martes, 30 de agosto de 2016

Entrevista a Javier Marías

Javier Marías: “Estamos viviendo una especie de enorgullecimiento de la ignorancia, de la bruticie”
Publicado por Enric González en Jot Down, junio de 2012:

El escritor Javier Marías (Madrid, 1951) ha alcanzado ya una cierta inmortalidad. La editorial británica Penguin le ha incorporado a su colección de «modern classics», en la que figuran solo otros cinco autores en lengua castellana (Borges, García Lorca, García Márquez, Octavio Paz y Neruda), pertenece desde 2006 a la Real Academia de la Lengua y es, además, rey del mágico Reino de Redonda. Vive solo en un piso amplio del viejo Madrid, sin ordenador pero con miles de libros y de objetos curiosos. Es un hombre reflexivo, amable y formal. Esta conversación se desarrolla en su casa, entre cigarrillos y refrescos.

¿Cuándo fue la última vez que te acordaste de tu padre, el filósofo Julián Marías?

Me acuerdo a diario, igual que suelo acordarme de todas las personas que han muerto y que han sido muy queridas. El hecho de que alguien haya muerto no es razón suficiente para no tenerle en cuenta. Ahora se cumplirán veinte años de la muerte de Juan Benet, que era un amigo, aparte de un escritor al que admiré mucho. Durante muchos años, cuando veía en una librería de viejo algún libro que le podía gustar a algún amigo, si tenía dinero y me lo podía permitir, se lo compraba. Y aún ahora a veces me viene el impulso de decir «esto para Juan», aunque son solo unas décimas de segundo. En ese sentido, recuerdo a diario a mi padre. Recientemente, la editorial Fórcola ha hecho una reedición de un texto suyo de 1980 que estaba muy bien. Me mandaron ejemplares de esa pieza, que se llama La Guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir? A mí no me atraía todo lo que escribía mi padre; tiene libros sobre el cristianismo que nunca me han interesado, pero ese texto está realmente bien. Además han reproducido algunas fotos suyas vestido de soldado republicano, y por ese motivo lo he recordado en particular.

Vivíais los dos como una pareja de solteros.

Sí, durante unos años, por decirlo así, compartimos piso. La casa era lo bastante grande como para que después de mis años de vagabundeo por diferentes países —sobre todo Inglaterra, Estados Unidos e Italia— y de que él enviudara en 1977, con mis hermanos ya casados, viviéramos juntos. Cada uno llevaba su vida y tenía sus zonas, coincidíamos normalmente para el almuerzo. En alguna entrevista de esa época yo ya decía que vivíamos como dos solteros o dos viudos, como prefieras. Él era viudo y yo era soltero. Bueno, lo sigo siendo, he tenido mis parejas pero no me he casado.

Sigues haciendo vida de soltero.

Sí, quitando los períodos que paso con ella, que vive en Barcelona. A estas alturas ya estoy demasiado acostumbrado para otra cosa.

¿Es por voluntad tuya o de ella?

En gran medida viene impuesto por las circunstancias, pero a estas alturas, cuando ya he cumplido sesenta años, llega un momento en el que hay que pensar que dado que cosas parecidas me han ocurrido con diferentes relaciones a lo largo de mi vida… tuve novias que estaban en Estados Unidos y yo aquí, o en Inglaterra. En los setenta sí que conviví plenamente, tenía una pareja de Barcelona y me trasladé durante tres años. Pero es la única vez, desde entonces no he convivido permanentemente con nadie. Siempre ha sido por las circunstancias, pero me temo que hay un denominador común que soy yo, así que a lo mejor algo de elección semiinconsciente sí ha habido.

¿Juan Benet o Sir Peter Russell son para ti figuras paternas?

Son más que eso. Tienen algo de figuras paternas, pero además eran dos personas, cada una con su estilo distinto, muy extraordinarias, cultísimas, inteligentísimas… además de figura paterna han sido personas de las que yo he aprendido mucho; sobre todo con Benet, más que con Russell. Russell es una figura extraordinaria pero lo traté mucho menos. Lo traté los dos años que estuve en Oxford en los ochenta y luego ya más por carta, solo nos veíamos de vez en cuando. Con Benet tuve una amistad continuada de más de veinte años. Siempre he sostenido que Benet es de esos escritores que no admiten a los seguidores. En cuanto uno intenta seguirlo se convierte en parodia, como sucede, por ejemplo, con Kafka. Es curioso que haya tantísimos kafkianos cuando es de esos autores a los que cuando uno intenta seguirlo se convierte en epígono. Y Benet pertenece a esa categoría. No es tanto que su literatura me haya influido, aunque sí que he aprendido cosas, sobre todo de tipo técnico. Fue sobre todo un maestro vital: una persona que te enseñaba a mirar, que te enseñaba a razonar, que tenía un oído finísimo para la música, que tenía un ojo extraordinario para la pintura… sabía enseñarte a ver y oír. Además era muy divertido, a pesar de la fama de adusto que le ha quedado. Cuando salía en televisión, que salía pocas veces, se enfurruñaba y le gustaba hacerse el arisco, pero a la hora de la verdad era una persona encantadora. Era risueño, muy juvenil, gamberro, malicioso en el buen sentido de la palabra, aunque no tenía la mala uva que se da tanto en España. Era muy estimulante en todos los sentidos.

¿Qué encontrasteis el uno en el otro? Porque la diferencia de edad era grande.

Sí, él me llevaba veinticuatro años, me parece. Supongo que lo que pasó fue que Benet, sobre todo a raíz de la publicación de Volverás a Región en 1967, fue para muchos jóvenes una especie de banderín. Era un tipo de literatura española distinta de la habitual y predominante. En 1967 yo era muy joven, aún estaba en el colegio, pero fui muy precoz y empecé a leerlo. Quizá a este pequeño grupo de admiradores jóvenes nos fue viendo la gracia, a cada uno por un motivo, y yo tuve la suerte de que mi primera novela le gustó —cuando él era muy estricto y casi nada de lo que se hacía le gustaba, pudiendo ser bastante brutal en sus críticas—. Pero esa novela le cayó en gracia. A veces tengo la sensación de que yo le divertía, le caía bien, lo que iba haciendo le gustaba con sus más y sus menos (el último libro mío que leyó fue Corazón tan blanco) y me tenía estima literaria. Y para mí era como un regalo, a pesar de la diferencia de edad podía ser más gamberro que los más jóvenes que él, de manera que nunca fue lo que antiguamente se llamaba «un señor». Podía serlo ocasionalmente, como cuando oficiaba de ingeniero, en lo que según tengo entendido era muy competente. Recuerdo que una vez le dieron una medalla de la Escuela de Ingenieros y se empeñó en que todos los amigos literarios fuéramos al acto, aunque nos daba igual y nos traía sin cuidado, porque él le daba importancia a eso.

Hablando de tu precocidad, ¿cómo se maneja eso de ser casi un niño prodigio y luego ir ganando años? ¿Hay alguna sensación de extrañeza o todo fluye naturalmente?

En septiembre cumplí sesenta, y tuve la sensación de «pero esto… ¿cómo ha ocurrido?». Supongo que le pasa a cualquier persona, se dedique a lo que se dedique. Sí es verdad que como empecé muy joven y publiqué la primera novela con diecinueve años fui durante mucho tiempo, quizá más de la cuenta, el más joven de la generación porque lo que yo consideraba mi generación eran más bien mayores: Eduardo Mendoza, Félix de Azúa, toda esa gente. Y luego, durante muchos años, supongo que fui considerado un joven escritor o promesa… bueno, creo que aún se me considera promesa por parte de mucha gente, hay ahí una cosa rara. Quizá se hereda esa especie de sambenito y perdura más tiempo del que toca, pero con cuarenta años ya se es un hombre y un autor más o menos maduro, si no es que uno ha empezado a escribir a los treinta y cinco, como Conrad o el propio Pérez-Reverte, que debió de empezar a escribir novelas hacia esa edad. El otro día recibí un libro que ha sacado Oxford University Press de un estudio llamado Javier Marías debt to translation, que es un estudio sobre la traducción de mi obra. Es muy gordo y pienso: ¿da para todo eso? Ese tipo de cosas me parecen chocantes y me da la sensación de que todo ello es una exageración y no se compadece bien con la idea que yo sigo teniendo de que lo que voy haciendo lo hago de la misma manera que hice las primeras novelas: de una manera muy tentativa, sin saber lo que va a salir, muy inseguro… Es algo que he comentado en muchas ocasiones, es un poco desesperante, y supongo que pasa con otros oficios artísticos. Llevo cuarenta años en esto y una persona que lleve cuarenta años en un oficio determinado, sea de profesor o de carpintero, sabe que la mesa la va a hacer bien o que va a dar la clase bien… o incluso quizá la crónica del corresponsal, supongo que llega un momento en el que…

No te creas.

Sí, quizá eso es más… pero bueno, da un poco de rabia, por lo menos en mi caso, que cada vez que empiezas una novela, en el supuesto de que las anteriores hayan estado bien o así lo haya dicho un cierto número de gente, no te sirva de nada. Pongamos que esta novela y la anterior hayan salido bien; eso no me garantiza que la que estoy empezando ahora vaya a salir bien.

Cabe sospechar que sí.

Desde fuera sí. Cuando empiezo una novela nueva y digo que se me hace una montaña o que me he dado cuenta de que no sé hacer novelas no es coquetería, es que me parece inverosímil haber hecho otras.

Tú construyes las novelas sin demasiados planes previos.

