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viernes, 14 de abril de 2017

Walking around

Aunque Walt Whitman es el poeta de la democracia y del optimismo, su hijo hispanoamericano Pablo Neruda le salió comunista, pesimista y aun nixonicida; hay hijos que salen respondones: el verso libre es que da demasiada libertad, y hasta puede terminar fraguando epopeyas liberatrices como el Canto general, que pone a españoles y a anglosajones a parir.


Yo soy más bien de César Vallejo (según Merton «el más grande poeta católico desde Dante, y por católico entiendo universal»), y aun devoto de la Virgen de Anarcos, pero de Neruda he sacado el título para este artículo, porque va de las vueltas que doy a lo que escribo. Y no son pocas; con este artículo no sabía ni por dónde no empezar. Es un problema escoger qué escribir, sobre todo si vives dentro de un mundo de papel, porque sobran los temas que faltan a los que viven fuera de ese plano tan plano. Así que me he puesto a escribir sobre el escribir. Pensé antes hablar de la única continuación del Don Quijote compuesta por un manchego, el ilustrado jerónimo fray Juan de Valenzuela (1699-1778), Progresos de Sancho Panza después de la muerte de Don Quijote, pero si pocos se han leído el Quijote, menos aún sus continuaciones. Como las fechas son propicias pensé en materias religiosas, lo que no exige cultura ni pensamiento y alimenta tanto como las torrijas, ya lo dice Luz Sánchez-Mellado, que es de Campo de Criptana aunque escriba en El País: "Resucitan a un muerto", y ni siquiera hay que esperar tres días. Pero ¡qué narices, si también lo ha dicho y hecho Diana Rodrigo!

Así que me acordé entonces de un pasaje sobre las religiones de los Cuadros de viaje del judío Heinrich Heine, ese alemán marxiano / becqueriano que decía que "dedicarme a la literatura me ha costado millones, porque me causó caer en la desgracia de mi tío el banquero y millonario Salomón Heine". Dice allí, por boca del hamburgués que le acompaña por Italia: "El cristianismo es una buena religión para un varón distinguido que puede pasarse el día haciendo el tonto y el vago sin hacer nada, y para un aficionado al arte; pero no para un hombre de negocios que tiene que despabilarse para ganarse la vida". Del protestantismo afirma que "es demasiado racional, es como el agua: no hace daño pero tampoco sirve para nada: no tiene fanatismos ni milagros", harto reseco de sentimiento y espectáculos. Y en cuando a la judía, "no es una religión, es una desgracia. No se cosecha de ella sino daño y oprobio y no se la deseo ni a mi peor enemigo". ¡Carajo, con Heine! No me extraña que la tradición afirme que dijera al morir: "Dios me perdonará. Es su oficio". Podría seguir por ahí y declamar que "el mundo se ha vuelto gris con el aliento del pálido Galileo", como escribió el inédito Swinburne, fallecido antes de que le dieran el premio Nobel, quizá de una de esas palizas que le atizaban sus estrictas (o su amigo Burton, un raro que frecuentaba a tíos que encuadernaban sus libros con piel humana); o comentar mis piezas favoritas de música sacra: la Pasión según San Mateo, de Herreweghe y el colegio vocal de Gante, con una gótica y tristísima Hana Blažíková, o el Stabat Mater de Pergolesi, que conmovía hasta a témpanos como el ilustrado Tomás de Iriarte y nos deja ahora para descabellar y el arrastre en la versión de Sabina Puértolas y Les talents lyriques. 

O también podría hablarles de algunos poetas posrománticos, en particular del que puebla mis pesadillas, Larmig, muy religioso por cierto, pero que se rebanó el cuello de oreja a oreja y escribió lo más bello que se puede escribir sobre María:

Sé que la dicha que el humano anhela
en este valle lóbrego no anida:
es ave cautelosa, que no vuela
sino en alta región desconocida.
¿Qué es la dicha? El amor que no recela,
que nada teme, que jamás olvida.
¿Dónde el perenne amor tiene su imperio?
Del cielo en el recóndito misterio.

Y, ¿qué fuera ese cielo prometido
sin el encanto del amor dichoso?
Un desierto sin linde conocido
y cuanto más inmenso más penoso,
vasto templo con oro revestido
encerrando sepulcro silencioso:
y es la pena mayor del negro averno
eterna vida, sin amor eterno.

o

Amor que siempre acrece y nunca muere,
lluvia que alegra el prado y no lo anega,
mano que siempre cura y nunca hiere


La religiosidad de Larmig es auténtica, no impostada ni teatrera, como la nuestra. Poseía la sensibilidad de un auténtico místico. Su libro se titula Mujeres del Evangelio (1873) y es uno de los grandes desconocidos del gran postromanticismo español.

Pero también dudaba en si hablarles de la extraña y larga suerte de una desolada cita de Leopardi, o de la vez que, hace un par de meses, nos fuimos a ver el estreno de Paterson de Jim Jarmusch en Las Vías tres escritores tan chalados como J. L., E. M. y yo mismo, día aquel lleno de hechos increíbles y dignos de perpetua recordación que alguna vez tendré que desembuchar, pero que hoy no tengo arrestos para desenredar. Y, como con solo enumerarlo me ha bastado para fraguar el artículo, aquí me quedo.

domingo, 26 de marzo de 2017

Las armas de la fe

El fallecimiento casi simultáneo de Martin McGuinness y de la cordial filopapista Paloma Gómez Borrero me ha hecho reflexionar un poco (solo un poco: nunca me hice ilusiones sobre mi inteligencia) sobre dos tipos de catolicismo que se han dado y dan incluso hoy. Hay un terrorismo católico (cuya vertiente popular es más bien un pantuflismo católico) que consiste en exseminaristas del IRA o la ETA, ideólogos como el canónigo manchego Mugueta que auspiciaron la guerra civil contra los rojos (que traduciremos del fascista a "demócratas") o los ultras que se fabricaron un Dios de derechas, a su imagen y semejanza, con un Cristo-Mahoma más que rey sultán (y aun Erdogán), con una cara opuesta de guerrillero y guevariano (el "Che" solo era, según Savater, "un Rambo de izquierdas" crucificado por la CIA para justificar el engorde de sus dietas). Muchos de estos fanáticos solo ocultaban en realidad a románticos desesperados, deseosos de pureza y, a decir verdad, carentes de la virtud más esencial: la humildad.

El amor de esa clase de religiosos por las armas es característico; Pedro, por ejemplo, fundador de los soi-disants católicos, siempre llevaba una espada colgando y llegó a usarla para cortar orejas, aunque el muy cobarde se las cubrió tres veces, como hacen sus herederos cuando se habla de pedofilia y de su "San" Francisco (Franco), cuyas facturas no quieren pagar; al cura Don Camilo (y a Pepone) de Giovanni Guareschi le gustaban a rabiar (me he leído todas sus novelas) pero a estos cristianos armados hasta los dientes como los del IRA o ETA no los inspira la religión verdadera, sino un mero y ciego y romántico fanatismo que encubre, ya lo he dicho, una egolatría de bastante estatura; incluso de la estatura de la cruz del Valle de los caídos no precisamente por la democracia y por la convivencia; nunca ha habido en España monumento alguno para estos. 

De hecho, las guerras civiles siempre las ganan los Caínes, a los que podemos identificar no por su nombre, sino porque siempre portan un arma, aunque sea una mera quijada de asno. Las ganan los militares, y entre ellos los mejor pertrechados, contra los civiles indefensos. Cuando las guerras son caras, se las pagan los ricos a que en realidad sirven (Juan March, por ejemplo). Los hermanos militares nunca serán nuestros guardianes, aunque pensemos que sí; lo saben en Argentina y en Chile, y en España los que leyeron su nombre en las listas de gente prescindible durante el 23-F (están publicadas, pero ya se sabe qué es lo que se recuerda y lo que no en esta prensa de mierda). Las espadas de los cruzados tienen forma de cruz y las de los musulmanes de media luna, aunque solo la cruz es un instrumento de ejecución, y si estos últimos tienen su yihad o guerra santa, los cristianos tienen el versículo de Mateo, X, 34: "Yo no he venido a traer la paz, sino la espada". Si me dicen que se debe interpretar en sentido espiritual, yo les diría que lo mismo cabría hacer también con las suras del Corán sobre la yihad, pero la verdad es que quienes se fueron a las Cruzadas azuzados por los papas no eran de esa opinión. No voy a decir que en el pasado el Islam fue tan tolerante como hoy lo es el Cristianismo, que tuvo sus propias guerras sectarias entre católicos y protestantes hasta que la potencia defensora del cesaropapismo, la fanática España, quedó desarmada y derrotada. No: Cristo no mató a nadie, Mahoma sí: ordenó el genocidio de  los Banu Qurayza, por ejemplo. Ese elemento humilde y de mala conciencia del cristianismo terminó al cabo por desarrollarse contra el fanatismo de otros cristianos, y se separaron así definitivamente a mediados del XVII religión y estado; la paz volvió a una Europa más humilde, la Europa del humanismo frente a la del mesianismo. 

Porque España es mesiánica. Los españoles siempre hemos andado en busca de esa pureza de la que hemos hablado y echamos fuera de la piel de toro a musulmanes, judíos, humanistas, protestantes, moriscos, liberales y demócratas: nos empobrecimos, no solo espiritualmente. Mesías ya hemos tenido demasiados, incluso ahora tenemos un Messi y la adoración de la pelota, que nos ha librado de mesianismos más peligrosos pero nos ha empobrecido igual. En realidad, cualquier texto sagrado puede interpretarse mal o incluso al revés y nadie nos puede decir qué es lo correcto; de ahí la multiplicidad de las sectas, cada una con su particular y partiporculizante mesías. Es la sensación que se saca tras leer Las preguntas de Zapata, el famoso libelo contra la Biblia de Voltaire que leí hace unos treinta años. 

