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miércoles, 10 de junio de 2020

Enigmas, de Iliya abu Madi

Elia o Iliya abu Madi (1889-poeta libanés


ENIGMAS ("Al Talasim", en Los arroyos, 1927).

Traducción de Nayib Abumalham y Monstserrat Abumalham Mas. He modificado levemente la puntuación y sustituido algunas palabras, muy pocas, por sinónimos más adecuados.

I

He venido, no sé de dónde, pero he venido.
ante mí vi un camino y caminé
y seguiré caminando quiera o no.
¿Cómo vine, cómo veo mi camino?

No sé.

¿Soy nuevo o antiguo en esta existencia,
soy libre y emancipado, o un preso encadenado?
¿Soy yo el que conduce mi vida o soy conducido?
Tengo la esperanza de saberlo, pero...

No sé.

Mi camino... ¿cuál es mi camino? ¿Es largo o corto?
¿Por él asciendo o me precipito y me hundo?
¿Camino yo por el sendero o el sendero se desliza,
o estamos parados ambos y el destino es el que corre?

No sé.

¡Ay de mí! Cuando yo estaba en un mundo escondido y seguro,
¿me veíais como si supiera -mientras estaba enterrado- 
que un día aparecería y sería,
o tal vez parecía como si nada supiera?

No sé.


¿Antes de ser hombre,
fui siquiera la nada, un absurdo o fui algo?
¿Tiene solución este enigma?  ¿Perdurará siempre?
No sé. ¿Y por qué no sé?

No sé.

II

El mar

Un día pregunté al mar: ¿Mar, soy yo de ti?
¿Es cierto lo que algunos cuentan de ti y de mí,
o te parece que pretenden calumnia, mentira y falsedad?
Sus olas se rieron de mí y dijo:

"No sé".

Mar, ¿sabes cuántos milenios han pasado sobre ti?
¿Sabes, tal vez, la playa que yace junto a ti?
¿Saben los ríos que de ti salen y a ti vuelven
qué dijeron las olas al revolcarse?

No sé.

Eres un prisionero, Mar; ¡cuán grande es tu prisión!
Y como yo, oh poderoso, no eres dueño de ti;
mucho se asemejan tu estado y el mío, tus excusas y mis excusas.
Cuando escape de mi prisión, ¿te liberarás tú también?...

No sé.

Envías las nubes que riegan nuestra tierra y los árboles.
Te devoramos y decimos comer frutos.
Te bebemos y decimos beber lluvia.
Cuando lo decimos ¿acertamos o erramos?

No sé.

Pregunté a las nubes del espacio si recordaban tus arenas,
al árbol frondoso si sabía de tus favores,
si las perlas en los cuellos recordaban que de ti venían;
tal vez me lo imaginé; pero dijeron:

"No sé".

Mientras danza la ola, en tu abismo hay una guerra sin fin.
Crías pececillos junto a monstruos depredadores;
en tu seno conviven muerte y hermosa vida.
¡Ay de mí! ¿Eres cuna o sepultura?

No sé.

¡Cuántas jóvenes como Layla y mancebos como Ibn al-Mulawwah
dejaron sus horas en tu playa! Ella sus lamentos, él sus explicaciones.
Si él hablaba, ella lo atendía. Si ella decía, él cantaba.
¿El rumor de las olas es un secreto que ambos perdieron?

No sé.

¡Cuántos reyes, en tu entorno, levantaron cúpulas
y, al llegar la mañana, no quedaba sino niebla!
¿Regresarán, mar, algún día, o no tienen ya retorno?
¿Quizá están en la arena? La arena dijo: "Sin duda yo...

No sé".

En ti, como en mí, oh poderoso, hay conchas y arena,
pero tú no tienes sombra y yo dejo sombra sobre la tierra,
tú tampoco tienes seso, mar, y yo tengo inteligencia,
¿por qué, escucha, yo paso mientras tú permaneces?...

No sé.

Libro del destino, dime: ¿tiene él un antes y un después?
¿Soy yo una barca, en tanto fluye él sin límites?
¿No tengo yo objetivo, aunque el destino, en mi caminar, tenga sus metas?
Ojalá supiera; pero, ¿cómo saber?

No sé.

En mi pecho, mar, hay secretos maravillosos
a los que cubrió un velo. Yo mismo soy ese velo,
y cuanto más me acerco, más lejos están.
Me miro, y cuando ya casi lo averiguo...

No sé.

Yo, mar, también soy un mar, cuyas costas son tus costas,
entre el mañana ignorado y el ayer; y ambos te abarcan.
Ambos somos una gota, mar, de este y aquel.
Pero no me preguntes qué es el mañana o qué es el ayer, yo...

No sé.

III

El convento

Me dijeron: en el convento están los que alcanzaron el secreto de la vida;
pero yo no encontré allí más que mentes petrificadas
y corazones de los que se borró la esperanza: un despojo.
¿Soy el que está ciego o lo están los demás?

No sé

Se dijo: "Sé que los dueños de los secretos viven en celdas."
Dije: "Si verdad dice quien dice, es un secreto a voces".
¡Sorprendente! ¿Cómo pueden ojos velados ver el Sol,
mientras ojos sin velos no lo ven?

No sé.

Si el apartamiento es ascetismo y virtud, el lobo es monje,
y la guarida del león es un convento digno de veneración.
¡Ay de mí! ¿Ese apartamiento mata o da vida a las virtudes?
¿Podrá borrar un pecado, si él mismo lo es?

No sé.

Vi en el convento rosas entre espinas
conformarse con agua salobre, tras probar el fresco rocío.
A su alrededor hay luz de vida, pero se contentan con la oscuridad.
¿Es sensato matar el corazón a fuerza de conformidad?

No sé.

Como un alegre amanecer, entré al convento una mañana;
y como noche cerrada lo abandoné al atardecer.
En mi alma había una pena, y luego fueron más.
¿Del convento o de la noche procede mi dolor?

No sé.

Entré al convento a preguntar a los ascetas,
pero ellos, como yo, estaban estancados por la duda,
la indiferencia los dominaba y a ella se entregaban;
sobre la puerta estaba escrito:

No sé.

Es sorprendente: el místico asceta, ser inteligente,
abandona el mundo y, con él, todas las bellezas del Creador,
para buscarlo en un lugar desierto.
¿Ha visto en el desierto agua o un espejismo?

No sé. 

¡Cuánto polemizas, asceta, acerca de la absoluta verdad!
Si Dios hubiera querido que no ansiaras las cosas buenas
te habría construido sin seso y sin espíritu.
Lo que haces es, pues, pecado... Dijo: "Realmente yo...

No sé".

