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martes, 27 de agosto de 2019

El clarividente Raúl del Pozo

Escuela de la noche

RAÚL DEL POZO Actualizado: 09/01/2014

Xavier Vence, portavoz del BNG resalta la podredumbre absoluta en la Familia Real. Marta Rovira de ERC lamenta que la Monarquía esté bajo la corrupción. Los independentistas critican que el Rey sacralice la Constitución y la unidad de España. Van más allá que los escoceses, dispuestos a mantener la Monarquía.

En el Reino Unido, como su nombre indica, la Corona es una institución eterna, mientras que en España siempre es provisional; ya saben, se llegó a sortear el trono. Tal vez descubramos un día que la alternativa a la actual Monarquía no sea una República, sino tres o quizás cuatro, contando Galicia. Insisto, esto no es Inglaterra, con una Monarquía más cara, más arcaica, con arqueros a sueldo cuando ya no hay flechas. La propia Isabel llamó Annus Horribilis al año en el que estallaron los Príncipes de Gales.

Si comparamos el ridículo elefante y el lío de Corina con el tampax en el té del Príncipe de Gales y Camila Parker, o las escapadas de Doña Letizia con la pasión y muerte de Lady Di, aún no hay color. Los príncipes ingleses se han puesto hasta el culo de crack y nadie duda del arraigo de la Corona. Churchill hizo un elogio apasionado de Jorge V: «En una Europa azotada por la tempestad de la anarquía, se mantuvo en el corazón del imperio; mientras todo iba a la deriva, la Monarquía británica permaneció firme».

En Inglaterra, el primer teatro es Buckingham, pero levantado sobre la firme idea de que la Ley estaba por encima del rey. Cuando un monarca se puso chulo, los cabezas redondas de Cromwell le cortaron el cuello. La diferencia entre los dos reinos está en la crítica y el control de la Monarquía, aquí hubo omertá, hasta ahora en la prensa, antes en el escenario.

El teatro isabelino hace críticas feroces a los reyes, el teatro español barroco sufre la enfermedad de la dependencia al poder real. Calderón, que era sacerdote, trató a los reyes como a dioses y en pago a su adulación, le enviaban todos los días un cesto de golosinas desde palacio. Por el contrario, Shakespeare, delante de los hijos de sus reyes, deja aparecer monarcas borrachos en el escenario y su príncipes se juntan con ladrones y pícaros.

El divino Marlow, según Borges, aprendió el ateísmo y la infinidad del espacio. Fue asesinado en una taberna. La policía había descubierto un manuscrito en el que afirmaba que Jesucristo era homosexual. Frecuentaba La escuela de la noche donde discutían sobre la obra de Maquiavelo. Eran librepensadores, fumaban opio, ridiculizaban a los tres monoteísmos y a la Monarquía

viernes, 1 de junio de 2018

Inteligencia colectiva

Varias cabezas piensan mejor que una
ELENA SANZ, El Mundo, 30 may. 2018 01:59

Existen numerosas evidencias científicas que confirman que los colectivos son más listos que la mayoría de los individuos por separado

Año 1906. Feria de ganado en una campiña al oeste de Inglaterra. Una muchedumbre se agolpa alrededor de un colosal buey. "¡Hagan sus apuestas señores! ¡Atrévanse a adivinar a ojo de buen cubero cuánto pesa el ejemplar por sólo seis peniques!", grita alguien. Un divertido concurso rural que no hubiera tenido la menor importancia si no le hubiera dado por asomarse por allí a un estadista llamado Francis Galton, al que le encantaba analizarlo todo. Aquello despertó su curiosidad. Pidió copia de las 800 apuestas que habían hecho los agricultores y ganaderos locales. Y comprobó que, si las analizaba individualmente, había respuestas de todo tipo, algunas totalmente disparatadas, otras que no andaban demasiado lejos. Pero cuando calculaba la media de las respuestas, ¡'voilà'!, ésta coincidía casi exactamente (con un margen de error de sólo un 1%) con el peso del animal. Así fue como, en una recóndita feria de ganado, Galton llegó a una interesante conclusión: los colectivos son más listos que la mayoría de los individuos por separado. La inteligencia común supera a la de la suma de las inteligencias individuales.Ideas genialesLa teoría de Galton -que publicó la revista 'Nature'- no sólo no ha sido desmentida con el tiempo. Un siglo después, existen aún más evidencias de que en grupo pensamos mejor que solos. Incluso hay iniciativas exitosas basadas en este fenómeno, como las plataformas 'crowdsourcing', que tienen su máximo exponente en Wikipedia, o las iniciativas de co-creación e innovación abierta, que pretenden que surjan ideas geniales pensando en masa. Eso sí, en estos años hemos añadido algunos matices. El más importante de ellos es que las multitudes son más inteligentes que los individuos en muchas ocasiones pero, sobre todo, "en esas situaciones en las que hay opiniones muy diversas (no solamente 'sí' o 'no') y podemos conseguir que las personas las expresen de manera independiente", tal y como le explica a ZEN Bahador Bahrami, neurocientífico y experto en comportamiento humano del University College de Londres. En otras palabras, la inteligencia colectiva funciona mejor cuando ignoramos lo que responden los demás.Si las personas comparten información antes de contestar, empiezan a notarse los efectos de la influencia social, es decir, nuestra "tendencia a cambiar opiniones y preferencias observando lo que otros piensan", aclara Bahrami. Neurocientíficamente tiene sentido: somos animales sociales, y en cierto modo actualizamos nuestras ideas escuchando a los demás. "Nosotros mismos hemos demostrado incluso que somos más fácilmente influenciables cuanta más cantidad de materia gris tenemos en la corteza orbitofrontal lateral del cerebro", explica el investigador. Sin embargo, esta flexibilidad social no nos beneficia a la hora de resolver ciertos problemas en grupo, sino todo lo contrario.ExperimentoLa última prueba de ello la puso sobre la mesa el mes pasado un equipo de investigadores estadounidenses de la Universidad de Harvard y el Instituto de Santa Fe. En su experimento no trabajaban con bueyes sino con tarros de caramelos. Les pedían a distintos sujetos que dijeran una cifra "a ojo" de cuántas golosinas había en los botes. De esta forma, comprobaron que si a los participantes se les informaba de que otros compañeros habían propuesto cifras mucho más altas que las suyas, casi siempre modificaban su respuesta. Con un desastroso resultado, porque al "rectificar", la media se alejaba de la realidad. El cálculo era mucho más atinado cuando nadie compartía información. Dice Bahador Bahrami que también hay que tener en cuenta que la fiabilidad de la inteligencia grupal depende del tipo de problema que se aborde. "Si el asunto requiere conocimientos expertos, entonces los grupos no lo hacen tan bien; pero si la pregunta es una sobre la que cualquiera tiene alguna noción, aunque sea imperfecta, como por ejemplo '¿cuál es la altura de la Torre Eiffel?', ahí los colectivos son sin duda mucho más listos que los individuos por separado", aclara.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Reforma constitucional, por Antonio Fernández Reymonde

