domingo, 19 de noviembre de 2017

Las cuatro historias inmortales de Borges en Helénika, por Ricardo

El oro de los tigres de Jorge Luis Borges se publicó en el año 1972. En este libro se incluye su breve apólogo “Los cuatro ciclos”,  en el que el argentino expresaba una adhesión absoluta por la tradición literaria griega y los mitos clásicos. He aquí el relato.

Los cuatro ciclos

Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro  y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agrandando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce dejó esta línea que anda por mi memoria: The borgh britened and brent to brondes and askes. Dante Gabriel Rosseti imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.

Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso. El de Ulises, que, al cabo de diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Itaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas del ajedrez con que antes jugaron.

La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan montañas y mares y ven la cara de su Dios, el Simurg, que es cada uno de ellos y todos. En el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien al fin, merecía la conquista del Grial. Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena los deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres  de valor y de fe que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.

La última historia es la del sacrificio de un dios. Atiis, en Frigia se mutila y mata; Odín, sacrificado a Odín. El Mismo a Sí Mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.

Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformadas.

La primera historia es la historia de una guerra de asedio y está narrada en la Ilíada. ¿Cuándo quedó sellado el destino fatal de Troya? ¿Tal vez cuando Laomedonte incurrió en hýbris incumpliendo su trato con Poseidón y Apolo; o bien cuando el pastor que era un príncipe le otorgó la manzana de la belleza a Afrodita? ¿Qué quiere decir el quinto verso del primer libro de la Ilíada (“y el plan de Zeus se cumplía”)? ¿A quién se llevó Paris a Troya: a Helena o a una doble fantasmal? (2) ¿Qué podían hacer los seres humanos si ya no eran más que marionetas manejadas por los dioses?

La segunda historia es continuación de la primera: terminada la guerra, los héroes  aqueos victoriosos vuelven a su patria. Regresan, pero uno de sus caudillos, Odiseo-Ulises, se pierde en el mar y vaga durante diez años hasta llegar a su casa y reencontrarse con su familia. Este es el argumento de la Odisea. ¿No somos todos acaso Ulises? ¿No nos perdemos alguna vez en mares ignotos? ¿Por qué vida no han pasado Sirenas, Circes y Calipsos? ¿Y el ánsia por llegar? ¿Y el viaje? ¿Y la espera? ¿Y el reencuentro?  ¿No es nuestra vida una Odisea?

La Ilíada y la Odisea se atribuyen (aunque con reservas) a Homero.

La tercera historia, la del viaje de Jasón y los Argonautas en busca del vellocino de oro, la escribió Apolonio de Rodas en las Argonáuticas. El viaje de Jasón y sus compañeros, de ida y vuelta, estuvo lleno de peligros y de aventuras, algunas de ellas idénticas a las de la Odisea (Escila y Caribdis, encuentro con las Sirenas). ¿Sabemos qué queremos? ¿Qué buscamos? ¿Para qué nos sirve lo que buscamos? ¿Cuándo encontraremos a nuestro Simurgh?.

Hasta aquí, Borges cita las fuentes griegas como ejemplo arquetípico de las historias literarias posibles. Pero en la cuarta… En la cuarta, la que corresponde al sacrificio de un dios, se le olvidó al argentino citar a Prometeo, el titán benefactor de la humanidad que robó el fuego a Zeus para entregárselo a los seres humanos. Por ello, Prometeo fue castigado y encadenado a una roca. Un águila la roía las entrañas de día y de noche se le regeneraban (3). Esta historia se encuentra en la tragedia de Esquilo  Prometeo encadenado. ¿Somos Zeus o Prometeo? ¿Cómo contribuimos al bien común los seres humanos? ¿Dónde queda nuestro espíritu de sacrificio?