¡Tú que huyes! Es vergonzosa tu huida.
Nada bueno hay en lo que haces, ni siquiera para el desierto.
Eres un criminal ¡y qué criminal! Un asesino sin causa.
¿Puede Dios tener clemencia y perdonar algo así?

No sé.

IV

Entre tumbas

Me dije, estando entre tumbas,
¿se puede ver paz y sosiego si no es entre las fosas?
Mi alma apuntó: "Los gusanos tienen donde roer en las cuencas de los ojos".
Luego añadió: "A ti que preguntas, de verdad yo...

No sé".

Mira como todo se iguala en este lugar;
se confunden los restos del esclavo con los del rey,
aquí se aúnan el enamorado y el que odia,
¿no es esta la más completa igualdad? Y mi alma dijo...

"No sé".

Si la muerte es castigo, ¿cuál es la culpa de la pureza?
Si se trata de una recompensa, ¿cuál el mérito de la lujuria?
Y si no es ganancia ni pérdida,
¿a qué vienen esos nombres de "pecado" o "virtud"?

No sé.

¡Tumba, habla! ¡Contadme, despojos!
¿Acabó la muerte con los sueños? ¿Ha muerto el amor?
¿Quién lleva muerto un año y quién un millón,
o es que el tiempo en las tumbas se convierte en nebulosa?

No sé.

Si es la muerte un sueño, al que sigue largo despertar,
¿por qué no continúa esta hermosa vigilia nuestra?
¿Y por qué el hombre no sabe cuál es el momento de partir
y cuándo se desvela el secreto y conoce?

No sé.

Si la muerte es un dormir que colma el alma de paz;
si es libertad, no prisión; si es comienzo, no final,
¿por qué prefiero el sueño y no ansío morir
y por qué los espíritus sienten de ella temor?

No sé.

¿Tras la tumba, después de la muerte, hay resurrección,
vida y eternidad, o acabamiento y desaparición?
¿Son ciertas las palabras de la gente o son falsas?
¿Es verdad que algunos saben?...

No sé.

Si tras la muerte resucito en cuerpo y alma
¿te parece que resucitaré en parte o entero?
¿Crees que resucitaré como un niño, o lo haré como un hombre?
¿Me reconoceré, tras la muerte, a mí mismo?

No sé.

Amigo mío, ¡no me des esperanzas de rasgar el velo!
Después del tránsito, mi entendimiento no se ocupará de lo externo.
Si hoy, que comprendo, no sé cuál es mi destino,
¿cómo sabré, después de muerto, cuál es mi camino?

No sé.

V

El palacio y la choza

Vi un alto palacio de elevadas cúpulas
y dije: "Quien te construyó, lo hizo para que acabaras en ruina.
¿Tú eras parte de él, pero no sabes cómo desapareció
y él tampoco sabe qué encierras o lo sabe?"

No sé.

¡Proyecto! Eras una quimera antes de que te diseñaran tus constructores,
eras solo una idea en un cerebro al que cubrieron las sombras,
eras el deseo de un corazón al que devoraron los insectos,
tú eras el arquitecto que te trazó, o no, no...

No sé.

¡Cuántos palacios imaginó su constructor para durar y permanecer
plantados como cimas de montes, excelsos como las estrellas!
Pero el tiempo arrastró su cola sobre ellos y ahora son solo rastros,
¿por qué construimos, y por qué construimos para que se destruya?

No sé.

Nada hay en el palacio que no se halle en una humilde choza,
aquí y allá, soy un esclavo entre la duda y la certeza
y prisionero para siempre de ambas: la noche y la clara mañana.
¿Soy yo en el palacio o en la choza más refinado?

No sé.

Ni en la choza ni en el palacio de mí puedo huir.
Imploro y temo, me compadezco y me enojo,
ya sea mi ropa de seda dorada o de cáñamo.
Y, ¿para qué quiere ropas el desnudo?

No sé.

Pregunta a la aurora. ¿Tiene la aurora barro y mármol?
Pregunta al palacio. ¿No lo ocultan, como a la choza, las tinieblas?
Pregunta a las estrellas, al viento, al llanto de las nubes:
¿Veis las cosas como yo las veo...?

No sé.

VI

El pensamiento

Tal vez un pensamiento cruzó el umbral de mi alma con claridad,
y yo lo creí mío. Pero apenas se asentó, desapareció
como un fantasma se refleja en un pozo un instante y, luego, desaparece.
¿Cómo vino y por qué huyó de mí?

No sé.

¿Lo has visto acaso navegar sobre la tierra de un alma a otra?
¿Algo lo apartó de mí y no quiso quedarse
o, tal vez, lo has visto  pasar por mi alma como yo atravieso un puente?
¿Es posible que antes que la mía otra alma lo viera?

No sé.

¿Lo has visto, como un relámpago, brillar un instante y desaparecer?
¿Tal vez lo viste como un ave enjaulada, que, al fin, echa a volar,
o lo viste como una ola que se inclina hacia mi alma y se hunde?
Tal vez yo lo ande buscando y esté en mi interior,

No sé.

VII

Duelo y combate

Doy fe de que en mi interior hay un duelo y un combate.
Como un demonio me veo a veces y otras como a un ángel.
¿Soy acaso dos personas, y esta se niega a unirse a aquella,
o te parece que me equivoco en lo que veo?

No sé.

Mientras mi corazón conversa al amanecer es como una fronda,
y en él hay flores, aves canoras y arroyos.
Cuando llega el atardecer, se vuelve inhóspito y seco como el páramo.
¿Cómo se mudó mi corazón de vergel en desierto?

No sé.

¿Donde fueron mi risa y mi llanto de niño,
dónde mi ignorancia y mi reposo de mozo ingenuo,
dónde fueron mis sueños, que caminaban conmigo?
Todo ello se perdió, pero ¿dónde se perdió?

No sé. 

Tengo fe. Pero no son mi fe y mi virtud como las que tenía.
Lloro, pero no como solía.
También a veces me río, pero ¿qué clase de risa es esa?
¡Ay de mi vida! ¿Qué lo mudó todo?

No sé

Cada día tengo una ocupación, a cada instante unos sentimientos.
¿Soy el yo que era hace noches y meses
o, al ponerse el Sol, soy otro que a su salida?
Cada vez que pregunto a mi alma, me contesta:

"No sé".

Siempre que tuve algo lo desprecié
y, cuando lo perdí, lo deseé.
¿Qué me lo hizo amable, qué odioso?
¿Soy yo la misma persona que se apartó de ello?

No sé.

Tal vez hubo alguien con quien viví, por un tiempo, en alegría y diversión,
o un lugar que fue para mí, con el paso del tiempo, entretenimiento y placer.
Desde lejos, me hace señas y me parece más agradable y más nítido que de cerca,
pero ¿cómo permanece la imagen de algo ya desaparecido?