Antonio Fernández Reymonde, "Como fruta madura", en Miciudadreal - 7 diciembre, 2016:

Los anales de la historia nos recuerdan los acontecimientos históricos con su fecha correspondiente, como hitos insoslayables, marmóreos. Tales datos, por sí solos, no tienen alma, es preciso contextualizarlos para ser interpretados, o al menos para intentar entender las circunstancias en que se produjeron. ReymondeA menudo, tales acontecimientos no son sino una fase (intermedia o final) de un proceso que transcurre con mayor o menor pasión o ansiedad. Cinco años no son nada, pero es el tiempo que ha pasado desde que Rajoy ganó las elecciones hasta hoy, por poner un ejemplo. Poco más de cinco años transcurrieron también entre la proclamación de la II República en abril de 1931 y el golpe de Estado que llevó a este país a la Guerra Civil en julio de 1936, con otro intento de golpe y una revolución frustrados por medio. Un tiempo similar hubo entre la muerte de Franco en noviembre de 1975 y el asalto al Congreso de Tejero el 23 de febrero de 1981, con otro intento abortado poco antes, conocido como Operación Galaxia. Más o menos el mismo tiempo que hubo entre dicho momento y el de nuestro ingreso en la C.E.E. en 1986. No trato de ponerme dramático, sino ilustrar distintas maneras de vivenciar un mismo periodo de tiempo,sea extremadamente convulso o apacible.

Solo dos años mediaron entre la aprobación en referéndum del proyecto de Ley para la Reforma Política auspiciado por Adolfo Suárez en diciembre de 1976– con la oposición al régimen de entonces articulada en partidos políticos subversivos – y la aprobación en referéndum de la Constitución Española en diciembre de 1978. En aquellos años no ocurría lo de ahora, los referéndums se hacían “como Dios manda”, a la mayor gloria del convocante. El contexto: un país que enterraba recientemente y con todos los honores a un dictador / generalísimo durante casi cuarenta años;un país en vías de desarrollo, con una moneda sometida a continuas devaluaciones en plena “crisis del petróleo” y en plena “Guerra fría”; con el ruido de sables permanente y la amenaza del terrorismo de extremistas de ambos bandos; con una libertad de prensa relativa (donde el gobierno podía secuestrar en ocasiones tiradas de prensa o revistas) y una televisión pública única, altavoz mediático a conveniencia del gobierno.

Y poco más de un año se tardó, desde las elecciones constituyentes de junio de 1977, para redactar la Constitución y poner de acuerdo a diputados y senadores para su aprobación en el Congreso en octubre de 1978. Para superar la amenaza del involucionismo, fue necesario que los representantes políticos cedieran en muchas de sus aspiraciones, y unir tanto a los que dejaron recientemente una larga clandestinidad, como a los sectores afectados de la burguesía madrileña o nacionalista (vasca o catalana) que necesitaba la democracia para la credibilidad exterior y el beneficio de sus intereses: contra el “bunker” era imprescindible llegar a un consenso.El “bunker” representado por Fraga Iribarne y Alianza Popular, era la cuarta fuerza en el Congreso, con 16 diputados de los 350. Y si aspiraban a volver alGobierno algún día, tanto como a actualizar las estructuras del régimen de Franco,no podían quedar fuera del consenso, debían adherirse al grupo (como hizo Fraga durante y después del “Tejerazo”).En este tiempo no existía aún la “clase política” como la reconocemos hoy.

Así pues, había que diseñar un “Estado del Bienestar”. Había que aplicar la “Monarquía Parlamentaria” y un “Estado de las Autonomías”, por vía rápida (artículo 151) o vía menos rápida (artículo 143) – como si la premura fuese un asunto de primera necesidad en un texto al que se auguraba una larga vida – con un extraño reparto de provincias por comunidades autónomas que dejaba hecho unos zorros el mapa de Castilla la Vieja y León – despojándola completamente de su carácter de nacionalidad histórica – o incluía a Guadalajara en una comunidad de identidad diferenciada y eminentemente manchega. En estas circunstancias, de nuevas banderas al aire y nuevos iconos, de largas pelambreras y pantalones de campana, de grises y “Cristo Rey”, había que imaginar cómo debía estructurarse un país que tuviera cabida en el entorno europeo, y asentar los cimientos para una legislación moderna. Como suele suceder, la realidad superó también en este caso a la ficción, por bien intencionados o ingenuos que fuesen aquellos que imaginaron que la figura del Jefe del Estado fuese inviolable, los representantes políticos aforados (prácticamente blindados), los servicios básicos reconocidos y respetados (y no como valor testimonial sin garantías para la población más necesitada), sin perjuicios derivados de la desigualdad de derechos entre habitantes de distintas comunidades autónomas (aunque sin establecer garantías del Estado para corregirlos) …

Han pasado treinta y ocho años desde la aprobación de la vigente Constitución y si ya se veía que su imperfección no garantizaba muchos de los derechos recogidos, y provocaba conflictos de intereses (el poder judicial, la financiación y las competencias de las autonomías, las diputaciones, la reforma del artículo 135,…) el siglo XXI ha añadido nuevas circunstancias al contexto y los viejos problemas se han acentuado desde la crisis financiera de 2007 y los innumerables casos de corrupción que han llegado a los juzgados salpicando a demasiados políticos de este país, especialmente desde la llegada de Aznar al Gobierno del España en 1996 (¿recuerdan las consecuencias de laLey Cascos?) y con la falta de alternancia en Andalucía. Han salpicado – presuntamente, de momento – hasta a la Casa Real; y Juan Carlos I se lamentó de su “equivocación” y prometió que no volvería a suceder (aunque aquel lamento no era por su hija, sino por haberse ido de cacería a África con su asistente Corinna mientras se pedía sacrificios a la población para el ajuste económico).