Si, de esa manera extraña que he contado varias veces. Pero me doy cuenta de que no sé hacerlas. Cuando lo digo la gente cercana me toma a guasa y me dice que tiene la seguridad de que mi novela saldrá bien, pero esa confianza que tienen ellos es la que yo puedo tener en esas personas porque sé que hacen muy bien lo suyo; esas personas, a su vez, tienen inseguridad en lo que hacen. Y a mí no me sirve de nada que me digan que luego saldrá, porque mientras no sale lo paso mal. En este sentido, contestando a la pregunta que me hacías, la cosa ha cambiado demasiado poco. Por mi propio interés y tranquilidad me encantaría haber llegado a ser uno de esos escritores, que los hay, que se sienten segurísimos de lo que hacen. Es más, hay algunos que llegan a convencerse tanto de que ellos son Fulano… «Soy Thomas Mann», por ejemplo.

Es un buen comienzo.

No, no me refiero a que alguien crea que es Mann, sino que Thomas Mann, por lo que sé de él a través de la lectura de sus diarios y correspondencia, debió de interiorizar que era Thomas Mann. Más allá de quién era él, era Thomas Mann, que tiene esa figura pública, a quien otorgaron un premio Nobel bastante joven… Supongo que hay gente que, igual que Mann estaba muy convencido de su valía, piensan que, puesto que sale de ellos, lo que sea que escriban va a ser bueno. Hay gente así, lo percibes. Y a mí me encantaría ser así, porque debe de dar una tranquilidad enorme.

En España no creo que haya un escritor con el que los críticos babeen tanto como contigo.

Más fuera de España que aquí. No es por hacerme el modesto, insisto. Lo sé pero no lo siento, no lo acabo de interiorizar. A la hora de ponerme con un texto nuevo no me ayuda mucho; al revés, pienso que han exagerado, se han equivocado… es un poco inevitable tener una cierta sensación de farsante. Si he logrado hacer esto no tenía tanto mérito, porque como uno lo ha hecho ya parece cosa más fácil. Imagino que es como en el fútbol, una vez que se ha ganado un partido el partido parece más fácil de lo que era. Lo difícil es lo no he hecho todavía. 

¿Te resulta cómoda la disciplina del artículo semanal o es una condena?

Depende de las semanas. Ahora llevo ya nueve en El País Semanal y antes había estado ocho en El semanal. Son diecisiete años haciendo una columna semanal todos los domingos y hay días en los que piensas que has hablado ya de todo lo habido y por haber, pero como la realidad es muy repetitiva, te repites.

Hay ritos anuales muy celebrados: el artículo de Manuel Vicent sobre los toros, el tuyo sobre la Semana Santa…

Este año no he hecho el de la Semana Santa porque en verano ya había hecho uno sobre la visita del papa. Hay veces en las que tiene uno la sensación de que se repite, aunque luego probablemente no tanto. Hay semanas en las que te sobran los temas y otras en las que te sientas ante la máquina cuando ya toca y te preguntas de qué diablos vas a hablar. Alguna vez me he sentado ante la máquina porque había que entregar al cabo de unas horas y me he puesto a mirar alrededor, por si en la habitación encuentro un tema. Recuerdo una vez en El semanal, había dormido fatal, estaba medio groggy, y tengo por ahí una carta mecanoscrita de Dashiell Hammett que compré hace tiempo y una foto suya que creo que es inédita y hablé de eso. Traduje parte de la carta y creo que titulé el artículo La carta del hombre delgado. Hablaba también de la foto… a veces con algo de tu propia habitación o estudio sales del paso.

Uno se pone a mirar lomos de libros y algo sale.

Sí, algo sale. Lo que tiene para mí de saludable es que me obliga a estar atento a lo que sucede, a la calle y al resto de las personas. Los novelistas corremos el riesgo de vivir temporadas largas absortos en nuestras novelas. Si yo hiciera solamente mis novelas y un artículo de prensa cada dos meses, como hacía antes, estaría menos atento. Creo que es saludable estar obligado a no perder de vista las cosas que pasan de toda índole, sean de fútbol, de literatura, de cine, de política, de la lengua, de la vida cotidiana… eso es bueno. Prefiero verme obligado a eso que encerrarme demasiado en mis mundos. Siempre he dicho que en la ficción se descansa. Una de las razones por las que escribo novelas es porque en la ficción uno descansa del resto.

De lo que no es ficción.

Sí, es una verdadera evasión si uno quiere. Un antiguo comunista diría: «¡Pero esto qué es, escapismo!». Sí.

Tú fuiste comunista.

Mi paso por la clandestinidad fue breve. En el primer curso de universidad pertenecí a un grupúsculo que estaba a la izquierda del partido comunista.

¿El Partido Comunista Internacional?

Sí. Y duró ese año porque, como pasaba a menudo, se descubrió que uno de los jefecillos era un infiltrado de la policía, con lo cual hubo una desbandada y durante una temporada volvía a casa tarde y miraba si había algún coche aparcado que pareciera sospechoso. Te hablo de mis diecisiete años. Era antifranquista y militar era la manera organizada de hacer algo, pero realmente nunca me convenció mucho. Ahora acabo de escribir un artículo que me pidieron sobre la Eurocopa en el que digo que en las circunstancias actuales de España, más que la victoria en sí misma, lo que importa es que la selección supere fases porque mientras dure la Eurocopa habrá un poco de opio, lo cual no viene mal.

¿Qué le ha pasado a España estos años? Yo me fui y ahora la encuentro distinta, peor.

¿Respecto a cuándo?

Pongamos veinte años.

Desde el 92, entonces. Pues no sé qué ha pasado. Tengo una sensación bastante frustrante, desesperante y rara; y es que dio la impresión en los ochenta y primeros noventa de que el país podía cambiar respecto a lo que habíamos conocido.

Sí, que se había roto un círculo vicioso.

Había un cierto afán de mejorar en todos los sentidos, no solo en democracia, sino que la gente tenía cierto afán por ser más educada, cultivada, guapa… recuerdo que a final de los años ochenta escribí un artículo por encargo que titulé La edad del recreo previendo que esos tiempos parecían un poco banales, pero que los íbamos a echar de menos. La gente se dedicó a acicalarse bastante, a tener mejor aspecto y a cuidarse. Era algo generalizado y de pronto, coincidiendo en parte con los años de Aznar, hubo una especie interrupción de todo eso y de regresión a cosas que recuerdan al franquismo. Si en los ochenta y primeros noventa la gente parecía decidida a saber más y a ser más instruida en el mejor sentido de la palabra, ahora es como si surgiera un cansancio frente a eso y la gente se dijera: «Pues mire, sí, somos brutos, y a mucha honra. ¿Y?». Esa es la sensación muy frustrante que tengo en los últimos años, bastantes ya. Estamos viviendo una especie de enorgullecimiento de la ignorancia, de la bruticie, del «déjennos ustedes en paz porque lo que nos gusta es esto». El otro día lo comentaba con Pérez-Reverte. Le dije: «¿No te das cuenta de que, cuando nos toque, nos vamos a morir y este país no va a haber cambiado esencialmente del que conocimos cuando nacimos en 1951, en pleno franquismo?». Sobre todo teniendo en cuenta que venimos de una dictadura. Los que vivimos parte de la dictadura teníamos la esperanza de que cuando acabara sería distinto. Y parecía que lo iba a ser, pero ahora uno tiene la sensación de que no es muy distinto. Durante el franquismo un alcalde, un ministro o la policía podían cometer una arbitrariedad y no había nada que hacer, había que aguantarse. Ahora es un poco lo mismo. Existe la posibilidad de votar distinto, pero lo cierto es que se vota lo que se vota y durante los cuatro años de mandato los que mandan se comportan como si nada tuviera consecuencias. Es lo que ocurre con el presidente del Consejo del Poder Judicial: se denuncia al que le ha denunciado. Eso retrotrae a épocas de dictadura. No digo que haya una dictadura, en absoluto, pero la sensación es de impotencia. Tampoco se puede culpar solo a la clase política, porque la gente también tiene parte de culpa. Y digo culpa entre comillas. Esa palabra la empleo yo, pero probablemente la mayoría de mis conciudadanos diría: «¿Cómo que culpa? A mucha honra, somos así».

Tú el franquismo lo viviste dentro y fuera, porque de muy pequeño acompañaste a tu familia a Estados Unidos.

Sí, pero era muy pequeño. La primera vez tenía meses, por lo que no me quedan recuerdos; y la segunda fue con cuatro o cinco años, muy niño. Yo esencialmente estuve en Madrid, mi infancia es de niño madrileño.

Pero fuiste vecino de Nabokov.

Poco antes de instalarnos en Massachusetts supe que Nabokov había estado en el mismo edificio, pero no coincidimos por un par de años. Vivíamos en la casa de Jorge Guillén, porque mi padre era su sustituto.

Volviendo a lo de antes del desánimo: tanto Arturo Pérez-Reverte como tú podríais vivir donde os apeteciera, y ambos elegís vivir en Madrid.

Quizá ahí la edad sí cuenta un poco. Llega un punto en el que no es tan fácil hacer un traslado en regla y decir: «Me llevo veinte mil libros…»

Tienes unos cuantos, sí.

