lunes, 13 de noviembre de 2017

Un ejemplo. El sintecho que logra estudiar en Cambridde

Patricia Tubella, Un ‘sin techo’ logra una plaza para estudiar en la universidad de Cambridge. 13-XI-2017:

Geoff Edwards, un británico de 52 años que ha pasado casi toda su vida adulta viviendo en la calle, cursará Literatura Inglesa en uno de los centros más prestigiosos del mundo

Geoff Edwards, un británico de 52 años que ha pasado gran parte de su vida adulta sin el resguardo de un techo, acaba de obtener una plaza en la Universidad de Cambridge.”Todavía me estoy haciendo a la idea”, confesaba a la prensa nacional este antiguo vendedor de la revista Big Issue (gestionada por personas sin hogar) a raíz de su ingreso en uno de los centros académicos más prestigiosos del mundo para cursar la licenciatura de Literatura Inglesa.

Esbozada en el periódico local Cambridge News, la extraordinaria historia de Edwards desde el paro, la depresión y la vida en las calles hasta las aulas magnas ha acabado saltando a los grandes medios del Reino Unido. “Siempre había soñado con estudiar en Cambridge, pero nadie de mi familia ni de mi entorno había ido a la universidad, así que ni siquiera lo consideré”, ha relatado a la BBC este natural de Liverpool, hijo de un cartero y una oficinista, sobre una infancia modesta, aunque rodeada de libros, y una juventud sin perspectivas laborales.

Tras su paso por varios trabajillos temporales, principalmente en el campo, la búsqueda de un empleo más sólido le llevó a mudarse a Cambridge, pero allí no encontró mejor suerte. Ni trabajo ni techo. Después de muchos años de deambular por las calles, refugiándose cuando podía en edificios desocupados acabó, según ha confesado, “aislado y angustiado”. Sólo su pasión por la lectura, cultivada en los libros que recogía en bibliotecas y tiendas de las ONG, le procuró un escape en tiempos tan duros.

Su rescate vino de la mano de la revista Big Issue, promovida por organizaciones benéficas para ayudar a las personas sin hogar a reincorporarse a la sociedad y al mercado laboral. Geoff Edwards pasó a convertirse en uno de los vendedores callejeros de este semanario que suelen apostarse a las puertas de comercios y supermercados de las ciudades inglesas. Lo que ofertan es un producto muy digno, con reportajes de actualidad, entrevistas y artículos de opinión, a razón de 2.50 libras por ejemplar.

La última página de Big Issue siempre está protagonizada por uno de esos vendedores y el relato de su historia personal de superación. La de Edwards ha desbordado todas las expectativas. Una vez “recuperada la autoestima” se animó a reanudar sus estudios e ingresar en un curso puente (para adultos) de acceso a la universidad, donde consiguió excelentes cualificaciones en todas las materias. Sus tutores vieron en él el potencial y le recomendaron que intentara ganar una plaza en uno de los colleges de Cambridge, el Hughes Hall. Geoff Edwards ya es hoy alumno en uno de los campus más selectos, exigentes y reconocidos del universo académico. En sus propias palabras: “La primera cosa de mi vida de la que estoy orgulloso”.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Mala educación. Los pelmazos

Javier Marías, Impaciencia y caso omiso, El País 12-XI-2017:

Cada vez hay más gente avasalladora e impaciente, dispuesta a tocar todas las teclas aunque sepa que la mayoría no van a surtir efecto.

HE HABLADO muchas veces de la imparable infantilización del mundo y de cómo se están fabricando generaciones de adultos mimados que no toleran las frustraciones ni las negativas ni las imposibilidades. Lo más grave es que esta actitud se haya trasladado a la política y a las colectividades, y buena prueba de ello es la ya agotadora crisis de Cataluña: una parte de la población anhela una cosa (le “hace tanta ilusión”, como arguyó hace mil años una aspirante a escritora empeñada en obligarme a leer sus textos), y ha de conseguirla por encima de la voluntad de todos, mediante trampas infinitas si es menester, y en contra del principio de realidad. Cada vez hay más gente avasalladora e impaciente, dispuesta a tocar todas las teclas aunque sepa que la mayoría no van a surtir efecto.

Mi casa tiene dos puertas, una detrás de otra. La primera da a un pasillo que comparto con una vecina, largo y en forma de L. Junto a esa primera puerta hay dos timbres. En uno se lee “JM” y en el otro “CC”. Obviamente mi vecina no es JM ni yo soy CC, lo cual no impide que un buen porcentaje de los que la visitan a ella pulse el timbre de JM y otro notable de los que me visitan a mí pulse el de CC. Una y otra vez nos disculpamos recíprocamente por las molestias, y sólo nos explicamos el fenómeno así: muchos individuos son tan impacientes que, incapaces de esperar unos segundos a que ella o yo lleguemos a esa puerta primera, prueban a llamar al otro timbre creyendo que con eso lograrán su propósito (logran que se les franquee el primer paso, pero no el segundo, que es de lo que se trata). Bien, un señor al que no conozco de nada, y que por lo visto utiliza la misma máquina Olympia Carrera de Luxe a la que me he referido en varias columnas, telefonea a mi gran amiga Mercedes López-Ballesteros, que también me echa una mano en mis tareas, y la interroga implacablemente sobre cómo hacer para que tal o cual tecla lo obedezca, o cómo comprar cintas y demás, como si ella —o yo, por extensión— fuéramos un manual de instrucciones o unos proveedores, y además no tuviéramos otra cosa que hacer. Ella le contesta que no tiene idea, que quien usa la Olympia soy yo y no ella (que trabaja con ordenador), y que no lo puede ayudar. Al señor en cuestión eso le da igual: quiere ver su problema resuelto a toda costa y le insiste. “¿No entiende usted que yo no le sirvo?” No, no lo entiende y continúa explicándole, impertérrito, la función supuesta de la tecla rebelde. Está a lo suyo y nada más, engrosando las filas de los que en sentido figurado llamamos “autistas” (según el DLE: “Dicho de una persona: Encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad”; esa definición que tanto indigna a los enfermos de autismo y que exigen prohibir, sin darse cuenta, una vez más, de que la gente dice lo que le parece y da a las palabras el sentido que quiere, y que el Diccionario está obligado a reflejarlas sin más).

A Mercedes, que atiende los mails y me imprime los que yo deba ver, a menudo se la llevan los demonios. No sé, a la petición de que vaya a un sitio a dar una charla, contesta, por ejemplo, que estoy terminando una novela y no me añadiré viajes hasta que la acabe, o que estoy en plena promoción de la novela recién publicada y sin tiempo para nada más, o que estaré fuera durante tal y cual meses. Con frecuencia recibe una respuesta que hace caso omiso de la suya y le dice, quizá: “Preferiríamos que el señor M viniese un jueves, porque ese día no hay Copa de Europa y acude más gente a este tipo de eventos” (la estúpida palabra “eventos” por doquier). Mercedes se desespera y se pregunta cómo leen y cómo funcionan las cabezas de sus interlocutores. Otras veces alguien pide algo (un bolo, una entrevista, lo que sea). Acepto, y propongo tal o tal fecha a tal hora. “Es que esos días no me vienen bien”, es con frecuencia la contestación. “Mejor el domingo a las ocho de la mañana”. La persona que pide algo olvida al instante que la interesada es ella y no yo. Que yo no le he solicitado nada, sino al revés, y que más le valdría coger pájaro en mano, si tanto es su interés. Así, no es nada raro que quien ruega algo, luego ponga trabas y lo dificulte. Hoy había reservado la tarde para contestar por escrito a una entrevista mexicana. Había accedido siempre y cuando tuviera las preguntas hoy como tarde, para poder cumplir durante el fin de semana. No han llegado, claro está, pero seguramente pretenderán que las conteste cuando ya no disponga de tiempo o me venga fatal, y se soliviantarán si no los complazco cuando decidan ellos. Mercedes “se venga” inconsciente y discretamente: al entregarme los mails impresos, a veces añade algo a mano: “Este es un pesado”, o “Este es un grosero”, o bien “Este me da pena” o “Este es encantador”. No voy a negar que esas observaciones me influyen, aunque ella no las haga con esa intención, sino sólo con la de “comentar”. Sea como sea, más vale que quien quiera algo de mí, no haga caso omiso de sus palabras y la trate con exquisitez.

Cómo nos venden la historia

Me compraron un teléfono móvil. Por defecto, al momento empezaron a aparecer noticias en mis búsquedas en internet. Las primeras siempre eran de Periodista Digital, el diario electrónico de ultraderecha de Alfonso Rojo, habitual paniaguado de La Razón y los canales que dicen públicos. Como no me interesaban, seleccioné la opción de no volver a recibir noticias de ese medio. Tardaron tres días en enterarse, pero las sustituyeron por las de OK Diario, el escamente influyente y prácticamente desconocido diario electrónico de ultraderecha de Eduardo Inda. Volví a hacer lo mismo. Entonces los sustituyeron por otro periódico de ultraderecha, La Gaceta.

Como es natural, me empecé a mosquear. ¿Quién selecciona por defecto lo que debo saber? ¿
Mariano Rajoy en persona o alguien peor? Busqué por mi móvil alguna dirección para quejarme, pero no la encontré.

Editadas 133 entrevistas inéditas de Lorca

Antonio Lucas, "Historias. Confesiones inéditas de Lorca: "Sólo hombres he conocido; y sabes que el marica me da risa", en El Mundo,  12 NOV. 2017 04:04

Federico García Lorca concedió más de 100 entrevistas. Muchas de ellas quedaron dispersas y nunca antes fueron reunidas.