Si a partir de estos cuatro ejemplos sólo podemos esperar variaciones, ¿se ha agotado la literatura?, ¿se han agotado los argumentos? La literatura griega está en nosotros y en nuestras vidas. Este curso la estudiaremos desde un punto de vista diferente.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Alessandro Pluchino y la democracia

Cualquiera que mire los periódicos apercibirá de inmediato que estamos gobernados por lo que solo podríamos definir como gilipollez. No hace falta ir a los EE. UU. ni a la Rusia de Putin: más o menos cualquier gobierno luce uno o varios rasgos de ese mal fundamental. Pero los griegos, que inventaron la democracia, inventaron también el procedimiento para evitarlo: poderes compartidos y elegidos en su mayoría por el simple sorteo y el destierro, que ellos llamaban ostracismo, para el que diera más la lata; hoy diríamos que para el que gastase más en publicidad.

Hace años condedieron el Ig Nobel de Gestión al matemático y estadístico investigador Alessandro Pluchino y sus colaboradores de la Universidad de Catania (Sicilia) por demostrar que ascender a trabajadores en cualquier organización al azar es el método más eficiente para mejorar los beneficios de una empresa. Esto es, que si la determinación de quién manda en empresas e instituciones la hiciese una lotería, a todos nos iría mejor.

Una demostración interesante, pero con poco futuro, me temo, ya que los poderes son todo menos eso. El poder está lleno de paranoicos, codiciosos e hijos de p. (de papá, so mal pensados), y que este procedimiento se llegara a generalizar sería para ellos (es curioso), poco democrático. Seguro que alegarían sus miedos y fobias y el peligro que sufrirían sus dineros y sus preciosas relaciones físicas y sociales: familiares, amiguetes y grupos de presión. Sólo hay que repasar la lista de dirigentes del siglo XX para comprobar cómo abundan los paranoicos (narcisistas o con manía persecutoria más o menos genocida), los codiciosos, parientes más o menos consaguíneos y los despreocupados de los demás en mayor porcentaje que entre la gente normal. En los cuadros dirigentes lo normal es la elección a dedo en el 95% de los casos. Y el famoso sociólogo Pierre Bourdieu dice más o menos lo mismo.

Pero Pluchino y sus colaboradores insisten y han ido incluso más allá: piensan, en estos tiempos que ya se van acercando a la Navidad, que la loteria es todo lo que le falta a la democracia para definirse como tal en New Strategies for Democratic Development.

Prefiero que me gobierne un grupo variopinto de mendigos tan "populista" como la madre Teresa a un aprovechado salido de un partido político tan pagado de sí mismo que lo primero que hace es subirse el sueldo. Aunque se echasen a temblar los que más tienen, ya que es estadísticamente más probable que le tocase gobernar a un pobre que a un pudiente. Pareto y Schumpeter pueden irse a tomar por retambufa.

La utopía de las bibliotecas ideales

Jordi Llovet "La utopía de las bibliotecas ideales" El País, 17-XI-2017:

La democracia diluye los dogmas y el canon cambia según las épocas y los lectores. Siempre fue así. Hubo un tiempo en el que Tennyson merecía más espacio en las enciclopedias que Flaubert

Preguntarse hoy por una “biblioteca ideal” resulta casi una utopía, además de un anacronismo: este es el daño que le ha hecho a la producción literaria la mercadotecnia y la falta de un conocimiento consolidado por parte del lector común en materia de literatura.

Es posible que en la Grecia del siglo V existiera algo así como una “biblioteca ideal”, como lo atestigua la colección, perdida en buena parte pero documentada, de la biblioteca de Alejandría. Salvo en casos de pérdida irremisible de muchas obras de la antigüedad, aquella biblioteca helenística debió de poseer lo que la tradición había llegado a considerar la gran literatura en lengua griega. Sucedió lo mismo en Roma, cuyos “rollos” de escritura, aun cuando fuesen de una calidad literaria menos homogénea que la griega, demostrarían que los rétores, los gramáticos y los filósofos tuvieron claro qué era lo que podía considerarse ideal —de acuerdo con baremos religiosos, estéticos, políticos y didácticos—, y qué debía ser considerado non classicus, es decir, de poca categoría.

