martes, 6 de octubre de 2015

Analgesias políticas

La mayoría de la gente prefiere al pensamiento, que siempre es crítico, dejarse llevar o encauzar por verdugos con piel de partido político; y gracias a las reformas educativas (que son solo desreformas, porque cada una niega a la anterior), esta falta de espíritu crítico, este servilismo ha acentuado la desesperanza hasta desanimar el voto verdaderamente valioso, el que no se dirige a quienes han dominado la pocilga política. Así ocurre con los partidos posfranquistas, PP y PSOE, cuyo alejamiento de la decencia y de las virtudes que debían inspirar nuestros derechos ha terminado por destruir (o abandonar, o empobrecer, que es lo mismo) la justicia, la educación, la ciencia y hasta incluso, sí, la economía. 

Por ejemplo, el PP se ufana de tener el índice de crecimiento más alto de Europa, pero crecer por crecer es la ideología del cáncer; no es un crecimiento, sino un estiramiento que, si así continúa, va a romper muchas vidas; no es un crecimiento real el que se funda en la expansión del dolor; ese concepto de crecimiento debe sustituirse por el de distribución: el PP es un gran creador de pobreza (no puede llamarse riqueza a la de unos pocos que no la distribuyen, causando la pobreza de muchos). Un hombre no puede hacerse rico solo con sus brazos, aunque sí con sus mentiras o leyes (lo mismo, en fin; se hace uno rico haciendo trabajar a los demás o haciendo trabajar al dinero de los demás), ya que las leyes en España no las hacen los ciudadanos, sino los mentirosos, y solo una exageración de la causalidad (y una criminal política fiscal) puede llamar justo a ese tipo de enriquecimientos especulativos y ratoniles. De la reforma impositiva prorricos que propugna el pepeísmo, similar a las propuestas por los mentirosos republicanos en EE. UU., se han burlado (y no con gracia, sino con argumentos aplastantes) premios nobel de Economía como Paul Krugman

Todo eso lo fomenta la grosería de los que usurpan el poder con todo género de desvergüenzas, aforamientos y leyes mentirosas e indecentes. Si un iluso envió a la Real Academia la sugerencia electrónica de que borraran el verbo "dimitir" del Diccionario por falta de uso (no se conjuga ni utiliza), no le contestaron; no es una academia "real", sino una cacademia. Podría decirse lo mismo de vocablos como "vergüenza", "hidalguía", "honestidad" y demás que solo aparecen en autores como Pérez Reverte (quien, sin embargo, hizo una liposucción al Quijote para llenarse los bolsillos, el muy vago). Nuestro manchego José Antonio Marina ha escrito (e incluso investigado y pensado antes de escribir, que ya es decir: tenemos más rápida la lengua que el pensamiento, doctrina que se debían aplicar los nutridos lameculos que pueblan la prensa) que las denominaciones de valores éticos y positivos son menos numerosas en nuestro léxico que las de antivalores negativos. Es una prueba de que nuestro nihilismo contemporáneo es más intenso que el antiguo y, desde luego, mucho más asesino e incontrolable: solo hay que mirar a la primera mitad del siglo XX. El abandono del espíritu y de los valores ha causado esos desastres, la ruina de la ilusionada y apasionada Ilustración que Kant propuso a fines del siglo XVIII. La tarea de las Humanidades (y la de los movimientos sociales y políticos de izquierda) es recuperar estos valores, alejándose de todas esas utopías reduccionistas que pierden de vista la complejidad del ser humano hasta destruirlo, que pierden de vista al hombre de la calle, el activismo concreto que resuelve los problemas. Cuando la izquierda se dé cuenta de que valores que por lo general ha usurpado la derecha son en realidad sus valores, el mundo estará en vías de encauzarse hacia el verdadero progreso. Para ello debe renunciar a ideologías y centrarse en los individuos. La ceguera ante esos valores que siempre venía atribuyendo a la derecha, su ceguera ante la espiritualidad y la moral, es lo que ha impedido siempre que cumpliera sus objetivos.

La psiquiatra Elisabeth Roudinesco ha definido la evolución anímica de la humanidad desde el XIX hasta ahora como el paso de una sociedad reprimida / histérica a una sociedad depresivo / narcisista. Ya no negamos nuestro propio cuerpo, pero sí negamos que puedan tenerlo los demás; huimos del dolor ajeno como los derechistas huyen de los emigrantes o Rajoy de las bofetadas. La analgesia ha transformado el dolor humano en un juego. Más en concreto, en el juego del Monopoly, cuya inventora quiso denunciar con él a la sociedad capitalista de su tiempo. Hoy ni siquiera nos damos cuenta de que, por ejemplo, un Mariano Rato (da igual el nombre) nunca irá a la cárcel aunque caiga en la casilla oportuna, y desde luego ya no cobraremos la pensión cuando pasemos por la casilla de Salida. Resulta ahora enternecedor recordar a Sarkozy diciendo aquello tan gracioso de que había que asaltar los paraísos fiscales y refundar el capitalismo; ¡angelito!

Antaño no me pasaba lo que a muchos otros a los que he preguntado si les ocurría lo mismo, como así es: tropezarnos la última semana de cada mes a dos o tres señoras o señoritas bien vestidas y de clase media que nos piden de comer, a veces acompañadas de cochecito con niño, personas que no son profesionales de la mendicidad, sino mendigas eventuales. Son estos personajes de clase media, junto a los ninis sin futuro, el testimonio del gran éxito de las políticas de partidos como PP y PSOE; que no se atribuyan otro mérito que ese. Y, agárrense fuerte: dentro de diez años serán ustedes (y más probablemente sus hijos) los que estén pidiendo: porque no quisieron oponerse a lo que se está gestando ahora. Y vayan olvidándose de su pensión: la deuda soberana es demasiado grande y no hay que pagar a los habitantes de España, sino a los bancos de España y a los de fuera. Pasará además lo que pasaba: si antaño los españoles pobres iban a Alemania y Suiza a extraer su dinero para enviarlo a España, los españoles ricos se llevaban el dinero que había aquí a Alemania y a Suiza para crear riqueza allí y que los españoles fueran a devolverla.

PP y PSOE son unos partidos que José Ortega y Gasset describía en La rebelión de las masas con el vocablo "señoritismo": seres profundamente mediocres y egoístas, verdaderamente alejados de la auténtica y generosa aristocracia del espíritu. Son intercambiables, sin otra idea que la de medrar, hechos de la misma materia que sus carnés, de hueco cartón, y forrados de plástico contra la realidad del dolor y del sufrimiento colectivo. Que no os convenzan de otra cosa: son maestros en desvirtuar la verdadera naturaleza de las cosas y cambian siempre de principios, pero nunca de objetivo: un asiento en el consejo de administración de un banco o cualquier otra sinecura. Nadie paga la cuota de un partido con posibles sino es con ese propósito. De ahí que esos partidos estén llenos de lo que llaman "niños y niñas bonitos" y "pijos y pijas de palo". Voten solo a los que vayan en silla de ruedas. Así nunca se equivocarán.

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