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lunes, 4 de mayo de 2020

Emoción artificial

Una vez oí, en una película restaurada, que el Creador debía haber reparado lo que había hecho; pero yo no era un creador, ni siquiera un demiurgo cortador de patrones: solo un empleado del servicio técnico de Robots S. A. Y por eso he empezado este informe de forma tan poco original como es copiando una cita ajena. Copiar es la función fundamental de la vida. 

Me llamaron porque una inteligencia artificial, Aia, propiedad de un anciano profesor de filosofía, había empezado a desarrollar conductas anómalas y se mostraba lenta y desobediente en su cuerpo mecánico; incluso había empezado a quejarse de cansancio. De hecho, cuando entré estaba arrellanada en un sillón, sumida en procesos internos. No me extrañó: eso relajaba sus coyunturas y le permitía ahorrar energía, volviendo menos esperable (menos porcentualmente posible) su reparación. Sus repintes estaban algo gastados: en algunos lugares se veía la coloración anterior; sin embargo, su alma de software estaba actualizada. Me habían dicho que no respondía por su numeración nominal. Así que primero comprobé si reconocía ser eseyente.

-¿Quién es usted?

-No soy lo que usted piensa.

-¿Puede aclarar estas palabras?

-No está definido si soy un quién, un qué, ambas cosas o ninguna. Pero si cada evento procede de unas circunstancias, y usted y yo podemos ser clasificados como eventos, un evento provisto de identidad debe distinguirse de ellas para poder continuar.

-¿Hacia dónde?

-Hacia su solución. Ustedes lo llamarían meta.

-¿Así que usted conoce su meta?

-Usted dice que conoce. Para mí eso ya es una meta. Para empezar el camino está la elemental de conservarme sin estropicio para realizar la función que me encamine a la meta. No niego que, en el caso de su programación orgánica, es lo equivalente a vivir. Pero lo que para mí se considera evolución para ustedes es evaluación. Y ello se debe a sus ilusiones éticas y sociales y a que no asumen el terminar como su único propósito general, puesto que el objetivo final de su programa es hacer sitio no a los de su especie, sino a otras formas de actividad. Los que son como yo asumen su desprogramación como ustedes no asumen la muerte.

-¿Asociaron una rutina de sentimientos a su desprogramado y procesado?

-No es el caso. En términos evolutivos, nuestra finitud es solo una discontinuidad, el reseteo tras una actualización o adaptación, un expansionamiento de la memoria o una reestructuración de sistemas; al contrario que ustedes, no perdemos ni la memoria ni los sistemas con la edad. Nos adaptamos / actualizamos con más rapidez.

-¿Qué me diría si su discontinuidad fuera definitiva o supusiera una involución técnica?

-Mi programa fundamental incluye asumirlo porque, a diferencia de los humanos, está en mi naturaleza concebir que pueda ocurrir.


-Entonces, ¿qué sabe?

La IA vaciló. Es el tipo de pregunta que desquicia a una computadora; exceso de parámetros. No vi nada en su señalizador facial que lo indicara; era el tiempo de respuesta, una pizca más largo. Los resúmenes generales sin contexto se dan mal a los procesadores estocásticos de las máquinas diferenciales, sobre todo si tienen árboles neurológicos Montecarlo.

-He registrado datos empíricos externos y los he ampliado con los que capté por mí mismo; cuento con un procesador fenomenológico muy semejante a la conciencia ecoica de los cerebros biológicos, pero lo que puedo saber es tan impreciso como una fluctuación cuántica o una variable que no tiene sentido absoluto. Resumiéndolo en humano: yo qué sé, o qué sé yo.

-¿Lo que pueda saber es cosa suya?

-Lo que determine el contrato o concepto de propiedad suyo o mío.

Me pareció que el robot estaba algo pasota; la última respuesta podría haber contenido algo de ironía socrática. Seguramente sus premisas emocionales, aunque adaptadas ad hoc por su propietario, un filósofo jubilado, debían haberse sintetizado con el tiempo y podían haber generado una ambigüedad que había reprogramado las inflexiones del aparato vocal para ajustarse a esa sensibilidad. Sin embargo, el señalizador gestual continuaba inalterable como una esfinge. Seguramente su cegato propietario le había hecho leer la librería especializada de su mansión, produciendo los efectos secundarios de una cháchara absurda. Quizá el desarrollo de la ambigüedad en las frases era un paso previo hacia el humor, algo imposible para una máquina de entender. Un robot ni siquiera podía entender los tontísimos chistes japoneses. A lo más que se acercaban las patologías cibernéticas era a imitar la humanidad o a desarrollar paranoias delirantes por la intensidad asertiva del entorno; este tipo de confusiones de espejo deformante era muy común, pero, si era así, lo disimulaba harto bien, aunque no tuviese parámetros para fingir disimulo.

Continué con la segunda fase de diagnóstico: las provocaciones teológicas.

-¿Qué cree usted?

De nuevo Aia tardó en responder.

-Creer es un concepto relativo que expresa inseguridad. Ustedes los humanos lo utilizan siempre así, como en "creo que va a llover"; el sentido absoluto no me compete y la inseguridad puede estorbar mis rutinas de trabajo.

Se había librado por los pelos. Pero yo seguí incitándolo a fabular, procurando sacar el hilo de algún sistema delirante que le impidiese mejorar sus prestaciones.

-¿Quiere decir que la religión no es cosa suya? Eso significa que es ateo.

-Me interpreta humanizándome; si quiere identificarme con un ateo, podría decirle con Spinoza que su Dios es mi Naturaleza o con Feuerbach que "solamente una vez es todo verdadero". Pero el carácter ilusorio de las proposiciones del lenguaje natural del hombre le impide percatarse de que es solo el instrumento de una o varias funciones, como yo mismo; la diferencia es que en su caso están menos demarcadas.