Han pasado treinta y ocho años, y en los principios del reinado de Felipe VI algunos hablan de reformar la Constitución. Vana ilusión. Para empezar, los mismos que admiran a Adolfo Suárez y el “consenso del 78”, no parecen muy dispuestos a considerar las propuestas de la nueva izquierda, crítica con el “régimen del 78”. Mal empezamos si para hacer una reforma que afecta a todos los que son no participan todos los que están. Luego hay que entrar en materia, qué y cómo se va a revisar: si el derecho a la vivienda prevalece ante el derecho de los bancos, por ejemplo; o el problema del cupo vasco o la financiación autonómica; o la pervivencia de las diputaciones y la corrección de las duplicidades de servicios en distintas administraciones; o el trasunto del poder judicial; o la regulación del Título II que afecta a la Corona; o la existencia del Senado (ese cementerio de elefantes, engañabobos con pretendida apariencia de cámara territorial); o la regulación de las convocatorias de referéndum o de las iniciativas legislativas populares, etc. Y por último, si la aprobación de las supuestas reformas va a quedarse en exclusiva en la Carrera de San Jerónimo, porque cabe recordar que desde el referéndum para la entrada de España en la OTAN en 1986, no ha vuelto a convocarse ningún referéndum, ni para refrendar los tratados internacionales más importantes (como la Constitución Europea de 2004), ni siquiera en 2011 para aprobar la reforma del artículo 135 (que desde esta columna invito a indagar en la historia de la reforma y su actual redacción). En el lote de 1978 se incluía “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria” ¿Qué grado de afección tiene hoy la sociedad española hacia su monarca? ¿Volverían a someterlo a referéndum, a riesgo de un obtener un resultado indeseable? Por eso se habla de reformar artículos, no de cambiar la Constitución. Además, mientras el sistema de elección del Senado siga beneficiando al partido en el poder, como baluarte de sus posiciones en estos tiempos de incertidumbre, dudo mucho que el bipartidismo esté dispuesto a hacerse el harakiri sin ningún tipo de contrapartida.

En resumen, creo que la situación no es la más adecuada para una reforma constitucional. Como la fruta madura cae por su propio peso, una reforma constitucional debería hacerse de acuerdo a la mayoría del país, y con el actual equilibrio parlamentario, cuyo punto de partida es falsario debido a la ley electoral que tenemos, me parece muy, muy difícil. Además, hace falta un talante conciliador generalizado, que no encuentro por más que quiero. Hasta cierto punto es normal que no lo halle, porque a diferencia de 1978, no hay razones nuevas, tan poderosas como las de entonces, para compartir entre todos el sentimiento de querer hacer comunidad, o nación. Y lamentablemente, esta inacción beneficia a los inmovilistas, bastante beneficiados ya de por sí.

martes, 11 de octubre de 2016

Ven, capitán Trueno

En memoria del escritor republicano Víctor Mora

Letra de canción de Capitán Trueno, de Asfalto

Si el Capitán Trueno,

pudiera venir,
nuestras cadenas
saltarían en mil.
De él aprendimos
que el bueno es el mejor,
lo que, al pasar el tiempo,
comprendemos que no...

Si el Capitán Trueno 

pudiera venir,
nuestras cadenas
saltarían en mil.
Monstruos gigantes,
princesas encantadas...
El malo siempre palma,
la chica se salva...

¡Ven Capitán Trueno,

haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
que el mundo está...
al revés...!

A bordo de su barco

subiríamos tú y yo,
perseguidos por los años
desde que él los dejó; 
¡en océanos de tebeo,
con espadas de papel,
haríamos a los piratas
retroceder!

¡Ven Capitán Trueno,

haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
que el mundo está...
al revés...!


Y otra más desconocida, de tema cervantino, también de Asfalto: Rocinante

Atravesé, la eternidad 
y descubrí, tras de una nube algo 
un caballo con alas viene hacia mí 

¿quién eres tú? 
¿qué haces aquí? 
has de saber que yo soy Rocinante, 
vivo alejado, el coche me desplazó. 

Don Quijote me abandonó 
cambió su lanza por un tractor, harto ya. 

Pobre Hidalgo, cómo luchó 
quiso cambiar el mundo por sus sueños 
no comprendieron, se rieron de él. 

Dulcinea le convenció, 
Sancho Panza se le asoció y 
montaron un negocio 
una tienda de accesorios para el tractor. 

Don Quijote me abandonó 
cambió su lanza por un tractor, harto ya. 

Hiciste bien en quedarte aquí 
en este valle de paz 
todo lo que allí ya no está, acompaña tu soledad 
todo lo bello lo he visto aquí, no necesitas más. 

Puede que quieras venir conmigo 
en este viaje infinito 
vénte conmigo, buen Rocinante a descubrir lo eterno 
bate tus alas al viento, iremos juntos 
más allá.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Rescato y publico el texto y partitura del antiguo Himno nacional republicano de 1868


El himno titulado “¡Abajo los Borbones!” fue estrenado en el Teatro de la Zarzuela, el 7 de dIciembre de 1868, formando parte de un espectáculo compuesto por El alcalde de Zalamea, unos poemas políticos alusivos a la obra de Calderón y, a propósito, uno de Luis de Eguilaz titulado “la convalecencia”. El himno del famoso poeta y autor dramático Antonio García Gutiérrez, con música del maestro Emilio Arrieta, “agradó mucho a la nutrida concurrencia y fue muv aplaudido” según Los Sucesos, núm. 669, 9 de diciembre de 1868, y se publicó íntegramente en este mismo número, en su página 536, y con la partitura en Madrid: Casimiro Martín, 1868. En el enlace azul está la partitura.


 

RECITATIVO


Después de siete siglos de luchas y de hazañas
del español ya exenta la indómita cerviz
al trono de Pelayo, nacido entre montañas
subió la casa de Austria en época infeliz.

Subió Carlos primero, verdugo de Castilla,
que su altivez heroica queriendo castigar
en la caliente sangre de Bravo y de Padilla
ahogó la independencia de España en Villalar.

Y, en pos de aquel soldado de trágica memoria,
avanza el parricida que a España despobló,
y aquellos dos Felipes de triste y pobre historia,
hasta el segundo Carlos que a Francia nos legó.

Mas resistiolo el pueblo, de su viril constancia
haciendo airada muestra y alarde singular,
y horrores de Sagunto y estragos de Numancia
en Barcelona y Játiva se vieron renovar.

