miércoles, 31 de mayo de 2017

Thoreau

I

Michel Onfray, "Thoreau, una cabaña trascendental", en Abc Cultural 7-V-2017:

El bicentenario de Henry David Thoreau, padre fundador de la literatura estadounidense, exige revisitar su obra, como el «Walden» prologado por el filósofo Michel Onfray para Errata Naturae, del que ofrecemos un adelanto

Thoreau escribió esta frase, terrible y muy certera: «Hoy en día uno se encuentra con profesores de filosofía, no con filósofos» [...]. Estaba pensando probablemente en Emerson. Emerson, su amigo… Pero Thoreau, que era un hombre difícil, tenía un concepto difícil de la amistad. Cuando pronunció el elogio fúnebre de Thoreau, Emerson no dejó de señalar este rasgo de su carácter: «Había en su naturaleza algo de militar y de irreductible, siempre viril, siempre apto, pero rara vez tierno, como si no se sintiera bien más que en desacuerdo. Necesitaba alguna mentira que denunciar, alguna tontería que poner en la picota, un cierto aire de victoria, un redoble de tambor para desplegar plenamente sus facultades [...].

El trascendentalismo de Emerson fue un movimiento filosófico estadounidense notable, al mismo tiempo que una moda (como el schopenhauerismo y el nietzcheismo en Francia). Sin embargo, la moda es lo peor que puede sucederle a una filosofía, porque se desmenuza, se diluye y se metamorfosea en monstruos construidos con fantasmas y proyecciones [...].

El Dios de Emerson no se parece en nada al del judeocristianismo, celoso y vengativo, castigador y malvado; el filósofo regresa a aquel otro que no se encuentra agotado por la razón, el análisis y la ciencia: un alma del mundo, una Superalma que asegura al ser su ser y su permanencia. Dios es asimilable al espíritu del mundo, a la energía de la naturaleza, a la fuerza cósmica. Desde ese momento, el conocimiento no debe ser una cuestión de deducción, de análisis y de razonamiento, sino de sentimiento, de sensación, de intuición, de simpatía, de empatía [...].

¿Thoreau es trascendentalista? Sí y no. Sí, porque cree en Dios, practica el conocimiento por empatía, detesta las masas y los grupos, no cree más que en la reforma individual, celebra y practica la confianza en uno mismo, preconiza y vive el inconformismo, practica la contemplación y el gozo místico, construye su vida filosófica a partir de sí. Pero no si se lo compara con Emerson, que vive un trascendentalismo de despacho y de biblioteca. El autor de «Over-soul» (La superalma) hace de la naturaleza un medio para alcanzar un fin, el éxtasis de tipo plotiniano. Para Thoreau, por el contrario, la naturaleza es un fin en sí misma y no un medio para lograr algo más que ella. Emerson quiere salir espiritualmente del mundo y solicita a la naturaleza que le provea esa salida; Thoreau quiere quedarse en el mundo, quiere gozar de la naturaleza aquí y ahora, corporal y físicamente [...].

Oportunidad existencial

Thoreau afirma que Emerson sería totalmente incapaz de manejar la carretilla en el jardín; ve en esa incapacidad práctica del espíritu puro la prueba de una diferencia fundamental. Y, de hecho, es cierto: Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos. Al segundo nos lo imaginamos devorando crudo un pequeño mamífero, cosa que hizo un día; al primero lo vemos más bien bebiendo té a sorbitos en el transcurso de una conversación de salón sobre la naturaleza… [...].

La cabaña es, para Thoreau, la ocasión de demostrar que el trascendentalismo no es una cuestión de libros, sino una oportunidad existencial. Una sola noche de celda y una vida intermitente en la cabaña bastan para enseñar que el filósofo vivía sus ideas y pensaba su vida, que asociaba la teoría a la práctica, el pensamiento a la acción, la filosofía a la vida. Que no era profesor de filosofía, sino filósofo.

Su amigo Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos

Emerson le había prestado el terreno en el que Thoreau construyó la cabaña, a orillas de la laguna Walden [...]. Imagina el lago sin fondo, sin entrada ni salida de agua, como lleno de un agua lustral susceptible de lavarlo del pecado original de la civilización. Se baña en él a diario, en la estación que sea. Cuando la superficie está congelada, se tumba en el hielo y observa bajo él la vida de las profundidades. Estudia las elevaciones y descensos del nivel del agua; la respiración del lago, como si se tratara de un ser vivo… La cabaña tiene trece metros cuadrados de superficie: tres por cuatro y medio, con dos y medio de altura. Coloca en ella tres sillas para no recibir más que a dos personas a la vez. Dispone una cama y una mesa. Una chimenea le permite calentarse. Recibe a viajeros, campesinos, leñadores, esclavos fugitivos. También a filósofos.

Publica «Walden» en 1854. Se trata de un libro grande y auténtico de filosofía. No se encuentra en él ningún concepto, ningún personaje conceptual, sino una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de una experiencia existencial: ¿cómo llevar una vida filosófica? Thoreau no invita a que se lo imite, sino que enseña cómo puede hacerse; queda a cargo de cada cual inventar su camino, encontrar su vía.

Medicina para la felicidad

Libro grande y auténtico de filosofía, digo. En efecto. Thoreau propone lo que denomina una «medicina eupéptica»; en otras palabras, una medicina para generar bienestar y felicidad y alejar maldad y dolor. ¿Cuál es esta medicina? Regocijarse ante el esplendor de cada mañana; oponer una voluntad de goce al movimiento natural de la negatividad, que nos lleva hacia el pesimismo; desear la felicidad, que no nos es dada, sino que debe construirse; colocarse o volver a colocarse en el centro de uno mismo; transformar los inconvenientes en ventajas; buscar lo positivo en lo negativo; querer hacer de la propia vida una fiesta.

Invita igualmente a rechazar «la vida mezquina». La vida mezquina es una vida orientada hacia valores falsos: el dinero, los honores, el poder, las riquezas, la propiedad, la reputación. Es una vida ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo: codiciar, comprar, poseer, consumir, sustituir [...]. ¿Quién podría, en efecto, no suscribir esta constatación: «Me parece evidente que muchos de vosotros vivís unas vidas pobres y serviles»? No nos pertenecemos, perdemos nuestra vida tratando de ganarla, vivimos como máquinas, entregamos siempre nuestra vida al mañana. ¿Qué hacer para dejar de llevar una vida mezquina? [...]. He aquí seis fórmulas: «Exploraos a vosotros mismos», «acometed la vida tal como la habéis imaginado», «amad vuestra vida», «simplificad, simplificad», «haceos un cuerpo perfecto», «vivid libres y sin compromiso». Precisemos.

La primera: «Exploraos a vosotros mismos». Emerson afirmaba: «Viajar es el paraíso de los bobos». ¿De qué sirve, en efecto, dar la vuelta al mundo cuando partir en busca de uno mismo resulta una odisea mucho más rentable desde un punto de vista existencial? Viajar suele ser perderse. Partir en busca de uno mismo es, tal vez, hallarse.

«Walden» invita a rechazar la vida mezquina, ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo
La segunda: «Acometer la vida tal como la habéis imaginado». Ir en la dirección de los sueños, no ser infiel a las promesas que nos hemos hecho en la adolescencia. Thoreau escribió esta frase extraordinaria: «Si construye castillos en el aire, su obra no se perderá: ahí están bien edificados. Tan sólo ponga ahora los cimientos bajo esos castillos».

La tercera: «Amad vuestra vida». Thoreau aprecia los textos espirituales, los «Evangelios», el «Bhagavad Gita», la «Biblia», los textos mitológicos de todas las civilizaciones; estima también a los grandes maestros espirituales, Jesús y Zoroastro, Buda y Confucio. Pero no le gusta la religión cristiana, que ha enfadado a los hombres con la vida, los seres vivos, la naturaleza. [...]. La cuarta: «Simplificad, simplificad». Lo que poseemos nos posee, por lo que hay que dejar de pasarse la vida perdiéndola y cesar de querer ganarse la vida, porque lo que ganamos nos pierde. Lo que tenemos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que poseemos: todo eso nos pierde [...].

La quinta: «Haceos un cuerpo perfecto». La práctica de los ejercicios espirituales precedentes contribuye a producir un cuerpo perfecto. Sobriedad, frugalidad, simplicidad y austeridad generan un cuerpo sano, limpio y nítido y, por lo tanto, un alma impecable. El sabio no teme ya a la lluvia, el frío, el calor, la sed, el hambre, el aburrimiento, la duda, la melancolía, la angustia, el miedo, la desesperación. Es, pues, libre…

La sexta: «Vivid libres y sin compromiso». ¡Cuesta imaginarse a Thoreau casado y padre de familia! Aunque manifestó en su juventud una pasión por cierta joven, lo que demuestra que no estaba desprovisto de libido, o aunque los encantos de la señora Emerson pudieron perturbarlo, Thoreau fue un soltero empedernido. Prefiere su compañía a la de los demás, que mantiene a distancia. En cuanto a la humanidad, ni hablamos. Escribe claramente: «Yo no doblaría corriendo la esquina para ver cómo explota el mundo» [...].

«Walden» contiene una utopía política. Ésa es, al menos, mi hipótesis [...]. Thoreau enseña la auténtica revolución, la única que vale y que no provoca derramamientos de sangre: la que permite, cambiando uno mismo e invitando al prójimo a que cambie, cambiar el orden del mundo.

II

Miguel Ángel Barroso, "El manual libertario de Thoreau para una vida sublime", en Abc Cultural, 7-V-2017:

La rebeldía del autor de «Walden» se expandió hasta llegar a Walt Whitman, John Muir, Gandhi, Luther King, Robert Frost y millones ciudadanos anónimos. La reedición de sus ensayos es más pertinente que nunca.

McAllister, el director de la Welton Academy, prestigiosa institución educativa de Vermont (Estados Unidos), mira con cierta condescendencia al profesor de Literatura John Keating, cuyos métodos alejados del carril empiezan a ser un dolor de muelas. «Muéstrame un corazón que esté libre de necios sueños, y te enseñaré a un hombre feliz», le dice.

Keating: «Sólo al soñar tenemos libertad. Siempre fue así y siempre será».

McAllister: «¿Tennyson?»

Keating: «No. Keating».

La escena es una de las más recordadas de El club de los poetas muertos, la película de Peter Weir que agitó las mentes de los jóvenes (y no tan jóvenes) a finales de la década de 1980. Espectadores que, en su mayoría, desconocían la conexión entre Thoreau, Walt Whitman, John Muir, Robert Frost... y John Keating.

Filosofía activa

El personaje que interpreta Robin Williams no tiene a Lord Tennyson, el poeta inglés del posromanticismo, como su clave de bóveda. Por eso sorprende al severo McAllister y, sobre todo, a sus alumnos, que experimentan una epifanía a lo largo del curso. «Thoreau dice que la mayoría de los hombres viven en desesperación silenciosa. No se resignen a ello. Libérense. No caminen por la orilla, miren a su alrededor», les espeta. Y también cita a Frost, fundador de la poesía moderna norteamericana, el bardo del hombre rural de Nueva Inglaterra: «Dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia».

El carpe diem ya está en las odas de Horacio, pero es Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862) quien coge el tópico literario para provocar un big bang de rebeldía contra el conformismo y el adocenamiento. Aprovechemos el momento porque la muerte viaja sobre nuestros hombros, porque tenemos los días contados. Hagamos que nuestras vidas sean extraordinarias.

Thoreau, que nunca pretendió adoctrinar («Cuando lean, no consideren sólo lo que el autor piensa, sino lo que ustedes piensan», concluye Keating), sino dar un aldabonazo en las conciencias para que cada cual siga su propio camino, no podía imaginar la huella que iba a dejar en generaciones de lectores de todo el mundo.

