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domingo, 20 de septiembre de 2015

Autocensura y eufemismos

M. A. Bastenier, "Auto-censura y eufemismo", en El País, 14-VIII-2015:

Incluso en democracia puede haber un juego de intereses velados que afecte al mejor desarrollo del periodismo.

Entre las múltiples asechanzas que dificultan y empobrecen el trabajo del periodista figuran muy prominentemente la autocensura y el eufemismo. Ambos han existido siempre y siempre existirán, pero el segundo ha cobrado renovados bríos en los últimos tiempos, sobre todo en países apostrofados de baja intensidad democrática, porque todo parece más frágil, menos asentado y por fabricar.

El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. La autocensura, como el calor, tiene grados que la hacen soportable, o todo lo contrario. Y lo que, en cualquier caso, el periodista le puede pedir a su periódico es que el cuadro marco en el que se mueva, de derecha o izquierda, sea razonablemente democrático, de forma que haya holgura suficiente para que pueda obrar con comodidad. Uno no se ve obligado a mentir cuando escribe, pero no necesariamente lo dice todo. Con eso basta y sobra. Mucho más grave es el caso del periodista que se autocensura atendiendo a intereses puramente personales, para agradar a tal o cual instancia política o social, porque aspira, quizá, a puestos mejor remunerados, dentro o fuera de la profesión, y cree conveniente difuminar sus convicciones para congraciarse con este o aquel. Incluso dentro de un ordenamiento jurídico democrático cabe ese juego de intereses, que si es muy humano y yo no condeno a nadie por defenderlos, sí que afecta al mejor desarrollo del quehacer profesional.

Uno no se ve obligado a mentir cuando escribe, pero no necesariamente lo dice todo. Con eso basta y sobra.

Una forma más o menos larvada de autocensura es el eufemismo, la sustitución de la forma directa de decir las cosas por una versión light, que pretende hacer más digerible lo claramente negativo. En Economía el eufemismo campa por sus respetos con toda la autoridad con que se maneja especialista y de ahí hace metástasis donde puede. Así tenemos una desaceleración del crecimiento, un crecimiento negativo, y tantas otras versiones del enmascaramiento de la realidad, que, especialmente, encuentra terreno abonado en la política. Los personajes públicos se refugian en lo que yo llamo el chip colonial, la terminología esotérica y auto-referencial que era como en tiempos del Antiguo Régimen el poder se dirigía a sus súbditos, y hoy trata de impresionar al votante con un lenguaje que quiere parecer culto y es simplemente enrevesado. Colombia puede ser todo un caso particular porque su terminología jurídica, que es una selva inextricable de ideas y conceptos, está todos los días representada en las páginas de los periódicos. A mí el que más me gusta es extinción de dominio, para decir que te has quedado sin algo.

Pero el eufemismo, como expresión camuflada o de lo que no es, tiene cada día más porvenir. Una muestra relativamente emparentada al trabajo periodístico son los llamados periodistas institucionales, cuyo quehacer es tan digno y legítimo como cualquier otro, pero que se falsifica a sí mismo porque se puede ser periodista o servir a una institución, pero nunca ser periodista institucional. Hay que elegir porque, como dijo el clásico, casa con dos puertas malas es de guardar. Son términos que disfrazan lo que conocíamos de toda la vida: jefe de prensa, o más elegante, director de comunicaciones. Y por ese mismo sendero llegamos a fórmulas tomadas del inglés, en especial norteamericano, que como un ave de rapiña sobrevuela América Latina presto a hacer todo el daño que pueda: community manager, versión posmoderna del comunicador social, que no seré yo quien ose explicar en qué consiste.

El eufemismo se extiende cada vez más a la conversación diaria, incluso presidido por la mejor de las intenciones, como cuando hablamos de afrodescendientes o afroamericanos. Sé muy bien que esta es una reivindicación de la procedencia africana de tantos latinoamericanos, y cada uno es muy dueño de apodarse como prefiera, pero no puedo dejar de preguntarme ¿qué de malo tiene negro, o en su versión levemente domesticada, de color? Si así tiene que ser, otros tendrían en cambio, que llamarse eurodescendientes.

El mayor eufemismo, a la vez que forma absolutamente funcional de autocensura, consiste, sin embargo, en confundir interesadamente comunicación con información. Dejemos claro que la comunicación es tan legítima como la información, pero no por ello es lo mismo. La comunicación es un contenedor general en el que cabe todo, desde los asuntos ventilados entre particulares, hasta el relato de sucedidos, rumores, corre-ve-y-dile de todo tipo en las redes sociales, que pueden tener un contenido real de información, pero nunca presentados de manera profesional, eficaz, directa, y fiable, como aspiran a hacer los medios de información. Y hoy asistimos a una pugna, en la que nadie tiene razón ni a priori carece de ella, entre el tsunami comunicativo que lo anega todo y esa información facilitada por los medios legal y profesionalmente habilitados para ese fin. El crecimiento exponencial, en individuo-hora, de las redes parece ser hoy fuertemente superior al de utilización de los medios de comunicación tradicionales —digitales e impresos—, de forma que el tiempo-persona del consumo de redes tiene que influir negativamente sobre el número de usuarios de las marcas periodísticas. Y solo cabe decir que gane el mejor, pero no porque comunicación equivalga o sustituya a información, porque esa sería la peor de todas las autocensuras o eufemismos.

Cortesía y patología de los textos electrónicos


Errores que un hombre no debe cometer en una 'app' para ligar.

Catorce minutos y medio. Es lo que suele tardar un hombre en crear un mensaje de texto amoroso, según una encuesta realizada por el portal de citas Match.com. Y este tiempo puede multiplicarse ad infinitum si el mensaje en cuestión es el primero. La inseguridad, la excitación y la incertidumbre son pésimas consejeras, y podrías tirarte horas quitando y poniendo palabras, estrujándote las meninges para provocar un efecto positivo en la receptora. “¿Me habré pasado de rosca? ¿Creerá que estoy desesperado? ¿Pensará que no soy lo bastante guay?”. Y así pasan las horas, y tu mensaje sigue sin despegar, mientras la chica de tus sueños es seducida por las frases de otro pretendiente más decidido. Para que no vuelva a pasar, vamos a darte unos consejos que te ayudarán a construir un mensaje digno en poco tiempo. No te garantizamos el ligue, pero al menos quedarás como un señor.

Anticípate y opta mejor por el WhatsApp que por el Facebook.

Has conocido a una chica ayer por la noche y tienes su contacto. Si te gusta y te interesa, vas a tener que armarte de valor y escribir tu mensaje, puesto que todavía son muy pocas las mujeres que toman la iniciativa en estos casos. Según una encuesta de Match.com, el 84% de las personas creen que es el hombre quien debe escribir antes. En cuanto al medio más indicado para enviar el mensaje, un estudio elaborado por The App Date nos dice que la mayoría de los españoles optan por el WhatsApp (98’5%).

Escribe antes de 24 horas: los flechazos no esperan.

Antes de la democratización del teléfono móvil, los hombres seguíamos una regla no escrita que establecía tres días como tiempo mínimo que había que esperar para llamar a una mujer recién conocida. Si la llamabas antes dabas la sensación de estar demasiado ansioso. Pero los tiempos se han acelerado una barbaridad: la escritora y experta en relaciones Kate Taylor nos ilustra: "La regla de los tres días es cosa del pasado. La tecnología ha cambiado mucho la manera en la que nos relacionamos. Lo suyo es enviar el primer mensaje unas horas después del encuentro o al día siguiente de la cita, como muy tarde”. Ten en cuenta que el primer chispazo se produjo cara a cara, pero luego os habéis separado y, si no te das prisa en avivar la llama, corres el peligro de que la cosa se enfríe.

Si empiezas con frases típicas no transmites exclusividad, y es muy probable que otros hayan escrito lo mismo”, dice la psicóloga y sexóloga Ana Sierra. No a mensajes como “ola ke ase”.
El experto en dating y redes sociales Guillermo López, advierte: “Los flechazos no esperan, por eso deberías escribirle lo antes posible. La hora da igual, si ves que la chica está conectada, lanzas el mensaje aunque sea a las cinco de la mañana”. En este caso, basta con teclear una frase corta y espontánea, pues el recuerdo está fresco. Algo como: “¿Qué pasa? ¿No duermes?”.

La frase perfecta.

Debes tener presente si la chica es tímida o lanzada, el lugar dónde la has conocido y hasta su profesión. Guillermo López pone el ejemplo de una mujer que has conocido en el ámbito laboral: “En un caso así debes ser mucho más ambiguo, por si ella no tiene interés en ti. Sondéala con frases que rocen lo personal, pero sin entrometerte demasiado”. El caso es tantear a la chica, para que con su respuesta nos diga si está disponible o no, y perder el menor tiempo posible haciendo cábalas. Una frase perfecta si la has conocido en un entorno poco informal es esta: “Aquí tienes mi WhatsApp, para lo que quieras ya sabes donde estoy”. Si ella no está interesada te dará una respuesta seca, como "ok", y si está interesada dirá algo tipo "ah, genial. Qué tal el otro día?", obligando a responderte e iniciando una conversación que puede acabar con otra cita.

No utlilices "ola ke ase".

Palabras como “hey” o frases hechas supuestamente graciosas como “ola ke ase” tienen un alto índice de fracaso. Son intentonas muy comunes que se prestan a ser ignoradas por la receptora. La psicóloga y sexóloga Ana Sierra, cree que “si empiezas con frases típicas no transmites exclusividad, y es muy probable que otros hayan escrito lo mismo”.

Tampoco interesa empezar con un “hola, guapa”: es un exceso de confianza que puede dar la sensación de que solo te has fijado en el aspecto de la candidata. Como dice Ana Sierra, “tiene que sentirse interesante, atractiva y única, pero no solo por su físico”.

Escribir muchos mensajes muy seguidos, aunque sean cortos, da la sensación de que eres un tipo alocado y ansioso”

No seas empalagoso y digas cosas como...

Que ni siquiera se te pase por la cabeza enviarle algo como: “No te veo desde hace dos horas y ya te echo de menos”, “¿Qué haces el resto de tu vida?”, “No dejo de pensar en ti” o “Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida”. Sí, el último Informe Ausonia dice que el piropo favorito de las españolas es “eres maravillosa”, pero ya tendrás tiempo a decírselo en el futuro: recuerda que todavía no es tu novia, sino una perfecta desconocida, y con tanto almíbar lo único que conseguirás es que se empalague antes de tiempo y te bloquee de por vida.