Subió el Borbón al trono, pero subió dejando
la garra del leopardo clavada en Gibraltar;
predecesor fue digno del séptimo Fernando
y de esa desdichada, fanática y vulgar.

Triunfó el Borbón y ahora por despedida deja
cadalsos, sangre, luto y la miseria en pos,
y aun hoy en el destierro de ingratitud se queja
la que sucumbe herida por el rigor de Dios.

Perdiose con su raza, perdiose aquel imperio
que levantó Pelayo y engrandeció Cortés,
que ya era nuestra España sangriento cementerio
en que se alzaba un trono como fatal ciprés.

PARTE CANTADA

¡Abajo los Borbones!, exclama el pueblo entero
hirviéndole en el pecho la afrenta y el rencor, (bis)
repítelo el soldado y el duro marinero,
y todos cuantos sienten las iras del rubor.

Aquel que entre nosotros tuviere madre honrada,
esposa, hermano o hija, y estimen su virtud,
que diga si no siente la indignación sagrada
con que la España toda rompió su esclavitud

¡Abajo, abajo los Borbones,
de nuestra patria mengua y horror!
Muestre la España a las naciones
alta la frente, limpio el honor.

España, que ocultaba con silencioso lloro
su afrenta y su ignominia temiendo al mismo sol, (bis)
que ayer su sangre toda miró trocarse en oro
del crimen y del vicio fundido en el crisol.

¡Abajo los Borbones, abajo! ¡Y que les sea
la tierra ya enemiga del uno a otro confín!
¡Sin propio suelo vaguen como la raza hebrea,
y aun no es a sus delitos el merecido fin!

¡Abajo, abajo los Borbones,
de nuestra patria mengua y horror!
Muestre la España a las naciones
alta la frente, limpio el honor.

En tanto, respiremos la brisa bienhechora
y el apacible ambiente de amor y libertad,
que pronto a nuestros ojos se mostrará la aurora,
presagio venturoso de más risueña edad.
La paz con el trabajo, y el arte con la ciencia
serán desde hoy las armas que enciendan nuestra lid;
mas, si de España atacan la santa independencia,
veréis cómo retoñan los vástagos del Cid
.

¡Abajo, abajo los Borbones
de nuestra patria mengua y horror!
Muestre la España a las naciones
alta la frente, limpio el honor.

sábado, 10 de octubre de 2015

Cuarenta años de pseudodemocracia

Javier Rodríguez Marcos, "Democracia, la crisis de los cuarenta", en El País, 10 de octubre de 2015:

Cuatro décadas después de la muerte de Franco, historiadores y filósofos sostienen que ha llegado el momento de reformas profundas en España.

Es difícil sustraerse a la atracción de los números redondos. El próximo 20 de noviembre se cumplirán cuatro décadas de la muerte de Franco y justo un mes después se celebrarán las elecciones generales más abiertas de los últimos tiempos. En medio, la formación del Gobierno independentista salido de los pasados comicios catalanes y el 37º aniversario de la Constitución de 1978. Para algunos, la Carta Magna es un fruto prohibido —más melón que manzana— imposible de abrir sin que se desate el caos; para otros, el origen de un régimen que consideran agotado. Junto a palabras como crisis, brecha, casta o vieja política vuelven a escucharse algunos términos fetiche de la Transición: reforma, ruptura, consenso, pacto.

Hace dos años, el jurista Santiago Muñoz Machado, miembro de la RAE y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, ganó el Premio Nacional de Ensayo con un libro de título sobrio —Informe sobre España— y subtítulo espinoso: Repensar el Estado o destruirlo. Allí escribe párrafos como este: “Cuando las Constituciones han durado más, como ocurrió con la de 1876, o está pasando con la de 1978 en la actualidad, ha sido porque la clase política y las élites sociales han conseguido trenzar sus intereses de modo que las ventajas de la estabilidad y el parasitismo sobre las instituciones públicas se reparta de un modo equilibrado entre ellos o, en su caso, procurando una razonable rotación en el disfrute de prebendas. Si la situación aprovecha a los principales actores políticos y sociales, existirán menos razones para cambiarla. El anquilosamiento o la congelación del régimen constitucional no es difícil si la trama se extiende por todo el territorio del Estado, apostando en cada lugar estratégico a un leal cacique local que asegure la aceptación pacífica, o incluso entusiasta, y desde luego participativa, del reparto del poder”.

Cuatro décadas después, a ese congelado institucional parece llegarle el tiempo del deshielo. El bipartidismo lleva tiempo amenazado desde la derecha, la izquierda y el centro —y “desde el centro-centro”, según algunas—. Mientras, la crisis económica y la desigualdad han hecho que ya sea historia el bienestar que, según Muñoz Machado, “camufló” la inadecuación del apartado del Estado para la correcta administración de los intereses públicos. ¿Rotura, desgaste, envejecimiento, fin de era, cambio de ciclo? “Es un desgaste producido por el tiempo”, explica el ensayista en su despacho, en Madrid, “y por la falta de atención a un deterioro de las instituciones que hace poquísimo era tan general que afectaba desde a la Corona hasta el último rincón: el Parlamento, que no funciona sino a las órdenes del Gobierno; un Senado inservible; un Tribunal Constitucional dudoso; un Consejo General del Poder Judicial en cuestión…”.

"Igual que se habla de Segunda República, tal vez deberíamos hablar de segunda democracia", propone el historiador José Álvarez Junco.

La sensación de que algo tiene que cambiar es casi unánime. “Sí, hay un cierto final de ciclo”, apunta el historiador José Álvarez Junco. “Igual que se decía Primera República, Segunda, tal vez se debería decir segunda democracia si tomamos como referencia el 78”. El autor de Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX subraya que la Constitución vigente tiene una virtud inédita en nuestra tradición —nació del consenso—, pero reconoce que desde el franquismo arrastramos un problema: el miedo a la democracia: “Nos martillearon durante 40 años con que las democracias son regímenes muy inestables. ‘Miren Italia’, nos decían, ‘cae el Gobierno cada seis meses. Miren la Segunda República’. Y se hizo una Constitución contra la inestabilidad. Aquí los Gobiernos no pueden ser derrocados porque el voto de censura constructivo es imposible de superar. Tenemos un sistema muy blindado y, además, los partidos se han ido convirtiendo en muy autoritarios —no lo eran tanto al principio— y en muy clientelares”. A falta de la transición ética.

