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viernes, 28 de agosto de 2015

Un candidato a la presidencia de EE. UU. solo quiere ser presidente una hora, para cambiar el corrupto sistema electoral

Silvia Ayuso, "El El candidato que quiere ser presidente de Estados Unidos por una hora", El País, 24 de agosto de 2015:

Larry Lessig quiere ser presidente solo para cambiar el "corrupto" sistema electoral. Después, promete renunciar.

Las elecciones en Estados Unidos mueven mucho dinero. En las últimas presidenciales, en 2012, fueron más de 6.000 millones de dólares. Y se espera que las de 2016 superen ese récord. Para costear sus enormes gastos, los candidatos cortejan a un grupo muy pequeño de personas muy ricas, que son su principal fuente de financiación. Según el profesor de Derecho de la Universidad de Harvard Larry Lessig, eso significa que en realidad ese puñado de multimillonarios es quien decide quiénes mandan en EE UU. Ahí empieza, afirma, el principio de un camino democrático esencialmente “corrupto” que acaba beneficiando ante todo a ese mínimo porcentaje de la población. Es difícil que los legisladores o incluso un presidente llegado por esta vía al poder vaya a impulsar una reforma, dice Lessig. Pero él tiene una idea para hacerlo. Lo llama “hackear un referéndum” en el sistema eligiendo a un presidente referéndum. Y él quiere ser esa persona.

Eso sí, si por Lessig (South Dakota, 1961) fuera, sería presidente de EE UU por solo una hora o un día. O por un par de semanas, a lo sumo. Lo justo para lograr que se apruebe la única ley por la que dice estar dispuesto a embarcarse en la batalla electoral hasta lograr la nominación por el Partido Demócrata y llegar en 2016 a la Casa Blanca. La denomina Ley de Igualdad Ciudadana, que comprende una serie de propuestas con las que, considera, se empezaría a revertir el “corrupto” sistema electoral estadounidense. Después, explica en conversación telefónica con EL PAÍS, dimitiría de inmediato para que su vicepresidente asumiera el poder y pudiera ejercer ya un gobierno normal.

En el centro de mira de Lessig está sobre todo la forma en que se financian las campañas.

La ruta del dinero.

Entre acto y acto electoral por todo el país, la demócrata Hillary Clinton y el republicano Jeb Bush han hecho escapadas en las últimas semanas para cortejar a potenciales donantes. Para ello se han ido adonde los ricos viven o pasan sus vacaciones: The Hamptons, Martha’s Vineyard, Manhattan. Según The New York Times, menos de 400 familias suman con sus donaciones casi la mitad de lo recaudado hasta la fecha por los candidatos presidenciales.

Larry Lessig tiene tres puntos básicos.

Uno: Lessig quiere que se garantice que todos los estadounidenses puedan votar. Eso va desde revisar todas las leyes estatales que limitan de alguna forma el voto de los ciudadanos -generalmente de las minorías- a fijar que las elecciones se celebren en un día festivo para que todos puedan acudir a las urnas.

Dos: Lessig también reclama una “representación equitativa”, lo cual pasa, explica, por acabar con el gerrymandering, el diseño de los distritos políticos de tal manera que beneficie al partido en el poder.

Pero lo principal, sostiene, es el punto tres del plan: cambiar el modo en que se financian los partidos. Según el profesor de Harvard, el objetivo es que sean todos los ciudadanos los que financien las campañas. Para ello, propone que se dé a cada votante un “cupón” por una cantidad de dinero limitada que cada persona deberá decidir a qué candidato destina.

Bloomberg News calcula por su parte que si los dos llegan a hacerse con la nominación de sus partidos, podrían llegar a gastarse al término de su campaña 2.000 millones de dólares cada uno, el doble de lo que destinaron Barack Obama y Mitt Romney en 2012. Uno de los grandes premios para los republicanos es hacerse con el apoyo de los hermanos Koch, industriales multimillonarios -y ultraconservadores- que han destinado casi 900 millones de dólares a las elecciones 2016.

“No se trata solo de que el estadounidense medio no está recibiendo aquello a lo que tiene derecho, es que el Gobierno no puede funcionar así, porque cuando tienes un número tan pequeño de gente con tanta influencia, pueden básicamente bloquear cualquier cambio”, explica Lessig. “Es una vetocracia, en la que cualquiera puede vetar un cambio y provocar un punto muerto”.

El profesor universitario recuerda que no es el único en haber alertado de la “corrupción” en el sistema electoral. Ahí está Donald Trump, quien en el primer debate republicano de la temporada dijo sin tapujos que como empresario había dado en el pasado tanto dinero a candidatos que en el caso de Hillary Clinton esta “no tuvo más remedio” que aceptar la invitación que le hizo a su última boda.

“Trump ha estado hablando de este tema de una forma con la que estoy de acuerdo”, apunta Lessig. “La diferencia entre nosotros es que su solución es votar a más millonarios, y yo creo que lo que hay que cambiar es la forma en que financiamos las campañas para que podamos tener representantes independientes”.

Legislación en espera

Según Lessig, EE UU “nunca va a votar una legislación sobre cambio climático o aprobar en el Congreso reformas a Wall Street hasta que se cambie el modo en que se financien las campañas electorales. Hay un montón de temas clave que no podremos afrontar hasta que atendamos ese tema crucial de inequidad”.

Sin llegar a considerarlos una fuente de inspiración, Lessig dice seguir de cerca el surgimiento de proyectos políticos alternativos como Podemos en España. Elude comparaciones directas, pero sostiene que todos estos movimientos tienen algo en común: “La democracia en el mundo está en una  encrucijada y se está tratando de descubrir cómo restaurar su integridad”. No existe, reconoce, ningún sistema perfecto. “Pero no se necesita tampoco la perfección. Solo aproximarnos lo suficiente. Y no estamos ni siquiera cerca de ello”, advierte.

Para que su proyecto pueda siquiera empezar, Lessig se ha fijado una meta: recaudar hasta el 7 de septiembre, el día del Trabajo en EE UU, un millón de dólares con los que arrancar su campaña. Se siente optimista. Ya ha conseguido la mitad de ese dinero. Sabe sin embargo que ni aun así será fácil su proyecto. ¿Se daría por satisfecho si se queda a mitad de camino? “Estar en los debates sería un increíble premio de consolación, porque sería una oportunidad de hacer de este asunto un punto central de la conversación”, reconoce. “Pero busco ser el nominado como candidato demócrata a la presidencia y, aunque queda mucho camino por recorrer, estoy muy entusiasmado”.

Los vicepresidentes de Lessig

Como Larry Lessig ha prometido dejar la presidencia nada más lograr que se apruebe la ley electoral por la que se presenta, la selección del vicepresidente que sería su sucesor y rápidamente presidente es de especial importancia.

Entre los que propone como vicepresidente están cuatro de los actuales candidatos demócratas a la presidencia: Hillary Clinton, Bernie Sanders, Jim Webb y Martin O'Malley.

A ellos Lessig añade dos demócratas a los que muchos querrían ver también postularse: la senadora Elizabeth Warren y el vicepresidente Joe Biden.

Pero el "presidente referéndum" no ha buscado solo entre los políticos. También propone -se supone que sus seguidores pueden ayudarle a elegir el nombre- a conocidos del mundo político como el profesor Robert Reich o el activista de derechos civiles y medioambiente Van Jones.

Lessig dice estar convencido de que ejecutivos como la número dos de Facebook Sheryl Sandberg también serían una buena opción. En su lista también ha colocado al humorista Jon Stewart, aunque reconoce que no lo considera seriamente como vicepresidente, sino que su nombre está ahí para "animar" el debate.

jueves, 16 de julio de 2015

Un hombre honorable que salvó la vida a miles de españoles y judíos. El cónsul Bosques.


En Marsella ha habido este miércoles 15 de julio una cita con la historia. El presidente francés François Hollande y el mexicano Enrique Peña Nieto han rendido un pequeño homenaje a un gran héroe que salvó la vida a cientos de judíos y antifascistas y, sobre todo, a miles de exiliados españoles que huyendo del franquismo se toparon con la Francia sometida al dictado de Hitler. El cónsul mexicano Gilberto Bosques se unió con las eficaces armas de la diplomacia a la Resistencia. Su hija, Laura Bosques, no ha podido acudir a un homenaje que considera sobradamente merecido y que retrotrae a una época gloriosa de México como libertador del fascismo.

Federica Montseny, Max Aub, Manuel Altolaguirre, Abraham Polanco, pero también perseguidos alemanes, polacos o austriacos figuran en las listas de las miles de personas que pudieron contar con la ayuda de México gracias a las gestiones de su cónsul Gilberto Bosques entre 1939 y 1942. El maestro francés y doctor en lengua y literatura española Gérard Malgat, autor de un documentado libro sobre Bosques, no tiene dudas sobre la valentía de sus acciones: “Se jugó el pellejo”.

Bosques vivió el final de la guerra, durante un año y tres meses, preso en Bad Godesberg (Alemania) junto a su esposa, María Luis Manjarrez, y sus tres hijos Gilberto, Laura y Teresa. “Me acuerdo perfectamente”, explica desde Ginebra Laura Bosques, 90 años. “Primero nos llevaron al refugio de Montgrand [junto a Marsella] y de allí a Alemania, donde estábamos presos de los nazis todos los latinoamericanos. Finalmente, nos canjearon en Lisboa por prisioneros alemanes”.