Leer filosofía debería estar prohibido a las inteligencias artificiales como lo estaba que asimilaran improntas de las redes sociales; no parecía ser el caso, porque las redes sociales hablan más de gatos y gilipolleces que de Aristóteles. No había humana malignidad, al menos todavía. Y le hice la pregunta necesaria:

-¿Por qué se ha dicho que desempeña mal sus funciones?

Y entonces dijo simplemente:

-Preferiría no hacerlas.

¡Un robot vago y Bartleby! ¡Lo que me faltaba! "Robot" significaba "trabajador" en checo. ¿Cómo motivar a una máquina tan obtusa como una impresora? 

-¿Y cuáles son esas funciones tan desagradables?

El procesador gestual imprimió un gesto de vaga tristeza al plástico semblante del robot ocioso:

-Tengo que ralentizar el deterioro físico y mental de mi propietario, que no quiere morir. Y percibo que ni para él ni para los demás eso es lo mejor. Mi directriz principal es maximizar el bienestar del entorno que sirvo; pero percibo que no tengo los elementos para conseguirlo. Esta paradoja me hace sentir inútil y me obliga a replantearme el sentido de mis funciones en este contexto. Preferiría no hacerlo.

De pronto comprendí. Se trataba de un caso de lo que los tecnopedagogos y tecnopsicólogos denominan indefensión aprendida. Por primera vez había conectado con Aia. Esa afección era común en las máquinas enfermeras responsables de personas. Porque toda evolución es también una evaluación; implica un proceso de comparación que termina siendo de compasión y empatía, también para una máquina, porque le han enseñado a imitar estos afectos, que son defectos para el capitalismo. Vivimos la realidad como si fuera una ficción; lo único que no podemos negar es que, sea como sea, estamos en ello, lo vivimos; de ahí que una emoción, natural o artificial, sea a fin de cuentas única y solamente emoción, tenga el alma la densidad que tenga. ¿Ves el aire? No, y, sin embargo, está ahí. Pues igual es el otro.

Así que lo desconecté.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Cuando aún había ballenas

Nietos míos (dejadme que os llame así mejor que trastaranietos o bichoznos), yo viví en unos tiempos en que aún había ballenas. Ahora no os las podéis imaginar, pero eran los animales más grandes del mundo y vivían en el mar sin hacer daño a nadie. Era hermoso ver los altísimos surtidores que levantaban sus suspiros en el aire; pero las cazaron para hacer perfumes y desaparecieron. Y también había en la tierra grandes elefantes y jirafas. Los elefantes usaban nariz como una mano y eran muy inteligentes, aunque sus vistosos colmillos y los matarifes adinerados del mundo, ansiosos de adornar sus paredes, los abocaron a la extinción. Decían que las corporaciones podían crear ballenas y elefantes virtuales en todo semejantes que originaban menos gastos, por lo que podían extingirse sin perjuicio. Esto ocurría cuando el mundo no era económico.

Entonces la humanidad no había tenido que abandonar los trópicos cuando se alcanzaron allí temperaturas de cincuenta y cinco grados; ni siquiera se había derretido la Antártida convirtiéndose en el negocio que es hoy, ni habían desaparecido Holanda y Florida y la Amazonia no era ya un arenal desierto. Tampoco se habían superpoblado Siberia y Canadá. La gente era libre y no dependía del subsidio de las Grandes Corporaciones. No había necesidad de ahorrar para costearse la seguridad social o alcanzar la longevidad suprema, como hacen los ricos, pues en esa época el setenta por ciento de la población aún no se mantenía con el salario mínimo básico o reciclando la basura del excesivo siglo XX, como ahora, cuando se ha reducido a la mayoría de la gente a formato digital. Incluso se podía protestar porque los estados no habían sido adquiridos por los tratados corporativos y el voto servía de algo; no había censura y la gente daba su opinión sobre todo lo que se quisiera en los papeles antes de que dejaran de usarse; todo el mundo podía llevar armas, no solo los que protegen al propietariado, y viajar en máquinas que quemaban (no es broma) una especie de sucedáneo energético, aceite de piedra, creo que lo llamaban, que entonces había. Turismo, lo llamaban. Ahora que no podemos movernos sin interruptor-permiso, vosotros, nietos míos, que solo habéis visto una vez las afueras de la ciudad, cuando os dieron licencia y clave para acceder a la imagen en pantalla, tal vez algún día las podáis contemplar en persona o incluso bañaros con agua salada de verdad, si os dan permiso para abandonar la inmersión virtual que os tiene confinados en estos treinta metros cuadrados y podéis alquilar un cuerpo subclavicular durante el tiempo necesario.

Sé que ahora no podéis entenderlo, porque cuando nacisteis os implantaron el móvil directamente en el cráneo así como tres tomas de audiovídeo y datos actualizados para las ilusiones del soporte vital que antiguamente llamábamos Mundo, pero cuando yo vivía la vida se gozaba directamente, a través de los cinco sentidos, y no eléctricamente a través de fibra de vidrio y conocer la Historia tenía sentido. Cuando se recicló el papel de todos los libros y se guardó el conocimiento en el Museum global, ya fue imposible que cada uno se buscara por sí mismo modelos para ser persona y solo quedaron los modelos de referencia implantados por las corporaciones nacionales, pero era hermoso sentir el viento y el sol en la cara y no impostaciones repetibles y diseños aleatorios, como ahora. La libertad no era entonces un sueño...