Baroja dejó escrito que los españoles han resuelto todos los problemas esenciales de la vida negándolos; que esa es la única manera de resolverlos. Para hacer algo así siempre hace falta un mesías y su correspondiente demonio que lo justifique, lo ensalce, lo entronice, lo divinice, le dé el status de Dios indiscutible e indiscutido, puro, purísimo, místico, español.

La salvación está en ocuparse de cosas más patateras y humildes todos los días: el trabajo, la comida, la ciencia, el ahorro, la enseñanza, la gente, pagar las cuentas... Lo vio la Institución Libre de Enseñanza, el intento más serio de reforma europeizadora que hemos tenido. Lo realmente universal y unánime es la ciencia, no la mística. Todos los científicos son unánimes a la hora de definir un átomo, tiene un solo significado; pero hay mil opiniones, todas ellas perfectamente improbables y ridículas, sobre lo que sea o pueda ser Dios. Incluso la de que es el perfecto pretexto para justificar el exterminio del hombre.

domingo, 26 de febrero de 2017

El Opus Dei controla gran parte de la Justicia y de las estructuras del Estado


La orden religiosa cuenta con oficinas de información en diferentes ciudades españolas. Su objetivo: tratar de controlar la imagen que se ofrece sobre ellos. Ex integrantes aseguran que la orden fundada por Escrivá de Balaguer intenta impedir que se conozcan sus verdaderos objetivos. Sus miembros gobiernan tribunales y grandes empresas.

Cierre los ojos. Ahora piense en mujeres y hombres poderosos. Sobre todo hombres. Vuelva a abrirlos. Probablemente, entre los rostros que han desfilado por su cabeza haya al menos uno del Opus Dei. La mayoría no lo dice públicamente. No por vergüenza, sino por orden sagrada.

Casi 90 años después de su fundación, la orden religiosa más influyente de España se resiste a perder sus puestos clave en la estructura política, económica y empresarial de este país. Ya no son tan jóvenes. Quizás sean los últimos. Pero no bajan los brazos. Gracias a una férrea organización interna, siguen funcionando como uno de los lobbies más importantes del Estado.

“Controlan mucho los tribunales y las audiencias. Hay un sistema formado por abogados, notarios, jueces y fiscales que son del Opus o tienen que ver con esta organización y que hacen piña”. Quien así habla es el catedrático de antropología filosófica de la Universidad de Sevilla, Jacinto Choza, quien permaneció durante 34 años dentro del grupo. Salió de allí en 1996.

No se alejó de la religión, pero sí de quienes seguían las enseñanzas de José María Escrivá de Balaguer, el mundialmente conocido sacerdote aragonés que fundó esta corriente eclesiástica en 1928. “Llegó un momento –recuerda Choza- en el que me pareció que lo que estaba viendo no era compatible con la doctrina cristiana”.

Esas mismas “incompatibilidades” han generado varias deserciones en los últimos años. De hecho, a día de hoy existen distintos ex miembros del Opus dispuestos a relatar -aunque sea en un café y sin grabadora delante- sus vivencias.

También es cierto que siguen no son pocos los que prefieren guardar silencio sobre su experiencia. “La mayoría de la gente que sale no se atreve a dar la cara. A Ana Azanza -una profesora de Jaén que realizó varias denuncias sobre este asunto- la han intentado dejar sin trabajo”, recuerda la ex numeraria -término utilizado para referirse a quienes adquieren compromiso de celibato- Carmen Charo.

En efecto, Opus Dei es sinónimo de poder, influencia y, al mismo tiempo, hermetismo. No es muy habitual que un numerario o supernumerario -el colectivo más numeroso, en el que se integran aquellas personas que están casadas- haga pública su condición como tal.

El mejor ejemplo está en las filas del PP, el partido político que más representantes opusinos acoge. Sin embargo, también hay miembros en formaciones ubicadas en la otra banda: es el caso de políticos de la antigua Convergencia Democrática de Catalunya o de Eusko Alkartasuna, ahora integrada en EH Bildu.

Se estima que, en total, hay 33.000 fieles del Opus Dei en España -a nivel planetario son 85.000-. Los medios de comunicación han especulado en varias ocasiones sobre quiénes son sus caras más conocidas -e influyentes-, algo que también han intentado revelar algunos ex integrantes. Sin embargo, se trata de una misión tan difícil como arriesgada. “Lo siento. Si su intención es dar nombres, no cuente conmigo. Ya me denunciaron por ello y no quiero volver a pasar por lo mismo”, afirmó a Público uno de sus ex miembros.

“Si tú dices que Fulanito es del Opus, te denuncian. ¿Acaso un cura o una monja se molestan si alguien dice que lo son?”, se pregunta desde un instituto de la provincia de Jaén la profesora Ana Azanza -responsable del blog Sin Miedo al Opus Dei-, quien recuerda otro caso muy significativo: en 2012, el ahora prelado –máximo representante- de esta orden, Monseñor Fernando Ocáriz, presentó una denuncia contra la página web Opus Libros -impulsada por otra ex integrante, Agustina L. de los Mozos Muñoz- debido a que había tenido la osadía de publicar su nombre en un listado de opusinos. La Agencia Española de Protección de Datos falló a favor del religioso.

Amparados en ese silencio, los integrantes de esta institución ultraconservadora de la Iglesia Católica se dedican a desarrollar las tareas propias de un grupo de presión. “Su influencia en la actualidad es mucho mayor de la que estamos dispuestos a reconocer”, afirma Azanza.

En efecto, hoy continúan en los consejos de dirección de grandes empresas, e incluso mantienen la presidencia de importantes bancos: si bien la familia Valls ya no continúa al frente del Banco Popular, Isidro Fainé -considerado “próximo” al Opus- sigue al frente de la Fundación Bancaria La Caixa. Hay más. La familia Botín, propietaria del Santander, también tiene importantes vínculos con la orden. “Es indudable que sus postulados extremos en materia religiosa pierden gas -señala la profesora-, pero en materia económica neoliberal siempre han estado ahí”.

También es posible encontrarlos en los principales ámbitos judiciales del país. Fiscales, abogados del Estado o magistrados del Tribunal Constitucional son algunos de los cargos que han alcanzado distintos juristas que se confiesan seguidores de Escrivá de Balaguer. “Hubo campañas para presentarse a oposiciones de jueces y fiscales, y consiguieron muchas plazas”, señala Charo.

Siguiendo las noticias

Hay rostros públicos, pero también anónimos. Estos últimos son los que se encargan de mantener activa la influyente red de colegios, universidades y fundaciones controladas de arriba abajo por los ultracatólicos.

Al mismo tiempo, en las distintas comunidades autónomas funciona un departamento en el que, seguramente, ahora mismo estarán leyendo este reportaje: el denominado Apostolado de la Opinión Pública (AOP), dedicado a seguir de cerca las informaciones que les afectan. “Entre otras cosas -explica Choza- tienen la misión de ir a hablar con el periodista que ha hecho alguna información sobre el Opus”.

Del mismo modo, los estrategas del Opus también dedican especial atención a los obispos, sean o no de su cuerda. “Tienen un fichero de todos los obispos, con datos sobre sus aficiones o comidas preferidas. De esa manera, cada tanto se les invita a comer, a una excursión o a un viaje”, relata Choza. “Cultivar la amistad de los obispos -remarca este ex numerario- es fundamental”.

Perdiendo masa

Si bien la red continúa activa, el lobby opusino enfrenta ahora un problema biológico: sus integrantes se van haciendo mayores y no se observa una clara línea de renovación. “Ya no entra gente, y la que entra no dura”, señala desde Vitoria Carmen Charo. “Tienen poder, pero han perdido masa -añade Azanza-. En todas las ciudades españolas, tanto en capitales como en otras ciudades medianas, conservan sus colegios, pero hay que tener en cuenta que España ya no es la que era: ese integrismo y fanatismo ya no es tan importante entre la gente”. Charo apunta en el mismo sentido: “A nivel espiritual -sostiene- son medievales”. Influyentes, pero medievales.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Lutero

Manuel Fraijó, "La invitación de Martín Lutero", en El País, 29 DIC 2016

El monje agustino inició hace cinco siglos la Reforma, aunque nunca pretendió fundar otra Iglesia separada de Roma. Hereje en otros tiempos, su confrontación con Erasmo dio esplendor a la reflexión sobre la libertad, la religión y la ética

Hace unos meses, el papa Francisco asistió en Suecia a una celebración ecuménica que conmemoraba el 500º aniversario de la Reforma iniciada por Lutero en 1517. Fuimos testigos de un histórico abrazo entre el Papa y el presidente de la Federación Luterana Mundial, Munib Younam. Después de firmar una declaración conjunta, el Papa reconoció: a) la intención reformadora, bienintencionada, de Lutero; b) la corrupción desmedida de la Iglesia a la que se enfrentó el monje agustino; c) el inmenso regalo que supuso su traducción de la Biblia al alemán. “Lutero llevó la Biblia a la gente”, dijo el Papa. Tenía razón: aquella magnífica traducción fue la gran hazaña literaria de Lutero. En la Alemania de entonces solo circulaban unas 6.000 Biblias para 15 millones de habitantes.