También en la Edad Media resultaron vigentes varios criterios, además del que concibió el de Aquino, tan aristotélico —ad pulchritudinem tria requirintur: integritas, consonantia, claritas—, para considerar qué era lo bueno, o lo ideal, y qué lo secundario, gracias a la autoridad de la compleja red de valores propia de los largos siglos tardorromanos, y luego neolatinos, basada primero en la teología cristiana, y luego en el no menos poderoso código —a partir del siglo XII—, de la sociedad caballeresca y feudal. La producción de literatura era entonces tan escasa, y se encontraba tan anclada en modelos que, directa o indirectamente, procedían del dogma cristiano, que era poco concebible la creación de poesía, teatro o épica contraria a una ideología y unos mitos que, como la realeza, se hallaban por fuerza impregnados de símbolos y argumentos predeterminados e ineludibles. Las bibliotecas medievales —dejando a un lado los clásicos conservados por las órdenes monásticas y las casas nobles— fueron casi siempre representaciones de un mundo simbólico en el que tenían un papel muy poco significativo las muestras “heréticas”, paganas o no canónicas, de expresión literaria.

Solo a partir del humanismo, o a partir de fenómenos como la invención de la imprenta, el redescubrimiento de la grandeza de las literaturas griega y latina, la consolidación de las lenguas vulgares, la labor de los traductores o el contacto frecuente entre hombres de letras de países muy diversos, solo entonces, y de un modo progresivo, la literatura proliferó de un modo extraordinario; y los marcos conceptuales, o los “campos” de lo literario se volvieron tan distintos, que surgió por vez primera, en nuestra civilización escrita, una enorme disparidad de criterios, de géneros literarios, de asuntos y de públicos lectores u oidores de lo que empezó a constituirse, con mucha entidad y cada vez mayor autonomía, el ámbito universal de lo literario.

A partir de los primeros siglos modernos, el panorama literario presentó tal variedad de formas, de recursos y de regulación estética, que ya entonces podría haberse iniciado la disputa —tan poderosa durante el siglo XVIII— acerca de lo clásico y lo moderno, lo bueno y lo malo, lo ideal y lo rechazable. Cada vez más, escribir se convirtió en un trabajo independiente de nuestra herencia clásica, y los libros, cuando ya eran propiamente los códices asequibles que seguimos usando, respondieron a criterios desgajados de todo dogmatismo, proclives a satisfacer gustos distintos, amigos de la novedad y la singularidad. No cabe duda de que los clásicos grecolatinos, o la propia Biblia, siguieron aquilatando una gran parte de las literaturas modernas y contemporáneas —véase Moby Dick, de Melville, por ejemplo, e incluso Ulysses, de Joyce—, pero esta influencia, en el seno de producciones enteramente libres, pasó a convertirse en solo una referencia de autoridad, un vestigio agradecido del acervo antiguo.

Las bibliotecas medievales fueron casi siempre representaciones de un mundo simbólico en el que tenían un papel muy poco significativo las muestras “heréticas”, paganas o no canónicas, de expresión literaria

Más varió aún el panorama cuando, en la época posterior a la Ilustración, las literaturas conocieron un despliegue de una osadía fabulosa —así las literaturas del Romanticismo—, los índices de alfabetización se multiplicaron de manera exponencial, y la lectura se convirtió en un hábito cada vez más extendido, más “democrático” y menos sujeto a cualquier forma de mitología colectiva o de dogmatismo teológico. Si todavía en los siglos renacentistas o en el Grand Siècle francés se pudo hablar de una “biblioteca ideal” o de lo que podía ser idealmente la “buena literatura”, parece claro que, entre el siglo XIX y nuestros días, la literatura rebosó por completo los márgenes de la tradición y lo “canónico”; de modo que actualmente no hay casi ninguna instancia que pueda arrogarse el derecho a establecer el listado de lo que llamaríamos “la biblioteca ideal”.