No sé.

Tal vez se trate de un huerto cuyos árboles defendí toda mi vida,
impidiendo que nadie cortara una flor de él.
Las aves llegaron al amanecer y picotearon sus frutos,
¿es de las aves del cielo el huerto o mío?

No sé.

Tal vez lo que es malo para Zayd sea bello para Bakr,
y ambos disputan, mientras para Amr es una quimera.
¿Quién tiene razón en lo que pretende, ¡ay de mí!
y por qué no hay medida para la belleza?

No sé.

He visto que la belleza se olvida, al igual que los defectos,
y el orto se desea igual que se desea el ocaso
y el mal y el bien he visto pasar y volver,
¿por qué considero, pues, al mal un intruso?

No sé.

La lluvia al caer lo hace contra su voluntad,
y las flores de la tierra esparcen su perfume a la fuerza,
no puede la tierra ocultar sus flores ni sus espinas:
no preguntes cuál de ellas es más deseable o más odiosa,

No sé

Tal vez las espinas se vuelvan corona de rey o de profeta
y sea la rosa adorno para el ojal de un ladrón o un pecador.
¿Envidian las espinas en el campo a la flor brillante
o te parece que las menosprecian?

No sé.

Tal vez las espinas que punzan mi mano me prevengan de un peligro,
mientras el veneno está en el perfume que penetra mi olfato.
Sin embargo, las rosas gozan del favor de mi aprecio y mi ley;
ley que puede ser injusta, pero...

No sé.

He visto a las estrellas no saber por qué brillan.
He visto a las nubes no saber por qué son generosas.
He visto al bosque no saber por qué se cubre de hojas.
¿Por qué todos me igualan en ignorancia?

No sé.

Cada vez que creí haber alzado el velo
y cada vez que creí que era mío el secreto, mi alma se rio de mí.
Descubrí desesperación y duda, sin encontrarme a mí.
¿La ignorancia es dulce o un infierno?

No sé.

Es para mí un placer escuchar el trino de los ruiseñores,
el susurro de las hojas verdes, el murmurar del arroyo,
y ver a las estrellas, como antorchas, brillar en la oscuridad;
¿te parece que el placer viene de ellas o de mí?

No sé.

¿Te parece que alguna vez fui melodía en una cuerda
o, tal vez, una onda en un río
o que estuve en una brillante estrella?
¿Fui perfume, susurro o brisa?

No sé.

Dentro de mí, como en el mar, hay conchas, arenas y perlas.
En mí, como en la tierra, hay prados, llanuras y montes.
En mí, como en el espacio, hay estrellas y nubes y sombras.
¿Soy mar o tierra o espacio?

No sé.

Entre mis bebidas están néctar, vino y agua pura.
Entre mis alimentos carne, frutas y verduras.
¿Cuántos seres en mi ser se han deshecho y mudado
en cuántos seres existe algo de mi ser?

No sé.

¿Soy yo más elocuente y dulce que el pajarillo del valle,
más seductor que la flor, si su perfume es más agradable?
¿Soy más astuto que la serpiente o más asombroso que la hormiga,
o más insignificante y humilde que ambas?

No sé.

Todos ellos, como yo, viven. Todos, como yo, mueren.
Todos tienen qué beber, como yo, y, como yo, qué comer.
Todos velan y duermen. Todos hablan, todos callan.
¿En qué me distingo de ellos? ¡Ay de mí!

No sé.

He visto a la hormiga procurarse el alimento como yo.
Ella tiene en la existencia objetivos y derechos como yo.
A los ojos del tiempo, son iguales su silencio y mi hablar;
ambos, un día, nos convertiremos en...

No sé

Soy como el vino y soy, a la vez, mi vino y mi jarra;
su origen está oculto como el mío y su cárcel es de barro como la mía.
El lacre que la sella se le puede arrancar como a mí
sin que sepa por qué, y yo...

No sé.

Se equivoca quien dice que el vino es hijo de la tinaja,
porque, antes de estar en el barro, estaba en las venas de la cepa.
Existía, antes que en las entrañas de la vid, en las nubes.
Sin embargo, antes de eso, ¿dónde estaba?

No sé.

Hay en mi cabeza una idea, en mis ojos una luz,
en mi pecho esperanzas y en mi corazón sentimientos.
En mi cuerpo hay sangre que corre y se agita;
sin embargo, antes de eso, ¿cómo era?

No sé.

No recuerdo nada de mi vida pasada.
No sé nada de mi vida por venir.
Tengo un ser, pero no sé en qué consiste.
¿Cuándo sabrá mi ser el misterio de mi ser?

No sé.

He llegado y paso sin saber.
Soy un enigma. Mi marcha y mi llegada son un enigma.
El que logró este enigma es él mismo un confuso enigma.
No discutas; sensato es quien dijo que yo...

No sé.

sábado, 6 de enero de 2018

Epistolarios

Anna Caballé, "Literatura a la carta. La constante aparición de nuevos epistolarios demuestra el creciente interés por el género que se vive en la cultura española. Pero no siempre fue así", en El País, 5 ENE 2018

La reciente publicación de dos importantes epistolarios —Cartas a Mercedes, del novelista murciano Miguel Espinosa, y las cartas cruzadas entre Gerardo Diego y Juan Larrea entre 1916 y 1980—, así como la traducción de la correspondencia íntegra, sin cortes, de Virginia Woolf con Lytton Strachey, nos permite reflexionar, una vez más, sobre el interés emergente de las correspondencias en el seno de la cultura española. Bienvenido sea, pues sabemos que no siempre fue así. De hecho, hasta fechas recientes las cartas, así como otra documentación autobiográfica —archivos, diarios, notas personales, borradores, manuscritos—, fueron papeles que tenían una dimensión estrictamente erudita, cuando la tenían, sin que se comprendiera su enorme alcance testimonial, biográfico y tantas veces literario.

Pero la función principal de la carta ha sido siempre la comunicación. Alguien tiene algo que decir a otra persona y ese es el motivo que permite establecer una correa de transmisión gracias a la cual la distancia geográfica o la distancia psíquica logran superarse. Hasta la llegada del teléfono las cartas iban y venían constantemente, de una calle a otra de la misma ciudad, de una ciudad a otra, de un país a otro, de uno a otro imperio… Era el único modo eficaz de ponerse en contacto y, como ahora ocurre con el correo electrónico o las redes sociales, la gente ocupaba una parte significativa de su tiempo para mantener al día su correo. En la medida en que las cartas tienen un destinatario concreto, indicado, bien en los mismos pliegues del papel (procedimiento habitual cuando la carta se entregaba en mano), bien en el sobre, su contenido depende de a quién se dirigen. Es la naturaleza de la relación entre los corresponsales la que condiciona el contenido, el estilo y el mundo de afectos que se construye sobre el papel.