En este piso y en otro, abajo, que también alquilo, donde trabajo a veces y donde desde hace unos pocos meses una amiga me hace alguna labor de secretariado, por así decir (ella maneja ordenador, cosa que yo nunca he hecho, y así ya se me pueden enviar e-mails), tengo mucho libro. Deben de ser cerca de veinte mil. Y luego supongo que también hay un elemento raro: yo me siento muy cómodo en Inglaterra y en Italia porque he vivido en ambos países, me siento a gusto y hablo las respectivas lenguas. Cada uno a su estilo, me siento muy a gusto, pero para un traslado… Hay miles de cosas que no me gustan y que me sacan de quicio de mi país y mi ciudad, pero también cuenta el hecho de que soy de aquí. Si por algo me distingo es por no ser nada patriota, pero es la fuerza de la costumbre. Supongo que uno echaría de menos durante demasiado tiempo incluso cosas que a uno le desagradan. Tú has vivido mucho más tiempo que yo fuera y no sé si te pasa algo parecido.

Yo, si pudiera, me iría otra vez.

Quizá es el hábito de estar fuera.

Cambio de tema. Hace años, lo que más me gustaba de los partidos Madrid-Barça eran los artículos enfrentados que publicabais en El País tú y Manolo [Vázquez Montalbán].

A mí, casi desde que murió él, ya no me encargan que escriba sobre esos partidos.

Eres autor de una obra clásica sobre fútbol.

Tengo ese librito que recoge lo que he ido publicando a lo largo de los años. Hace no mucho en un artículo explicaba que ya no es igual. Con eso no contaba, pensaba que una de las cosas que se me quedarían intocadas sería el fútbol, y no. Lo de Mourinho lo llevo muy mal. Cuando gana el Madrid me alegro momentáneamente, porque es la costumbre de toda la vida, pero al cabo de dos minutos pienso: «Sí, pero…»

¿Eso es solo por Mourinho?

Sí, en gran medida. También por la política del club. En el fútbol hay un factor sentimental importante, y cuando a la gente del club no se le deja llegar al primer equipo… No porque los que vengan te parezcan mercenarios y esas tonterías que dice la gente, pero por no remitirnos a la Quinta del Buitre, hasta hace muy poco jugaban tres o cuatro como Casillas, Raúl, Guti… Ahora no queda casi nadie que venga de la cantera.

Y que sepa realmente qué es el Real Madrid.

Y que tenga una cierta conciencia sentimental más que histórica. Pero bueno, sobre todo lo de Mourinho me es muy difícil. El fútbol pertenece más al terreno de la ficción que a otra cosa, tiene mucho que ver con una novela o una película. Como además es algo que casi todo el mundo comienza a vivir en la infancia, y por eso es tan intenso y se mantiene a edades casi provectas, quien más quien menos quiere creer que los de su equipo son los buenos, los nobles, los que ganan con caballerosidad y pierden con elegancia, los que no hacen trampas… Los madridistas siempre hemos tenido esa idea, quizá equivocada desde el punto de vista de un culé o de un colchonero, de que el Madrid gana mereciéndolo o procura que sea así. De pronto, en las actuales circunstancias, te das cuenta de que es imposible pensar que los del Madrid son los buenos. Es tan evidente que son los malos… No lo digo por los jugadores, que son buenos jugadores y en su mayoría deben de ser buenos chicos, pero resulta evidente que Mourinho es el villano de la función.

¿Y esto no formará parte del guion?

Mourinho es muy mal actor, se le nota la falsedad en todo: cuando hace como que se alegra, cuando hace como que se cabrea… probablemente está todo muy estudiado y se le nota. ¿Por qué un club admite tener a un villano oficial como máximo representante cuando su tradición es, con razón o sin ella, la contraria? Por poner un ejemplo de ficción, es como si el Capitán Trueno en un momento dado de sus aventuras se hubiera convertido en un malvado, un chulo y en alguien que maltrata sin razón en lugar de defender a los débiles.

Con Valdano hablamos de una cosa que vi hace unos años en Beirut. Era una de esas semifinales de Champions entre el Barça y el Madrid. Tuvo que venir la policía a separar a dos libaneses que se pegaban por el partido. Valdano me decía que es un público planetario y que el seguidor tradicional se está convirtiendo en una parte menor del negocio, que viene de Asia y de las televisiones.

Sí, da esa impresión, pero al mismo nunca me ha interesado mucho lo que está fuera de la cancha.

Cuando se escribe de fútbol se escribe de lo que está fuera.

Sí, pero a partir de cosas que pasan en el campo. Si hablamos de los presidentes de los clubs, desde la óptica del espectador, son todos horrorosos. Si uno empieza a fijarse en los presidentes mal vamos, se acaba el entretenimiento. Hay que hacer caso omiso. Yo tengo muchos amigos que son del Atlético de Madrid y en los años de Jesús Gil les preguntaba cómo podían seguir siendo colchoneros. Y me decían: «Bueno…» Es cierto, esas cosas están al margen de lo que importa. Todos esos negocios asiáticos tampoco existirían si no siguiera habiendo la base de la gente de la ciudad. Al fin y al cabo los equipos son de las ciudades.

Tu antiguo compañero enfrentado, Manuel Vázquez Montalbán, reinventó al Barcelona, y ha tenido un éxito enorme, porque su reinvención ya se asume como realidad.

Él veía al Barça como un club melancólico, de moral quebradiza, frágil, representado por futbolistas como Martí Filosia, gente que se deprimía fácilmente… y desde hace bastantes años eso no es el Barça. Estaba un poco desesperado de que tuviera esas características y en cierta manera envidiaba la firmeza del Madrid.

Sí, pero hablamos de principios de los setenta, que es cuando él empieza a desarrollar su teoría del Barça como ejército desarmado de Cataluña. Esa fragilidad y carácter quebradizo era también el de la oposición, el de muchos catalanes que sabían que Cataluña había sido franquista y existía algo así como un pecado que había que purgar. Y a partir de ahí se ha establecido como hecho que el Barça encarnó la oposición al franquismo. Le preguntas a un socio del Barça y te dirá: «Claro».

Sí, a un socio del Barça sí.

Pero es que lo asume como cierto.

Ahí también habría mucho que decir. En un artículo que escribí, que se llamaba Real Madrid republicano, reivindicaba algo que no me inventé yo, porque lo decía gente que lo sabía por edad, como Eduardo Haro Tecglen, que además no era sospechoso de no ser de izquierdas, y es que el Real Madrid tenía fama de republicano y que después de la guerra, los perdedores preferían el Madrid. No digo que el Madrid haya sido de izquierdas, pero el Atlético era de Aviación, sus jugadores tenían privilegios dados por el franquismo…

Tuvo un momento puramente fascista.

Sí, claro. Y en esa época el Madrid era preferido por la gente liberal o de izquierdas que quedaba, que no era mucha. Luego el Madrid tuvo los éxitos que tuvo y en una dictadura; si Franco iba al palco, ¿qué iba a hacer la gente? La dictadura se aprovechó mucho del Madrid, del que se ha dicho que era el equipo del régimen, y lo dirán siempre los del Barça y los del Atlético, pero no fue así.

El régimen utilizaba a Barça y a Madrid para fomentar el entretenimiento. Cuando pudo ayudar al Barça lo ayudó, como con el Camp Nou.

Pero en fin, eso son cosas ya un poco pasadas. Es curioso porque en los últimos años ha habido una especie de trasvase de valores e incluso de psicología. El Madrid ha tenido unos cuantos años en que ha sido frágil y quebradizo.

Hay madridistas que se reconocen más en el Barça actual que en el Madrid.

En algunos aspectos sí. Los madridistas de siempre, los de cierta edad, vemos a Guardiola como propio del Madrid. Está más cerca de un Molowny, de un Del Bosque o de un Valdano de lo que lo está Mourinho, que no tiene nada que ver con esas figuras que para nosotros son el entrenador educado, como Pellegrini hasta hace poco. El pobre, no le dejaron llegar al segundo año, cuando creo que habría seguido mejorando, pese a que ya lo hizo bien el año que estuvo. Ese tipo de individuo es el que el Madrid clásicamente ha tenido. Guardiola le pega al Madrid. No creo que él lo piense así, pero bueno.

No creo.

Me refiero a la manera de ser. Es muy catalán, pero pertenece a la estirpe de Molowny, Del Bosque y Valdano: gente muy educada, comedida, que no ha querido destacar, que no se ha impuesto por encima de los jugadores… eso lo tiene Guardiola y no Mourinho.

Por cierto, ¿cómo va tu Reino de Redonda?

Bueno, va. Hace poco hemos dado el premio anual, que no sé cuánto más va a durar, porque la verdad es que en esta época de crisis… Es un dinero que sale de mi bolsillo. Llegaron a ser seis mil quinientos euros y hemos ido bajando. Ahora está en dos mil euros, mas el nombramiento como duque. Lo ha ganado un autor que no he leído, Philip Pullman.

No lo conozco.

Tiene una trilogía que se llama La materia oscura, medio fantástica. Es un hombre simpático. Cuando le informé del asunto… porque claro, cada vez que hay un ganador hay que informarle y siempre temo que no tenga ni idea de quién soy y se diga: «¿Pero qué locura es esta que me cuentan sobre un premio del reino de un chiflado?». Hasta ahora han contestado todos bien y han entendido el carácter del asunto, de broma y juego.

¿El rey de Redonda no abdica nunca?

Sí, el anterior abdicó a mi favor. Así que, aunque solo sea por ese precedente, algún día tendré que empezar a pensar en alguien. Deberá ser escritor, pero puede proceder de cualquier país. Los anteriores habían sido más bien ingleses. De hecho, creo que en Internet, cuando se produjo la abdicación a mi favor del anterior, John Wynne-Tyson, hubo alguna reacción del tipo: «¡Lo que nos costó expulsar a los españoles del Caribe y ahora entregan Redonda a un español!». Esas cosas locas de la gente.

