bucólico: el haya de las Églogas de Virgilio y la Arcadia de Sannazaro. Este árbol, por sí solo, supone una metamorfosis automática, vale decir, una estilización del paisaje manchego, en el que la encina no tiene rival. Este hecho ha despistado a más de un experto.

Ceballos precisa que Cervantes pone un bosquete de castaños y sitúa las hayas en lugares imposibles. Y es así porque, frente a los momentos basados en la vida de Cervantes, hay otros en que la literatura logra imponerse sobre cualquier otro factor; de ese modo, hayas no podían faltar por influjo de la pastoral, aunque no encajen en el itinerario de nuestro héroe. Todos sabemos que el límite meridional de este árbol está en el madrileño paralelo 40, por lo que nadie, por mucho que se esfuerce, encontrará hayas en Toledo o Ciudad Real. ¿Cómo, si no, puede encajar la descripción de un lugar “en que hay casi dos docenas de hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela?” (c. 12, 1605). Ceballos sigue una senda equivocada: “Es muy probable que Cervantes trabara conocimiento con las hayas durante su estancia y recorridos por el Norte de Italia, observando allá la costumbre de los enamorados de grabar sus nombres en la corteza del árbol”.

En realidad, con el haya virgiliana, la bucólica clásica y renacentista se cuela de rondón en el Quijote. Así las cosas, apenas si llama la atención que Sancho y el morisco Ricote, su otrora vecino, para hablar se sienten “al pie de una haya” (c. 54, 1615); del mismo modo, los azotes que Sancho ha de recibir para desencantar a Dulcinea los sufren no sus nalgas sino los troncos de un hayedo imposible de todo punto por estar situado en el Bajo Aragón. En esos momentos, Cervantes da al traste con el realismo del Quijote, acaso porque le falta sensibilidad en esa materia, acaso también porque, en caso de que sus lectores cayesen en la cuenta de que la verosimilitud se acababa en ese punto, no se lo
habrían tenido a mal.

Es el turno, ya anunciado, de la coda, con la burla del patrón vital de Perceval, que siente la llamada de la sangre al pasar de niño a joven y parte a una doble aventura, militar y amorosa. Ese modelo será reelaborado —entre otras cosas, para aprovechar su potencial comicidad— por Alexandre Dumas al dibujar al D’Artagnan de Los tres mosqueteros (1844). En realidad, la inversión paródica que supone el Quijote venía sugerida por Ovidio: “Turpe senex miles, turpe senilis amor” (Amores, 1, 9, 4). Muchos habían sido los artistas plásticos y los literatos que habían desarrollado la primera de las oraciones nominales para atender a un Aristóteles cabalgado por Flora, a Virgilio en el cesto o bien a Susana y los viejos rijosos. En cambio, sólo Cervantes atiende también a la segunda oración y, por tanto, al verso completo, con un héroe viejo y mermado de fuerzas, escuálido y mal pertrechado. No, don Quijote no tiene edad para andarse con batallitas y amoríos, como digo en Gómez Moreno (2014).

Acabo aquí el recorrido dibujado al inicio de esta nota crítica; en ella, he atendido a una serie de materias que —ojalá quede claro— ponderan mucho en una lectura profesional del Quijote. Su importancia deriva del poderoso influjo que la hagiografía, la tratadística militar y los libros de caballerías (tan presentes y, al mismo tiempo, tan olvidados) ejercen sobre la totalidad del Quijote. Es
probable que, inicialmente, la voluntad de Cervantes consistiese en una mera inversión paródica de la figura de Perceval; en todo caso, es muy probable que se lanzase a escribir la obra aguijoneado por un verso de Ovidio que resume la doble empresa, amorosa y militar, del viejo hidalgo manchego.

Ni siquiera la botánica queda al margen de mi afirmación. Guiados por ella, comprobamos la necesidad de reescribir algunas notas y la de volver sobre determinados pasajes, en los que de repente se hace la luz. Mucha mayor importancia, a mi modo de ver, tiene el paisaje imaginario del Quijote, en el que, por influjo de la bucólica clásica y renacentista, nos damos de bruces con una naturaleza imposible. En ella, el haya aparece por doquier, lo que supone un homenaje a Virgilio, desde el primer verso de la Bucólica I, y sobre todo a Sannazaro, esta vez por la totalidad de su Arcadia. Tanto tira de Cervantes esa querencia hacia la pastoral renacentista que ni siquiera cae en la cuenta de que está haciendo trizas tanto el realismo estético como la poética de la verosimilitud.

Ahí es nada.

Tras estas reflexiones, sólo me resta dar las gracias a Francisco Rico como responsable último (y, en abierta paradoja, responsable primero) de este extraordinario Quijote.

* Poco antes de corregir las primeras pruebas de este artículo-reseña, he podido leer el magnífico trabajo de fin de máster de Amalia M. Castellot de Miguel; en sus cerca de sesenta páginas, ha localizado la mayoría de las citas de la tratadística militar incorporadas al Quijote

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