También Benedicto XVI visitó en el año 2011 la sala capitular del convento de los agustinos de Erfurt donde Lutero emitió sus votos monásticos. No pocos cristianos se preguntan si el hereje de otros tiempos se ha convertido actualmente en “padre de la Iglesia” para protestantes y católicos. Lutero, sostienen relevantes historiadores, solo habría querido ser un “católico reformista”. Se propuso reconducir aquella Iglesia descarriada a las exigencias del Evangelio; pero nunca pretendió fundar otra Iglesia separada de Roma. Solo un cúmulo de torpezas, a repartir entre Roma y Wittenberg, dio lugar a una división que sembró Europa de dolor y muerte.

¿Por qué peregrinan hoy los papas a lugares emblemáticos del protestantismo y se unen a la conmemoración del quinto centenario de la Reforma? Desde luego, existe un notable consenso en que Lutero forma ya parte de los que K. Jaspers llamó “hombres decisivos de la humanidad”. Este reconocimiento ha sido un logro del siglo XX. Todavía en tiempos recientes el mundo católico calificaba a Lutero de “corrupto” y “neurótico”. Han sido teólogos e historiadores católicos actuales quienes han rehabilitado al incómodo Reformador. Dos ejemplos: Y. Congar lo considera “uno de los mayores genios religiosos de la historia” y lo sitúa “al mismo nivel que san Agustín y santo Tomás de Aquino”. Y el cardenal W. Kasper acaba de publicar un lúcido ensayo, Martín Lutero. Una perspectiva ecuménica, en el que lleva a cabo una valoración positiva, serena y justa de Lutero. Sin estas rehabilitaciones históricas, el papa Francisco nunca habría encontrado el camino que le condujo a Suecia.

Se suelen asignar cinco nombres de lujo al siglo XVI: Erasmo, Lutero, Ignacio de Loyola, Calvino y Felipe II. Las figuras de Erasmo y Lutero se iluminan mutuamente. Erasmo, el gran genio humanista, se negó a elegir entre Roma y Lutero. Su divisa fue: ni solidaridad con Lutero, ni guerra contra él. Se trató de una opción sensata, pero que impulsó al Reformador a escribir: Erasmo “nunca se atreve a nada”. A pesar del prudente distanciamiento de Erasmo, los franciscanos de Colonia divulgaron un dicho que se hizo célebre: “Usted (Erasmo) puso el huevo y Lutero lo empolló”. A lo que Erasmo respondió: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”. Lutero sentía una gran admiración por Erasmo y se esforzó, aunque en vano, en ganarlo para su causa. Erasmo se lo dejó meridianamente claro: “Nunca he tenido intención de reconocer a tu Iglesia”. Era consciente de que la otra Iglesia, la que Lutero calificaba de “papista”, tenía muchos defectos, pero nunca pensó en “desertar de ella”.

Deseoso de marcar diferencias con el monje agustino, Erasmo publicó su escrito De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío). Era una defensa humanista, erudita y teológica de la libertad; libertad que, en opinión de Erasmo, Lutero destruía al permitir que Dios lo invadiese todo. Al Reformador le interesaba más la libertad de Dios que la del hombre. Erasmo, en cambio, era, según Lutero, “un tibio”, un escéptico. De hecho, Lutero le recuerda que “el Espíritu Santo no es escéptico”. Dilthey llamó a Erasmo “el Voltaire del siglo XV”. En realidad, a Erasmo lo que le interesaba era la moral. A la luz de esta preferencia, la insistencia de Lutero en la “voluntad encadenada” resultaba poco razonable. Si no hay libertad, argumentaba con razón Erasmo, no existe el hecho moral.

Erasmo publicó su De libero arbitrio en 1524. Un año después respondía Lutero con su opúsculo De servo arbitrio (Sobre la voluntad encadenada). El Reformador sostuvo siempre que era uno de sus mejores escritos. Sus páginas muestran la abismal profundidad de la experiencia religiosa de aquel hombre. Es la confrontación de una abrumadora fe religiosa con el moralismo racionalista de Erasmo. A Lutero le parece que Erasmo no se ha enterado de nada. Nuestra salvación, sostiene, no puede depender de nuestra libertad, tan frágil, tan débil. Si así fuera, no tendríamos “seguridad” de ella. Y Lutero necesitaba seguridad. Durante mucho tiempo intentó lograrla acudiendo a la penitencia y los sacramentos. Afirma que si no hubiera sido por el sacramento de la confesión, se habría vuelto loco. Le torturaba la pregunta “¿cómo consigo un Dios misericordioso?”; no duda de la existencia de Dios, su época tampoco, pero le angustia el tema de la salvación. Una salvación que no espera del Dios “sonriente” de los filósofos, sino del misterio que nos envuelve, de lo totalmente otro, de la gracia; una salvación que tampoco está dispuesto a “comprar”, como proponían los predicadores de las indulgencias: “Tan pronto como el dinero en la caja canta, del purgatorio el alma salta”. Entre paréntesis: lo más probable, según la actual investigación histórica, es que Lutero nunca colgase las 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg. De hecho lamentó que se hubieran difundido, asegurando que no iban destinadas al gran público. Lo que a él le interesaba no era la gracia barata, subastada por los avaros predicadores de las indulgencias, sino la penitencia interior. Solo después de la iluminación que le supuso la “experiencia de la torre” estuvo seguro de su salvación.

El Dios de Erasmo es, según Lutero, el Dios “adormecido” de los filósofos; el de Lutero, en cambio, es un Dios al borde de lo desorbitado. La confrontación de estos dos hombres supuso días de esplendor para la reflexión sobre la libertad, la religión y la ética. Con frecuencia se considera a Lutero “el primer hombre moderno, el primer descubridor de la subjetividad”. A su vez, S. Zweig dejó escrito que “Erasmo fue el primer europeo consciente de serlo”.

Lutero murió en la noche del 17 de febrero de 1546. En su escritorio se encontró un papel con estas palabras: “Somos mendigos ante Dios, esta es la única verdad”. Poco antes nos dejó esta invitación a la esperanza: “Incluso si supiera que mañana va a llegar el fin del mundo, plantaría hoy un manzano”. A lo mejor pensaba E. Bloch en Lutero cuando escribió: “Lo mejor de las religiones es que producen herejes”.

martes, 6 de diciembre de 2016

Sobre el narcisismo blasfemo del que acusó Cernuda a Juan Ramón Jiménez y la respuesta que le dio

Cuando leí los estudios de Luis Cernuda contenidos en Poesía y literatura I y II, de 1960 y 1964 (o más probablemente en Estudios sobre poesía española contemporánea, 1957, ya no me acuerdo bien), me llamó la atención su ajuste de cuentas de Cernuda con Juan Ramón Jiménez (Kuan Qamón Ximénez, para los criticones del 27, quienes se burlaban de su odio estético al aspecto gráfico de esas consonantes). Cernuda nunca le perdonó que, bajo el pseudónimo de "El cansado de su nombre" criticase su primer libro, Perfil del aire, acusándolo de ser jorgeguilleniano. Y se vengó al decir que el onubense profesaba un narcisismo blasfemo. No estará de más recordar al respecto la afirmación que abre y cierra su gran poema en prosa Espacio, cuya copia pirata he difundido a través de Internet: "Los dioses no tuvieron otra sustancia que la que tengo yo", etc... Cernuda reiteró esta acusación en alguno de los últimos poemas de su La realidad y el deseo, más en concreto "Juan Ramón Jiménez contempla el crepúsculo", donde le achaca estar más atento a la belleza luminosa y deslumbrante del día que a la nocturna, que también es bella, comparándolo con Ruskin, otro decadente como él era al principio de su carrera.

Hoy estoy leyendo una magnífica reconstrucción de uno de los libros de J. R. J, Vida. Volumen I. Días de mi vida. Madrid / Valencia: Pre-textos, 2014, que había permanecido en parte inédito, y observo en su página 684 que JRJ contestó a Cernuda sin nombrarlo expresamente (para chincharlo más todavía, supongo). Su respuesta es esta que copio en electrones por primera vez, ya que no la he visto en ningún lugar de Internet:

CDXXVIII

IDEOLOJÍA

Dicen algunos que soy un narcisista herético o ateo, porque me considero divino.

A mí me enseñó la relijión católica (hoy soy cristiano y no católico, ni protestante, ni de ninguna secta) que Dios me hizo a mí a su imajen y semejanza; que el alma es divina y que yo tengo alma; que el animal, por no tener alma divina, no es inmortal, etc. Entonces, ¿qué ateísmo, qué herejía, qué narcisismo puede haber en mi creencia?

En último caso, el narcisista sería el dios que me creó a mí a su imajen y semejanza, para perpetuar su divinidad, el dios que no creía en Dios, esto es, un dios ateo, herético, o narcisista.

Yo creo en Jesús el Nazareno, el poeta que creía en su padre, su propio padre que él no cargó de los símbolos con que lo cargó luego la iglesia; que él consideró como orijen y fin suyo, de donde salió y a donde volvió. y creo que esta creencia es suficiente para el hombre.

Yo soy tácitamente cristiano, es decir, soy creyente en la palabra de Cristo, quien se consideró divino; digo, Hijo de Dios eterno, y eterno en Él, como creyó Servet, y lo gritó en su martirio; y me considero divino como cualquier otro ser de la naturaleza: cualquier hombre, cualquier perro o cualquier pájaro, por ejemplo, ya que todos participan, en alguna forma, de Dios. Y, en algunas circunstancias, más podría yo creer en la divinidad de pájaro, por ejemplo, que no es vicioso en su amor, en su alimento, etc., que en la mía; porque me parece que, a medida que la conciencia aumenta, la capacidad pensativa y sensitiva (del hombre, de la abeja, de la hormiga, etc.) sobrevienen los vicios más jenerales de todos los seres de la creación.