La editorial Malpaso recupera ahora ese material al completo (la mayoría inédito en libro) en 'Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas', a la venta el próximo día 27
Por ese candor infantil que mantuvo siempre (eso dicen), Federico García Lorca podía pasar de la broma al gesto serio sin transición. De la fantasía y el recuento de proyectos acumulados a la queja por la sequía creativa. De la exageración al drama, de la risa a la tristeza renegrida de los ojos. En las entrevistas sucedía así. No le gustaban, pero le gustaban. No las quería, pero las guardaba. Desconfiaba, pero las quería: «En las entrevistas siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo». Sin embargo, en el despliegue de páginas que protagonizó en los periódicos está ese otro Lorca que es él mismo: el de la confesión en voz alta, el valiente, el enredador, el intuitivo. Varios años ha pasado el poeta malagueño Rafael Inglada buceando en archivos hasta completar, con la colaboración del periodista Víctor Fernández, el volumen que a finales de noviembre publicará la editorial Malpaso: Palabra de Lorca: declaraciones y entrevistas completas. La baraja completa de las declaraciones a la prensa del poeta es tan abundante como asombrosa. Y completa el contorno de un Lorca hecho de mil palabras que se cruzan, se contradicen, se vapulean o suenan a entusiasmo. En este trabajo (133 entrevistas recobradas) hay más de un tercio de ellas inéditas en libro, otras amputadas en sucesivas publicaciones y que ahora aparecen como fueron en su versión original. También otras que se publicaron tras la muerte del autor de Romancero gitano. Unas porque habían quedado inéditas y otras porque fueron recuperadas al difundirse la noticia de su asesinato. En España, en Argentina, en Cuba, en Uruguay, en Italia, en Francia. Firmadas por Francisco Ayala, González-Ruano, Giménez Caballero, Indro Montanelli, Mathilde Pomès... En todas lució. En todas dejaba una reflexión vital o devastada, pero siempre con fondo de luz. Ideas que celebraban su misterio glorioso o el oficio de tinieblas de su propio altar de contradicciones. Era un gran predicador de sí mismo.

YO NO SOY GITANO, SOY ANDALUZ, CASTELLANO COLONIZADOR DE ANDALUCÍA. Y NO HE CONOCIDO MUJER (...)

En algunas de esas entrevistas anotaba también impresiones sobre el resultado de la charla, sobre el periodista, sobre sus propias palabras. Así sucede en la de Mathilde Pomès, donde no quedó satisfecho y apuntó al margen de la página que quizá no se había enterado bien de casi nada. Luego están aquellas en las que habla descargando algún peso vivo, como recuerda Cipriano Rivas Cherif en tres reportajes que publicó en 1957 en el suplemento dominical del periódico mexicano Excelsior, donde recupera algunas confesiones íntimas del poeta en 1935. «Yo no soy gitano, soy andaluz, castellano colonizador de Andalucía. Y no he conocido mujer». Era la primera vez que Lorca hablaba de su homosexualidad para un medio: «¿No te has privado tú de la otra mitad? Lo que pasa es que si es verdad lo que me dices es que eres tan anormal como yo. Que lo soy, en efecto. Porque sólo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica, me da risa, me divierte con su prurito mujeril de lavar, planchar, coser, de pintarse, de vestirse de faldas, de hablar con gestos y ademanes afeminados. Pero no me gusta. Y la normalidad no es ni lo tuyo ni lo mío. Lo normal es el amor sin límites. Porque el amor es más y mejor que la moral de un dogma, la moral católica; no hay quien se resista a la sola postura de tener hijos. En lo mío no hay tergiversación (...) Pero se necesitaría una verdadera revolución. Una nueva moral, una moral de libertad entera. Ésa que pedía Walt Whitman». Decía Juan Ramón Jiménez que las entrevistas formaban también parte de su obra. De ahí que con este proyecto quede, de algún modo, rematada también la obra completa del autor de Poeta en Nueva York. «Cuando las lees todas y contrastas algunas cosas percibes que Lorca tendía a ser algo embustero en sus declaraciones. Pero, sobre todo, era un hombre ilusionado con su futuro, comprometido con la República. Un poeta al que aquí se le transparenta el ser humano», dice Inglada. Los temas de los que habla son muchos. El mar, la música, la política, el teatro, la muerte, ¡Cataluña! Desde Uruguay dice en 1934: «Esto es mi patria. Oye: me siento compatriota. Estoy en mi patria. Para mí, esto, no es viajar. Te juro que en Cataluña siento más la lejanía de mi solar que aquí. No; puede ser que ustedes me consideren extranjero. Pero no puedo, no siento mi calidad de viajero recién llegado a esta tierra que ya es mía».

YO SOY HERMANO DE TODOS Y EXECRO AL QUE SE SACRIFICA POR UNA IDEA NACIONALISTA ASBTRACTA POR EL SOLO HECHO DE QUE AMA A SU PATRIA CON UNA VENDA EN LOS OJOS

Una cierta teatralidad hay en todo lo que hace García Lorca. Una puesta en escena lúdica que pasa por lanzar risas a la atmósfera o esperar en bata al periodista, como en la foto tomada por Alfonso en la que aparece en abril de 1936 junto a Felipe Morales. Era abril de 1936. Le quedan al poeta cuatro meses de vida. La última entrevista se la concedió a Otero Seco pocas semanas antes del crimen en Granada: «La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio donde tienen lugar las cosas. Se pasa junto a un hombre, se mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada uno de estos objetos humanos está la poesía». Hablaba a trallazos y a veces también mordía más de lo que era capaz de masticar. Pero como decía Guillén, cuando estaba Federico no hacía ni frío ni calor: hacía Federico. Y sabía de las cosas de la vida como un niño grande, como un muchacho intuitivo aún con el flequillo espeso: «Yo soy un español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo (...) Y desde luego no creo en la frontera política. (...) Yo soy en el fondo un descreído hambriento de creer». Esto se lo dice a Bagaría en 1936.

LO NORMAL ES EL AMOR SIN LÍMITES. PORQUE EL AMOR ES MÁS Y MEJOR QUE LA MORAL DE UN DOGMA, LA MORAL CATÓLICA (...)

Cuando aquel agosto en que es asesinado, el poeta, el dramaturgo, el hombre hecho de claroscuros y asombros que fue Lorca acumulaba un prestigio y una fama extraordinaria: «No busco la popularidad. Ella viene a mí. A veces me molesta. A un poeta no debe de interesarle la fama. Es una frivolidad». Y aun así también la disfrutaba.Lorca era un festival para un periodista, pero un festival a su aire. Difícil de someter al guión de las preguntas. Él estaba dispuesto a extraer una flor distinta del ala del sombrero en cada frase. Alguien lanzó esta advertencia para principiantes, como explica en el prólogo a la edición el profesor Christopher Maurer: «No vayáis a buscar a García Lorca con un programa determinado ni con preguntas concretas». Dejadle hablar. Eso es. Dejadlo solo. Que se exprese con ganas. A tientas. De golpe. Con la tristeza que tuvo su valiente alegría.

Trata de blancas en España

Manuel Jabois, “Fui tratante de mujeres durante más de veinte años. Las compré y vendí como si fueran ganado”, El País, 12 de noviembre de 2017:

Uno de los criminales de la trata desvela en el nuevo libro de Mabel Lozano cómo funcionan estas redes en España

En primavera de 2000 llegó al aeropuerto de Madrid la selección nacional femenina de Colombia de taekwondo. 19 chicas que salieron por la puerta en fila india, ataviadas con el chándal oficial (azul, amarillo y rojo) y el escudo de la Federación. No tuvieron problemas con Inmigración pese a ser un vuelo 'caliente'. Contaban con sus visados obtenidos en el consulado de Colombia. Habían presentado sus fichas federativas y, desde luego, tenían la invitación y el programa de la competición que venían a disputar a España. Entre la documentación también contaban con papeles de un gimnasio de artes marciales de Cali en el que habían sido inscritas. Al llegar a Madrid, un autobús las desplazó a Valdepeñas, y allí se cambiaron los chándales por lencería para ser paseadas ante un grupo de hombres antes de ser distribuidas en diferentes clubes de España. En Colombia no existía ninguna federación de artes marciales, las chicas nunca se habían subido a un tatami, el chándal fue encargado por un matón, la invitación y el programa del gimnasio eran una patraña, el entrenador era el hombre que las había captado en Colombia y el proxeneta que las recibió en Barajas había ganado una apuesta a sus socios: conseguir meter el mayor número de mujeres en Madrid para ser prostituidas. Como lo consiguió, se quedó con todas las chicas y un BMW. Se trataba de Miguel, el Músico.

“Fui tratante de mujeres durante más de veinte años. Las compré y vendí como si fueran ganado” Mabel Lozano: “Cuando tu cuerpo vale cinco euros, tu vida no vale nada”

"Hola, soy proxeneta". Ese fue el mensaje que recibió la directora Mabel Lozano, activista contra la trata de mujeres (ha realizado dos películas, la última Chicas Nuevas 24 Horas). Lozano esperaba la llamada. La gestión se produjo gracias a la intermediación de José Nieto Barroso, inspector jefe de la Unidad contra Redes de Inmigración Ilegal y Falsedad Documental (UCRIF). Nieto Barroso llevaba años en contacto con El Músico, que en un momento de su carrera criminal empezó a colaborar con la Policía como 'boquerón', chivato. El Músico fue uno de los primeros grandes jefes de la trata y secuestro de mujeres en España en una década, los 90, en la que el negocio de la prostitución cambió de tercio: de ser los chulos los que proveían a los clubes de mujeres españolas, fueron los propios clubes, a través de una estructura mafiosa con infiltraciones en policía, justicia y política, los que empezaron a 'importar' miles de mujeres extranjeras engañadas. Su larguísima confesión en forma de libro ('El proxeneta', Alrevés, 2017) contrastada con fechas, cifras y comisión de delitos en poder de la UCRIF, es la primera que revela el funcionamiento de la trata y prostitución en España. Un país en el que, según datos del Gobierno, se mueven alrededor de este negocio unos cinco millones de euros al día y fueron identificadas, en 2016, 14.000 víctimas de trata: apenas la tercera parte de las mujeres captadas en sus países de origen por las organizaciones criminales.