Las faltas de ortografía son como el mal aliento.

Dicen que las faltas de ortografía son el equivalente escrito al mal aliento. No olvides, pues, pasar el corrector ortográfico antes de enviar el mensaje. Las abreviaturas, de momento, también sobran, puesto que, como dice Ana Sierra, “transmiten pereza o desinterés”. Del mismo modo, los “jajaja” son síntoma de nerviosismo e inseguridad. Y los signos de admiración son prescindibles en estos primeros pasos: resultan demasiado gráficos y un tanto pedantes.

No a estas tácticas rancias de ligoteo.

A veces deseamos tanto a una mujer que estaríamos dispuestos a regalarle la mismísima luna. O, en su defecto, un viaje a la luna. Según Guillermo López, “esto es un grave error y más en la primera frase. Proponer un plan suculento, como un concierto caro o una cena en un restaurante muy bueno, es quedar al descubierto. Son artes rancias de ligoteo. Hay que dejar claro que estás interesado pero sin ostentaciones”.

Tampoco suele funcionar hacer ostentación de tu dinero o de lo bueno que eres en el trabajo, pues quedarás en evidencia. Deberías, pues, derrochar sinceridad y naturalidad, para que ella no piense que la estás engañando. Y deja la artillería pesada para más tarde.

Sé claro y conciso.

Un “hola” y una buena frase son más que suficientes. Y, preferentemente, que todo esté en el mismo bloque de texto o, como mucho, repartido en dos.

La regla fundamental del dating, defendida por todos los expertos, establece que tenemos que intentar que nuestra conversación sea como una partida de ping-pong y que el número de mensajes enviados sea igual al de los recibidos. Lo explica Ana Sierra: “Escribir muchos mensajes muy seguidos, aunque sean cortos, da la sensación de que eres un tipo alocado y ansioso”. Y si te toma por un émulo de Norman Bates, tendrás muy pocas posibilidades de conseguir una cita.

Proponer un plan suculento, como un concierto caro o una cena en un restaurante muy bueno, es quedar al descubierto. Son artes rancias de ligoteo. Hay que dejar claro que estás interesado pero sin ostentaciones”

No uses emoticonos.

Aunque una encuesta de la web Singles in America revela que los solteros que usan emoticonos en sus mensajes tienen más relaciones sexuales que los demás, hay que ser muy cauto con el uso de estos monigotes en la primera frase. Guillermo López confiesa que él nunca los usa: “Porque quiero que vean que soy serio. Al menos al principio. Luego ellas enseguida los utilizan y les sigo la corriente; llegados a ese punto no esta mal tirar de emoticonos, sobre todo si no eres muy hábil escribiendo”. Ana Sierra matiza: “Hay que encontrar el punto medio. Un emoticono sonriente puede transmitir buen rollo, pero tienes que ser alguien muy expresivo, afectivo y seguro de ti mismo para que no quede raro. No hay que forzar la afectividad”.

Sigue el consejo de Brad Pitt.

No hay mejor forma de retomar contacto con una chica 24 horas después de conocerla que establecer una conexión con vuestro último encuentro. Guillermo López aconseja: “Al principio hay que centrarse en lo que pasó la última vez, en algo que hayáis compartido”. ¿Un ejemplo? “Tía, cómo nos reímos ayer, me hubiera gustado quedarme un rato más contigo, lástima que me tuviera que ir”. El uso de palabras coloquiales irá en función del grado de confianza y de la personalidad de la receptora. Y también de la tuya. Pero más vale pasarse de espontáneo que de correcto, puesto que, como dice Guillermo, “lo que más enfría es que seas un ligón de manual. Los manuales dicen que hay que ser ‘original, alegre, misterioso y tentador’, pero si te comportas así te toman por gilipollas”.

La referencia al último encuentro también puede dar pie a sugerir una cita, con frases como: “Deberíamos ir algún día a probar esos perritos calientes de los que me hablaste ayer, ¿no crees?”. Luego ya solo te queda aplicar la regla de Brad Pitt: si ella te dice que no puede un día y no propone un plan B, es probable que no esté interesada.

Sentido del humor sí, pero no seas un bufón.

Seducción rima con negociación. No hay que levantar todas las cartas, pero sí sugerir que te atrae y mostrarte accesible, que no desesperado. Y, por encima de todo, seguro de ti mismo y de tu interés por esa chica y por ninguna otra: “Si transmites seguridad, tienes la mitad del trabajo hecho”, apunta Ana Sierra. Después, te queda sonar positivo, único e incomparable, que no estrambótico. Y no olvides poner en tu mensaje una chispa humor, sin cruzar la frontera de la bufonada. “Lo importante es despertar en la chica emociones positivas, que se sienta alegre y excitada al hablar contigo”, añade la psicóloga.

No al victimismo: paciencia, chaval.

Al principio decíamos que la tecnología y el WhatsApp han acelerado la comunicación orientada al ligue. Pero, cuidado. Si le envías tu mensaje, que no te extrañe que tarde más de 24 horas en contestarlo. Incluso dos o tres días. O una semana. ¿Qué debes hacer en ese caso? Para empezar, dejar de mirar el móvil cada cinco minutos. El último informe de la Fundación Telefónica revela que los españoles consultamos el móvil 150 veces al día, aún sin tener ninguna notificación. Y si esperamos un mensaje de una chica, las 150 consultas pueden convertirse en un millón. Hasta que empezamos a rumiar formas de contraatacar y llamar su atención: un remedio que puede ser mucho peor que la enfermedad.

Guillermo López sostiene: “La regla principal es no molestar, así que insistir siempre es contraproducente”. Ana Sierra está de acuerdo: “Si no contesta, dale unos días, porque puede estar de viaje, o atravesando un problema familiar, o incluso ligando con otro chico…”. Y, pase lo que pase, bajo ningún concepto debes poner frases como “bueno, no te doy más la brasa” o “ya veo que pasas de mi”: en el terreno de la seducción, el victimismo y el chantaje emocional están condenados al más estrepitoso fracaso.

Finalmente, suerte...

II

Carmen Mañana, "Siete cosas feas que Internet le ha hecho al castellano", El País, 24-IX-2014:

'A ver' y 'haber'. Los puntos suspensivos. La falta de comas. Cuando parecía que habíamos superado a los SMS, Internet nos trajo estos regalitos.

Hay contenidos en la Red que no son aptos para menores de edad y otros que pueden herir la sensibilidad de la audiencia, pero comienza a resultar imprescindible un tercer tipo de advertencia: aquella que informa al internauta de que está a punto de presenciar la violación sistemática de la ortografía y la gramática castellanas. Un espectáculo snuff nada agradable para estómagos sensibles y cerebros educados con los cuadernillos Rubio, y que, en el caso de profesionales y amantes de la lengua, puede desembocar en patologías que van desde el desprendimiento de retina hasta la autoextracción de los globos oculares.

Dirijamos el dedo acusador hacia nosotros mismos. Internet es así porque nosotros lo hemos hecho así. Y aunque también ha hecho evolucionar la lengua incorporando nuevos términos a nuestro vocabulario (la RAE ya admite tuit: guasap, el siguiente eres tú) y no todos gustan de sodomizar el idioma, lo cierto es que un número cada vez mayor de estas perversiones online empieza a trasladarse al mundo analógico, como asegura Carmen Galán, Catedrática de Lingüística General de la Universidad de Extremadura.

Es la ciudad sin ley gramatical. El imperio del todo vale. El apocalipsis ortográfico. Y estas son sus siete plagas:

Signos de puntuación negativa. Galán asegura que sus alumnos de la Universidad de Extremadura más que utilizar las comas, las lanzan sobre el texto como quien vierte un puñado de fideos en la sopa. “Es cierto que cuando hablamos no decimos: ‘Te quiero, punto y aparte’. Pero sí hacemos pausas reflexivas que cada vez se reflejan menos en los textos. Puntuar bien es fundamental para entender todo el sentido de las oraciones”, apunta la catedrática. Ya saben: a la pregunta ¿te apetece hacer un Blablacar con Esperanza Aguirre? no es lo mismo responder ‘No aspiro a un compañero mejor’ que ‘No, aspiro a un compañero mejor’. De entre todos los signos de puntuación, el punto y coma es el que está en peligro de extinción extremo, según Galán. Pero, sin que sirva de precedente, no culparemos a Internet de ello.

Pasamos de poner un punto, pero si son tres no hay quien nos pare. Tal cual. Si la excusa para cometer casi todas estas aberraciones es que así ahorramos caracteres, ¿por qué tantos tuits, entradas de Facebook y mensajes están plagados de puntos suspensivos como si una epidemia de varicela hubiese inundado la Red? “Se supone que los mensajes se transmiten entre gente conocida con la que compartes ciertos presupuestos y códigos, así que tienden a ser más emotivos que descriptivos. En ellos predomina el contenido afectivo y se emplean mucho los puntos suspensivos para cerrar una secuencia sin acabar, porque sabemos que la otra persona es capaz de completarla”, trata de argumentar Galán

Interrogación interrumpida. La catedrática Carmen Galán no cree que el hecho de que la práctica desaparición de los signos iniciales de interrogación y exclamación se deba únicamente a la influencia anglosajona. En su opinión, se trata de otra cuestión de vagancia. Aunque tiene poco sentido mostrarnos tan rácanos al principio de una frase, cuando pocas veces bajamos de los tres signos al final de la misma. “Solo se ponen al final y están empezando a cambiar de función. La exclamación se utiliza fundamentalmente para marcar el énfasis”. Si existe una petición en Change.org para que se erija una estatua a Rosendo en Carabanchel, ¿no merecen el ¡ y el ¿ una campaña para evitar su muerte?

A-K-Báramos: Si lo piensan bien, como invita a hacer Galán, no tiene mucho sentido. “Es cierto que cuando aparecieron los SMS tenía su lógica abreviar las palabras porque se pagaba por caracteres. Y puede entenderse, incluso, que en Twitter, a veces, necesitemos rascar dos letras. Pero, ¿por qué k? Que no empieza por k y la k suena ka no ke”. ¿Es un acto de rebeldía? ¿Una reivindicación anarquista, punk? En el teclado de los móviles y de los ordenadores, la q es la primera letra de todas (si seguimos el orden tradicional, derecha-izquierda, arriba-abajo). Solo existe un misterio más inexplicable que el de la k: ¿por qué no existe un emoticono que reproduzca el gesto de vomitar?