«La obra de Thoreau nos saca de las bibliotecas y nos invita a llevar una vida filosófica en el día a día: su vida se hermana con su pensamiento, es subversiva contra la mercantilización, la oligarquía, el dominio de los capitales y las finanzas sobre la independencia y la soberanía de los pueblos. Su discurso es plenamente vigente y ya no basta con indignarse», reflexiona Maximilien Le Roy, guionista (A. Dan se encarga de los dibujos) de la novela gráfica Thoreau. La vida sublime, reeditada por Impedimenta. Le Roy recuerda que Mahatma Gandhi descubrió la obra de Thoreau en prisión y lo convirtió en su «maestro» («Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel», dice el autor de La desobediencia civil, libro de cabecera de Gandhi); y Martin Luther King Jr. afirmó haber dado vida a las enseñanzas del filósofo en sus acciones contra la segregación racial de los afroamericanos.

Contra la opresión

Aunque los hombres ilustres no tienen por qué servir necesariamente como argumento de autoridad. Así, una legión de anónimos defensores del medio ambiente, antimilitaristas, anticolonialistas, activistas por la antiglobalización y rebeldes de todo signo han encontrado en los escritos y en la vida de Thoreau armas contra las múltiples formas de la opresión.

Emma Goldman, legendaria pionera en la lucha por la emancipación de la mujer, lo describe como «el mayor de los anarquistas norteamericanos». Por el contrario, el filósofo Michel Onfray -autor del prólogo de Walden que Errata Naturae acaba de lanzar en una edición especial 200 aniversario- invalida este calificativo: Thoreau no es anarquista, sino libertario. Según Onfray, el anarquista cree en los «ideales progresistas del siglo XIX»; el libertario, por su parte, no se «sacrifica» por ningún ideal.

«No es un teórico metódico, inventor de una filosofía coherente, sino un escritor que se desliza desde una imagen a otra, en perpetua búsqueda de una nueva formulación apropiada para el lenguaje que él presiente. Su pensamiento es complejo, cambiante, paradójico, provocador», apunta Michel Granger, profesor de Literatura de la Universidad de Lyon y especialista en escritores del «renacimiento americano» como Emerson, Hawthorne, Whitman, Poe, Twain, Melville y Thoreau.

Thoreau no pretendió adoctrinar, sino agitar las conciencias para que cada cual siga su propio caminoNuestro filósofo dejó su impronta en John Muir, probablemente el primer ecologista moderno. Nacido en Dunbar, en la costa este de Escocia, en 1838, escribió una decena de libros y cientos de artículos donde defendió su particular filosofía sobre la vida salvaje y la preservación de los espacios naturales. «El camino más claro hacia el Universo pasa por un bosque virgen», sentenció este admirador de Humboldt (no perdamos de vista al sabio prusiano en esta historia de humanistas-naturalistas decimonónicos que estaban en contacto, o sabían los unos de los otros, sin necesidad de Facebook). Muir tuvo su cabaña «a lo Walden» en el valle de Yosemite, donde también recibía. Por allí apareció Ralph Waldo Emerson, que no quiso acampar al raso. Un detalle que «no decía nada bueno del glorioso trascendentalismo», pensó su anfitrión. Aunque no minusvaloremos a Emerson, que firmó frases del tipo «nada puede traeros paz salvo vosotros mismos. Nada puede traeros paz salvo el triunfo de los principios».

Y, por supuesto, Thoreau sembró en su admirador más extremo, Chris McCandless (1968-1992), el brillante estudiante que renegó del materialismo vacuo de la sociedad norteamericana y soñó con abandonarla, al estilo de su ídolo, para hacerse dueño de sí mismo y regenerarse por el espectáculo de la naturaleza. Tras dar algunos tumbos eligió Alaska para su propósito y vivió varios meses en un autobús abandonado, el «autobús mágico» que apareció en mitad de la nada, hasta que murió de inanición, derrotado por esa naturaleza que le exigió algo más que romanticismo. Su peripecia -alabada y criticada a partes iguales- se cuenta en el libro Into the Wild (Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, editado por Zeta Bolsillo en 2008) y fue llevada al cine en 2007 por Sean Penn.

En este año de celebración no faltan los ensayos inspirados por el pensador, como El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau, del barcelonés Toni Montesinos (Ariel, 2017), una amena aproximación a su vida y obra. «Él nos conmina a ser valientes, no de modo ampuloso en situaciones especialmente épicas, sino en el día a día», escribe Montesinos. «Nos enseña a ser buenos, puramente buenos, sin hipocresías sensibleras ni jactancias, sino con la firme intención de practicar la bondad con fines determinados, casi de forma pragmática; nos enseña a mirar con respeto la naturaleza y ser humildes ante ella, sin dejarnos cegar por los impactantes adelantos tecnológicos; nos enseña, en definitiva, a no resignarnos al estilo de vida al que la sociedad estandarizada nos arrastra y a tener un criterio propio firme y sosegado».

¿Malos tiempos para la filosofía? Lean a Thoreau. Tendrán un mejor día. Tal vez, si perseveran, una mejor vida. Basta con abrir al azar una página de Todo lo bueno es libre y salvaje (Errata Naturae, 2017) y recitarse uno de los aforismos que contiene. «Me gusta que mi vida tenga un amplio margen». «No puedo deciros lo que soy, más allá de un rayo de sol. Lo que soy, lo soy, y no lo digo. Ser es la mejor forma de explicarse».

III

Alfonso Armada entrevista a Robert Richardson: «El mensaje primordial de Thoreau es estoico: tenemos que volver a la naturaleza». Abc Cultural, 7-V-2017:

«Thoreau. Biografía de un escritor salvaje» (Errata Naturae), escrita por el profesor e historiador estadounidense Robert Richardson, es por su claridad, rigor y elocuencia el mejor prólogo para entender al autor de «Walden»

Aunque nació hace 83 años en Milwaukee (Wisconsin), tal vez el haber crecido entre Medford y Concord (Massachuseyts, la tierra de Henry David Thoreau) trazó el destino de Robert (Bob) Richardson. Además de haber enseñado en Harvard, Yale, y las Universidad de Colorado y Sichuan, en China, tras escribir dos libros sobre literatura, cine y mitología ha centrado su escritura en figuras como Emerson o William James, que le han marcado vital y espiritualmente, pero sobre todo Thoreau. A pesar de que su biografía del autor de Walden se publicó en 1986 en Estados Unidos, llega ahora al lector español prístina y reveladora como cuando fue escrita. Casado en segundas nupcias con la también escritora Annie Dillard, trabaja actualmente en el siglo XI en Persia y el XIX en Inglaterra, y la obra de dos poetas: Omar Jayam y Edward FitzGerald. Incluso el correo electrónico (como fue hecha esta entrevista) puede revelar un carácter, pero tres breves conversaciones telefónicas demostraron que la amabilidad es en Bob Richardson una cualidad del alma que redunda en la claridad de su prosa. Como a Thoreau, tampoco le gustan los sonajeros.

¿Por qué decidió dedicar tiempo a Thoreau?

Tomé la decisión de trabajar sobre Thoreau cuando enseñaba en la Universidad de Denver, en Colorado, en los años setenta del siglo pasado. Un día, antes de que comenzaran las clases, estaba leyendo el Diario de Thoreau. Él decía que si quieres ver ratas almizcleras en medio de la corriente necesitas permanecer inmóvil durante cinco minutos y observar la orilla, donde la vegetación brota del agua. Bajé caminando hacia el río que atraviesa la ciudad, me quedé quieto durante cinco minutos y, tal como Thoreau aseguraba, una rata almizclera apareció justo donde él dijo que lo haría. Así que, pensé: no necesito irme a vivir en Concord, Massachusetts, para aprender de este hombre. Todos los sitios pueden ser Concord. Thoreau tiene algo para cada uno de nosotros. Para ver hay que querer ver.

¿Por qué siguen siendo su figura, sus ideas y sus escritos tan importantes para la filosofía estadounidense?

El mensaje primordial de Thoreau es una idea estoica, y consiste en que no deberíamos buscar orientación en el pasado, en el estado, en la iglesia, y ni siquiera en el individuo, sino que deberíamos volver a la naturaleza.

¿Cuán relevante fue su libro cuando apareció en 1986, y cuán relevante cree que es hoy, cuando está siendo publicado en español, en tiempos de Trump, el 'Brexit' y la posverdad?

«Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más relevantes a medida que seguimos ensuciando el planeta»Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más y más relevantes a medida que continuamos ensuciando el planeta, volcamos cantidades ingentes de CO2 en la atmósfera, y envenamos los océanos. «¿Para qué necesitamos una casa si no tenemos un planeta tolerable donde levantarla?», se preguntaba Thoreau. La pregunta era buena cuando la formuló y lo sigue siendo hoy. La naturaleza es ley. Eso es cierto ahora, y siempre lo fue. Era verdad en 1986 y lo es en estos momentos a pesar de lo que Trump y sus secuaces puedan proclamar.

¿Sigue firme su fe en los padres fundadores de la democracia estadounidense y en Emerson y Thoreau dados los acontecimientos recientes?

Los padres fundadores de América hicieron un gran trabajo para su época y su lugar. No perfecto, desde luego (no olvidemos la esclavitud) y no aplicable en el futuro sin ajustes. No olvidemos que la población total de Estados Unidos en 1840 equivalía a la mitad de la población de California en 2010. Nuestra Constitución necesita una puesta a punto. No es nada democrático que que California y Wyoming tengan cada uno el mismo número de senadores: dos. Unas 37 millones de personas viven en California, mientras que la población de Wyoming apenas supera el medio millón. Necesitamos de figuras como Emerson, Thoreau y William James ahora más que nunca. Ellos eran partidarios de un individualismo con una clara conciencia de la responsabilidad respecto a su comunidad. Nadie puede estar por encima del estado, pero el individuo es más importante que el estado.

¿Cómo de estrecha es la relación entre el arte de escribir de Thoreau y su arte de caminar?

«El ritmo de la escritura de Thoreau es equivalente al ritmo de su paso»Thoreau necesitaba caminar a diario, como también necesitaba trabajar sentado a su mesa (leer y escribir) todos los días. Escribir es, como caminar, una actividad, y del mismo modo que las acciones vienen a menudo precedidas de las emociones, el sentido y el significado pueden aparecer tanto en el acto de escribir como antes de sentarse al escritorio. Tiene razón cuando asegura que el ritmo de su escritura es equivalente al ritmo de su paso.

¿Dónde le situaría usted en la escena política contemporánea?

Creo que Thoreau se situaría sin duda a la defensiva ante todo lo que tiene que ver con la actual Casa Blanca. Todo el mundo recuerda que fue a la cárcel porque se negó a pagar un impuesto estatal para sufragar la guerra contra México. Pero el acto más decisivo y perdurable que acometió Thoreau entonces no fue el hecho de ir a la cárcel, sino lo que escribió al respecto: alzó la voz, tocó a rebato la campana de la torre, y escribió, una y otra vez, contra la esclavitud y a favor de John Brown [un capitán que protagonizó una rebelión armada contra la esclavitud y fue apresado y ejecutado].

¿Fueron Virgilio, Goethe y Emerson los padres fundadores de su amor por la naturaleza?

Sin duda, aunque deberíamos incluir a Humboldt y la inmensa cantidad de libros de viajes, cuadernos de botánica, ensayos y sus propios diarios de caminante, y su íntima y perpetua inmersión en la naturaleza misma.

Emerson, Thoreau, Whitman, Melville, Dickinson... ¿Qué clase de hilo de acero de trascendentalismo y fe en el indivuduo y la naturaleza se podría trazar entre estos autores y los tiempos modernos?

«Creo que hace tiempo que los estadounidenses hemos dejado de ser una nación de lectores»Lo que usted bellamente califica de hilo de acero de fe y trascendentalismo está todavía vivo en América, aunque creo que hace tiempo que hemos dejado de ser una nación de lectores. Si por ejemplo llegas a vender un millón de ejemplares de un libro, tan sólo alcanzarías a menos del 1 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, y como alguien ha señalado la gente que no lee no tiene ninguna ventaja sobre la gente que no sabe leer. Nuestras universidades, nuestros escritores y nuestra cultura -películas y televisión aparte- están sometidos a grandes presiones, pero algunos todavía florecen, y todavía hay quienes sostienen ese hilo de acero, como Annie Dillard, Edward Hoagland, Gretel Ehrlich, Dennis Overbye, Mary Oliver, Edward Hirsch y otros cientos.