El banquete

Si usted no tiene un asiento en la mesa, probablemente esté en el menú (Elizabeth Warren)

El álbum

Muchos recordarán aquellos álbumes de cromos de futbolistas, razas africanas, locomotoras y otras materias. Se pegaban según la razón social de cada uno: los pobres con harina y agua; los burgueses con cola y los más modernos con pegamento Imedio, creado por Gregorio Imedio, un manchego de  Calzada de Calatrava, en 1944. Completar uno era imposible: hacía falta demasiado dinero o un trapicheo sin límites.

No voy a esbozar ahora la fascinante biografía del gran empresario Gregorio Imedio, químico de secano al que tanto debemos, ni mucho menos haré chistes con su benemérito apellido; tan solo me referiré a la manía de coleccionar, atributo que suele caracterizar a gente interesante. Por eso se está perdiendo en una época como esta, en la que solo se coleccionan efímeros pokemon. Un conocido mío colecciona búhos; los posee de muchas especies: abstractos, funcionales (llaveros, posavasos, abrebotellas con forma de búho...), comestibles, artísticos (cerámicos, pintados, de alambre)... Su hermano, no queriendo parecerse a él y deseando restringirse a una serie limitada, pensó en el proverbio "más vale pájaro en mano que ciento volando" y decidió coleccionar solo cien pájaros vulgares: gorriones y tal. Estos debían cumplir tres condiciones: que cupieran en la mano, que no fueran excesivamente caros y que fueran rigurosamente vulgares (no podían entrar reproducciones del pato Donald, de águilas heráldicas, de Piolín). Su primera adquisición fue una pajarita pisapapeles de acero dorado; luego unos pendientes de pajaritos que anidaban en la oreja; siguieron los funcionales (reclamos de caza en forma de pájaro; bolígrafos con el dios Ibis egipcio, cajas de cerillas con pájaros; monederillos con pico al abrirse y que se refugian en el nido del bolsillo)...

La gente extrañará que se coleccione algo que no tiene en sí valor alguno; pero es que hay coleccionistas desinteresados que no coleccionan cosas cotizables que se pueden cambiar en dinero, como arte, sellos o monedas. Pertenecen a otro nivel; son, en realidad, ávidos perseguidores de metáforas y fantasías. Pablo Neruda coleccionaba mascarones de proa y conchas marinas, estas últimas como otro orillero del Pacífico, el emperador del Japón. Antonio Gala reúne bastones; algunos recortan letras mayúsculas iniciales adornadas de manuscritos y libros antiguos, con sus rosetones y floripondios; otros reúnen llaves o piedras como un Marcel Duchamp cualquiera. Hay gente que compila plumas, servilletas de bar, nudos marineros, chapas y tapones de botella, las botellas mismas, pins, mercandishing, fotografías, gorras, camisetas, mapas, llaveros, postales, pegatinas, muñecos, periódicos antiguos, relojes, tazas, cartas, libros, tarjetas, acciones que ya no valen un duro, carteles, programas de cine... En cuestión de papeles, lo generalmente llamado ephemera. ¿A quién le ha dado por coleccionar tornillos, picaportes, mirillas telescópicas o llamadores de puerta? Seguro que anda alguno por ahí. En el siglo XIX las damas de copete contaban con un álbum en que los artistas y poetas que conocían dejaban siempre un testimonio de su galantería. Otros, más prácticos, recortaban los artículos de prensa que les interesaban, hojas de árbol de días inmarcesibles, anotaciones de diario.

Todos somos en realidad coleccionistas de días; "nos componemos de días", como escribió César Vallejo: unos nos gustan más que otros, pero todos tienen más o menos la misma catadura. Hay algunos que son excepcionales y se valoran más por su rareza o su mala u óptima factura, como los que justificaban la vida del califa andalusí. En una película de Wayne Wang, Smoke (1995), con un excepcional guion del escritor Paul Auster, que no creía en las casualidades, el estanquero que interpreta Harvey Keitel hace siempre la misma fotografía a la misma hora frente a su establecimiento y las colecciona en un álbum en el que su amigo, el escritor, reconoce de pronto a su mujer fallecida. Un fragmento más de algo roto en mil pedazos y una metáfora más. Quién lo iba a decir: el inventor del pegamento Imedio fue un gran coleccionista de trenes eléctricos. ¿Marchar hacia el paraíso perdido de la infancia?

domingo, 28 de agosto de 2016

El cotilleo en Suetonio y Plutarco

Jaime Romero, "El mayor arte del mundo", en Huffington Post 28/08/2016 

Las más exquisitas sutilezas del humanal linaje siempre se han alcanzado en el donoso arte de la chismografía: quién dijo qué de la pareja de quién, y por dónde le dolía el dolor al susodicho. Y sus dos mayores artistas de siempre son Suetonio y Plutarco.

Lo de Suetonio era el arte chismográfico por el arte mismo, la persecución de un ideal. Plutarco, aunque le iba a la zaga con paso firme y la cabeza muy en alto, no alcanzó nunca esa misma cualidad lírica. Pero lo suplió con cantidad: Suetonio con su arte sólo desbarató 12 vidas, en cambio Plutarco nos regaló las intimidades de nada menos que 48 personajes.

Sin embargo, más allá de un número frío y escueto, o de la relevancia de los biografiados y el punto picante de sus biografías, lo que hay detrás es una técnica artística depurada.

Suetonio era de los que te decía, luego de aparentemente ya haber destripado por completo a Tiberio: "Se le atribuían vicios aún peores y más indignos, de tal naturaleza que apenas es lícito exponerlos u oírlos contar, y menos aún creerlos... Se decía, en efecto, que...", y se manda el angelito a detallarnos minuciosamente esos precisos vicios de Tiberio que apenas era lícito contarlos u oírlos contar, y menos aún creerlos.

Sus textos están repletos de golosinas de gracioso cinismo chismográfico. Hablando de Julio César dice: "Paso por alto los discursos de Dolabela...", pero claro que no los pasa por alto y muy bien que rescata sus mejores perlas en contra del Divino Julio ("rival de la reina", "almohada de la litera real", "establo de Nicomedes", "Lupanar de Bitinia"). Constantemente se vale de muletillas jugosas tales como: "Sin embargo, no me puedo creer que...", pero de todas formas nos lo cuenta igual que si lo jurara por su vida. "Tampoco ignoro lo que otros han contado, a saber, que...", ¡y tanto que no lo ignoraba! Otras veces aboga por la pluralidad de opiniones: "Hay quienes creen que... otros piensan que...", y entre lo que creen unos, y lo que piensan otros, Suetonio acaba de rematar en el suelo el nombre del biografiado.

Plutarco tampoco se chupaba el dedo. Luego de contarnos mil rumores turbios acerca de Pericles (que Fidias "recibía en secreto mujeres libres que iban a las obras a citarse con Pericles", o que Pericles conocía demasiado bien a la mujer de su amigo Menipo, o que Pirilampes, criador de pájaros, les regalaba un pavo real a todas la mujeres que tortoleaban con Pericles), ahora quiere hacernos creer que él no se cree esos rumores, sin embargo suelta al final un dardo chismográfico aún más rico y venenoso: "¿Por qué tendría uno que admirarse de que hombres con conducta propia de sátiros anden constantemente ofreciendo difamaciones contra los poderosos a la envidia de la chusma como a un demon malvado, cuando incluso Estesímbroto de Tasos se atrevió a publicar contra Pericles una terrible y repugnante impiedad en relación con la mujer de su hijo?".

Suetonio era obsesivamente pedagógico, sus textos rebosan de "pero para que a nadie le quepa la menor duda..." y del incisivo "No sólo que...sino que...".
Plutarco también se vale de jugosas muletillas: "Tal vez no valga la pena mencionarlo, pero...". Luego de despacharse en contra de Aspasia, la segunda mujer de Pericles (de ella ya nos ha dicho que "no dirigía un negocio digno y honrado, sino que formaba a cortesanas", y ha citado unos versos donde se refieren a ella como "concubina ojos de perro"; y ya a Pericles nos lo ha pintado como un pelele al que Aspasia lo despedía y recibía en la puerta de la casa con un beso en la boca), luego de despacharse muy a su sabor, se lava las manos con un tan donoso estilo que Poncio Pilato hubiera muerto de envidia: "Estas cuestiones me vinieron a la memoria al hilo del relato...y tal vez no era humano omitirlas y pasarlas por alto".

Suetonio era obsesivamente pedagógico, sus textos rebosan de "pero para que a nadie le quepa la menor duda..." (y continua diciéndonos que Curión se refiere a Julio César como "marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos"). "Y para dejar aún más clara cuál era su índole..." (y a continuación nos deja clarísima la perturbadora índole de Nerón). También era asiduo al incisivo "No sólo que...sino que...".

Asimismo sabía de apologías. El emperador Tito "fue el amor y la delicia del género humano". Germánico "tuvo la suerte de poseer todas la virtudes físicas y espirituales, y en una medida mayor a la que nadie gozó jamás: una belleza y una fortaleza extraordinarias, un ingenio que sobresalía en la elocuencia y la erudición tanto en griego como en latín, una bondad excepcional, y una admirable y eficaz inclinación a granjearse la amistad de los hombres y conquistar su afecto". De Calígula nos cuenta que al principio la multitud le gritaba que era "su estrella, su polluelo, su muñequito, su niño...".

