sábado, 8 de octubre de 2011

Dos discursos modélicos

Estos son dos ejemplos de cómo brilla el antiguo arte de la oratoria todavía, en la época moderna. Dos discursos modélicos: el del general carlista Ramón Cabrera, para cerrar para siempre las guerras civiles del XIX (eso creía él)  tras la tercera, y el de Steve Jobs, para resumir una vida. Se verá que lo que hay en sus palabras es más humanidad que retórica, al contrario de lo que, por ejemplo, podemos ver en las cuantiosas trimembraciones y enumeraciones de Castelar, que era sólo un orador de libro.


I

RAMÓN CABRERA:


A LA NACION (1875)


Españoles:

En nombre de Dios, que manda no despreciar los consejos de la prudencia, un momento, sólo un momento de serenidad, y oídme.

Yo soy el que hace cuarenta años acaudillaba en Aragón y Cataluña las huestes defensoras de la tradición, y el que más tarde las dirigió en una nueva campaña contra el poder establecido; yo el que, arrebatado de las aulas por el torbellino de la guerra, llegó a ser amado y temido como general, y no recuerdo por vanagloria lo que fui, sino para deciros con sinceridad y verdad que soy el mismo. El mismo y con el mismo anhelo de servir a mi Patria, y con la misma fe que me alentaba cuando caía herido en el campo, o cuando en hombros de mis soldados tenía que dictar órdenes entre el fuego de la acción y el de la fiebre que me devoraba.

Pues bien, yo que por destino de Dios y mi desgracia, he venido a personificar en su más alto grado de exaltación los sentimientos propios de la guerra civil, españoles, creedme, sólo el nombrar esta calamidad me aflige, porque la conozco bien y la detesto.

La guerra, sin embargo, puede ser justa cuando tiene un fin también justo, y a la vez determinado y cierto. A la muerte de Fernando VII, el fin de la lucha era hasta popular. Queríamos sostener todo aquel mundo de instituciones seculares, de costumbres piadosas y de tradiciones queridas; peleábamos porque arrebatarnos aquel modo de ser era como expulsarnos de nuestra patria católica, española y monárquica, y por eso nuestro pecho servía de escudo al sacerdote que nos bendecía y al rey cristiano que dignamente representaba nuestra causa.

En 1848, aquel mundo, que había desaparecido de la realidad, quedaba todavía en la memoria, y entonces para nosotros el fin de la guerra estaba comprendido en la sola palabra: restauración. Mas al presente, ¿quién es capaz de saber para qué serviría la dominación del carlismo? Ante esta falta absoluta de plan y de concierto, ¿quién nos dice, que aun venciendo, después de una guerra tan desastrosa, no nos encontraremos con un mezquino triunfo de palabras y con otra guerra indispensable para alcanzar el triunfo de las ideas? ¿Quién asegura que no se está diezmando la juventud y asolando el país para entronizar aquello mismo que se combate? Los que no han visto, podrán decir, ¡quién sabe! Pero los que hemos visto..... lo sabemos.

Dado el cambio transcurrido desde 1833, y la triste realidad de tantos desastres, ¿qué medidas o reformas de apremiante actualidad realizaría el carlismo en el poder? Este es el vacío que se ha querido llenar con proclamas y manifiestos que nada determinan, y este vacío es imperdonable; porque si al voluntario, lastimado en su fe y herido en su dignidad de español le basta sentir por qué se bate, a la nación le importa saber de positivo para qué es la guerra: pero saberlo de un modo tal, que antes del triunfo, antes que llegue el día de las ingratitudes, pueda decir muy alto: ¡Aquí está escrito y sellado con la sangre de mis mejores hijos!

Los excesos de la Revolución produjeron, sin embargo, tan profundo movimiento en la sociedad española, que hijos de pobre hogar y de familias acomodadas, carlistas de tradición y hasta enemigos que habían sido de nuestra bandera se lanzaron como yo algún día a pelear por Dios, por la Patria y por el Rey, sin pensar en asegurarse de que no iban inútilmente al sacrificio.

Yo los aplaudo y los admiro; los he reconocido por su abnegación; eran los mismos o de la misma raza de los que a mi lado combatieron en otro tiempo. Que la Patria les haga justicia y reconozca en ellos una gran esperanza. Dios sabe hasta dónde el afecto que les profeso me da vida y aliento para la empresa que acabo de acometer.