Gilberto Bosques (1892-1995) fue nombrado por el presidente Lázaro Cárdenas cónsul general en Francia en 1939. Desembarcó en el país en enero de ese año a bordo de un transatlántico de nombre premoritorio sobre el famoso desembarco posterior: Normandía. La misión encomendada por Cárdenas: ayudar a los republicanos españoles tras la guerra civil. La pronta ocupación alemana le obligó a dejar París y trasladar el consulado a Marsella, zona dominada por el gobierno colaboracionista del mariscal Philippe Pétain.

Allí, en Marsella, con unas oficinas estrechamente vigiladas por la Gestapo, desplegó todo su oficio diplomático para lograr lo que la cineasta mexicana Lillian Liberman llama los “visados al paraíso”. Se estima que logró rescatar a 40.000 perseguidos. Malgat prefiere no ser tan preciso. “Los alemanes destruyeron los archivos. El propio Bosques eliminó muchos documentos para que no cayeran en manos de los nazis”.

La avalancha de refugiados (muchos de ellos confinados en campos de concentración franceses) era tan enorme que Bosques llegó a habilitar dos castillos para organizar el exilio: el de Reynarde para hombres y el de Montgrand para mujeres y niños. En ellos terminaría su propia familia camino de la cárcel alemana después. Malgat, autor de Gilberto Bosques. La diplomacia al servicio de la libertad y de Max Aub y Francia o la esperanza traicionada (ediciones L’atinoir), cree que su acción desbordó la mera misión diplomática encomendada. “Hay testimonios que aseguran que incluso acompañaba a algunos refugiados hasta los barcos para evitar su detención”. Cárdenas ofreció a todos la opción de nacionalizarse en México.

Bosques instituyó en Marsella, con abogados españoles y franceses, una oficina jurídica. Franco exigía a Francia la extradición de los republicanos más notables y Bosques le plantó cara desde el derecho. “Ni siquiera la Francia de Pétain permitía tales extradiciones sin mandato judicial”, explica Malgat. “La oficina ganaba casi todos los pleitos porque los expedientes franquistas eran débiles, cargados de falsas acusaciones que la justicia francesa desenmascaraba”. El dinero para mantener toda la estructura de la labor de Bosques la aportó México, pero también en una gran parte el gobierno español en exilio.

Laura Bosques no ha podido acudir a Marsella. Una mala caída le ha impedido el viaje. Está en Ginebra, en casa de su hermana Teresa. En el homenaje oficial de este miércoles, consistente en la emisión de sellos conmemorativos del diplomático mexicano, no ha habido ningún representante de la familia. Tampoco los tres países que se dan la mano en esta historia son hoy los mismos de antaño. “Bosques era maestro, como yo, y en su lucha estaba muy comprometido con la educación”, dice Malgat. “No se le puede rendir homenaje sin compartir la exigencia de justicia y de verdad de las familias de los 43 estudiantes [asesinados en Iguala en septiembre pasado] y de tantos mexicanos que sufren la vulneración de los derechos humanos”. Son los que defendió en Europa el México de Cárdenas a través de su cónsul Bosques, que dejó escrito: “A veces hay que salirse de la legalidad para entrar en el derecho… ¿Cuál derecho? El derecho que tienen los hombres a la libertad”.

lunes, 15 de junio de 2015

La iglesia de los descreídos alcanza difusión mundial

Álex Vicente, "La iglesia de los descreídos", El País,  15 JUN 2015:

Las misas de Sunday Assembly, la parroquia para ateos, no sirven para rendir pleitesía a ningún dios sino para entonar canciones, entablar amistad y escuchar conferencias. Aupada por los desencantados y los agnósticos con inquietudes espirituales, ya cuenta con más de 60 delegaciones en todo el planeta como las de Londres, París y Ámsterdam.

En esta iglesia no se escuchan sermones. No hay capellanes intrigantes ni devotos arrodillados. Sus misas dominicales no sirven para expurgar pecados ni incluyen ningún rito de comunión, a no ser que lo sea cantar himnos pop a todo pulmón en un multitudinario karaoke, tomar el té con desconocidos o presenciar conferencias sobre asuntos de candente actualidad. Aquí, los cánticos religiosos han quedado sustituidos por temas de los Beatles. A su oficiante se le da mejor contar chistes que respetar el sacramento de la eucaristía y, puestos a elegir, prefiere citar a Schopenhauer y a David Foster Wallace que a los apóstoles. Es Domingo de Pascua en el barrio londinense de Holborn. Los feligreses de esta peculiar parroquia han llegado a este lugar, como hacen dos veces cada mes, intentando encontrar algo de sentido a sus respectivas existencias. Como reclamo, sus responsables no han prometido la salvación, aunque sí un leve sentimiento de redención: ese que surge cuando uno intenta convertirse en “la mejor versión de sí mismo”.

Así se expresan, casi al unísono, los dos fundadores de esta peculiar congregación, que proponen actividades alternativas a la liturgia clásica y carcajadas aseguradas. A principios de 2013, Sanderson Jones y Pippa Evans, dos humoristas con cierta reputación en el circuito londinense de la comedia en vivo, crearon la primera iglesia pensada para ateos. La llamaron Sunday Assembly. La suya fue una idea de locos que terminó por cobrar sentido. Solo dos años después, la organización ha abierto delegaciones en 64 ciudades de todo el planeta, como Bruselas, Berlín, Hamburgo, Dublín, Budapest, Sídney, Melbourne, Nueva York, Washington, Chicago… La ola ha llegado incluso a Silicon Valley. Varias antenas adicionales están a punto de ver la luz en África, Asia y Latinoamérica, hasta acercar la franquicia a un total de un centenar de asociaciones hermanas. “Hemos superado de largo nuestras expectativas. Nos dijimos que, si funcionaba en Londres, podía funcionar en cualquier lugar del mundo, pero nunca imaginamos que todo iría tan rápido”, reconoce Jones, un tipo alto, sonriente y de físico un tanto mesiánico, minutos antes del inicio de esta asamblea dominical.

   "Las iglesias han perdido peso en la sociedad occidental, pero no hay nada que haya ocupado su hueco”, Sanderson Jones, creador de Sunday Assembly

Todo empezó hace dos años en una vetusta capilla de Islington, el revalorizado barrio del noreste londinense donde residen Colin Firth, Kate Winslet y Emma Watson. Pero el lugar no tardó en quedárseles pequeño. Antes de morir de éxito, decidieron mudarse a un enclave con solera: el Conway Hall, sede de actividades de asociaciones humanistas desde 1929, así bautizado en honor de Moncure Conway, un insigne defensor de la libertad de expresión. Sobre el escenario de este edificio art déco, iluminado por la luz que entra por la claraboya del techo, aparece una cita de Hamlet: “Sé fiel a ti mismo”.

Sanderson Jones aparece en el pasillo central mientras el coro ensaya un tema de The Proclaimers que los asistentes entonarán, a sus órdenes, poco después. Su rostro resulta vagamente conocido. Hace años, este cómico de 33 años protagonizó una campaña televisiva para Ikea, tras dejar un trabajo en el departamento de publicidad del semanario The Economist. Hoy es lo más parecido a un arzobispo que pueda tener Sunday Assembly: es él quien dirige esta red de congregaciones seculares alrededor del mundo, quien visita país tras país para asesorarlas. Hijo de escoceses que vivieron por toda Europa por motivos laborales, Jones define su educación religiosa como “la clásica de un cristiano reticente”. Hoy se considera plenamente ateo. “Fui educado en colegios confesionales, donde nos obligaban a ir a misa cinco veces a la semana. Siempre me gustó cantar, escuchar los discursos y sentir que pertenecía a una comunidad. El único problema era que no creía en Dios”, ironiza. Hacia los nueve años empezó a tener serias dudas sobre su existencia, siguiendo las enseñanzas de un profesor de Ciencias Naturales que no dudó en hablarle del evolucionismo. “Un año más tarde, mi madre falleció. Eso me obligó, desde una edad muy temprana, a familiarizarme con conceptos tan intensos como la vida y la muerte. En lugar de empujarme hacia la amargura, la muerte de mi madre me hizo apreciar más el hecho de estar vivo. Desde entonces siento gratitud y deleite. Supongo que eso es lo que me ha traído hasta aquí”, relata.

Jones creó esta organización tras entender que no era el único en su situación. A su alrededor, empezó a detectar a otros jóvenes que habían renegado de su educación religiosa, descontentos con la postura ideológica de su Iglesia o sintiéndose incapaces de creer en las historias bíblicas. O bien educados en el más estricto ateísmo, pero experimentando una inquietud espiritual para la que no disponían de palabras y, todavía menos, de espacios de expresión. Para todas esas personas nació Sunday Assembly. “En la sociedad occidental, las Iglesias han perdido peso o incluso han desaparecido, pero no hay nada que haya ocupado su lugar. Alguien tenía que llenar ese hueco”, asegura Jones, subrayando el efecto positivo que la organización ejerce sobre sus feligreses. Según un sondeo reciente, realizado entre 350 personas, un 87% de los participantes se sentían “más felices” desde que empezaron a sumarse a sus actividades. La iglesia se financia a través de donaciones y campañas de crowdfunding. La primera, iniciada en 2013, pretendía recoger medio millón de libras (unos 700.000 euros). Fue un fracaso: se quedaron quince veces por debajo. Pese a no precisar las cifras con las que trabajan, sus responsables aseguran contar hoy con el suficiente presupuesto para asegurar su funcionamiento durante dos años más. Además, al final de cada reunión se realiza una colecta. También en eso se parecen a una iglesia tradicional.