Dicho esto, es evidente que, aunque la carta esté condicionada por el destinatario y por la relación contraída con él, hay mucho que decir del remitente. Américo Castro, cuando escribe a su amigo Guillermo Díaz-Plaja, poco antes de morir, le dice que, solo y aislado en un hotel de Playa de Aro, la carta es su única forma de poder tocar todavía el mundo. Muy al contrario, Ignacio de Cepeda le pedía discreción y reserva a Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1840 cuando esta intentaba seducir al joven y pacato sevillano a través de unas valientes y al mismo tiempo estudiadas cartas autobiográficas: la escritora cubana estaba convencida de que Cepeda se enamoraría de ella a poco que conociese la nobleza de sus sentimientos. Pero no fue así: descubrir que era una intelectual aficionada a reflexionar sobre su mundo le asustó indeciblemente. Por una poco frecuente, entonces, decisión de los descendientes de Cepeda, se conserva aquella interesante correspondencia, aunque solo del lado de la autora cubana. Nadie se preocupó de la preservación de su archivo cuando murió en 1873. Como escribiría Juan Valera, a su entierro no acudieron más de 10 o 12 personas. ¿Y qué pensar de lo ocurrido con el romántico Enrique Gil y Carrasco? Cuando muere precozmente en Berlín (1846), sus amigos (entre ellos, Alexander von Humboldt) recogen sus papeles y cartas y los depositan en la Embajada de España. Allí quedarían, muertos de risa, hasta el bombardeo del edificio en la Segunda Guerra Mundial. A nadie le importaban.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Ramón y Cajal. La mayor parte se ha perdido

Es mejor no pensar en la pérdida documental sobre la que se ha edificado la cultura española. La destrucción, la dejadez, la rapiña, la censura propia y ajena… Concepción Arenal quemando sus cartas enviadas a la condesa de Mina dos meses antes de morir; Manuel Murguía destruyendo la correspondencia de su esposa, la gran Rosalía de Castro, después de su muerte, porque las cartas le comprometían; la viuda de José Tarín Iglesias presumiendo de haber quemado las cartas más personales de su amigo el escritor Joaquín Montaner. Todo ello nos impide a menudo escribir como deberíamos las vidas de personajes fascinantes que cruzaron nuestra historia sin que apenas tengan entidad, más allá de los hechos escuetos de su vida.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Santiago Ramón y Cajal. Su hijo lo depositó íntegramente en el Instituto Cajal. Pero la mayor parte de las cartas (unas 12.000, según cálculo de su editor, Juan Antonio Fernández Santarén) se han perdido. Es decir, se vendieron en su día fraudulentamente a anticuarios, pasaron a engrosar colecciones particulares o bien fueron a parar a un contenedor cuando el Centro de Investigaciones Biológicas necesitó tener más sitio en su laboratorio. ¿Son pues papeles viejos que ocupan espacio, un objeto preferido de la rapiña nacional, una huella incómoda y pertinaz de una vida vivida y que debe eliminarse? ¿O bien las cartas vienen a ser una especie de carbono 14 de la cultura biográfica, el peso atómico de una vida humana de la cual, una vez transcurrida, nos queda tan solo la acumulación de las huellas que la sobrevivieron? Dos formas, en definitiva, de tratar el pasado y de entender la cultura, pero entre una y otra hay un mundo, el que va de la barbarie o la mezquindad al respeto y el reconocimiento del prójimo y de su mundo. Pensemos en las sabrosas cartas que han sobrevivido a la historia de amor entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.

El correo es un medio cultural fundamental: promueve la escritura, teje relaciones entre personas y comunidades y, como dijo Carlos Monsiváis, mantiene viva la esperanza. “Renuncio a tus poemas si piensas que con ellos sustituyes tus cartas; ese montón de alas estremecidas que vibran en mis manos, frescas con el rocío de nuestra intimidad”, escribe una moderna y abierta Ernestina de Champourcín a Carmen Conde, dos años menor y en cierto modo su discípula. Alas estremecidas, huellas supervivientes, trozos de vida perdida que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue.

¿Hay placer mayor que recibir una carta de alguien a quien se ama? “Me gustaría recibir aún más cartas tuyas. Me gustaría que me inundases de palabras, que me dijeses lo que ya sé pero que tanto me gusta oírte. Así, por carta, resulta menos ruborosa la confesión”, escribe un joven y ansioso Camilo José Cela a su novia, Charo Conde, el 8 de julio de 1941. La “manía epistolar” de Cela le llevaba a copiar las cartas que escribía y que por supuesto guardaba en su impresionante archivo. Casi 100.000 cartas, conservadas en la desdichada Fundación CJC y que van saliendo con cuentagotas. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que los investigadores puedan acceder libremente a la correspondencia del premio Nobel, imprescindible en la comprensión del funcionamiento de la cultura española durante el franquismo?

Al comienzo del artículo señalábamos el cambio de mentalidad operado en cuanto a la percepción del valor de las cartas. ¿Cuándo se produjo este cambio? Más allá de un fenómeno importante como ha sido la traducción de epistolarios escritos en otras lenguas —un hecho decisivo pues nuestra cultura es fundamentalmente una cultura de importación, que también operó en otros géneros como el diario o la autobiografía—, diría que fue la publicación del epistolario entre Jorge Guillén y Pedro Salinas, editada por Andrés Soria Olmedo. Una importante apuesta de la editorial Tusquets, pero también de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT), que abrió el horizonte historiográfico a los especialistas en la generación del 27 y al público cultivado: ahí teníamos a dos grandes poetas y dos grandes amigos a los que solo conocíamos hasta entonces por sus versos volcando en la intimidad de sus cartas muchos años de vida literaria, de opiniones contundentes, voluntades, exilio, amores, logros e insatisfacciones. La publicación (1992) coincidía con la maravillosa explosión memorialística de los años ochenta y noventa, que nos permitió recuperar una experiencia colectiva hasta entonces severamente deturpada.

A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital

¿Qué ocurrirá en un futuro inmediato? Las cartas viajaron en el pasado de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos. Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos en el papel, enfundadas dentro de una botella echada al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado, una vez más, el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden de nuevo a la escritura (correo electrónico, SMS, Whats­App, Telegram, redes sociales) un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. A medio camino de lo oral, lo escrito y lo visual (gracias a los emoticonos), el correo digital fluye torrencialmente. Con su inmensa variedad de recursos, es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de tejer, o destejer, lazos con él. Incluso con los muertos, como hace Vicente Molina Foix en El joven sin alma, o bien Cecilio de Oriol y José Lázaro en El alma de las mujeres.

