lunes, 31 de agosto de 2015

Recuerdos sobre Gabriel García Maroto, José Castillejo y Lorenzo Luzuriaga de Francisco Ayala

Francisco Ayala, Recuerdos y olvidos I. Del Paraíso al destierro. Madrid: Alianza, 1982:

I

Sobre el solanero Gabriel García Maroto, pp. 86-87:

"Por desdicha, el día que yo acudí, el único que fui a la tertulia de Pombo, esa crueldad reventó en forma casi insufrible. Entre los infelices o tontos que servían de ordinario pasto a las facecias ramonianas, figuraba una especie de mendigo apodado Pirandello, quien, a canmbio de un café con media tostada pagado a última hora, se avenía a hacer el bufón hasta haberse ganado tan magro refrigerio. Según parece, el sábado anterior (la tertulia era sabatina) Pirandello no había comparecido, y al pedírsele cuentas de su ausancia dijo que había estado hospitalizado. ¿De qué padecía? Insuficiencia mitral. "Pirandello padece de insuficiencia mental", vociferó Ramón, temeroso de que el asunto derivase hacia lo serio. Pero aquel pobre diablo estaba de veras muy malo, pues ahí mismo le vino un vómito de sangre. Ramón, pálido coo un muerto, empezó a gritar: "¡Las mulillas, que traigan las mulillas!", aludiendo a que en la corrida arrastran al toro. Pero nadie se reía; no era caso de broma. A mí la escena me desagradó tanto que resolví no volver más a Pombo. Poco después, el pintor Gabriel García Maroto, un hombre extraño, loquísimo, que editaba unos almanaques literarios donde insertaba artículos descriptivos de las diversas tertulias madrileñas, me pidió que me encargara de una, por qué no la de Pombo. Me puse a ello y relaté la escena que había presenciado allí. Nunca más, desde esas fechas remotas, he vuelto a ver el almanaque, pero no debe ser inencontrable (después de escrito esto, Andrés Amorós me ha procurado una fotocopia). Seguro estoy de que Gómez de la Serna me tomó miedo -era hombre aprensivo y cobarde-, sospechando quién sabe qué oscura hostilidad de parte mía. No se imaginaría ni por un momento la gran admiración que antes, después y siempre he sentido hacia su obra, por muy insoportable que su trato personal me resultara..."

II

Sobre el ciudadrealeño José Castillejo, pp. 107:

"En la facultad de Derecho enseñaba Romano don José Castillejo, maestro excelente, que a lo mejor nos ponía como caso imaginario: "Curcio, patricio romano, deja su bicicleta junto al predio..." (él mismo, Castillejo, acudía a la universidad en bicicleta, cosa que por entonces parecía extravagante.) Este don José fue uno de los hombres que más eficaz y abnegadamente contribuyeron a la famosa "europeización" de España, pensionando como secretario y factótum de la Junta para Ampliación de Estudios en el Extranjero a generaciones sucesivas de graduados. En su calidad de profesor era muy exigente con los alumnos; pero empezaba por exigirse a sí mismo, y de ese modo su actuación docente resultaba irreprochable"

III

Sobre el pedagogo valdepeñero Lorenzo Luzuriaga, pp. 96-98:

"Entre los habituales contertulios de la Revista de Occidente recuerdo con particular simpatía al doctor Sacristán, psiquiatra distinguido y hombre de cortesía e ingenio muy agradables; al eminente físico don Blas Cabrera que, impertérrito en sus convicciones cientifistas, no rechazaba su profundo desdén hacia la literatura y filosofía; a Lorenzo Luzuriaga, el pedagogo, quien, corriendo el tiempo, había de editar conmigo en Buenos Aires la revista Realidad; a Antonio Marichalar, a José Tudela [...] Manuel García Morente [...] debió de vivir aquellos años alucinado por el miedo, pues cuando llegué exiliado a la Argentina donde él me había precedido y dictaba cátedra en la Universidad de Tucumán, hablando yo con el decano de Filosofía de a de Buenos Aires, Coriolano Alberini, un italiano a quien conocía yo de antes, me contó algo a propósito de Morente que me dejó bastante asombrado. Morente le había narrado escenas de espanto inconcebilbes. Salía él (le había dicho) de la zona republicana hacia Francia en compañía de un colega, provistos ambos del pasaporte oficial expedido por el Ministerio de Estado, cuando en una parada del tren cerca ya de la fontera una patrulla de desalmados milicianos les exigió el cuño de su organización para dejarles salir adelante; y como su compañero se insolentara con ellos, ahí mismo le hicieron descender del tren y cavar una fosa donde lo sepultaron después de haberlo fusilado. "Me extraña" -dije a Alberini- "pero si Morente se lo ha contado, todo puede ser". Al día siguiente, comentando yo con Lorenzo Luzuriaga lo que Alberini me había referido, dio Luzuriaga un respingo y empezó a soltar palabrotas de indignación. Yo no entendía bien por qué. Agotados los expletivos, exclamó: "¡Pero hombre! ¡Qué tupé! Si ese supuesto fusilado soy yo; si era yo quien salía de España con Morente; y, en efecto, íbamos juntos en el tren cuando unos facinerosos de la FAI, a quienes mandé a la mierda, me hicieron salir del vagón para ir a discutir el asunto con el jefe de la patrulla. Pero ahí terminó todo, y seguí el viaje hasta Francia." ¡Lo que puede el miedo, Señor mío! Quizá en la imaginación aterrorizada del pobre Morente se quedara pintada la escena de terror que por un rato temió, y con tal fuerza, que lo anticipado se sobrepuso a la realidad comprobada luego, pues creer que mintiera deliberadamente se me hace duro.

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