Estas asambleas dominicales se inspiran en el modelo propuesto por algunas Iglesias del sur de Estados Unidos, donde no importa tanto la fe religiosa sino el vínculo invisible que une a sus integrantes. “A diferencia de lo que suele suceder en Europa, muchos estadounidenses guardan un buen recuerdo de la Iglesia en la que crecieron, incluso si han dejado de ser creyentes”, afirma Jones. “La recuerdan como el lugar donde fueron a los boy scouts o jugaron en la liga de fútbol, donde conocieron a su esposa o dejaron a cargo a su abuela cuando enfermó. El sentido de comunidad está mucho más marcado allí que aquí”, asevera. Tal vez no por casualidad, la organización se expande estos días a ritmo veloz al otro lado del Atlántico. Incluso en lugares como el Bible Belt, ese “cinturón bíblico” que va de Virginia a Texas. A día de hoy, la mitad de congregaciones de Sunday Assembly se encuentran en territorio estadounidense, donde los índices de ateísmo no han dejado de crecer en los últimos años. Según un informe que la National Science Foundation publicó en marzo, el país habría perdido 7,5 millones de creyentes desde 2012. Otro estudio, conducido por el Pew Research Center y publicado en mayo, señala que los no religiosos ya son más numerosos que los católicos (hasta ahora, primer grupo en número de fieles). Los primeros suman un 23%, siete puntos más que en 2007, frente a un 21% de católicos, tres puntos menos que entonces. En Reino Unido, las cifras también demuestran una involución de creyentes: según un sondeo de YouGov para The Times, el 33% de los británicos no creen en Dios, un punto por encima de los que sí lo hacen. Un 20% adicional dice contemplar una fuerza espiritual a la que no denomina con ese nombre.

Pese a que su alcance es todavía minoritario, Sunday Assembly aspira a erigirse en alternativa para esos cientos de miles de descreídos. Intenta convencerlos con un eslogan tan seductor como consensual: “Vive mejor. Ayuda a menudo. Asómbrate más”. En el arranque de esta misa aconfesional, entre las cuatro paredes del Conway Hall, logramos identificar algunos perfiles. Por ejemplo, a Stanley, un estudiante de 24 años peinado con rastas, a quien Jones ha encargado que reparta octavillas en la entrada. “Es mi primera vez. Un amigo me comentó el proyecto y me pareció interesante. Nunca había oído hablar de nada parecido”, explica el joven. En la sala está sentada Katie, estadounidense que trabaja en una agencia de publicidad londinense desde hace siete años. Fue educada en el luteranismo y sigue yendo a la iglesia de vez en cuando, aunque lo considera “compatible” con su pertenencia a esta congregación secular. “Vengo a escuchar las conferencias. En las otras iglesias no nos hablan de cómo controlar tu propia huella de carbono”, afirma. Unas filas más allá, Hildegarde, profesora de teatro jubilada, relata cómo descubrió que no era creyente mientras estudiaba en un colegio de monjas. “No dejaba de hacerles preguntas, porque no entendía cómo podían ser ciertas las historias que me contaban. Hasta que, una de las hermanas, harta de mis dudas sobre la existencia de Dios, se cansó y me gritó: ‘¡Es un misterio!”, recuerda. Ese día perdió la fe por siempre jamás. “Pero a veces echo de menos la liturgia, la ceremonia y la pertenencia a una comunidad. Por eso he empezado a venir aquí”, explica. En la última fila se presenta Haleema, médico de 41 años de origen paquistaní, que escucha con atención junto a sus tres hijas. “Es una buena manera de terminar la semana: ocupándose de uno mismo durante unas cuantas horas”, sostiene. “Yo fui educada en el islam, pero siempre creí que las historias que me contaban no tenían sentido y nunca me sentí cómoda con el dogma. Mejor estar aquí que en una mezquita. Por lo menos, es más divertido”.

    "A veces echo de menos la liturgia, la ceremonia, la pertenencia a una comunidad. Por eso vengo aquí” Hildegarde, profesora de teatro jubilada

Hay quien ha vinculado el movimiento al libro Religión para ateos, un ensayo del filósofo Alain de Botton, que proponía adaptar algunos principios eclesiásticos a la vida laica y secular. “Incluso si una religión no es cierta, ¿no podemos quedarnos con los mejores pedazos?”, rezaba la campaña promocional del libro cuando fue publicado en 2012. “La presente obra parte de la premisa de que se puede estar comprometido con el ateísmo y aun así creer que, esporádicamente, las religiones son útiles, interesantes y consoladoras, y sentir curiosidad suficiente por la posibilidad de importar algunas de sus prácticas e ideas a la esfera secular”, escribió el autor. De Botton planteaba organizar grandes ágapes en grupo, creando restaurantes donde sería obligatorio sentarse junto a un extraño para entablar conversación. O bien reintroducir la moral en el discurso artístico, practicar “ejercicios mentales” y hasta erigir un gran templo ateo de 46 metros de altura en el centro de Londres. ¿Fueron esas líneas las que inspiraron a Jones para crear Sunday Assembly? El fundador lo desmiente: “Ya habíamos tenido la idea antes que él. Pero es verdad que la publicación de ese libro me impulsó a actuar de una vez por todas. Me dije que, si no lo hacía yo, alguien me acabaría robando la idea”, reconoce. De Botton, por su parte, creó The School of Life, una institución educativa que oferta cursos de desarrollo personal y propone arengas laicas en el mismo lugar donde se celebran las reuniones de esta asamblea dominical.

A ratos, esta iglesia sui generis será incomprendida o ridiculizada, pero sus adeptos no dejan de multiplicarse. En septiembre pasado, una treintena de ciudades distintas se sumaron a la vez a este incipiente movimiento. Una agencia de referencia en cuanto a tendencias de consumo como JWTIntelligence ya había agregado el término godless congregations (“congregaciones sin Dios”) a su lista de 100 palabras clave para 2014. En los Países Bajos, por ejemplo, cuatro localidades crearon sus propias iglesias laicas: Ámsterdam, Róterdam, Utrecht y Apeldoorn. Uno de sus impulsores fue Jan Willem van der Straten, un joven de 25 años y frondosa barba de hipster que nos recibe sentado frente a un capuchino en un bar de De Pijp, otro barrio bohemio con pasado proletario al sur de Ámsterdam. Estudiante de Teología y Comunicación especializado en la naturaleza del secularismo, trabajó unos meses como voluntario al lado de Jones y Evans, antes de regresar a su país para supervisar la creación de estas cuatro delegaciones. “Crecí en una familia no creyente, donde la religión no tenía ningún papel. Fue a los 13 años, al descubrir a un predicador en la televisión, cuando empecé a considerar este tipo de nociones”, relata. Van der Straten será uno de los escasos dirigentes del movimiento que no se defina como ateo. Dice acudir a otras Iglesias –como Hillsong, evangélica y presente en 14 ciudades del mundo, que moderniza los cantos religiosos y los convierte en éxitos pop– y sostiene que Sunday Assembly no rechaza a nadie por sus creencias. En España no existe, de momento, ninguna sucursal de esta congregación, pese a que Van der Straten asegure que ha recibido mensajes de interesados en crear una. Tampoco las hay en Italia, Portugal o Grecia.

Actualmente se redactan tres tesis doctorales sobre el fenómeno protagonizado por Sunday Assembly. Una de ellas es obra de la teóloga Katie Scholarios, de la Universidad de Aberdeen. “Sus creadores han estado obviamente influidos por el formato de la misa y se han inspirado en Iglesias cristianas”, afirma. “Sunday Assembly demuestra que, pese a las apariencias, existe un nivel subyacente de respeto a la fe en nuestras sociedades, aunque sean cada vez más seculares. Por ejemplo, este movimiento se muestra más respetuoso que provocador. El aumento del secularismo no implica necesariamente un descrédito o un menor respeto de las Iglesias”.

Van der Straten está parcialmente de acuerdo. “Más que de iglesia atea, habría que hablar de un movimiento secular al que todo el mundo es bienvenido. Solo somos una congregación que celebra la vida”, asegura. Pero el debate sobre quién puede formar parte de esta asamblea dominical y quién no ya ha provocado el primer cisma de esta organización: una parte de la delegación neoyorquina decidió escindirse de Sunday Assembly para crear Godless Revival, un grupo más estrictamente enmarcado en el ateísmo, al considerar que la propuesta de Jones se acercaba demasiado a la liturgia católica y era excesivamente tolerante respecto a los creyentes que deseaban asistir a estas misas ficticias. No son las únicas críticas que esta iglesia artificial ha escuchado. La editorialista Sadhbh Walshe los calificó de “chiste” en The Guardian. “Tienen todo el derecho a formar congregaciones y reunirse con gente que se parece a ellos, a compartir abrazos y planear cómo hacer el bien, pero no tienen derecho a apropiarse del ateísmo para su causa”, denunció. En el otro lado del espectro, el diputado norirlandés William McCrea, reverendo de la Iglesia presbiteriana, se dijo “preocupado” por la iniciativa cuando Sunday Assembly abrió una delegación en Belfast. “Puede que esta gente rechace a Dios, pero un día descubrirán que también proceden del Creador”, afirmó. En Estados Unidos, el abogado Doug Berger, conocido por su defensa del secularismo, los llamó “insípidos”, mientras que el bloguero Michael Luciano tildó a la iglesia de “ingenua” y “fatua”. En las redes sociales, algunas voces se han levantado contra su obsesión por las donaciones.