Tampoco la novela epistolar murió porque nunca dimos tanto valor a las cartas. ¿Cómo no aprovechar ese interés para fundar un museo nacional dedicado a promover el conocimiento de correspondencias y legados personales? ¿Cómo no hemos preparado todavía una antología con las mejores cartas escritas en castellano para ofrecer a los estudiantes un modelo histórico-literario y un estímulo humano? A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital, pero no parece que el futuro sea menos interesante que el pasado, cuando las cartas servían para envolver el pescado. Siempre se ha trabajado así, con lo que queda del día, por decirlo con Kazuo Ishiguro. Lo que queda, nunca lo que fue.

‘Cartas a Mercedes’. Miguel Espinosa. Alfaqueque, 2017. 720 páginas. 25 euros.

‘Epistolario’. Gerardo Diego y Juan Larea. Residencia de Estudiantes, 2017. 1.050 páginas. 25 euros.

‘600 libros desde que te conocí’. Virginia Woolf y Lytton Strachey. Traducción de Socorro Giménez. Jus ediciones, 2017. 128 páginas. 4,50 euros.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Inéditos de Francisco Umbral

P. Unamuno, "Umbral inédito: contra el Ejército, la Iglesia y los ricos en 'El hijo de Greta Garbo'", en El Mundo, 17 de diciembre de 2017:

El monólogo teatral es el último texto rescatado del escritor y ex columnista de EL MUNDO

Son 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones a mano y apenas correcciones

Pocos autores se hallan tan vivos, literariamente hablando, en los años posteriores a su muerte como lo está Francisco Umbral cuando se cumple una década de la suya. Por un lado, tenemos el creciente caudal de significaciones de una obra extensa y brillante. Por otro, los textos inéditos que ven la luz periódicamente y aquellos otros que aún aguardan en el sótano de la dacha de Umbral en Majadahonda, donde los custodia su viuda, María España Suárez.La profesora de la Universidad de Pau Bénédicte de Buron-Brun, que visita a España dos veces al año -verano y navidades- y pone orden en los cajones atestados de papeles, es la artífice de estos descubrimientos, el último de los cuales es el monólogo teatral El hijo de Greta Garbo, escrito al parecer por Umbral justo después de que terminara la novela del mismo título de 1982.Se trata de un texto de 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones añadidas a mano por el autor y muy pocas correcciones, como era habitual en él, porque -como explica María España a EL MUNDO- pensaba mucho y cuando se ponía a escribir parecía simplemente «trasladar al papel lo que tenía en la cabeza», lo cual que invertía en redactar un texto casi lo que se tarda en teclearlo.De Buron-Brun nos advierte de entrada que el inédito es una seria «diatriba» contra los estamentos militar y, sobre todo, religioso que podía haber levantado ampollas en su momento (y aún hoy) de haberse publicado, extremo que verificamos horas más tarde al leer pasajes como éste: «Ustedes los curas matan gente, cada bendición de usted ha matado unos cientos de niños (...) en la guerra y la postguerra, o sea la represión».En el monólogo, Clara es una chica de provincias que llega a Madrid y trabaja como secretaria de Azaña, con cuyas ideas comulga. Entabla relación con Alejandro, joven culto y escritor sin obra, como buen dandi, que acaba muerto por sus ideas políticas; al tiempo que él, fallece el hijo que esperaban, y ambas víctimas operan en la mente de Clara a modo de símbolos de su sueño fallido, «el de don Manuel, la Xirgu (...), la República, la libertad, los versos de Federico, al amor».Entre acordes que van de Las tardes del Ritz a Lilí Marlen y el Cara al sol, Clara carga contra quienes aniquilaron sus esperanzas y la condenaron a vender su cuerpo a un prohombre del régimen, esto es, «la Iglesia, el Ejército, la Falange y los ricos propiamente dichos, que son los que han ganado», escribe Umbral.En uno de los fragmentos más luminosos de la obra, la protagonista única dice a Alejandro y al público: «Perdimos la guerra porque nosotros defendíamos un sueño y Franco defendía unas tierras, unos latifundios, unos Bancos (...). Nuestra España era un poema y la de ellos es una cuenta corriente».

A pesar de compartir título, el monólogo difiere bastante de la novela El hijo de Greta Garbo, una remembranza de la madre del propio escritor -izquierdista y madre soltera en la posguerra y en una capital de provincia- en la que es legítimo advertir «la cifra del universo tierno y duro, materno y huérfano, de todo el ciclo novelesco umbraliano de la infancia y la provincia», como señaló en su día Miguel García-Posada.Eduardo Martínez Rico, autor de una tesis doctoral y dos libros de entrevistas con Umbral, recuerda la afición del vallisoletano a reciclar los títulos cuya sonoridad le agradaba. Así se explicaría que eligiera éste para una pieza teatral que no guarda demasiada relación con la novela, y que por tanto no supone un spin-off de ésta sino únicamente una especie de variación sobre el mismo tema.En cuanto a la elección del formato de monólogo, Martínez Rico pone de manifiesto que la creación más aclamada de Umbral, Mortal y rosa, publicada siete años antes, «puede verse también como un monólogo» que trata, además, sobre la muerte de un hijo: el de Umbral y María España en la realidad, el de Clara y Alejandro en El hijo de Greta Garbo.La viuda del narrador vería con buenos ojos que «alguien se animara» a poner sobre las tablas este monólogo inédito tan asombrosamente bien escrito. Quedan muy lejos en el tiempo -y él ya no puede sufrirlas- las críticas que recibió el bautismo teatral de Umbral en un proyecto colectivo de 1978 llamado Cabaret político y compuesto por las obras Don Tancredo, de Carlos Luis Álvarez, Cándido; La Bella Otero, de Manuel Vicent, y Los felices cuarenta, de Umbral.Enrique Llovet, por ejemplo, masacró el intento y dijo no perdonar a ninguno de los tres autores «la frivolidad, la ligereza o el desdén» con que se habían acercado a la expresión dramática; del responsable del montaje, Antonio Guirau, afirmó que «no pagaba con la vida» haber hurtado la «ayuda técnica» que exigían unos textos «dramatúrgicamente débiles» que tomaban «la más zafia, la más roma, la más torpe de las direcciones».Umbral era el único de la terna que salvaba los muebles, a ojos del crítico. Su pieza era la más lograda porque, «de algún modo, los personajes comparecen y median entre el autor y nosotros. Resuenan los ecos de las Canciones para después de una guerra [como en El hijo de Greta Garbo monólogo] y funciona la nostalgia», señalaba.Quién sabe si sería el momento de probar suerte con otra obra teatral de Umbral. Mientras la oportunidad se presenta o no, Bénédicte de Buron-Brun prosigue con su doble tarea de divulgar la obra conocida del escritor y de desempolvar cuando viene a Madrid la que duerme en el sótano de la casa de María España. El día de nuestra entrevista, la profesora acaba literalmente de pasar a máquina un guión televisivo inédito de Umbral, Los pájaros de mamá, a un paso de resultar ilegible por degradación de la tinta. En cajones de material ya ordenado y guardado en la planta principal de la dacha, se hallan escritos susceptibles de publicación como los dedicados a Rubén Darío y el extenso ensayo sobre el nacionalismo de cuya existencia ya tenía noticia Eduardo Martínez Rico cuando frecuentaba la casa a principios de los años 2000.