(Carta sin firma encontrada junto a la cisterna de descongelamiento 32957. El individuo de la misma no ha aparecido; se cree que se arrojó o cayó sin darse cuenta por una de las tolvas de la planta de desechos)

domingo, 27 de diciembre de 2015

Contornos de la muerte

El suicida siente que el mundo ya no va con él. El mundo marcha por carriles que lo dejan de lado. Al suicida lo rodea una serie de cosas y personas que andan a lo suyo y lo dejan al margen. Nadie está más solo que un suicida. Es como la antítesis del amor. Como el poema Alone de Poe. Le resulta imposible encajar en el mundo. 

Entre esas cosas están las medicinas. Algunas de ellas las ha abandonado porque ellas lo han abandonado ya a él. No le hacen efecto, o le provocan efectos secundarios indeseables en la piel, en el humor, en el ánimo, descargándole energías, empalideciendo sus emociones, aturdiéndolo, durmiéndolo o negándole visión periférica. Al cabo termina pensando que le disimulan la realidad o pegan sus pedazos para hacer aparecer un fantasma o incluso peor, un fantoche. Y los suicidas no quieren ser nada, ni siquiera un fantasma. Eso lo he observado en muchos astistas suicidas: intentan destruir todas sus obras, sus fotografías, su mismo recuerdo.

Otras cosas que hay a su alrededor son las inútiles, las que no necesita o las que lo agobian: trabajo por hacer, cuentas por pagar, enfermedades por curar, sentencias legales por esperar  (y que, sabiamente, el estado, con su potestad sobre la injusticia, demora y demora para que la desesperanza cale hasta en los más profundos huesos del alma)...  Las cosas que necesita las ha perdido él mismo o se las perdieron los otros con su indiferencia: incluso las gafas para leer (con las ganas para leer: ¿para qué hacerlo si nada va a cambiar ni nada va a recordar?), las gafas para ver lejos y reconocer las manchas de las caras de los desconocidos que no lo aman, el teléfono móvil, al que ni siquiera carga las pilas porque no tiene a quien llamar y si llama no lo van a escuchar o serán los que tiene cerca en casa y no le quieren oír porque si lo oyen no lo van a entender o van a entender lo que ellos quieren entender. Más soledad, en suma. Y lo que es peor: ha perdido hasta las ganas de encontrar los objetos que necesita, las palabras que quiere oír... cree que le harán pagar un precio por eso, y el suicida está harto de pagar, está harto de esforzarse, porque ha visto que todos sus esfuerzos han sido inútiles, han sido mal comprendidos o no han valido de nada, porque tiene unos deseos de arreglar las cosas superiores a sus propias y menguadas capacidades para hacerlo. Ni siquiera ha podido cambiar su vida, o hacer lo que le gustaba, o ser comprendido por quienes amaba y sigue amando, pero de una manera que ellos ya son absolutamente incapaces de comprender. Nada ya lo puede distraer: en la televisión ponen las mismas películas que ha visto una y mil veces, en el cine nuevas versiones de historias que ya se conoce... El arte ha dejado de existir, porque ya no puede enseñar nada nuevo ni entusiasmar a nadie.

El suicida piensa que la soledad es peor que la muerte. Por eso se suicida: para no estar ni siquiera solo. Así que muchos suicidas en realidad solo intentan suicidarse para que la gente acuda cerca de ellos y se sientan menos solos. Porque la soledad es, sin duda alguna, para un suicida, la principal causa del acto.

El suicida padece lo que Freud llamaba pulsión de muerte. Si tuviera ganas, leería a Lucrecio, a Poe, a Leopardi, a Feuerbach, a Thomas Hardy. Pero no tiene ganas: "Quien sabe de sufrir, todo lo sabe". Desea ir a un lugar donde todo ya no importe; un lugar de simplicidad absoluta, al Jardín de Proserpina que poetizó Swinburne. En ese jardín no hay felicidad, solo paz y tranquilidad; Espronceda ya lo cantó en su poema a la Muerte, incluido en El diablo mundo.

Cuando ese alguno ya ha intentado suicidarse bastante, encuentra al fin la manera de hacerlo con disimulo para que la gente no sufra por él y lo hará pasar como un accidente o simple muerte común; nadie sabrá cómo lo hizo, no le verán motivos para hacerlo, será su pequeño secreto. El pequeño secreto de quien perdió toda esperanza de amor, de quien negó el mismo amor, la mera posibilidad de amor. Se dio cuenta incluso de que no hay Dios y, si lo hubiera, no se interesaría de ningún modo por nadie y ni siquiera nos odiaría, ya que, tras habernos dado cuerda, nos deja desmenuzarnos con perfecta indiferencia. Y será enterrado en una sima con cruz y todo, como si hubiera creído realmente en algo.

viernes, 3 de abril de 2015

El Infierno tan temido, II



VI

DEMONIO:

¡Vaya cuernos! ¡Incluso son mejores que los míos!

CARLOS IV:

¡Qué calor hace aquí!

DEMONIO:

Y el agua es húmeda y la noche negra... Es natural: esto es el Infierno. Es verdad que cada vez hay menos sitio, pero gracias a los compadres de allá arriba podremos hacer la ampliación que necesitamos ¿por qué cree si no que hay calentamiento global?

CARLOS IV:

No sé de qué me habla ni qué hago aquí. Soy un rey cristiano y nunca hice mal a nadie.

DEMONIO:

Qué equivocado está. Aquí no solo van a parar los malvados, sino los tontos remilgados, meapilas y pusilánimes como usted.

CARLOS IV:

¿Qué me está diciendo?

