miércoles, 4 de marzo de 2009

No leer

De Sergio Parra, en Papel en blanco:


Es un hecho, hay gente que no ha leído un libro en su vida. O gente que lee uno o dos libros al año. Incluso gente que sólo lee los libros que están en el top ten de mercantilismo más zafio.

No voy a ser yo el que afirme tajante y con solemne gravedad que el que no lee es tonto del haba. Sobre todo porque incluso los que consideran que no leen también lo hacen continuamente. No leen libros, pero leen otras cosas, por ejemplo leen páginas web. O leen revistas. Leer un libro, hoy en día, tampoco es garantía de leer algo con más peso que un spot de Bacardi. Así que, insisto, no voy a ser yo el que sostenga la idea unidimensional de que si no lees libros eres un ignorante.


Pero sí que es cierto que no leer ciertos libros te hace ser más refractario a determinados pensamientos, sobre todo a pensamientos complejos y profundos. (Como te vuelve refractario no mantener diálogos interesantes con los demás o visionar documentales del National Geographic). El problema es determinar qué libros son ésos. No voy a pisar tampoco ese césped. Al menos no del todo.


Pero pensando sobre cómo iba a enfocar este artículo, me ha venido a la cabeza una lectura de juventud. Debía de ser un poco rarito y disfuncional, porque de camino a la facultad, en mis largos viajes en metro, me dio por leer a Ortega y Gasset durante mucho tiempo. En vez de leer al equivalente a Crepúsculo de la época, leí al pelmazo de Ortega y Gasset. ¿No es espantoso?

Uno puede llegar a pensamientos pluscuamperfectos por muchas vías. Pero hoy en día, incluso sumidos en la tecnología 2.0, con acceso total a océanos de información, en pocos lugares que no sean un libro se pueden hallar argumentos y explicaciones lo suficientemente armados y ponderados para ir más allá de la mera reflexión de bar (como es el caso de este escuálido artículo, claro).


Sólo quien ha leído un ensayo de más de 500 páginas sobre un tema aparentemente claro y exprimido por las conversaciones vacuas del día a día es capaz de imaginar cuán complejo es en realidad el mundo. Sólo quien lo haya hecho se da cuenta de que muchas veces es estéril tratar de dialogar con alguien, sobre todo si el otro no ha tenido los redaños de bucear a pulmón libre en un libro de tamaña consistencia.
Pues a lo que iba, todo esto me ha recordado a Ortega y Gasset y al que seguramente haya sido su libro más celebrado, y también uno de los libros que más me impactó intelectualmente en mis años mozos. Hablo de La rebelión de las masas.


En La rebelión de las masas, Ortega y Gasset (no son dos personas, como algún iluminado del papel cuché dijo una vez) venía a decir que, aunque sus opiniones vertidas en sus libros y conferencias pudieran ser erróneas, siempre quedaba el hecho de que muchos de los lectores que discrepaban con él parecía que no hubieran pensando ni cinco minutos sobre tan compleja materia.


Esto se puede trasladar perfectamente al mundo de los blogs. Uno alucina pepinillos con muchos de los comentarios que la gente deja en los blogs. Existe la libertad de expresión y hasta de crítica, pero menos mal que también existe (aunque en menor medida) la libertad de ciscarme en el analfabetismo que corre a sus anchas amparado en esa libertad de expresión.


No está en mi ánimo compararme con Ortega y Gasset: sólo soy un diletante sin oficio ni beneficio que le da a la tecla de vez en cuando por motivos que no vienen al caso (aunque os aseguro que no son nada loables). Pero intento, en la medida de lo posible, reflexionar lo que expongo, aunque muchas veces ande más perdido que un turista japonés en cualquier evento social fuera de las fronteras niponas. Y también intento leer hasta quemarme las cejas sobre toda clase de temas para, al menos, no insultar la inteligencia media del que invierte su tiempo leyéndome.


De estas medidas mínimas de respeto y consideración por los demás parece que estén exentos los comentaristas que saltan sobre la tecla en cuanto creen haber leído la más mínima discrepancia con su pensamiento rectilíneo, inamovible y ramplón. (Afortunadamente, la mayoría de los comentaristas de este blog sois más que solventes y patricios, así que nadie se me enfade ni miente a mis muertos, por favor).