¿Se puede decir que para Thoreau, como para Laplace, Dios no era necesario?

No lo creo. En ocasiones es cierto que puede sonar como Laplace, sobre todo a medida que envejecía. Pero Thoreau tenía sentimientos religiosos, aunque no era para nada un clerical. Para él Dios está en todo. Esto es panenteísmo [concepto filosófico y teológico que indica que Dios es inmanente y trascendente al universo, que Dios engloba el universo, pero no se limita a él], no panteísmo. El dios de Thoreau es como el de Lucrecio. Es posible que existan los dioses, pero no tienen el menor interés en nuestra existencia.

¿Comparte su convicción de que podemos conseguir lo que los griegos, porque en esencia somos como ellos?

Por supuesto. Emerson, Thoreau y Whitman creían que estamos hoy en la misma situación que Adán y Eva. El mundo entero se ofrece ante cada nuevo ser, y podemos lograr todo lo que nos propongamos. No somos peores por haber llegado más tarde al juego de la vida.

¿Está de acuerdo con Emerson en que su verdadera biografía se lee en su poesía?

Sí, creo que Thoreau dejó nítidos trazos de sus apegos emocionales hacia Ellen Sewall y hacia su hermano John tanto en su poesía como en su prosa. Pero su vida en la naturaleza es mucho más clara en su prosa. No es una pregunta fácil. En la biografía que está a punto de publicar en Estados Unidos Laura Walls pone especial énfasis en las cartas, las amistades y vida diaria en el mundo rural a la hora de explicar la vida de Thoreau.

¿Encuentra alguna resonancia entre Simone Weil y Thoreau?

Estoy seguro de que Thoreau se sentiría muy contento de que le vincularan a Simone Weil. Ambos eran supremamente inteligentes, con una voluntad de hierro, e indeferentes a las presiones sociales, al qué dirán. Eran adalides inconformistas de la conciencia individual.

¿El descubrimiento del yo y la integridad del individuo están en la raíz del verdadero libertario?

El individualismo está bajo bajo el fuego. El argumento que se esgrime es que hemos llevado el individualismo demasiado lejos y hemos perdido nuestro sentido de comunidad. Lo que necesitamos, evidentemente, es una comunidad de individuos en el que cada uno posea imperativos sociales y personales. Thoreau estaba dispuesto a ser un buen vecino en la mayor parte de las cosas. Desde luego que ese es un objetivo que merece la pena.

¿Era Thoreau más un hombre de ríos que de bosques?

Los ríos son las venas del mundo. Los bosques son el cuerpo. Los dos son desesperadamente necesarios. ¿Cuál ese la diferencia -se pregunta Thoreau- entre la forma en que un río encuentra su camino hacia el mar, la forma en que un pájaro cumple su rito migratorio de un continente a otro y la manera en que un hombre pilota su navío hacia tierras lejanas? Las cosas están mucho más interconectadas que aisladas.

¿Qué es lo que ve y lee en la naturaleza?

«Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir»Thoreau está más interesado en cómo la naturaleza escribe por sí misma, cómo se expersa ella misma. Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir por sí mismos. Leyendo el paisaje boscoso es el título de un libro reciente. A Thoreau le encantaría. En la sutil depresión de la nieve en torno a la base de un árbol Thoreau podía leer el efecto de un árbol vivo en la acumulación de nieve.

Paul Valéry solía decir que la sintaxis es una cualidad del alma. No puedes escribir verdaderamente bien si no eres una buena persona. ¿Era lo que escribió la mejor forma de mostrar el tipo de hombre que Thoreau era? ¿Es cierto en este caso que su estilo era él mismo?

Thoreau se tomó muy en serio su trabajo como escritor. Él podía volver a describir algo una y otra vez hasta quedar satisfecho. En la denodada búsqueda de reflejar lo que de verdad revela la naturaleza él expresaba su verdadero ser, lo cual no tiene nada que ver con lo que solemos denominar «expresarse uno mismo». En cualquier caso, es cierto que no puedes escribir mejor de lo que eres.

Para reformar el gobierno debes primero reformarte a ti mismo. ¿Es esto quintaesencial Thoreau?

Sin la menor duda. Thoreau lo sabía, y Gandhi lo tomó de él. «Las reglas del juego equivalen a las propias reglas y las propias reglas equivalen al auto-control... Solo la gente que sea capaz de dominarse a sí mismo puede exigir respeto y libertad...» (Hind Swaraj).

¿Era Thoreau una suerte de enemigo avant-la-lettre del capitalismo, el comercio y el consumismo?

Absolutamente. Porque esas tres fuerzas nos llevan cerca del dinero y nos alejan de la naturaleza. Fácil de decir, difícil de aplicar en la vida.

¿Tiempo es todo lo que tenemos y nuestros pies para tomarle la medida al mundo?

Cada uno de nosotros tiene su tiempo. Podemos aprovecharlo o desperdiciarlo. Annie Dillard dijo: «La forma en que empleamos nuestros días es, por supuesto, la manera en que gastamos nuestra vida».

¿La más aventurera, difícil y arriesgada expedición es la que emprendemos en busca de nosotros mismos, y la que Thoreau bebió a fondo?

Sí que lo es, y Thoreau puede ser gracioso al respecto. «No vale la pena dar la vuelta al mundo para hacer recuento de gatos en Zanzíbar». Es mejor, «explorar nuestras más altas latitudes». Sir John Franklin «no es el único que anda perdido».

Hablando de España, ¿no cree que sería mucho más útil e inteligente para la izquierda recurrir a Thoreau como ouno de sus maestros para navegar hacia el futuro?

Por favor, que lo hagan. Tal vez les seguiremos desde aquí. Lo que he descubierto mientras me dedicaba a la enseñanza es que tan solo un tercio de los estudiantes mostraba interés en Thoreau, pero a los que les interesaba era de forma apasionada. El individualismo democrático de Thoreau, que comparte con Emerson y Whitman, es la más adecuada filosofía para la era nuclear. Esto ha sido destacado especialmenet por George Kateb. No se trata solo de individualismo, sino de individualismo democrático -que no tiene nada que ver con el individualismo rudo, depredador, o el aislacionismo- lo que de verdad necesitamos.

¿Cuál ha sido el impacto de las enseñanzas de gente como Emerson y Thoreau en su trabajo como escritor y profesor?

«Enseñar el pensamiento de Emerson y Thoreau me cambió la vida»Enseñar a fondo el pensamiento de Emerson y Thoreau y lo que de verdad pensaban me cambió la vida. Mis mínimas opiniones acerca de sus logros y sombras no significan nada. Ruskin tenía toda la razón cuando decía que el trabajo de una persona debería ser dar las gracias por lo que ama.

Adoro la frase que usted extrae de los escritos de Thoreau: «El pensamiento no es nada sin entusiasmo». ¿Es el camino que usted emplea para investigar, escribir y enseñar acerca de Thoreau, Emerson, William James, Persia y sus poetas?

Creo que fue Hegel quien dijo que nada es lo suficientemente valioso si no ha sido hecho con entusiasmo. Dijera quien lo dijera, es cierto.

¿Quién es Robert Richardson?

Robert Richardson es un profundo admirador de los escritos y los pensamientos de Emerson, Thoreau y William James, y todavía queda espacio en su corazón para Omar Jayam.

IV

Luis Alemany, "En la cabaña de Thoreau", en El Mundo1 jun. 2017:

Pasó a la historia como el defensor de la vuelta a la vida natural. Pero el suyo no fue un viaje inocente. Así lo muestra Robert D.Richardson.

Había una vieja broma sobre el Partenón: todo el mundo que va a Atenas encuentra en la Acrópolis lo que está buscando. Los fascistas vieron fascismo; los liberales, democracia; y los nacionalistas griegos, Grecia. Los poetas románticos vieron ruinas y Le Corbusier, geometría. Con Henry David Thoreau, el escritor que puso el marco intelectual y sentimental a la idea de Estados Unidos, pasa un poco lo mismo: igual le ha valido a los defensores del individualismo que a los partidarios de la insumisión, a los escritores ecologistas; a los contraculturales o a los místicos..."Thoreau dijo eso mismo: sólo podemos ver aquello que estamos buscando, aquello que ya tenemos en nuestras mentes", explica Robert D. Richardson, biógrafo del escritor estadounidense (Thoreau se llama su libro y está recién publicado por Errata Naturae, coincidiendo con el segundo centenario de su nacimiento). "La primera vez que leí a Thoreau tenía 19 años y buscaba una dirección para la vida. Teniendo en cuenta lo que le interesa de la vida a un muchacho de 19 años, no me sirvió de mucho, la verdad".Si un lector de la biografía de Thoreau también quiere ver su propia realidad de 2017, no lo tiene difícil: la vida del escritor de Walden suena casi contemporánea, como si dialogara con todos los jóvenes prematuramente desencantados de nuestro tiempo.Richardson empieza el relato el día en el que el escritor termina la carrera en Harvard, que en la década de 1840 no era una universidad de élite sino una especie de internado autoritario y chapucero. El recién licenciado volvió a su pueblo, Concord, en Massachusetts, y se encontró con que la economía de Estados Unidos estaba en crisis y que la realidad no estaba a la altura de sus expectativas.No supo bien qué hacer. Probó con la enseñanza pero no le fue bien. Quiso escribir pero había mucha competencia. Pensó en marcharse al otro lado del mundo a buscarse la vida, pero no encontró el momento. Tuvo algún trabajo deprimente en Nueva York y lo dejó. Leyó mucho y se hizo amigo de su vecino Ralph Waldo Emerson. Murió su hermano, tuvo angustia y, entonces, se hizo su famosa cabaña en el bosque... Fue lo que en inglés llaman huckleberry, un chaval un poco perdido, en busca de su rumbo. Como Thoreau sabía que tenía algo especial pero no era capaz de demostrarlo, desarrolló un carácter melancólico, a veces caprichoso y soberbio. Nada que ver con la bondad machadiana del hombre del bosque en la que solemos pensar."Thoreau era difícil al trato, podía ser frío y ensimismado, parecía desconectado de las personas. Darle la mano debía de ser como darle la mano a un árbol. Su vida romántica había sido un desencanto...", explica Richardson, en alusión a Ellen Sewall, el amor frustrado y eterno de Thoreau y de su hermano, que también la cortejó. Sewall se decantaba por Henry David pero su padre no dio su autorización. "Entre sus íntimos, sin embargo, Thoreau transmitía alegría y belleza de vivir. Dejó escrito una vez: 'Probablemente, la alegría sea la condición de la vida'".¿Qué leía Thoreau en esos años de artist as a young man? Mucha poesía alemana, clásicos grecolatinos, algo de filosofía oriental... De Virgilio le gustaban más las Geórgicas que la Eneida... ¿Lecturas convencionales para un joven culto de 1847? "Bueno, había algo más que las lecturas normales. Era capaz de leer en francés, alemán, italiano y latín y se defendía en español y griego. Leyó toneladas de papel de literatura de viajes, de botánica y química, leyó a Humboldt, a Liebig y a Lyell y defendió a Darwin muy pronto. Se interesó por el budismo, el hinduismo y el zoroastrismo y por la poesía persa. Sobre todo, se interesó por Sa'di".Entre todas esas amistades literarias, destacaban Goethe y la tradición romántica alemana, que es de donde Thoreau toma la idea central de su obra: la individualidad como una responsabilidad, como una construcción ética muy exigente y solitaria. Por eso lo de la cabaña en el bosque.Noticia: el primer escritor que presagió la contracultura desconfiaba de cualquier forma de colectivismo o socialismo, utópico o no. "Thoreau desconfiaba de cualquiera que quisiera reformar el mundo antes que reformarse a sí mismo. Como los filósofos estoicos de Roma, creía en el autocontrol, en la autarquía del individuo", explica Richardson.Y continúa: "Thoreau no era partidario del capitalismo pero tampoco era socialista. Todo su interés por la economía se dirigía a la manera en la que el individuo gobernaba su casa y su vida. Para él, la cuestión no era en qué sistema deberíamos vivir. La cuestión era cómo sacar adelante nuestras pequeñas vidas". Un ejemplo: "Thoreau decía que el coste de las cosas debería calcularse en función de la cantidad de vida que sacrificamos por ella".Emerson era el guía en muchas de esas ideas y lecturas de Thoreau. Juntos construyeron en Concord una versión americana de la Weimar de Goethe, una pequeña Atenas americana. ¿Compitieron, en el fondo? "Deberíamos superar la idea de que fueron amigos y, a la vez, rivales. Emerson era 15 años mayor, era más un hermano mayor que un igual. Sin Emerson no habría habido Thoreau. Es verdad que, durante una época, se alejaron. Thoreau reprochaba a Emerson que no le hubiera advertido a tiempo de que su primer libro, A week on the Concord and Merrimack Rivers, no era muy bueno. Pero es que Emerson no se dio cuenta de que Thoreau era algo más que el líder de una fiesta de huckleberries, que estaba construyendo algo importante". Al final, los dos escritores se reconciliaron "y Emerson escribió las líneas más bonitas sobre Thoreau que se puedan leer".Thoreau era único, eso está claro. Poeta, diarista, moralista, agricultor, filósofo... Piensen en algún escritor en lengua española con quien pudiera ser comparado... Difícil, ¿verdad? "Pues yo pienso en Thoreau como en Don Quijote; un poco loco, bastante enfrentado a la normalidad, a menudo divertido, siempre con altura de miras y, a la larga, más cuerdo y más verdadero que ninguno de nosotros. Su cabaña era Baratatia y hasta tuvo una Dulcinea, Ellen Sewell... Ticknor, el profesor de español de Thoreau, escribió la primera gran historia de la literatura española en inglés".Al final de su vida, Thoreau encontró por fin un trabajo: agrimensor, como el personaje de Kafka. No era un mal empleo, podría pasar el día en el campo. En una de esas excursiones, enfermó y el bacilo de la tuberculosis que había incubado en la adolescencia se lo llevó a los 44 años, igual que el río se llevaba la piragua de la canción Moon river: "Mi amigo huckleberry / allá dónde vayas yo iré también".