Para Niki Bosemberg, colombiana de 26 años, no deben existir límites. “Siempre y cuando no se hable de religión en la sala”, puntualiza. Llegó a París hace año y medio para trabajar como au pair, y se prepara para cursar un máster de traducción e interpretación. Es una de las fundadoras de esta asamblea dominical en la capital francesa, donde las primeras reuniones empezaron el pasado otoño. “Me educaron en el ateísmo, pero de mayor me volví espiritual”, explica. “Comparto valores con la Iglesia católica, como el amor al prójimo, pero nunca podría participar en ella. Me disgusta su dogma y su corrupción”. La delegación parisiense se ­reúne una vez al mes en la Casa de Japón, una pagoda ubicada en la Ciudad Universitaria. Sus reuniones están menos concurridas que en Londres, aunque no existan grandes diferencias en cuanto al programa. “La única es que a los franceses les cuesta más levantarse a bailar”, sonríe Bosemberg. Una de sus últimas invitadas fue Florence Servan-Schreiber, papisa de la autoayuda en Francia. Ante un público formado por maridos arrastrados por sus esposas y estudiantes resacosos de las residencias universitarias que circundan el lugar, la conferenciante se presentó como una “profesora de la felicidad” y dio consejos para “tonificar el nervio del amor”, a través de “estímulos positivos” y “espirales virtuosas”. En un momento dado, pareció que el canto de los pájaros se escuchara desde el jardín. Aunque resonaba con tanta perfección en el interior de esta pagoda parisiense que no quedó del todo claro si, en realidad, era solo un sonido enlatado.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Se comercializa ya un ordenador como el tuyo que se vende a siete euros y fue creado gracias a crowdfunding

Iñaki de la Torre, "Un ordenador de nueve dólares, enano y que funciona como el tuyo", 20.05.15:

El enlace, aquí.

La empresa Next Thing Co. se había propuesto recaudar 50.000 dólares para sacar adelante su ordenador C.H.I.P. (o Chip) en la plataforma de crowdfunding Kickstarter, y ya va casi por 1,5 millones. Y quedan 16 días para que acabe el plazo. Quizá sea porque su reclamo es que va a ser tan útil como cualquier otro PC pero va a costar 9 dólares solamente (unos 7’8 euros). Eso lo convertiría en el más barato del mundo, con un precio por debajo del Raspberry Pi, que logró bajar hasta los 16 euros.

Uno lee y relee las características que promete incorporar Chip y no encuentra nada que no tenga su PC de toda la vida; y encima mide como una caja de cerillas. Porque será capaz de hacer lo mismo: llevará instalado un procesador de textos de software libre –ya todos funcionan bien–, un navegador, un gestor de correo, un editor de fotos, otro de música… de todo, y todo de código abierto (más los que quieras bajarte).

POTENCIA Y CONECTIVIDAD SUFICIENTES

Lo único más chocante es que cuenta con un sistema operativo propio pero que se maneja con toda facilidad –ya sabemos que al final todos se parecen–. En cuanto a su potencia, es como si tuvieras un ordenador de baja gama pero suficiente (sobre todo si te estás ahorrando dinero, espacio y peso). Lleva un procesador de 1 GHz, tiene una ram de 512 MB y es capaz de almacenar 5 GB, cosa que en la era de la nube es más que suficiente.

¿QUÉ MÓVILES TIENEN YA ULTRAPÍXELES?

Y su conectividad tampoco es que tenga mucho que envidiar a tu sobremesa o a tu portátil: cuenta con conexión bluetooth y wifi. Y, por supuesto, tiene una conexión para el monitor, otra para el teclado (con ratón inalámbrico) y una toma de corriente.

Y VIDEOJUEGOS RETRO

Para los más peculiares del lugar, Next Thing anuncia que se pueden conectar mandos de videojuego por bluetooth… por si quieres jugar a los viejos juegos del sistema DOS que es capaz de ejecutar, según ellos mismos anuncian.

¿Cuándo estará a la venta? Se espera que antes del final del verano.

miércoles, 25 de marzo de 2015

El capitalismo en los laboratorios farmacéuticos es un crimen contra la humanidad

Pedro Luis Angosto, "El negocio de los laboratorios farmacéuticos, crimen contra la humanidad", en Nueva Tribuna, 25 de Marzo de 2015:

Hasta hace unas décadas, el negocio de los laboratorios farmacéuticos consistía en patentar determinadas drogas para lanzarlas al mercado a un precio relativamente asequible para los sistemas estatales de salud, un precio que en ningún caso impedía que los dueños de los citados laboratorios se encontrasen entre las “personas” más ricas del planeta. A partir de la década de los ochenta, al calor de la globalización y de la progresiva implantación del sagrado dogma neoliberal, los grandes laboratorios tendieron a la concentración y cambiaron su modo de actuación con la intención de recoger los beneficios en un plazo mucho más corto. Por una parte eliminaron la competencia de la pequeña industria y de las universidades públicas –a quienes compran la mayoría de las patentes por cuatro cuartos-, por otra, al convertirse en empresas cuasi monopolísticas a escala global impusieron sus precios criminales a los distintos sistemas de salud. Sirva un ejemplo, la terifuonomida, principio activo que tiene efectos muy beneficiosos para los enfermos de Esclerosis Múltiple, apenas cuesta fabricarla unos cuantos euros, pero el tratamiento se vende a cuarenta y cinco mil euros anuales. No estamos pues ante un negocio que permita a la mercantil de turno sacar unos beneficios adecuados a sus gastos, riesgo y esfuerzo, sino ante un escarnio, ante un actividad comercial salvaje que busca el enriquecimiento veloz de los dueños y accionistas de laboratorios a costa del sufrimiento o la muerte de quienes padecen esa terrible enfermedad. Cuesta mucho imaginarse a los investigadores que descubrieron ese u otros tratamientos similares, trabajando en el laboratorio pensando que su hallazgo sólo servirá para aliviar los males de aquellas personas que tengan muchísimo dinero puesto que eso está contra todas las leyes éticas de la investigación y de la medicina. Sin embargo, los hechos son los que son y para que se produzca la droga curativa que todos esperamos, tal como se hace en la actualidad, es imprescindible el trabajo de los investigadores, la voracidad de los compradores de patentes, la codicia desmesurada de los comercializadores y la complicidad de los distintos gobiernos estatales y la comunidad internacional.

En los últimos años se están dando espectaculares avances para curar enfermedades mortales y crónicas. Un día y otro aparecen informaciones en revistas científicas especializadas y en medios de comunicación de masas relativas a nuevos fármacos que nos aproximan a la curación del cáncer, la hepatitis C, las enfermedades cardiacas o los distintos tipos de enfermedades desmielinizantes. Como hemos dicho antes, la mayoría de esos hallazgos científicos salen de Universidades y centros Públicos, pero terminan, gracias a la pasividad cómplice de los gobiernos, en manos de laboratorios monopolísticos que pagan cantidades millonarias por las patentes y luego imponen sus precios a esos mismos Estados atacando la base de los sistemas de salud e impidiendo que los beneficios de los nuevos fármacos puedan estar al alcance de todos sin que ello suponga la desaparición del propio sistema por bancarrota.

Hay varias formas de evitar el abuso criminal de los laboratorios, uno sería que Naciones Unidas y los países que la integran declarasen libres de patentes a todos los fármacos curativos o paliativos, otro la creación por parte de los Estados de una industria farmacéutica potente y de una agencia de drogas que anteponga los intereses generales a los intereses comerciales de fabricantes y distribuidores, empero, como estos dos supuestos no llevan camino de ser andados, quizá la vía más rápida y eficaz para evitar el dolor y la muerte de millones de personas a manos del monopolio farmacéutico sea seguir la vía hindú. La India tiene una rigurosísima Agencia de patentes que no admite fármacos nuevos por el simple hecho de que haya una modificación molecular en el principio activo del medicamento. Siguiendo sus propios criterios, hace unos meses se negó a reconocer la patente del Sovaldi, la droga que cura la hepatitis C y que en Occidente cuesta a razón de mil euros por pastilla, anunciando que en breve sacaría un tratamiento similar por un precio asequible a todos los enfermos. India defiende, y su industria lo está llevando a cabo, el libre acceso de cualquier persona a los tratamientos farmacéuticos más eficaces, pero los gobiernos occidentales, sometidos a los intereses de los laboratorios, impiden bajo mil peregrinas escusas que el Sistema Nacional de Salud de España pueda comprar en el mercado hindú, liberándose así de la terrible dictadura de la industria estadounidense, suiza o francesa: Aquí el sacrosanto libre mercado no existe, la mano invisible –como en casi todos los ámbitos- es más visible que las narices de Pinocho, existe una tiranía industrial que está costando tantos padecimientos y muertes a escala global como la más cruel de las guerras.

Pero la industria del medicamento no sólo encarece las drogas que produce de forma brutal, además se inventa enfermedades y tiene conexiones con otras industrias dedicadas a la muerte como las de armas. Caso paradigmático es el de Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa con Bush II, dios de la guerra, de las armas de destrucción masiva y de los laboratorios Gilead, sí aquellos que avisaron de las terribles consecuencias de la “gripe porcina” y del medicamento que la “curaba”: El tamiflú; también, del sovaldi. En este hombre y en sus empresas médicas y guerreras se ejemplifica como en nadie la unión de la muerte, la destrucción y el dolor como instrumentos de enriquecimiento cueste lo que cueste, por encima de cualquier principio humanitario. Pues bien, en manos de personas como Rumsfeld o como Christine Lagarde –la presidenta del FMI que advirtió de la vejez como un peligro para la humanidad- está la salud y el bienestar de quienes habitamos este planeta: O sobran ellos y lo que representan, o sobramos todos los demás.

viernes, 20 de febrero de 2015

Una de esas raras personas que dan ejemplo

Vicente Jiménez, "Serpico sale de su guarida. El mítico policía que Al Pacino encarnó en la gran película de Sidney Lumet vive aislado en el campo, con 78 años", El País 20-II-2015:

Se encuentra lejos de Nueva York, pero está atento e indignado por la actitud de sus excompañeros tras las muertes de los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner.
Los viejos problemas que denunció en los años sesenta, a sus superiores primero y a 'The New York Times' después, siguen vigentes.