CDXIX

MI SOLUCIÓN: UNA RELIJIÓN POR LA CONCIENCIA

...Por ejemplo, el sol. Se supone que el sol es muy importante, y lo es. Nos da muchas cosas: calor, luz, fuerza, salud: jiramos alrededor de él, es un centro físico nuestro. Pero yo, hombre, soy más que el sol; yo sé que él es sol y que yo soy yo y él no sabe quién soy yo ni quién es él.

Yo sé que [en] tal planeta, la estrella X, por ejemplo, puede haber vida, como en esta tierra, y hasta seres concientes. y puedo imajinarme cómo son, por lo que veo y comprendo aquí. Si considero las infinitas variedades, animales, vejetales y minerales de esta tierra, que suman infinitas combinaciones y posibilidades, no tengo por qué estar triste de no conocer las de otro planeta equivalente. Y en cuanto a la posible conciencia de esos seres, ¿será más rica que la nuestra?

Yo puedo con mi conciencia concebir un universo tan grande como sea, puedo pensar en lo infinito y lo eterno. Puedo pensar en un dios y puedo pensar que el dios que podemos tener no es justo. Yo puedo señalar a dios todas las diferencias y las monstruosidades de este mundo. Es decir, puedo ser crítico sereno y (...) de dios, y pensar en el mejor dios posible.

Yo puedo comprender la nada y y puedo comprender la muerte. Si el niño, el joven que yo fui, han muerto en mí, yo estoy triste de ellos, como de otros muertos que no son yo. Pero también estoy contento de ser más que el niño, el joven que fui. Puedo comprender más que ellos y gozar más que ellos. He podido decir: belleza y verdad, amor en plenitud.

Yo puedo dejar de mí en pensamiento, sentimiento, expresión, dejar que se incorpore a otros y sea vida sucesiva con ellos, incorporarme a otras conciencias. ¿Qué más puede ser un dios? yo puedo comprender que no haya dios y aceptarlo; y puedo comprender la nada y aceptarla.

Esta es mi relijión, la relijión de la conciencia humana superior.

La anotación, de Mercedes Juliá y M.ª Ángeles Sanz Manzano (en este caso pienso que más de la primera que de la segunda, porque publicó un trabajo sobre este aspecto) proclama que esta concepción de Dios acerca a JRJ al spinozismo. "A lo único que podían aspirar los hombres, según Spinoza y Juan Ramón, era a crear un dios que se pareciera a ellos. Así, el dios de Juan Ramón es su conciencia superior de la belleza del mundo. Se contesta así a las conjeturas de algunos críticos que aún piensan que Juan Ramón Jiménez al final de su vida encontró al Dios de las religiones positivas", p. 806.

El zen y Leonard Cohen

Tomado de JotDown.

El cantautor ingresó en un monasterio zen californiano para librarse de una tremenda depresión. Describió así su rutina diaria: «Te levantas a las tres de la mañana, te pasas trece horas meditando y cinco trabajando: cortas verdura, das de comer a las gallinas o limpias lavabos. Me encanta. Es perfecto. No podría ser peor».

Las largas jornadas de meditación se extendían desde las tres y media de la mañana hasta las diez de la noche, aderezadas con frugales comidas que los monjes devoraban en silencio, sentados cada uno en su zafu o cojín de meditación, de espaldas a la pared formando dos líneas rectas, una frente a otra. Vestido, como sus compañeros, con un largo kimono negro tipo túnica, en el templo Cohen era una sombra más que meditaba durante horas en la postura del loto, con las manos en mudra. Prohibido moverse, dormirse o cerrar los ojos. Durante cada sesión, eran vigilados por un monje, que les zurraba en los hombros con una especie de katana de madera llamada kyosaku cuando los veía demasiado tensos o demasiado cansados. Para estirar las piernas, los estudiantes hacían kinhin, es decir, meditaban de pie dando cortos pasitos. Un par de veces al día, cada discípulo se entrevistaba con el maestro para comprobar sus avances con el kôan, pues cada uno de ellos debía resolver de forma intuitiva una frase paradójica tipo: «¿Qué sonido hace una sola mano al aplaudir?».

Lejos de amilanarse ante la prusiana disciplina del templo, Cohen se abandonó a ella, vació su mente y se fue sintiendo cada vez mejor: «Precisamente, lo que me interesaba era rendirme a ese tipo de rutina. No tener que pensar lo que vas a hacer después es un verdadero lujo. Cuando dejas de pensar en ti mismo todo el tiempo, al fin consigues descansar». Cientos de años antes, el maestro Dogen (1200-1253), de la escuela soto zen, describió el sentido de la Vía en términos muy parecidos: «Estudiar el Camino de Buda es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por los diez mil dharmas. Ser iluminado por los diez mil dharmas es estar libre del cuerpo-mente de uno mismo y de los de otros. No queda rastro de iluminación, y esta iluminación sin rastro sigue para siempre».

Después de dos años de entrenamiento, el cuerpo y el alma de Cohen se habían transmutado de forma asombrosa. En Leonard Cohen: Printemps 96, un documental sobre su vida en el templo, pudimos ver al cantautor con un brillo insólito, una saludable delgadez y una majestuosa cabeza rapada. De su depresión no quedaba ni rastro.

Cohen resumió así la forma en que el zazen fue curando su espíritu:

«La meditación no es lo que piensas. Te sientas en absoluto silencio y tu mente empieza a repasar todas tus películas. Durante ese proceso, te vuelves tan familiar con los guiones que mantienes en tu vida que acabas hartándote de ellos. Entonces comprendes que la persona que crees que eres no es más que un complicado guion en el que gastas la mayor parte de tu energía. Tras un examen más minucioso, descubres que tu personalidad te asquea. Y eso es porque en realidad no eres tú. Si te sientes lo suficientemente aterrado por esa personalidad, espontáneamente permites que se desvanezca. Y entonces, si tienes suerte, puedes experimentarte a ti mismo sin la distorsión de esa personalidad».

Este proceso de disolución del ego no impidió que Cohen continuara trabajando, hasta el punto de llegar a componer un buen puñado de canciones mientras meditaba. Como se muestra en el susodicho documental, el músico disponía de un sintetizador en su cabaña para dar forma a los temas: Ten new songs.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Conversiones súbitas

Copiado de por ahí:

La repentina conversión del padre Fortea: “no hubo evolución, fue de golpe, en medio minuto”. Descrita en su libro “Memorias de un exorcista”, compite, por inesperada, con las de Frossard o Gorítcheva.

Lo decía André Frossard en libro Dios existe, yo me lo encontré: a muchas personas, incluyendo muchos cristianos, no les gustan las conversiones gratuitas, súbitas, por pura gracia, sin procesos previos. Dan la sensación de que Dios coge a una persona y le da la vuelta, la cambia. Dan la sensación de que Dios es libre y es Señor. A muchos, eso les asusta.

Es lógico que estas historias de conversión asusten a la gente que no es religiosa. Recuerdan que “podría pasarme a mí”. Es más desconcertante que asuste a la gente religiosa. Algunos, quizá, tienen miedo de que Dios “se fije demasiado en mí” y “me cambie”.

Otros, parecen temer el poder de Dios para tocar y cambiar a la gente con descarada libertad, e insisten en buscar las raíces psicológicas del cambio. Pero, a veces, no hay raíces. Simplemente, parece que Dios hace lo que quiere y como quiere.

José Antonio Fortea, cura de la diócesis de Alcalá de Henares famoso por sus libros sobre demonología y algunos casos de exorcismos que ha recogido la prensa, acaba de publicar su libro “Memorias de un exorcista“ (Ed. Martínez Roca, 2008). En realidad, los temas demonológicos sólo ocupan una tercera parte del libro. El resto del volumen habla de su infancia, de su vocación, de la vida cotidiana de un cura en un pueblo, en el servicio militar, como capellán en un hospital, las relaciones con feligreses, compañeros, sus lecturas y aficiones…

El libro se lee bien, con agilidad, y resultará especialmente interesante para aquellos que hemos nacido entre 1965 y 1980, con un costumbrismo que recoge los dibujos animados, los tebeos, los libros de nuestra generación. Y también el ambiente eclesial. Pero, más impactante que los testimonios de exorcismos es el testimonio de conversión del joven Fortea, que vamos a transcribir íntegro por su absoluta gratuidad, para luego compararlo con tres casos “emblemáticos”: el del escritor francés André Frossard, el de la autora soviética Tatiana Gorítcheva y el de la poetisa norteamericana Joy Davidman.

Fortea era un chaval de Barbastro, Huesca, de 15 años, que no iba a misa excepto en alguna ocasión familiar o escolar y no tenía ningún interés por Dios. El cambio llegó el 12 de octubre de 1983, cuando estudiaba segundo de BUP.

“Un día como otro cualquiera, entré en mi habitación y, de pronto, sentí que era un egoísta y una mala persona. Me entró un gran arrepentimiento y vi que la Iglesia era el camino por donde iría progresando hacia la virtud. Todo esto no duró más de medio minuto, no oí ninguna voz celestial, ni tuve ninguna visión, pero de pronto se había operado en mí una gran conversión: había comprendido que era un pecador y que el camino de la salvación era la Iglesia.

Así de sencillo, así de repentino. Ya me gustaría poder escribir treinta capítulos, como san Agustín, explicando mi marcha hacia la conversión. Pero en mi caso no hubo evolución, sino irrupción repentina de la gracia.