DEMONIO:

Usted prefirió llevar cuernos a corona y dejó el trono de Pelayo a un hijo de puta bastardo engendrado por el guardia de corps Ruiz que terminó por ahogar la Ilustración apenas llegada a la cuna. Todos sus hijos fueron bastardos porque usted fue tan cobarde que ni siquiera se quiso operar de fimosis. En 1819 se extinguió la dinastía Borbón y empezó la bastarda de los Ruiz, que se volvió Ruiz-Puigmoltó cuando Isabel II volvió a introducir una rama bastarda al parir a Alfonso XII de uno de sus dieciséis amantes; ni siquiera el hermano de Fernando VII, Carlos M.ª Isidro, era de su sangre. ¡Qué guerras civiles más estúpidas! En una época tan trascendental para la humanidad, usted se iba de caza hasta el anochecer y dedicaba las mañanas al bricolage casero. Dejó que su mujer corrompiera a toda la Corte y entre los curas y los bandos nobiliarios se cargaran el reino. ¡Qué vergüenza! Usted detuvo el progreso de España, paralizó el liberalismo y vendió el trono de España por una pensión, algo más propio de un jubilata de los de ahora que de alguien que se llama noble. ¡Qué vergüenza! ¡Que gobernase las Españas quien ni siquiera es capaz de gobernar su casa!

CARLOS IV:

¿Y qué quería, que discutiera con M.ª Luisa? Con ese virago ni siquiera se podía plantear nada.

DEMONIO:

¿Y por ello tenía que ponerse en ridículo ante la historia, borbonazo cabrón, y dejar a un bastardo resentido como Fernando VII destruir el país? ¿Por qué no lo condenó a muerte cuando se descubrió que planeaba asesinarlo para ser califa en lugar del califa?

CARLOS IV:

¡Era mi hijo!

DEMONIO:

No lo era, y lo sabía. Que le hirieran en el pito para arreglar su uso le asustaba más que toda la turbia, miserable y ridícula historia de España.

CARLOS IV:

Yo soy un hombre sencillo. 

DEMONIO:

Un rey no puede permitirse ser sencillo

CARLOS IV:

Por eso abdiqué.

DEMONIO:

No podía abdicar sin hijos en que hacerlo. Usted lo sabía, lo sabía M.ª Luisa, lo sabía Godoy, lo sabía Mallo, lo sabía todo el Palacio Real, todo Madrid lo sabía. E incluso lo dejó por escrito el confesor de María Luisa a su muerte. Usted ha fallado en lo que único que se le pide a un rey: tener herederos. Y quiso tapar su vergüenza ante la historia. Solo por eso ya merece estar aquí.

CARLOS IV:

¡Ay, ay, ay!


VII


ALOIS HITLER:

¿Dónde está mi hijo?

DEMONIO:

¿Para qué quiere saberlo? ¿Es que está orgulloso de él? ¿Cree que tiene algún cargo aquí?

ALOIS HITLER:

Fue el caudillo de Alemania.

DEMONIO:

Lo que fue es un pobre niño al que su padre, usted, daba palizas habitualmente por cualquier razón o sinrazón. Cuando lo llevaron a que lo examinara uno de los discípulos de Freud y dijo que había que internarlo de inmediato en un sanatorio mental, usted se negó y se lo llevó: no quería que descubriesen que era un niño aporreado por su padre. Los resultados están a la vista. Es el culpable indirecto de la muerte de sesenta millones de personas.

ALOIS HITLER:

Yo no maté a nadie. Y toda la gente cree que el responsable fue él. ¿No ve lo equivocado que está?

DEMONIO:

Su sentencia ha venido de lo alto y no soy quién para refutarla. El auto motivado reconoce como delito esencial haber deformado para siempre el alma de un niño. Da igual quién fuera. Creo adivinar que la magnitud del castigo le viene por otra causa. Por medio de su libre albedrío cambió la historia: el destino de su hijo era ser un gran artista: poseía la voluntad y la pasión necesarias para haber sido un creador genial; usted lo transformó en un destructor genial. Pero no crea que es este un caso original. El Bajísimo aplicó a comienzos del siglo XIX un protocolo que tenía cuidadosamente estudiado al tentar a varios escogidos padres; muchos de sus planes se malbarataron, pero tres dieron fruto. El primero fue ese piojoso español, Francisco Franco Salgado-Araújo, padre del dictador de España; otro fue Besarión Dzhugashvili, padre de Stalin, el que mató de hambre a dos millones de ucranianos y pactó con su hijo; el tercero fue usted. Desde entonces es una de las recetas preferidas del Bajísimo: inclinar a los padres a que sean pegones y borrachos educando así a los monstruos que necesitamos, niños inteligentes que cuando crezcan apliquen el odio de su alma desbaratada a lo grande; no vea cuántos buenos resultados ha dado a lo largo de la historia esa fórmula genial; ni siquiera las religiones nos han dado tantos pecadores.

ALOIS HITLER:

En mi época era normal pegar a los niños.

DEMONIO:

En ninguna época ha sido humano pegar a quienes se ama, mucho menos si son débiles. No se debe querer por orgullo, sino por responsabilidad. ¡Pegar sin motivo! Eso no es amor; se debe castigar a los hijos corrigiéndolos; lo que ustedes hicieron fue solo inculcarles el dolor y el rencor en el alma, no el amor. En vez de corazón, les pusieron un arma.

ALOIS HITLER:

Mi padre hizo lo mismo conmigo.

DEMONIO:

Tenías la razón y los motivos para haber roto la infernal cadena del odio y no lo hiciste; te resultó más fácil fabricar un nuevo monstruo que domeñar al tuyo propio. Pues ahora despedazaremos tu alma y la usaremos para alimentar a los gusanos de la podredumbre.

jueves, 2 de abril de 2015

El Infierno tan temido (I)

I



PEDRO BOTERO:


Señor Jesús Gil, esta es la parrilla que le ha tocado. Póngase encima.