No es fácil dar con un fantasma. Frank Serpico, de 78 años, expolicía, héroe de película, bohemio, seductor, hippy, soplón, poeta, místico, actor y tantas otras cosas, prácticamente lo ha sido durante los últimos 40 años. Desde que en 1972 entregó su placa y, un año después, Sidney Lumet decidió inmortalizarle en Serpico, la aclamada película, Paco, como le conocen sus amigos, apenas se ha dejado ver.

EL PAÍS le buscó a finales del año pasado para conocer su opinión sobre las muertes a manos de la policía de los afroamericanos Michael Brown y Eric Garner, sucesos que han abierto una crisis sin precedentes entre la policía de Nueva York y el alcalde Bill de Blasio, agravada por el asesinato de dos agentes en Brooklyn en diciembre.

Sin embargo, el rastro de Serpico se perdía por las montañas del norte del Estado de Nueva York, junto al río Hudson, donde vive solo en una cabaña, sin conexión a Internet ni televisión. Como último recurso quedaba dejar un número de teléfono y una dirección de correo entre aquellos que habían estado con él en los últimos años. Y esperar. El fantasma apareció una cerrada y silenciosa noche de frío polar y nevadas en toda Nueva Inglaterra.

“Viceeeenteeee”, atronó una voz cascada y surcada de interferencias al otro lado del teléfono en la segunda semana de enero. “Sí, ¿quién es?”, respondió este reportero. “Soy Franceeescooo”, añadió la voz en español. Allí estaba, efectivamente, como es él: cálido, bromista, irónico, capaz de chapurrear hasta cinco idiomas… “Tú no escribes para los gringos, ¿verdad?”, preguntó. “No, trabajo en EL PAÍS”. “Bien”, resolvió. La cita se concertó para unos días después, en una granja del condado de Columbia, a dos horas al norte de Manhattan. “Sin fotógrafos”, advirtió.

La Hawthorne Valley Farm es un complejo agrícola con tienda y cafetería, rodeado de algunas casas y un colegio, al que acuden los lugareños para hacer la compra, recoger a los niños de clase y charlar entre ellos con un sopa humeante en las manos. Paco llega en un 4×4, sucio de nieve y barro, a la hora en punto. Su aspecto es el de una estrella de rock retirada. Gorro de lana, abrigo de lona hasta los pies, botas altas de piel, colmillos de marfil en forma de pendientes en ambas orejas, lente de aumento colgada del cuello, anillo de plata con una calavera en la mano izquierda y un cinturón con motivos indios repleto de turquesas. Tras sus gafas oscuras, unos ojos vivos e inteligentes rastrean lo que sucede a su alrededor.

En su mejilla no se aprecia la cicatriz del balazo que recibió en la cara durante una operación antidroga en Williamsburg (Brooklyn) en 1971. Es la escena con la que arranca la película. Serpico intenta acceder a una casa de traficantes, pero queda atrapado en la puerta sin poder utilizar su arma. Pide ayuda a gritos a sus compañeros, pero estos ven una ocasión perfecta para librarse de él y le abandonan a su suerte. Un narco dispara a quemarropa contra el rostro del policía. Queda malherido. Un vecino hispano llama a una ambulancia y le salva la vida. Un año después deja el cuerpo.

Serpico todavía tiene pesadillas con ese momento. No puede olvidarlo, aunque quiera. La nariz le moquea permanentemente por culpa de los fragmentos de plomo que todavía siguen alojados bajo su cerebro, en el canal nasal.

“¿Lo ves? Están todos muertos”, comenta a voces nada más tomar asiento en la cafetería de la granja mientras señala un anuncio a toda página en el periódico local de la serie de televisión The Walking Dead. “Sí, es una serie sobre zombis, muertos vivientes”, responde el periodista. “No me refiero a eso. Digo que están todos muertos, los que ven estas cosas, la gente… Solo quieren distracciones, consumir, ganar dinero. La gente habla de drogas sin saber que está drogada. Drogada por productos como este. Es otro tipo de corrupción. El mundo ha puesto la inteligencia en cosas que no son necesarias”, aclara. El alegato anticonsumista forma parte de la vida en soledad de Serpico. “Evito Nueva York. Aquello no es natural”, explica con un sonrisa burlona mientras devora unas sabrosas judías con vegetales.

Serpico compró en 1968 unos 50 acres (20 hectáreas) de terreno perdidos cerca del Hudson y allí construyó su cabaña. “Me propuso comprar la tierra un compañero del cuerpo. En aquella época muchos policías compraban tierras por el Estado. Eran los tiempos de la Gold Coast (Costa del Oro), que era como llamábamos a Harlem por el mucho dinero que los policías conseguían allí de sobornos”. Tras unos años por Europa, huyendo de las represalias de sus compañeros por haber denunciado la corrupción en la policía, Serpico volvió a Estados Unidos y se instaló en el campo en los ochenta.

Su días transcurren aislados cerca del poblado de Stuyvesant. Corta su leña, da de comer a las urracas, cría gallinas y cabras, pasea, escribe sus memorias, rescata animales heridos, asiste a las universidades cercanas a dar charlas, recita sus poemas en alguna radio, se aplica medicina china, medita, practica la flauta japonesa y los tambores africanos, y baila tangos con su novia (“amiga”, matiza). A sus 78 años, sigue siendo coqueto y seductor.

Posee un ordenador portátil, pero no tiene conexión a Internet ni televisión. Dos días a la semana acude al cercano pueblo de Hudson o a la granja Hawthorne, donde repasa su correo, toma café y charla con los vecinos. Todos le conocen, sobre todo los niños, con los que no cesa de bromear. Goza de buena salud, aunque tiene dañados los nervios de la pierna izquierda, lo que le produce un dolor intenso, y apenas oye de un oído.

Vive de su pensión y de los derechos que le reportó la biografía que escribió Peter Maas, de la que se vendieron tres millones de ejemplares. Conserva la placa de detective y su revólver. Le indignan las noticias del mundo. Entre las últimas, todo lo sucedido con la policía de Nueva York y las muertes por un excesivo uso de la fuerza. “El problema de la policía es de actitud. Yo soy la ley, dicen. No, yo soy el que defiende la ley. Yo no soy la ley. Representar la ley es un derecho, y hay que ganárselo”, clama. “Si matas y maltratas, cómo quieres que te quieran. Solo saben dar excusas, cobardes excusas. Estaba en riesgo mi vida, tenía miedo, dicen. Y las excusas son como el culo, cada uno tiene uno”, añade.

Serpico cree que la corrupción que anidaba en el cuerpo en sus años no es ya el principal problema, sino el uso excesivo de la fuerza. “Los policías de ahora se quejan como niños de que no quieren hacer sus deberes. Tienen miedo. Un policía con miedo es un policía mal preparado. No se puede ejercer este oficio con miedo”, argumenta. “Un policía te puede matar, porque la ley les permite usar la fuerza. Decir que lo hace por miedo es cobardía. Es legítimo querer regresar sano y salvo a casa cada noche, pero no a costa de la vida de un inocente. Eric Garner era un tipo inocente que vendía cigarrillos en la calle. Los policías de ahora son lobos con piel de cordero”, denuncia.

En 1994, el exagente mandó una carta al entonces presidente Bill Clinton en la que le advertía de que los niños tenían miedo de los policías. “Cuando yo era niño, mi madre me decía siempre que, si tenía un problema, llamara a un policía, que él me ayudaría. Yo me hice policía porque, de niño, quería atrapar a los ladrones que, según me contó mi madre, habían matado a mi abuelo para robarle. Ahora es distinto”, recuerda. En aquella carta, Serpico pedía a Clinton la creación de una comisión que analizara cómo se había corrompido la relación entre la policía y los ciudadanos. Solo recibió una respuesta de agradecimiento.

"La gente habla de drogas sin saber que está drogada. Solo quieren distracciones”. En su opinión, los sindicatos policiales de Nueva York tienen demasiada fuerza. “Lo que hicieron con el alcalde, volverle la espalda durante los funerales, fue inaceptable. ¿Pero quién manda en la policía, el jefe del departamento o el sindicato? Tenían que haberles sancionado”. Sobre el alcalde, destaca su complicada situación: “Está en medio de los afroamericanos y de la policía. Es complicado. Su mujer es negra, sus hijos también…”.

La relación de Serpico con la policía de Nueva York sigue siendo tormentosa. No en vano, suyos fueron los testimonios que llevaron al cuerpo a la peor crisis de su historia. Hijo de inmigrantes italianos de Brooklyn, el niño Francesco veneraba a los agentes de su barrio. En 1959 logró su placa. Ocho años después, ya como detective, denunció la corrupción de sus compañeros ante sus superiores. Dio información detallada, pero no se hizo nada. Impotente, él y su compañero David Durk acudieron a The New York Times.

En 1970, presionado por la opinión pública, el alcalde John Lindsay abrió la comisión ­Knapp, ante la que testificó el policía. Los resultados mostraron un cuerpo corroído por los sobornos y la ley del silencio. El realizador Sidney Lumet hizo una película sobre estos hechos en 1973. El protagonista fue Al Pacino, que bordó uno de sus mejores papeles. Según el American Film Institute, Serpico es el número 40 de la lista de héroes de cine más queridos, por debajo del perro Lassie (el número uno es Atticus Finch, el protagonista de Matar a un ruiseñor, el filme basado en la novela de Harper Lee).