Bomba H. “En esa urgencia que nos hemos autoimpuesto por comunicar constantemente todo lo que nos sucede, hemos terminado aceptando la siguiente excusa: como me van a entender igual, puedo escribir como me dé la gana. Además como el castellano tiene la ventaja de que puede leerse fonéticamente y las h son mudas ¿Para qué las necesito?” ¿Y para qué necesitamos el por favor y el gracias? ¿Y el hola? ¿De verdad suprimir las h supone un ahorro energético tan relevante en nuestras vidas? ¿El tiempo que empleamos en teclear esta letra nos daría para aprender un nuevo idioma, conseguir unos abdominales como los de Ronaldo o sacarnos el carné de conducir? ¿En un mundo sin h seríamos más listos y más guapos (y ya no necesitaríamos el transporte público)?


A ver ese haber. El número de tuits en los que alguien escribe a ver cuando en realidad se refiere al sinónimo del verbo existir resulta espeluznante. Prueben a hacer la búsqueda. “Es cierto que, en muchos casos y desgraciadamente, pueden ser faltas de ortografía inintencionadas. Pero hemos aceptado que en las redes sociales se escribe como se habla: a ver y haber suenan igual, así que no nos importa cómo se escriban porque es el contexto del mensaje el que determina si nos referimos a mirar o existir, y así lo van a interpretar nuestros interlocutores. Lo mismo está sucediendo con porqué o por qué y haya o halla o allá”, señala Galán. Sí, beach (playa) suena como bitch (zorra) cuando lo pronuncia un español. Pero no es lo mismo, ¿verdad?

lunes, 16 de marzo de 2015

Instrucciones para escribir de Patricia Higsmith

Berna González Harbour, "Todo lo que le debemos a la siesta de Patricia Highsmith. La reina del suspense dejó un puñado de consejos básicos e inteligentes que son las tablas de la ley para un escritor", en Babelia, 3-III-2015:

Cuenta Patricia Highsmith que una de las herramientas que más le ayudó a escribir fue la siesta. En sus primeros tiempos, cuando aún desempeñaba otros trabajos para sobrevivir, dormía al llegar a casa por la tarde y se bañaba al despertar para simular que empezaba un nuevo día, el de verdad, aquel en el que podía hacer lo que soñaba: poner una palabra tras otra para construir historias. Multiplicar cada día por dos fue el sombrero de su magia, del que iba a salir no un conejo, sino el puñado de las mejores novelas de suspense que siguen latiendo con brío décadas después.

“Un sueñecito ahorra tiempo en lugar de malgastarlo”, cuenta como si tal cosa. “Me duermo con el problema y me despierto con la respuesta”.

La divina siesta de Patricia Highsmith no es solo una de las sencillas confesiones que nos regala el libro del que aquí vamos a hablar. Es el retrato de que la literatura más sofisticada no está en la sofisticación, en la mirada perdida en busca de musas inexistentes ni en la ensoñación profunda, sino que se puede esconder en los ronquidos. Y es muestra del vigor de un libro cargado de lecciones de oficio, de humildad, de cotidianidad y también de fracaso. Si yo lo he conocido, nos viene a decir, no tenéis nada que temer. “Esto es lo que hace que la profesión de escritor sea animada y apasionante: la constante posibilidad de fracasar”.

Highsmith buscaba inspiración o desconexión en los episodios y personajes más mundanos, en momentos absurdos como el lavado del coche y nunca en conversaciones con otros escritores, de los que huía como de los celos. De éstos dice: “Aunque son poderosos no me sirven de nada y a lo más que se parecen es al cáncer, que va devorando sin dar nada”.

Hablemos del libro.

Sus… pense. Cómo se escribe una novela de misterio es al reino de la literatura lo que los mandamientos al reino de Dios. Algo así como si a Moisés la zarza le hubiera seguido hablando: ven, vuelve, no te olvides de las otras tablas de la ley. Las disfrutaréis.

Destruyó las primeras versiones de Ripley hasta dar con la clave: escribir incómoda, al borde de la silla, como habría hecho él.

Publicado por Highsmith en 1983, Círculo de Tiza lo recupera ahora en España con aroma a gran reserva. Corto pero de largo aliento, sagaz como sus novelas, práctico como su autora, inteligente y honesto, el libro solo tiene peligro para las escuelas de literatura creativa, que podrían caer fulminadas si los aprendices se dieran cuenta de que en esas 159 páginas está la verdadera lección, y no en las aulas. Es un decir.

La dama del suspense desgrana lecciones como quien explica una receta para la lasaña: tantos gramos de ambiente por aquí, un poco de sal por allá, carga de personajes, la capa de pasta, olor a alcanfor, la bechamel en su punto, el ritmo, el principio, el final y la inyección de matices para hacer de un protagonista un suicida convincente. Y al horno.

Pero hay una que centra y eleva el debate a ese lugar donde cada autor puede tiritar antes de posicionarse: cuánto hay de calculado y frío en una obra y cuánto de emocional; cuánto de cabeza y cuánto de corazón; cuánto de ajeno y cuánto de desnudez.

“Las buenas narraciones se hacen solo con las emociones del escritor”, resuelve Highsmith. “Aunque un libro de suspense esté totalmente calculado, habrá escenas, descripciones —un perro atropellado, la sensación de que alguien te sigue por una calle oscura— que probablemente el escritor habrá experimentado en persona. El libro es siempre mejor si contiene experiencias como estas, de primera mano, realmente sentidas”.

Todos construimos un caparazón para protegernos de los golpes emocionales y lo vestimos de decoro, corrección, juicio moral, ceguera o indiferencia adquirida, nos cuenta. ¿Cómo si no ser un granjero entero si coges cariño al animal que debes sacrificar? ¿Cómo ser psicólogo si te pueden contagiar la depresión? ¿O un geriatra efectivo entre ancianos que avanzan hacia la muerte? Para ser escritor se necesita, sin embargo, un grosor bastante más ligero en el caparazón: fino como para captar, sentir, comprender y trasladar las emociones, y sin morir en el intento. “Los escritores tienen un caparazón protector muy pequeño y durante toda la vida tratan de desprenderse de él, ya que los diversos golpes e impresiones que recibirán son el material que necesitan para crear. Esta receptividad es el ideal del artista”. Se llama empatía.

Cuando Highsmith creó a Tom Ripley trabajó durante días estérilmente hasta tirar a la basura las primeras versiones. Estaba acomodada en una casa de campo, feliz y relajada, y se dio cuenta de que la placidez de su estado de ánimo se había contagiado a su escritura “flácida”. Y eso no casaba con un Ripley tormentoso y brutal. Así que lo destruyó y decidió volver a empezar sentada al borde de la silla, incómoda, en tensión, como se lo imaginaba a él. Así pudo asesinar a Greenleaf y a todos los demás.

“No hay nada de espectacular en el argumento de A pleno sol, pero se hizo popular por su prosa frenética y la insolencia y audacia del propio Ripley. Me imaginé a mí misma en su piel. Ningún libro me ha resultado tan fácil y a menudo sentí que Ripley lo estaba escribiendo y que lo único que hacía yo era pasarlo a máquina”.

En otra ocasión, hojear un simple libro de recetas y descubrir las instrucciones para matar a una tortuga de forma que resultara más sabrosa bastó para poner en marcha su imaginación. Le añadió un niño atormentado y una madre y creó La tortuga de agua dulce, un relato que obtuvo el Premio Mystery Writers of America.

Un verdadero escritor se distingue del falso porque seguiría escribiendo en una isla desierta aunque no hubiera lectores. Y eso es así porque, en palabras de Highsmith: “Escribir es una forma de organizar la vida. Y la necesidad de hacerlo sigue presente aunque no se tenga público”.

Sus…pense. Cómo se escribe una novela de misterio. Patricia Highsmith. Círculo de Tiza. Madrid, 2015. 175 páginas. 22 euros.

Literatura en 13 mandamientos

Esta es una lista arbitraria de mandamientos de Highsmith. A diferencia de los del Reino de Dios, cada lector podrá hacer la suya. Y no es literal.

1. Un secreto para el éxito. No hay fórmulas mágicas ni secretos, salvo la individualidad y la personalidad. Solo al individuo le corresponde expresar lo que le diferencia de los demás. Es “la apertura de espíritu”, pero no es nada místico. Es una especie de libertad, de libertad organizada.

2. Objetivo: la diversión. La primera persona a la que deberías complacer es a ti mismo. Si eres capaz de divertirte escribiéndolo, divertirás a los editores y a los lectores.

3. Planificación, la justa. Un argumento nunca debe ser rígido ni estar terminado. Tengo que pensar en mi propio entretenimiento y a mí me gustan las sorpresas. Si sé todo lo que va a pasar, escribirlo no será tan divertido. Es más importante que los personajes se muevan y tomen decisiones como personas de carne y hueso, que se les dé la oportunidad de deliberar, de elegir, de volverse atrás, de tomar otras decisiones, como en la vida real. Los argumentos rígidos, aunque perfectos, pueden hacer que los personajes parezcan autómatas.

4. Así empieza todo. Los gérmenes de una idea pueden ser pequeños o grandes, sencillos o complejos, fragmentarios o completos, quietos o móviles. Yo los reconozco gracias a cierta excitación que siento enseguida, la misma que produce una sola línea de un poema. El mundo está lleno de ideas germinales y si no las tienes es por fatiga física o mental. Entonces hay que viajar, pasear, el cerebro exige vacaciones. A veces nos rodean personas que no nos convienen.

5. Claves para una buena atmósfera. Se consigue poniendo en marcha los cinco sentidos.

6. El diálogo, con moderación. Tres líneas de prosa son suficientes para transmitir lo esencial de una conversación. El diálogo es dramático y debe usarse con moderación.

7. Sin trucos. Los trucos proporcionan un entretenimiento endeble y no divertirán al lector inteligente. Son ideas ingeniosas que no tienen nada que ver con la literatura.

8. No hablar con escritores. No se me ocurre nada peor o más peligroso que comentar mi trabajo con otro escritor. Los escritores nadan unos junto a otros en la misma profundidad, dispuestos a hincar los dientes en el mismo plancton que flota a la deriva. Me llevo mucho mejor con los pintores.