lunes, 11 de diciembre de 2017

El Pla impublicable

Juan G. Bedoya, "Josep Pla: “El catalán es un fugitivo y, a veces, cobarde” Publicados los dietarios del escritor ampurdanés que no incluyó en sus ‘Obras Completas’, ni siquiera después de la muerte de Franco", en El País,  22 NOV 2017:

Pla. Josep Pla. José Pla. El Julio Camba catalán según Manuel Vázquez Montalbán. Nuestro Michel de Montaigne, en palabras de Salvador Pániker. Pla, a secas, (Palafrugell, 1897– Llufríu, 1981) es sin duda el mejor escritor contemporáneo en lengua catalana (aún hoy, a 36 años de su muerte, es el más leído) y uno de los grandes narradores en castellano, autor de una obra inmensa, publicada en 38 tomos (más de 30.000 páginas). Murió viejo y trabajó hasta el final, preparando y corrigiendo sus Obras Completas. Así quiso titularlas. Sin embargo, dejó inédito un material considerable, sin explicar los motivos en un tiempo, los años 80 del siglo pasado, en el que había desaparecido la censura franquista.

Podía haber publicado cuanto quisiera a partir de 1976. ¿Por qué no lo hizo? La editorial Destino ofrece ahora, en castellano y catalán Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas (título original: Fer-se totes les ilusions posibles i altres notes disperses. En estas páginas está la respuesta. Franco no habría tolerado un libro así; los catalanistas de ahora, el expresident Jordi Pujol a la cabeza, habrían maltratado al autor aún más de lo que lo hicieron; la izquierda lo detestaría con razón y, en fin, la Iglesia católica habría puesto el grito en el cielo ante las pullas anticlericales, auténticas puyas, de un autor que creían de su parte, pese a repetir toda su vida que no creía en Dios.

Se dijo muchas veces que Pla era un reaccionario, un franquista, un rico payés biempensante, un cínico irónico. Lo fue y no lo fue. Escritor hiperactivo, trotamundos, fumador y bebedor empedernido, misógino y, para colmo, catalanista emboscado visto desde Madrid, lo que sí fue Pla es catalán hasta la médula. Pero nunca se sintió catalanista. Si lo fue, lo escarmentaron muy pronto. Apenas cumplidos los 20 años era ya diputado de la Mancomunidad de Cataluña por la Lliga Regionalista, hasta la disolución de ese organismo por el dictador Primo de Rivera. Pla acabó poco más tarde en un muy bien aprovechado exilio en París. He aquí, resumidos, cuatro ejemplos de este delicioso libro de 220 páginas que matizan las generalizaciones del pasado.

Los catalanes. "El primer drama del catalán consiste en el miedo a ser él mismo. Pero hay otro todavía más grave: el catalán no puede dejar de ser quien es. Ante un problema de dualismo irreductible, todavía no se ha inventado nada más cómodo que huir. El catalán es un fugitivo. A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir de manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. A veces es derrochador hasta la indecencia y otras tan avaricioso como un demente, a veces es un lacayo y otras un insurrecto, a veces un conformista y otras un rebelde” (…). El catalán es un ser humano que se da —que me doy— pena. Unamuno dice que [los catalanes] hasta cuando parecen que atacan están a la defensiva".

El catalán. “El bilingüismo plantea, a mi modo de ver, el problema del subconsciente catalán —origen de todo el drama cultural del país— [cuando Pla dice “país” quiere decir Cataluña], porque el pueblo que no logra manifestar su subconsciente de manera holgada, libre y normal, pierde fatal y certeramente su personalidad. El arrinconamiento al que aludo crea en el catalán un sentimiento de inferioridad permanente. Esto ha dado lugar a una psicología curiosa: la psicología de un hombre dividido, que tiene miedo de ser él mismo y, al mismo tiempo, no puede dejar de ser quien es, que se niega a aceptarse tal como es y que no puede dejar de ser como es. No son elucubraciones mías, son hechos. Son las señales típicas del complejo de inferioridad”.

Franco. “Este abyecto régimen de Franco. La inmensa cantidad de generales, almirantes, etcétera, de este país ha vivido el mejor momento del siglo. España es un pantano de mierda de enormes dimensiones. Después de la Guerra Civil y el triunfo de Franco, se produjo tal invasión de golfería que fue literalmente imposible seguir creyendo. Si una resquebrajadura de cualquier tipo dejara pasar el aire, se derrumbaría todo el pantano. Las autoridades no son más que los inspectores del mantenimiento estable de la mierda. He escrito en los periódicos, he hablado en la radio, he publicado libros, he obtenido un premio. Todo lo he hecho para ganarme la vida. Nunca he hablado de política. Es decir, he hecho constantemente oposición no hablando de política. En los tiempos que me ha tocado vivir, no podía hacer nada más. Nunca he sido un héroe —que quede bien claro—. Pero ¡qué pena!”.

La Iglesia. “Iglesia, militarismo, latifundismo y burguesía son harina del mismo costal. El ejército es la garantía de la diferencia de clases. El contrato es el siguiente: la burguesía paga al militarismo parasitario y, a cambio, la Iglesia defiende la diferencia de clases. La Iglesia católica nunca había gozado, en este país, de tanta influencia y de tantos privilegios como en este período. Los militares y el alto clero han podido construir, edificar y mandar en todo, hasta el punto de llegar a dar la impresión de que la religión iba en aumento. A menudo, por otra parte, el católico practicante considera que la religión puede vivir tranquilamente del aire del cielo y de la pureza ideal, y no brilla por su generosidad. Hay quien cree que el hecho de que los curas cobren del Estado ha sido más bien contraproducente para la Iglesia. Es posible. Pero si no cobra del Estado, ¿de quién cobrarían, por el amor de Dios? A los curas se les aprecia sobre todo si salen baratos”.