"La primera regla que se aprende es a no mirarlas como tuyas, sino como la materia prima de tu negocio. Es importante no involucrarse en su vida más allá de lo necesario (...) Simplemente es una propiedad, como la Coca-Cola que vendes, y hay que tratarla como tal. Si te involucras en su vida o en sus problemas, te puede afectar, porque esa mercancía tiene sentimientos (...) Creamos una forma de vida que se sostiene gracias a la esclavitud, sin siquiera saberlo o pensarlo (...) La trata dio paso a los macroburdeles para los clientes, que no eran otra cosa que cárceles de lujo repletas de miseria, para las mujeres esclavas de un sistema nuevo y cruel. Las convertimos en grandes máquinas expendedoras de dinero", dice Miguel, nombre falso cuyo apodo (El Músico) es real, así como las localizaciones y los sobrenombres del resto de proxenetas, todos aún en activo o encarcelados: Chepas, Dandy, Gallego... "No es un asunto de sexo, es un asunto de coco. Un buen chulo no cobra por follar; lo hace por tener la respuesta adecuada para lo que preocupa a una puta", dice Iceberg Slim en un libro autobiográfico (Pimp, memorias de un chulo, Capitán Swing, 2016).

Debajo de ese mundo regido sin códigos, donde la degradación moral alcanza niveles irreversibles (pura esclavitud: palizas, violaciones, sometimiento a base del terror y la amenaza perpetua sobre sus familias en sus ciudades de origen, visitadas frecuentemente por el captador si la chica no rinde o da problemas) se entronizan hombres como Miguel, el Músico, y se van por el desagüe vidas como la de Lucía, que llegó con 18 años a Madrid, dejando a su hijo en Colombia al cuidado de su madre para trabajar de camarera, pagar su deuda con los tratantes y quedar libre para ahorrar un dinero durante meses que en su país sería una fortuna. Ya en España se le comunicó que tenía que prostituirse. Son reacciones, dice el Músico, "clonadas". Enmudecen. Luego entran en estado de shock y empiezan a llorar. De forma inagotable. Porque saben que no hay vuelta atrás, que se han quedado atrapadas.

En España, según datos del Gobierno, se mueven alrededor de este negocio unos cinco millones de euros al día y fueron identificadas, en 2016, 14.000 víctimas de trata

"Nadie se levanta una mañana y decide ser puta, pero nosotros tenemos la tela de araña perfectamente tejida donde caben las promesas de una vida mejor para ella y los suyos, los halagos que le gusta escuchar y algunas ayudas insignificantes que le presentamos como grandes favores y que ella nos agradece como si lo fueran. En cuanto la mosca pega sus diminutas patitas a la red pringosa, ya le es imposible soltarse. Y ahí se queda. Cazada. Lista (...) La balanza del acuerdo verbal no se inclina a ambos lados por igual. Por eso el supuesto consentimiento de las víctimas no es más que una farsa donde no existen los requisitos éticos imprescindibles en cualquier relación personal, social o laboral (...) Yo surtí, durante años, a doce de los mejores macroburdeles que existen en la actualidad en España. Los llené de esa materia prima que los puteros llaman 'carne fresca', día a día. Y jamás me paré a pensar si la mercancía que yo importaba eran personas como yo. Ellas eran otra cosa. Eran putas".

Asumido el golpe, Lucía hizo de tripas corazón "con enorme disciplina y a destajo". En tres meses consiguió los 6.000 euros del dinero que creía deber a Miguel por sacarla de su país y darle un trabajo. También había pagado cada día los 50 euros que se abonan para poder bajar al salón y ejercer allí. Se presentó en el despacho de su proxeneta con una sonrisa "de satisfacción y felicidad". Miguel hizo cuentas delante de ella y le dijo que ya solo le faltaban 425 euros para cumplir la deuda. La convenció de que dentro de un mes volvieran a hablar, pero necesitaba extender su visado por tres meses en España para poder seguir en el club "ya sin deuda" y ahorrar para volver a su país con dinero para su familia. La extensión del visado es gratuita, pero Miguel le dijo que costaría "apenas" 1.200 euros. Le explicó que con ese visado estaría tranquila en España en caso de una redada. Quieren todas lo mismo, dice Miguel: estar en España legalmente, ahorrar y volver con dinero a sus casas. Por eso Lucía regresó al mes siguiente creyendo la deuda saldada al despacho de Miguel, pero ésta había crecido; el proxeneta sumó un gasto que "había olvidado", el de la pensión diaria: cama y comidas. Sumado todo, incluido lo anterior, Lucía ya debía más dinero que en su primera visita. "Se empezó a morir por dentro", dice Miguel.

Ellas se convertían en un cheque en blanco. El beneficio de su explotación podía superar los doscientos mil euros

Pasaron los meses con nuevas promesas incumplidas, cientos de clientes ("aquí de viene a chupar y follar"), hasta que un día Lucía no apareció en el salón. Tampoco se había escapado ("en este negocio lo más importante es lo que está en la puerta") ni estaba en su cuarto. Finalmente apareció: lo hizo tirada en un charco de sangre en el baño. Se había cortado las venas. La llevaron al hospital, donde le salvaron la vida de milagro. Al regresar días después al club había envejecido veinte años. "Esa mujer mayor que había devorado sin compasión a la joven y bella Lucía dio por hecho que a su deuda interminable se le sumarían las facturas de la ambulancia, el médico, el hospital, las medicinas, la diaria, e incluso una multa por su intento de suicidio". La tuvieron prostituyéndose más tiempo en otro club, éste de Denia, y al cabo de unos meses tuvieron que ingresarla en un hospital psiquiátrico. Había muerto del todo. Nunca volvió a Colombia, nunca supo más de su madre, nunca volvió a ver a su hijo.

El libro que Mabel Lozano ha escrito basándose en decenas de entrevistas con El Músico explica la realidad del mundo de luces de neón y clubes repartidos por todos los pueblos, ciudades y carreteras de España. "Llegamos a ser los propietarios de algunos de los mejores burdeles de España: El Leidys, en Denia; El Glamour, en Córdoba; El Privé, en Tarragona; La Rosa Élite y El Venus, en Valdepeñas; Los Charlys, en Consolación; El Estel, en el Vendrell; El París, en Puerto de Sagunto; El Cuatro Hermanas, en el Puxol; Las Palmeras, en Castellón...". Un mundo a la vista y consumo de todos poblado de mujeres explotadas que llegaban a España de las más diversas maneras, siempre engañadas y después traicionadas, como campeonas de un deporte que en su país no existe para ser destinadas, como mercancía, a un esclavismo que desconocían que existiese en el siglo XXI. En un país, España, en el que no está perseguido penalmente el proxenetismo en todas sus formas, por ejemplo la consentida. Y en el que las víctimas tiene más miedo a la justicia que a sus captores por la amenaza que estos representan sobre sus familias. "Apenas se invertían mil doscientos o mil quinientos euros, todo lo más", resume El Músico. "Pero ellas se convertían en un cheque en blanco. El beneficio de su explotación podía superar los doscientos mil euros. ¡Se hubieran necesitado diez kilos de cocaína para alcanzar la misma cifra que con una sola víctima!"

viernes, 10 de noviembre de 2017

Postales desde la muerte

Cuando mi padre compró un piso para vivir con lo que le quedaba de su familia el anterior propietario se había llevado ya todos los muebles y solo había dejado una bolsa de plástico con un curioso contenido que no quiso, no pudo o se olvidó de llevar. No volvimos a verlo, pero yo, que tengo la curiosidad de los gatos, y hasta una poca más (aunque la curiosidad los suela matar, siempre les quedan seis vidas más) husmeé en el saco y descubrí una historia conmovedora.

Había una colección de postales dirigidas a su novia por un joven que estudiaba ingeniería en Madrid poco antes de la Movida ochentera. La novia vivía en Ciudad Real y el novio, instalado en un colegio mayor, le enviaba regularmente siempre una postal distinta de cada rincón de Madrid para demostrarle regularmente que seguía acordándose de ella. Formaban una secuencia narrativa; poco después se casaron, y ella tuvo una hija. La historia terminaba con una larga carta desde Lourdes. Me enteré por ella de que la muchacha había contraído cáncer. Ya no había más cartas.

Ese joven ingeniero era el propietario de la casa, y se había vuelto a casar. Me las arreglé para devolverle esas postales a él y a su guapa hija; este inesperado regalo le dolió un poco; había querido dejar atrás esa etapa atrás junto a la casa en que vivió apenas unos años con su primera esposa. No destruyó sus recuerdos, simplemente los dejó en un lugar donde seguramente desaparecerían. Pero no ocurrió así: soy incapaz de dejar que los escritos se destruyan. Pero esta historia me ha venido a la mente por algo que me ha pasado hace poco.

Volvía al trabajo y noté que al lado de la acera había un contenedor lleno de cascotes; seguramente estaban haciendo algún tipo de obra en un piso de esa calle. Como siempre paso por ella me fijo en cualquier novedad que altera el aburrido paisaje cotidiano, y noté que en el contenedor había también una serie de postales y una bolsa. De ella asomaba además un vistoso misal y varios libros. Como no soporto que la gente tire escritos a la basura, los recogí. Tres pertenecían a un curso de inglés y formaban una gramática, una antología de lecturas y una serie de ejercicios. Se los regalé a un alumno mío al que le podrían beneficiar. El resto era un misal y una agenda. 

Las postales describían los viajes de una muchacha manchega que vivía en una céntrica calle durante los años setenta y ochenta; pero la agenda era más interesante. Tenía consignada toda la vida de una señora que debía pasar ya los noventa y seis años (1921), seguramente fallecida, por lo cual se deshicieron de ella. Su letra, su orden, su pulcritud me hablaban de una persona recta y equilibrada. Tenía dos fotos de su familia: una antigua a blanco y negro y otra más moderna a color. Tuvo siete hijas y un hijo, y anotó escrupulosamente todos sus datos biográficos: cuándo nacieron ella y su marido, cuándo matrimoniaron (1951), cuándo vinieron sus hijos (de 1953 a 1965), cuando se casaron los tres que lo hicieron y también las fechas de nacimiento de los dos nietos que llegó a conocer, así como cuándo fallecieron sus propios padres. Guardaba una foto también en persona de su único hijo, estampas de la Virgen y una fotocopia de su carnet de identidad. Entre las direcciones había algunas de parientes y hoteles en Madrid, y diversos teléfonos. Y una alusión a los discos de canciones de alguien a quien conozco, el sacerdote de Villamanrique Alfonso Luna Sánchez, que hoy es monseñor y vive en Roma como otro manchego, el superior de los teatinos (y gran poeta) Valentín Arteaga, quien, por cierto, apareció en uno de los programas de Españoles por el mundo. Quizá tendría que hablar un poco de estos (y de un jovial y amable poeta leonés afincado en Ciudad Real, del grupo Guadiana, el salesiano Santiago Martínez Álvarez). Los libros de este último, con su estimulante carga de humor, deberían ser más conocidos.