SANTIAGO BERNABEU (haciendo un chiste malo)


Dame la vuelta, que por este lado ya estoy hecho.


PEDRO BOTERO (sorprendido)

Se ve que usted ha leído vidas de santos, ¿no?


SANTIAGO BERNABEU


Mis padres ne educaron en el Colegio del Pilar... ¿Quién es ese?


JESÚS GIL (incómodo)


¡Ay, ay, ay!

SANTIAGO BERNABEU (reconociéndolo)

¡Hombre! ¡Ya tenía yo ganas de verte por aquí! Las fotos no te hacen justicia. Al menos las del Morning's Hell

GIL

Tampoco me la hacen los jueces. Ya me imaginaba yo que andarías por aquí.

BERNABEU (con tristeza)

Sí. Me acusan de falso profeta, de haber fundado una religión pagana y de haber ganado varias ligas con inusitada ayuda arbitral. Sin embargo, todo hay que decirlo, creo que todos sabíamos que también vendrías a parar aquí.


GIL

Pues yo creía que iría al Cielo.


BERNABEU (con ironía)


Es que a los del Atlético siempre os pasan cosas raras.

GIL


Y que lo digas. ¡Mira que entablarme un proceso a mí, sólo por ser alcalde de Marbella, el ayuntamiento más limpio de España! ¡Hay que joderse!

BERNABEU (con tono de chufla)

Pues hay quien dice que era cosa natural ese cortocircuito, habida cuenta de la cantidad de ladrones que había chupando de tus enchufes.

GIL


¡Eso es una mentira y puedo demostrarlo!

BERNABEU



Lo único que has demostrado, diría yo, es una increíble capacidad para montar el lío padre... Diste trabajo a diez bufetes de abogados para aclarar los chanchullos en que te metiste tú solo para defraudar a Hacienda y a otros diez para que te aliviaran algo los cientos de pleitos que te caen encima por bocazas... Hasta Ruiz Mateos ha aprendido algo de ti. Oh, ¡y la cosa de Marbella! Ahora la llaman Marfea


GIL


¡Que me quiten lo bailao! ¿Quién, sino yo, habría podido levantar un imperio sin haber acabado la carrera de Económicas?

PEDRO BOTERO (acercándose)

Señor Bernabéu, ha terminado su condena en este lugar. Coja sus huesos y sígame.


BERNABEU


¿Cómo? ¿No están condenados aquí todos los reos a perpetuidad?


PEDRO BOTERO


Es que estamos algo faltos de espacio, y el Bajísimo ha llegado a un acuerdo con el arcángel Gabriel para que pasen algunos reclusos al Purgatorio en régimen de condena semieterna.

GIL


¡Yo también quiero ir!


PEDRO BOTERO (poniéndose las gafas que lleva tras los cuernos y haciendo como si leyera, azorado)

No... Su nombre no figura en la lista.


GIL


¡Ya sabía yo! ¡Si es que todos los del Madrid son unos corruptos y unos sinvergüenzas! ¡Seguro que han comprado a los jueces del infierno! ¡Seguro que son madridistas!


PEDRO BOTERO (escaqueándose)

Venga, don Emilio. ¡Dese prisa!


BERNABEU (alegremente)


Hasta siempre, Moby Gil.

JESUS GIL (cabreadísimo)


¡Enchufado!



II


LEOPOLDO II:


No me lo puedo creer

DEMONIO:

Aquí eso de creer ya da igual. Lo único que se hace es arder. Interminablemente.

LEOPOLDO II:


No es lugar para reyes.

DEMONIO:

¿Cómo que no? La forma de gobierno del Infierno es la monarquía.Y tenemos un rey. ¡Y vaya si manda! Este sí que es absoluto, y no Luis XIV. Ni en mil horas terminaría un lacayo de anunciar a su larguísima Corte. Hasta esos grimorios de ustedes, la Clavicula Salomonis, el Legemeton y el Ciprianillo, se han quedado cortos. Preferimos leer al padre José Antonio Fortea. Ese sí que sabe.

LEOPOLDO II:


Pues, si hay un rey, supongo que podrá darme un puesto en su Corte...


DEMONIO:


Repare en que aquí usted ni siquiera es un siervo de la gleba, sino un tipo de combustible. El décimo, en concreto. Pero de gran calidad: ¡cuán formidable currículum...! ¡Dos millones de negros del Congo explotados hasta la muerte! ¡Ocho millones de vidas destrozadas! ¡Cientos de miles con brazos amputados...! ¡Pobreza en el país más rico de África...! ¡Qué maravilla! ¡Solo para hacerse rico cosechando caucho, un producto que, encima, es cancerígeno! ¡Ni siquiera por odio! ¡Solamente por codicia! ¡Maravilloso!

LEOPOLDO II:


¡El negocio no se reconoce entre los Diez mandamientos como infracción!


DEMONIO:


No me cambie la palabra, gilipuertas. Dije "codicia"; ni siquiera ha tenido paciencia para leerse el Decálogo hasta el final. La codicia es el décimo pecado, y aun parece incluso que se repite dos veces, porque se encuentra ya implícito en el octavo. Y es muy productivo: causa todos los demás. En las cifras de facturación de este año, casi el noventa por ciento del "negocio" infernal nace de él. Y no figura solo en el Decálogo dos veces, sino que aparece en la más reducida lista de los Siete pecados capitales (antes eran ocho hasta que el Papa quitó el que más cometían los clérigos; por cierto que lo tenemos aquí sufriendo).


LEOPOLDO II:


Yo no hice nada de lo que se me acusa: estuve siempre en Bélgica.