Una víctima de la censura

Esencial en la modernización de la lengua catalana, Pla hace literatura para todo el mundo: claridad, inteligibilidad, sencillez. En ocasiones escribió libros que firmaron otros. “Un negro mal pagado”, se queja. ¿Franquista? La proclamación de la II República en abril de 1931 la vivió en Madrid, donde era corresponsal de La Veu de Catalunya. No es ni antirrepublicano ni antimonárquico, pero prudentemente, alegando razones de salud, abandona un Madrid peligroso para él pocos meses antes del golpe militar de Franco. No vuelve a Barcelona para quedarse. También veía peligros allí. En septiembre de 1936 huye en barco a Marsella con Adi Enberg, su novia noruega. Como Enberg resultó ser espía de Franco en un servicio financiado por Francesc Cambó, a Pla se le acusó más tarde de ser él mismo espía para los golpistas.

Despreciaba a Jordi Pujol, al que llamaba "el Milhombres", y Pujol le correspondió echándolo de Destino en cuanto compró la revista a través de Banca Catalana. Soportó la censura como pudo. Francesc Montero lo documenta en la presentación de este libro. En un texto sobre el amor, le tacharon la siguiente frase: "El amor cristiano es puro tedio —aburrimiento cósmico". En una ocasión en que Lluís Pericot hace una crítica a la dictadura, Pla lo cuenta y añade: “Pero por lo bajo (porque entonces gobernaba Franco)". El censor tacha esta frase. Acerca de los madrileños de mucha raigambre, de los que dice que en la guerra civil, en general, se mantuvieron a la expectativa, Pla escribe: “Al triunfar el franquismo, practicaron el franquismo con delirio”. Eliminado. Sobre el puritanismo de aquel régimen escribe: “El alcohol es muy productivo, pero devasta a la gente”. El censor deja esta frase, pero suprime esta otra: “Lo sé por experiencia. La Guerra Civil y el franquismo han sido fatales. Ha sido un régimen de jesuitas y curas abstemios, inútiles y fanáticos”.

¿Misógino Pla? No da esa impresión en este libro. Pero se regodea escribiendo de personajes adinerados que presumen de sus correrías en casas de citas. Él mismo se presenta como víctima de aquella España “sobrecargada de catolicismo y de curas y frailes”. Su insatisfacción la expresa así: “¡La edad en la que corría todo el día con el pito bajo el brazo! ¡Qué tragedia! Es horrible, literalmente”

domingo, 3 de diciembre de 2017

Entrevistas inéditas con Lorca


Pero el poeta, asesinado en Granada al alba de la Guerra Civil, fue el hombre más entrevistado de su tiempo. Y esa voz queda en periódicos y revistas del mundo hispano. 133 están en Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas (Malpaso, 2017), preparado por Rafael Inglada con la colaboración de Víctor Fernández, y en Treinta y una entrevistas a Federico García Lorca (Entornográfico Ediciones, 2017), una reedición corregida y aumentada de las conversaciones periodísticas que le encargó a Andrés Soria Olmedo (para Aguilar) el editor Jaime Salinas, que sí escuchó la voz del poeta en casa de Pedro Salinas, su padre, poeta y amigo de Lorca.

Ya no hay nadie que pueda decir cómo era su voz. “Acaso”, dice Soria Olmedo, “jóvenes que estuvieran en La Barraca. Pero tampoco creo que haya supervivientes”.

En el libro de Malpaso hay 52 entrevistas que nunca fueron publicadas en las obras completas, cuya última edición es de 1996. En este tomo se reproducen testimonios póstumos sobre lo que se le escuchó decir al poeta asesinado fuera del formato de entrevistas. De Indro Montanelli, por ejemplo, el periodista italiano, que recoge asombrado un sueño de Lorca sobre Salvador Dalí. El más conmovedor de esos recuerdos es el que ya publicó en 1978 su amigo Rafael Martínez Nadal.

 Entrevista con el poeta en la publicación argentina 'Aconcagua', en 1933.ampliar foto
Entrevista con el poeta en la publicación argentina 'Aconcagua', en 1933.
Ahí está Lorca desgarrado y premonitorio. Días antes de partir a Granada, donde sería asesinado el 18 de agosto, Lorca fue a ver a Rafael a su casa. Tenía miedo, no quería quedarse solo en su casa de Alcalá 102, y le preguntó a la madre de Rafael qué debía hacer, si permanecer o irse de una ciudad en cuyos campos él mismo vislumbraba un porvenir lleno de muertos. Le ofrecieron casa y él simuló dudar, pero la decisión estaba tomada, iría a Granada. "Me voy a Granada y que sea lo que Dios quiera". Le dejó a Rafael todas sus cosas, para que las destruyera si le pasaba algo. Entre esas cosas estaba el manuscrito de El público, inédito hasta 1976; Lluís Pasqual hizo de esa pieza insólita una versión que pone los pelos de punta, porque en ella se oye esa última voz desgarrada de Lorca agarrándose al público, que fue su vida.

Lorca era un buen entrevistado. Dos periodistas de La mañana de León (Rafael Fernández Cabal y Francisco Pérez Herrero, 12 de agosto de 1933) lo encontraron especialmente locuaz. Hablan del compromiso político del escritor y a él se le viene lo que pasa con Rafael Alberti. “Ahí tienen ustedes el caso de Alberti, uno de nuestros mejores poetas jóvenes que, ahora, luego de su viaje a Rusia, ha vuelto comunista y ya no hace poesía, aunque él lo crea, sino mala literatura de periódico. ¡Qué es eso de artistas, de arte, de teatro proletario!... El artista, particularmente el poeta, es siempre anarquista, sin que sepa escuchar otras voces que las que afluyen dentro de sí mismo, tres fuertes voces: la voz de la muerte, con todos sus presagios; la voz del amor y la voz del arte…”.

Sería difícil hoy encontrar voces así, en público, incluso entre acérrimos adversarios de la vida literaria actual. Miren lo que dice Lorca de Valle-Inclán y de Azorín.

—¿Qué le parece Valle-Inclán como poeta?

—Detestable. Como poeta y como prosista. Salvando el Valle-Inclán de Los esperpentos, ése sí, maravilloso y genial, todo lo demás de su obra es malísimo. Como poeta, un mal discípulo de Rubén Darío, el grande. Un poco de forma, de color, de humo… pero nada más (…). Además, y esto es para indignar a cualquiera, ahora nos ha venido fascista de Italia. Algo así como para arrastrarlo de las barbas… ¡Ya tenemos otro Azorín!...

—A propósito, ¿qué nos dice usted de Azorín?