El misal contenía unas cuantas estampitas, pero también dos importantes reliquias de Martín de Porres "Fray Escoba": una era una medalla con reliquia y otra un trozo con un reducido lienzo de tela que había tocado su cuerpo. Era un misal bonito, encuadernado en cuero, con grabados magníficos, impreso en Barcelona en los años sesenta. Dentro contenía un recordatorio de una monja que había consagrado su vida a atender a los sacerdotes; al final enfermó y murió estoica y cristianamente consagrando su vida a ese propósito.

Me sentí muy afectado por todo esto; es como si hubiera conocido a estas personas de toda la vida; pero esta vez ha pasado más tiempo y la cuestión que me planteo ahora es si tengo que devolver estos recuerdos a una gente que los quiere perder. Esos escritos, esas fotos, esas postales estaban allí, en el abandono o en la basura por algo. Porque la gente no quiere sufrir más y desea vivir su propia vida; la memoria es un anclaje que no deja mirar al futuro. Tal vez esos recuerdos estaban ahí para que yo escribiese esta nota o tal vez yo era el destinado a quedarme con estos recuerdos. Tal vez hubiera tenido que seguir mi camino y meterme en mis propios asuntos ¿Ustedes qué opinan?

Recuerdo cuando murió mi padre. Se entretenía haciendo maquetas de todo tipo de iglesias. Creo que siempre quiso ser arquitecto; de niño hizo una maqueta impresionante de una casa que llevaron a una exposición, pero quedó en segundo lugar: el premio se lo dieron al hijo de un cacique. En aquella época no había becas para hacer estudios de arquitectura, y menos para un hijo de familia numerosa; mi padre se resignó; bastante bien se colocó en Telefónica. Cuando murió, decía, me encontré su casa llena por doquier de maquetas que no sabía donde meter. Tuve que tomar una decisión drástica: las tiré casi todas y solo me quedé con una, la mejor. Ahora ni siquiera sé donde está.

martes, 7 de noviembre de 2017

Grandes comienzos de narraciones

Tomado de aquí:

'El Aleph', de Jorge Luis Borges 

Así empieza. “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque esta párrafo ya es, en sí mismo, un espléndido poema en prosa sobre el paso inexorable del tiempo que ni siquiera necesita el (por otro lado, magnífico) relato que viene a continuación para incrustarse en nuestra memoria.


'Asfixia', de Chuck Palaniuk 
Así empieza. “Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor quiere incitarnos a dejar de leerle, como si no fuésemos dignos de lo que viene a continuación, como si fuese a escandalizarnos, repugnarnos o desconcertarnos. Y todo ello es un poderoso estímulo para seguir leyendo.


'El guardián entre el centeno', de J.D Salinger 
Así empieza. “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor no tiene tiempo que perder y quiere llegar cuanto antes a un acuerdo honesto con sus potenciales lectores: léeme o no me leas, pero permite que te cuente mi historia tal y como yo la siento. Déjame ir directo a la yugular, sin circunloquios ni estupideces.

'Los detectives salvajes', de Roberto Bolaño 
Así empieza. “He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque aún no sabemos qué rayos es el realismo visceral (¿una vanguardia estética?), pero ya nos queda claro que formar parte de él es un sombrío honor que no puede eludirse, aunque se acepte sin ceremonia ni entusiasmo.

'Si una noche de invierno un viajero', de Ítalo Calvino 
Así empieza. “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, 'Si una noche de invierno un viajero'. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto”.
¿¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque muy rara vez nos ha pedido alguien que le prestemos toda nuestra atención con tanta elegancia. Y porque la promesa de que nuestro mundo se esfumará “en lo indistinto” hace que pensemos que el viaje va a valer la pena.

'La campana de cristal', de Sylvia Plath 
Así empieza. “Era un extraño y bochornoso verano, el año en que electrocutaron a los Rosenberg, y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en unas pocas palabras Sylvia Plath introduce unos anzuelos imposibles de no morder por el lector: extraño verano, alguien que ha sido electrocutado y el que está contando la historia que se pregunta qué hacía en una ciudad como Nueva York a la que todo el mundo sabe perfectamente a qué va.

'Pedro Páramo', de Juan Rulfo 
Así empieza. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque basta una línea para desatar un torrente de preguntas que esperan obtener respuesta: ¿quién eres tú?, ¿qué es Comala?, ¿por qué no conociste a tu padre?.

'Historia de dos ciudades', de Charles Dickens 
Así empieza. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos sitúa en un tiempo y un lugar excepcionales, en los que todo parece estar por hacer y todo es posible, de manera que nos predispone a disfrutar una experiencia insólita.

'La familia de Pascual Duarte', de Camilo José Cela 
Así empieza. “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo."
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien interpela a ese anónimo ‘señor’ y, de paso, a nosotros, tal vez haya hecho cosas atroces, pero sabe cómo captar nuestra atención y merece ser escuchado.

'Me llamo rojo', de Orhan Pamuk 
Así empieza. "Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien nos invita a participar en una investigación criminal que se promete apasionante es la propia víctima, ya cadáver, y a cambio está a punto de compartir con nosotros los secretos del más allá.

'El túnel', de Ernesto Sábato 
Así empieza. “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el universo de ficción de Ernesto Sábato irrumpe desde la primera línea para suplantar a nuestro universo. Ya no estamos en el mundo que conocemos, sino en uno distinto en el que todos parecen saber quién es Juan Pablo Castel y cómo y por qué mató a María Iribarne.

'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez 
Así empieza. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque abarca un océano de tiempo, toda la vida de un hombre, en apenas una frase que viene a ser como esa breve secuencia de ‘Ciudadano Kane’ en la que el personaje de Orson Welles se asoma a la muerte añorando el trineo que tuvo de niño.

'Una habitación propia', de Virginia Woolf 
Así empieza. “Pero, me diréis, te hemos pedido que nos hables de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver eso con una habitación propia? Intentaré explicarme".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque incluso una disertación académica, un ensayo sobre literatura escrita por mujeres, puede arrancar con la precisión, la inteligencia y el misterio de las mejores novelas.

'Yo, Claudio', de Robert Graves 
Así empieza. “Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Clau-Clau-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el emperador romano al que todo el mundo menosprecia y que no comete el error de tomarse a sí mismo demasiado en serio ha conseguido ganarse nuestro interés y nuestra simpatía desde la primera frase.

'La metamorfosis', de Franz Kafka 
Así empieza. “Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque viene a ser como el ejemplar microcuento de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), pero con la promesa de saciar nuestra curiosidad y contarnos a continuación la historia completa.

'Moby Dick', de Herman Melville 
Así empieza. “Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque a Ismael le espera la Ballena Blanca, va a participar de una de las odiseas más apasionantes y atroces de la historia de la literatura. Y se adentra en ella con la frívola arrogancia de la juventud y con una mirada virgen.

'Scaramouche', de Rafael Sabatini 
Así empieza. “Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nuestro mundo está tan loco como el de Scaramouch y queremos compartir con él el don de la risa, intuyendo desde ya que, por supuesto, se trata de un enorme patrimonio.

'Las intermitencias de la muerte', de José Saramago 
Así empieza. "Y al siguiente día no murió nadie".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el título y la primera línea reman con eficacia en la misma dirección, la de preocuparnos por la idea de que la muerte deje de cumplir con su deber y pase sin previo aviso a ser intermitente.

'Pálida luz en las colinas', de Kazuo Ishiguro 
Así empieza. “Niki, el nombre que al final le pusimos a mi hija menor, no es un diminutivo, sino un acuerdo al que llegué con su padre. Por paradójico que parezca, era él quien quería ponerle un nombre japonés, pero yo, tal vez por el deseo egoísta de no recordar el pasado, insistí en un nombre inglés. Al final, consintió en ponerle Niki, pensando que ese nombre tenía ciertas resonancias orientales”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque estas tres frases dedicadas a un detalle en apariencia trivial invitan a leer entre líneas y parecen arrojar muchísima luz sobre el pasado, la intimidad y los desencuentros de la pareja que forman esa mujer oriental y ese hombre británico.

'Trópico de Capricornio', de Henry Miller 
Así empieza. “Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque desde el principio nos imaginamos la Villa Borghese, con su higiene y su orden sofocantes, como una especie de sucursal del infierno. Y porque queremos asomarnos a ese baile de solitarios y difuntos que nos propone Henry Miller.

'Todo lo que no te conté', de Celeste NG 
Así empieza. “Lydia está muerta. Pero eso es algo que ellos aún no saben”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en solo 14 palabra caben “ellos”, cabemos nosotros (lectores y cómplices) cabe esa Lydia de la que nada sabemos aún y cabe también el terrible secreto del que se nos acaba de hacer partícipes.

'Ciudad de cristal', de Paul Auster 
Así empieza. "Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque es puro Auster. Están ahí, larvados y envasados al vacío, la imposibilidad de comunicarse, la soledad, el peso abrumador del azar y los problemas de identidad de sus personajes casi siempre a la deriva.

'El extranjero', de Alberto Camus 
Así empieza. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.”
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque hay humor, hay cinismo y hay melancolía en esta concisa declaración de supremo desdén por el mundo.

'Alguien voló sobre el nido del cuco', de Ken Kesey 
Así empieza. “Están ahí fuera. Chicos negros vestidos de blanco que se esconden de mí para tener relaciones sexuales en el pasillo y luego lo limpian todo antes de que pueda descubrirlos en pleno acto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque pronto aprenderemos que ‘el Jefe’ está loco, es uno de los internos de un hospital psiquiátrico de Oregón. Él va a ser quien nos cuente la historia, y cuanto antes nos familiaricemos con su locura, mucho mejor”.