9. Cuidado con el amor. Las personas que nos atraen o de las que estamos enamorados son como una especie de caucho que nos aísla de la chispa de la inspiración.

10. El lugar de las dificultades. Están en la mente del escritor, no en el papel.

11. El dinero. El escritor hará bien en tener otro trabajo.

12. Sin juicios morales. Las personas creativas no hacen juicios morales. Hay tiempo para ello después, en lo que crearán, pero el arte no tiene nada que ver con la moral, los convencionalismos ni los sermones.

13. El arte de escribir. Lo que hace difícil escribir sobre el arte de escribir es la imposibilidad de establecer reglas.

Es decir, y después de todo esto: que nadie se haga ilusiones.

domingo, 1 de febrero de 2015

De retóricas e Iglesias

Los "sueños" de mi querido Pablito, que se desliza a ser una especie de mesiánico Martín Lutero King, podrían parecer auténticas pesadillas a los dinásticos (en su cueva de Alibabárcenas o en la solución habitacional ataporcina de Pedrote Picapiedra), pero son solo lenguaje. "Palabras, palabras, palabras", que dijo Hamlet. Es imposible que Pablo gane aunque gane; los dinásticos se aliarán entre sí para salvar sus chanchullos y, cuando ya no exista el Pepe, será su sustituto, Ciudadanos, el que tome su lugar como bisagra dinástica para negociar con el Pesoe; menos mal que Ciudadanos parece algo más democrático y joven.

Quien tiene la llave de la situación es realmente el otro brazo del pepoísmo dinástico, el Pesoe, pero siempre ha sido, es y acaso será eso: dinástico, clasista, castista; a mí no me engaña. Solo hay que ver la cantidad de momias residuales que atesora; ojalá esa gente joven que empieza a aparecer en su seno sepa limpiar la cloaca, que creo yo no podrá. ¡Pues no hay corrupción oculta ni na en ambos sindicatos e incluso Izquierda Unida!

Pero, siguiendo con el análisis del lenguaje, uno, que ha estudiado algo de retórica y traducido penosamente al logógrafo Lisias y con alguna más facilidad al pico de oro Cicerón, revisa algunos de los discursos, soflamas y rifirrafes de Pablito en la moviola y le saca un parecido de casta a su estilo oratorio: Emilio Castelar, el amante del poeta y escritor de Manzanares Antonio Rodríguez García-Vao asesinado en Madrid, sobre todo por el abuso de los tripletes y trimembraciones, algo de lo que ya pecaba el conde-duque de Olivares, pero también por la apelación indistinta a ethos, pathos y logos en rápida sucesión y sus paralelismos, sermocinaciones e isocola. Tampoco es moco de pavo que reciba todas las semanas el poderoso apoyo mediático de Monzón, más conocido como el Gran Wyoming. Increíble que un canal de televisión, la Sexta, haya prendido fuego en tanta estopa como había acumulada desde que vengo diciendo lo mismo, incluso en este lugar, desde mucho antes de que se fundara Podemos.

Sus adversarios harán bien en rehuir el cuerpo a cuerpo, porque a pesar de su apariencia de peso mosca caerán noqueados ante su eléctrica rapidez de reflejos. Carlin dice que no es orador; es que es medio inglés y no conoce los clásicos. Iglesias es un Demóstenes, aunque no tenga por tema a un magno Alejandro que le lleve la contra y le exija lo mejor de sí mismo, sino solo a un gallego instalado en mitad de la escalera, defensor de lo más rancio y mediocre de la burguesía española, al que una larga familia de enchufados de su apellido ayudó a poner en lo alto del macizo galaico, como si la política de la nación fuese una universidad española.

Compadezco a los pobrecillos, ignorantes y tartamudos lechuguinos de sus adversarios, sean políticos o periodistas, incapaces de soportar un ethos (presencia y modelo) y una actio (conocimiento del tema, del momento, del público, de los adversarios y de la situación comunicativa) tan resolutivos como los del líder de Podemos. Sus (esta visto y comprobado) tontolhabas y perdidos contrincantes, ya próceres enfangados en un mutuo fregado de mierda, ya periodistas al estilo Pantuflo Zapatilla (increíble que proceda de El Mundo, el único periódico que investiga corrupciones, hoy regido por el manchego de La Solana Casimiro García Abadillo), seguidores de la doctrina del shock, no tienen nada que hacer. Incluso se ha acojonado El País, que ha perdido insólitamente las hopalandas de su digna compostura y se ha sumado, cagado hasta los calcetines, a la ola de ninguneo y descrédito general orquestada por los miedicas del Shock. Mientras ellos marchan en progresión aritmética, se aviva el pathos de la indignación en progresión geométrica y, como Podemos tampoco anda flojo en las otras palancas de la opinión, el ethos y el logos, solo les queda cerrar la tienda, ningunearlo y esperar algo de la lluvia fina y de Merkel. Han admitido que es demasiado tarde para parar la bola de fuego, así que ajo, agua... y Merkel.

Cuenta Pablito con la suficiente sociología como para saber que se puede coger a un paretiano setenta por ciento de los españoles por los cojones, por la hidalguía, por... la casta. La secular mansedumbre senequista del buey español soporta todo menos que digan que hay alguien con mejor casta que él y que se ríe en sus barbas como se reían de los obreros de derechas que compraban pagarés de Ruiz Mateos o se mondaban de los catalanes empeñados en achicar Cataluña con su devoción al negocio pujolista, que es eso que llaman nacilismo o necilismo nacionalista. Ya la corrupción en España es tan ancha, larga y profunda que hasta se ha salido de madre el incompleto artículo de Wikipedia que la reseña y ha tenido que encogerse y cortar las notas a solo ochenta y ocho.

Uno recuerda las paralizantes perífrasis verbales del listillo "hijo-de-lechero" Felipe González, actualmente empresario y millonario y aconsejario de ricachos del Forbes (a este aforado, y aun aforrado, le ha ido desde luego mejor que a España; ¿no podría haber hecho lo mismo con el país?). Y recuerda sus construcciones pasivas, sus salidas fuera de tiesto, sus nubes de tinta de calamar y el didascálico uso de exempla, y cae en la cuenta, al compararlo con estos lodos, de que la retórica política se encuentra ya en otro nivel más alto y exigente. No basta ya la labia populista del abogado de secano y de lechero, sino leer y comprender los tres volúmenes de Heinrich Lausberg y el Tratado de argumentación de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca; o eso, o perder las elecciones. Solo un camándula gitano como Pepito Bonito podría darle algo de réplica a Iglesias, pero está ya muy quemado (y con las manos calentitas), escribiendo libros llenos de elipsis y buena prosa, que nadie lee.

domingo, 5 de octubre de 2014

Algunos de los sesgos cognitivos más frecuentes

Jaime Rubio Hancock, "Guía para luchar contra tu cerebro: los sesgos cognitivos", en El País 29 de septiembre de 2014 (el artículo original incorpora vídeos que pueden verse aquí):

Pongamos que estás viendo un partido de baloncesto y uno de los jugadores lleva ya tres triples seguidos. Es probable que pienses que está en racha y que puede encestar todos los triples que quiera. Pues no. Estás siendo víctima de un sesgo cognitivo y le estás dando más importancia a tres eventos aislados que a toda la serie de tiros de tres de este jugador.

Un sesgo o prejuicio cognitivo es una interpretación errónea e ilógica de la información disponible, al dar demasiada importancia o demasiada poca a algunos aspectos. Estos errores no son consecuencia de que nuestro cerebro funcione mal. Al contrario: no podemos analizar todos los datos a nuestro alcance por lo que procesamos la información mediante intuición, prueba y error, y otros métodos informales (heurística).

Normalmente (y sobre todo cuando vivíamos en la sabana hace varios miles años y nos estaba persiguiendo un depredador de unos cuatrocientos kilos de peso), estos métodos heurísticos nos ayudan a pensar más rápido y mejor, pero en ocasiones nos llevan a cometer errores. Con más frecuencia de lo que creemos. Aquí van unos cuantos ejemplos.

SÓLO ESCUCHAMOS LO QUE QUEREMOS ESCUCHAR

- Sesgo de confirmación. Aceptamos sin más las pruebas que apoyan nuestras ideas mientras que nos mostramos escépticos con las que son contrarias, considerándolas parciales o interesadas. Como explica Michael Shermer en The Believing Brain, reaccionamos de forma emocional a datos conflictivos y después racionalizamos por qué nos gustan o no.

- Ilusión de serie o apofenia. A veces vemos patrones donde no los hay. Como explica también Shermer, estamos preparados para interpretar en conjunto hechos que puede parecer que no están relacionados. Si oímos ruido en la maleza, podría ser un depredador. O sólo el viento. Y es mejor equivocarnos con un falso positivo que con un falso negativo, ya que un error podría suponer nuestra muerte por exceso de confianza. El problema es cuando esto nos lleva a ver teorías de la conspiración por todas partes.

- La ilusión de grupo, la falacia del apostador y la creencia en rachas deportivas son similares a la apofenia: aunque en una ruleta cada tirada es independiente y el rojo tiene las mismas probabilidades de salir que el negro, tendemos a creer que un suceso es más probable cuando lleva tiempo sin haber ocurrido, o menos porque lleva mucho tiempo ocurriendo.

- La correlación ilusoria también es parecida a la apofenia. Es la tendencia a asumir que hay relación entre dos variables aunque no haya datos que lo confirmen, como por ejemplo en el caso de los estereotipos. La falacia post hoc, ergo propter hoc asume que esta relación es causal por el hecho de que una variable suceda detrás de la otra, como si el canto del gallo provocara la salida del sol.  

- Efecto Barnum o Forer. Los horóscopos parecen creíbles por su culpa, ya que tendemos a tratar las descripciones vagas y generales como si fueran descripciones específicas y detalladas, cosa que les ocurre especialmente a los géminis, a pesar de ser pensadores independientes y de no aceptar las afirmaciones de los demás sin pruebas.

- Heurística de disponibilidad. Tomamos decisiones rápidas sin tener todos los datos, simplificando lo máximo posible los pasos que deberíamos tener en cuenta. Por ejemplo: María tiene 31 años, es soltera, independiente e inteligente. Estudió Filosofía y en la universidad estaba muy interesada por temas de discriminación y de justicia social, participando por ejemplo en manifestaciones en contra de las centrales nucleares. ¿Qué es más probable, que María trabaje en un banco o que María trabaje en un banco y sea participante activa del movimiento feminista? El 89% opina que lo más probable es lo segundo. Y esto no es correcto porque la segunda posibilidad es un subconjunto de la primera.