—No me hablen ustedes… Que merecía la horca por voluble. Y que como cantor de Castilla es pobre, muy pobre. (…) ¡Qué gran diferencia entre la Castilla de Azorín y la de Machado y Unamuno!... ¡Qué diferencia!”

Tanto Soria Olmedo como Inglada y Fernández destacan una entrevista insólita que se halla en ambas compilaciones, la que se hicieron mutuamente el caricaturista Luis Bagaría y Federico García Lorca para inaugurar una sección de aquel en El Sol el 10 de junio de 1936, vísperas del desastre. Bagaría hacía chistes con Miguel Mihura y aquí hablan el poeta y él, de coña y en serio, de filosofía, del ser y de la muerte. Ahí Lorca cita a sus maestros, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.

Y de Granada se habla en casi todas las entrevistas, las nuevas y las viejas. Al periodista Rodolfo Gil Benumeya le dice (La Gaceta Literaria, 15 de enero de 1931) cuando iba a irse a Nueva York "tan tranquilo". "Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de lo perseguido. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro. Granada huele a misterio, a cosa que no puede ser y, sin embargo, es. Que no existe, pero influye o que influye precisamente por no existir, que pierde el cuerpo y conserva aumentado el aroma. Que se ve acorralada y trata de injertarse en todo lo que le rodea, y amenaza para ayudar a disolverla”.

No hay tema que rehúya el entrevistado Lorca. No, tampoco el de su homosexualidad. Inglada, que es especialista en Picasso pero que en el tiempo libre ha buscado horas infinitas para Lorca (y para Buñuel y la vanguardia), encuentra que en estas entrevistas, hay materia “para una especie de autobiografía” del poeta más locuaz, alegre y desgarrado del siglo XX. Víctor Fernández, lorquiano desde los 14 años, ahora periodista en La Razón, agradece a Ian Gibson que el gran especialista en Federico le aconsejara que se viera con Inglada para rendir ahora juntos (“y enfermos de Lorca”) este homenaje que reúne todas las palabras que el poeta les dijo a otros antes de irse definitivamente a Granada. Ahí ya se perdió su voz. Pero su palabra es eterna.

LA VOZ PERDIDA

Se perdió la voz de Lorca. Tacharon, por ejemplo, en Argentina, donde tanto habló, las cintas en las que fue grabada: encima pusieron cualquier cosa. Y no hay ni un registro de nada, ni del piano. ¿Y cómo debía de ser su voz? Andrés Soria Olmedo es granadino. Cree que Lorca debía tener el mismo deje de Francisco Ayala (que le entrevistó, por cierto) o de Luis Rosales. “Una voz no muy poderosa, pero entonada, sin pretensiones de engolamiento”. Así hablaba su hermano Francisco, al que sí se le puede escuchar en muchas grabaciones. “Parecida pronunciación”, dice Soria. ¿Y qué hay en lo que decía? “Alegría y tristeza”, dice Rafael Inglada, “sinceridad”. Víctor Fernández añade: “Y, a veces, se le nota mentirosillo, fantasioso”. “Era un buen entrevistado, es verdad que a veces él mismo se mejora un poquito, se quita un año, se modela algo para parecer mejor. Pero tiene opiniones radicales y era un buen sujeto para entrevistas. Aquello era un género nuevo y él lo aprovechó mucho”. La alegría de encontrar tanta entrevista nueva es, para Inglada y para Fernández, el mejor medicamento que han podido encontrar para la común enfermedad que los anima, el amor a Federico García Lorca, cuya voz ellos y Soria Olmedo han devuelto en libros distintos del papel del que viene.

viernes, 22 de julio de 2016

La poesía inédita de Feijoo

Poco a poco va saliendo a la luz la poesía inédita de Feijoo, últimamente treinta y tres poemas nuevos, que alargan a más de un centenar los que ya se conocen de él; es conceptista, pero moderado según el ejemplo, creo yo, del Eugenio Gerardo Lobo de la segunda época, ya que sus agudezas no son oscuras sino entendibles. Que tenía un concepto ya romántico de la Poesía lírica, adelantado a su tiempo, ya se sabe, o lo sabemos desde que lo subrayó Guillermo Carnero, pero no se deja llevar por la libertad de sentimientos y pensamientos, porque no era su natural disposición. Me hace gracia aquello de:

El creer lo que no vemos
es de los cristianos fe,
mas la fe de los amantes
es querer lo que se ve. 

Y es elegante este a la consagración de una novicia:

Estribillo

La mariposa alada
oh, con cuán finas ansias
al fuego luciente del amor divino
se llega, se acerca, se enciende, se abrasa,
y de su ceniza
se forma nueva llama.

Coplas

Para el mejor sacrificio,
mariposa enamorada
en su corazón se lleva
hoguera, víctima y ara.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

En su corazón que, puesto
en la pira soberana,
va avivando los ardores
con el batir de las alas.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

Tan festiva es la tragedia,
que del luto se hace gala 
sirviendo el humo que sube
al cielo, de luminaria.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama].

Mucho arde y mucho luce,
pues, aun después de apagadas,
brillando están las pavesas
mil celestes llamaradas.
Y de su ceniza
[se forma nueva llama]. 

La víctima acepta el cielo
y tanto su ardor le agrada,
que desde hoy plaza de estrella
en su esfera le señala.
Y de su ceniza 
[se forma nueva llama].


Hay un par de romances satíricos e ingeniosos, donde se cita por cierto a Don Quijote, y dos sonetos satíricos:

 «A un poeta malo que en sus versos siempre introduce especies deshonestas»

Versista entre los serios machacón
como entre los festivos matachín,
si aun para poetastro eres ruïn,
¿quién te mueve a poeta baladrón?

Hirviendo de Asmodeos el riñón
tienes, según te explicas, oh, mastín;
y en priapismos ardes, porque, al fin,
es tu deidad el ídolo Dagón.

Atente a tu ejercicio de trühan,
que te viene mejor, como también 
al que contigo va de mancomún.

Deja las coplas, que asco a todos dan,
pues tu discurso es de un palafrén;
tu gracia y tu donaire, de un atún.

A un poeta malo que en sus versos siempre introduce especies deshonestas

Siendo tu cara y hechos de pagano;
la traza y modales, de Agareno,
dinos ¡así Dios quiera hacerte bueno!
qué señas te han quedado de cristiano.

Si la inmundicia tienes de marrano;
de víbora o cerastes, el veneno;
de razón y de juicio estará ajeno
quien en ti reconozca el ser humano.

Después de examinarte sin encono,
por canicular bruto te defino,
pues tus escritos dicen, uno a uno,

que tienes en morder diente canino,
y muestras en ladrar con desentono
y en tus torpes pruritos, lo perruno.