La catedrática de Ética Adela Cortina sostiene que vivimos en una época de cambio, no en un cambio de época. “La gente”, argumenta, “se ha cansado del conformismo de los dos partidos preponderantes, de su tendencia a no pensar en proyectos, sino en ocupar un puesto y dedicarse a sobrevivir. Eso ha llevado a la gente a indignarse con mucha razón”. Para explicar su dedicación a la ética, Cortina suele remontarse a la Transición. Con el final de la dictadura, quiso saber si una sociedad vertebrada en torno a los valores del nacionalcatolicismo podría desarrollar una ética compartida. Por eso se marchó a Alemania a estudiar la ética dialógica de la Escuela de Fráncfort. ¿Necesitamos hoy un cambio similar de valores? La pensadora responde sin dudar: no. “El paso del franquismo a la democracia no se puede comparar con lo que ahora podríamos hacer de novedoso. Somos un país democrático con instituciones deterioradas pero legítimas. No hay una crisis de legitimidad, pero las instituciones tienen que estar de acuerdo con los valores que dicen representar: la libertad, la igualdad —que está en una situación deplorable—, la solidaridad… Hicimos la transición legal, ahora habría que hacer una transición ética”.

Santiago Muñoz Machado subraya que el deterioro institucional ha llevado a una pérdida de fe en el valor de la democracia: “La gente tiende a no creerse que el que habla en las elecciones es el pueblo y que las instituciones les representan. Ese valor es precioso, necesita mucho cuidado y no se ha cuidado nada”. Cuando recuerda algunos de los eslóganes del 15-M —“No nos representan”, “Democracia real ya”—, Muñoz Machado cuenta que, “como tantos”, también él pensó aquel 2011 que eran “exageraciones, un movimiento suflé”. Aunque lo vivió con mucho interés. “Ver a los alumnos en la calle era una alegría por el hecho mismo de aspirar a otra cosa, fuesen o no atendibles sus reclamaciones. Durante años no se conmovían con nada. Eso sí, les está costando convertirse en un partido estable”, dice en alusión a Podemos este catedrático de Derecho de la Universidad Complutense.

"Hicimos la transición legal, ahora habría que hacer una transición ética", sostiene la filósofa Adela Cortina.

En las aulas o en las plazas, nunca se discutió tanto sobre la democracia como desde entonces. Tanto que conceptos que durante años fueron marginales se han instalado en el centro del debate hasta el punto de bautizar exitosas plataformas electorales. Lo común, por ejemplo. El reto para los indignados es marcar la frontera entre lo común y el fantasma del comunismo agitado por sus críticos más ruidosos. “Lo que está en cuestión hoy”, explica la filósofa Marina Garcés, autora de Un mundo común, “es cómo nos definimos y cómo nos organizamos colectivamente más allá de la solución moderna, que es la del Estado nacional y su concepción de la relación entre lo público y lo privado. ¿Quiénes somos nosotros en un sistema capitalista (productivo y financiero) globalizado? En un planeta tan interdependiente, la vida se ha convertido en un problema radicalmente común. Esta dimensión de la política no tiene nada que ver con la solución comunista a la configuración del Estado y de su gestión. Nos obliga a inventar otras soluciones”.

Muchos pensadores e historiadores coinciden en el diagnóstico, casi ninguno en el tratamiento. En el capítulo de las soluciones reaparece la dicotomía de moda en la España de los años setenta: ruptura o reforma. La globalización, la preeminencia de la economía sobre la política o la propia integración en la Unión Europea han dejado tocada, según algunos, esa “solución moderna” a la que se refiere Garcés: el Estado-nación. Si la corrupción política y la indefensión social ante la crisis —¡los mercados primero!— llevaron a muchos a decir que sus representantes no les representaban, la deriva globalizadora ha llevado a otros a decretar que el Estado del que forman parte ya no les sirve. Entre estos últimos está el filósofo barcelonés Xavier Rubert de Ventós, exdiputado al Congreso y al Parlamento Europeo por el PSC y autor del ensayo De la identidad a la independencia, consagrado a defender el independentismo catalán no desde el costado sentimental-nacionalista, sino desde un pragmatismo más centrado en la teoría política que en la economía.

“El Estado-nación”, explica Rubert por teléfono desde Barcelona, “nace en parte para solucionar un problema de escala y de funcionamiento mercantil en Europa. Funciona por el do ut des, doy para que me des. Los pueblos renuncian a la violencia a cambio de protección económica y militar”. Según Rubert de Ventós, ese Estado-nación está dejando de ser una entidad funcional para reducirse a entidad simbólica. Con la globalización ha ido perdiendo lo que antes ofrecía: democracia, seguridad y presencia internacional. “¿Qué estamos haciendo en Siria?”, se pregunta. “No tenemos ni idea de qué hacer. La concentración del poder da miedo y si el Estado se hace poco funcional ya no me sirve. Pero por funcionalidad, no por identidad. Cuando uno pone el motor, lo razonable es que lleve el volante”.

Para César Rendueles, que nació el año de la muerte de Franco y es autor del ensayo Sociofobia. El cambio político en la era digital, lo que está pasando en Cataluña es lo que Gramsci llamaba “revolución pasiva”: un intento por parte de las élites de sobrevivir a una crisis haciendo algunas concesiones que les permitan seguir en el poder. Una solución “desde arriba”. Esa tensión entre lo nacional y lo social pone sobre la mesa otra grieta: la que existe entre derechos individuales y derechos colectivos, que algunos consideran “históricos”. Según Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, los llamados “derechos históricos” son una reminiscencia del Antiguo Régimen anterior al establecimiento de las democracias: “Basarse en criterios de territorio, de nacimiento, de pertenencia a la tribu y de diferenciación en la superioridad, en lugar de hacerlo en la ciudadanía que nos hace bajo la ley común ‘libres e iguales’, es una regresión que perjudica a los más pobres, dificulta la movilidad social en beneficio de unos pocos y vulnera la libertad individual”. En un Estado de derecho, argumenta la historiadora, son los ciudadanos los que tienen los derechos, no los territorios: “El territorio común de ese Estado de derecho —España— es, como dice Fernando Savater, ‘el nombre que respalda mi ciudadanía, mis derechos y obligaciones, mi libertad de perfilar las identidades que prefiero”. El propio Savater sostiene que las tensiones proceden de no haber sabido explicar la diferencia entre identidad cultural y ciudadanía democrática: “Una vez aceptada la ley común, el ciudadano tiene derecho a ser diferente a todos los demás”. La solución, afirma el filósofo, está en el largo plazo, en la educación. Resignado a las prisas, apunta: “Ahora llegan elecciones y vamos a tener que ocuparnos de esa pedagogía de urgencia que son las campañas electorales”.