- Ceguera por falta de atención. Mira este vídeo y cuenta los pases del equipo vestido de blanco:

¿Has visto al gorila? ¿No? Normal: cuando nos centramos en detalles específicos podemos perder de vista hechos obvios.

- Sesgo de observación selectiva. Te rompes una pierna. Sales a la calle y sólo ves a gente con muletas. Te da la impresión de que todo el mundo se ha roto la pierna. Tranquilo, no has puesto las lesiones de moda: sólo ocurre que ahora te fijas más. Y sí, pasa lo mismo con las embarazadas.

YO, YO Y YO

- Sesgo de autojustificación. Si después de gastarte 3.000 euros en asientos de cuero para tu Seat Panda tienes remordimientos, sólo te quedan dos opciones: o racionalizar tu decisión (son elegantes, aumentan el valor del coche, huelen bien) o reconocer que estabas equivocado. Y eso no apetece.

- Sesgo de retrospectiva. Reconstruimos el pasado con conocimiento actual. El lunes es muy fácil saber lo que tendría que haber hecho el Barça para ganar el partido del domingo y el 8 de diciembre de 1941 era sencillo unir los puntos y deducir que los japoneses atacarían Pearl Harbour el día anterior.

- Y ya a nivel personal, mezclamos nuestros recuerdos con la imaginación y con lo que nos explican otras personas en el llamado sesgo de fabulación.

- Hay más sesgos de memoria, incluido el de retrospección “color de rosa”, por el que recordamos los eventos pasados como más positivos de lo que realmente fueron. (Cualquier tiempo pasado fue un sesgo cognitivo).

- Sesgo de experimentador. Los observadores y en especial los experimentadores científicos a menudo notan, seleccionan y publican los datos que están de acuerdo con las expectativas previas al experimento, descartando los que puedan contradecir el punto de partida.

- Ilusión de control. La tendencia a creer que podemos controlar o al menos influir en hechos sobre los que no podemos realmente actuar.

- Fenómeno del mundo justo. Buscamos motivos que nos hagan pensar que la víctima de un hecho desafortunado ha hecho algo para merecerlo. Ejemplo: cuando alguien dice que la culpa de que le roben fotos a Jennifer Lawrence es de Jennifer Lawrence por hacerse fotos.

- Inclinación a la negatividad. Damos más peso a las creencias y hechos negativos que a los positivos. Por ejemplo, cuando únicamente tenemos en cuenta los accidentes de aviación antes de coger un vuelo. El sesgo de normalidad sería lo contrario: creer que nunca nos pasará algo malo, como un accidente de avión, sólo porque nunca nos ha pasado antes.

- Profecía autocumplida. Partimos de una definición falsa de una situación, seguimos con un comportamiento que se adecúe a estas expectativas y acabamos convirtiendo en real la definición previa. Ejemplo: “Mi novia me va a dejar porque me preocupo demasiado por las cosas, así que me comienzo a preocupar por la posibilidad de que mi novia me deje y al final mi novia me acaba dejando. OS LO DIJE”.

TODO ES RELATIVO

- Anclaje. Es la tendencia a tener demasiado en cuenta una referencia o información anterior. Por ejemplo, si en tu ciudad pagas 500 euros al mes de alquiler, esa será la referencia que uses cuando te mudes a otra ciudad, aunque sea mucho más cara. Incluso los últimos números de tu DNI pueden usarse como anclaje.

- Efecto de encuadre. La tendencia a extraer diferentes conclusiones dependiendo de cómo se presenten los datos. Por ejemplo, consideramos mejor una cura para el 90% de los afectados por una enfermedad que otra que suponga la muerte del 10%. Aunque sean lo mismo.

- Pasa algo parecido con el efecto señuelo. X parece mejor que Y si presentamos una tercera opción parecida a X, pero algo peor. Por este motivo, Dan Ariely recomienda en Predictably Irrational que vayas a ligar con un amigo que sea parecido a ti, pero un poco peor.

- Efecto de la primera impresión. Percibimos, recordamos y damos más importancia al primer evento que a los siguientes, aunque puedan contradecirlo o atenuar su valor. Cuando te presentan a Juan, se le cae el vaso. A partir de entonces, es JUAN EL TORPE. Eso sí, también existe el efecto de último evento, por el que damos más valor a los acontecimientos recientes, habiendo olvidado los anteriores.

- Coste irrecuperable. Tendemos a sobrevalorar aquello en lo que hemos invertido tiempo y esfuerzo, ya sean los doce minutos que llevamos en espera en el servicio de atención al cliente o los doce años de matrimonio (hipoteca incluida) con esa persona a la que ya no amamos. Una variante es lo que Dan Ariely, Daniel Mochon y Michael I. Norton llaman efecto IKEA: nos gusta más lo que hemos construido con nuestras propias manos porque ¡eh!, lo hemos construído nosotros con nuestras propias manos.

- Otros frenos al cambio son la aversión a la pérdida y el sesgo de statu quo: valoramos más lo que tenemos que lo que podríamos conseguir, aunque a veces esto signifique perder oportunidades.

ES QUE LA GENTE...

- Sesgo de atribución. Nosotros hemos conseguido nuestro empleo porque hemos trabajado duro y somos inteligentes y creativos, pero Juan está ahí porque es el sobrino del gerente. También tendemos a pensar que nuestra personalidad, comportamiento y creencias son más flexibles y menos dogmáticas que las ajenas.

- Eso sí, en ocasiones valoramos en exceso las opiniones de un experto, valorando únicamente su prestigio y no sus argumentos, siguiendo el sesgo de autoridad.

- Y por eso nos influye a menudo el efecto halo, que tiene lugar cuando nos llama la atención un rasgo positivo de alguien y lo generalizamos al total de esa persona: por ejemplo, tendemos a pensar que la gente guapa es más inteligente y más bondadosa que las personas menos atractivas, a pesar de que una cosa no tiene que ver con la otra. También por este motivo los altos ganan más dinero.

- Subirse al carro. ¿Cuál de las tres líneas de la derecha mide lo mismo que la de la izquierda?

Asch

¿Es la C? ¿Y si otras seis personas dicen que es la B, seguirías pensando que es la C? Pues es bastante posible que cambies de opinión, por no llevar la contraria.

- Falso consenso. La tendencia a sobreestimar el grado en el que otras personas están de acuerdo con nuestras creencias y comportamientos. Es similar al sesgo de proyección, por culpa del cual atribuimos a los demás nuestras propias creencias.

- No se ha inventado aquí. La tendencia a no creer una fuente de información porque es ajena al grupo o a la comunidad.

PUNTO CIEGO

Shermer explica que este metasesgo consiste en la tendencia a reconocer el poder de los sesgos cognitivos en los demás, pero creer que a nosotros no nos influyen tanto. Te ha afectado si te has pasado todo el artículo pensando frases como: “Sí, esto es lo que le pasa a Juan… Y esto es lo que le ocurre a mi hermano… Ah, mira, como mi jefe…”

sábado, 3 de marzo de 2012

Entrevista al rey de los guionistas


Marcel Ventura, "Tony Soprano es mucho más complejo que Hamlet". El gurú más exitoso de la escritura de guiones fue uno de los invitados al 52 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. Según el estadounidense, las nuevas grandes historias del cine se van a contar en la televisión a lo largo de cien horas. Cartagena de Indias 3 de marzo de 2012 


Cuando alguien es una empresa, jubilarse es casi como declararse en bancarrota, por eso Robert McKee ha de mantenerse erguido, mirada filosa, voz penetrante. A sus 71 años, el autor de El guion: sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones (Alba) sigue dando vueltas por el mundo con sus célebres seminarios para contadores de historias, donde nunca ha prometido las claves del éxito sino algunos lineamientos formales para saber dónde comienzan y terminan las cosas.


El estadounidense fue uno de los invitados destacados del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias de este año, y se mostró genuinamente interesado en la producción local. Vio varias películas colombianas, habló con los directores y dejó claro que aún tiene muchos consejos para dar. Hollywood, dice, está en crisis porque la televisión entendió la importancia de darle poder y libertad a los escritores. Y dinero.


Pregunta. En El guion dice que las ciencias sociales ya no responden nuestras preguntas fundamentales y es ahí donde entra la ficción. Tras la crisis de estos últimos años, ¿cree que la ficción es aún más importante?


Las crisis de la vida moderna han destrozado la identidad de los individuos
Respuesta. La crisis viene de mucho antes, de hace 20 años al menos, y el cambio es irreversible. Hoy en día, si ves una película que no te gusta y tienes un amigo al que sí le gusta y le dices tu opinión, es muy probable que hayas insultado a tu amigo, no a la película. ¿Por qué? ¿Por qué tu amigo se puede sentir mal porque no te haya gustado lo que a él si? Lo que ha pasado en las últimas décadas es que el sentido de identidad de las personas viene dado por la producción creativa de otras y no creo que sea saludable. En el pasado la gente disfrutaba con las películas, con la música, con la moda, pero las crisis de la vida moderna han destrozado la identidad de los individuos a tal punto que necesitan encontrarla en la cultura, a un nivel superficial, de consumo.


P. Productos culturales, sí, pero eso no es nuevo.


R. Hace unas semanas estaba en la India y me invitaron a ver el Taj Mahal, que estaba a 1.500 kilómetros de mi ciudad y la verdad es que no necesitaba verlo. El Taj Mahal es otra prueba más de que los ricos siempre han tenido la posibilidad de contratar artistas para construirse monumentos. En ese sentido siempre ha habido materialistas que pagan por sus templos, sus pirámides...


P. Sus películas...


R. Sí, pero lo que importa es que las personas ordinarias no podían hacerse monumentos y su identidad no era materialista sino que dependía de las cosas significativas que hacían en sus vidas. Creo que una de las razones por las que los jóvenes de hoy tienen tantos problemas es porque sospechan que la vida no tiene sentido. Eso lo pensábamos nosotros a los 40 años, pero ahora ocurre a los 20 y es terrible. Entonces, ¿qué pasa? Que los artistas tienen una mayor responsabilidad. No sé si la asumen, pero actualmente contar historias es más importante que nunca, historias con significado, no superficiales.


