domingo, 5 de noviembre de 2017

Ahores y arpagos

Los ahores eran entre los gentiles los niños que habían muerto o que habían muerto violentamente y por eso permanecían ante las puertas del báratro o infierno sin entrar hasta que llegaban a la edad en que debían hacerlo. La palabra significa en griego "el que no ve". Los arpagos (de arpago, "yo arrebato") eran entre los latinos más o menos lo mismo: niños demasiado jóvenes para morir. Forman parte de una serie de espíritus o entes que, según algunos autores, pululan entre la vida y la muerte formando otro mundo poblado sobre todo por los llamados longaevi o seres de larga edad, de los cuales habla algo la mitología y la superstición.

Cuando Lucifer se rebeló contra Dios no se pusieron ni a favor ni en contra del Supremo Hacedor, y por eso se pospuso su destino hasta el día del juicio final y se establecieron entre la tierra y el cielo. Según los que saben o creen saber de eso, tienen cuerpo, aunque no como el nuestro, y lo único que sabemos de ellos es que más vale no tener tratos con ellos: pueden ser muy buenos o muy terribles si se los ofende. 




Son muy antiguos también los libros que hablan de ellos. Cualquiera que quiera profundizar en el tema puede empezar por el erudito C. S. Lewis, La imagen del mundo (1964). Encontrará allí lo que los textos clásicos dicen sobre el origen de toda esa fauna preternatural que habita en el mundo sublunar: duendes, elfos, diaños, hadas, elementales, salamandras, trasgos, encantadas, gnomos, genios y demás criaturas feéricas que solo puede ver el que tenga la llamada "segunda mirada" de la que hablaba Robert Kirk, un clásico de estas chaladuras que desapareció en extrañas circunstancias, como muchos de los que llegaron a obsesionarse con el tema. Su libro The Secret Commonwealth es un exitazo entre los hiperfrikis del barrio de las Terreras. Pero tampoco hace falta ver cuadros de John Martin o Richard Dadd, ver Fotografiando hadas de Nick Willing o leer los nebulosos y mortecinos poemas del desmayado Charles Algernon Swinburne para darse cuenta de que este mundo tiene muchos más barrios que los que conocemos. Basta con entreabrir un poco la razón para que entren los aires de lo que se nos escapa. Si uno no se pierde y puede volver a los brazos de la cómoda lógica aristotélica, o incluso de las gilipolleces zombis de los que se creen raritos, estupendo. Si no... Ya lo he dicho. Hay que saber cerrar la puerta y como mucho oír algo de lo que se dice tras ella.

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