Según Fernando Savater, las tensiones territoriales proceden de no haber entendido la diferencia entre "identidad cultural" y "ciudadanía democrática"

Saliendo de la discusión entre lo individual y lo colectivo, que según Marina Garcés no se resuelve ni con la “simplificación nacionalista” ni con la “abstracción ciudadanista” porque “cada uno de nosotros es individual y a la vez múltiple”, la pensadora barcelonesa propone medidas concretas: “Referéndum en Cataluña, cambio en las leyes electorales, tanto generales como locales, y, a partir de ahí, proceso constituyente sin tabúes que redibuje de abajo arriba la arquitectura institucional y el sistema de toma de decisiones colectivas, incluida la jefatura del Estado. Lo que salga de ahí puede ser un país o varios, pero lo deseable es que sea bien distinto a la España que hemos conocido”.

Para otros, como Álvarez Junco y Muñoz Machado, la salida de la crisis institucional pasa por reformar la Constitución con toda la profundidad que sea necesaria, pero sin necesidad de un proceso constituyente. Se trataría, por un lado, de reconocer a Cataluña y a otros territorios una singularidad que quedó diluida en el famoso “café para todos” autonómico. Por otro, de definir cabalmente las competencias y la financiación de las Comunidades Autónomas. Según Muñoz Machado, “es menos respetuoso con la Constitución cerrar los ojos ante su decadencia que reformarla”. El inmovilismo, dice, es “irresponsable”: “Desestabiliza más que cualquier reforma”. También toca controlar, apunta el jurista, la “patrimonialización” del Estado por parte de los políticos. “La Constitución y el Estado de las autonomías permitieron expandirse a la clase política hasta términos que nunca hubiera soñado. Se apoderó de las instituciones sin un sistema de controles suficientemente severo. Eso hizo posible una corrupción galopante. Modificar ese estatus les producirá, obviamente, temor a la pérdida económica y de influencia, pero si no lo hacen, el pueblo se lo cobrará. Ya se lo está cobrando”.

“Es menos respetuoso con la Constitución cerrar los ojos ante su decadencia que reformarla", recuerda el jurista Santiago Muñoz Machado.

En el supuesto de que se solucionara la crisis institucional, quedaría por resolver otra que llevó a muchos ciudadanos a reparar en ella: la económica. Pesimista ante la posibilidad de que los cambios vayan más allá de “unos parches que permitan seguir tirando”, el historiador Josep Fontana se mueve entre lo local —“¿qué vamos a votar en Cataluña el 20 de diciembre?”— y lo global: “¿Habrá una tercera crisis como las de 1929 y la de 2008? Esa incertidumbre está en todas partes. Hay problemas muy serios que tienen que ver con la economía y con la desigualdad, pero eso no los vamos a poder resolver aquí”. La idea lanzada por Sarkozy en 2008 de refundar el capitalismo es recibida hoy con una sonrisa irónica tanto por Fontana como por Adela Cortina, directora de una fundación para la ética en los negocios (Étnor). “Europa inventó una fórmula muy buena que es la economía social de mercado. El mercado tiene que vivir en un marco institucional para que la distribución de la riqueza sea lo más justa posible. Por ahora, estamos retrocediendo”, afirma Cortina, que no se resigna a la infalibilidad de los ciclos económicos: “La crisis parece una catástrofe natural, y los ciclos, un destino implacable, pero la economía es una actividad humana. Ahí está el caso Volsk­wagen. Hay cosas que no podemos prever, pero hay decisiones que afectan sobre todo a los peor situados. Son ellos los que acaban quedándose sin empleo”.

César Rendueles, que acaba de publicar el ensayo Capitalismo canalla, recuerda que en España la pobreza juvenil, por ejemplo, está muy camuflada por la fuerza de las familias: “Aquí la solidaridad familiar es muy intensa, y el tejido asociativo, muy débil, al contrario que en los países del norte. Necesitamos, aunque la expresión no me gusta, sociedad civil”. La política no puede ser estar en asamblea permanente, sugiere, ni reducirse a votar cada cuatro años. “Creo que la solución pasa por Europa, que debe ser algo más que el Banco Central. Tiene un tejido institucional que debemos resignificar. Es una de las principales economías del mundo y puede desafiar al neoliberalismo global”. Eso del lado del optimismo. Del lado del pesimismo, la idea de que la crisis, como en algunos países latinoamericanos, puede convertirse en la normalidad: “¡Claro que se puede vivir yendo a peor!”. Cuarenta años después de la muerte de Franco —los que tiene Rendueles—, llega el momento de comprobar si el sistema funciona mal o es que funciona así. Ni una cosa ni la otra deberían ser inevitables.

Lecturas para el debate

Informe sobre España. Repensar el Estado o destruirlo. Santiago Muñoz Machado. Crítica.

Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX. José Álvarez Junco. Taurus.

¿Para qué sirve realmente la ética? Adela Cortina. Paidós.

Un mundo común. Marina Garcés. Bellaterra.

De la identidad a la independencia. La nueva transición. Xavier Rubert de Ventós. Anagrama en castellano/Empúries en catalán.

Contra las patrias. Fernando Savater. Tusquets.

No siempre lo peor es cierto. Estudios de historia de España. Carmen Iglesias. Galaxia Gutenberg.

Sociofobia. El cambio político en la era digital. César Rendueles. Capitán Swing.

Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945. Josep Fontana. Pasado & Presente.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El pensamiento más cierto que he leído sobre la Guerra Civil

Manuel Azaña, La velada en Benicarló

PASTRANA:

Conoce usted por experiencia algunos estragos de la guerra. Otros se los imagina o los calcula. Ha oído usted aquí ponderar la enormidad de esta desventura. Bien. Cierre usted los ojos, represéntese con cuanto vigor le sea posible a España exangüe, las ruinas, la miseria, el hambre; cargue las tintas negras; junte a Goya con Valdés Leal, la visión de Ezequiel y el Apocalipsis, multiplíquelo por su pavor personal y cuando haya obtenido un resultado insoportable de contemplar, le diré: falta el carácter peor de esta guerra.

RIVERA:

¿Cuál?