'Matadero cinco', de Kurt Vonnegut 
Así empieza. “Todo esto sucedió, más o menos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque casi cualquier relato es, en el fondo, una pequeña o gran mentira, y nadie nos miente más que quien promete contarnos toda la verdad. Como diría José Mota, “si te digo la verdad, te miento”.

'Corazón tan blanco', de Javier Marías 
Así empieza. “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos seduce, nos intriga y nos sumerge en universo turbio de pérdida de la inocencia, de niñas con pulsiones suicidas que crecen para asomarse a duras penas a algo parecido a la normalidad.

'Paraíso', de Toni Morrison 
Así empieza. “Primero disparan a la chica blanca. Con las demás, pueden tomarse el tiempo que quieran. En el lugar donde están, no hace falta que se den prisa. Se encuentran a 27 kilómetros de una población que, a su vez, está a 145 kilómetros de la más cercana. En el convento habrá seguramente muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque las dos primeras frases nos dejan ya en un horrorizado estado de alerta. Y el resto nos transmiten con precisión quirúrgica la indefensión de las víctimas, la gélida y cruel parsimonia de los verdugos, la soledad del páramo dejado de la mano de dios en que perpetran sus crímenes.

Pervivencia del franquismo

Teodoro León Gross, "El pacto (urgente) contra el franquismo‘", en El País, 7-XI-2017:

El relato de un Estado autoritario bajo la sombra del dictador resulta ridículo si se tienen en cuenta los ‘rankings’ sobre la calidad de la democracia española.

Tener un protagonista en la campaña del 21-D muerto hace 42 años no hace sino acentuar los mimbres delirantes del procés. El protagonismo de Franco es una anomalía asumida, sin embargo, con toda naturalidad. Sin güija. Y desde luego no sucede por un capricho del destino sino por tacticismo oportunista, y en todo caso por la irresponsabilidad de todos, en particular la resistencia de la izquierda a abandonar un fetiche muy rentable pero también la miopía de la derecha a entender que no caben medias tintas. Unos y otros, entre todos, están causando un daño muy considerable a España y fomentando un lastre que nos pesará a todos durante años.

Estas últimas semanas, Franco parece más vivo que nunca. Cuando menos se le mantiene vivo con un respirador ideológico. Incluso en el entorno internacional, donde acaba de mencionarlo arbitrariamente el presidente de los socialistas belgas Elio di Rupo, con un tuit de una profundidad a la altura de su prestigio. Pero sobre todo en el plano doméstico, donde el nacionalpopulismo percute una y otra vez. Puigdemont pedía el voto para redactar una Constitución “sin militares franquistas”. Junqueras ha abundado en la inercia del “Estado autoritario”, identificando los tribunales con el Tribunal de Orden Público del franquismo. Rufián advertía: “El franquismo no murió el 20 de noviembre de 1975 en una cama en Madrid, morirá el 1 de octubre de 2017 en una urna en Cataluña”. Después ha hecho saber que sigue vigente. Marta Rovira: “Esto recuerda a los tics del franquismo, hemos vuelto a 1975”. También Tardá, y suma y sigue mientras en las calles de Barcelona prolifera el grafiti de Franco ha vuelto. Y el mantra ha traspasado fronteras, con la prensa de correa de transmisión.

Todo esto ha servido, por supuesto, de alpiste para los pollos. Y sobre todo entre los anglosajones que han evolucionado sus visiones del romanticismo orientalizante al franquismo sociológico. “El fascismo de Franco está muy vivo en España”, escribía Jake Wallis Simons, nacido en 1978, para The Spectator. En la carta abierta de setenta académicos e intelectuales contra la represión en el referéndum privando a Cataluña de libertad de expresión —desde el inevitable Noam Chomsky a la decepcionante Saskia Sassen— mencionan, cómo no, a Franco como referencia de los acontecimientos actuales. Jon Lee Anderson, con un dogmatismo delirante, ha insistido en el peso del franquismo en España. Incluso escritores que han decidido vivir en España caen en el tópico. ¿Les gusta vivir en una mala democracia o les gusta disfrutar de ese espíritu colonial supremacista de sentirse entre inferiores a los que aleccionar?

La izquierda no acaba de entender que en realidad se desprestigia a España, no al PP

Esto de la mala democracia naturalmente debería ser revisado, en el supuesto de que les interesara lo más mínimo la realidad. Según el reputado ranking Democracy Index de The Economist, España está en el grupo de Full Democracy igualada con el Reino Unido, poco detrás de Alemania, y supera a países, ya en la segunda categoría de Flawed Democracy, como Estados Unidos, Francia, Italia, Portugal y, mon dieu!, Bélgica. Para Freedom House, España obtiene cuatro puntos más que Francia, cinco sobre Polonia, seis más que Estados Unidos o Italia. Sobre libertad de prensa, para quienes dan lecciones, RSF sitúa a España en el segundo nivel tras centroeuropeos y nórdicos, más de diez puntos por delante de Reino Unido o Estados Unidos.

Por supuesto se trata de una democracia imperfecta. Pues claro, todas lo son. De hecho sigue teniendo validez la máxima de Churchill: “Democracy is the worst form of government except all those other forms that have been tried”. La calidad democrática de España, más allá de sus debilidades, que en la administración de Justicia son notorias, está reflejada en esos rankings. Es homogénea con los estándares europeos. Por eso resulta tan ridículo el relato del Estado autoritario bajo la sombra de Franco, que, por lo visto, en esta reencarnación permite todo lo que antes estaba prohibido. Qué curiosa sociedad franquista esta que encabeza rankings de integración racial y tolerancia con la homosexualidad, donde los nacionalistas son hegemónicos en sus territorios desde donde desafían el Estado, y hasta el Barça es el club más favorecido por los árbitros. Pero se ve que algunos contra Franco viven mejor, aunque lleve más de cuarenta años, más de un franquismo, muerto.

En España habrá que tomar alguna vez conciencia del inmenso perjuicio colectivo de todo esto. Hasta cierto punto con el nacionalismo se puede descontar: su objetivo es manifiestamente romper con España, y eso pasa por el desprestigio de ésta con técnicas de propagandismo impropias del juego democrático. Respecto al populismo, es más dudoso, aunque los Iglesias, Echenique, Montero o Garzón, siempre activísimos contra Franco, se rijan por la consigna de "el fin justifica los medios". Si hay que acusar de fachas a Sartorius o a Paco Frutos, perseguidos por el franquismo real, pues se les acusa. La izquierda en general no acaba de entender que donde hoy ven un beneficio rentable para degradar al PP, en realidad se degrada a España, léase a todos los españoles, y se contribuye a prolongar tópicos siniestros y desprestigiar todo lo que lleva la Marca España. Resulta desmoralizador. Alguna vez esto merecerá, definitivamente, un pacto contra el franquismo para enterrar esa sombra y desterrar semejante oportunismo de la conversación pública.

Bajos fondos a principios de siglo

Noelia Fariña, "Fuera de la ley: así eran los bajos fondos de España", en El País, 6-XI-2017:

El segundo volumen de La Felguera Editores vuelve a profundizar en la historia de la delincuencia de nuestro país entre los años 1924 y 1936. Una radiografía criminal protagonizada por pistoleros, anarquistas y maleantes

Dice Servando Rocha, el responsable de la editorial La Felguera, que "vivimos en una ciudad oculta". Porque no hace mucho, las calles que pisamos eran más oscuras, estaban mucho más sucias y servían de refugio para maleantes con pistola en mano, anarquistas que convivían con aristócratas curiosos y travestis que confabulaban por la revolución social. Un escenario tan violento y siniestro como literario.

Fuera de Ley vol.2. Pistoleros, revolucionarios y noctámbulos vuelve a sumergirse en los bajos fondos de nuestro país entre 1924 hasta 1936. El nuevo recopilatorio de la Felguera recoge ese periodo con olor a pólvora y morfina, desde la dictadura de Primo de Rivera hasta la Guerra Civil. Un trabajo de investigación concienzudo que reúne con espíritu casi enciclopédico informes, crónicas y datos para elaborar una radiografía criminal del momento.

"España, quizás por complejo, miopía y cierto desprecio hacia su propio pasado, ha pasado por alto el fascinante mundo que discurría en sus barrios tenebrosos y en los que no había día en que no sonasen las detonaciones de una star o los sótanos y locales a pie de calle con nombre de batalla no vibrasen con la música popular que puso banda sonora al hampa y lo diferente", apuntan los editores, cuya intención es reflejar el espíritu de aquel momento casi secreto.

El barrio chino

"Hay una frase muy bonita de Baroja que explica muy bien como era Madrid: luz en el centro y oscuridad en los alrededores", recuerda Rocha. Los límites de la ciudad se podrían trazar desde Antón Martín hasta Cuatro Caminos, un espacio bastante reducido en el que convivían, y no precisamente en armonía, toda clase de maleantes al margen de la ley y bajo la dictadura de la pistola. Los bajos fondos de la capital propiciaron tanta delincuencia como literatura: "Fueron paseados por Pío Baroja, por Arturo Barea y hasta por Trotski, cuando huía de la Revolución Rusa". El "conocido agitador en aquel imperio y evadido de Siberia", como le llamaban en el periódico católico La Acción, fue arrestado en Madrid al ser considerado un delincuente. Vivió en España unos cuatro meses hasta que consiguió viajar a Nueva York, y a él también le gustaba pasear de noche por esos callejones tan deprimentes como absorbentes.

En Lavapiés, entre las calles del Amparo y la Esgrima se situaba el barrio chino. No despertaba el mismo interés internacional que el de Barcelona con su cabaret La Criolla -refugio de espías, anarquistas, matones y travestis- o el barrio de Valencia -entre las calles del Hospital y San Vicente, tranquilas hasta que el reloj marcaba las 10 de la noche y se transformaban en un espacio de vicio y sombras-, pero también estaba lleno de tascas, forajidos y curiosos. "En el Teatro Barbieri por la tarde había mítines de anarquistas y por la noche se convertía en un cabaret. Creo que eran los sitios a los que había que ir, si viviéramos en esa época estaríamos ahí", apunta el editor.