Pero si hace cuarenta años también yo me dejaba arrebatar por la corriente del entusiasmo, más tarde me incumbía otro deber, y lo he cumplido. Yo deseaba que el Príncipe, llamado a representar las grandes virtudes del partido, aprendiera; mas luego que aprendió que tenía derecho a la corona de España, no quiso saber más. Yo deseaba que, antes de pelear, si era preciso, conquistara pacíficamente la estimación y el aprecio de un país que al cabo no le conocía; y a la vez que el partido se reorganizara y defendiendo y formulando prácticamente sus ideas, diese prenda segura de su objeto político y de su sistema de gobierno; pero mis consejos fueron inútiles y mi proceder atribuido a menosprecio de la Patria. Para hacerme odioso en España, dijeron de mí que en la prosperidad había perdido la fe religiosa, por la que he dado tantas veces mi sangre, por la que estoy dispuesto a dar la vida; y hasta me calumniaron llamándome traidor. ¡Cómo! Traidor, sin mando alguno, sin relación siquiera ni compromiso con el Príncipe, y sobre todo ¡traidor Ramón Cabrera! Perdonad la jactancia, no hay en España quien lo crea, y el mismo Príncipe que autoriza tal superchería, es el primero en saber que no es verdad.

Mis previsiones se realizaron: la ineficacia de tanto esfuerzo, la inutilidad de tanto sacrificio, han venido a darme cumplidamente la razón; mas yo he debido callar hasta ahora y limitarme a deplorar en silencio los males de mi Patria. Triunfante la anarquía, no era ocasión de oponerme con empeño a una guerra que en parte parecía justificada; pero cuando la Revolución ha hecho un alto que parece ser duradero; cuando ciñe la corona un Príncipe que ostenta como el mas preciado de todos sus títulos el de Católico y que ha sabido demostrar que tiene conciencia de su deber y conoce la alta mision del que está llamado a ser Jefe de generales, hombres de Estado y hasta ministros del Señor; españoles, incurriríamos en una grave responsabilidad si los defensores de un pasado, no siempre justo, y los iniciadores de reformas, no siempre aceptables, malográramos esta ocasión de acudir a depositar en las gradas del trono el peso ya abrumador de nuestras discordias.

Gentes menguadas formarán hoy más empeño que nunca en avivar resentimientos; pero, ya veis, ¿quién más ofendido que yo? Pues en vano se ha procurado retraerme de prestar mi adhesión al Monarca, evocando en mi alma dolorosos recuerdos. La fe me enseña y el corazón me dice que yo, como el ser querido, a quien profanamente aluden, debo morir perdonando a mis enemigos; y yo sé, yo veo que aquel ser querido me dice desde el cielo que hago bien.

Españoles, piedad de la Nación que también es nuestra madre. Mi partido, el más perseverante, secundará bien pronto, así lo espero, mi determinación. Cada cual con sus convicciones, y a luchar noblemente al amparo de la Ley. Rechacemos de una vez para siempre la injuria que hacen a nuestra dignidad los que nos califican de ingobernables, y nosotros, conquistadores por tradición y por carácter, realicemos la mayor conquista que un pueblo pueda hacer, que es triunfar de sus propias flaquezas.

Ese día, el más brillante de nuestra historia, vendrá con la paz que anhela para España, vuestro compatriota que os abraza con toda su alma, Ramón Cabrera.

París, 11 de marzo de 1875.



II 

S. JOBS


Discuso de graduación que Steve Jobs impartió el 12 de junio de 2005 en la Universidad de Stanford. Está considerado como ejemplo de oratoria, por su estilo pero sobre todo por la carga emocional de su contenido, lleno de humildad, nada que ver con la pomposa presentación a la que recurría en el lanzamiento de cada uno de sus productos tecnológicos. En él habló de la muerte, tras haber sido diagnosticado un año antes con una rara forma de cáncer de páncreas.

"Me siento honrado de estar con vosotros hoy en esta ceremonia de graduación en una de las mejores universidades del mundo. Yo nunca me licencié. La verdad, esto es lo más cerca que he estado de una graduación universitaria.