Harold Bloom presentó uno, muy famoso, en su libro El canon occidental, en el que, sin disimulo alguno, privilegiaba a la literatura inglesa, y a Shakespeare en especial, con la más absoluta tranquilidad. Una tarea así resulta siempre inútil, por cuanto existen, en nuestro continente, muchos autores y libros hoy poco leídos, pero de gran categoría, que durante un tiempo ascendieron al canon literario o cayeron de él por razones que suelen ser circunstanciales, ideológicas o partidistas. No hay más que ver la lista de los autores premiados con el Nobel de literatura para darse cuenta de que muchos de ellos subieron al Parnaso del canon literario —como pasó con el parnaso cervantino— para caer de él al cabo de pocos decenios, si no años: véase el caso de nuestros Echegaray y Benavente, o los casos de R.C Eucken (Alemania), W. Reymond (Polonia), o E.A. Karlfeldt (Suecia).

La undécima edición de The Encyclopaedia Britannica (1911, con dos volúmenes complementarios de 1920), en opinión de Borges la mejor edición de cuantas se han estampado de esta enciclopedia ejemplar, apenas sabía en esa fecha quiénes eran Flaubert, Melville o Hölderlin, pero dedicaba a Alfred Lord Tennyson, un poeta de autoridad muy relativa, doce columnas.

No hay más que ver la lista de premiados con el Nobel para darse cuenta de que muchos subieron al canon literario para caer de él al cabo de pocos decenios, si no años

Basten estos ejemplos para comprender que las listas de una “biblioteca ideal” pecan siempre de alguna arbitrariedad y suelen tener un valor epocal, refigurado con el paso de los años gracias al número de ediciones y de lectores que puede llegar a poseer un libro, por la entronización de determinados autores a cargo de la academia o de colectivos fanáticos, o por el reconocimiento tardío de ciertos valores que han pasado siglos en el desván del olvido.

La academia, y con ella los programas de enseñanza de la literatura en escuelas y universidades, serían desde hace tiempo la única garantía de conservación de un criterio estético en relación con el mercado y la difusión de productos literarios. Invisible e ineficaz, cada vez más, la autoridad de esas instancias, lo que corresponde es suponer que cada lector posee hoy su biblioteca de excelencias. Así lo apreciaba ya Paul Valéry en una entrada de sus Cahiers, bajo el epígrafe “Obras maestras”: “No es nunca el autor quien hace una obra maestra. La obra maestra se debe a los lectores, a la calidad del lector. Lector ceñido, con finura, con parsimonia, con tiempo y una ingenuidad armada [...] Solo él puede conseguir la obra maestra, exigir la particularidad, el cuidado, los efectos inagotables, el rigor, la elegancia, la perdurabilidad, la relectura de un libro”. Valéry se refería a lectores muy capaces, como él mismo, pero es posible que, en estos momentos, ni siquiera existan esos finos lectores en términos generales. Por consiguiente, quizá deberíamos suponer que, para el lector común de nuestros días, no exista mejor biblioteca ideal que aquella que él ha leído con placer y que, en el mejor de los casos, en un gesto nuevamente benedictino, conservará en su biblioteca hasta la muerte.

JORDI LLOVET es catedrático de Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Heroínas del Gulag

Hablan las heroínas del Gulag: "Intenté suicidarme tragando cal viva"
CLARA FELIS, El Mundo, 15 NOV. 2017 

En 1949, se cifró en 503.000 las mujeres presas en el Gulag: 9.300, embarazadas y 23.790 con niños a su cargo. 