Una de sus mayores querencias fue la precisión exhaustiva. De los vicios de Tiberio nos advierte que "hablaré de ellos uno a uno desde el principio...". También nos dice: "Hasta aquí hemos hablado de Calígula como de un príncipe, réstanos referirnos a él como a un monstruo".

Suetonio fue un gran burlón. La vez que Tiberio se cruzó por la calle con la mujer de la que le habían obligado a divorciarse, dice que "la siguió con unos ojos tan alegres y tiernos...", que hubieron de tomarse medidas drásticas al respecto. Y Augusto se divorció de Escribonia "hastiado del desarreglo de sus costumbres". Del emperador Otón nos suelta que fue "hijo de un caballero romano y de una mujer de condición humilde que quizás no era libre de nacimiento".

Dejó dicho Henry James que "en literatura, el chisme es rey". Con Plutarco y Suetonio como sus mayores regentes, la chismografía, con su depurada técnica, su rico saber y su arcana ciencia, sin duda es la más excelsa de todas las artes

viernes, 26 de agosto de 2016

La construcción social del mal

Tal vez la historia más siniestra de violencia que conozco  es la de Gertrude Baniszewski con ‎Sylvia Likens. En ella está recogida en su génesis, antecedentes y consecuencias la "construcción" social de lo que es el mal.

Las cien mejores películas de lo que va del siglo XXI

Críticos de distintos países han elegido las cien mejores películas de lo que va del siglo XXI. Puede ser una buena orientación. De estas solo he visto un tercio, de las otras no puedo juzgar. Me gustan, en efecto, Mulholland drive, El viaje de Chihiro, El laberinto del fauno, Lost in translation, Shame, A. I, inteligencia artificial, Her, Amelie, El secreto de sus ojos, Déjame entrar, El pianista y Un tipo serio. Y me gustaría haber visto Nader y Simin, La vida de Adèle, Carol y El gran hotel Budapest. 

1. MULHOLLAND DRIVE (DAVID LYNCH, 2001)

2. DESEANDO AMAR (WONG KAR-WAI, 2000)

3. POZOS DE AMBICIÓN (PAUL THOMAS ANDERSON, 2007)

4. EL VIAJE DE CHIHIRO (HAYAO MIYAZAKI, 2001)

5. BOYHOOD (MOMENTOS DE UNA VIDA) (RICHARD LINKLATER, 2014)

6. ¡OLVÍDATE DE MÍ! (MICHEL GONDRY, 2004)

7. EL ÁRBOL DE LA VIDA (TERRENCE MALICK, 2011)

8. YI YI (EDWARD YANG, 2000)

9. NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN (ASGHAR FARHADI, 2011)

10. A PROPÓSITO DE LLEWYN DAVIS (JOEL Y ETHAN COEN, 2013)

11. NO ES PAÍS PARA VIEJOS (JOEL Y ETHAN COEN, 2007)

12. HIJOS DE LOS HOMBRES (ALFONSO CUARÓN, 2006)

13. ZODIAC (DAVID FINCHER, 2007)

14. THE ACT OF KILLING (JOSHUA OPPENHEIMER, 2012)

15. 4 MESES, 3 SEMANAS, 2 DÍAS (CRISTIAN MUNGIU, 2007)

16. HOLY MOTORS (LEOS CARAX, 2012)

17. EL LABERINTO DEL FAUNO (GUILLERMO DEL TORO, 2006)

18. LA CINTA BLANCA (MICHAEL HANEKE, 2009)

19. MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA (GEORGE MILLER, 2015)

20. SYNECDOCHE, NEW YORK (CHARLIE KAUFMAN, 2008)

21. EL GRAN HOTEL BUDAPEST (WES ANDERSON, 2014)

22. CACHÉ (ESCONDIDO) (MICHAEL HANEKE, 2005)

23. LOST IN TRANSLATION (SOFIA COPPOLA, 2003)

24. THE MASTER (PAUL THOMAS ANDERSON, 2012)

25. MEMENTO (CHRISTOPHER NOLAN, 2001)

26. LA ÚLTIMA NOCHE (SPIKE LEE, 2002)

27. LA RED SOCIAL (DAVID FINCHER, 2010)

28. HABLE CON ELLA (PEDRO ALMODÓVAR, 2002)

29. WALL-E (ANDREW STANTON, 2008)

30. OLDBOY (PARK CHAN-WOOK, 2003)

31. MARGARET (KENNETH LONERGAN, 2011)

32. LA VIDA DE LOS OTROS (FLORIAN HENCKEL VON DONNERSMARCK, 2006)

33. EL HIJO DE SAÚL (LÁSZLÓ NEMES, 2015)

34. EL CABALLERO OSCURO (CHRISTOPHER NOLAN, 2008)

35. TIGRE Y DRAGÓN (ANG LEE, 2000)

36. TIMBUKTU (ABDERRAHMANE SISSAKO, 2014)

37. TÍO BOONMEE RECUERDA SUS VIDAS PASADAS (APICHATPONG WEERASETHAKUL, 2010)

38. CIUDAD DE DIOS (FERNANDO MEIRELLES Y KÁTIA LUND, 2002)

39. EL NUEVO MUNDO (TERRENCE MALICK, 2005)

40. BROKEBACK MOUNTAIN (ANG LEE, 2005)

41. DEL REVÉS (PETE DOCTER Y RONNIE DEL CARMEN, 2015)

42. 12 AÑOS DE ESCLAVITUD (STEVE MCQUEEN, 2013)

43. AMOR (MICHAEL HANEKE, 2012)

44. MELANCOLÍA (LARS VON TRIER, 2011)

45. LA VIDA DE ADÈLE (ABDELLATIF KECHICHE, 2013)

46. COPIA CERTIFICADA (ABBAS KIAROSTAMI, 2010)

47. LEVIATÁN (ANDREY ZVYAGINTSEV, 2014)

48. BROOKLYN (JOHN CROWLEY, 2015)

49. ADIÓS AL LENGUAJE (JEAN-LUC GODARD, 2014)

50. ORÍGEN (CHRISTOPHER NOLAN, 2010)

51. THE ASSASSIN (HOU HSIAO-HSIEN, 2015)

52. TROPICAL MALADY (APICHATPONG WEERASETHAKUL, 2004)

53. IDA (PAWEL PAWLIKOWSKI, 2013)

54. MOULIN ROUGE (BAZ LUHRMANN, 2001)

55. ÉRASE UNA VEZ EN ANATOLIA (NURI BILGE CEYLAN, 2011)