Es curioso, nada había preparado ni presagiado ese momento, no tenía ningún remordimiento, ninguna preocupación, nada. Fue una acción fulminante de la gracia. Vivía tan feliz en mi alejamiento de la religión y de pronto… De pronto, en medio minuto, me acababa de convertir en una persona religiosa. Era increíble. En los días precedentes, ni mi familia, ni mis amigos, ni mis profesores me había impulsado a ello. Nada, absolutamente nada. No había una causa razonable que provocara aquel cambio tan brusco, tan profundo.

Sin duda, cualquier psiquiatra me diría que eso se debía a mil causas latentes en mi subbconsciente. Pero no, yo, que me conozco bien, puedo asegurar que aquello fue la gracia, una gracia súbita, contundente, que me hizo pasar del blanco al negro en medio minuto, sin hablar con nadie, sin leer nada, sólo dándome cuenta de esas dos cosas, que yo era un pecador y que las enseñanzas de la Iglesia eran la verdad y constituían el camino para progresar en virtud. Fue un cambio sin dudas ni vacilaciones.

En aquel mismo momento me arrodillé al lado de mi cama y oré intensamente, sabiendo que alguien me escuchaba. Aquélla sí que fue una oración profunda. No duró más allá de dos minutos, pero en cuanto me levanté, tomé una hoja de papel y comencé a hacer examen de conciencia. Sin ningún tipo de resistencia por mi parte, entendí que debía confesarme.

Externamente seguí igual, pero internamente era ya otra persona. No comuniqué a nadie mi cambio, mi conversión. Al llegar el domingo, pensé que debía ir a misa. Pero se me hacía muy duro, porque cuando iba a misa era acompañado de mi familia o de todo el curso. Me resultaba muy violento ir solo. Pensaba que, al entrar, la gente me miraría y que comentarían en voz baja mi presencia allí. Barbastro no era Nueva York, todos nos conocíamos, y mis miedos no eran infundadas imaginaciones de mi mente.

Estuve luchando internamente media hora, en mi casa. Pero cada vez que me decía voy, me imaginaba a las señoras susurrando ah, mira, el hijo de Fortea, qué raro, si nunca viene.

Finalmente, a pesar de mis esfuerzos internos,  me rendí; no podía ir, era superior a mis fuerzas. Diez minutos después, un amigo que en nueve años nunca me había invitado a ir a misa me llamó por teléfono y me preguntó: ¿Quieres ir a misa? Nadie me había propuesto jamás ir a misa, y ese domingo, ¡justamente ese!, recibía aquella llamada. Dios existía, dijeran lo que dijeran Marx, Freud o Sagan en su documental Cosmos.

Ese día fui, y ya no dejaría de ir cada domingo en lo que me quedaba de vida. Ese domingo me confesé y por fin comulgué a ciencia y conciencia. Dios había irrumpido en mi vida de un modo arrasador. No había precisado de tiempo, ni de preparación, ni de nada; entró cuando Él quiso, como Señor que entra cuando quiere, donde quiere.

No hace falta decir que mi presencia en aquella iglesia de San Francisco fue notada. Había más de trescientas personas, y las noticias no tardarían en llegar a mi madre. Y reza muy fervorosamente después de comulgar, le llegó a decir a mi madre una señora de la misma calle. Mi madre no se opuso y no me dijo nada, pero sí que me refirió ese comentario, sugiriéndome que no me significara tanto. 

A continuación, copiamos el fragmento que narra el momento clave de la conversión de la joven estudiante de filosofía Tatiana Gorítcheva. Nihilista inquieta, desencantada de todo y de todos en la URSS de los años setenta, había empezado a practicar yoga por relajarse:

“Cansada y desilusionada, realizaba ejercicios de yoga y repetía mantras. Conviene saber que, hasta ese instante, yo nunca había orado ni conocía realmente oración alguna. Pero el libro de yoga proponía como ejercicio una plegaria cristiana, en concreto, la oración del Padrenuestro. Empecé a repetirlo mentalmente como una mantra de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces. Entonces, de repente, me sentí transformada por completo. Comprendí con todo mi ser que Él existe. ¡Él, el Dios vivo y personal, que me ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado el mundo, que se hizo hombre por amor, el Dios crucificado y resucitado! ¡Qué alegría y qué luz esplendorosa brotó, entonces, en mi corazón! El mundo entero, cada piedra, cada arbusto, estaban inundados de una suave luminosidad.” 

Es una conversión súbita, gratuita, fulminante y maravillosa, sin duda. Pero Gorítcheva era estudiante de filosofía en la universidad, tenía inquietudes vitales, aunque no religiosas. Y había repetido seis veces el Padrenuestro, aunque fuese mecánicamente. Fortea sólo era un chico de 15 años y no rezaba nada. En un ranking de “conversiones gratuitas”, el adolescente de Barbastro competiría favorablemente.

Otro caso clásico -e impactante- es el de André Frossard. Su libro “Dios existe, yo me lo encontré” está dedicado, íntegramente, a demostrar que ni él, ni su entorno, ni su familia, tenían ninguna relación con Dios ni con cosas religiosas. No pensaba en Dios igual que no pensaba en Papa Noel. Pero en las últimas páginas, por fin, Frossard explica cómo un día entró en una capilla a buscar a un amigo y se convirtió fulminantemente.

“Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra. Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, “católico, apostólico, romano”, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (…)  

[ Dios existe, yo me lo encontré; André Frossard, Ed. Rialp; ver un testimonio más completo en:
http://www.interrogantes.net/Andre-Frossard-Dios-existe-yo-me-lo-encontre/menu-id-23.html  ]

El caso de la poetisa Joy Davidman, que sería esposa del escritor C. S. Lewis, es también significativo. Ella era de ascendencia judía, pero atea, comunista y materialista. Estaba casada con otro convencido ateo comunista, el escritor Bill Gresham. Éste padecía crisis nerviosas y ataques graves. Un día él no llegaba y ella, inquieta, no sabía que hacer. 

“Acosté a los niños. Por primera vez en mi vida me sentí desesperanzada; por primera vez en mi vida mi orgullo se vio obligado a admitir que, después de todo, no era la dueña de mi destino, el capitán de mi alma… Todas mis defensas, los muros de vanidad y arrogancia detrás de los cuales me había ocultado de Dios, desaparecieron momentáneamente.   Y entonces entró Dios. Había otra Persona acompañándome en la habitación, presente en mi conciencia, una persona tan real que toda mi vida anterior me pareció un simple juego de sombras. Comprendí que Dios siempre había estado allí y que yo, desde la niñez, había dedicado la mitad de mi esfuerzo a echarlo. Mi percepción de Dios duró al menos medio minuto.  Cuando se desvaneció me vi a mí misma de rodillas y rezando. Creo que he debido ser la atea más sorprendida del mundo.”  [Testimonio en “These found the way“, 1951, y en Los Inklings, de Humphrey Carpenter, HomoLegens, 2008]  

 Sin duda, la conversión fulminante de Joy Davidman, como la de André Frossard y la de Tatiana Goritcheva son paradigmáticas del fenómeno. Pero quizá la sobriedad emocional e intelectual de la experiencia del muchacho de Barbastro es, por eso, más “radical”, más gratuita: una necesidad de limpiar el pecado (arrepentimiento sin trauma ni culpabilización) y la certeza de que la salvación pasa por la Iglesia.

Personas reflexivas, que escriben y diseccionan su vivencia sobre el papel, han contado así su historia. ¿Cuánta gente más, de la que vemos en la calle todos los días, es tomada por Dios, impactada por su gratuidad?¿Cuántas otras formas tiene Dios de llegar a ellos?

lunes, 24 de octubre de 2016

El evemerismo moderno

Sergio Parra, "¿A quién vas a llamar si has visto a un fantasma?", en JotDown: X, 2016:

[...] ¿En qué debo creer?

Hay una película que, sin pretenderlo, sí ofrece una respuesta contundente frente al modo en que debemos proceder frente a un fantasma. Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet, habla de un jurado obcecado en la culpabilidad de un chico, a pesar de que las pruebas no son concluyentes. Pero también habla de otra cosa. De que la gente se forma opiniones de muchas formas, y no siempre esas opiniones se ajustan a la verdad de los hechos. Es decir, que los testigos oculares no son tan fiables como creemos.

De Doce hombres sin piedad, pues, podemos extraer la mejor lección del cine acerca de la epistemología de lo sobrenatural. Doce hombres sin piedad, en el fondo, aborda las diferencias entre la fe racional y la fe irracional. O entre conocimiento temporal y fe, a secas.


Por ejemplo, si profesas un fe irracional, creerás en cosas avaladas por pocas fuentes (generalmente de autoridad), que tienen cientos o miles de años de antigüedad y que son incuestionables (de hecho, cuestionarlas denota irrespetuosidad).

La fe racional, a diferencia de la irracional, es una fe saludable y necesaria, sobre todo por puro pragmatismo. Por ejemplo, creer en la existencia de Japón es un ejemplo de fe racional si nunca has visitado Japón y solo infieres su existencia por fuentes indirectas. Los datos que refrendan la existencia de Japón son amplios, contrastados, no proceden de ninguna autoridad, no son indiscutibles (puedes viajar a Japón para comprobar que no existe y publicar el hallazgo en una revista científica, por ejemplo).

Pero esto es una parodia. En realidad, la fe racional funciona de un modo mucho más sutil. Y, en ocasiones, tampoco queda meridianamente claro si estamos ante un caso de fe racional o irracional, o si bascula de un lado a otro continuamente. Un caso más complejo es el la existencia del átomo. Todos nosotros creemos en él, a pesar de que no los hemos visto más que en dibujos esquemáticos. De hecho, en general, los científicos, tampoco los han visto. ¿Estamos ante un caso de fe irracional?