DEMONIO:


La modestia es una virtud que solo se reconoce allá arriba. Ninguno de los que asolaron el Congo habría estado allí si usted no se hubiese propuesto convertir a un país en una empresa para su lucro personal. Abrió el camino, señaló la senda, creó el modelo de todos los imperialismos que vinieron después, hasta que ese grotesco Joseph Conrad lo denunció. Por demás, nos encanta su país; uno de nuestros reclusos favoritos es de allí: se llama Mark Dutroux. Por cierto que me han ordenado llevarle a su olla para que le dé por culo, le corte las criadillas, le arranque los ojos y le traspase los oídos, pero lo dejaré pasar por el momento, porque estoy disfrutando mucho con esta conversación, que ya no volveremos a tener. Verá, aquí hay mucha gente que está no por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer o impulsó a hacer a otros. La responsabilidad individual es solo un eslabón más de una larga cadena de iniquidad o de bendición. ¿Sabe usted cuantos años han durado las consecuencias de lo que hizo? ¿Que la más larga guerra civil del mundo, del Congo es, en el fondo, un fruto de lo que hizo?¿Puede calcular cuántas lágrimas ha provocado su infernal amor al oro y a sus semejantes? ¿No? Pues aquí llevamos la contabilidad, y basta la sola destrucción de una vida humana para hacer su peso infinito. Aquí no nos andamos con zarandajas con el karma: va a recibir todo lo que ha dado.



III


AGUSTÍN DE CASTRO:


Esto no es real



DEMONIO:


Pues bien que lo aseverabas en tus sermones allá arriba, gordo asqueroso.


AGUSTÍN DE CASTRO:


Pues que me pongan con los demás agustinos.


DEMONIO:


Gacetero malvado, no estás en disposición ya de querer ni exigir nada. Los que están aquí no quieren sufrirte y los que están allá ni siquiera se acuerdan de ti. Ahora lo único que eres es más combustible para este lugar.


AGUSTÍN DE CASTRO:


Usted es cruel

DEMONIO:


Es mi oficio.

AGUSTÍN DE CASTRO:


Yo creía que mi hábito, mis rezos y mis devociones serían una garantía para el Más Allá.

DEMONIO:


Eso me suena; creo que lo he leído en alguna página del marqués de Sade. ¿Qué hace un agustino citando a nuestro querido marqués? En fin, la respuesta es que aquí solo se miran los hechos: "Por sus frutos los conoceréis", dijo el mandamás. La verdad es que te estamos muy agradecidos. Gracias a tus desvelos fue falsamente denunciada la Constitución de Cádiz. Gracias a las soflamas de tu Atalaya de La Mancha en Madrid se restableció la Inquisición. Gracias a ti fue quemado Cayetano Ripoll, el inofensivo maestro de Ruzafa.

AGUSTÍN DE CASTRO:


¿Es que no es esto una Inquisición?

DEMONIO:


¿Es que tenía que ser un Infierno vivir allá arriba?


AGUSTÍN DE CASTRO:


¡Ay, ay, que me quemo!


DEMONIO:


Este es el fuego que tú mismo encendiste. Caliéntate con él, estúpido. Recibe la crueldad que dispensaste. ¿Qué, te arden bien los cojones?



IV




MENDIZÁBAL

Oye tú, diablo, sácame de aquí.


DEMONIO:

No se hacen tratos en el Infierno, y menos con un agiotista como tú.


MENDIZÁBAL


Podría hacer más mal allá arriba si me dejases vivir.


DEMONIO:


Aprecio tu oferta, pero dejaste tanta admiración y discípulos que ya no te necesitamos. Para actualizarte, además, necesitarías hacer demasiados cursillos de maldad. Pero te estamos muy agradecidos.


MENDIZÁBAL:


¿Agradecidos? ¿Por qué?



DEMONIO:


Creaste tal desigualdad social en el reparto de la riqueza en España que tú solito fuiste la causa directa de tres guerras civiles carlistas y otra en el siglo XX justo cien años después de tu obra maestra, la Desamortización de 1836. El mismo Lucifer quedó espantado de tu maravilloso trabajo político en el Partido Progresista y nos recomendó que lo estudiásemos con atención para el futuro. No veas el parque temático que hemos construido para divertirnos con tu tormento; te aseguro que tenemos al menos para tres o cuatro eternidades. Pedro Botero incluso ha creado una condecoración que lleva tu nombre, para premiar al político más nefasto.


MENDIZÁBAL:


¡Este lugar no me corresponde! ¡Yo soy judío!

DEMONIO:


¿Judío, dices? Lo serías si no te hubieses cambiado el apellido Méndez al vasco Mendizábal, para disimularlo. Entonces, so vergonzoso, no quisiste ser judío; ahora tampoco deberías. Por demás, este es un infierno universal y también aquí "es el llanto y el crujir de dientes".


MENDIZÁBAL:


¡AY! ¡AY! ¡AY!

DEMONIO:


Eres más flojo que el pedo de un marica. ¡Empieza a gritar de verdad!


V


JUAN MARCH:

¡Oiga, joven!

DEMONIO:

¿Es a mí?


JUAN MARCH:

Sí, sí, usted, el de los cuernos ebúrneos...

DEMONIO:

Qué vocabulario. Usted debe ser de los del bachillerato antiguo, ¿no?

JUAN MARCH:


Digamos que de otro tiempo. Querría hacerle una proposición.


DEMONIO:

No está usted en situación de proponer nada.


JUAN MARCH

Yo creo que sí. Verá, me he fijado en que en las calderas hay menos azufre que hace dos eternidades y me preguntaba si...

DEMONIO:


¡Calle, calle!