Pero Lavapiés no era el único sitio en el que se concentraba el hampa, "aunque sí el más temido por la Policía". Tetuán y Cuatro Caminos también tienen su protagonismo en esta crónica negra. "Los informes policiales dicen cosas tan curiosas como, por ejemplo, que Tetuán era refugio de gente proscrita y perseguida por la ley. En estos años se está introduciendo la moto policial y se incluyen declaraciones de comisarios en contra porque se oye desde lejos. Los propios delincuentes tenían solidaridad entre ellos y cuando la escuchan, silban y desaparecen".

Noctámbulos y tabernas

En esos barrios ya de por sí lúgubres y caóticos, la noche marcaba el ritmo de los acontecimientos. Ahora nos gusta llorar por los bares de viejos y antes lo hacían por las tabernas, por esos antros oscuros donde corría el alcohol y la sangre al ritmo de la pianola. En Madrid, la calle de la Encomienda y de La Ruda estaba lleno de cafés cantantes. "Eran sitios donde había actuaciones de flamenco, pero también donde iba el lumpen y el hampa de Madrid. ¿Has visto esas películas con alguna cupletista o cantante de flamenco y gente con una boina y un cigarro medio acabado en la comisura de los labios? Pues ese era el ambiente de los cafés cantantes. Había muchísimos: el café de la Amancia, el café de la Magdalena...", enumera Rocha.

El entramado nocturno lo completaban las tabernas y las casas de dormir: "Pagabas unos reales por un café con leche y podías dormir en la propia taberna. Dormían en el suelo y algunos incluso se ataban a la mesa para evitar caerse". Pero la noche no solo atraía a los seres más marginales de la ciudad. "Todo este mundo fascinaba a los aristócratas y muchas veces se mezclaban con ellos, e incluso se disfrazaban. Hay una historia muy interesante y es la relación de Miguel Primo de Rivera con una tanguista de la que se enamoró".

La Acera Roja

Fuera de la Ley recoge innumerables crónicas y reportajes de lo que sucedía en los bajos fondos de las ciudades. Los periodistas encontraron en ese abismo una fuente inagotable de historias. "En varios textos aparecen fotografías de periodistas disfrazados como apaches para mezclarse entre ellos y luego contarlo. Eso sí que es nuevo periodismo", apunta Rocha. Sin embargo, los reporteros no eran los únicos que asumían riesgos. "En los años 30, el tramo desde Montera hasta el inicio de la calle Alcalá se conocía como la Acera Roja porque era donde los anarquistas vendían su propaganda, pero también lo hacían los falangistas. Había siempre enfrentamientos e incluso un día apareció José Antonio Primo de Rivera, pistola en mano. Los propios vendedores tenían que ir armados para evitar ser tiroteados".

Las mecheras

El espectro criminal estaba formado por pistoleros, carteristas, traficantes, chulos o atracadores. Servando Rocha destaca el papel de las mecheras que solían operar por la plaza de Antón Martín a la luz del día. "Eran mujeres que entraban en determinados sitios, como joyerías o tiendas de víveres, y utilizando falsos bolsillos dentro de los vestidos, con una habilidad increible -a veces incluso utilizaban los dedos de los pies-, podían robar joyas o lo que fuera".

En esta historia de delincuencia también hay protagonistas como Felipe Sandoval, líder de una de las checas más temidas de la capital instalada en el Cine Europa. "Era un atracador anarquista, considerado el enemigo público número 1. Nació en el barrio de las Injurias y participó en numerosos atracos a mano armada", apunta Rocha. Uno de esos asaltos fue el de la cárcel Modelo de Madrid, en 1936, que terminó en la matanza de políticos de la derecha.

 Los camerinos de La Criolla en una de las pocas fotografías de Pepe el de la Criolla (traje oscuro y el más mayor) y, a su izquierda, el travesti Flor de Otoño, con chaqueta negra y camisa blanca. El pistolero Trotzky es la persona con gafas y sentado en un lateral. Mundo Gráfico, 29 de noviembre de 1932.

Los camerinos de La Criolla en una de las pocas fotografías de Pepe el de la Criolla (traje oscuro y el más mayor) y, a su izquierda, el travesti Flor de Otoño, con chaqueta negra y camisa blanca. El pistolero Trotzky es la persona con gafas y sentado en un lateral. Mundo Gráfico, 29 de noviembre de 1932.

Flor de Otoño y 'los invertidos'

La homosexualidad en esa época estaba proscrita. "Hay una entrevista de muchísimas páginas con los comisarios de todos los distritos de Madrid en los años veinte. Cada comisario habla de los delincuentes que hay su zona y dicen que en los últimos meses ha habido varias redadas, y cito textualmente, de ‘invertidos’. Es decir, de homosexuales que generaban reuniones secretas en pisos". En esta escena destaca un gran personaje del barrio chino barcelonés, Flor de Otoño, al que años más tarde José Sacristán daría vida en la peli de Pedro Olea, Un hombre llamado Flor de Otoño. "Era un travesti y espía anarquista que frecuentaba el café de La Criolla y del que hay solo cuatro fotos. Participó en el intento de asalto a un cuartel en Barcelona en los años 20 que se llamaba el cuartel de Atarazanas. Los dueños del cabaret dicen que a pesar de su aspecto angelical, era una persona con numerosos antecedentes penales y anarquista veterano, estaba muy perseguido por la policía. Dudo que se sepa algo más en un futuro sobre Flor de Otoño".

'Fuera de la Ley vol. 2'
Fuera de la ley: así eran los bajos fondos de España
LA FELGUERA EDITORES
Pistoleros, revolucionarios y noctámbulos. Los bajos fondos en España (1924-1936)

Autor: VV.AA

Editorial: La Felguera (2016).

Formato: tapa blanda (566 páginas).

domingo, 5 de noviembre de 2017

Ahores y arpagos

Los ahores eran entre los gentiles los niños que habían muerto o que habían muerto violentamente y por eso permanecían ante las puertas del báratro o infierno sin entrar hasta que llegaban a la edad en que debían hacerlo. La palabra significa en griego "el que no ve". Los arpagos (de arpago, "yo arrebato") eran entre los latinos más o menos lo mismo: niños demasiado jóvenes para morir. Forman parte de una serie de espíritus o entes que, según algunos autores, pululan entre la vida y la muerte formando otro mundo poblado sobre todo por los llamados longaevi o seres de larga edad, de los cuales habla algo la mitología y la superstición.

Cuando Lucifer se rebeló contra Dios no se pusieron ni a favor ni en contra del Supremo Hacedor, y por eso se pospuso su destino hasta el día del juicio final y se establecieron entre la tierra y el cielo. Según los que saben o creen saber de eso, tienen cuerpo, aunque no como el nuestro, y lo único que sabemos de ellos es que más vale no tener tratos con ellos: pueden ser muy buenos o muy terribles si se los ofende. 




Son muy antiguos también los libros que hablan de ellos. Cualquiera que quiera profundizar en el tema puede empezar por el erudito C. S. Lewis, La imagen del mundo (1964). Encontrará allí lo que los textos clásicos dicen sobre el origen de toda esa fauna preternatural que habita en el mundo sublunar: duendes, elfos, diaños, hadas, elementales, salamandras, trasgos, encantadas, gnomos, genios y demás criaturas feéricas que solo puede ver el que tenga la llamada "segunda mirada" de la que hablaba Robert Kirk, un clásico de estas chaladuras que desapareció en extrañas circunstancias, como muchos de los que llegaron a obsesionarse con el tema. Su libro The Secret Commonwealth es un exitazo entre los hiperfrikis del barrio de las Terreras. Pero tampoco hace falta ver cuadros de John Martin o Richard Dadd, ver Fotografiando hadas de Nick Willing o leer los nebulosos y mortecinos poemas del desmayado Charles Algernon Swinburne para darse cuenta de que este mundo tiene muchos más barrios que los que conocemos. Basta con entreabrir un poco la razón para que entren los aires de lo que se nos escapa. Si uno no se pierde y puede volver a los brazos de la cómoda lógica aristotélica, o incluso de las gilipolleces zombis de los que se creen raritos, estupendo. Si no... Ya lo he dicho. Hay que saber cerrar la puerta y como mucho oír algo de lo que se dice tras ella.

Una distopía global

La segunda guerra civil americana

Algunas novelas nos hacen sentir que situaciones que ahora parecen inverosímiles quizás no lo sean tanto

MOISÉS NAÍM
5 NOV 2017

La segunda guerra civil que estallará en Estados Unidos será más devastadora que la que comenzó en 1861. En ese primer conflicto murieron más estadounidenses que los que han fallecido en todas las guerras en las que ha participado ese país desde entonces.

Pero la segunda guerra civil que ocurrirá a finales de este siglo será mucho peor. La nación quedará dividida entre los Estados rojos del sur y los azules del norte. El cambio climático habrá alterado drásticamente fronteras y formas de vida. El Estado de Florida, por ejemplo, ya no existirá y más bien se podrá navegar por lo que para entonces se llamará el mar de la Florida. Un ataque terrorista esparcirá un nuevo agente biológico que desencadena una pandemia que dura una década y mata a más de 110 millones de personas.

Estos no son los pronósticos de un futurólogo, sino los de un novelista. Omar el Akkad (35 años) nació en Egipto, creció en Qatar y trabajó como periodista en Canadá. Ha cubierto la guerra en Afganistán, la prisión de Guantánamo, la primavera árabe y los conflictos raciales en Ferguson (Misuri). Esos y otros acontecimientos le sirven de inspiración para su inquietante primera novela, American War (La guerra americana).

Últimamente han proliferado las novelas distópicas, historias que ocurren en un futuro espantoso, y esta, ciertamente, puede incluirse en esta categoría.

La guerra americana de este libro ocurre entre 2074 y 2095 y, si bien el desencadenante más inmediato es el asesinato del presidente de Estados Unidos a manos de un terrorista suicida, el contexto que la nutre es una sociedad profundamente dividida en sus valores, estilos de vida y preferencias políticas. Esta extrema polarización se desborda a raíz de la promulgación de una ley que prohíbe el uso de combustibles fósiles en todo el país. Inmediatamente Misisipi, Alabama, Georgia, Carolina del Sur y Texas rechazan la ley y declaran su independencia, comenzando así la segunda guerra civil.