De hecho, esta pregunta se la han formulado en numerosas ocasiones al físico Leon Lederman, y a ella se ha acostumbrado a responder tal y como escribe en La partícula divina:


Cuando quiero responder a esa espinosa pregunta empiezo siempre por intentar una generalización de la palabra «ver». ¿«Ve» esta página si usa gafas? ¿Y si mira una copia en microfilm? ¿Y si lo que mira es una fotocopia (robándome, pues, mis derechos de autor)? ¿Y si lee el texto en una pantalla de ordenador? Finalmente, desesperado, pregunto: «¿Ha visto usted alguna vez al papa?». «Sí, claro» es la respuesta usual. «Lo he visto por televisión.» ¡Ah!, ¿de verdad? Lo que ha visto es un haz de electrones que da en el fósforo pintado en el interior de la pantalla de cristal. Mis pruebas del átomo, o del quark, son igual de buenas. ¿Qué pruebas son esas? Las trazas de las partículas en una cámara de burbujas. En el acelerador Fermilab, un detector de tres pisos de altura que ha costado sesenta millones de dólares capta electrónicamente los «restos» de la colisión entre un protón y un antiprotón. Aquí la «prueba», el «ver», consiste en que decenas de miles de sensores generen un impulso eléctrico cuando pasa una partícula.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estableció bases militares en islas del Pacífico Sur. En tales islas residían nativos que nunca habían tenido contacto con la civilización. A efectos prácticos vivían tal y como lo hacían las sociedades prehistóricas.

Cuando estos nativos descubrieron a los occidentales descargando toda clase de tesoros tecnológicos desde sus aviones, no se limitaron a rascarse la cabeza, admitir que no tenían ni idea de lo que estaban viendo, y que ya era hora de ponerse a investigar sistemáticamente cómo funcionaba todo aquello. Lo que hicieron fue lo que nuestro instinto nos dicta: rellenar sus lagunas de ignorancia con mitos. Forjaron los llamados cultos cargo, creyeron que los estadounidenses eran dioses y, cuando acabó la guerra y las bases se desmantelaron, los nativos elaboraron toda clase de ritos para hacer que regresaran: movían los brazos como los controladores aéreos para que los aviones aterrizaran, concebían precarias pistas de aterrizaje, levantaban estatuas…

A día de hoy, si visitas lugares como Vanuatu, aún quedan grupos que rinden culto a esta clase de dioses. Ninguno de esos nativos ha logrado saber absolutamente nada real sobre ese militar, sobre los regalos que traía con él, sobre las leyes de la aerodinámica que hacían suspender los enormes pájaros de hierro en el cielo. Los nativos, sencillamente, no quieren admitir su desconocimiento, y como la incertidumbre resulta inquietante, se cuentan historias bonitas para apaciguarla. Probablemente, si preguntamos a uno de esos nativos si es posible conocer a sus dioses, te negarán con la cabeza.

Otro fenómeno de culto cargo sucedió con la tribu de los Yaohanen, en Papúa-Nueva Guinea, que recibió la visita en 1974 del príncipe Felipe de Edimburgo, que les colmó de regalos. Desde entonces, los nativos considerar al príncipe una deidad, y también creen que su espíritu se les aparece en mitad de la jungla para aconsejarles o mitigar sus zozobras. Aquí el grado de ridículo es todavía mayor. Pero ¿acaso no tropezamos nosotros en el mismo error cuando tratamos de interpretar fenómenos desconocidos?

Esa es la forma en la que el cine ha abordado siempre la relación del ser humano con lo sobrenatural. Y es la forma en la que nosotros abordamos muchas de las cosas que desconocemos, desde una puerta crujiendo en una noche de tormenta hasta una luz en el cielo, pasando por el origen del universo. Si no sabemos algo, lo suponemos. Si queremos saber algo, lo miramos y creemos que lo que vemos es la verdad, tanto porque consideramos que sabemos interpretarlo como porque consideramos fiables nuestros sentidos.

En realidad, las cosas funcionan exactamente al revés. Cuando aduzco mi escepticismo sobre cualquier cuestión sobrenatural, la gente suele espetarme que, claro, yo solo creo en lo que veo. Lo irónico es que son justamente ellos los que creen en lo que ven, cuando lo ven, y yo no creo ni siquiera en lo que veo.

Ser consciente de cuán imperfecto es nuestro aparato sensorial y cuántas veces la pifia es como preguntarle a un pez sobre la sensación de estar mojado. Casi todos somos víctimas de alucinaciones, pero casi nadie es consciente de ello. Es relativamente fácil que oigamos un ruido que no se ha producido. O que contemplemos un espectro en una casa encantada sencillamente porque las ondas sonoras de muy baja frecuencia han hecho vibrar anormalmente nuestro globo ocular.

domingo, 9 de octubre de 2016

El padre Juan Mugueta, apologista de la Guerra Civil II

El padre Juan Mugueta, no sabemos si en su nombre o en nombre del Dios que decían representaba, escribió sobre "nuestra confianza en la victoria", pues ni la paz ni mucho menos la reconciliación eran algo que desearan "las reservas espirituales y materiales de la raza". En el capítulo "Separatismo catalán" cita una obra de los escritores antisemitas franceses Jérôme y Jean Tharaud, La cruel España (Cruelle Espagne, 1938) donde se relatan y comentan los primeros episodios del golpe de estado antidemocrático; al respecto comenta "no podemos creer que el clero de Barcelona secular y regular votase en masa la candidatura de la Ezquerra" p. 81, pero al cabo llega a admitir que "es lo que ha pasado a tantos separatistas de derechas, sacerdotes o laicos. Jugaban con el fuego y la llama prendió en su ropa talar, consumió sus carnes y calcinó sus huesos", p. 82. Es que "caminar de espaldas a España" los vuelve "locos e insensatos". Por supuesto, "es justo que los catalanes amen a su región con amor entrañable, pero amor que engendra odios no es amor verdadero, y el amor de los separatistas a Cataluña tenía heces de odio al resto de la nación" p. 84. Observa que el proceso nacionalista consta de varios grados: "Primero Cataluña sin España; después Cataluña contra España; por fin, Cataluña sobre España: he aquí la trayectoria que debía seguir el proceso de liberación según los soñadores del stat catalá". Le parece toda la obra del nacionalismo catalán pergeñada por comunistas, anarquistas y, especialmente, masonistas, porque le convencen al respecto las teorías que expuso Juan Tusquets en una conferencia pronunciada el día 28 de febrero de 1937 en el Teatro Principal, de San Sebastián titulada Masonería y separatismo. Contra ello propone lo siguiente: "Cataluña tendrá que articularse al mecanismo nacional con renuncia absoluta a situaciones de privilegio. Habrá de soldarse a España con soldadura autógena... se acabaron los hechos diferenciales... terminaron las archiconsideraciones para una lengua que se cansaba de gritar blasfemias contra España y hablar procazmente de su madre. Hay que raspar en ella toda glándula separatista, para que cante cuanto quiera la excelencias de su región, mas sin mengua ni desdoro, sin menosprecio ni deshonor para las otras regiones y provincias, que forman la estructura de la España unitaria, de la Patria una e indivisible, sin tirones regionales ni desviaciones centrífugas, una en la fe, en el sentir colectivo y el ideal imperialista, una en el amor a su grandeza histórica, al trabajo y a la gloria, a la integridad territorial y al prestigio internacional; una en la geografía física, psicológica y sentimental; una en la soberanía y en la expresión de esa soberanía mediante un solo órgano oficial: el habla de Cervantes", p. 89-90.

En el capítulo "Nacionalismo vasco" insiste en despotricar contra ese "delirio separatista": "Es cierto que los separatistas vascos no se unieron a las izquierdas en los últimos comicios", pero al cabo se convirtieron en "colillas de un gobierno demagogo y criminal". El estatuto vasco pecaba sobre todo de no mencionar a Dios. "Abrazáronse con petroleros y degenerados que huelen a vinazo, sangre, pólvora y mercurio, lujuria e incesto. Encuadrados en esas milicias del infierno han ido a la guerra a luchar contra los cruzados. ¡Qué horror...! Era el momento de romper ese coito inmoral con el marxismo corruptor", p. 96.

El capítulo siguiente del canónigo magistral de Ciudad Real propone todo un programa político y se titula "Misión de España en la Historia". Desde luego, "no es motorizar el mundo congestionando el planeta de locomotoras, trenes, autovías, camiones, autocares, tractores, tanques, coches de lujo, autos de línea, máquinas agrícolas e industriales de toda clase y de toda marca..." p. 103, "nuestra misión no es la mecanización del trabajo, ni la materialización y degradación de la vida, sino su elevación y espiritualización... ir por el mundo iluminando senderos, guiando pueblos, misionando tribus, formando cristiandades. Puede decirse que la historia de España es una continua cruzada a lo largo de los siglos. Cruzada contra el Visigodo, cruzada contra el Turco, cruzada contra el Indio, cruzada contra Lutero, cruzada contra Napoleón, el corsario de Europa y carcelero del Papa, cruzada contra el Liberalismo, primogénito de la revolución francesa, pues la guerra carlista tenía este carácter, ya que en ella no tanto se luchaba por la legitimidad como contra las libertades de perdición, que, escoltando a los llamados derechos del hombre, se habían filtrado a través de la frontera de España. Fue dueña de mar y tierra, cuando el sol no se ponía en sus dominios, mas no supo explotar ni la tierra ni el mar. No era este su designio... quédese eso para pueblos materialistas y mercaderes", p. 104. Un régimen democrático no es propio de una nación como la nuestra: "No podemos creer en una sociedad a la inversa donde gobierne el pueblo, que debe ser gobernado" p. 142. Por eso, en la posguerra, se propone redentores propósitos como estos: "Haremos todo sin entregarnos a los instintos salvajes, a los sentimientos de crueldad, a la sevicia superior a la de los mandarines de la India a que se entregan nuestros enemigos. Seremos humanos sin dejar de ser justos y seremos justos sin dejar de ser humanos. No olvidaremos que la flor más fragante del espiritualismo es la piedad. Nos vigilaremos a nosotros mismos para que, al clamor de la justicia vindicativa, no nos desborde ningún sentimiento anticristiano". Esta piedad, según historiadores extranjeros, consistió en 111.000 ejecuciones después de la guerra, incluidas, por supuesto, las famosas "sacas" de presos para hacer sitio en las cárceles. Todo el mundo conoce, o debería conocer, las famosas directrices de Mola escritas antes del "levantamiento" en el sentido de crear terror mediante ejecuciones indiscriminadas para "desmovilizar" al enemigo. Pero, después de la guerra, los militares que se levantaron contra el pueblo (incluyendo en él monjas, curas y demás) la máquina del terrorismo de estado siguió trabajando.