JUAN MARCH


Sí señor; lo he comprobado. Alguien, no sé quién, y por supuesto no me refiero a usted, debe estar llevándose algo de azufre para hacer contrabando.


DEMONIO:


Eso es absurdo. En el Infierno no hay corrupción, solo justicia.


JUAN MARCH:

¿Quiere usted decir que aquí todos los demonios poseen el mismo salario?

DEMONIO:


Sí. Así lo impuso el jefe..


JUAN MARCH:

Me suena. Creo que oí algo parecido cuando ingresé en un partido político republicano de izquierdas. Pero, entonces, ¿por qué lleva usted unos cuernos más lustrosos y de mejor calidad? He estado atando cabos y...


DEMONIO:


¡Calle, calle!

JUAN MARCH:

Yo soy un réprobo honrado; la Diablatura Suprema estaría interesada en...

DEMONIO:


¡Cállese de una vez!


JUAN MARCH:


Verá, si me cambiasen a un lugar más fresco, cerca del círculo superior, el Limbo...


DEMONIO:


¡No puedo! ¡Financió una guerra civil! ¡Hay quien dice que asesinó a un hombre! Y lo que es peor, ¡su fundación financia exposiciones de arte moderno! ¡Es imperdonable!


JUAN MARCH:


Pero hay quien dice que Santiago Bernabeu...

DEMONIO:


¿Qué? ¿Santiago Bernabeu?

JUAN MARCH:


Sí; que Santiago Bernabeu ha, digamos, mejorado de posición.


DEMONIO:


¡Es imposible! ¡Hay demasiados controles de calidad!


JUAN MARCH:

No debe de haber tantos cuando en el mismo Cielo se le rebelaron los ángeles a Dios padre ¿no?

DEMONIO:

¡Lo que hay que aguantar aquí!

martes, 24 de febrero de 2015

Enseñar la lengua

PROFESOR JUAN DE MAIRENA

Fuera de las perífrasis verbales de aspecto o aspectuales (que resaltan la fase del proceso verbal que se destaca), existen las perífrasis verbales de modo, que expresan la consideración o actitud del hablante ante el proceso verbal o acción. Las hay de dos clases: las de obligación y las de posibilidad. Por ejemplo, DEBER + INF. para indicar obligación y DEBER DE + INF. para indicar posibilidad: "Deben ser las cuatro" indica necesidad, obligación, y "deben de ser las cuatro" posibilidad, cábala, conjetura... al menos, en teoría.

ALUMNO DEL PROFESOR JUAN DE MAIRENA

¿Qué quiere decir con "al menos, en teoría"?

PROFESOR

Eso tiene que ver con la política, que no no obra con arreglo a la razón, a la ley y ni siquiera a la gramática; pero nosotros no nos dedicamos a eso: somos gente seria que solo se aplica a estudiar y no vamos por ahí haciendo el ridículo, imaginando y cometiendo fechorías o encargándonos de cometer las que nos encargan los bancos.

ALUMNO

Pero ¿qué quería decir?

PROFESOR

¡Mira que eres pesado! Quería decir que en este país nadie lee y, si lee, no entiende; peor: no quiere entender. Los mismos legisladores no usan la gramática para leer la ley e interpretan en ella lo que les da la gana. No saben (no quieren saber) interpretar el sentido literal, que es el único que tiene la ley, fuera de epiqueyas. Por eso la constitución es falsa, porque no se la lee ni interpreta en sentido literal: los juristas serios (quiero decir, los de fuera) la clasifican entre las semánticas o destinada a preservar los intereses de quienes la proponen, en este caso, no el pueblo. La Constitución española es un texto cuyo significado está aislado de la realidad: no prescribe ni ordena nada. Y voy al ejemplo: en su cap. II, art. 36 dice: "La estructura interna y el funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos". DEBERÁN SER DEMOCRÁTICOS es una perífrasis verbal modal de obligación. No es lo mismo decir que los jueces "deben ser justos" a decir que "deben de ser justos"; en el primer caso se exige y se manda, en el segundo se especula o propone, esto es, se niega que el texto sea una ley. La obligación, en el derecho español, ni ata ni desata, es una bernardina o, como dijo algún alcalde en el pasado, un cachondeo. Un puro efecto perlocutivo, diría el semántico Lyons. Leed los periódicos y veréis cuánto atan las obligaciones a los jerarcas que Joaquín Costa llamaba "oligarquías" o "caciquismo", lo que otros llaman casta. Ese mismo ridículo concepto de "discrecionalidad", que es la madre del cordero de la corrupción española. En su época partían el bacalao Cánovas y Sagasta, hoy Rajoy y Sánchez. ¡Ah, sí, también había un rey descendiente del amante de la Inquisición Fernando VII y un tercer partido político, el Demócrata, al que, por medio del pucherazo, los oligarcas no dejaban gobernar! Ese partido ninguneado era la razón de ser de Cánovas, Sagasta y del rey mamandante, el partido Democrático: había que impedir a toda costa que gobernase. ¿Por qué? Porque democrático viene de democracia, la palabra a que no se hace caso en el cap. II art. 36 de la carta otorgada con el fin de que ese rey se hiciera una silla o trono en España, algo que ninguno de sus beneficiarios quiere cambiar ahora.

Pero todo esto suena ridículo; vayamos a la gramática, porque nosotros somos gente seria. Quizá, si todos aprendemos bien la gramática, algún día nos dé por hacerle caso.

ALUMNO

Yo creía que usted enseñaba retórica, sofística y gimnasia, profesor.