QUÉ Y CUÁNDO LEER DE THOREAU


«¿Por dónde empezar con Thoreau? Hay un ensayo corto de Emerson, el Elogio de Thoreau, que puede ser un buen comienzo. También podría servir su ensayo Walking [disponible en español dentro del volumen Un paseo invernal]. Walden podría esperar a un segundo momento porque lo veo más como una estación de llegada». Robert D. Richardson propone un itinerario para los lectores que descubran a Thoreau a través de su trabajo. No tendrán que buscar muy lejos: Errata Naturae, el sello de Richardson, ha puesto al día la obra de Thoreau durante los últimos años. El colofón de ese trabajo ha sido la nueva edición de Walden. Fuera de su catálogo, el Diario de Thoreau vuelve a estar disponible con el sello de Capitan Swing. A su escala, es un éxito: el primer volumen lleva tres ediciones y el segundo llega ahora a las librerías. Es, además, el núcleo duro de su obra y el complemento perfecto para la biografía de Richardson. / LUIS ALEMANY

martes, 30 de mayo de 2017

Varios escritores y artistas narran qué libros les introdujeron al hábito lector

¿Por qué leer? La primera vez de los creadores, en El Cultural, 26/05/2017:

Hoy arranca la 76ª Feria de Libro de Madrid, compuesta este año por 367 casetas -una menos que en 2016- y 488 expositores -ocho más que el año pasado-. Coincide en los medios con el recién estrenado Plan de Fomento de la Lectura. Por esta razón nos preguntamos si sirve de algo invitar a leer desde los márgenes de una biblioteca. Los creadores -cineastas, artistas, escritores- nos cuentan cómo y cuándo empezaron ellos a leer, y por qué merece la pena hacerlo. Luis Mateo Díez, además, se remonta en un artículo a su infancia de niño curioso, o lo que es lo mismo, de niño lector.

Inculcar el placer de la lentitud

Luis Landero. Escritor

Me enganché a la lectura con las novelas del Oeste y las Mil mejores poesías de la lengua castellana. De las novelas me encantaba la posibilidad de habitar en otro mundo durante unas horas, y de la poesía, la magia de las palabras y del ritmo, o lo que es lo mismo: la belleza. 
Para fomentarla propondía que las clases de Literatura, y muchas de las de Lengua, se dediquen mayormente a leer y a comentar lo leído. Que se trate de inculcar en los niños y jóvenes el placer de la lentitud. Que se les enseñe a distinguir entre lo que es cultura y lo que es mero entretenimiento. Que la sociedad haga suyos algunos de los valores propios de la escuela, y que los lleve a la práctica. 

Leer a los clásicos en voz alta

Javier Gomá. Filósofo

Recuerdo como mi primer libro los comentarios de San Juan de la Cruz a sus propios poemas, “Noche oscura”, “Cántico espiritual” y “Llama de amor viva”. Produjeron en mi alma adolescente, tierna e inflamable, un incendio que dura hasta hoy. Es posible que el incendio se hubiera declarado de todas maneras y que aquella lectura simplemente fuera una ocasión más o menos azarosa. Pero esa lectura fue el desencadenante.

Propongo la lectura en público, por un actor sensible y experto, con voz educada y bella, de textos clásicos que resistan esta prueba de la oralidad. Cuando funciona, el amor que genera se extiende tan rápido como la electricidad. 

El peligro de la imposición

Israel Elejalde. Actor

No recuerdo muy bien si el primer libro que leí fue Momo de Michael Ende o El hobbit de Tolkien. Lo que sí recuerdo es que leí los dos de un tirón y a partir de ahí decidí leer toda la obra de ambos autores. Debía tener ocho o nueve años. Me gustaría saber cuál es la razón de que la gente se aburra leyendo. Si lo supiera sería maravilloso para poder cambiarlo. Me cuesta entender que la gente se aleje de la lectura. Estoy convencido de que es fundamental transmitir ese hábito desde pequeños, y creo que los padres tienen tanta responsabilidad como los profesores. Si los padres tiene el hábito de la lectura, normalmente los hijos también leen. Elegir bien cuales son los primeros acercamientos es central para que no arraigue esa sensación de que leer es algo pesado y arduo. Creo que obligar a un chaval de 13 o 14 años a leer un clásico puede ser contraproducente.

Si alguien al que respetas te habla de un libro...

Antoni Muntadas. Artista

Recuerdo un atlas de geografía. Me creó interés por lo desconocido, los viajes. A mi juicio, la recomendación de un lector es el inicio de una cadena de posibles lectores. Ocurre con el cine, la exposiciones...que alguien que respetas sus opiniones y que te diga vale la pena que lo leas, que lo veas, que lo escuches... es un posible inicio. En los 70 los reading groups (¿grupos de lectura?) eran formas de intercambiar o profundizar en la lecturas ...pero eso ya es otra cosa. 

Hablar de los libros que leemos

José Antonio Marina. Filósofo

Cuando era niño, librarnos del aburrimiento era lo que nos llevaba a la lectura. Recuerdo que devoraba las novelas de colecciones populares como El coyote, Marcial Lafuente Estefanía...

Para fomentar la lectura me parece imprescindible reconocer que la lectura es una actividad difícil y lenta, que compite con medios potentes y rápidos como el cine, o los videojuegos. Un gran obstáculo muy frecuente son los problemas de comprensión lectora, que hacen más costosa aun la lectura. En cada edad el fomento de la lectura debe hacerse de diferente manera. La familia juega un papel importante, pero no obvio. Ver a los padres leer puede producir gusto por la lectura (para imitarles) o rechazo (porque es una competidora). La solución es que los padres lean pero que sobre todo hablen de lo que leen. También es útil leer cuentos a los niños, pero eso no basta. El niño debe comprender que lo que le divierte tanto está en las misteriosas líneas del libro.

¿Cómo puede alguien no querer leer?

Fernando Savater. Escritor

Me es imposible responder, porque por más que retrocedo en mis recuerdos no encuentro ninguna época en mi vida en que no prefiriese la lectura a cualquier otra cosa. Cuando aún no sabía leer, me aprendìa de memoria los cuentos que me leía mi madre. Después los tebeos, las aventuras de Tarzán, los cuentos de Poe, La isla del tesoro, el padre Brown, Guillermo Brown, Sherlock Holmes, Salgari... Todo me gustaba, todo me enganchaba. Fue la lectura la que me enganchó a la vida, no al revés.

No imagino cómo alguien puede no querer leer. Sé que tener una madre como la mía ayuda mucho, pero no sé si abundan ahora. De todas formas, creo que lo importante es ayudar desde el principio al que quiere leer, no empeñarse en que lea el que no quiere.

Pasión por los robinsones

Luis Gordillo. Artista

Mi padre tenía una colección muy bella y muy clásica de Julio Verne que devoré. Pero sobre todo tuve pasión por los robinsones: hay muchos más de lo que parece. Incluso hay robinsones vascos. Yo creo que esta pasión estaba relacionada con mi carácter introvertido.

Conozco muy bien a jóvenes inteligentes, entre 18 y 30 años, que no han leído más de 4 o 5 libros en lo que llevan de vida, exceptuando los de sus estudios. Estamos asistiendo a cambios muy profundos de la sociedad en general: ¿no será éste uno de ellos? Tampoco leen periódicos. Habría que prohibir el cine, la TV, los iphones, los juegos electrónicos, internet, etc., etc. y eso no lo veo probable.

Contra la crueldad y la ignorancia

Judith Jáuregui. Pianista

Uno de mis primeros libros fue Matilda de Roald Dahl. Me enganchó la historia de esa niña que se enfrentaba a la crueldad e ignorancia de su mundo con la fuerza de sus superpoderes, mucha personalidad e ingenio, ¡era una auténtica heroína. La clave es potenciar la lectura desde la infancia, desde la adolescencia, dejando que cada uno encuentre sus gustos, sin juzgar. Tanto prejuicio no hace más que alejarla. Como todo en la vida, la virtud está en el equilibrio: es necesaria una lectura profunda e introspectiva pero también es positiva una lectura meramente lúdica. 

Soy capaz de hacer adictos con la Ilíada

Javier Cercas. Escritor

No recuerdo el primer libro que leí, porque no me recuerdo sin leer. Pero sólo he leído una vez Miguel Strogoff, de niño, y tengo la impresión de haberla leído anteayer.

Propongo simplemente que se les den a los niños buenos libros, adecuados a su edad. No quisiera pecar de vanidoso, pero me creo capaz de convertir en adictos a la lectura a chavales de 15 años con una buena versión en prosa de la Ilíada; el único peligro es que, a partir de entonces, el 95% de las novelas les parezcan exasperantemente lentas.

Curiosidad ligada a la creatividad

Concha Jerez. Artista

Mis padres me fomentaron el interés por la lectura. Cuando comencé Ciencias Políticas en 1959, el Ateneo se convirtió en mi segunda casa. En esa biblioteca se produjo mi verdadero enganche a la literatura. Leía todo tipo de libros, incluidos muchos prohibidos por el franquismo. La lectura está ligada a la curiosidad, como parte importante en la búsqueda del Conocimiento. Esa curiosidad, si no se tiene de forma innata, se puede generar mediante la creatividad, que permita el juego de acercamiento a los libros, que plantee cuestiones sobre sus contenidos, que induzca a la búsqueda de las riquezas ocultas en su interior, que ayude a descubrir los mundos imaginarios que contienen, que transmita el placer que genera la palabra bien escrita. 