"¡Qué vergüenza! Así la civilización habíase hecho barbarie, la cultura salvajismo, el progreso receso a la caverna, la ciencia filtro envenenador, el arte plebiscito de las concupiscencias, los espectáculos cita de degradación, la democracia demagogia, la política puja de apetencias y el Parlamento exhibición de chulería. Y todo esto porque España iba haciéndose rápidamente pagana", p. 129. Por último, entre citas de Nikolái Berdiáyev, Tomás de Aquino, Francisco Suárez y José María Pemán e, increíblemente, Giacomo Leopardi o Léon Duguit (¿?), cita al primero para explicar que nos acercamos a una gloriosa y brillante nueva Edad Media: "No faltan síntomas que dan valor a la profecía. La Edad Media surgió de las ruinas de la barbarie y nuestra generación tendrá también que edificar sobre el acervo de escombros que están acumulando en todas partes los vándalos modernos... la Edad Media es la concreción de la espiritualidad", p. 112-113. 

Y eso es lo que nos dieron Franco y compañeros mártires: una gloriosa y brillante nueva Edad Media.

lunes, 3 de octubre de 2016

El padre Juan Mugueta, apologista de la Guerra Civil I

En 1937 el canónigo magistral de Ciudad Real y doctor en filosofía Juan Mugueta escribió una curiosa defensa del "Alzamiento nacional" y la guerra "civil" emprendida por los militares de su país bajo el título de Ellos y nosotros. Al mundo Católico y al mundo civilizado. Curiosa es ya desde su mismo título, en que figura Católico con mayúscula y "mundo civilizado" separado del católico. Otra cosa intrigante es que está escrito con intención no ya de denigrar a la democracia, sino a la derecha cristiana que es democrática. Este cura (perdón, este político con sotana) veía la oportunidad de rehacer España a la imagen y semejanza de su vieja interpretación austracista, mirando siempre hacia atrás, como los cangrejos, por lo que habla de un reparimiento de la nación: "Los pueblos nacen, ha dicho Cossío, de un momento de meditación en la hora del dolor. Este renacer de España en una alborada de sangre, entre clarinazos de triunfo y toque de oraciones, hay muchos que no lo entienden o no lo quieren entender" p. 11-12.

Cita, como años después los sacerdotes de la teología de la liberación, los mismos textos bíblicos pero con sentido exactamente opuesto: "Hemos leído en alguna parte que la verdad siempre triunfa, a condición [de] que se la defienda. Este ha sido nuestro propósito, al escribir estas líneas, exponer la verdad y defenderla. Si lo lográsemos habremos contribuido con nuestra parte alicuota a liberar a España de la invasión de los bárbaros bolcheviques, porque está escrito -veritas liberabit vos- la verdad os hará libres", p. 13. Enseguida sirve el primer plato o capítulo contra la nauseabunda derecha liberal, democrática y republicana (luego la emprenderá con los sacerdotes vascos que apoyaron el régimen democrático). Le molestaba sobre todo el crédito que daban a la misma en el extranjero, mayor que el que prestaban a los militares y otros uniformados de la rebelión: "Lo que causa no solo sorpresa, sino asombro, es que un periódico tan característico como La Croix, órgano prestigioso del pensamiento católico francés, afeando su nombre y emborronando su historia, se haya puesto al servicio de nuestros enemigos, admitiendo colaboraciones y dando informaciones peor que tendenciosas, lo que constituye un caso de bochornosa defección en los principios de la solidaridad cristiana".

Y es que Mugueta estaba acostumbrado a la censura; se lo justifica diciendo que "los emisarios del Frente Popular, a pesar de su odio al Evangelio y a Cristo, no vacilan en disfrazarse, cuando les conviene, de vestales del Cristianismo" p. 16. Fuera de elogios hoy en día bastante incomprensibles, como a Mola, "ilustre general que a la vez es notable escritor" p. 16 (¿?) o a las "interesantes charlas" del matarife Queipo del Llano (p. 17), no entiende de sacerdotes demócratas, que identifica con el planeta rojo de Satanás, "unos pocos compatriotas nuestros, sacerdotes y religiosos, apóstatas de la hispanidad, convertidos en agentes de Moscú y corredores a sueldo de los gobiernos de Azaña y de Companys, que andan por esos mundos esforzándose por ganar con equívocos y trapantajos el apoyo de los católicos y personas decentes en favor de los Nerones españoles", p. 17; para él son una "majada de lobos con piel de oveja que tratan de alborotar el redil de Cristo".

Igual de encogido descerebramiento alcanzan sus pestes contra los políticos demócrata-cristianos, y en especial llama "la atención del mundo culto sobre la extraña sensibilidad de ciertos juristas que, como el señor [Ángel] Ossorio y Gallardo, hacen escándalo ante ciertas anomalías del Derecho, se rasgan la toga ante supuestos atentados al Poder constituido, mientras permanecen silenciosos y beatíficos, sin voz y sin vista, cual señoras de compañía de la prostituida Democracia, ante la violación permanente, por parte de los suyos, de todos los preceptos de la ley natural. Y como si esto fuera poco, afectan condolerse como católicos, "unidos por el mismo lazo de la fe sobrenatural", y lloran, como venales e hipócritas plañideras "el mal irrogado por las huestes de Franco a la religión y a la Patria" (pp. 18-19). Al cabo uno se convence de que habla de sí propio cuando alude en su sermón político al "cinismo de Caín acusando a Abel" y afirma que "tenemos enfrente a los crucificadores, no a los cruzados", a unos "alguaciles de la Masonería", organización, por cierto, tan similar en estructura, ceremonias y fines a la Iglesia Católica Romana que uno no ve sustanciales diferencias entre ambas, salvo la tolerancia mayor de la primera, que los segundos desfiguran llamándola "misericordia".

El segundo capítulo del flamígero sermón, tan surtido en denigracias como el anterior, se titula "Ambiente político-social en la fecha del alzamiento"; cita en sus albores al papa San Gregorio: ante consumationem omnia perturbantur, porque "la prueba irrecusable de que una nación esquilmada por una política de logreros y raída por el cáncer social está a punto de disolverse, como manzana podrida, son las convulsiones y sacudimientos epilépticos que en ella se suceden". Ese era el ambiente antes del "grito libertador" de un régimen que se iniciaba con "fiesta de rufianes y orgía de prostitutas". Cita (no podía faltar en el disco rayado que ahora mismo estoy poniendo) la quema de edificios religiosos y "la insurrección de Asturias... la cual no era política como entonces se dijo, sino social como después se ha sabido, toda vez que tenía por fin inmediato la implantación de la república socialista como puente a la república soviética", p. 27. 

Azaña le parecía en el 36 un moderado "hipócrita, farisaico" y un "equilibrista fracasado" que ha sido sustituido por un "calculista frío y estoico, sin moral y sin creencias, capaz de firmar, sin que le tiemble el pulso, la entrega de la Patria a los miembros del Comintern". Ni se le ocurre pensar que todo eso fuera facilitado por la desestabilización todavía mayor que el golpe de estado creó en la recién nacida república democrática, cuya ingenua celebración jubilosa por el pueblo se explicaba por haber sido este envenenado por "toda clase de propagandas subversivas". Así que, "de esta suerte España quedaba dividida, políticamente, en dos zonas y en dos castas", p. 29. 

Prosiguiendo con una retórica pantuflista al más puro estilo Eduardo Inda, afirma que "la sala de los magistrados se convierte con frecuencia en tenida de masones o reunión de comités. Los jueces prevarican ante el miedo o el halago" (ignora o le da igual el miedo que él mismo insufla). Casi ni alude a las ansias económico-salariales del ejército africanista sublevado "con los mandos de más responsabilidad confiados a mediocres o ineptos", pintando el tópico y fatigoso panorama pantuflista de lugares comunes con que se nos ha aturdido durante décadas:

En la Cámara legislativa la mayoría ruge siempre que hablan las minorías. A la fuerza de la razón se replica con la razón de la fuerza. A los tonos mesurados y corteses con el desplante y el vocerío. Un día se desvela la muerte trágica que había de tener Calvo Sotelo cuando dice La Pasionaria "este hombre ha hablado por última vez". En otra ocasión se advierte a Gil Robles que habrá de morir con los zapatos puestos. En el mismo banco azul los ministros toman, al contestar a los jefes de la oposición, actitudes de chulería, porque saben que está en el hemiciclo, esperando órdenes, armado el escudero. Decididamente al parlamento español en las postrimerías de su funcionamiento cuadraba a perfección lo que dijo Leuduski de la Dieta de Francfort: "Esto huele a canalla", p. 31.