P. Me parece una visión algo optimista, porque en este contexto de identidades construidas a partir del consumo, la industria cinematográfica está generando películas maniqueas. ¿No cree que se está abusando de la nostalgia?


R. ¡La nostalgia! ¡Sí! ¡Mira al director de El artista!


P. Precisamente quería hablar de esa película.


R. (Michel Hazanavicius) ha estado en dos de mis seminarios y le asegura a la gente que lleva mi libro allá a donde va, pero, ¿qué puedo decir? Si lo ves como un ejercicio de estilo, la película es brillante, pero es ante todo un ejercicio de nostalgia. No creo que eso esté mal, solo pienso que es insuficiente. ¿Viste la película que ganó la categoría de cine extranjero?


El nuevo estándar para las grandes historias será de cien horas
P. Una separación, sí, notable.


R. ¡Jodidamente fantástica! La narrativa de Una separación es brillante: momento crucial, tras momento crucial, tras momento crucial, y aunque está moviéndose permanentemente no deja de absorber todo el contexto político, social, religioso, cultural y claustrofóbico de Irán. Sin que nadie lo diga, claro. Formalmente, El artista y Una separación son casi idénticas: una para narrar la nostalgia, otra para narrar la dificultad de ser iraní y estar casado.


P. Y mire que es suficiente con estar casado.


R. ¡Sí! (Risas) En mi seminario de guión la palabra clave es dilema: nunca someter la historia a una sola opción. Debes crear dos males menores, dos bienes irreconciliables, y Una separación abre con un dilema absoluto, basado en posibilidades siempre buenas. Yo solo puedo enseñar la forma y esas dos películas entienden de forma, pero cada una eligió un contenido distinto. Todavía me pregunto dónde está el dilema en El artista: ¿qué creía el director?, ¿que sería revelado mágicamente? El romanticismo ha hecho mucho daño y creemos que los escritores son antenas que detectan los flujos constantes del universo. El resultado de eso es un número increíble de malas películas en ambos lados del Atlántico, no solo en Hollywood. Mira al gobierno de España, que hace poco (año 2010) financió 88 películas. De esas 88 tal vez ocho sean exhibidas y de esas ocho tal vez dos –probablemente de Almodóvar– duren más de tres semanas en el cine. ¿Qué les hace pensar que pueden hacerse 88 películas en un año? ¿En qué mundo ilusorio viven para creer que regando un poco de dinero van a cosechar flores? Es una locura, pero creo que viene precedida por la idea de que el talento es algo mágico que termina apareciendo.


P. ¿El artista le recordó la época en que comenzó a ver películas?


R. Cuando era pequeño había un cine de arte a dos cuadras de mi casa y proyectaba seis películas por semana, solo crème de la crème. Ahí vi el gran cine mudo alemán, francés, ruso, estadounidense y creo que lo más interesante de El artista es que en muchos sentidos es la mejor película muda jamás hecha, es el espíritu de todo ese cine en hora y media. ¿Es más profundo que El acorazado de Potemkim? No se trata de eso, simplemente capturó la idea de esa época.


P. Formalmente, ¿no?


R. Sí, porque en aquellos años los cineastas no pensaban que hacían una película muda, simplemente estaban contando una historia. El artista tiene la ventaja de estar completamente consciente de sí misma. Y tiene a esa mujer...


P. ¡Qué rostro!


R. También es bueno reconocer que gracias a esa película los jóvenes tendrán una idea de qué significa el cine mudo.


P. ¿Está de acuerdo con la idea de que en la última década el mejor cine se ha hecho en la televisión?


R. Sin duda.


P. ¿Y dónde está para usted la gran ventaja de ese cine televisivo ante el cine convencional? Para seguir con Una separación, esa película demuestra cuán complejo puede ser un personaje en menos de dos horas.


R. Sí, es complejo y compacto, maravilloso, pero no es Los Soprano, no es A dos metros bajo tierra. Hace poco hice un estudio sobre Tony Soprano para medir la complejidad de sus contradicciones... Vayamos al hombre de Una separación: ama a su esposa, pero ama a su padre; es un buen padre, pero no reconoce sus errores, es decir, tiene su contradicciones, pero, ¿cuántas tiene Tony Soprano? Cuando llegué a doce simplemente paré. Tony Soprano es mucho más complejo que Hamlet porque Hamlet solo dura cuatro horas. Y es más complejo que el protagonista de Una separación. Tal vez esa película podría llevarse a cien horas y veríamos la vida de ese hombre en su banco, con sus amigos, con una amante. En Los Soprano hay una vida amorosa, una profesional, están el hogar, el FBI, la esposa, el psiquiatra, las amantes, los enemigos y demás. Creo que el nuevo estándar para las grandes historias será de cien horas y para eso los escritores tendrán que desarrollar personajes muy complejos que sean capaces de sostenerse durante cinco temporadas, a tal punto que en el quinto año ese personaje tome decisiones que no hubiera podido tomar en los cuatro años anteriores. Eso no puede ser arbitrario, un buen personaje es aquel que toma una decisión a primera vista sorpresiva, pero cuyas motivaciones han estado latentes siempre, aunque no lo hayamos notado.


P. ¿Y cree que los escritores podrán mantener el poder que tienen hoy en día?


R. ¿Te refieres a los estadounidenses?


P. Sí.


R. Sí, porque se necesitarán no menos de diez escritores sentados en una mesa para desarrollar cien horas de historia. Hemos hablado de la identidad del consumo, ¿verdad? Bueno, la generación que viene no podría entenderse sin internet y ese es un fenómeno que los internacionaliza a todos. Los nuevos escritores comparten una cultura que no es local, que puede dialogar entre países, y eso abre nuevos espacios a audiencias más grandes.


P. ¿Cree que Hollywood está integrando este paradigma de internet?


R. Necesita hacerlo porque esa industria cae mientras la televisión sube y la única razón, como ha ocurrido en otros momentos, es la libertad para hacer cosas. Los escritores quieren escribir sin limitaciones y hoy en día solo la televisión les ofrece eso, además de poder y dinero. Yo me pregunto: ¿qué va a ser de Hollywood sin escritores?

miércoles, 22 de febrero de 2012

Arte retórica


Ferrán Ramón-Cortés Hablar no siempre es comunicar 15/01/2012
   

¿Siente que su audiencia se duerme mientras usted interviene en público? Seducir. Motivar. Desarrollar la empatía. Estas son algunas claves para el éxito de sus discursos.


Asistí a la convención de una importante multinacional. En una mañana nos despacharon un seguido de cinco intervenciones con tan solo una pausa para el café. Al final de la densa mañana pudimos hacer balance del acto: ninguno de los ponentes respetó el tiempo asignado, con lo que fuimos acumulando un considerable retraso al final de la mañana, que se resolvió eliminando el esperado espacio de tiempo libre antes de la comida. Cada intervención contenía un sinfín de desordenadas ideas que eran imposibles de retener. El primer ponente, aún sin pretenderlo, sonó a bronca: su tono de voz resultaba agresivo y exageradamente vehemente. El segundo ponente nos hizo desear el café con desmesura: su monótona dicción y una presentación plagada de tecnicismos nos sumieron en un profundo sopor. El tercero no llegó a presentar ni la mitad de sus diapositivas: se fue por las ramas desde el primer minuto, desconcertándonos a todos. Los dos últimos fueron medianamente correctos. Pero ahora, rememorando la convención, no sabría decir ni por aproximación de qué hablaron.


El resultado es que más de un centenar de personas acabaron exhaustas y sin ninguna idea clara, con una sensación de que estaban allí simplemente porque no había más remedio. Y cinco directivos perdieron la oportunidad de seducirlas, de motivarlas y de transmitirles sus mensajes.


DIFERENCIAS IRRECONCILIABLES ENTRE HABLAR Y COMUNICAR


"La emoción lleva a la acción, mientras que la razón lleva a la conclusión" (Donald B. Calne)


Hablar es transmitir información, algo que todos somos capaces de hacer sin demasiada dificultad. Comunicar es, además, mover una emoción. ¿Y por qué deberíamos querer, en una presentación en público, mover las emociones de la gente? Los motivos son dos: en primer lugar, porque en nuestra comunicación tenemos la obligación de ser impactantes, de ganar la atención de la gente. Y en segundo lugar porque las emociones serán en gran medida responsables de la memorabilidad de nuestra intervención.


Cuando comunicamos, competimos. Competimos con la enorme cantidad de presentaciones e información que nuestra audiencia recibe y recibirá. Y nuestra obligación es que, con el paso del tiempo, nuestra presentación sea la que se recuerde. La que haya impactado más. Hacerlo requiere técnica, pero está al alcance de todos. No es solo cuestión de talento. También es importante una buena preparación.


PRIMERO: ¿QUÉ SE QUIERE DECIR?


"Si todo es importante, nada es importante" (Garr Reynolds)


Todos sabemos mucho de algo. Y si nos dan la oportunidad de contarlo, podemos llenar horas encadenando un argumento tras otro. Esta no es la manera de construir una presentación impactante. Una buena presentación necesita articularse alrededor de una única idea. Tenemos que poder escribir una única frase antes de empezar a desarrollar la intervención. Si no lo hacemos así, el daño colateral es claro: nos enrollaremos. Hablaremos más de la cuenta. Y la audiencia no sabrá qué mensaje elegir de entre los muchos que habremos dado. Y ha de ser, además, una idea grande, valiosa, que aporte algo nuevo, o una visión nueva de algo conocido. Que la gente tenga la sensación de que ha recibido un regalo de valor, que valía la pena atender. Porque si no, no volverán. Si lo hacen será desconectados, sin la intención de prestar atención. Es una cuestión de respeto a la audiencia, de preguntarse: ¿qué hay de valor para ellos en mi intervención?


EN BUSCA DE LA MEMORABILIDAD


"Si su misión no puede transmitirse en cinco minutos, o con una historia, es que no la tiene" (John Kotter)


La mente es una criatura metafórica. De pequeños, aprendemos con historias, con cuentos, con piezas narrativas que nos transmiten las ideas estimulando nuestra imaginación y estableciendo conexiones con nuestra vida y nuestras experiencias. Y, en cambio, de mayores, parece que tengamos que aprender a base de sofisticadas exposiciones conceptuales, precisas definiciones e información perfectamente ordenada, pero fría y racional, sin concesiones a la narración. Es cierto que estamos preparados para entender una definición, pero no es menos cierto que como más disfruta la mente es con una buena historia, y que las narraciones conectan directamente con la emoción.