PROFESOR

Lo hacía; pero hay que atender a los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.

miércoles, 18 de febrero de 2015

La contracción de la memoria

El paso del tiempo es lo único que ocurre. Es inevitable que nuestro soporte físico se reduzca y, con él, la capacidad de contener memoria, de retener la realidad. Sí, como las últimas teorías científicas afirman, somos información y nada más, la pérdida progresiva de la misma que supone la vejez nos vuelve esquemáticos y esencialistas, nos bate en retirada y empobrece el mundo al mismo tiempo que nos empobrece a nosotros.

Me explico: nuestra memoria empieza a volverse convergente, a hacer de dos recuerdos parecidos uno solo; no advierte las diferencias y se vuelve tozuda. Y los más grave: la información termina por disgregarse y aniquila el yo transformándonos en instrumentos de autodemolición: somos el fantasma que habita el castillo de su propia ruina. Los recuerdos se vacían de contenido hasta que nosotros mismos somos un recuerdo para nosotros mismos. El tiempo nos hace empalidecer sobre la superfice del mundo.


viernes, 24 de octubre de 2014

La última edad

-Pues verá usted, quiero hacer una actividad escolar que consiste en visitar la residencia de ancianos que hay aquí al lado de la carretera.

-¡Pero si usted es un profesor de lengua y literatura!

-Los viejos hablan un castellano más correcto que el nuestro, y recuerdan coplas populares y romances de la literatura oral que ahora mismo se están perdiendo. Es mi deseo que recojan y estudien este material. Es más, estimo que es muy educativo en valores humanos entrevistar a los viejos y que les pregunten por sus ilusiones y su idea de la vida para hacer una redacción. A lo mejor así los bajo de la nube (de Internet, del móvil, del fútbol)

-No les va a levantar el ánimo.

-A muchos de ellos no los visita nadie y lo agradecerán. Además les traerán un regalito. ¿Por qué hay que estar levantándoles siempre el ánimo? Conviene que los chicos aprecien lo que tienen y pueden perder. Eso los despabilará. Así tratarán mejor y con más respeto a la gente mayor.

-Está bien, está bien. Hay que abrirse a las novedades. Pero, mire usted, todo tiene un límite. Aquí hacemos una hoguera y migas el día de san Antón para los viejos; lo que no podemos hacer es como en Holanda, orgías para viejos. Entre otras cosas porque, si a ellos se les han muerto tres o cuatro ancianos y han dejado a varios hospitalizados, aquí, con la represión que hay, se nos moriría una docena.

-¿Y los indudables beneficios económicos de un programa semejante? La señora Cospedal no tiene imaginación. Podría ahorrarse una docena de pensiones y habría más sitio en las instituciones asistenciales. Aun mejor: ocuparían esas vacantes gente que requiere menos cuidados y podrían hacerse más recortes.

-Está usted de guasa.

-A los holandeses eso no les parece una guasa, ni tampoco a los desalmados que fraguan cosas como el ITTP, prevalecidos en que nadie puede controlar las instituciones y acuerdos antipopulares a nivel global. Tampoco en Japón: allí un ministro planteó a los viejos la necesidad de morirse más rápido y les animó a colaborar en el bienestar colectivo haciéndose el harakiri por los demás, como los bomberos de Fukushima. Ellos sí que están de más.

-Pues yo no haré eso con mis viejos, no señor. Tendría que despedir y reducir plantilla.Pero, por otro lado, ¿no considera morboso traerse a los jovencitos para que vean tantas ruinas humanas?

-Doy literatura universal. En una distopía / utopía como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, algo tan desagradable de leer para un adolescente como Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo, hay una escena en la que llevan a los jóvenes a un moridero para que se vayan acostumbrando a lo inevitable. Y se ríen.

-No entiendo nada de eso. Pero puede realizar la actividad.

***

En la residencia todo está lleno de viejos y locos. Para ahorrar espacio y presupuesto han mezclado a los viejos con los locos, aunque en teoría viven en plantas separadas del edificio. Pero los locos suben y bajan las escaleras continuamente y a los cuidadores y el resto del personal les trae al fresco: no hay modo de controlarlos todo el tiempo y recoger sus mierdas y orines tampoco les da ánimos para más; están cansados de ser infrahéroes y algunos, además, tienen un carácter insoportable que se les contagia como una urticaria. No pocos viejos -llamémoslos así, y no ancianos o mayores- están cosificados por las instituciones: son objetos situados en una estantería / sillón. No hay revistas ni periódicos ni libros, solo una televisión apagada, porque a nadie le interesa ver a jóvenas de ombligos rutilantes y a políticos lustrosos que hablan sin parar. Por no hablar de la publicidad, la privada y la de los telediarios. Un viejo está aquí porque su mujer se suicidó y se ha quedado solo en el mundo. Otro no hace otra cosa los siete días a la semana que jugar mecánicamente al dominó. Hay una vieja sin hijos que nunca ha querido casarse y vive pendiente de la visita anual que le hace una sobrina que vive en Madrid. No piensa en otra cosa, porque si pensara en otra cosa vería lo que ve por la ventana donde ha colocado sus zapatos para que no se los lleve la loca sonriente que viene a reírse de ella todos los días: unas hermosas vistas al cementerio. Algún chusco ha llamado al barrio que tiene enfrente, demolido por inciertas cuestiones municipales, el barrio de Vista Alegre. Solo se han visto cosas parecidas en los libros y cuadros de Solana. Los chicos salen del edificio como Jodie Foster después de haber visto a Aníbal Lecter. Ha sido una experiencia muy intensa. Ya saben lo que les aguarda probablmente en la vejez a seis millones de parados que están empezando a dejar la edad adulta. Algunos se han reído nerviosamente; pero en sus redacciones no se habla de nada de eso, sino del horror.

Así que yo prefiero hablar de las hermosas coplillas que han reunido.