Más que libros, hubo personajes

Manuel Gutiérrez Aragón. Director de cine

Leí los primeros libros, con conciencia de leer, en medio de la fiebre y la enfermedad. Nunca me he curado, ni me he querido curar de aquella fiebre. No hay un primer libro: hay unos personajes, una historia que es como un sueño… A ese periodo pertenece La isla del tesoro y las historias de Celia y Cuchifritín. Hay un libro que me hizo pensar que los libros estaban escritos por otro, por una persona que vivía en el mismo mundo que yo. Fue el Quijote. Leí o al menos revolví las páginas del Quijote a edad temprana. Y guardo un buen recuerdo de aquellos maestros que me ofrecieron la ocasión de hacerlo. 

Prohibir la lectura, a ver si así...

Antonio Orejudo. Escritor

Recuerdo la colección de Los Cinco, de Enid Blyton. Los leí, pero nunca fui consciente de que leía. Fue una experiencia preliteraria. Lo más parecido a sumergirme en un videojuego. A la lectura me enganché de adolescente, con Hermann Hesse, Cortázar y Benedetti.

Para fomentar la lectura, lo mejor sería prohibirla. Sé que suena a boutade, pero no se me ocurre otro modo de despertar la curiosidad. Hay una medida menos radical, pero no sé si tan eficaz: que los maestros lean a los niños en clase. Que elijan historias adecuadas, con una cierta intriga, e interrumpan la lectura en lo más interesante. 

Nadie lleva nunca un libro en la mano

Isaki Lacuesta. Director de cine

La primera novela que leí fue Los piratas del Halifax, en la misma edición que mi padre leyó de niño. En la portada, un pirata aferrado salta al abordaje hacia nosotros, directo a por el lector: las palabras del libro te asaltaban igual. Yo empecé a leer porque veía que mis padres disfrutaban leyendo. Todo lo demás, palabrería. Siempre habrá quien se aburra con cualquier placer extremo. Eso no es problema de los profesores. Si los padres nos pasamos el día con el móvil y no existe ni un referente social al que nuestros hijos vean leyendo en público (nadie lleva libros en las películas, ni en la tele, ni en la publicidad), no echemos la culpa a la escasísima lectura obligatoria: me obligaron a leer a Foix y aún lo agradezco.

Contra la visión academicista

Sara Mesa. Escritora

Lo primero que leí con verdadero placer fue Mortadelo y Filemón. Ahí adquirí vocabulario, el hábito de la lectura y la adicción por la relectura… y de ahí pasé a los libros.

Las lecturas escolares son un desastre. Se enseña historia de la literatura, no literatura en sí. Predomina una visión academicista y obsoleta, y los profesores tienen poco margen porque hay que cumplir los programas. Los chicos vinculan la lectura con la obligación escolar, cuando en realidad debería ser justo lo contrario. 

Para leer, primero hay que escuchar

Alicia Martín. Artista

Me viene a la memoria Rayuela de Cortázar. Tendría unos quince años. Recuerdo el vértigo que sentí al ver que la misma historia se podía contar de maneras distintas. No creo que los “almacenes de libros” fomenten la lectura. La condición humana se ha caracterizado siempre por la necesidad de contar y escuchar historias. El origen del gusto por la lectura está en hablar y escuchar, en incentivar la curiosidad. Lo urgente hoy es que aprendamos a escuchar. 

¿Cuándo leer el Quijote? Todavía no

Juan Soto Ivars. Escritor

El libro que me enganchó fue Hambre, de Knut Hamsun. Primero fue su prosa y sus hallazgos. Hamsun fue doscientos días al colegio y ganó el Nobel. En su vejez se dejó hipnotizar por los nazis. Quedó maldito, y con razón. Pero su gravísimo error político me enseñó que hay que separar la obra del autor. Que debemos defender la obra incluso de los crímenes de su autor.

La lectura está mal planteada en la escuela. Deberían enganchar a los niños a la lectura, y no hacerles comulgar con las ruedas de molino del Quijote a una edad en la que es vital que el niño se vea reflejado en la vivencia lectora. La enseñanza debería, primero, enganchar y después enseñar las joyas, cuando el alumno ya sepa que el libro puede ser más alucinante que la PlayStation. 

Tú te lo pierdes

Ernesto Caballero. Director y autor de teatro

El primer libro que me fascinó fue Viaje al centro de la tierra. Ese viaje a lo desconocido dispara las ensoñaciones del lector y recuerda la Divina Comedia. De fondo se percibe una pátina de verosimilitud del Verne visionario. No soy muy partidario de la imposición. Defiendo más bien el placer individual. Si un niño no quiere leer, hay que dejarle claro que él se lo pierde. La clave está en hacerle sentir que su renuncia a la lectura le aleja de un gran placer y de una oportunidad de ser más feliz. Si, además,esos personajes de los realitis que se pasan el día tumbados alguna vez salieran leyendo un libro... 

Que los libros te hablen

Eduardo Chapero Jackson. Director de cine

Recuerdo The History of Luminous Motion de Scott Bradfield. Lo leí con 18, había sido lector antes, pero esta novela me habló como si hubiese una gramática del alma. A la lectura hay que enganchar mediante la identificación emocional, eso que de repente te habla a ti y que expresaba las cosas que no sabías cómo decir. Es entonces cuando la semilla ya está plantada para descubrir la aventura del lenguaje. Recuerdo una profesora americana de literatura que una mañana sin decir una palabra nos puso en clase la canción Killing an Arab de The Cure para comenzar a presentarnos la lectura de La nausea de Sartre. Nos conquistó. Eso sí lo entendíamos, eso sí nos hablaba a nosotros. 

Visibilizar la lectura como algo divertido

Dolores Redondo. Escritora

Los cuentos me introdujeron a la lectura. El puntito de crueldad aleccionadora y la posibilidad de transitar entre dos mundos en los que todo podía ocurrir, sigue siendo la base de las historias que me gustan. En cuanto al fomento de la lectura, algunos educadores ya han dado un paso en la dirección adecuada dejando que sean los niños quienes propongan lecturas escolares. Debemos invertir en campañas de visibilización de la lectura como algo cotidiano, divertido, social y accesible. Eso además acotaría la piratería. 

El niño raro que lee

Guillermo Heras. Director de teatro

Me inicié con las lecturas de los grandes autores de aventuras: Verne, Salgari. Y también estoy muy orgulloso de la lectura apasionada que hacía de El capitán Trueno. Ya un poco después me impresionó La busca de Baroja. Los malos métodos educativos en mi generación hicieron mucho daño. En mi bachillerato no recuerdo un solo maestro que nos introdujera en el placer de la lectura. De hecho yo era un “niño raro” por lo mucho que me gustaba leer. Y no podemos olvidar que gran parte de la literatura atractiva estaba fuera de cualquier opción de lectura por culpa de la censura. Desconozco qué selección de obras se hace hoy, pero imagino que seguirá habiendo demasiada canonización y más para un tiempo en que la cultura audiovisual o el cómic debe ser preferente en las mentes juveniles. De cualquier manera estoy en contra de cualquier cosa obligatoria. 

Rastros de lectura, niveles de complejidad

Cristina Lucas. Artista

Recuerdo La cabeza del dragón de Valle Inclán. Lo leí a los seis o siete años, y para mí era solo un cuento de dragones y caballeros. Cuando llegué al instituto, me enteré de que mi hermano lo estaba estudiando cuando me lo regaló y de que la obra tenía muchos aspectos críticos. Es bonito descubrir esos rastros y entender que la literatura tiene niveles de complejidad que dependen del lector. 

La narrativa se consume hoy más en formato audiovisual. Las series y documentales han desplazado, al menos en parte, al libro. Eso no quiere decir que sean excluyentes, pero satisfacen la misma necesidad de historias y desde hace poco es posible consumirlas sin estar sujeto a los horarios del cine o de la televisión. Funcionan como un libro en ese sentido, lo abres cuando quieres. 

A favor de ciertas lecturas obligatorias

Borja Cobeaga. Director de cine

Recuerdo El retrato de Dorian Gray de Wilde. Conocía la historia porque me la había contado mi madre. Me enganchó por lo siniestro del asunto, que para un chaval que entra en la pubertad esas cosas oscuras resultan fascinantes. Leer no es algo pasivo como ver una película. Creo que también pasa que cada lector es diferente y que tiene sus propias lecturas.

A lo mejor alguien se engancharía a un thriller de LeCarré pero jamás debería leer a Foster Wallace. Por otro lado, creo que las lecturas obligatorias deben existir. No sé si funcionan, pero eso no significa que no haya libros que deban ser lectura obligada en las escuelas. 

Curiosidad, asombro por lo desconocido

Manuel Martín Cuenca. Director de cine

Recuerdo los libros de Enid Blyton. La aventura, el misterio, la identificación con los protagonistas. Supongo que pensaba: de mayor quiero ser como ellos.

Los que se aburren con la literatura es porque no han leído nunca o porque no han leído sobre lo que les apasionan, o porque no tienen pasión, que también es posible. Creemos que el mundo lo mueve la pasión, pero en realidad lo mueve la indiferencia. Para mucha gente asomarse por la ventana y mirar da pereza. Supongo que te tienen que enseñar de pequeño. O quizás la curiosidad y el asombro por lo desconocido vengan en el ADN. 

Inculcar el amor a los libros

Juan Pérez Floristán. Pianista

Lo primero que me enganchó de verdad a la lectura fue Astérix y Obélix y Mortadelo y Filemón, que leía obsesivamente (¡aún sigo devorándolos!).

Tengo claro que no hay que impartir Lengua y Literatura desde una perspectiva historicista, es decir, partiendo del presupuesto de que para empezar a leer hay que empezar por los fundamentos de la literatura e ir “de atrás para adelante”. El Conde Lucanor y La Celestina les quitaron las ganas de leer a demasiados compañeros míos. Lo importante es inculcar el amor a la lectura y no imponer estas lecturas tan áridas a un chaval de 14 años. 

Súbditos de lo inmediato

Ramón Andrés. Escritor

No tengo el recuerdo exacto de una primera lectura, pero me ha quedado, de mis primeros años, la fuerte impresión que me causaban los mundos de Verne y la grandeza de los héroes de la Ilíada, de la que tenía una versión abreviada y con viñetas. Yo tendría unos siete años.

Creo que se ha perdido el sentido de la espera. Hoy, todo es inmediato. La lectura es un proceso, un camino a veces intrincado. Leer exige tiempo, y es algo que, en general, no se está dispuesto a emplear. Este tiempo de pensar, aburre a muchos porque no procura una satisfacción instantánea. Somos súbditos de la inmediatez, que, por naturaleza, es lo contrario de la literatura. Y una cosa más: lo que no es visual carece hoy de valor. 

En el presente

Cristina Garrido. Artista

Comenzó a interesarme leer con los libros de Roald Dahl. Supongo que porque no trataba a los niños de manera infantil como otro tipo de cuentos. Pero recuerdo que los que me engancharon verdaderamente, como buena millennial, fueron los libros de la serie Pesadillas, que leía sin parar. Recuerdo que me gustaban sus portadas, que tenían relieve y brillaban en la oscuridad.

Pienso que las escuelas no fomentan que los jóvenes descubran lo que les interesa ni les orienta. A veces las lecturas obligatorias llegan demasiado pronto como para poder entender nada de las obras. Tampoco se buscan maneras de relacionar esas obras con el presente; hacerlas contemporáneas para que el alumno sienta que puede relacionarse con ellas.

Lectura menos reflexiva, probablemente peor

Félix Sabroso. Cineasta

Seguramente lo que más me impactó de joven fueron los relatos de Carver. Esa literatura abierta que permitía despertar al imaginario. No solo me invitaban a leer más. Me invitaban a escribir. Agradezco haber leído en mi formación libros que quizá no leería ahora. Creo que se han cambiado los hábitos de acercamiento a la ficción, creo que vivimos una época donde Internet, los móviles nos hacen leer de otra manera. Más breve, menos reflexiva, probablemente peor, seguro, pero me esfuerzo en no ser negativo y me trato de adaptar a este tiempo para que también será mí tiempo. Por ejemplo valoro mucho la condensación expresiva y permito que una simple foto de Instagram, o el acercamiento a un relator un poema a través de la red me acerque a un autor o dispare igualmente mi imaginario. 