Trabajaban de sol a sol con 300 gramos de pan como único sustento. En vez de sopa de col podrida, tenían que conformarse con agua recalentada

"El complejo del hambre me ha acompañado hasta hoy, por eso siempre tengo la nevera llena", recuerda Janina Misik, una de las nueve supervivientes

Janina Misik se levantó de la cama sobresaltada. Eran las cinco de la mañana del 10 de febrero de 1940 y aquellos hombres no paraban de vociferar. Sus métodos eran de sobra conocidos. También el motivo de su presencia. Aquellas llamadas a la puerta (como se conocía este método de arresto que ejercía la NKVD, la policía secreta, en plena noche) anunciaban el fin de su libertad."¡Preparen el equipaje!", gritaron.Pero su madre ni se movía. Sabía que nunca volverían a casa. No se equivocó."¿Qué piensan hacer con nosotros? ¡Esta es nuestra casa, nosotros vivimos aquí!", replicó la pequeña Janina.Poco a poco, su madre comenzó a moverse. Le ayudaba su hermano pequeño, que por entonces tenía nueve años. El miedo le hizo dar su último estirón. Así alcanzó la estatura media de aquella generación nutrida por la balanda (sopa de col podrida que les servían a los prisioneros) y la nieve. Pirámide nutricional del Gulag.Tras dos semanas en un tren de ganado llegaron a Nóvgorod (sureste de San Petersburgo), uno de los campos de concentración que formaban parte del Gulag, aquel sistema penal de campos de trabajos forzados donde destinaban a los "enemigos del pueblo" (presos políticos y opositores del régimen)."Nos alojaron en cabañas de madera. A nuestra familia de cinco miembros les asignaron una litera. Nos sentíamos como en una jaula. Al día siguiente de la llegada nos mandaron a trabajar. Catorce horas al día cortando árboles, hundiéndonos en la nieve", recordaba la propia Janina, cuyo testimonio y el de ocho mujeres más conforman Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia Gutenberg, 2017), el nuevo ensayo de Monika Zgustova. Un recorrido por todas y cada una de las torturas que soportaron muchas de las mujeres que estuvieron presas en aquel infierno de hielo."Vivieron una situación límite. En el Gulag tuvieron unas experiencias muy fuertes, como la crueldad de los guardas y su entorno, porque las prisioneras políticas estaban rodeadas y sometidas a los reos comunes. La otra crueldad era la del trabajo, que se ejercía en unas condiciones inhumanas", apunta la escritora.La hambruna permanente pasó a ser un estado de ánimo y muchos acabaron por no diferenciar la propia vida de la muerte.

"Nos invadía la tristeza, no sabíamos qué sería de nosotros y estábamos permanentemente hambrientos. Los niños soñábamos con una sola cosa: tener suficiente pan, poder comer hasta saciarnos. El complejo del hambre me ha acompañado hasta hoy, por eso siempre tengo la nevera llena", confesaba Janina.Después del fallecimiento de Lenin (1870-1924), líder de la Revolución de Octubre de la que este año se conmemora el centenario, Stalin, Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, se alzó como líder principal de la Unión Soviética. Su "socialismo en un solo país" triunfó frente a la "revolución permanente" de León Trotski, a quien expulsó del territorio en 1929.El crecimiento industrial que ideó Stalin a través de una planificación económica centralizada dio lugar a los Planes Quinquenales, cuyo principal objetivo era modernizar el sistema económico mediante el fortalecimiento del sector agrícola, industrial y militar. De ahí se produjo la colectivización de los campos y el control estatal de la producción industrial.Para cumplir los objetivos económicos, Stalin se apoyó en el Gulag, cuya expansión tuvo lugar a partir de 1929. El trabajo en la URSS es una cuestión de honradez, gloria, valor y heroísmo o ¡Libertad! mediante el trabajo eran algunos de los lemas que se encontraban los prisioneros en los portones de acceso. Una falsa ilusión que buscaba exprimir al máximo a todos los que allí se hacinaban.