Hoy deseo contaros tres historias de mi vida. No es gran cosa. Sólo tres historias. La primera trata de conectar puntos. Me retiré del Reed College a los seis meses y seguí yendo de modo intermitente otros 18 meses más antes de abandonar los estudios. ¿Por qué lo dejé? Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era una joven estudiante de universidad, soltera, que decidió darme en adopción. Ella creía firmemente que debía ser adoptado por estudiantes graduados. Por lo tanto, todo estaba arreglado para que apenas naciera fuera adoptado por un abogado y su esposa; salvo que cuando nací decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña. De ese modo, mis padres, que estaban en lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche preguntándoles: "Tenemos un niño no deseado; ¿lo quieren?". Ellos contestaron: "Por supuesto".

Cuando mi madre biológica se enteró que mi madre nunca se había graduado en la universidad y que mi padre tampoco tenía el graduado escolar se negó a firmar los papeles de adopción definitivos. Sólo cambió de parecer unos meses más tarde cuando mis padres le prometieron que algún día iría. A los 17 años fui a la universidad. Ingenuamente elegí una casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres, de clase obrera, se fueron en la matrícula. Seis meses después yo no había sido capaz de apreciar el valor de su esfuerzo. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y tampoco sabía si la universidad me ayudaría a deducirlo. Y ahí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien. En ese momento fue aterrador, pero mirando hacia atrás es una de las mejores decisiones que he tomado. Prescindí de las clases obligatorias, que no me interesaban, y comencé a asistir irregularmente a las que sí consideraba interesantes.

No todo fue romántico. No tenía dormitorio, dormía en el suelo de las habitaciones de amigos, llevaba botellas de Coca Cola a los depósitos de 5 centavos para comprar comida y caminaba 11 kilómetros, cruzando la ciudad todos los domingos de noche, para conseguir una buena comida a la semana en el templo Hare Krishna. Me encantaba. La mayoría de cosas con las que tropecé, siguiendo mi curiosidad e intuición, resultaron ser posteriormente inestimables. Por ejemplo, en ese tiempo Reed College ofrecía quizás la mejor instrucción en caligrafía del país. Todos los afiches, todas las etiquetas de todos los cajones estaban bellamente escritos en caligrafía a mano en todo el campus. Como había abandonado el curso y no tenía que asistir a las clases normales, decidí tomar una clase de caligrafía para aprender. Aprendí de los tipos serif y san serif, de la variación en el espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Era artísticamente hermoso, histórico, de una manera en que la ciencia no logra capturar, y lo encontré fascinante.

A priori, nada de esto tenía una aplicación práctica en mi vida. Diez años después, cuando estaba diseñando el primero ordenador Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en el Mac. Fue el primer ordenador con una bella tipografía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, el Mac nunca habría tenido múltiples tipografías o fuentes proporcionalmente espaciadas. Y como Windows no hizo más que copiar a Mac, es probable que ningún PC la tuviese. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y los ordenadores personales carecerían de la maravillosa tipografía que llevan. Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en la universidad. Sin embargo, fue muy, muy claro mirando hacia el pasado diez años después.

Reitero, no podéis conectar los puntos mirando hacia el futuro; solo podéis conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tenéis que confiar en que los puntos, de alguna manera, se conectarán en vuestro futuro. Tenéis que confiar en algo, lo que sea. Nunca he abandonado esta perspectiva y es la que ha marcado la diferencia en mi vida.

La segunda historia es sobre amor y pérdida. Fui afortunado, porque descubrí pronto lo que quería hacer con mi vida. Woz y yo comenzamos Apple en el garaje de mis padres cuando tenía 20 años. Trabajamos duro y en 10 años Apple había crecido a partir de nosotros dos en un garaje, transformándose en una compañía de dos mil millones con más de 4.000 empleados. Recién habíamos presentado nuestra más grandiosa creación -el Macintosh- un año antes y yo recién había cumplido los 30.

Luego me despidieron. ¿Cómo te pueden despedir de una compañía que fundaste? Bien, debido al crecimiento de Apple contratamos a alguien que pensé que era muy talentoso para dirigir la compañía conmigo. Los primeros años las cosas marcharon bien. Sin embargo, nuestras visiones del futuro empezaron a desviarse y finalmente tuvimos un encontronazo. Cuando ocurrió, la Dirección lo respaldó a él. De ese modo a los 30 años estaba afuera. Y muy publicitadamente fuera. Había desaparecido aquello que había sido el centro de toda mi vida adulta. Fue devastador. Por unos cuantos meses, realmente no supe qué hacer. Sentía que había decepcionado a la generación anterior de empresarios, que había dejado caer el testimonio cuando me lo estaban pasando. Me encontré con David Packard y Bob Noyce e intenté disculparme por haberlo echado todo a perder tan estrepitosamente. Fue un absoluto fracaso público e incluso pensaba en alejarme del Valle del Silicio. No obstante, lentamente comencé a entender algo. Todavía amaba lo que hacía. El revés ocurrido con Apple no había cambiado eso ni un milímetro. Había sido rechazado, pero seguía enamorado. Y decidí empezar de nuevo.

