Ángela Vallvey: «Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto», en La Razón, 29-V-2017:
Acaba de recibir el Premio Barcarola 2016 de poesía que concede la prestigiosa revista.
Acaba de recoger el premio Barcarola de poesía, aunque el fallo del jurado se produjo en 2016. Así ocurre cada año con los galardones que concede esta prestigiosa revista literaria, que son entregados en el Salón de Plenos del Antiguo Ayuntamiento de Albacete. Ángela Vallvey resultó la ganadora con «Epidemia de Fuego». Novelista, escritora y periodista colaboradora de LA RAZÓN, en todas estas facetas ha recibido galardones, pero reconoce que la poesía es para ella «algo muy importante y especial». Su libro es un poemario que, a su vez, está dividido en otros tres: «Diario de un parado», «Tengo un jardín salvaje» y «El código secreto».
–No es su primer premio poético.
–Tengo otros dos, pero es que publico poesía de tarde en tarde porque no es fácil. La poesía no la lee, ni la edita nadie y es difícil encontrar un premio limpio en el que se pueda defender un libro.
–¿Qué espacio ocupa la poesía entre sus diversas facetas?.
–Muy grande. Tengo inclinación a practicar todos los géneros literarios, con mayor o menor fortuna, pero la poesía es algo muy especial, para mí siempre ha sido un coto pequeño y cerrado, pero muy importante. Lo vivo como algo esencial de mi manera de estar en el mundo, no de enfrentarme a la literatura o ser escritora, sino como una postura ante la existencia, como una sensibilidad, por eso ocupa en mí un lugar privilegiado.
–¿Sigue siendo la poesía la hermana pobre de la literatura?
–Sí, porque no ha habido comercio detrás de ella, ni industria que la sostenga y haga que los talentos puedan expresarse. Hay premios que están, digamos, controlados, y son difíciles de conseguir para el común, si no estás en una serie de clubs específicos. Por eso los míos han venido cada siete o diez años, he tenido la suerte de poder defenderme en unos premios limpios, pero no es lo habitual.
–¿Conoce el movimiento poético emergente entre los jóvenes?
–Es cierto, decimos que la poesía es minoritaria, pero esto está cambiando hoy. Últimamente hay gran número de poetas con bastante éxito en las redes sociales que después venden muchos libros porque han surgido de ahí, de esos fenómenos multitudinarios.
–En «Diario de un parado» muestra sensibilidad política y social.
–Nunca había escrito poesía social, lo hice durante los años más duros de la crisis y viviéndola muy de cerca. Hago un correlato –no sé si objetivo o subjetivo– de ella. Quería hacer un retrato de la recesión, que podría haber sido más lacrimógeno o facilón, pero preferí que fuese sobrio.
–Toca muchos temas, del mundial de fútbol al terremoto de Haití, pasando por la muerte de Delibes y Berlanga o la primavera árabe.
–Es un retrato histórico en el sentido que se enmarcan acontecimientos que me afectaron como espectadora. Son hitos de unos años duros en los que ocurrieron cosas tremendas que afectaron a la gente. De fondo, la primavera árabe, que fue un auténtico fiasco que ha derivado en lo que todos sabemos. Están escritos al hilo de las circunstancias del momento, sin perspectiva histórica. Ahora igual les daba otro enfoque.
–¿Hemos salido de la crisis?
–No, para nada. Cuando empezó a derrumbarse todo, pensé que la cosa iba para veinte años. Aparte de que ya nunca será como fue en los momentos de mayor abundancia y derroche. Recuperar aquella riqueza después del descalabro en nuestro patrimonio será difícil, sobre todo las clases medias, que hemos sido descapitalizadas, desamortizadas. Se les quitó la mitad de lo que poseían entre propiedades, salarios, ahorros...El resultado es mucho dolor e involución en aspectos sociales.
–Su libro segundo, más introspectivo, está influido por la cultura samurái.
– Yo practicaba artes marciales y soy una enamorada de Asia, de lo oriental, de su poesía, que he leído mucho, poesía china clásica y poetas actuales que encuentro. Mi fascinación derivó en esos poemas.
–¿Qué representa su «jardín salvaje» del que habla?
–Primero, yo llevo dentro un samurái (¡ja ja ...!), pero pacifista. Entiendo el espíritu de lucha como algo simbólico, traducido a mi tiempo y a mis circunstancias, a mi sensibilidad. La metáfora del jardín la veo como una manera de construir la intimidad, el amor, el mundo de mi vida diaria, con las propias manos en el día a día.
–¿Es su yo más protegido?
–Sí, cuando escribo poesía o novela, tengo mucha tendencia a ocultarme y a veces pienso, ¿qué estoy ocultando? Quizá es más pudor, la timidez o la falta de presunción. Estos poemas que he sacado del fondo, de mi manera de ver la vida y las cosas son un ejercicio de introspección y una metáfora de mi relación con el mundo, que me cuesta mucho.
–¿Cuál es su «código secreto»?
–El amor. Yo no he escrito muchos poemas de amor y estos pensé en hacerlos sin pudor, sin temor, porque tengo mucho miedo a caer en la cursilería, un pecado tremendo para un poeta. Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto.
–La poesía como luz...
–Desde el punto de vista de la mera existencia, la poesía es para mí muy importante. Es mi luz, un elemento y un alimento de primera necesidad.
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