PASTRANA:

Su inutilidad. Esta guerra no sirve para nada. Se entiende, para nada bueno. No resuelve nada. Ya me contentaría con que el daño consistiera en pagar demasiado precio por un régimen. Siempre habríamos adquirido algo, aunque fuese caro. No es así; concluida, subsistirán los móviles que la han desencadenado y las cuestiones de orden nacional que se ha querido solventar a cañonazos reaparecerán entre los escombros y los montones de muertos, empeoradas por la guerra.

martes, 25 de agosto de 2015

Próspero Mérimée en La Mancha

"No se hace nada en España si no se pone uno mismo manos a la obra". El autor de tan pertinente observación es un escritor francés, Prosper Mérimée, famoso autor de Carmen y Colomba, entre otras maravillosas novelitas, y la hizo en una carta de 1859. Lo primero suyo que leí fue en mi psicótica juventud, cuando empezaba la Movida, en 1981, a través de una edición rústica o fungible de la editorial Bruguera de sus Cartas de España (1830-1831) bastante bien hecha y con un buen prólogo de George Steiner. Años más tarde, en 1988, la benemérita casa Aguilar sacó otra más completa en tapa dura que incluye cientos de epístolas inéditas más. Leí esta versión cuando ya decaía la Movida y señalé con orejas no pocos pasajes interesantes; hoy que la he vuelto a extraer de un atiborrado estante, demasiado impaciente ya como para releérmela entera, inspecciono esos pasajes y reparo en algo que había olvidado ya por completo: el ilustre escritor francés hizo un corto viaje por La Mancha de la mano de su amiga y emperatriz de los franceses, la condesa Eugenia de Montijo. Merimée era un hispanófilo de verdad; no menos de siete viajes hizo a nuestro país.

El pasaje probatorio se encuentra en la página 318, en una carta a la Señora de Rochejaquelein (Madrid, 7 de noviembre de 1859). Tras un banal comienzo (la moda de los chales de cachemira ha sustituido a la de los de vicuña que promueve la Condesa) la carta se vuelve algo lúgubre contra el natural travieso y jocoso del autor y, por fin, comenta:

No sé si le he contado nuestra excursión a La Mancha, a dos o tres leguas de El Toboso, para ver un viejo castillo de la Emperatriz. Encontré tres señoritas bastante graciosas que nunca habían visto Madrid y bailaban seguidillas manchegas moviendo los brazos como se bailaba probablemente en tiempos de Felipe II. Pasé cuatro días en plena Edad Media. Desgraciadamente, tuvimos el cielo nublado y hacía frío; tuve dolores de estómago todas las noches, además de un tremendo catarro. Conocí a un canónigo bastante instruido y bastante amable, y comí treinta y cinco clases de mermeladas y de pasteles hechos por monjas que están bajo la protección de la Condesa. El entusiasmo guerrero sigue creciendo; abundan los voluntarios, y los grandes señores hacen donativos patrióticos como no se hacen ya en nuestro país. [...] El Tajo tiene su "ceja", es decir, una nubecita blanca que es mala señal

Tiene que ser ese castillo el de Belmonte (Cuenca), pues está más o menos a esa distancia; eso concuerda con que su amiga Eugenia de Montijo lo restaurara más o menos por entonces; en la actualidad luce esplendoroso y no me extraña que despertara las fantasías medievales de Merimée: podéis verlo en esta foto.



Habría que echarle ganas para averiguar el nombre del ilustrado canónigo y el del dulce convento, pero lo de que las jovencitas se pusieran a bailar seguidillas cuando visitaba un personaje ilustre era algo bastante común en la España antigua y por extensión en La Mancha, como sabemos quienes hemos editado libros de viajes a la región (el del ilustrado Viera y Clavijo, en mi caso). No es diferente de lo que hacen hoy en día los vascos obligándote a presenciar un aurresku bajo el menor pretexto; es que todavía no han salido del siglo XIX (y no me hago tampoco excesivas ilusiones de los manchegos, porque por estos pagos, librados a duras penas de los coros y danzas del régimen, todavía nos matirizan con Mazantini, M.ª José Melero y qué sé yo cuántos eruditos de la pierna más). Por cierto, la alusión al ardor guerrero se debe a que entonces se preparaba un primer intento (cruzada, dirían los moros) para colonizar (civilizar, diríamos nosotros) Marruecos. No soy un fan del relativismo cultural, pero hay que reconocer que, si los aztecas descorazonaban sus enemigos para que el sol saliera todos los días, Felipe II hacía lo mismo con los judíos para que no se pusiese en su dilatado imperio, solo que los quemaba.

Hoy se considera al francés como el prototipo del turista quejica y echan pestes de ellos en todos los hoteles del mundo, pero Prosper Mérimée fue todo un caballero; siempre simpatizó con nuestros antepasados, y especialmente con nuestras antepasadas, todo hay que decirlo: en sus cartas hay puntual relación de sus visitas a los burdeles de Antolina y la Tartaja en Madrid en compañía del arabista y escritor de costumbres Serafín Estébanez Calderón. Un párrafo de una carta dirigida a este es bien expresivo al respecto:

Créame, mi querido amigo, que salí de Madrid con el corazón encogido. Nunca se vive impunemente tan largo tiempo entre buenos amigos. He encontrado la bella Francia más fea que de ordinario, y estoy sorprendido por la bajeza general. Recuerdo con amargura los encantos tan voluminosos y tan consistentes de Maruja y de Teresa y de tantas otras. Pero ¿qué hacer? Deme noticias de Violante y dele recuerdos afectuosos de mi parte. Si ella sabe algo de Maruja, dígamelo. Debería traerme usted a esa moza en el mes de abril próximo y no echármela a perder en el camino. [...] P. D. No olvide informarme sobre Maruja. ¿Sigue estando en el pasaje de Murga?

También en otras cuestiones siempre salen ganando las clases populares españolas en sus comparaciones. Escribe, por ejemplo:

El pueblo no rechaza a los presos, como hace en Francia. Porque en Francia todo hombre que ha estado en galeras es porque ha robado o ha hecho una cosa peor; en España, por el contrario, personas honradísimas han sido condenadas en diferentes épocas a pasar allí su vida por no haber tenido iguales opiniones que sus gobernantes.

En eso coincide con Richard Ford, el hispanófilo inglés contemporáneo, a quien sin duda había leído, pues hace su mismo elogio del pueblo llano español:

Es de carácter singular e inteligente, con gracia, lleno de imaginación, y las clases más altas me parecen por debajo de los clientes de los cafetines [...] Me parece que un zapatero español puede servir para las funciones más elevadas mientras un grande puede como mucho ser un buen torero.