El Akkad desarrolla la trama a partir de los Chestnut, una familia “normal” de esos tiempos. Parte de esa “normalidad” es que la guerra les alcanza y terminan viviendo durante largos años en un campamento de refugiados que, cruel ironía, se llama Campo Paciencia. El autor conoce bien los campamentos de refugiados de Oriente Próximo y usa lo que ha visto para transmitirnos vívidamente las terribles condiciones de estas precarias ciudades temporales que casi siempre terminan siendo permanentes.

Las circunstancias de la familia Chestnut se ven constantemente sacudidas por conflictos políticos que se nutren de odios ancestrales, y que son potenciados por el cambio climático y las nuevas tecnologías. El personaje central es una de las hijas, Sara T. Chestnut, a quien todos llaman Sarat. Dana, su hermana gemela, muere cuando su autobús es atacado con misiles disparados desde un avión sin tripulantes, un dron. En esta historia los drones son una presencia constante. También el terrorismo. En el Campamento Paciencia, la joven Sarat es reclutada y radicalizada por un hombre mayor que resulta ser un agente del Imperio Buazizi. Este inesperado imperio ha surgido después de que múltiples revoluciones en los países árabes y regiones de Asia Central crearan las condiciones para formar una sola nación, cuya capital es El Cairo. China y el Imperio Buazizi tienen las economías más prosperas del planeta, y millones de europeos emigran al norte de África para buscar allí las oportunidades de trabajo que no consiguen en sus países, después del colapso de la Unión Europea.

El nombre de este nuevo imperio está cargado de significado: Mohamed Buazizi fue el joven tunecino cuya inmolación a finales de 2010 provocó las revueltas populares que terminaron derrocando al dictador de ese país y estimulando la primavera árabe. En la novela, el Imperio Buazizi hace lo que puede para fomentar los conflictos y divisiones en Estados Unidos e impedir que este potencial rival se recupere. Y obtiene un triunfo en este sentido cuando su agente Sarat logra infiltrarse en la ceremonia que marca la reunificación de Estados Unidos e introduce el agente biológico que desencadena la pandemia que postrará al país durante largos años.

El propósito implícito de muchas novelas distópicas es ilustrar el mundo de hoy a través de la descripción del futuro. Esto lo logra muy bien El Akkad. Él ha dicho que cuando comenzó a escribir el libro, hace tres años, su propósito era “acercar a sus lectores a los horrores producidos por la violencia sectaria y mostrarles como el deseo de venganza es universal”. También reconoce que no había anticipado que su entonces muy especulativa premisa —que una potencia foránea interviene en la política estadounidense para ampliar las fisuras existentes— pudiese llegar a ser la realidad que hoy domina la conversación nacional americana.

Pero quizás el mayor logro de esta novela es que nos hace sentir que ominosas situaciones extremas que ahora nos parecen inverosímiles quizás no sean tan improbables y remotas como creemos. Y que todo depende de nosotros y lo que hagamos ahora.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Chesterton. El error de conservadores y progresistas

“Después de haber dicho tanto sobre los errores del progresista, me gustaría decir algo sobre los errores del conservador. De hecho, el conservador cae exactamente en el mismo error que el progresista. Ese error consiste en que cada uno de ellos permite que la verdad esté determinada por el tiempo. Es decir, juzga una cosa basándose en si es de ayer, de hoy o de mañana, y no por lo que es en la eternidad.

[…] El problema con el conservador es que asigna una importacia sobrenatural a su propio nacimiento. En lugar de contar las fechas desde el nacimiento de Cristo o (si lo prefiere) desde el nacimiento de marco Aurelio […], las cuenta desde su propio nacimiento. Lo que había cuando nació, como la Constitución británica (1), debe reverenciarse. Lo que aún no había sucedido en esa fecha en particular, como la Revolución bolchevique, debe rechazarse (2). En lugar de considerar un proceso y someterlo a la prueba de los principios, solo le importa cuánto tiempo lleva en marcha y únicamente lo somete a la prueba de si continúa avanzando o no.

Esa es la verdadera irracionalidad que en ocasiones se percibe de algún modo en cierto tipo de conservadurismo. No es que ame el pasado, sino que ama el presente, un tipo de pasión mucho más absurda. Es una ilusión imposible en su misma esencia, porque se destruye a sí misma perpetuamente. Cada avance del progresista se convierte en un estatus para el conservador. Cada revolución perversa se transforma en una valiosa institución. Cada cosa abominable que se intenta lograr se convierte en algo admirable porque se ha logrado; no porque sea una institución eficaz, sino porque ha sido el resultado de una revolución eficaz. A menudo, conservador solo significa alguien que conserva revoluciones.

Podría expresarlo diciendo que puede que yo sea un reaccionario, pero estoy seguro de que no soy un conservador. Soy un reaccionario en el sentido auténtico de que reaccionaría contra muchas cosas del pasado así como del presente. No las sometería a la prueba de un calendario que registre si ya han sucedido o no, sino a la prueba de un credo, que determine si deberían suceder. Algunas de las cosas que deseo ya han sucedido y, por lo tanto, yo las conservaría; otras no han sucedido aún y, por lo tanto, me uniría a una revolución para obtenerlas.

[…] Lo cierto es, por supuesto, que todo lo que hay de realmente pedante o inhumano en la campaña de los progresistas debe casi todo su éxito al hecho de que solo se le oponen los conservadores. No hay reaccionarios razonables que se opongan a ello, que tengan un ideal alternativo del Estado; lo único que hay es gente que comparte el mismo ideal y solo rechazan que ese ideal continúe avanzando. Los socialistas tienen una cualidad sólida y respetable: saben lo que quieren. Por lo tanto, nadie podrá presentarles una resistencia adecuada a no ser que esté verdaderamente convencido de que quiere algo distinto".

Gilbert Keith Chesterton, Illustrated London News, 30 de octubre de 1920

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Literatura sobre el duelo y la superación de la muerte

Tereixa Constenla, "9 libros de la muerte que hablan de la vida. La literatura del duelo se afianza como un género propio dentro de la autoficción. Seleccionamos, con motivo del Día de los Muertos, algunos títulos publicados en la última década", El País, 1 NOV 2017 - 

Escribir para olvidar o recordar. Escribir para revivir o sepultar. Escribir para curar o sangrar. Escribir porque un escritor no sabe hacer otra cosa. El duelo, un trance universal y al mismo tiempo único, ha alimentado algunas obras excepcionales a lo largo de la historia. Pero es en estos tiempos de la literatura del yo y de la autoficción, en estos días de intimidades descarnadas y públicas, donde el género es más frecuentado. En esta lucha contra los demonios de la pérdida, algunos autores crean pequeñas obras maestras.  

A cada momento seguimos vivos. Tom Malmquist. Turner. 2017.

Tom Malmquist (Suecia, 1978) era un poeta de cierto éxito. Ahora eso ya no tiene importancia. Después de escribir A cada momento seguimos vivos, hay quien le considera el Knausgard sueco por ponerle prosa a su intimidad. Pero no se parecen. No hay rastro de la introspección intimista que a veces desliza el noruego entre sobredosis de realidad en el libro de Malmquist. No hay poesía, no hay lírica, no hay escapatoria. Karin, la pareja del autor, ingresa en el hospital con un embarazo de siete meses y una infección respiratoria. Las 100 páginas iniciales cuentan la rápida progresión de Karin hacia la muerte debido a una leucemia mieloide. Malmquist parapeta su estupefacción tras una labor notarial –anota en un pequeño cuaderno la jerga médica, los diálogos y la atmósfera con el detenimiento de un cazamariposas- mientras hace kilómetros por el pasillo subterráneo del hospital Karolinska, que conecta la unidad de neonatos con la de cuidados intensivos de cirugía torácica. Se prepara para la muerte al tiempo que recibe una nueva vida. Es un libro sobre la pérdida, claro está, pero también es un registro hipnótico sobre el microcosmos sanitario en Suecia. Los familiares de los enfermos disponen de salas que parecen pequeños apartamentos (camas, microondas, frigoríficos, sofás) y, en el caso de Malmquist, pueden acceder a espacios insospechados como el quirófano donde le practican la cesárea que culminará en el nacimiento de su hija, Livia. El poeta escribe con bisturí sobre el desmoronamiento de la vida que tenía y de la vida que esperaba tener. También de la vida que estrena como padre solitario, y que da lugar a algunas de las derivas disparatadas del sistema sueco. Malmquist tendrá que afrontar un esperpéntico periplo administrativo para que se le reconozca como padre de la criatura.

La ternura de las piedras. Marion Fayolle. Traducción de Regina López. Nórdica, 2016

Después de perder a su padre, Marion Fayolle (Ardeche, Francia, 1988) dibujó una despedida poética y surrealista –dibuja a su padre a veces como una piedra, a veces como un rey colérico - en la que participaba toda la familia. El feísmo de la realidad –las difíciles relaciones con un padre distante- se transforma en dibujos oníricos que cuentan sin herir. “Yo creía que la enfermedad y las adversidades acabarían por enternecerlo. Había visto un documental que explicaba cómo las piedras se transformaban en guijarros y luego en fina arena gracias a los embates del mar, el azote enérgico de las olas. Era el principio de la erosión. Sin embargo, yo sentía que, en lugar de pulirlo, la enfermedad se lo había ido comiendo poco a poco, pero sin alisar lo más mínimo sus contornos”. Fayolle no ajusta cuentas, pero tampoco disimula las magulladuras que sufre la familia. “La vida del Rey funcionaba como un reloj. Si alguien modificaba mínimamente sus horarios, se ponía furioso. Suele pasar. La gente que ostenta muchos poderes es temperamental y caprichosa”.

También esto pasará. Milena Busquets. Anagrama, 2015.