Pero siguiendo con Ortega, que es más docto que yo: decía que el hombre que se cree con derecho a tener una opinión sobre el asunto que sea sin previo esfuerzo para forjársela, manifiesta una falta de respeto a los demás. En tiempos en los que la gente repite como loros tropicales que debes respetar su opinión (como dejar que uno diga lo que quiera fuera equivalente a callarse que lo que dice el otro es una soplapollez) y que no les faltes al respeto porque ellos no te lo faltan a ti y que, bla, bla, yupi, yupi, a la bim bom ba, qué subidón, tío, pues las palabras de Ortega y Gasset son más que pertinentes. De modo que sigamos.

Decía que la gente normal se encuentra con un repertorio de ideas dentro de sí. Decide contentarse con ellas y considerarse intelectualmente completa. Al no echar de menos nada fuera de sí, se instala definitivamente en aquel repertorio. El hombre-masa se siente perfecto. El hombre mediocre de nuestros días no duda de su propia plenitud. Por eso no lee. Porque no le gusta y porque no cree que nada más necesite para sí.


Dejemos hablar a Ortega:


Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que
eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo
siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la
intermitente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en
cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la
envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia
torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer fuera del orificio en
que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería, llevarle de paseo
un rato más allá de su ceguera y obligarle a que contraste su torpe visión con
otros modos de ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros. Por eso decía
Anatole France que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el
malvado descansa algunas veces; el necio, jamás.


Ortega y Gasset no opina (y yo lo suscribo) que actualmente la gente sea más tonta que antes. La gente posee más cultura, a pesar de los agoreros de cultura esquemática y rancia que desdeñan los nuevos caminos de la cultura y el arte. También la gente lee más que nunca (aunque no sean precisamente libros).

Pero el problema estriba en que esta dosis extra de cultura que en promedio ahora posee la gente normal le provoca una sensación de sabiduría que les facilita en cerrarse para siempre en sus tópicos, prejuicios, cabos de ideas o simplemente vocablos hueros que el azar ha amontonado en su interior.

Que ahora seamos más cultos y leídos que nunca, paradójicamente, no provoca que atisbemos lo realmente complejo que es todo y lo poco que sabemos en comparación. Provoca que creamos que en realidad no hace falta saber mucho más y que todo lo demás es sólo aburrimiento, pedantería e impostura. Esto ocurre, precisamente, porque la gente no lee libros de más de 500 páginas, exceptuando los que traten de magos con una cicatriz en forma de rayo en la frente o de vampiros pitopáusicos.
Así que os invito a leer. Podéis leer La rebelión de las masas. O cualquier libro de Steven Pinker o Daniel Dennett. O atreveros con algún clásico, aunque den mucho miedo. Con Flaubert o Voltaire, por ejemplo. Os invito a leer con atención, entre líneas, en el subtexto, una y otra vez, hasta que notéis que dudáis de todo, incluso de que no vale la pena ni dudar ni aprender ni saber. Que améis el saber y que lo odiéis. Que lo paséis bien leyendo pero también sufráis haciéndolo. Os invito a leer porque sólo en algunas letras se pueden encontrar cosas que no existen en ningún otro medio: ni en documentales de la tele, ni en polémicas de bar, ni en debates de la radio, ni en Tengo una pregunta para usted de los sucesivos presidentes mentecatos del Gobierno que nos caen gracias a esa tómbola que es la democracia de los tontos.
Sobre la gente que no lee, ¿qué decir? Que me dais pena y os envidio, a la vez.

1 comentario:

  1. A disfrutar de la compañía de la buena gente que te quiere

    Y dale que te pego, que el objeto no define al sujeto. No quiero ser grosero y, menos con un invitado tuyo, simplemente opino.

    Leer o no leer, no es la cuestión. La cuestión es humana, de fondo, de moral comprometida hacia uno mismo y hacia los otros. Un letrado puede ser tan perverso o bendito como un analfabeto. Leer es una costumbre que algunos cogemos y otros no, será fuerza magnética, no sé. Pero eso no nos diferencia, la percepción es más amplia que la palabra escrita y se puede leer el mundo y a sus gentes sin conocer el alfabeto.

    Cervantes puso la evidencia en su Quijote, Sancho y Alonso son ante todo buenas personas, rectas, sin doblez, entregadas al otro, más con un poco de egoísmo que les humaniza. El uno hidalgo y letrado, el otro del bajo pueblo y de apenas cuatro letras. ¿Es que no disfrutaríamos de su compañia?

    Parafraseando a Voltaire: mi misión es matar el tiempo y la del tiempo matarme a mí, ¡qué bien se está entre buenas personas que te quieren! (él, quizá de manera más realista, dijo entre asesinos).

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