Entrevista a Ángela Vallvey

Ángela Vallvey: «Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto», en La Razón, 29-V-2017:

Acaba de recibir el Premio Barcarola 2016 de poesía que concede la prestigiosa revista.

Acaba de recoger el premio Barcarola de poesía, aunque el fallo del jurado se produjo en 2016. Así ocurre cada año con los galardones que concede esta prestigiosa revista literaria, que son entregados en el Salón de Plenos del Antiguo Ayuntamiento de Albacete. Ángela Vallvey resultó la ganadora con «Epidemia de Fuego». Novelista, escritora y periodista colaboradora de LA RAZÓN, en todas estas facetas ha recibido galardones, pero reconoce que la poesía es para ella «algo muy importante y especial». Su libro es un poemario que, a su vez, está dividido en otros tres: «Diario de un parado», «Tengo un jardín salvaje» y «El código secreto».

–No es su primer premio poético.

–Tengo otros dos, pero es que publico poesía de tarde en tarde porque no es fácil. La poesía no la lee, ni la edita nadie y es difícil encontrar un premio limpio en el que se pueda defender un libro.

–¿Qué espacio ocupa la poesía entre sus diversas facetas?.

–Muy grande. Tengo inclinación a practicar todos los géneros literarios, con mayor o menor fortuna, pero la poesía es algo muy especial, para mí siempre ha sido un coto pequeño y cerrado, pero muy importante. Lo vivo como algo esencial de mi manera de estar en el mundo, no de enfrentarme a la literatura o ser escritora, sino como una postura ante la existencia, como una sensibilidad, por eso ocupa en mí un lugar privilegiado.

–¿Sigue siendo la poesía la hermana pobre de la literatura?

–Sí, porque no ha habido comercio detrás de ella, ni industria que la sostenga y haga que los talentos puedan expresarse. Hay premios que están, digamos, controlados, y son difíciles de conseguir para el común, si no estás en una serie de clubs específicos. Por eso los míos han venido cada siete o diez años, he tenido la suerte de poder defenderme en unos premios limpios, pero no es lo habitual.

–¿Conoce el movimiento poético emergente entre los jóvenes?

–Es cierto, decimos que la poesía es minoritaria, pero esto está cambiando hoy. Últimamente hay gran número de poetas con bastante éxito en las redes sociales que después venden muchos libros porque han surgido de ahí, de esos fenómenos multitudinarios.

–En «Diario de un parado» muestra sensibilidad política y social.

–Nunca había escrito poesía social, lo hice durante los años más duros de la crisis y viviéndola muy de cerca. Hago un correlato –no sé si objetivo o subjetivo– de ella. Quería hacer un retrato de la recesión, que podría haber sido más lacrimógeno o facilón, pero preferí que fuese sobrio.

–Toca muchos temas, del mundial de fútbol al terremoto de Haití, pasando por la muerte de Delibes y Berlanga o la primavera árabe.

–Es un retrato histórico en el sentido que se enmarcan acontecimientos que me afectaron como espectadora. Son hitos de unos años duros en los que ocurrieron cosas tremendas que afectaron a la gente. De fondo, la primavera árabe, que fue un auténtico fiasco que ha derivado en lo que todos sabemos. Están escritos al hilo de las circunstancias del momento, sin perspectiva histórica. Ahora igual les daba otro enfoque.

–¿Hemos salido de la crisis?

–No, para nada. Cuando empezó a derrumbarse todo, pensé que la cosa iba para veinte años. Aparte de que ya nunca será como fue en los momentos de mayor abundancia y derroche. Recuperar aquella riqueza después del descalabro en nuestro patrimonio será difícil, sobre todo las clases medias, que hemos sido descapitalizadas, desamortizadas. Se les quitó la mitad de lo que poseían entre propiedades, salarios, ahorros...El resultado es mucho dolor e involución en aspectos sociales.

–Su libro segundo, más introspectivo, está influido por la cultura samurái.

– Yo practicaba artes marciales y soy una enamorada de Asia, de lo oriental, de su poesía, que he leído mucho, poesía china clásica y poetas actuales que encuentro. Mi fascinación derivó en esos poemas.

–¿Qué representa su «jardín salvaje» del que habla?

–Primero, yo llevo dentro un samurái (¡ja ja ...!), pero pacifista. Entiendo el espíritu de lucha como algo simbólico, traducido a mi tiempo y a mis circunstancias, a mi sensibilidad. La metáfora del jardín la veo como una manera de construir la intimidad, el amor, el mundo de mi vida diaria, con las propias manos en el día a día.

–¿Es su yo más protegido?

–Sí, cuando escribo poesía o novela, tengo mucha tendencia a ocultarme y a veces pienso, ¿qué estoy ocultando? Quizá es más pudor, la timidez o la falta de presunción. Estos poemas que he sacado del fondo, de mi manera de ver la vida y las cosas son un ejercicio de introspección y una metáfora de mi relación con el mundo, que me cuesta mucho.

–¿Cuál es su «código secreto»?

–El amor. Yo no he escrito muchos poemas de amor y estos pensé en hacerlos sin pudor, sin temor, porque tengo mucho miedo a caer en la cursilería, un pecado tremendo para un poeta. Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto.

–La poesía como luz...

–Desde el punto de vista de la mera existencia, la poesía es para mí muy importante. Es mi luz, un elemento y un alimento de primera necesidad.

Entrevista con el cosmólogo Viatcheslav Mukhanov

Judith de Jorge Gama, "Viatcheslav Mukhanov: «El Universo surgió de la nada y puede volver a suceder»" en Abc 21-III-2017:

Todos los experimentos han dado la razón a este científico ruso que hace 30 años calculó con lápiz y papel cómo fueron los orígenes del Cosmos

El cosmólogo Viatcheslav Mukhanov (Kanash, antigua URSS, 1952) habla alto y claro, en todos los sentidos. Vehemente e impetuoso, escucharle es todo un espectáculo; por su discurso rápido, rotundo y fulminante, la energía que desprende su voz y un acento que suena en inglés, y en esto hay cierta ternura, a un malo de las películas de James Bond. Con la misma pasión habla del Big Bang, cita a San Agustín o muestra su rechazo a la política de Vladímir Putin. Este catedrático de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich (Alemania) tuvo hace treinta años una idea brillante que también se le ocurrió a Stephen Hawking. Con toda seguridad el nombre del británico le sonará mucho más, pero ambos llegaron de forma independiente a la misma conclusión: las galaxias, las estrellas, los planetas... todo se formó a partir de un fenómeno microscópico llamado fluctuaciones cuánticas, generadas después del Big Bang. Y tenían razón, dice el científico ruso, «punto por punto». De eso ha hablado en la inauguración de una nueva edición del ciclo de conferencias científicas de la Fundación BBVA en Madrid. La suya se titulaba «De la nada al Universo».

-Entonces, ¿toda la materia surgió de la nada?

-El hecho de que el Universo se origine de la nada no contradice ninguna ley física. En eso incluso estaban de acuerdo los teólogos antes del Medioevo, pero entonces eran palabras y ahora son hechos confirmados experimentalmente. El Universo surgió de la nada y si me pregunta qué había antes...

-¿Qué había?

-La pregunta no tiene sentido, porque el tiempo también fue creado cuando surgió el Universo. San Agustín decía esto mismo.

-Cita a San Agustín... ¿Dios tiene un espacio en esa ecuación?

-Yo diría que las leyes de la física lo explican todo. Ahora, quién es el creador de esas leyes, eso es otra cosa. Es una pregunta abierta.

-Si esto ha sucedido una vez, ¿pudo suceder más veces? ¿Puede volver a suceder?

-Sí, podemos tener múltiples universos. De hecho, no parece una idea nada loca, pero esa tesis está fuera de la física, porque no es una conclusión sin ambigüedad y no sabemos cómo verificarlo. La física se encarga solo de las cosas que se pueden verificar, y la cosmología, gracias a la experimentación de los últimos años, es parte de ella, una ciencia natural.

-Los experimentos sí han confirmado los cálculos que usted hizo una vez con lápiz y papel.

-Durante los últimos 25 años ha habido 70 experimentos que nos han dado la imagen del Universo cuando tenía solo 300.000 años de edad; apenas un «bebé», ya que ahora es muy viejo, tiene 13.700 millones de años. Pues bien, esa «foto» del Cosmos se solapa perfectamente con lo que yo dibujé hace treinta años. Son la misma imagen.

-¿Y no hay nada que le haya sorprendido, algo que no encajara en sus cálculos?

-Lo más sorprendente es que no hubo sorpresa. Todo fue confirmado. Era asombroso que las imágenes coincidieran. Todos los experimentalistas intentaban buscar desviaciones y anomalías, pero finalmente todo coincidía. Era exactamente igual.

-¿Qué experimento fue el definitivo, con el que ya no cabían dudas?

-La última palabra la ha dado la sonda Planck (telescopio espacial de la Agencia Espacial Europea), su contribución es tremenda, enorme, ya que gracias a ella los científicos pudieron establecer la imagen más completa del Universo. El experimento fue 500 veces más sensible comparado con otros anteriores, como el WMAP (Sonda de Anisotropía de Microondas Wilkinson, de la NASA). Con Planck no se puede ir más allá, no se puede mejorar más.

-No puede haber mayor satisfacción para un científico que le den la razón de esa forma...

-Por supuesto. Fue una satisfacción enorme. Fíjate que en los 80 estaba en completa contradicción con todas las observaciones astrofísicas en aquel momento, pero lo que parecía una mala teoría finalmente ganó.

-Y esa teoría hablaba de algo diminuto para explicar las estructuras más grandes conocidas. ¿Cómo es eso?

-Sí, cuando el Universo era recién nacido, el comportamiento de la materia estaba afectado por la mecánica cuántica, que prohíbe el estado de reposo absoluto. La mínima desviación del estado de reposo se llama fluctuación cuántica y, debido a ella, se formarían «semillas» de materia que, por la gravedad, acabarían convirtiéndose en galaxias, estrellas y planetas. Todo eso estaba localizado en algo aún más pequeño que una caja de cerillas. Luego, la mecánica cuántica es también responsable del origen de nuestra propia vida.

-¿Cabe una teoría sobre el Cosmos que no tenga en cuenta el Big Bang?

-No, pero llamémosle mejor Universo en expansión. Hemos esclarecido la razón del Big Bang y era un estado de dominación de la energía oscura. Hace 40 años pensábamos que producir un universo era muy difícil, hoy sabemos que es una tarea fácil si tienes la materia en el estado adecuado.

-El último gran descubrimiento de la cosmología son las ondas gravitacionales. Todo el mundo parece fascinado con ellas, ¿usted también?

-Sí, todo el mundo lo está, y, en efecto, es una nueva ventana abierta al Universo y hay que ir por ese camino, pero creo que el anuncio se hizo demasiado pronto. No hay estadística, y la interpretación de los eventos puede prestarse a sospechas. Parece complicado que esas ondas hayan sido producidas por la fusión de dos agujeros negros de 30 masas solares. No pondría la mano en el fuego por esa interpretación. Quizás pueda ser otra cosa, el agujero en el centro de la galaxia, pero no lo sé.

-¿Cree que los científicos de LIGO (el laboratorio que anunció el descubrimiento de las ondas gravitacionales) se precipitaron?

-Sí, yo hubiera esperado a una confirmación más cuidadosa. No se puede declarar victoria antes de confirmarla realmente. Creo que el anuncio fue demasiado exagerado y se «vendió» muy bien, la forma habitual por parte de los americanos para conseguir dinero y seguir haciendo ciencia. Debemos aprender algo de lo que pasó con el experimento BICEP2 hace dos años, que falló al anunciar el descubrimiento de estas ondas. Hay una tendencia a vender demasiado bien los logros.