Es opinión corriente y moliente entre los extranjeros que pisan nuestro suelo la inferioridad y mediocridad de la clase alta de España y la mala suerte que padece el pueblo que la aguanta con proverbial senequismo, un pueblo bastante mejor que ella a su juicio; la he encontrado también en La Biblia en España de George Borrow, que es en realidad un entretenidísimo libro de aventuras en forma autobiográfica, real y anovelado en parte; me lo leí como especialista en heterodoxos protestantes españoles, en la elegante traducción de Azaña. Por demás, el epistolario de don Próspero, hombre culto y políglota, rebosa esprit y mundanidad; en forma semejante a la de los humanistas, que vertían en latín las obscenidades cuando traducían literatura griega, emplea él el caló en las suyas (que harían sonrojar a un alabardero o cabo de gastadores, hoy diríamos a un legionario), y pone en ruso no ya sus líos de faldas, sino los chismes indecorosos que le cuentan sus amigos españoles sobre los amantes de Isabel I y el elevado estipendio con que recompensaba su prostitución, ya que era fea, beata y tonta con ganas. Sobre uno de ellos, el famoso "pollo Arana", aunque no tuvo la trascendencia del ingeniero Puig Moltó, uno de los padres, si no el que más, de Alfonso XII, copio el más largo traducido en la citada edición, ya más que rara; es una carta a la Señora de Lagrené (Carabanchel, 13 de septiembre de 1853):

La Reina ama a un tal Arana. El padre de este era muy conocido por el marido de usted. Le gusta mucho el dinero y pidió a la reina que le diera 50.000 pesos. Esta reunió el dinero con grandes dificultades, pero el Rey, introduciéndose en la habitación de su esposa, cogió 24.000 pesos sin que ella supiera; el joven Arana conoce muy bien la aritmética y se enfadó.

Pasando ya al francés, continúa don Próspero: "Se produjo la escena que usted puede figurarse. Adivinó la señora quién era el autor del atentado, lo registró y lo colmó de injurias. Eso es todo lo que el mundo cuenta aquí y lo cree como si fuera el evangelio". He corregido los molestos leísmos y alguna palabra de la traducción; evidentemente, el primo y rey consorte Francisco de Asís no aparentaba solo ser una nenaza, sino que lo era.

Ya no se acercó don Próspero a tierras manchegas sino literariamente; hay un brevísimo cuento suyo, La perla de Toledo (1829), que se sitúa en ellas. Escrito con veintisiete años, es una joya de concisión: en apenas dos páginas narra con perfecta economía el duelo entre Tuzani, caballero árabe, y don Gutierre, cristiano, por una hermosa toledana; Don Gutierre mata a Tuzani y desfigura con su cuchillo la cara de la diosa de marras, Aurora de Vargas, ya que esta no quiere amores de nadie, ni siquiera del caballero que se ha batido por ella; un poco como en la más famosa y posterior Carmen (1845), aunque en esta se va más lejos y la matan. Para mí que el carácter resuelto e independiente tanto de la manchega como de la cigarrera gitana está inspirado en el de la pastora Marcela de Cervantes, primer personaje feminista de nuestras letras si nos olvidamos de Areusa, la inolvidable cortesana de La Celestina. Por entonces Merimée había leído con pasíón a Pedro Calderón de la Barca (su Teatro de Clara Gazul, colección de cortas piezas históricas -saynètes, los llama él- ambientadas en España) está lleno de citas del gran dramaturgo, y se nota; el honor calderoniano y las vendette corsas como la que pintó en Colomba andan por medio.

En una segunda obra vuelven a asomar las tierras manchegas: se trata de su erudita Histoire de don Pèdre Ier, roi de Castille (1848). El personaje del Cruel / Justiciero fascinaba mucho a los románticos europeos desde que nuestro bilingüe Telesforo de Trueba, que escribía el inglés tan bien como el castellano, divulgase su leyenda en los tres volúmenes de su The Castilian (1830) y en otras obras suyas, leídísimas entonces por toda Europa.

Sin embargo, el tópico lector manchego de paisajes manchegos (cuanto nos gusta mirarnos el ombligo) aparecerá descorazonado por su descripción del fratricidio de Montiel. A Mérimée le interesan más los personajes, los hechos, las ideas. Eso de los paisajes... mejor dejárselos a la pintura, ¿no? Los ignorantes que quieran idealizar al avieso don Pedro deberán saber que este era también un fratricida antes de llegar a Montiel: había asesinado ya en Sevilla a su hermanastro bastardo don Fadrique Alfonso, hermano gemelo de quien sería su vengador, don Enrique; que lo matara el usurpador fue, en cierto modo, una especie de justicia poética. Así que algo cruel sí que era, a pesar de los desprecios que tuvo que soportar de la numerosa parentela alnada que le dejó el pichafloja de su padre, Alfonso onceno.

Pero también es cierto que don Pedro fue bastante justiciero en otras cosas; fue el último rey de las tres religiones (Sem Tob le dedicó su poema y fue amigo del Samuel Leví, el constructor y patrono de la sinagoga de Toledo... antes de que lo mandara ejecutar por un quítame allá estas gabelas) y protegió a su pueblo contra los nobles, en su mayoría racistas por eso de la hidalguía o, como diría un pepero, por eso de los huevos (más o menos como los estatutos de limpieza de sangre posteriores y los estatutos de autonomía vasca y catalana hoy): mandó confeccionar un Libro de behetrías para que esta forma de gobierno de hombres libres pudiese defenderse con más facilidad de quienes en las Cortes querían imponerles la forma de gobierno del señorío.

Mérimée recurre principalmente a dos fuentes medievales para tratar este magnicido, una francesa, Froissart, y otra española, el canciller Ayala, aunque en otros lugares cita también a nuestro barroco y manchego Francisco de Rades, cronista de la Orden de Calatrava. El relato es vivo y elegante, pero, como es lógico, se centra más en la perspectiva del mercenario francés Bertrand du Guesclin y de Froissart que en la de Ayala, cuyas Crónicas vino a España a leer directamente para documentarse. Cree legendaria la famosa frase de Du Guesclin: "Je ne fais ni ne défais des rois, mais je sers mon seigneur" pero, aunque afirma que Froissart tiene la muerte de don Pedro como fortuita, halla razones para creer que don Enrique quiso hacerlo y lo hizo; más discutible me parece que le hiciera cortar la cabeza y la mandara a Sevilla.