56. ARMONÍAS DE WERCKMEISTER (BELA TARR Y ÁGNES HRANITZKY, 2000)

57. LA NOCHE MÁS OSCURA (ZERO DARK THIRTY) (KATHRYN BIGELOW, 2012)

58. UNA HISTORIA DE VIOLENCIA (DAVID CRONENBERG, 2005)

59. MALDITOS BASTARDOS (QUENTIN TARANTINO Y ELI ROTH, 2009)

60. MOOLAADÉ (PROTECCIÓN)(OUSMANE SEMBENE, 2004)

61. SÍNDROMES Y UN SIGLO (SYNDROMES AND A CENTURY) (APICHATPONG WEERASETHAKUL, 2006)

62. UNDER THE SKIN (JONATHAN GLAZER, 2013)

63. FISH TANK (ANDREA ARNOLD, 2009)

64. LA GRAN BELLEZA (PAOLO SORRENTINO, 2013)

65. EL CABALLO DE TURÍN (BELA TARR Y ÁGNES HRANITZKY, 2011)

66. PRIMAVERA, VERANO, OTOÑO, INVIERNO... Y PRIMAVERA(KIM KI-DUK, 2003)

67. EN TIERRA HOSTIL (KATHRYN BIGELOW, 2008)

68. CAROL (TODD HAYNES, 2015)

69. LOS TENENBAUMS. UNA FAMILIA DE GENIOS (WES ANDERSON, 2001)

70. STORIES WE TELL (SARAH POLLEY, 2012)

71. TABÚ (MIGUEL GOMES, 2012)

72. ANTES DEL ATARDECER (RICHARD LINKLATER, 2004)

73. SÓLO LOS AMANTES SOBREVIVEN (JIM JARMUSCH, 2013)

74. SPRING BREAKERS (HARMONY KORINE, 2012)

75. DOGVILLE (LARS VON TRIER, 2003)

76. PURO VICIO (PAUL THOMAS ANDERSON, 2014)

77. LA ESCAFANDRA Y LA MARIPOSA (JULIAN SCHNABEL, 2007)

78. CASI FAMOSOS (CAMERON CROWE, 2000)

79. EL REGRESO (ANDREY ZVYAGINTSEV, 2003)

80. EL LOBO DE WALL STREET (MARTIN SCORSESE, 2013)

81. UN PROFETA (JACQUES AUDIARD, 2009)

82. UN TIPO SERIO (JOEL Y ETHAN COEN, 2009)

83. A.I. INTELIGENCIA ARTIFICIAL (STEVEN SPIELBERG, 2001)

84. HER (SPIKE JONZE, 2013)

85. SHAME (STEVE MCQUEEN, 2011)

86. AMÉLIE (JEAN-PIERRE JEUNET, 2001)

87. LEJOS DEL CIELO (TODD HAYNES, 2002)

88. SPOTLIGHT (TOM MCCARTHY, 2015)

89. THE HEADLESS WOMAN (LUCRECIA MARTEL, 2008)

90. BUSCANDO A NEMO (ANDREW STANTON, 2003)

91. DÉJAME ENTRAR (TOMAS ALFREDSON, 2008)

92. MOONRISE KINGDOM (WES ANDERSON, 2012)

93. RATATOUILLE (BRAD BIRD Y JAN PINKAVA, 2007)

94. EL ASESINATO DE JESSE JAMES POR EL COBARDE ROBERT FORD(ANDREW DOMINIK, 2007)

95. EL PIANISTA (ROMAN POLANSKI, 2002)

96. EL SECRETO DE SUS OJOS (JUAN JOSÉ CAMPANELLA, 2009)

97. TEN (ABBAS KIAROSTAMI, 2002)

98. LOS ESPIGADORES Y LA ESPIGADORA (AGNÈS VARDA, 2000)

99. UNA MUJER EN ÁFRICA (CLAIRE DENIS, 2009)

100. CARLOS (OLIVIER ASSAYAS, 2010)

100. RÉQUIEM POR UN SUEÑO (DARREN ARONOFSKY, 2000)

100. TONI ERDMANN (MAREN ADE, 2016)

jueves, 25 de agosto de 2016

Proyecciones

Me he quedado sin energías. En teoría tendría que haber escrito mucho este verano: terminar obras anteriores (como mi edición de las Obras de Almenara, aún falta de notas y un último repaso y mi Biografía de Félix Mejía o mi edición de su Jicotencal) o seguir con las que he empezado (los Retratos políticos de la Revolución de España y la Vida de Fernando VII). Hay dos artículos además que tengo en el tintero: aquel en que demuestro la autoría de las tres obras anteriores para el escritor decimonónico ciudarrealeño F. Mejía y otro casi concluido en que edito sus Comentarios a la Constitución de 1812. También tendría que despachar alguna de las cuatro novelas que tengo empezadas (El danés, sobre todo, que tanto admira mi hija mayor, pero también la policiaca, la histórica y la autobiográfica) y escribir más poesía y teatro (qué pena haber perdido el original de mi pieza cómica para niños), pero eso exige unos años de vida de que creo no disponer y unas ilusiones y ambiciones de que ya carezco. Mi única intención (la voluntad ya me cuesta más trabajo) ya es solo no aburrirme, no sufrir... si no son la misma cosa. Es poco lo que me contenta; antes era la escritura; ahora viajar. En mí, no sé por qué, ambos elementos se conectan de un modo raro: si hago un viaje el contacto con lo extraño me hincha la literatura y no puedo parar de escribir. Este texto, por ejemplo, es curioso, se debe a un desplazamiento de apenas quince kilómetros que hice ayer. Este género de estímulos funciona también en las vísperas de mis preocupaciones: me cargan el subconsciente inflándome la inspiración. Por ejemplo, el curso va a comenzar en septiembre y esta idea también me agita.

Este verano he perdido peso, me he interesado activamente por la política, me he leído y le he quitado las erratas a las mil páginas de la Biografía de Nicolás Díaz Benjumea y otro opúsculo de Joaquín González Cuenca (gran cocinero, por cierto) y he revisado la segunda edición de la edición de José Moreno Berrocal y yo mismo de la Autobiografía de Juan Calderón, que imprimirán en diciembre, así como de algunos de mis poemas; uno incluso podría decirse que me define (bastante); escribí, me pagaron y me imprimieron una biografía de Manuel José Quintana, a quien con ese motivo he tenido que releer. También hay por ahí un nuevo puñado de artículos y he ordenado algo mi blog. Me he inflado, como siempre, a leer periódicos y tomar cafés. He seguido reuniendo libros raros (el último, Ellos y nosotros (1937), una apología del fascismo del canónigo magistral de Ciudad Real Juan Mugueta) y he charlado algo conmigo mismo (esto, por ejemplo, es algo parecido); me he leído además tres o cuatro libros. Nada más. Estoy mejor de salud, pero por las noches me acongojo (el aburrimiento y el sufrimiento, decía). Por lo menos mi mujer está más recuperada y le van a dar el alta. Las nenas siguen su marcha hacia lo mejor; ojalá lo tengan más fácil que yo, pero son inteligentes y valerosas y solo la mala suerte podría obstaculizar su camino; nunca hay que subestimar a la mala suerte. Pero miento: también hay otra cosa que puede obstaculizar su camino: que son demasiado buenas personas. No es esa ventaja que luzca en un mundo como este y sobre todo en un país como este.

Hace tiempo que no hablo de mí mismo. Entre otras cosas, porque me considero bastante finiquitado. Me he deteriorado físicamente con gran celeridad: he sumado dos achaques más a mi colección: ahora soy un diabético tipo dos y sufro una dolorosa artrosis de columna. Mi insomnio se ha agravado y la circulación de sangre por mis piernas y pies deja bastante que desear. Me canso más fácilmente. En suma: me he gastado bastante; en parte por culpa mía: no me cuido. Mis hijas me recuerdan que su deseo es que les dure más tiempo. Pero es difícil ser infiel a mis asquerosas rutinas. Lo intento, pero esa es la peor de las adicciones: la rutina. De ahí que me gusten tanto los viajes y los cambios, como decía.

Ayer celebramos en familia nuestras bodas de plata. Ha sido difícil reunir a un rebaño tan disperso; queríamos cenar en un restaurante con terraza de Peralvillo, pero abren cuando les da la gana, a pesar de que dicen en Internet que siempre están abiertos. Luego nos fuimos al Dos caminos, que está en la carretera a Aldea del rey, pero no lo encontramos. Al final terminamos comiendo en La Parada, cerca del Hospital general.

Del viaje a Peralvillo me quedo con el letrero que avisa del peligro de atropellar nutrias que cruzan y un camino que me quedé con ganas de recorrer. Volveré allí y lo seguiré como si fuera un Robert Frost o un Antonio Machado. También quiero ver la nueva película de Star Trek: quien es friki de joven lo es de viejo también.

Problema con trampita

Un problema con trampa: resolver 60 + 60 x 0 +1


En los comentarios de LinkedIn, que ya se acercan a los 4.500, muchos han asegurado que la respuesta es 1. Parece lógico. ¿No?

60 +60 = 120

120 x 0 = 0

0 + 1 = 1

Pues no. La solución es 61 porque hay que seguir el orden correcto al hacer las operaciones: división, multiplicación, suma y resta. Así que hay que hacerlo así:

60 x 0 = 0

Y luego:

0 + 60 + 1 = 61

miércoles, 24 de agosto de 2016

Las faltas de ortografía más frecuentes en Internet según Cuadernos Rubio

Cuadernos Rubio avisa de las 20 faltas ortográficas más comunes en las redes

Agencia EFE – mar, 23 ago 2016 13:38 CEST

Valencia, 23 ago (EFE).- La ausencia de tildes, la confusión entre 'a ver' y 'haber' y obviar los signos de puntuación son algunas de las veinte faltas ortográficas más comunes en las redes sociales y que la empresa Rubio, editora de los famosos cuadernos didácticos, ha publicado en una lista.

La editorial atribuye los errores a la "inmediatez" y "la vorágine de ser los primeros en publicar un tuit o una entrada de Facebook" y recomienda fomentar la lectura como la mejor manera para "evitar atentar contra las reglas de ortografía básicas".

También aconseja tomarse un tiempo para repasar lo que se escribe en las redes y "dejar una buena impronta", tal y como apuntan en una nota de prensa.

El primero de los veinte fallos más habituales, según Rubio, es la ausencia de tildes, que los usuarios olvidan añadir "por comodidad o rapidez", pero cuya presencia puede determinar el significado de una frase.

En la misma línea, también se suelen olvidar las tildes en los pronombres exclamativos e interrogativos, y se escribe "¿cual ha sido el proyecto ganador?" en lugar de "¿cuál ha sido el proyecto ganador?".

En segundo lugar, la editorial coloca la confusión entre "a ver" y "haber", "un clásico en palabras homófonas que se pronuncian igual pero se escriben de forma distinta", explican.

En tercer lugar, la empresa advierte que en las redes sociales "obviamos por completo los signos de puntuación, por ejemplo con frases aparentemente interminables, pero que perfectamente se podrían dividir en más de dos".

Por otro lado, al escribir los signos de puntuación "lo hacemos de forma incorrecta", por ejemplo al dejar más espacios de los necesarios entre las palabras que los flanquean o al confundir puntos con las comas y viceversa.

Asimismo, desde Rubio indican que la letra h "se trata de otra de las grandes olvidadas" pero apuntan que la forma correcta es "echar de menos" y no "hechar de menos".

Rubio recomienda utilizar las mayúsculas únicamente cuando se quiere poner énfasis al mensaje y, por contra, recuerdan que los nombres propios y los inicios de frase empiezan siempre por mayúscula.

Otro error habitual en redes sociales es utilizar la letra k en lugar de la letra c, o sustituir las elles por 'y griegas', dos fallos que se comenten principalmente por "ahorrar tiempo".

La lista de Rubio continúa con el término "expectacular", otra falta común en internet, cuya correcta forma es "espectacular", y recuerdan también que hay que diferenciar entre "¡Ay!", "ahí" y "hay".
En cuanto al verbo "haber", antes de cada participio siempre lleva h, por ejemplo "ha hecho" o "ha comido", pero la 'a' irá sola cuando funcione como una preposición, por ejemplo "se va a su casa" y no "se va ha su casa".

Además, "había" es un verbo impersonal, por lo que sólo se puede conjugar "habían" si funciona como verbo auxiliar de participio, de forma que es incorrecto decir "habían tres sacos de patatas", pero es correcto "ellos habían conseguido hacer los deberes a tiempo".