-Usted llegó a las mismas conclusiones que Hawking sobre las fluctuaciones cuánticas. ¿Siempre está de acuerdo con él?

-No. Los científicos pensamos de forma diferente, no tenemos que estar en completo acuerdo y esa es una de las razones del progreso de la ciencia. Stephen (con quien compartió el Premio Fronteras del Conocimiento 2015 en Ciencias Básicas que otorga la Fundación BBVA) también un día se puso en desacuerdo consigo mismo y se desdijo. Y eso es importante. En investigación no se puede tener una opinión inamovible.

-Ha trabajado con los científicos que desarrollaron la bomba atómica. ¿Cómo fue?

-Sí, trabajé con varios. Zeldóvich, uno de los principales investigadores de la bomba nuclear, con todos sus secretos; el disidente Sacharov, que luego recibió el Nobel de la Paz, y Ginzburg, que propuso una de las ideas básicas de la bomba de hidrógeno. Pero ninguno de ellos hablaba de eso, porque era supersecreto.

-Suena apasionante, pero peligroso.

-Sí, pero mira, la física nuclear salvó a los físicos de los filósofos. En la época de Stalin, los filósofos decidían lo que deberían hacer o decir los físicos, con ideas como si la mecánica cuántica estaba de acuerdo con el marxismo leninismo o no... Podías ser atacado si te equivocabas, y eso significaba que al día siguiente o bien te mataban o te llevaban a un campo de concentración.

-Qué angustia...

-Pero en el 48, los físicos advirtieron que no podían garantizar la construcción de bombas nucleares con esa presión, así que les dejaron en paz. La ideología es una mala influencia cuando se mete en las ciencias naturales, en particular en la antigua Unión Soviética. Cuando lees lo que sucedía hace no tanto tiempo, hace menos de cien años, no te puedes imaginar que la gente pudiera comportarse así, mucho peor que las peores bestias.

-¿Cómo ve la ciencia ahora en su país de origen?

Yo me fui de Rusia en el año 92. Tengo amigos y colaboradores de siempre, pero no proyectos en común. No puedo hablar desde dentro, pero por lo que veo no creo que el gobierno ruso esté cuidando las ciencias. En general, los gobiernos no entienden que, en realidad, ahorran dinero cuando invierten en ciencia. En Italia, España o Francia, los investigadores se quejan por los recortes de los fondos. Creo que es una política ridícula. En Alemania, donde yo vivo y trabajo, Angela Merkel es física y sabe lo importante que es la ciencia. Allí la situación es la opuesta. A veces hay demasiado dinero y no sabes en qué proyecto invertirlo. Pero si piensas en lo que ha costado aquí salvar los bancos, que ha requerido enormes inversiones, lo de la ciencia no es nada. Y eso comparado con la cantidad de dinero que la gente en la ex Unión Soviética ha robado... Y mira el fútbol, cuánto se invierte y cuál es el resultado práctico de esa actividad, que es igual que jugar en un casino.

«El nacionalismo es volver a la Edad de Piedra»

El abuelo de Mukhanov murió en un campo de concentración de Stalin y sus dos tíos fallecieron también tras ser enviados a luchar sin armas contra los alemanes. La antigua Unión Soviética «era el mundo del absurdo, una superlocura», dice el científico. Pero tampoco la Rusia actual le entusiasma, ni su dirigente, Vladímir Putin. «Como no puedo decir nada bueno sobre ese señor, prefiero callarme», asegura, pero reacciona y en menos de un segundo menciona: «Sí puedo decir que enfatiza el nacionalismo ruso y eso me recuerda al retorno de la Edad de Piedra». Para Mukhanov, la ciencia «es algo muy internacional que te hace escapar del sinsentido de la vida cotidiana». Por ejemplo, «la división entre países y nacionalidades parece absurdo si piensas que la Tierra es apenas una particulita de polvo en el enorme Universo». Por eso, lamenta el Brexit. «Lo siento por los colegas británicos que han decidido alejarse y volver a la Edad de Piedra», insiste. «Son tiempos complicados. La cantidad de estupidez mundial no está disminuyendo».

lunes, 29 de mayo de 2017

Terroristas modernos, de Cristina Morales

Carlos Pardo, "La revolución postergada", El País, 29 MAY 2017

Cristina Morales se confirma como la novelista de registro más amplio y potente de su generación

Con poco más de 30 años, Cristina Morales (Granada, 1985) ya es imprescindible para hacerse una idea de por dónde va la mejor narrativa española actual. Sus dos primeras novelas señalaban su virtuosismo técnico y una capacidad de provocación poco evidente, ajena a la gestualidad de enfant terrible. En Morales la violencia se dirigía, sobre todo, a las convenciones del hecho literario, a la comodidad con que leemos ficciones que no alteran el mundo ni nuestra manera de mirarlo, que terminan una vez cerrado el libro. Los combatientes (Caballo de Troya, 2013) narraba la gira de un grupo de teatro universitario, entre la transgresión y la imposibilidad política, y fue saludada como una potente obra generacional. Menos suerte tuvo Malas palabras (Lumen, 2015), vindicación de una Teresa de Jesús en primera persona, sin domesticar; una excelente novela oculta entre los descafeinados productos publicados durante el quinto centenario del nacimiento de la santa.

Arriesgando una comparación antipática podemos decir que Terroristas modernos confirma a Morales como la novelista de registro más amplio, más técnica y potente de una posible generación en la que figuran algunos virtuosos (Matías Candeira o Juan Gómez Bárcena) y un libro único (El comensal, de Gabriela Ybarra).

Terroristas modernos incide en dos fórmulas de sus novelas anteriores. En primer lugar, retoma la perspectiva histórica de Malas palabras. Esto nos lleva a preguntarnos por qué se escriben hoy novelas históricas. Si atendemos a quienes se sirven de la historia como decorado exótico o coartada de los prejuicios del presente, se escriben para apaciguar al lector, evadirlo. Pero existe otra manera de entender la ficción histórica que la convierte en un artefacto literario (y político) eficaz: la historia propicia un choque de perspectivas, de concepciones del mundo ahogadas por el totalitarismo de la actualidad. Así sucede en Terroristas modernos. Morales narra la “conspiración del triángulo”, levantamiento frustrado contra Fernando VII en 1816. Este complot de base masona llevado a cabo por ilustrados en el exilio, doceañistas y héroes de la guerrilla le permite tensar paralelismos y desajustes con la política actual: el terrorismo, la violencia de Estado, la manipulación de la prensa o la volubilidad del concepto de pueblo, de los ciudadanos indignados… Los títulos de los capítulos refuerzan una lectura paródica desde el presente. Por ejemplo: ‘Conspirar y montar un fiestón son la misma cosa: financiación del terrorismo’.

En segundo lugar, el libro ahonda en la estructura coral de la conjuración que Morales ya utilizó en Los combatientes. La perspectiva insuficiente de cada personaje toma la medida del “cuerpo sin órganos” de la revolución, por utilizar la expresión del filósofo Gilles Deleuze. No es azaroso que el intento de regicidio tenga lugar durante el Carnaval: la mascarada diluye las identidades de sexo y clase, gana un cuerpo común, performativo, y se deja la teórica revolución para otro día. Tampoco es gratuita la triangulación de los vínculos de los personajes, especialmente de los tres que llevan el peso de la novela: una heredera desclasada, Catalina Castillejos, y sus dos pretendientes, Rafael Lasso y Vicente Plaza, joven teniente de clase alta y curtido capitán.

El dominio técnico de Morales hace siempre pertinente la elección de cada voz y perspectiva. Narra en varios planos simultáneos: en presente, pasado y futuro a la vez, por ejemplo, o manteniendo dos conversaciones en momentos distintos. Pero entre las cualidades que nos han llevado a definir a Morales como una virtuosa de la escritura destaca la invención de un lenguaje vivo, denso y popular que, sonando a siglo XIX, no cae en el kitsch. Su función es otra: inventa un idioma que recrea la textura de la pobreza. Ese idioma es el principal desajuste con un lenguaje actual normalizado: hace pueblo, da la medida de una potencia desaparecida.

Es inútil buscar defectos en una novela tan destacable. No obstante, sus cualidades son a la vez sus límites. El alarde formal se percibe como un abrumador control de la escritora sobre la materia narrada, una omnipotencia que se vuelve contra la emancipación de los personajes. Ahora quedaría preguntarse si esto es un problema o una metáfora de ese control (panóptico) que convierte la revuelta en una pantomima.

Terroristas modernos. Cristina Morales. Candaya, 2017. 400 páginas. 20 euros

domingo, 28 de mayo de 2017

Javier Marías y las nuevas malas formas

Javier Marías, "La nueva burguesía biempensante", en El País, 28-V-2017:

Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias, sino por la virulencia de las mismas.

ME ESCRIBE un señor de setenta y cinco años, desesperado porque las instituciones financieras recurran invariablemente al tuteo para dirigirse a sus clientes. Cuenta que las cartas de su banco empiezan con “un desenfadado ‘Hola’” y siguen con “un irrespetuoso tuteo”. Cuando el contacto es telefónico, ocurre lo mismo, y si el señor les afea las excesivas confianzas, los empleados le responden que ellos “sólo obedecen instrucciones”. De poco le sirve a Don Ezequiel advertirles de que, si persisten en lo que para él es una grosería, retirará sus fondos. Y se pregunta: “¿Cuál será el siguiente paso, tratarme de ‘tronco’, ‘tío’ o ‘colega’?”

Hace ya años que observo cómo completos desconocidos que me escriben para solicitarme algo no tienen ni idea de cómo deben obrar para conseguir lo que buscan. O al revés, deben de estar convencidos de que el desparpajo y la ausencia de las mínimas formalidades los va a beneficiar y a allanar el camino. Nadie parece haberles enseñado a escribir una carta o email en condiciones. No soy tan estirado como para ofenderme porque se me tutee de buenas a primeras (aunque yo trate de usted a todo el mundo de entrada, independientemente de su edad: así llamaba a mis alumnos, quince años más jóvenes que yo, cuando daba clases), ni porque se me encabece una misiva con “Querido Javier” a secas. Me da lo mismo. Lo que no encuentro aceptable es que ni siquiera haya encabezamiento. “Hola, ¿qué tal va todo?”, me dicen a veces a modo de preámbulo, para a continuación pedirme una entrevista o una intervención en un simposio o un texto para una revista. No sé qué se pretende con esa pregunta (porque es una pregunta): ¿que le cuente mi vida al remitente? ¿Que le conteste, en efecto, sobre “todo”? “Hola, soy Fulanito” no es manera de dirigirse a nadie, y eso es lo más frecuente hoy en día. Tiendo a dar la callada por respuesta en esos casos, no me molesto en afearle la conducta a nadie, a diferencia del irritado Don Ezequiel.

