P. Unamuno, "Umbral inédito: contra el Ejército, la Iglesia y los ricos en 'El hijo de Greta Garbo'", en El Mundo, 17 de diciembre de 2017:
El monólogo teatral es el último texto rescatado del escritor y ex columnista de EL MUNDO
Son 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones a mano y apenas correcciones
Pocos autores se hallan tan vivos, literariamente hablando, en los años posteriores a su muerte como lo está Francisco Umbral cuando se cumple una década de la suya. Por un lado, tenemos el creciente caudal de significaciones de una obra extensa y brillante. Por otro, los textos inéditos que ven la luz periódicamente y aquellos otros que aún aguardan en el sótano de la dacha de Umbral en Majadahonda, donde los custodia su viuda, María España Suárez.La profesora de la Universidad de Pau Bénédicte de Buron-Brun, que visita a España dos veces al año -verano y navidades- y pone orden en los cajones atestados de papeles, es la artífice de estos descubrimientos, el último de los cuales es el monólogo teatral El hijo de Greta Garbo, escrito al parecer por Umbral justo después de que terminara la novela del mismo título de 1982.Se trata de un texto de 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones añadidas a mano por el autor y muy pocas correcciones, como era habitual en él, porque -como explica María España a EL MUNDO- pensaba mucho y cuando se ponía a escribir parecía simplemente «trasladar al papel lo que tenía en la cabeza», lo cual que invertía en redactar un texto casi lo que se tarda en teclearlo.De Buron-Brun nos advierte de entrada que el inédito es una seria «diatriba» contra los estamentos militar y, sobre todo, religioso que podía haber levantado ampollas en su momento (y aún hoy) de haberse publicado, extremo que verificamos horas más tarde al leer pasajes como éste: «Ustedes los curas matan gente, cada bendición de usted ha matado unos cientos de niños (...) en la guerra y la postguerra, o sea la represión».En el monólogo, Clara es una chica de provincias que llega a Madrid y trabaja como secretaria de Azaña, con cuyas ideas comulga. Entabla relación con Alejandro, joven culto y escritor sin obra, como buen dandi, que acaba muerto por sus ideas políticas; al tiempo que él, fallece el hijo que esperaban, y ambas víctimas operan en la mente de Clara a modo de símbolos de su sueño fallido, «el de don Manuel, la Xirgu (...), la República, la libertad, los versos de Federico, al amor».Entre acordes que van de Las tardes del Ritz a Lilí Marlen y el Cara al sol, Clara carga contra quienes aniquilaron sus esperanzas y la condenaron a vender su cuerpo a un prohombre del régimen, esto es, «la Iglesia, el Ejército, la Falange y los ricos propiamente dichos, que son los que han ganado», escribe Umbral.En uno de los fragmentos más luminosos de la obra, la protagonista única dice a Alejandro y al público: «Perdimos la guerra porque nosotros defendíamos un sueño y Franco defendía unas tierras, unos latifundios, unos Bancos (...). Nuestra España era un poema y la de ellos es una cuenta corriente».
A pesar de compartir título, el monólogo difiere bastante de la novela El hijo de Greta Garbo, una remembranza de la madre del propio escritor -izquierdista y madre soltera en la posguerra y en una capital de provincia- en la que es legítimo advertir «la cifra del universo tierno y duro, materno y huérfano, de todo el ciclo novelesco umbraliano de la infancia y la provincia», como señaló en su día Miguel García-Posada.Eduardo Martínez Rico, autor de una tesis doctoral y dos libros de entrevistas con Umbral, recuerda la afición del vallisoletano a reciclar los títulos cuya sonoridad le agradaba. Así se explicaría que eligiera éste para una pieza teatral que no guarda demasiada relación con la novela, y que por tanto no supone un spin-off de ésta sino únicamente una especie de variación sobre el mismo tema.En cuanto a la elección del formato de monólogo, Martínez Rico pone de manifiesto que la creación más aclamada de Umbral, Mortal y rosa, publicada siete años antes, «puede verse también como un monólogo» que trata, además, sobre la muerte de un hijo: el de Umbral y María España en la realidad, el de Clara y Alejandro en El hijo de Greta Garbo.La viuda del narrador vería con buenos ojos que «alguien se animara» a poner sobre las tablas este monólogo inédito tan asombrosamente bien escrito. Quedan muy lejos en el tiempo -y él ya no puede sufrirlas- las críticas que recibió el bautismo teatral de Umbral en un proyecto colectivo de 1978 llamado Cabaret político y compuesto por las obras Don Tancredo, de Carlos Luis Álvarez, Cándido; La Bella Otero, de Manuel Vicent, y Los felices cuarenta, de Umbral.Enrique Llovet, por ejemplo, masacró el intento y dijo no perdonar a ninguno de los tres autores «la frivolidad, la ligereza o el desdén» con que se habían acercado a la expresión dramática; del responsable del montaje, Antonio Guirau, afirmó que «no pagaba con la vida» haber hurtado la «ayuda técnica» que exigían unos textos «dramatúrgicamente débiles» que tomaban «la más zafia, la más roma, la más torpe de las direcciones».Umbral era el único de la terna que salvaba los muebles, a ojos del crítico. Su pieza era la más lograda porque, «de algún modo, los personajes comparecen y median entre el autor y nosotros. Resuenan los ecos de las Canciones para después de una guerra [como en El hijo de Greta Garbo monólogo] y funciona la nostalgia», señalaba.Quién sabe si sería el momento de probar suerte con otra obra teatral de Umbral. Mientras la oportunidad se presenta o no, Bénédicte de Buron-Brun prosigue con su doble tarea de divulgar la obra conocida del escritor y de desempolvar cuando viene a Madrid la que duerme en el sótano de la casa de María España. El día de nuestra entrevista, la profesora acaba literalmente de pasar a máquina un guión televisivo inédito de Umbral, Los pájaros de mamá, a un paso de resultar ilegible por degradación de la tinta. En cajones de material ya ordenado y guardado en la planta principal de la dacha, se hallan escritos susceptibles de publicación como los dedicados a Rubén Darío y el extenso ensayo sobre el nacionalismo de cuya existencia ya tenía noticia Eduardo Martínez Rico cuando frecuentaba la casa a principios de los años 2000.
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