Es importante dar la información necesaria, pero es importante también -imprescindible para mí- complementarla con una buena historia. Es lo que nos asegurará la conexión emocional y la memorabilidad. Es mucho más fácil recordar una buena anécdota que una precisa información.


El camino es arriesgado, porque una mala historia, una historia que no tenga que ver con nuestro argumento, nos destrozará la intervención. Pero la literalidad de una explicación conceptual sin ejemplos, sin metáforas o sin elementos narrativos, será olvidada sin remedio. Las cosas que entendemos, las olvidamos. Las que además de entender las sentimos, las recordamos para siempre.


ENTRE LO QUE TÚ ENTENDISTE Y LO QUE YO QUERÍA DECIR


"Comunicamos lo que sentimos, nada más que lo que sentimos" (Oriol Pujol Borotau)


Podemos tener perfectamente estructurado nuestro discurso. Incluso con las palabras escritas se puede comunicar algo distinto a lo que queremos. La comunicación en público, el tono de voz y el lenguaje no verbal tienen un valor muy superior a la palabra, y si el qué decimos (la palabra) no concuerda con el cómo (tono de voz y expresión no verbal), lo que cuenta, sin duda, es el cómo.


Es necesario estar en contacto con nuestro estado de ánimo a la hora de comunicar: si estamos enfadados, lo transmitiremos. Si no nos creemos el proyecto, se notará. Preparamos a menudo con precisión nuestro discurso. Preparemos también nuestra intervención, empezando por ponernos en el estado emocional que precisa nuestro discurso, porque es lo que la gente captará.


EMPEZAR BIEN... Y ACABAR MEJOR


"Teatro es todo aquello que hay entre un buen inicio y un buen final" (Molière)


Es importante tener un buen comienzo: la audiencia no tardará más de tres minutos en decidir si nos escucha o si se evade. Funcionan muy bien las anécdotas y las historias en este punto. Somos curiosos por naturaleza, y prestaremos atención aunque solo sea para conocer el final. También importa el final, pues nos jugamos el sabor de boca que dejaremos como ponentes. Que puedan decir: "La presentación ha sido interesante, y el ponente ha estado brillante". Este comentario tendrá mucho que ver con un final preciso, escenificado con seguridad, que contenga la idea fundamental de la presentación. Que no sea un final de maratón en el que viendo la línea de llegada, viendo que ya terminamos el suplicio, nuestra voz va perdiendo fuerza para terminar en un tímido "y esto es todo".


Discursos de éxito
En Youtube se puede ver la intervención de Steve Jobs en el acto de graduación de la Universidad de Stanford, un ejemplo memorable que mantiene su vigencia con el paso del tiempo. También resulta especialmente brillante la última presentación de Randy Pausch en la Universidad Carnegie Mellon ('The last lecture'), transformada posteriormente en un libro. El discurso de Barack Obama en Tucson, con motivo del acto de homenaje a las víctimas del atentado que tuvo lugar en dicha ciudad, es un ejemplo de dominio absoluto de los diferentes registros emocionales.


En la página web www.ted.com se pueden repasar algunas de las presentaciones más efectivas y brillantes que se están realizando en estos momentos en todo el mundo.


Cinco claves para una buena intervención en público


1. Un único mensaje. Una idea centrada y valiosa para la audiencia.


2. Explicado de forma memorable, con metáforas, ejemplos, vivencias o cualquier otro recurso narrativo.


3. En un lenguaje que conecte, evitando tecnicismos o lenguajes gremiales.


4. Hay que tener en cuenta que lo que importa es lo que la gente capta, no lo que uno tenía intención de decir.


5. Invitar a la gente a estar de acuerdo, no forzarla.


(Extraídas del libro 'La isla de los cinco faros', de la editorial Planeta).


sábado, 8 de octubre de 2011

Dos discursos modélicos

Estos son dos ejemplos de cómo brilla el antiguo arte de la oratoria todavía, en la época moderna. Dos discursos modélicos: el del general carlista Ramón Cabrera, para cerrar para siempre las guerras civiles del XIX (eso creía él)  tras la tercera, y el de Steve Jobs, para resumir una vida. Se verá que lo que hay en sus palabras es más humanidad que retórica, al contrario de lo que, por ejemplo, podemos ver en las cuantiosas trimembraciones y enumeraciones de Castelar, que era sólo un orador de libro.


I

RAMÓN CABRERA:


A LA NACION (1875)


Españoles:

En nombre de Dios, que manda no despreciar los consejos de la prudencia, un momento, sólo un momento de serenidad, y oídme.

Yo soy el que hace cuarenta años acaudillaba en Aragón y Cataluña las huestes defensoras de la tradición, y el que más tarde las dirigió en una nueva campaña contra el poder establecido; yo el que, arrebatado de las aulas por el torbellino de la guerra, llegó a ser amado y temido como general, y no recuerdo por vanagloria lo que fui, sino para deciros con sinceridad y verdad que soy el mismo. El mismo y con el mismo anhelo de servir a mi Patria, y con la misma fe que me alentaba cuando caía herido en el campo, o cuando en hombros de mis soldados tenía que dictar órdenes entre el fuego de la acción y el de la fiebre que me devoraba.

Pues bien, yo que por destino de Dios y mi desgracia, he venido a personificar en su más alto grado de exaltación los sentimientos propios de la guerra civil, españoles, creedme, sólo el nombrar esta calamidad me aflige, porque la conozco bien y la detesto.

La guerra, sin embargo, puede ser justa cuando tiene un fin también justo, y a la vez determinado y cierto. A la muerte de Fernando VII, el fin de la lucha era hasta popular. Queríamos sostener todo aquel mundo de instituciones seculares, de costumbres piadosas y de tradiciones queridas; peleábamos porque arrebatarnos aquel modo de ser era como expulsarnos de nuestra patria católica, española y monárquica, y por eso nuestro pecho servía de escudo al sacerdote que nos bendecía y al rey cristiano que dignamente representaba nuestra causa.

En 1848, aquel mundo, que había desaparecido de la realidad, quedaba todavía en la memoria, y entonces para nosotros el fin de la guerra estaba comprendido en la sola palabra: restauración. Mas al presente, ¿quién es capaz de saber para qué serviría la dominación del carlismo? Ante esta falta absoluta de plan y de concierto, ¿quién nos dice, que aun venciendo, después de una guerra tan desastrosa, no nos encontraremos con un mezquino triunfo de palabras y con otra guerra indispensable para alcanzar el triunfo de las ideas? ¿Quién asegura que no se está diezmando la juventud y asolando el país para entronizar aquello mismo que se combate? Los que no han visto, podrán decir, ¡quién sabe! Pero los que hemos visto..... lo sabemos.

Dado el cambio transcurrido desde 1833, y la triste realidad de tantos desastres, ¿qué medidas o reformas de apremiante actualidad realizaría el carlismo en el poder? Este es el vacío que se ha querido llenar con proclamas y manifiestos que nada determinan, y este vacío es imperdonable; porque si al voluntario, lastimado en su fe y herido en su dignidad de español le basta sentir por qué se bate, a la nación le importa saber de positivo para qué es la guerra: pero saberlo de un modo tal, que antes del triunfo, antes que llegue el día de las ingratitudes, pueda decir muy alto: ¡Aquí está escrito y sellado con la sangre de mis mejores hijos!

Los excesos de la Revolución produjeron, sin embargo, tan profundo movimiento en la sociedad española, que hijos de pobre hogar y de familias acomodadas, carlistas de tradición y hasta enemigos que habían sido de nuestra bandera se lanzaron como yo algún día a pelear por Dios, por la Patria y por el Rey, sin pensar en asegurarse de que no iban inútilmente al sacrificio.

Yo los aplaudo y los admiro; los he reconocido por su abnegación; eran los mismos o de la misma raza de los que a mi lado combatieron en otro tiempo. Que la Patria les haga justicia y reconozca en ellos una gran esperanza. Dios sabe hasta dónde el afecto que les profeso me da vida y aliento para la empresa que acabo de acometer.

Pero si hace cuarenta años también yo me dejaba arrebatar por la corriente del entusiasmo, más tarde me incumbía otro deber, y lo he cumplido. Yo deseaba que el Príncipe, llamado a representar las grandes virtudes del partido, aprendiera; mas luego que aprendió que tenía derecho a la corona de España, no quiso saber más. Yo deseaba que, antes de pelear, si era preciso, conquistara pacíficamente la estimación y el aprecio de un país que al cabo no le conocía; y a la vez que el partido se reorganizara y defendiendo y formulando prácticamente sus ideas, diese prenda segura de su objeto político y de su sistema de gobierno; pero mis consejos fueron inútiles y mi proceder atribuido a menosprecio de la Patria. Para hacerme odioso en España, dijeron de mí que en la prosperidad había perdido la fe religiosa, por la que he dado tantas veces mi sangre, por la que estoy dispuesto a dar la vida; y hasta me calumniaron llamándome traidor. ¡Cómo! Traidor, sin mando alguno, sin relación siquiera ni compromiso con el Príncipe, y sobre todo ¡traidor Ramón Cabrera! Perdonad la jactancia, no hay en España quien lo crea, y el mismo Príncipe que autoriza tal superchería, es el primero en saber que no es verdad.

Mis previsiones se realizaron: la ineficacia de tanto esfuerzo, la inutilidad de tanto sacrificio, han venido a darme cumplidamente la razón; mas yo he debido callar hasta ahora y limitarme a deplorar en silencio los males de mi Patria. Triunfante la anarquía, no era ocasión de oponerme con empeño a una guerra que en parte parecía justificada; pero cuando la Revolución ha hecho un alto que parece ser duradero; cuando ciñe la corona un Príncipe que ostenta como el mas preciado de todos sus títulos el de Católico y que ha sabido demostrar que tiene conciencia de su deber y conoce la alta mision del que está llamado a ser Jefe de generales, hombres de Estado y hasta ministros del Señor; españoles, incurriríamos en una grave responsabilidad si los defensores de un pasado, no siempre justo, y los iniciadores de reformas, no siempre aceptables, malográramos esta ocasión de acudir a depositar en las gradas del trono el peso ya abrumador de nuestras discordias.