En ese entonces no lo entendí, pero ser despedido de Apple fue lo mejor que podía haberme pasado. La pesadez de tener exito fue reemplazada por la iluminación de ser un principiante otra vez. Me liberó y entré en una de las etapas más creativas de mi vida. Durante los siguientes cinco años, fundé una compañia llamada NeXT, otra empresa llamada Pixar, y me enamoré de una asombrosa mujer que se convirtió en mi esposa. Pixar continuó y creó la primera película en el mundo animada por ordenador, Toy Story, y ahora es el estudio de animación de más éxito a nivel mundial. En un notable giro de los hechos, Apple compró NeXT, regresé a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT constituye el corazón del actual renacimiento de Apple.

Con Laurene tenemos una maravillosa familia. Estoy muy seguro de que nada de esto habría sucedido si no me hubiesen despedido de Apple. Fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No perdáis la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que amáis. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. El trabajo llenará gran parte de vuestras vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creéis que es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace. Si todavía no lo habéis encontrado, seguid buscando. No os detengáis. Al igual que con los asuntos del corazón, sabréis cuando lo habéis encontrado. Y al igual que cualquier relación importante, mejora con el paso de los años. Así que seguid buscando. Y no os paréis.

La tercera historia es sobre la muerte. Cuando tenía 17 años leí una cita que decía algo parecido a "Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto". Me impresionó y en los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: "Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?" Y cada vez que la respuesta ha sido "no" varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.

Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque casi todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solo aquello que es realmente importante. Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estás desnudo. No hay ninguna razón para no seguir a tu corazón.

Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un escáner a las 7:30 de la mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. ¡Ni sabía lo que era el páncreas! Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los seis meses. El médico me aconsejó irme a casa y arreglar mis asuntos, que es el código médico para prepararte para morir. Significa intentar decir a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, en unos pocos meses. Significa asegurarte que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte.

Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego por la tarde me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja el páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien. Es lo más cerca que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas cuantas décadas más.

Al haber vivido esta experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era puramente un concepto intelectual: Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la muerte es muy probable que sea la mejor invención de la vida. Es su agente de cambio. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, vosotros sois lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, seréis los viejos. Y seréis eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es cierto. Vuestro tiempo tiene límite, así que no lo perdáis viviendo la vida de otra persona. No os dejéis atrapar por dogmas, no viváis con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitáis que el ruido de las opiniones ajenas silencie vuestra voz interior. Y más importante todavía, tened el valor de seguir vuestro corazón e intuición, porque de alguna manera ya sabéis lo que realmente queréis llegar a ser. Todo lo demás es secundario.

Cuando era joven, había una asombrosa publicación llamada The Whole Earth Catalog, una de las biblias de mi generación. Fue creada por un tipo llamado Steward Brand no muy lejos de aquí, en Menlo Park, y la creó con un toque poético. Fue a finales de los 60, antes de los ordenadores personales y de la edición mediante microcomputadoras. Se editaba usando máquinas de escribir, tijeras y cámaras Polaroid. Era como Google en tapas de cartulina, 35 años antes de que apareciera Google. Era idealista y rebosante de hermosas herramientas y grandes conceptos. Steward y su equipo publicaron varias ediciones del The Whole Earth Catalog y luego, cuando seguía su curso normal, publicaron la última edición. Fue a mediados de los 70 y yo tenía vuestra edad. En la contraportada de la última edición, había una fotografía de una carretera en medio del campo a primera hora de la mañana, similar a una en la que estaríais haciendo dedo si fuerais así de aventureros. El pie de foto decía: "Seguid hambrientos. Seguid alocados". Fue su mensaje de despedida. Siempre lo he deseado para mí. Y ahora, cuando estáis a punto de graduaros para empezar de nuevo, es lo que os deseo. Seguid hambrientos. Seguid alocados".

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