Lo que me llama la atención de su queja es que los empleados del banco aseguren limitarse a cumplir órdenes de los banqueros que han sido rescatados con dinero de los contribuyentes —que no han devuelto—, a los cuales cada vez cobran más comisiones y ofrecen menos beneficios o ninguno. Eso me indica que el tuteo indiscriminado forma ya parte de la actual ortodoxia burguesa biempensante, no menos feroz que la del siglo XIX, prolongado en España hasta 1975. Los biempensantes de cada época no se caracterizan sólo porque sus creencias y prácticas sean mayoritarias o dominantes, sino por la virulencia con que tratan de imponérselas al conjunto de la sociedad. Hoy ya no se exige —como en el XIX, y aquí hasta la muerte de Franco— religiosidad, respeto a los símbolos y a los padres, amor a la patria y cosas por el estilo. Hoy ha cambiado lo “sagrado”, pero la furia y la persecución contra quienes no se adscriben a los nuevos dogmas adolecen del mismo fanatismo que las del pasado. La burguesía biempensante exige, entre otros cultos, lo siguiente: hay que ser antitaurino en particular y defensor de los “derechos” de los animales en general (excepto de unos cuantos, como las ratas, los mosquitos y las garrapatas, que también fastidian a los animalistas y les transmiten enfermedades); hay que ser antitabaquista y probicis, vetar puntillosa o maniáticamente por el medio ambiente, correr en rebaño, tener un perro o varios (a los cuales, sin embargo, se abandona como miserables al llegar el verano y resultar un engorro), poner a un discapacitado en la empresa (sea o no competente), ver machismo y sexismo por todas partes, lo haya o no. (A eso ha ayudado mucho la proliferación del prefijo “micro”: hay estudiantes que ven “microagresión” cuando un profesor les devuelve los exámenes con correcciones; asimismo hay mujeres que detectan “micromachismo” en el gesto deferente de un varón que les cede el paso, como si ese varón no pudiera hacerlo igualmente con un miembro de su propio sexo: cortesía universal, se llamaba.) Ver también por doquier racismo, y si no, colonialismo, y si no, paternalismo. Lo curioso es que la mayoría de estos nuevos preceptos o mandamientos de la actual burguesía biempensante los suscriben —cuando no los fomentan e imponen— quienes presumen de ser “antisistema” y de oponerse a todas las convenciones y doctrinas. No es cierto: tan sólo sustituyen unas por otras, y se muestran tan celosos de las vigentes —con un espíritu policial y censor inigualable— como podían serlo de las antiguas un cura, una monja, un general, un notario o un procurador en Cortes, por mencionar a gente tradicionalmente conservadora y “de orden”.

Y, francamente, si los bancos —nada menos— dan instrucciones de tutear a todo el mundo; si lo hacen obligatorio como en los hospitales y Universidades y en demasiados sitios “respetables”, hay que concluir que también ese tuteo impostado forma ya parte de lo más institucional, reaccionario y rancio.

Mujeres arrinconadas

Rosa Montero, "Muy hartas", en El país, 28-V-2017:

María Rodrigo fue la primera compositora española. Este año se cumplen 50 de su muerte. Su olvido coincide con el de tantas otras mujeres brillantes.

EL PRÓXIMO 8 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de María Rodrigo, en el exilio (Puerto Rico) y en el más completo olvido. Como dice la escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen para siempre. Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento la sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla.

El director de orquesta José Luis Temes lleva años clamando en el vacío e intentando recuperar el patrimonio musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo. Hace un par de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras, y ahora está haciendo un pequeño documental sobre ella. María Rodrigo (1888-1967) tenía un talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para piano (era también pianista), óperas…, de hecho, fue la primera mujer en estrenar una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo. Practicó la docencia y volcó sus mayores esfuerzos en difundir la música clásica entre las clases humildes. Fue grande y fue genial y la tenemos arrumbada.

No es la única. De hecho, es la tónica habitual con las mujeres. Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas, que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se apresuró a borrar de los anales.

Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino, creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. Duró hasta 1939 y agrupó a unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras, juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo… Todas ellas tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un proyecto de modernización social que truncó la guerra. Últimamente han empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido intento de otorgarles el protagonismo que merecen. Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas, prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de 1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.

Y es que tengo la sensación de que las mujeres del mundo empezamos a estar hartas, terriblemente hartas del paternalismo con el que, a regañadientes, la sociedad nos va aceptando. Se habla de cuotas y de la falta de mujeres como si accediéramos a los puestos y a la vida plena casi por caridad, porque “las pobres también tienen que estar”, y no porque nos lo merecemos tanto o probablemente más que muchos. El prejuicio sexista en el que nos educan a todos hace que tendamos a valorar más a los varones. Diversos estudios demuestran esa ceguera selectiva, como el que hizo la Universidad de Yale en 2013 cuando cogió los proyectos de un chico y una chica que aspiraban a un puesto de laboratorio y los envió para su calificación a 120 catedráticos, hombres y mujeres. El varón, qué casualidad, sacó en todo mejor nota; pero resulta que los dos proyectos eran exactamente iguales, salvo que uno lo firmaba John y otro Jennifer (la mitad de los catedráticos leyó el de él y la otra mitad el de ella).

De manera que no, no pedimos que nos dejen pasar porque estamos discriminadas y tienen que ayudarnos. Pedimos tan sólo que se nos juzgue exactamente igual que se juzga a los hombres, lo cual hasta ahora no ha sucedido. Y para ello primero tenemos que convencernos a nosotras mismas de que valemos tanto o más que ellos (ya digo que el machismo también intoxica a las mujeres) y luego alzar de una vez la voz y empezar a patear metafóricamente todas las puertas.

viernes, 26 de mayo de 2017

La muerte de Larmig

David Felipe Arranz, filólogo y periodista, "Núñez de Arce y la muerte de Larmig", 25 de junio de 2014, 

Hoy como ayer, el ajuar de versos portátil está demodé, cualquiera sale a la calle con él en la cabeza. “Hablemos de poesía”, dijo uno que al poco tiempo se quedó solo. Aunque parezca lo contrario, tampoco en el siglo XIX se podía vivir de las letras y eso que poetas hubo de amplia gama que pasearon sus hambres por la España de Galdós. En el mundo de los letraheridos, cuanta mayor es la escasez de medios de subsistencia, más ganas les entran a los vates de poner negro sobre blanco sus figuras y metáforas. En España no se ha valorado nunca el talento, lo que en tiempos de fray Luis de León, Cervantes, Jovellanos, Bécquer y Azorín se denominaba “ingenio”. 

El político y escritor Manuel Silvela, tras escribir el juguete cómico en un acto Negro y blanco (1851), dijo que España era un país sin pulso, pues al hacer la liquidación su editor se descolgó con que el vate tenía que pagar treinta duros. –Si escribo cuatro al mes, me cuestan ciento veinte duros. Mis recursos no me permiten ser autor dramático– dijo, y decidió reunir en un solo volumen sus artículos y enviárselos a un editor madrileño. La respuesta bien hubiese podido dársela hoy: –No tengo inconveniente –me dijo– en publicar el librito; pero como en este país nadie lee ni nada se vende, no puedo dar a usted nada por la propiedad.

Se habla mucho de Espronceda, Rosalía de Castro, el Duque de Rivas, Clarín y Emilia Pardo Bazán, pero muy poco de las decenas de poetas de la segunda mitad del XIX que crearon el sustrato alimenticio para que las letras románticas floreciesen y la cruel historia ha hecho que empeñaran la pluma de su talento en la casa del olvido. Son poetas con cabeza de retrato, que nunca acabaron de quitarse del todo los ropajes del barroco y seguían poniéndose una camisa de Cervantes o de Quevedo por la mañana y unos pantalones de Gracián y Calderón por la noche, para no perder la costumbre. Ocupación exótica la de escribir, que los decepcionados de España se venden al por mayor y su producto se malbarata con la golosina de las musas que son los amores y los versos. 

El vallisoletano Gaspar Núñez de Arce, que es un Larra al contrario, publicaba a comienzos de 1870 artículos de fondo sobre la actualidad política y cultural en El Observador. Aunque su verdadera vocación era la de las letras, el que luego se convirtió en ministro de Ultramar picaba en el periodismo para poder sobrevivir. Uno de sus primeros colegas en el heroico ejercicio de las letras en el Madrid post-Larra fue Luis Antonio Ramírez Martínez y Güertero, alias Larmig, poeta, dramaturgo, director del Banco de La Coruña y después diputado en Cortes (1867-1868). Las letras, el hambre y la juventud hacen mucha amenidad y pueden ser varias letras, hambre y juventudes en un Madrid mágico y nocherniego. 

Así recordaba a Larmig su amigo Núñez de Arce en el periódico Gente vieja: “Siendo casi un niño, a poco de mi venida a Madrid desde el rincón de una provincia, deseoso de abrirme paso, si podía, en la república de las letras, contraje estrecha y leal amistad con un joven poeta, próximamente de mi misma edad y, como yo, desconocido. Era a la sazón Luis Martínez Güertero, que así se llamaba mi nuevo camarada, aunque ocultase su nombre –no sé por qué– bajo el extraño seudónimo de Larmig, mitad enigma y mitad anagrama, un mancebo apuesto y gallardo, de fisonomía byroniana, de ingenio vivaz y sagaz, y si bien de índole algún tanto voluntariosa y autoritaria, como niño mimado, de trato cariñoso y expansivo. Todavía recuerdo con melancólico encanto aquellas hermosas tardes de otoño, en que él, Carlos Rubio, otro gran poeta malogrado, y yo paseábamos juntos por las frondosas arboledas del Retiro […]. Entregados a vanas imaginaciones vagábamos solos entre el bullicio de la gente, sin cuidarnos de nada, declamando versos, confiándonos en el calor de la intimidad nuestros propósitos, nuestros amoríos, nuestros apuros de dinero, nuestras penas fugaces, y fijo el pensamiento en lo porvenir, alimentando nuestra sed de gloria con risueñas y doradas esperanzas. […] Comprendiendo con exacto sentido de la realidad que el camino de la literatura, donde ya había empezado a cosechar laureles, no era el más apropiado, sobre todo en España, para recuperar la riqueza perdida abandonó sus estudios universitarios, rompió, sin vacilaciones, su áurea pluma de poeta y, sin despedirse de nadie, marchó a Londres, en donde, con su conocimiento del inglés y algunas recomendaciones valiosas no le fue difícil colocarse en una casa de Banca española”. Y el artículo se extiende relatando a los lectores el desafortunado final del escritor.

La de Larmig fue una de aquellas vidas acabadas a impulsos de su propia mano, una existencia españolísima y, a la vez, cosmopolita, truncada tras atesorar el contento de los amigos de aquel “escribir en Madrid es llorar” tan nuestro. En castiza expresión, muchos años después Núñez de Arce dio con Larmig “de manos a boca” en la Puerta del Sol. Larmig puso a su viejo amigo al corriente de sus hazañas, de mucho sobresalto y poca satisfacción, pues se había casado en La Coruña y, huyendo del tálamo, se había instalado en Madrid con su única hija, “a la vez su preocupación y su encanto”. 

Larmig le pidió a Núñez de Arce que le escribiese un prólogo para un manuscrito, Mujeres del Evangelio. Cantos religiosos, al que le estaba buscando editor, y el autor de El haz de leña se quedó subyugado por “la magia de aquellas vibrantes estrofas, llenas de magnificencia lírica, diáfanas como la atmósfera de un día de estío y conmovedoras”, tras cuya lectura se quedó –recuerda Núñez de Arce– “confuso o más bien maravillado”. Larmig le preguntó con timidez si tendría inconveniente en escribirle un prólogo para presentarlo al público, pues libro primerizo sin apoyo de padrino –mejor si es persona querida, razonó el autor– es más difícil que salga a flote y se conozca. “Acepté con júbilo su proposición y, sin levantar mano, hice en pocas horas el trabajo que me había pedido […] Larmig me demostró su gratitud con apretado abrazo, recogió el prólogo, y al cabo de un mes me trajo el primer ejemplar de las Mujeres del Evangelio, libro cuya fama, desde su aparición, ha ido creciendo día a día”, explica en su artículo el autor de La última lamentación de Lord Byron (1879).

Los escritores románticos forman un gremio dentro de la literatura y en él abundan las vidas urgentes que se mueren de pena, deprisa o despacio, según su aguante el sujeto. Larmig sobrellevó una existencia rota por el desamor. Tras leer a Núñez de Arce su último poema, “Las hijas de Milton”, el primero de una colección que tenía proyectada en edición de gran lujo, con láminas grabadas en Inglaterra, se despidió así del vate periodista: –Adiós, voy a hacer un drama y, si tiene buen éxito, lo celebraremos con una francachela como las que solíamos tener en la juventud. Echaremos una cana al aire–. La mañana del día siguiente, el 5 de junio de 1874, Larmig se degolló con una navaja de afeitar delante de un espejo, en su cuarto de dormir. Dicen que por una decepción amorosa. Yo digo que el nuestro, el país de Garcilaso y Cernuda, de Lope y Alberti, paradoja de paradojas, nunca ha sido país para poetas.