Gentes menguadas formarán hoy más empeño que nunca en avivar resentimientos; pero, ya veis, ¿quién más ofendido que yo? Pues en vano se ha procurado retraerme de prestar mi adhesión al Monarca, evocando en mi alma dolorosos recuerdos. La fe me enseña y el corazón me dice que yo, como el ser querido, a quien profanamente aluden, debo morir perdonando a mis enemigos; y yo sé, yo veo que aquel ser querido me dice desde el cielo que hago bien.

Españoles, piedad de la Nación que también es nuestra madre. Mi partido, el más perseverante, secundará bien pronto, así lo espero, mi determinación. Cada cual con sus convicciones, y a luchar noblemente al amparo de la Ley. Rechacemos de una vez para siempre la injuria que hacen a nuestra dignidad los que nos califican de ingobernables, y nosotros, conquistadores por tradición y por carácter, realicemos la mayor conquista que un pueblo pueda hacer, que es triunfar de sus propias flaquezas.

Ese día, el más brillante de nuestra historia, vendrá con la paz que anhela para España, vuestro compatriota que os abraza con toda su alma, Ramón Cabrera.

París, 11 de marzo de 1875.



II 

S. JOBS


Discuso de graduación que Steve Jobs impartió el 12 de junio de 2005 en la Universidad de Stanford. Está considerado como ejemplo de oratoria, por su estilo pero sobre todo por la carga emocional de su contenido, lleno de humildad, nada que ver con la pomposa presentación a la que recurría en el lanzamiento de cada uno de sus productos tecnológicos. En él habló de la muerte, tras haber sido diagnosticado un año antes con una rara forma de cáncer de páncreas.

"Me siento honrado de estar con vosotros hoy en esta ceremonia de graduación en una de las mejores universidades del mundo. Yo nunca me licencié. La verdad, esto es lo más cerca que he estado de una graduación universitaria.

Hoy deseo contaros tres historias de mi vida. No es gran cosa. Sólo tres historias. La primera trata de conectar puntos. Me retiré del Reed College a los seis meses y seguí yendo de modo intermitente otros 18 meses más antes de abandonar los estudios. ¿Por qué lo dejé? Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era una joven estudiante de universidad, soltera, que decidió darme en adopción. Ella creía firmemente que debía ser adoptado por estudiantes graduados. Por lo tanto, todo estaba arreglado para que apenas naciera fuera adoptado por un abogado y su esposa; salvo que cuando nací decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña. De ese modo, mis padres, que estaban en lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche preguntándoles: "Tenemos un niño no deseado; ¿lo quieren?". Ellos contestaron: "Por supuesto".

Cuando mi madre biológica se enteró que mi madre nunca se había graduado en la universidad y que mi padre tampoco tenía el graduado escolar se negó a firmar los papeles de adopción definitivos. Sólo cambió de parecer unos meses más tarde cuando mis padres le prometieron que algún día iría. A los 17 años fui a la universidad. Ingenuamente elegí una casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres, de clase obrera, se fueron en la matrícula. Seis meses después yo no había sido capaz de apreciar el valor de su esfuerzo. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y tampoco sabía si la universidad me ayudaría a deducirlo. Y ahí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien. En ese momento fue aterrador, pero mirando hacia atrás es una de las mejores decisiones que he tomado. Prescindí de las clases obligatorias, que no me interesaban, y comencé a asistir irregularmente a las que sí consideraba interesantes.

No todo fue romántico. No tenía dormitorio, dormía en el suelo de las habitaciones de amigos, llevaba botellas de Coca Cola a los depósitos de 5 centavos para comprar comida y caminaba 11 kilómetros, cruzando la ciudad todos los domingos de noche, para conseguir una buena comida a la semana en el templo Hare Krishna. Me encantaba. La mayoría de cosas con las que tropecé, siguiendo mi curiosidad e intuición, resultaron ser posteriormente inestimables. Por ejemplo, en ese tiempo Reed College ofrecía quizás la mejor instrucción en caligrafía del país. Todos los afiches, todas las etiquetas de todos los cajones estaban bellamente escritos en caligrafía a mano en todo el campus. Como había abandonado el curso y no tenía que asistir a las clases normales, decidí tomar una clase de caligrafía para aprender. Aprendí de los tipos serif y san serif, de la variación en el espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Era artísticamente hermoso, histórico, de una manera en que la ciencia no logra capturar, y lo encontré fascinante.

A priori, nada de esto tenía una aplicación práctica en mi vida. Diez años después, cuando estaba diseñando el primero ordenador Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en el Mac. Fue el primer ordenador con una bella tipografía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, el Mac nunca habría tenido múltiples tipografías o fuentes proporcionalmente espaciadas. Y como Windows no hizo más que copiar a Mac, es probable que ningún PC la tuviese. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y los ordenadores personales carecerían de la maravillosa tipografía que llevan. Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en la universidad. Sin embargo, fue muy, muy claro mirando hacia el pasado diez años después.

Reitero, no podéis conectar los puntos mirando hacia el futuro; solo podéis conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tenéis que confiar en que los puntos, de alguna manera, se conectarán en vuestro futuro. Tenéis que confiar en algo, lo que sea. Nunca he abandonado esta perspectiva y es la que ha marcado la diferencia en mi vida.

La segunda historia es sobre amor y pérdida. Fui afortunado, porque descubrí pronto lo que quería hacer con mi vida. Woz y yo comenzamos Apple en el garaje de mis padres cuando tenía 20 años. Trabajamos duro y en 10 años Apple había crecido a partir de nosotros dos en un garaje, transformándose en una compañía de dos mil millones con más de 4.000 empleados. Recién habíamos presentado nuestra más grandiosa creación -el Macintosh- un año antes y yo recién había cumplido los 30.

Luego me despidieron. ¿Cómo te pueden despedir de una compañía que fundaste? Bien, debido al crecimiento de Apple contratamos a alguien que pensé que era muy talentoso para dirigir la compañía conmigo. Los primeros años las cosas marcharon bien. Sin embargo, nuestras visiones del futuro empezaron a desviarse y finalmente tuvimos un encontronazo. Cuando ocurrió, la Dirección lo respaldó a él. De ese modo a los 30 años estaba afuera. Y muy publicitadamente fuera. Había desaparecido aquello que había sido el centro de toda mi vida adulta. Fue devastador. Por unos cuantos meses, realmente no supe qué hacer. Sentía que había decepcionado a la generación anterior de empresarios, que había dejado caer el testimonio cuando me lo estaban pasando. Me encontré con David Packard y Bob Noyce e intenté disculparme por haberlo echado todo a perder tan estrepitosamente. Fue un absoluto fracaso público e incluso pensaba en alejarme del Valle del Silicio. No obstante, lentamente comencé a entender algo. Todavía amaba lo que hacía. El revés ocurrido con Apple no había cambiado eso ni un milímetro. Había sido rechazado, pero seguía enamorado. Y decidí empezar de nuevo.

En ese entonces no lo entendí, pero ser despedido de Apple fue lo mejor que podía haberme pasado. La pesadez de tener exito fue reemplazada por la iluminación de ser un principiante otra vez. Me liberó y entré en una de las etapas más creativas de mi vida. Durante los siguientes cinco años, fundé una compañia llamada NeXT, otra empresa llamada Pixar, y me enamoré de una asombrosa mujer que se convirtió en mi esposa. Pixar continuó y creó la primera película en el mundo animada por ordenador, Toy Story, y ahora es el estudio de animación de más éxito a nivel mundial. En un notable giro de los hechos, Apple compró NeXT, regresé a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT constituye el corazón del actual renacimiento de Apple.

Con Laurene tenemos una maravillosa familia. Estoy muy seguro de que nada de esto habría sucedido si no me hubiesen despedido de Apple. Fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No perdáis la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que amáis. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. El trabajo llenará gran parte de vuestras vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creéis que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace. Si todavía no lo habéis encontrado, seguid buscando. No os detengáis. Al igual que con los asuntos del corazón, sabréis cuando lo habéis encontrado. Y al igual que cualquier relación importante, mejora con el paso de los años. Así que seguid buscando. Y no os paréis.

La tercera historia es sobre la muerte. Cuando tenía 17 años leí una cita que decía algo parecido a "Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto". Me impresionó y en los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: "Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?" Y cada vez que la respuesta ha sido "no" varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.

Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solo aquello que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir a tu corazón.

Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un escáner a las 7:30 de la mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. ¡Ni sabía lo que era el páncreas! Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los seis meses. El médico me aconsejó irme a casa y arreglar mis asuntos, que es el código médico para prepararte para morir. Significa intentar decir a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, en unos pocos meses. Significa asegurarte que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte.

Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego por la tarde me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja el páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien. Es lo más cerca que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas cuantas décadas más.

Al haber vivido esta experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era puramente un concepto intelectual: Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la muerte es muy probable que sea la mejor invención de la vida. Es su agente de cambio. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, vosotros sois lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, seréis los viejos. Y seréis eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es cierto. Vuestro tiempo tiene límite, así que no lo perdáis viviendo la vida de otra persona. No os dejéis atrapar por dogmas, no viváis con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitáis que el ruido de las opiniones ajenas silencie vuestra voz interior. Y más importante todavía, tened el valor de seguir vuestro corazón e intuición, porque de alguna manera ya sabéis lo que realmente queréis llegar a ser. Todo lo demás es secundario.

Cuando era joven, había una asombrosa publicación llamada The Whole Earth Catalog, una de las biblias de mi generación. Fue creada por un tipo llamado Steward Brand no muy lejos de aquí, en Menlo Park, y la creó con un toque poético. Fue a finales de los 60, antes de los ordenadores personales y de la edición mediante microcomputadoras. Se editaba usando máquinas de escribir, tijeras y cámaras Polaroid. Era como Google en tapas de cartulina, 35 años antes de que apareciera Google. Era idealista y rebosante de hermosas herramientas y grandes conceptos. Steward y su equipo publicaron varias ediciones del The Whole Earth Catalog y luego, cuando seguía su curso normal, publicaron la última edición. Fue a mediados de los 70 y yo tenía vuestra edad. En la contraportada de la última edición, había una fotografía de una carretera en medio del campo a primera hora de la mañana, similar a una en la que estaríais haciendo dedo si fuerais así de aventureros. El pie de foto decía: "Seguid hambrientos. Seguid alocados". Fue su mensaje de despedida. Siempre lo he deseado para mí. Y ahora, cuando estáis a punto de graduaros para empezar de nuevo, es lo que os deseo. Seguid hambrientos. Seguid alocados".