También es común utilizar la forma en infinitivo de los verbos cuando se habla en imperativo, por lo que en Rubio recuerdan que lo correcto es "¡cerrad la puerta!" y no "¡cerrar la puerta!".

"Hacer" siempre se escribe con c, indican desde la editorial, y no con s, un error habitual debido a las distintas pronunciaciones del español en algunos territorios de nuestro país y de Latinoamérica.
En Rubio apuntan que cuando simulamos por escrito que nos reímos "abusamos de la letra j", y que "jajajajaja" no es lo mismo que "jajjjajajajajaj".

¿Se conocieron Cervantes y Shakespeare en Valladolid?

Jesús Ruiz Mantilla, "¿Se conocieron Shakespeare y Cervantes en Valladolid?" en El País, 23 de agosto de 2016:

Una delegación británica para la paz, de la que probablemente formaba parte el autor inglés, viajó a la ciudad castellana donde entonces vivía el autor del Quijote

No hay pruebas ni testimonios, pero sí una muy probable coincidencia física y temporal. William Shakespeare pudo viajar hacia la primavera de 1605 a Valladolid en misión de paz, como miembro de una delegación real. Justo en esa época, el nómada Cervantes se había instalado allí con sus hermanas, su sobrina, su esposa y su hija. ¿Les presentó alguien…? Es la pregunta que obsesivamente se siguen haciendo casi todos los biógrafos de ambos autores.

Felipe III y Jacobo I habían decidido dar tregua al ardor guerrero de sus antecesores. Una pulsión enconada y expansiva había conformado el eje de la tensa ambición imperial que determinó los reinados de Felipe II e Isabel I: el enfrentamiento colonial por ampliar fronteras y la batalla sin descanso por mar. El mundo era cosa de dos. Inglaterra y España.

Esa bipolaridad había dominado también la obra de ambos escritores. Tanto Shakespeare como Cervantes se habían mostrado buenos vasallos de sus respectivos monarcas, a los que dieron constantes muestras de admiración. Aunque, en el caso del español, con algunas leales reservas. Pero la era que se estrenaba respondía a otro tipo de empeños más modestos.

Los nuevos reyes gustaban de preferencias relajadas. Si a Felipe, apodado el piadoso, pronto se le cató como un amante de las artes, que dio cuartel a los jesuitas durante su reinado y dejó los asuntos candentes en manos de un ambicioso y corrupto duque de Lerma, Jacobo despuntó por su exhibicionismo, su petulancia y su preferencia por la juerga, en la que dejaba patente sus claras inclinaciones homosexuales sin importarle el murmullo. Algo unía a ambos, además: el vicio de la caza por encima de todas las cosas.

Para firmar la paz se nombraron dos vastas delegaciones. La española viajó primero a Inglaterra en agosto de 1604 y la británica se presentó en Valladolid un año más tarde. La componían unos 700 ingleses entre los que en principio –ya que como miembro de la misma había sido designado en su país- se encontraba William Shakespeare. No así Cervantes, pese a que viviera en la ciudad. Aunque uno de los motivos de que se instalara antes en la nueva capital del reino pudiera haberse debido a la cercanía hacia la corte, no fue considerado por las autoridades y los prebostes para tal acontecimiento.

William Shakespeare pudo viajar hacia la primavera de 1605 a Valladolid en misión de paz, como miembro de una delegación real.

La paz apremiaba y, seguramente, como sostiene Jordi Gracia en su magistral biografía Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Taurus), al autor no se le escapaba lo que el entonces embajador inglés, Charles Cornwallis, había detectado para su atinado diagnóstico diplomático: “El tesoro de la monarquía está completamente exhausto, sus rentas consignadas para el pago de la deuda, su nobleza pobre y completamente endeudada”.

Aun así, arde la iluminación nocturna en forma de 12.000 papelones pintados con las armas de la ciudad y la firma se hace coincidir con el bautizo de un heredero que llegaría a reinar como Felipe IV. No sin esfuerzo. El deseado alumbramiento había costado previamente a su madre, Margarita de Austria-Estiria, la sangre de varios partos y abortos.

Cuesta creer que de haberse trasladado Shakespeare a España nadie les hubiese presentado. Cervantes vivía su naciente éxito con el Quijote, recién publicado. De hecho, el icónico personaje ya aparece en algunos sonetos satíricos sobre los fastos, atribuido a un Luis de Góngora venenoso y clandestino.

Tanto Astrana Marín como Jean Canavaggio, biógrafos cervantinos de referencia, apuntan la coincidencia. Pero ninguno se atreve a aventurar más. Les basta un deseo pero les falta la prueba. Lo que sí sostiene Canavaggio es que a partir de entonces, las hazañas de Don Quijote viajan a Londres. Alguien de la delegación debió encapricharse con el caballero… En 1607, antes de que se tradujera la novela, el poeta George Wilkins, en una comedia representada en el escenario de The Globe, hace clamar a uno de sus personajes: “Muchacho, sostenme bien esta antorcha, porque aquí me tienes armado para combatir a un molino de viento”.

El caso es que si no hay rastro de lecturas de Shakespeare en Cervantes, sí sucede al contrario. Hacia 1612 apareció la primera versión inglesa del Quijote por empeño de Thomas Shelton. Un año después, Shakespeare y John Fletcher firman una obra sobre uno de los personajes de la novela: el joven Cardenio, que loco de amor por la pérdida de su Lucinda se echa al monte y se convierte en un eremita vagabundo a quien dan en llamar El roto.

La obra se estrena a cargo de la compañía de Los hombres del rey (The King’s Men) y desaparece tras un incendio. Pero sigue representándose con éxito hasta 1653, cuando, casi al completo, se pierde su rastro. Hasta que en 1727, Lewis Theobald publica Doble falsedad o los amantes afligidos, basada en la comedia de Shakespeare y Fletcher. Así que su estela, mal que bien, perduró.

Lo mismo que el de ambos genios con sus biografías cruzadas y sus extrañas coincidencias. Las que marcaron senda de futuro en la literatura universal sembrando, como sostiene sin temor a la polémica el crítico Harold Bloom, un persistente canon accidental en varios frentes. Tanto Shakespeare como Cervantes son los troncos geniales de los que durante siglos, se conocieran o no, se ha desprendido una constante y ejemplar modernidad.

lunes, 22 de agosto de 2016

Cita aplicable a España

“El peor de los errores es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos” Albert Einstein 

domingo, 21 de agosto de 2016

Los mejores discursos oídos nunca en una película.

Los mejores discursos oídos nunca en una película. La selección, hecha por Bilbao, a quien conozco personalmente, es muy buena.

Los vinos españoles fastidian a los vinateros del Languedoc

Vins espagnols: les producteurs du Languedoc crient à la concurrence déloyale
Par Julia Blancheton  Le Figaro, 20/08/2016

Grâce à une réglementation plus flexible et un coût du travail moins élevé, les vins espagnols sont vendus à des prix qui tirent à la baisse le cours du vin.

A 32 euros l'hectolitre, les vins espagnols sont deux fois moins chers que les vins de table français et tirent à la baisse le cours du vin de table. Les producteurs du Languedoc voient rouge et le Conseil Interprofessionnel des AOC du Languedoc et des IGP Sud de France dénonce une concurrence déloyale. «En Espagne, le coût du travail est amplement inférieur et les réglementations sont beaucoup moins strictes. Certains producteurs sont même autorisés à utiliser des produits interdits en France», affirme Xavier de Volontat, le président du conseil.

De plus, l'étiquetage des vins espagnols n'est pas clairement défini et peut être trompeur pour le consommateur. En effet, sur les étiquettes, les vins espagnols sont indiqués comme étant des vins de la communauté européenne. Xavier de Volontat considère que «le consommateur voit que le vin vient d'Europe, il n'imagine pas forcément que ce n'est pas français. La qualité n'est évidemment pas la même, mais pour du vin de table, le consommateur ne fait guère la différence.»

«On doit s'adapter aux prix espagnols et on souffre»

Cependant, cette problématique n'est pas nouvelle et les importations ne sont pas plus élevées que l'an dernier. Mais le marché est plus perturbé aujourd'hui car la récolte a augmenté par rapport à 2014. «En 2014, le vin espagnol venait combler le manque de production du Languedoc. Pour 2015, on a plus de stock à vendre. Or, avant, les prix étaient entre 70 et 75 euros l'hectolitre, maintenant on doit s'adapter aux prix espagnols et on souffre», ajoute Xavier de Volontat. «On demande simplement une concurrence loyale. Les Espagnols doivent s'aligner à notre marché et à notre réglementation. On doit également revoir l'étiquetage qui, aujourd'hui, floute le consommateur.»

Au total, 6 millions d'hectolitres de vin espagnol arrivent chaque année en France (la production française est de 47,3 millions d'hectolitres). Cependant, les producteurs ne connaissent pas la répartition. Une partie est simplement en transit dans l'Hexagone, une autre se retrouve dans les vins aromatisés et la dernière partie, celle qui pose problème, met en danger nos vins de table.