Por supuesto, esta prosa del régimen ignora la conexión del financiero corrupto y presunto asesino Juan March, perseguido por la República a causa de su increíble falta de escrúpulos, con el golpe que financiaba; más adelante March sobornaría a los generales franquistas para impedir que España entrara en la guerra americano-ruso-inglesa contra el aliado de Franco, Hítler, no por patriotismo y evitar la muerte de más españoles, sino porque sería malo para poder controlar sus pingües negocios en el país. Paso por alto las ridiculeces que tanto ofendían a Mugueta y que sirvieron para justificar su amada, su necesaria sangría colectiva para lavar más blanco a España y dejarla tan limpia y cerril como era su sueño, renunciando a la sucia democracia, palabra esta que no aparece ni una sola vez en su libro, ese ente utópico tan adulterable y corruptible como hemos visto desde cuarenta años acá, aunque por lo menos citaré una enumeración de los cocos de este niño rabioso dizque cura: "El laicismo, el matrimonio civil, el divorcio, el amor libre, la secularización de los cementerios, el expolio de la Iglesia mediante la nacionalización de sus bienes, el atentado a la propiedad privada, el encono contra la burguesía y el clero, el anatema contra todo lo auténticamente tradicional, la gravitación hacia la dictadura del proletariado, el abrazo con el soviet, la entrega de la soberanía nacional al separatismo, de la sociedad al comunismo, de la Religión al masonismo", p. 32. Otras veces es más explícito: "La prostitución de las costumbres al amparo de la más amplia y cínica licencia, la disolución de la familia por las nupcias sin altar, la profanación de la niñez en la Escuela sin Dios, la disgregación de la sociedad bajo el influjo corrosivo del anarquismo militante, la mutilación de la Patria por la cuchilla separatista, la corrupción absoluta del Poder público en monstruoso maridaje con los enemigos del Estado", pp. 37-38. Había que "poner un tope al despotismo en la Presidencia, a la arbitrariedad en el Gobierno, a la prevaricación en los Tribunales, a la demagogia en el Parlamento, a la revuelta en la calle, al sacrilegio en los templos, a la blasfemia en las cátedras, a la inducción al crimen en la prensa y en el mítin, al insulto a la fuerza armada, a la caza del hombre por el hombre, a la petulancia de las juventudes libertarias, al pistolerismo profesional, al asesinato a domicilio, a los avances de la anarquía en la ciudad y en el campo, a la irrupción del vandalismo por todas las avenidas de la Patria en ruinas". En fin, que quería una España más sencilla, ignorante, plana y, en suma, hipócrita. Creo que no es mal resumen; compárenlo con ahora y donde dice soviet pongan ahora Venecuba del Norte y donde "enemigos del estado" pongan bancos. No estará de más explicar que si la República pidió ayuda a la URSS fue porque no se la dieron ni franceses ni ingleses ni estadounidenses, y bastante trabajo costó lograr incluso que hubiera brigadistas internacionales, mientras que los militares obtenían el crédito y la amistad de unos santos de Palmar de Troya como Hítler y Mussolini. Ya resulta gracioso comparar el "pistolerismo profesional" con el "ejército profesional" que se levantó contra la democracia. Más pistolas que entonces hay en Estados Unidos, Suiza o Finlandia y quizá si hubiéramos tenido tantas como ellos nos hubiera ido mejor para defendernos que confiar en un ejército o una guardia civil levantada contra el pueblo que habían jurado defender.

El siguiente capítulo es "Carácter patriótico y religioso del movimiento salvador". Aquí dice la primera verdad: que el movimiento no lo promovió el pueblo (claro está, si era antidemocrático), sino el ejército, por "sentido del honor". O sea, como en el siglo XIX. "Queipo del Llano terminó su primera charla ante el micrófono con un viva a la república honrada y el infortunado Godet declaró que todo su crimen consistía en haber querido arrancarla de manos de los que la estaban degradando" (p. 36). Mugueta convierte en pueblo infiel al pueblo español contra el que se levantaron los militares que debían defenderlo para proclamar una "Santa Cruzada" medieval, a la que no dejaron alistarse al rey exiliado como una especie de Corazón de León. Y menciona la bendición del papa Pío XI al ejército franquista en la alocución La vostra presenza del 14 de septiembre de 1936, discurso tan mal interpretado y censurado en España que sirvió para proclamar la guerra como la tal "Cruzada", justificando así toda violencia en nombre de Dios para recuperar el sepulcro de la santa tradición de hacer las cosas violenta e injustamente.

El capítulo tercero lleva por título "Ellos y nosotros. Su obra y la nuestra". Y lo primero que recuerda es una frase de Maura que tiene un estilo típicamente rajoyano: "Ellos son ellos y nosotros somos nosotros". Una auténtica joya para dialogar con los besugos (esto es -para quien no lo entienda, que los hay- para romper cualquier atisbo de entendimiento en el diálogo). "Somos inconfundibles", proclama, y "hay una tendencia en el extranjero a considerarnos a todos como salvajes de distintas tribus, cuyos individuos solo se distinguen en la forma del indumento y el color del taparrabos". Los rebeldes en su terminología, los demócratas, "pertenecen a los grupos infrahumanos de los sin Dios, sin Patria, sin hogar y sin amor. El amor para ellos no es amor, sino simple estímulo de reproducción, el hogar un departamento del proyectado falansterio, la Patria un sector de la gran Patria a la que aludía Sócrates cuando dijo soy ciudadano del mundo", p. 42. ¡Dios mío, qué malo es Sócrates! Sigue por este estilo reduciendo al ser humano demócrata al estado de la mierda inorgánica: "El hombre en la filosofía marxista no es más que un tubo digestivo [...] no hay más que una Divinidad, dicen, la fuerza, y un solo sacerdocio digno de esa Divinidad, la Técnica", p. 48. "Muchos de ellos tienen tara de degenerados y tatuaje de presidiarios [...] hombres con instintos de fieras y fieras con conocimiento y perversión de hombres".

Menciona entre los caídos de su Cruzada a diez obispos "y dieciséis mil sacerdotes y religiosos". Ah, eso sí: no menciona a ningún religioso "martirizado" antes de la Guerra Civil que apoya y sanciona el Papa "que bendice ejércitos", como escribe Borges, ni a los muertos por el otro bando, que son de peor calidad. "Vamos reconquistando para la Patria a Cristo [...] ya tenemos la cruz en las escuelas, al Sagrado Corazón en los municipios, maestros fervorosamente católicos al frente de la enseñanza, profesores creyentes, prestigiosos y cultos en institutos y universidades, a los jesuitas en sus residencias y en sus colegios, a hombres de recia fe y vibrante españolismo presidiendo las instituciones políticas y sociales", p. 53. Ya se vería cuánto avanzó esta "ciencia" en una España católica en la que se daban las cátedras universitarias por méritos políticos: todavía tenemos una de las universidades más mediocres del mundo, en parte por esa inercia y por esa heredada fuga de cerebros, que se dejó aquí solamente a los acostumbrados a no pensar o a hacerlo sin libertad. Nuestro único premio Nobel incluso era medio estadounidense y tuvo que marcharse fuera para investigar. Es más, Franco echó o reprimió a todos los discípulos de Ramón y Cajal... la neurología española nunca más levantó "cabeza" pero, a cambio, ¡qué magníficos curas y monjas tuvimos! En fin, el doctor Mugueta animaliza al enemigo de la misma manera que Hítler, su aliado, a los judíos. Un ejemplo entre muchos: "Según un emigrado ruso, bastarían quince años de régimen bolchevique para que los hombres se cubrieran de pelos como las bestias", p. 55. Me parece que el doctor Mugueta no andaba muy fuerte en biología... si le hubiese dado esa materia un profesor republicano... Concluye así: "Y pensar que haya personas de derecha que por temperamento, por vocación, por lógica, por catolicismo y humanidad, debieran militar en nuestro bando y se han pasado a la banda. ¡Qué pena!", p. 55.

El padre Juan Mugueta ignora conscientemente toda la doctrina social de la Iglesia que desautoriza a la vez a la izquierda y a la derecha (lo que equivale a no decir nada; ya se ha visto cómo los curas interpretan la Biblia -o esa verdad que "hace libres"- en un sentido o en el opuesto según les convenga). El cuarto capitulillo es "El respeto al Poder constituido". Es tan abiertamente ridículo (un rebelde al poder político sostiene que se debe respetar el poder político) que no me extenderé: ya hemos visto que la razón no es lo fuerte del doctor Mugueta, sino la fe, una fe que sería de carbonero si no fuera este un odioso proletario. Por eso lo primero que hace es negar que hubiera en España poder político; ya cómodo, después de esto, poca coherencia se puede esperar ya: canta las bondades del "fascismo" y del "caudillo" contra los "maffiosos" vacilantes demócratas, así que no añadiré más por ahora.

sábado, 18 de junio de 2016

Teología moderna

La gran teología moderna: Karl Rahner, Hans Urs von Balthasar, Yves Marie-Joseph CongarHenri De Lubac. A mí me gusta especialmente von Balthasar. Y qué lástima no tener tiempo para poder profundizar en las ideas sobre el Bien Supremo de todas estas personas. A veces pienso que nos reencarnamos solo para poder tener tiempo de alcanzar alguna conclusión válida sobre la existencia y que esta se limita solamente a ser una especie de guardería metafísica.