Una rareza. Lectores y críticos se pusieron de acuerdo en celebrar la novela sin ficción que la escritora Milena Busquets (Barcelona, 1972) había dedicado a la editora Esther Tusquets. Una hija escritora tal vez no sea el mayor deseo de una madre editora. Ya no se sabrá. Tusquets no podrá leer un libro donde la ligereza no oculta la pena ni el dolor relega el vitalismo. Pero la protagonista, Blanca, despliega una fórmula para seguir adelante, que nada tiene que ver con el enclaustramiento emocional. La vida, con sus frivolidades y sus pasiones, está afuera, bajo la luz de Cadaqués. A esa vida que sigue, aunque ya nunca volverá a ser igual, se aferra Blanca con el instinto tanto como con la inteligencia. Levedad a raudales, frivolidad burguesa, nostalgia contenida, lealtades justitas. Un libro, el segundo de Busquets, que arrasó dentro y fuera de España. Una carta de amor, según la autora, de una hija a una madre que ni fue una catarsis ni un ajuste de cuentas. 

¿Podemos hablar de algo más agradable? Roz Chast. Traducción Rocío de la Maya. Reservoir books, 2015.

Roz Chast (Nueva York, 1954) quería lidiar con la muerte de sus padres y el resultado fue una novela gráfica dolorosa, divertida, inteligente y honesta, que estuvo a punto de recibir el National Book Award en 2014 saltándose las convenciones de la literatura. Cuando publicó el cómic, Chast guardaba las cenizas de sus padres, fallecidos con dos años de diferencia, en dos bolsas en el suelo de su ropero, junto a sus zapatos, camisetas, una plancha y manualidades infantiles. “El director de la funeraria me preguntó si quería que mezclaran sus cenizas. Le dije que mi madre había sido tan dominante cuando estaban vivos que sería mejor que él tuviera un poco de espacio propio. Cerca, pero independiente”. Hasta llegar a este epílogo, Chast reconstruye los últimos años de sus padres, un hombre sumiso y una mujer autoritaria, con su imparable deterioro. La vejez sin paños calientes. También el repaso a su odiosa infancia de hija única en Brooklyn y el higiénico distanciamiento que crea cuando se casa y tiene a sus hijos. Apoyándose sobre fotografías, viñetas, distintas tipografías y una voz narrativa, el cómic traslada una veracidad conmovedora, y a veces tétrica, sobre el desmoronamiento de la vida, el sentido de la responsabilidad o la guadaña de la culpa.

La ridícula idea de no volver a verte. Rosa Montero. Seix Barral, 2013.

En pleno duelo por su pareja, el periodista Pablo Lezcano, fallecido en 2009, la escritora Rosa Montero (Madrid, 1951) descubrió el duelo de la científica Marie Curie por su marido Pierre, atropellado por un coche de caballos en abril de 1906. Ni siquiera un cerebro genial puede mantener a raya el dolor de la pérdida. Marie Curie enloqueció. Guardó sus ropas ensangrentadas. Vagabundeó atrapada en la culpa. Dejó de hablar a sus hijas del padre para hablar con el padre a través de un diario: “Yo me estaba ocupando de las niñas, y te marchabas preguntándome en voz baja si iría al laboratorio. Te contesté que no lo sabía y te pedí que no me presionaras. Y justo entonces te fuiste; la última frase que te dirigí no fue de amor y de ternura. Luego, ya solo te vi muerto”. Al tiempo que avanza en la biografía de la única mujer con dos Premios Nobel (Física y Química), Montero comparte en esta rareza literaria –en la línea deLa loca de la casa- reflexiones, sentimientos y sinrazones. “La pérdida de un ser querido es una vivencia tan dislocada e insensata que resulta increíble cuánto te puede llegar a turbar y emocionar una tarjeta VISA con el nombre de tu muerto escrito en relieve”. La novelista guardó en un cajón el móvil que Pablo odiaba, la agenda, la billetera, el DNI, el permiso de conducir. Los duelos son universales pero únicos. Cada uno lo afronta a su manera. “La muerte”, escribe Rosa Montero, “mancha también nuestros recuerdos: no soportamos rememorar nuestra ignorancia, nuestra inocencia. Esos días que pasé con Pablo en Nueva York, apenas un mes antes de que le diagnosticaran el cáncer, son ahora una memoria incandescente: él estaba malo y yo no lo sabía, estaba tan enfermo y yo no lo sabía, le quedaba un año de vida y yo no lo sabía; ese desconocimiento abrasa, ese pensamiento es persecutorio, esa inocencia de ambos antes del dolor resulta insoportable. Ahora veo la preciosa foto que hice desde la ventana de nuestro hotel en Manhattan y siento cómo se me hiela el corazón”.

Noches azules. Joan Didion. Traducción de Javier Calvo. Mondadori, 2012.

Hay un libro mítico de Joan Didion (Sacramento, 1935): El año del pensamiento mágico. Se publicó en 2006. Se escribió poco después de la muerte de su marido, el escritor John G. Dunne. Estupor, tristeza, cólera, pensamiento mágico: no tirar la ropa de John porque le hará falta cuando regrese. John sufrió un infarto cuando estaban a punto de sentarse a cenar una noche de diciembre de 2003. Regresaban del hospital donde habían visitado a su hija, Quintana Roo, en coma, que fallecería pocos meses después de su padre. Didion tardó mucho más tiempo –cinco años– en llevar el duelo por su hija a la literatura. En Noches azules rehace la vida de su hija, adoptada, al tiempo que desnuda su propia fragilidad. Didion no oculta su conmoción al observar la pérdida de su vigor físico y la desaparición de la vida plena que se esfumó sin avisar. Un libro donde comparte el miedo a la propia muerte.  

Tiempo de vida. Marcos Giralt Torrente. Anagrama, 2010.

En otoño de 2007 Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) anotó en un cuaderno: “El mismo año en que mi padre enfermó publiqué una novela en la que lo mataba”. Lo consideró un buen comienzo. Llenó páginas. Leyó libros sobre padres e hijos, familias y muertes. Pero el buen comienzo no conducía a ninguna parte. “Me faltaba la idea motriz; no la tenía porque lo único que sentía era un gran vacío. Un duelo es una cosa extraña. Un duelo se siente una vez que ha quedado atrás. Un duelo te aísla incluso de ti mismo”. Finalmente contó cosas y calló otras: “Hay lugares que desconozco y lugares a los que no quiero llegar”. Suficientes para reconstruir la vida del padre, el pintor Juan Giralt, fallecido en febrero de 2007 debido a un cáncer. Ocho meses después el novelista escribió: “En todo este tiempo no he escrito apenas. No tenía tiempo ni cabeza. Tampoco he leído. He vivido hacia afuera, multiplicado en tantas facetas y cometidos como exigían sus muchas necesidades. He sido su principal compañía, su interlocutor ante los médicos, su psicólogo, su ayudante, su brazo ejecutor, su camarero y enfermero. He dejado a un lado mi vida, me he anulado y me he fusionado con él (…) He visitado casi a diario farmacias y ambulatorios, le he curado heridas imprevistas, lo he ayudado a levantarse y a acostarse, lo he llevado y traído del baño, he temido su muerte, la he deseado por momentos y, cuando sólo quedaba sufrimiento y ninguna alegría que el dolor no neutralizara, he hecho la llamada que él me había pedido. He recibido a los médicos que ya no venían a curarlo, me he dejado adiestrar por ellos, he esperado su muerte, lo he visto muerto y lo he amortajado. He cumplido, en fin, su voluntad en todos sus términos y el esfuerzo de todo ello me ha dejado exhausto. Exhausto y vacío”. Por esta obra recibió el Premio Nacional de Narrativa en 2011 y el Strega Europeo.

De vidas ajenas. Emmanuel Carrère. Traducción de Jaime Zulaika. Anagrama, 2009.

En la Navidad de 2004 Emmanuel Carrère (París, 1957) mascullaba sobre sí mismo y su incapacidad para amar en un bungalow de Sri Lanka cuando la Gran Ola destrozó el Sudeste asiático. Tanto él como su pareja, Hélène d’Encausse, y los dos hijos (no comunes) que les habían acompañado, salieron indemnes. A última hora habían suspendido la clase de submarinismo a la que se habían apuntado. La muerte puede ser así de esquiva. Emmanuel y Hélène pensaban en separarse. Y eso, que era lo más importante de aquel momento, dejó de tener trascendencia alguna ante las dimensiones de la tragedia, que costó la vida de 35.000 personas en Sri Lanka. Entre ellas la hija de otros turistas franceses, Jérôme y Delphine, a los que acompañaran permanentente desde ese momento y hasta su regreso a Francia. Carrére que, a sus 47 años, nunca había visto un muerto, recorrió escenarios donde lo imposible era no verlos.  A su regreso a París había más urgencias: la recaída en el cáncer de la hermana de Hélène, Juliette. “En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿por qué no escribes nuestra historia?”. Y de este encargo, salió uno de los libros más bellos y generosos de Carrère, que aparca el ensimismamiento de otras obras, para contar historias cotidianas de seres extraordinarios, o tal vez historias extraordinarias de seres cotidianos. Un libro que mantiene viva a Juliette, capaz de sentar las bases de un novedoso derecho del consumo desde su pequeño juzgado de provincias, junto a otro colega, tan enfermo y tan cojo como ella. En Francia lo eligieron en 2009 mejor novela del año.

El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince. Seix Barral, 2007

Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) descubrió el cadáver de su padre, el médico Héctor Abad Gómez, en un charco de sangre en agosto de 1987. Especialista en salud pública –creía en su poder para transformar realidades–, activista contra la corrupción política y profesor universitario mal visto por los acomodados en la élite, fue asesinado por dos jóvenes que iban en moto mientras asistía al duelo de otra víctima de paramilitares. En uno de los bolsillos de su chaqueta, el médico colombiano llevaba un soneto de Borges: "Ya somos el olvido que seremos". Su hijo rastreó en sus propias vivencias de niño privilegiado, distinguido por el padre entre tantas hermanas, y reconstruyó la biografía del hombre público volcado en una causa. "Fue injusto con nosotros", reflexionaba el escritor poco después de publicar la obra, "los héroes siempre son injustos, porque era consciente de que lo iban a matar, y lo mataron y todo ha sido inútil. La violencia siguió adelante. Pero sólo puedes combatirla con palabras. Contar lo que es".