Rosa Montero, Utilidad de la lectura

Rosa Montero, "Más fuertes y mejores" El País, 28-II-2016:

En el dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos en parte protegido

Mientras escribo estas líneas, puedo ver junto a mí los desalentadores montoncitos de libros que se empiezan a acumular, como torres truncadas, en el suelo de mi despacho. Ya no me caben en las baldas y no sé dónde meterlos. Aunque hace ya mucho que perdí el respeto reverencial a los libros y, después de leerlos, suelo desprenderme de la mayoría, la cantidad de volúmenes que tengo crece como la espuma, porque me regalan muchos y, mea culpa, sigo comprando bastantes (menos mal que existen las versiones electrónicas). A veces pienso que se están convirtiendo en una especie de virus invasor y hasta llego a detestarlos durante unos instantes. Luego, claro, se me pasa corriendo. ¿Qué haría yo sin libros? Son y siempre han sido mi mejor amuleto ante los desasosiegos de la vida. En el dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos en parte protegido. Recuerdo perfectamente las obras que leí en algunos momentos especialmente penosos; en enfermedades propias, por ejemplo, o en esperas hospitalarias de enfermedades ajenas. Son libros que me ayudaron a atravesar esos tiempos oscuros, los estrechos desfiladeros de la vida; a decir verdad, pienso en ellos como si fueran mis amigos.

Sé, por otra parte, que esto que me sucede a mí le ocurre a muchos. El grupo editorial italiano Mauri Spagnol y el Centro de Estudios de Mercado y Relaciones Industriales de la Universidad de Roma publicaron hace poco los resultados de una investigación curiosísima: estudiaron si la lectura tiene algún efecto en el bienestar de las personas. Tomaron una muestra de 1.100 individuos, los dividieron en dos grupos, lectores y no lectores, y les aplicaron tres conocidos protocolos para calibrar el índice de satisfacción con la vida, según la autovaloración de los sujetos. En una escala del uno, lo peor, al diez, lo mejor, los 1.100 individuos se dieron, como media, una nota de felicidad por encima del siete. Esto ya es sorprendente en sí, o al menos a mí siempre me sorprende que, cuando le pides a la gente que puntúe su nivel de felicidad, todos los estudios suelen dar unas notas bastante altas, de notable para arriba. Y es que el ser humano es una criatura vitalista, adaptativa y tenaz. Pero lo novedoso de esta investigación es que los lectores superaron a los no lectores en todos los apartados por cerca de medio punto: se sentían más dichosos y experimentaban más a menudo emociones positivas. Resumiendo: parece que leer te ayuda a ser más feliz. Cosa que desde luego no me extraña.

Siempre me han dado pena las personas que no leen. Las compadezco porque creo que viven mucho menos

Siempre me han dado pena las personas que no leen. Y no porque sean más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así. No, las compadezco porque creo que viven mucho menos. Leer es entrar en otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades. Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee! Porque la literatura nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio. Podemos experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea. Y al fundirnos con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga. Leer te hace inmortal.

Hay dos fotos antiguas en blanco y negro que me parecen maravillosas y que son un ejemplo de esa fuerza benéfica de la literatura. Una es de André Kertész y muestra una ancianita en camisón sentada en una cama de madera, un mamotreto viejo con dosel. La instantánea fue tomada en el asilo de Beaune (Francia) en 1929, así que la mujer era una asilada, probablemente sola, enferma y pobre, una vieja sitiada por la muerte. Pero tiene un libro en las manos y está embebida en él. Lee, de perfil, con serena y perfecta placidez. Qué invulnerable se la ve, protegida por el gran talismán de la lectura. Toda ella luz dentro del barquito de su cama en mitad de un océano de tinieblas.

La otra foto es bastante conocida: la biblioteca de Holland House, en Londres, tras los bombardeos de 1940. El techo del edificio se ha derrumbado pero las paredes, repletas de libros, se mantienen en pie. Aquí y allá hay tres hombres con abrigo y sombrero que, subidos a la inestable pila de escombros, miran los lomos de las estanterías u hojean algún volumen. A mí esta foto siempre me ha parecido un emblema de la esperanza, de la capacidad de supervivencia de los humanos. En lo más aterrador de la pesadilla nazi, cuando parecía que el infierno triunfaba, esos hombres buscaban en la hermandad lectora con el resto de la humanidad las fuerzas suficientes para seguir resistiendo. Esta es la magia de la literatura: nos hace ser más fuertes y mejores.

Javier Marías, Los inicios de la corrupción en Podemos

Javier Marías, ¿Qué respuesta es más deprimente?, el País, 13 marzo 2016:

Nunca nadie es tan “idóneo” que excluya las demás opciones

Uno se pregunta cómo es tan difícil de entender, o de aceptar y obrar en consecuencia. A lo largo de decenios hemos ido sabiendo que un gran número de políticos españoles con poder y autoridad colocaba en puestos de las diferentes administraciones (estatales, autonómicas, municipales) a parientes variados, amigos de pupitre, parejas o ex-parejas, o bien favorecía a las empresas y proyectos de éstos con sustanciosos contratos que no siempre salían a concurso, o lo hacían de manera amañada. Desde los lejanos tiempos de Juan Guerra (hermano del entonces vicepresidente Alfonso) hasta los más recientes: los que no somos valencianos acabamos de enterarnos de que, hasta hace nada, la jefa de gabinete de la alcaldesa Rita Barberá era … su propia hermana. Por muy funcionaria que fuera y sea esta señora, por “idónea” que resultara para el puesto, cualquiera con dos dedos de frente y cierto sentido de las apariencias se habría hecho este razonamiento: “No, mi hermana no puede ser, por mucho que valga y se merezca el cargo. Esto lo sé yo y lo sabe ella, pero, precisamente por serme tan próxima, hay que buscar a otra persona, porque el resto de la gente lo interpretará de otro modo y pensará que hay enchufismo, o nepotismo”. Sobre todo porque así es: siempre hay otra persona; nunca nadie es tan imprescindible que no pueda ser sustituido por alguien de características similares; nunca hay un candidato único para desempeñar una función; nunca nadie es tan “idóneo” que excluya las demás opciones.

Cuando hemos de trabajar en equipo, todos tendemos a rodearnos de personas que ya conozcamos y de las que podamos fiarnos

Pero no seamos en exceso puritanos. Cuando hemos de trabajar en equipo, todos tendemos a rodearnos de personas que ya conozcamos y de las que podamos fiarnos. Si yo dirijo una editorial, busco la colaboración de individuos que me garanticen competencia y eficacia, y lealtad en segundo término. Si esa editorial es un negocio privado, creado con mi capital, estoy en mi derecho. Yo me lo invento y me lo financio, no hay dinero del contribuyente, no he de rendir cuentas a nadie, cada cual hace con su peculio lo que le parece y contrata a quien le viene en gana. La cosa, sin embargo, cambia radicalmente si lo que ocupo es un cargo a mí preexistente, y pagado con los impuestos de todos: da lo mismo si soy Presidente del Gobierno o concejal de un Ayuntamiento. El puesto no lo he creado yo, ni el organismo, a diferencia de mi editorial. En él no he desembolsado un penique, sino que, por el contrario, recibo un sueldo de mis conciudadanos y dispongo de un presupuesto para llevar a cabo mi labor y cubrir los gastos de representación. He de ser por tanto escrupuloso al máximo a la hora de beneficiar a mis allegados con prebendas, de contratarlos o nombrarlos, y también en lo relativo a “cargar” gastos. He de medir exactamente qué está justificado y qué no, qué es estrictamente necesario para el desempeño de mis funciones, a qué me obligan éstas y qué son meros adornos o agasajos superfluos. Seguramente será de recibo que invite a almorzar o a cenar a unos visitantes, pero difícilmente lo será que además los lleve a una discoteca o los convide a excesos. Y en todo caso no puedo rodearme en mi trabajo de esposas, maridos, hermanos, cuñados, sobrinos, compañeros de infancia, parejas o ex-parejas con las que me siento en deuda o me llevo de maravilla.

Con razón han acusado los representantes de Podemos durante los últimos años; sobre todo ellos, los que más han denunciado la corrupción general y la implícita en estas prácticas; los que se han cargado de razón hablando de regeneración y limpieza. Sin embargo, leo en una reciente columna de Javier Ayuso que el concejal madrileño Zapata, célebre por su vileza tuitera cuando aún era un desconocido, acaba de contratar como asesora a su ex-pareja con un sueldo de 50.000 euros al año. Y que también Ada Colau y su lugarteniente Pisarello, en Barcelona, se han hecho con los servicios de sus respectivas parejas. Y que Iglesias y Errejón tienen novias o ex-novias bien colocadas “en los centros de poder ganados”. Al parecer estos políticos no niegan los vínculos, pero aducen: “Sí, es verdad que es mi pareja o ex-pareja, pero no la hemos contratado por eso, sino por sus cualidades profesionales” (siempre según Ayuso). ¿Se puede ser tan torpe, o acaso tan jeta? ¿Cuál creen que ha sido el argumento de todos los responsables del PP, el PSOE o CiU que se han pasado décadas haciendo lo mismo? ¿Alguno ha reconocido que nombraba a su cuñado o su padre por ser eso, el cuñado o el padre? No, siempre se han amparado en los méritos de éstos (normalmente incomprobables por parte de la ciudadanía). ¿Tan difícil es entender que si alguien es un genio en algo, pero tiene la mala suerte de ser familia, ex-pareja o pareja de un representante público, no puede ocupar un cargo que dependa de este último, y cuyos emolumentos provengan del erario? ¿Ni tampoco obtener una concesión ni una contrata, por adecuada que sea su empresa? Resulta en verdad vergonzoso y desalentador que los sermoneadores se comporten con la misma desfachatez que aquellos a los que hasta ayer sermoneaban. Y de nuevo nos encontramos con la terrible pregunta de si es primero la gallina o el huevo: ¿se dedican a la política quienes buscan un medio para corromperse, o en cuanto los limpios entran en ella y manejan dinero ajeno, se corrompen en alto número? Las dos respuestas, me temo, son igual de deprimentes