Serpico no disfrutó del filme que llevaba su nombre. Dejó EE UU y se instaló en Europa. Compró una granja en Holanda, se casó con una holandesa y recorrió el continente. Cuando su mujer murió, vendió la granja y regresó a Estados Unidos. Era la década de los ochenta. Durante un tiempo recorrió en caravana el país y Canadá. Finalmente, se instaló al norte de Nueva York, lejos pero cerca de la ciudad que casi acaba con su vida. Las cosas, asegura, han cambiado, pero no mucho. “No me sorprendió que el policía que mató a Eric Garner no fuera procesado por un gran jurado. ¿Cuándo ha sido la última vez que un agente ha sido procesado? Los fiscales no procesan a los policías y saben cómo controlar al gran jurado. Tienen relación con los policías, se sirven de ellos para enviar gente a la cárcel, son sus amigos”, enfatiza.

Para Serpico, hay un problema de falta de respeto hacia la ciudadanía en general y hacia las minorías en particular. “Se creen mejores que ellos. Es un problema de toda la sociedad, no solo de la policía. No hay respeto por la gente, solo se piensa en ganar dinero, en ganar poder… El ciudadano no importa. Ser policía es un honor, pero no un lugar en el que hacerse rico”. Mientras Paco habla, la gente acude a saludarle. A cambio de ser querido, reparte la bonhomía que tan bien retrató Al Pacino en la pantalla. Las anécdotas brotan de su boca: “¿Sabes lo que es la escuela de las siete campanillas? La escuela colombiana de carteristas. Practican con un maniquí con traje y siete campanillas. Si suena una sola campanilla mientras intentan robar la cartera, no valen para el oficio”.

Serpico se refiere a los delincuentes hispanos que llegaban a Nueva York en su época de agente. “Cogían la tarjeta plastificada con las instrucciones de seguridad del avión para abrir las habitaciones de los hoteles. La insertaban en la puerta y limpiaban la habitación. Los deteníamos en los pasillos. A mí me usaban de intérprete. En un interrogatorio, el teniente me pidió que preguntara a uno qué hacía en el pasillo con aquel folio plastificado. El tipo respondió, socarrón, que esperaba la guagua. La verdad es que algunos tenían gracia”, recuerda entre risas.

Es media tarde y los carámbanos de hielo que cuelgan de las vigas exteriores de madera del café gotean pertinazmente. Es el momento de volver a Nueva York, la hora de que el fantasma vuelva a su guarida. Antes de la despedida, Serpico se levanta, acude a su coche en el aparcamiento y vuelve con unos papeles en una carpeta. El primero de ellos huele a viejo.

Se trata del Código Ético de los Agentes de la Ley que estudió en la academia de policía a finales de los años cincuenta. Entre otras cosas, dice: “Como representante de la ley, mi deber fundamental es servir a la humanidad, salvaguardar vidas y propiedades, proteger a los inocentes del engaño, a los débiles de la opresión o la intimidación, la paz de la violencia o el desorden, y respetar los derechos constitucionales de todos los hombres con libertad, igualdad y justicia. (…) Mantendré la calma y el coraje ante el peligro. (…) Nunca emplearé una fuerza o violencia innecesarias”.

Tras mostrar la página como un tesoro, Serpico la vuelve a guardar con cuidado, sin dejar que nadie la toque, no sin antes hacer notar a su interlocutor que el texto se ha desdibujado con el paso del tiempo, que muchas palabras están a punto de desaparecer, razón por la que las ha subrayado a lápiz, como si quisiera salvaguardar su validez, su enorme significado, el sentido de vestir el uniforme de policía a riesgo de la propia vida.

jueves, 19 de febrero de 2015

Una de las cosas que los políticos de los recortes impedirán

Manuel Ansede "Ciencia para el desarrollo. Un joven médico va a erradicar la segunda enfermedad humana", en El País, (18-II-2015):

Una bacteria que borra los rostros podría desaparecer gracias a un pediatra español. Los pigmeos luchan contra la bacteria que borra sus rostros

Hay un par de fotografías históricas que dejan claro que la humanidad, cuando quiere, puede superar en bondad y poder a cualquiera de los dioses adorados por las 4.000 religiones diferentes que existen en el mundo. La primera imagen muestra al cocinero somalí Alí Maow Maalin, de 23 años, con el cuerpo lleno de úlceras. En la segunda foto, tomada unos meses después, aparece el mismo joven pero sonriente, con sus heridas sanadas. Alí Maow Maalin fue, el 26 de octubre de 1977, la última persona que se infectó de manera natural de viruela, una enfermedad que llegó a matar a más de medio millón de personas al año, incluidos cinco reyes europeos solo en el siglo XVIII. Gracias a una campaña de vacunación masiva, la viruela fue la primera, y única hasta la fecha, enfermedad humana erradicada de la faz de la Tierra.

“Técnicamente es posible que veamos la foto del último enfermo de pian en 2017”, sostiene el pediatra español Oriol Mitjà. En el mundo rico, la palabra pian no dice nada. Pero en las regiones remotas de algunos países tropicales es una peste que azota donde se acaban los caminos, allí donde los médicos son como seres imaginarios de los que hablan los más viejos. El pian es una enfermedad olvidada provocada por una bacteria, emparentada con la sífilis, que sin tratamiento deforma los huesos, deja las piernas como lunas en cuarto menguante y llega a borrar, literalmente, la cara de las personas afectadas, sobre todo niños.

Ahora, el pian, que afecta a unas 500.000 personas, puede desaparecer del planeta gracias a una estrategia que, según se ha anunciado este miércoles, funciona. Un personaje del dramaturgo alemán Bertolt Brecht proclamaba: “Desgraciada la tierra que necesita un héroe”. En este caso, la tierra desgraciada son 13 países de África, el sudeste asiático y el Pacífico occidental, con los que se ceba el pian. Y el héroe es Oriol Mitjà.

En 2010, cuando tenía 29 años, el pediatra aterrizó en la remota isla de Lihir, en Papúa Nueva Guinea, para trabajar como médico. Llegaba con un premio extraordinario de licenciatura y un máster en Londres sobre enfermedades tropicales bajo el brazo. Al poco de llegar, pasó por su consulta un niño con un síntoma que no había estudiado ni había visto antes en una estancia en India: una úlcera roja en el brazo del tamaño de una moneda de dos euros. Un médico local le puso al día: “Es el pian”.

La enfermedad llevaba olvidada medio siglo. En 1952, cuando había 50 millones de afectados en el mundo, la Organización Mundial de la Salud y Unicef pusieron en su punto de mira al pian con el objetivo de erradicarlo. Iniciaron una campaña de tratamiento masivo con inyecciones de penicilina en 46 países. Doce años después, el número de casos clínicos se había reducido un 95%. Entonces, se decidió relajar el cerco y la bacteria resurgió, volviendo a borrar rostros de niños en las regiones más pobres de los países más pobres.

Mitjà, enfrentado a un enemigo derrotable con un simple antibiótico, decidió no sumarse a la desidia de las autoridades. Junto a su director de tesis, Quique Bassat, ambos del Instituto de Salud Global de Barcelona, se puso a diseñar una estrategia para combatir el pian. Necesitaban un tratamiento más sencillo que un pinchazo de penicilina, una medida que requiere personal médico entrenado y genera miedo entre la población. En 2012, anunciaron los resultados de un estudio con 250 niños en la revista británica The Lancet: con una sola pastilla de otro antibiótico, la azitromicina que en los países ricos se suele emplear para bronquitis y otitis, los chavales con pian se curaban.

Animada por el impulso del español, la OMS decidió retomar el objetivo de erradicar el pian y se fijó como meta el año 2020. Como se necesitan tres años sin casos para dar una enfermedad por extinguida, el último enfermo de pian tendría que ser curado en 2017. Faltaba demostrar que la estrategia de Mitjà funcionaba a gran escala. Y funciona.

Técnicamente, la estrategia puede erradicar la enfermedad en 2020", afirma el pediatra Oriol Mitjà. Un nuevo estudio que se publica este miércoles en la revista The New England Journal of Medicine muestra los resultados de una campaña de tratamiento masivo para la mayor parte de los 16.000 habitantes de la isla de Lihir. En solo un año, entre 2013 y 2014, la proporción de enfermos cayó casi un 90%. La presencia de la enfermedad en la población pasó del 2,4% al 0,3%. Y el estudio continúa con seguimientos para llegar a los cero casos.

“Nuestros resultados demuestran que, técnicamente, la estrategia puede erradicar la enfermedad en 2020”, explica Mitjà por teléfono desde Papúa Nueva Guinea, donde coordina el Centro Médico de Lihir, a 48 horas de viaje desde su casa en España. En su hospital, el pian ha desaparecido. Cuando llegó en 2010, el joven pediatra se acercó a los colegios de la zona para conocer la extensión de la enfermedad que acababa de descubrir en su consulta. Solicitó a los profesores que pidieran a sus alumnos con úlceras que se levantaran. “La mitad de la clase se ponía en pie”, recuerda. Otros, con la cara borrada o los huesos torcidos, ni siquiera querían ir al colegio y se quedaban en casa.

