domingo, 9 de octubre de 2016

El padre Juan Mugueta, apologista de la Guerra Civil II

El padre Juan Mugueta, no sabemos si en su nombre o en nombre del Dios que decían representaba, escribió sobre "nuestra confianza en la victoria", pues ni la paz ni mucho menos la reconciliación eran algo que desearan "las reservas espirituales y materiales de la raza". En el capítulo "Separatismo catalán" cita una obra de los escritores antisemitas franceses Jérôme y Jean Tharaud, La cruel España (Cruelle Espagne, 1938) donde se relatan y comentan los primeros episodios del golpe de estado antidemocrático; al respecto comenta "no podemos creer que el clero de Barcelona secular y regular votase en masa la candidatura de la Ezquerra" p. 81, pero al cabo llega a admitir que "es lo que ha pasado a tantos separatistas de derechas, sacerdotes o laicos. Jugaban con el fuego y la llama prendió en su ropa talar, consumió sus carnes y calcinó sus huesos", p. 82. Es que "caminar de espaldas a España" los vuelve "locos e insensatos". Por supuesto, "es justo que los catalanes amen a su región con amor entrañable, pero amor que engendra odios no es amor verdadero, y el amor de los separatistas a Cataluña tenía heces de odio al resto de la nación" p. 84. Observa que el proceso nacionalista consta de varios grados: "Primero Cataluña sin España; después Cataluña contra España; por fin, Cataluña sobre España: he aquí la trayectoria que debía seguir el proceso de liberación según los soñadores del stat catalá". Le parece toda la obra del nacionalismo catalán pergeñada por comunistas, anarquistas y, especialmente, masonistas, porque le convencen al respecto las teorías que expuso Juan Tusquets en una conferencia pronunciada el día 28 de febrero de 1937 en el Teatro Principal, de San Sebastián titulada Masonería y separatismo. Contra ello propone lo siguiente: "Cataluña tendrá que articularse al mecanismo nacional con renuncia absoluta a situaciones de privilegio. Habrá de soldarse a España con soldadura autógena... se acabaron los hechos diferenciales... terminaron las archiconsideraciones para una lengua que se cansaba de gritar blasfemias contra España y hablar procazmente de su madre. Hay que raspar en ella toda glándula separatista, para que cante cuanto quiera la excelencias de su región, mas sin mengua ni desdoro, sin menosprecio ni deshonor para las otras regiones y provincias, que forman la estructura de la España unitaria, de la Patria una e indivisible, sin tirones regionales ni desviaciones centrífugas, una en la fe, en el sentir colectivo y el ideal imperialista, una en el amor a su grandeza histórica, al trabajo y a la gloria, a la integridad territorial y al prestigio internacional; una en la geografía física, psicológica y sentimental; una en la soberanía y en la expresión de esa soberanía mediante un solo órgano oficial: el habla de Cervantes", p. 89-90.

En el capítulo "Nacionalismo vasco" insiste en despotricar contra ese "delirio separatista": "Es cierto que los separatistas vascos no se unieron a las izquierdas en los últimos comicios", pero al cabo se convirtieron en "colillas de un gobierno demagogo y criminal". El estatuto vasco pecaba sobre todo de no mencionar a Dios. "Abrazáronse con petroleros y degenerados que huelen a vinazo, sangre, pólvora y mercurio, lujuria e incesto. Encuadrados en esas milicias del infierno han ido a la guerra a luchar contra los cruzados. ¡Qué horror...! Era el momento de romper ese coito inmoral con el marxismo corruptor", p. 96.

El capítulo siguiente del canónigo magistral de Ciudad Real propone todo un programa político y se titula "Misión de España en la Historia". Desde luego, "no es motorizar el mundo congestionando el planeta de locomotoras, trenes, autovías, camiones, autocares, tractores, tanques, coches de lujo, autos de línea, máquinas agrícolas e industriales de toda clase y de toda marca..." p. 103, "nuestra misión no es la mecanización del trabajo, ni la materialización y degradación de la vida, sino su elevación y espiritualización... ir por el mundo iluminando senderos, guiando pueblos, misionando tribus, formando cristiandades. Puede decirse que la historia de España es una continua cruzada a lo largo de los siglos. Cruzada contra el Visigodo, cruzada contra el Turco, cruzada contra el Indio, cruzada contra Lutero, cruzada contra Napoleón, el corsario de Europa y carcelero del Papa, cruzada contra el Liberalismo, primogénito de la revolución francesa, pues la guerra carlista tenía este carácter, ya que en ella no tanto se luchaba por la legitimidad como contra las libertades de perdición, que, escoltando a los llamados derechos del hombre, se habían filtrado a través de la frontera de España. Fue dueña de mar y tierra, cuando el sol no se ponía en sus dominios, mas no supo explotar ni la tierra ni el mar. No era este su designio... quédese eso para pueblos materialistas y mercaderes", p. 104. Un régimen democrático no es propio de una nación como la nuestra: "No podemos creer en una sociedad a la inversa donde gobierne el pueblo, que debe ser gobernado" p. 142. Por eso, en la posguerra, se propone redentores propósitos como estos: "Haremos todo sin entregarnos a los instintos salvajes, a los sentimientos de crueldad, a la sevicia superior a la de los mandarines de la India a que se entregan nuestros enemigos. Seremos humanos sin dejar de ser justos y seremos justos sin dejar de ser humanos. No olvidaremos que la flor más fragante del espiritualismo es la piedad. Nos vigilaremos a nosotros mismos para que, al clamor de la justicia vindicativa, no nos desborde ningún sentimiento anticristiano". Esta piedad, según historiadores extranjeros, consistió en 111.000 ejecuciones después de la guerra, incluidas, por supuesto, las famosas "sacas" de presos para hacer sitio en las cárceles. Todo el mundo conoce, o debería conocer, las famosas directrices de Mola escritas antes del "levantamiento" en el sentido de crear terror mediante ejecuciones indiscriminadas para "desmovilizar" al enemigo. Pero, después de la guerra, los militares que se levantaron contra el pueblo (incluyendo en él monjas, curas y demás) la máquina del terrorismo de estado siguió trabajando.

"¡Qué vergüenza! Así la civilización habíase hecho barbarie, la cultura salvajismo, el progreso receso a la caverna, la ciencia filtro envenenador, el arte plebiscito de las concupiscencias, los espectáculos cita de degradación, la democracia demagogia, la política puja de apetencias y el Parlamento exhibición de chulería. Y todo esto porque España iba haciéndose rápidamente pagana", p. 129. Por último, entre citas de Nikolái Berdiáyev, Tomás de Aquino, Francisco Suárez y José María Pemán e, increíblemente, Giacomo Leopardi o Léon Duguit (¿?), cita al primero para explicar que nos acercamos a una gloriosa y brillante nueva Edad Media: "No faltan síntomas que dan valor a la profecía. La Edad Media surgió de las ruinas de la barbarie y nuestra generación tendrá también que edificar sobre el acervo de escombros que están acumulando en todas partes los vándalos modernos... la Edad Media es la concreción de la espiritualidad", p. 112-113. 

Y eso es lo que nos dieron Franco y compañeros mártires: una gloriosa y brillante nueva Edad Media.

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