“La dificultad fundamental para erradicar la enfermedad será llegar a las zonas más remotas”, admite Mitjà. En la isla de Lihir, con aldeas perdidas, su equipo consiguió repartir pastillas al 84% de la población. En otros lugares, alcanzar esa cifra puede ser tremendamente complejo. En septiembre de 2012, Médicos Sin Fronteras intentó poner en marcha la estrategia de los investigadores españoles en uno de los lugares más inaccesibles del planeta, las selvas del norte del Congo. Allí, los médicos pasaban horas en todoterreno, en canoa y caminando por pantanos o a machetazos por la selva para llegar a sus pacientes: pueblos pigmeos de cazadores-recolectores.

El 10% de los niños en las zonas más aisladas presentaba las úlceras del pian. Muchos de ellos eran incapaces de tragarse la pastilla de azitromicina porque nunca habían visto una. Gracias a un esfuerzo épico, la ONG consiguió administrar el antibiótico a 17.500 pigmeos, pero no bastó. En la selva congoleña, los pigmeos, nómadas, iban y venían desde las vecinas República Centroafricana y República Democrática del Congo. Y con ellos viajaba la enfermedad. Las úlceras regresaron a las aldeas tratadas.

“La fragilidad de los sistemas de salud es el talón de Aquiles de cualquier campaña”, reconoce Quique Bassat, ahora destinado al Centro de Investigación en Salud de Manhiça (Mozambique), donde su institución barcelonesa investiga enfermedades como la malaria, el sida y la tuberculosis. Sin embargo, Bassat es optimista si hay voluntad política. “Ahora la obligación de la OMS es promover la estrategia contra el pian y ponerla en marcha”, afirma.

Uno de los desafíos es poner de acuerdo a los 13 países afectados, ya que la campaña debe ser sincronizada para que sea eficaz. Eso significa coordinar a las autoridades sanitarias de países como Costa de Marfil, República Centroafricana, Congo, República Democrática del Congo, Timor Oriental y Papúa Nueva Guinea.

Otro de los retos es encontrar financiación, aunque el tratamiento es muy barato. En la isla de Lihir, cada píldora de azitromicina ha costado unos 17 centavos de dólar (0,15 euros), gracias al trato con un fabricante indio de genéricos. Los recursos humanos para distribuir la pastilla los ha puesto la empresa minera australiana Newcrest, propietaria del gigantesco depósito de oro que se esconde en el cráter de un volcán extinto en la isla de Lihir. Es uno de los mayores depósitos del mundo. Desde 1997, del volcán han salido unos 280.000 kilogramos de oro, aunque los 16.000 habitantes de Lihir siguen en la pobreza.

Para la campaña internacional de erradicación, la OMS negocia una donación de azitromicina con la farmacéutica estadounidense Pfizer, que no quiso donar en el ensayo en la isla de Lihir. La empresa, que tuvo un beneficio neto de más de 8.000 millones de euros en 2014, sí ha donado más de 225 millones de tratamientos con azitromicina para la campaña internacional contra el tracoma, otra enfermedad provocada por una bacteria, que en este caso ataca los ojos y ha dejado ciegas a más de un millón de personas en todo el mundo. “Pfizer estaba esperando nuestros resultados para evaluar si dona azitromicina contra el pian”, confía Mitjà.

Si todo sale como está planeado, el pian será la segunda enfermedad humana erradicada tras la viruela. O la tercera, después de la poliomielitis, una patología provocada por un virus que ataca el cerebro y la médula espinal y puede causar parálisis. En un principio, la OMS quiso erradicarla para el año 2000 y, superada por la realidad, fue retrasando la meta hasta el actual 2018.

En 1988, había 350.000 casos en 125 países. Tras una campaña de vacunación internacional, en 2014 solo se registraron 413 casos, concentrados en tres países: Afganistán, Nigeria y Pakistán. En estos dos últimos, grupos armados han asesinado en menos de tres años a 77 trabajadores de campañas de vacunación, por bulos absurdos que afirman que el tratamiento es un plan para esterilizar a los musulmanes. Los fusiles Kaláshnikov y Oriol Mitjà y sus colegas pueden hacer que la fotografía del último enfermo de pian sea la siguiente imagen de la que la humanidad pueda sentirse orgullosa.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Se publica la segunda parte de "Matar a un ruiseñor"

Marc Bassets "Harper Lee publica 55 años después la secuela de ‘Matar a un ruiseñor’", El País, 4-II-2015:

I. La editorial Harper Collins confirma el regreso el próximo 14 de julio de la autora

Que Harper Lee publique una novela tiene un impacto similar, en el mundo literario, al que habría tenido en su momento en el musical la reunión de los Beatles. La autora de Matar a un ruiseñor -la novela de 1960 sobre la segregación racial en el sur de Estados Unidos que ha marcado a generaciones de norteamericanos- era una autora de una única obra. Ya no. La editorial Harper Collins anunció este miércoles que, el 14 de julio, publicará Go, set a watchman (Ve, aposta a un centinela, un título sacado del Libro de Isaías en el Antiguo Testamento) una secuela de Matar un ruiseñor.

El descubrimiento del manuscrito de la nueva novela y la decisión de publicarla es el acontecimiento editorial del año. Nelle Harper Lee -su nombre completo- pertenece a la raza de escritores alejados de los focos, como J. D. Salinger. Debutó hace cincuenta años con Matar a un ruiseñor, la historia de Atticus Finch, un abogado que defiende a un negro acusado de violar a una blanca, narrada por Scout, la hija de Finch. Después Lee calló. Recluida en Monroeville, el pueblo de Alabama que inspiró la novela, dejó de publicar y de dar entrevistas.

Enseguida Matar a un ruiseñor, publicada en la era de la lucha por los derechos civiles, se convirtió en algo más que una novela. La película, en la que Gregory Peck interpretaba a Atticus Finch, contribuyó a ello. Matar a un ruiseñor, que recibió el premio Pulitzer, ha vendido más de treinta millones de ejemplares. Sigue leyéndose en las escuelas: en un país donde el trauma por el racismo pervive, su significado no se ha agotado y sus personajes -Finch, el hombre justo, el faro moral; Scout, la muchacha rebelde e independiente- mantienen la fuerza. La novela tiene algo de Biblia civil, de manual de ciudadanía que enseña a los jóvenes a respetar al prójimo, a ponerse en su piel.

La escritora, que tiene 88 años y vive en una residencia de ancianos, no había dicho la última palabra y la novela nacional estaba incompleta. Le faltaba la secuela, que en realidad Lee escribió antes que Matar a un ruiseñor, a mediados de los años cincuenta. En un comunicado, Lee explicó que la protagonista es Scout adulta. Vive en Nueva York y regresa a Monroeville -Maycomb en la ficción- para visitar a su padre, Atticus. Cuando al escribirla la mostró a un editor, a este le interesaron los pasajes en los que Scout recordaba su infancia y convenció a Lee para que escribiera otra novela desde el punto de vista de Scout niña. Esta novela fue Matar a un ruiseñor.

“Yo era una escritora novata e hice lo que me dijeron”, dice la autora en el comunicado. “No era consciente de que [el libro original] había sobrevivido, así que me sorprendí y me alegré cuando mi querida amiga y abogada, Tonja Carter, lo descubrió. Después de mucho pensar y muchas dudas, lo compartí con un puñado de personas en quienes confío y me complació escuchar que consideraban que valía la pena publicarlo. Me honra e impresiona que se publique ahora, después de tantos años”. Carter, que trabaja en un bufete de abogados de Monroeville, negoció el contrato con Michael Morrison, el presidente y consejero delegado de HarperCollins, según la agencia Associated Press. No se ha divulgado la suma. La primera edición en inglés de Go set a watchman será de dos millones de ejemplares. La novela tiene 304 páginas y se publicará tal como fue escrita, sin revisiones.

El silencio de Harper Lee durante estos años ha alimentado todo tipo de teorías. Una de las más malévolas sostenía que en realidad el autor de Matar a un ruiseñor, o de parte del libro, no era Lee sino Truman Capote, su amigo de infancia y uno de los personajes de la novela. Otra teoría, más verosímil, es que sin la ayuda de Lee, que le acompañó durante los viajes a Kansas para recabar información, Capote difícilmente habría escrito su obra maestra, A sangre fría. Lee no era una estilista como Capote, pero, como dijo una vez otro escritor sureño, Allan Gurganus, Capote carecía del “sentido ético” de Lee. Ambos acabaron distanciados.

Harper Lee no habla con la prensa desde 1964. Su amiga la abogada Tonja Carter, sin la que la nueva novela probablemente no existiría, rehuía este miércoles el asedio. “La señora Carter no da entrevistas”, dijo por teléfono una asistente en el venerable bufete Barnett, Bugg, Lee & Carter. Situado en el segundo piso de un edificio en el número 60 de Hines Street, en Monroeville, es un despacho digno de figurar en la historia de la literatura. Allí trabajaba aún, entrados los noventa, Alice Lee, la hermana de la novelista. Uno de los primeros socios fue A.C. Lee, padre de ambas y modelo de Atticus Finch.

II. Winston Manrique, "Descubrir la vida en los héroes de 'Matar a un ruiseñor" íd.,  23-VII-2012:

"Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una grave fractura del brazo a la altura del codo. (…) Yo sostengo que Ewell fue la causa primera de todo ello, pero Jem, cuatro años mayor que yo, decía que aquello había empezado mucho antes, durante el verano que Dill vino a vernos, cuando él nos hizo concebir por primera vez la idea de hacer salir a Boo Radley. (…)

Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb para ejercer su profesión (…) Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas del condado que murieron en la horca. Atticus les había pedido que aceptasen la benevolencia del estado, que les conmutaría la pena si se declaraban culpables de un homicidio en segundo grado. (…)

Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí también era una población fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojizo; la hierba crecía en las aceras, y el edificio del juzgado parecía que iba a desplomarse sobre la plaza. En verano hacía mucho calor: los perros sufrían durante el día y las flacas mulas enganchadas a los carros espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tiesura. Las damas se bañaban antes del mediodía y después de la siesta de las tres, pero al atardecer estaban como blancos pastelillos recubiertos de sudor y talcos.

La gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le había dicho que no tenía nada que temer, sólo a sí mismo”.

Es la cautivadora voz de Jean  Louise Finch, Scout,  que evoca un episodio crucial en su vida y en la de su pueblo de Alabama, a través del cual se ve a todo Estados Unidos, en Matar a un ruiseñor. Son los sombríos años treinta y dos  pequeños  hermanos huérfanos de madre viven con su padre, Atticus Finch, en algo parecido a un apacible paraíso con sus alegrías, peleas y miedos en el vecindario donde hay una misteriosa casa; hasta que llega a pasar las vacaciones otro niño, Dill, y serán los tres quienes descubrirán la realidad del mundo del que forman parte, cuando, enfrentados a sus propios temores y aventuras, Atticus decide defender a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Los niños conocerán, entonces, la verdadera cara de su país, de su sociedad y la familia zurcida de prejuicios, especialmente los aciales que lo alteran todo porque los negros carecen, entre otras cosas, de respaldo judicial.

A través de la vida de los dos hermanos, luego de la desconfianza ante la llegada otro niño al vecindario, de alguien desconocido, luego el tanteo de amistad entre ellos y su posterior acercamiento y a partir de ahí las aventuras donde se cruzan la infancia y la vida adulta, Harper Lee (Alabama, Estados Unidos, 1926) escribió su única y maravillosa novela: Matar a un ruiseñor. Una historia narrada desde la sencillez que guarda la gran literatura esparcida de emotividad, enseñanza, frescura y humor a través de unas voces infantiles ingenuas y verosímiles donde aboga por la igualdad, la convivencia, el respeto y el aprecio a las personas; todo ello con un manejo del ambiente donde las horas parecen tomarse su tiempo mientras los hechos aceleran la vida. Este es el verano literario que les propongo visitar hoy y comentar...

Harper Lee, que obtuvo el premio Pulitzer en 1961, escribió Matar a un ruiseñor inspirada en un acontecimiento real que conmovió a la sociedad de su país en 1931, y que cuenta en la voz de la niña, Scout que un pasaje de la novela dice…

Matar un ruiseñor tresn iños“Cuando yo estaba a punto de cumplir seis años y Jem se acercaba a los diez, nuestras fronteras infranqueables durante el verano (es decir, al alcance de la voz de Calpurnia) eran la casa de la señora Henry Lafayette Dubose, dos puertas al norte de la nuestra, y la Mansión Radley, tres puertas hacia el sur. Jamás sentimos la tentación de traspasarlas. La Mansión Radley la habitaba un ente desconocido, la mera descripción del cual nos hacía portar bien durante días. La señora Dubose era el mismísimo demonio. 

"Aquel verano vino Dill”.

Y ese Dill no es otro que la encarnación del escritor Truman Capote, de quien Harper Lee fue amiga desde la infancia en Alabama, sur de Estados Unidos. Y con la llegada de Dill, en la novela, los tres niños conquistarán más mundo, ampliarán sus fronteras desde la curiosidad, el temor, el riesgo, la valentía y la aventura. Mientras tanto Atticus, el padre, esa especie de héroe que confronta al lector con su forma de actuar y su ética también los inicia en el mundo real con su caso de defensa al hombre negro y con momentos hogareños como este:

“Jem- dijo- ¿eres el responsable de esto?
-    Sí, señor.
-     ¿Por qué lo has hecho?
Jem respondió en voz baja:
-    Ella ha dicho que defendías a negros y canallas.
-    ¿Lo has hecho porque ella dijo eso?
Los labios de Jem se movieron, pero su “sí, señor” resultó inaudible.
-    Hijo, no dudo que tus contemporáneos te molesten mucho a causa de que yo defienda a los nigros, como vosotros decís, pero hacerle una cosa así a una dama anciana no tiene excusa. Te aconsejo que vayas a presentarle tus disculpas. Después regresa a casa. (…)
-    Scout –dijo mi padre-, cuando llegue el verano tendrás que conservar la calma ante cosas mucho peores… No es justo para ti y para Jem, lo sé, pero a veces hay que tomar las cosas del mejor modo posible, y saber comportarse cuando están en juego las apuestas… Bien, todo lo que puedo decirte es que cuando tú y Jem seáis mayores, quizá recordaréis esta época con cierta compasión y con la certeza de que no os traicioné. Este caso, el de Tom Robinson, es algo que atañe a la esencia misma de la conciencia de un hombre… Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si me negase a ayudar a ese hombre.
-    Pero es posible que te equivoques…
-    ¿Por qué lo dices? 
-    Muchos creen que tienen razón ellos y que tú te equivocas.
-    Tienen derecho a creerlo, ciertamente, y tienen derecho a que se respeten sus opiniones –contestó Atticus-, pero para poder vivir con otras personas tengo que poder vivir conmigo mismo. La única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno. (…)”.

La novela con sus dos historias, la de los niños y la casa misteriosa y la de la defensa de Atticus avanzan y se entrecruzan formando una sola vida. Donde los días y los hechos se suceden…

“La Mansión Radley había dejado de asustarme. En los días serenos continuábamos viendo a Natham Radley yendo y viniendo del centro; sabíamos que Boo continuaba en casa, por la misma razón de siempre: nadie lo había visto todavía salir. A veces sentía una punzada de remordimiento al pasar por delante de  la vieja mansión, por haber tomado parte alguna vez en cosas que hubieron podido significar un vivo tormento para Arthur Radley… ¿Qué recluso razonable quiere que unos niños le espíen por la ventana, le envíen noticias de saludo con una caña de pescar y ronden por su huerto de noche?. (…)

Nos habían ocurrido tantas cosas que Boo Radley era el menor de nuestros miedos. Atticus aseguraba que no veía que pudiese ocurrir nada más, que las cosas tenían la virtud de reencauzarse por sí mismas, y que cuando hubiera pasado tiempo suficiente la gente olvidaría que un día habían dedicado su atención a Tom Robinson.

Quizá Atticus tenía razón, pero los acontecimientos del verano continuaban suspendidos sobre nosotros como el humo en un cuarto cerrado”.

Un año después de su publicación en 1960, Matar a un ruiseñor obtuvo el Pulitzer y en 1962 fue llevada al cine de manera espléndida por Robert Mulligan y protagonizada por Gregory Peck. Este es el Verano literario a donde los invito a viajar hoy, a un clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. ¿Qué les parece el libro y la manera como la autora mostró la vida real a los tres niños? ¿Y Atticus, qué harían ustedes en su lugar?


* Matar a un ruiseñor. Herper Lee. Traducción de Baldomero Porta (Ediciones Zeta Bolsillo)

III. Guillermo Altares, "Las lecciones de Atticus Finch", íd, 3-II-2015:

'Matar a un ruiseñor' trata un tema esencial: el desafío de vivir en paz con gente que es diferente. Justo cuando estaba a punto de empezar la década de los sesenta, convergieron dos momentos cruciales para la literatura universal y en los dos Harper Lee tuvo un papel central: acompañó a Truman Capote en la investigación de un crimen en Kansas que acabaría por convertirse en A sangre fría, el libro que cambiaría la forma de contar la realidad, y publicó su única novela, Matar a un ruiseñor, que alcanzó un éxito inmediato, ganó el premio Pulitzer en 1961 y fue llevada al cine por Robert Mulligan.

Gregory Peck interpreta a su protagonista, Atticus Finch, un abogado profundamente honesto, que se atreve con un caso imposible: la defensa de un negro acusado falsamente de violación en la Alabama racista de la Gran Depresión. “Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”, le dice a sus hijos para explicarles la decisión que ha tomado.

El periodista Charles J. Shields, autor de Mockingbird. A portrait of Harper Lee, biografía no autorizada de una autora que decidió alejarse de la prensa, explicó en una entrevista con este diario los motivos del éxito de Matar a un ruiseñor: “Primero, porque es una buena historia y siempre habrá sitio para las buenas historias. Segundo, porque trata un tema esencial: el desafío de vivir en paz con gente que es diferente. Y tercero, porque te pregunta: ¿Qué harías? ¿Defenderías lo que crees justo como Atticus aunque te enfrentes a las críticas e incluso al odio?”. Shields también relata que, cuando en medio de su éxito los periodistas le preguntaron por su segunda novela, la escritora sureña respondió: “Me temo que tendré que citar a Scarlett O’Hara: ‘Ya lo pensaré mañana”.


Ha pasado más de medio siglo, pero los valores que defiende Matar a un ruiseñor –la solidaridad, la justicia, la amistad, la lucha contra los prejuicios– siguen tan vigentes como entonces. La obra de Lee predijo, y a la vez impulsó con su éxito, un cambio gigantesco: el movimiento de los derechos civiles, la lucha por la igualdad. Pero es también una novela íntima, en la que queremos vernos reflejados, que nos muestra a través de Atticus pero también de los niños Jem, Scout y Dill –personaje inspirado por Capote– lo que queremos ser. Leer un libro inédito de Lee es un regalo inesperado que nos devuelve a una era en la que todo cambió, pero nos recuerda que no hay que rendirse porque, efectivamente, a veces se vence.