NOS SENTÍAMOS COMO EN UNA JAULA, CATORCE HORAS AL DÍA CORTANDO ÁRBOLES, HUNDIÉNDONOS EN LA NIEVE

Tal y como apunta la periodista Anne Applebaum en Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos (Debate, 2004), Stalin decidió utilizar el trabajo forzado tanto para acelerar la industrialización como para explotar los recursos naturales en el extremo norte. "Aquel año, la policía secreta soviética comenzó a asumir el control del sistema penal soviético, sustrayendo lentamente los campos y prisiones de todo el país al poder judicial".Tras las detenciones masivas que tuvieron lugar entre 1937 y 1938 (los años de la Gran Purga, también conocida como Yezhovschina), los prisioneros fueron la mano de obra encargada de producir oro, madera y carbón, materiales que favorecerían la creación y desarrollo de la industria aeronáutica, armamentística, forestal y minera."El principal propósito del Gulag era económico. Esto no significa que fuera humanitario. Dentro del sistema, los reclusos eran tratados como ganado", explica Applebaum. El método consistía en los traslados al antojo de los guardias. En términos marxistas, estaban explotados, cosificados y mercantilizados. Según el relato de Applebaum, a menos que fueran productivos, sus vidas carecían de valor para sus amos.No había distinción. Hombres y mujeres tenían la misma capacidad para ejercer las pesadas tareas que los guardias les encargaban. Las largas jornadas a la intemperie con una ración escasa de pan (300-400 gramos al día por prisionero), carecer de instrumentos necesarios para la tala de árboles o la extracción de carbón (Vorkutá) y no disponer de buenas condiciones higiénicas dificultaron enormemente la integridad física de los presos."Lo primero que comprobé fue el frío que hacía en los barracones. Durante el día íbamos al bosque a trabajar de leñadoras, incluidas las embarazadas. A cada momento nos teníamos que rescatar mutuamente de la nieve. Por la mañana, en lugar de los preceptivos, e insuficientes, 400 gramos de pan, recibíamos 200. No había sopa sino agua recalentada. Un mundo de dolor y sufrimiento". Así le relató Valentina Íevleva su calvario a la escritora Zgustova. 

Poemas y piojos.

En el campo de Arjánguelsk (norte de Rusia), su último destino, cavó día y noche para construir vías de ferrocarril. "Pronto aparecieron los piojos, blancos y grandes. En ningún otro campo los había visto así. Los aplastábamos contra la estufa".A pesar de que intentara sobrevivir mediante la escritura de poemas o cuentos, las torturas diarias a las que era sometida le llevaron a intentar quitarse la vida. De la forma más cruel. "Había barreños con cal viva. Corrí hacía allí, encontré un vaso de medio litro y lo llené de cal. Acto seguido me lo bebí. Sentí un ardor terrible, como si el estómago se desgarrara", recordaba.Asumir tantos años de prisión y destierro no fue fácil. Tampoco combatir las secuelas que el régimen dejó en gran parte de sus víctimas. Como explica la escritora Zgustova, "varias de ellas se quejaron de que sus maridos estaban trastornados por el Gulag, que tenían una personalidad muy difícil para convivir y he notado una cosa, las mujeres lo superaron. Me contaron sus vivencias desde el optimismo, desde la supervivencia alegre, pero los hombres no. Los hombres lo veían todo muy negro, muy oscuro, muy terrible y estaban hundidos".Un desasosiego que vivieron 18 millones de personas. Así lo recoge Applebaum en su trabajo, en el que también destaca que desde 1929 hasta 1953, fecha de la muerte de Stalin, seis millones fueron enviados al exilio o deportadas tanto a los desiertos de Kazajistán como a los bosques siberianos, donde seguirían siendo trabajadores forzados.

Zayara Vesiólaya, una de las nueve supervivientes

Llevar el letrero de "enemigo" a cuestas complicó en muchas ocasiones cualquier reinserción social y laboral. Las poblaciones autóctonas de estos lugares se distanciaban, bien por temor o desconocimiento.Al regresar, los prisioneros descubrían que sus casas habían sido requisadas hacía mucho tiempo, que sus pertenencias habían desaparecido. Tenían que empezar de nuevo. Mucho tiempo después de que hubieran sido liberados, los familiares de los enemigos seguían estigmatizados, sometidos a formas oficiales de discriminación y no se les permitía trabajar en ciertos trabajos.Dura reinserción, tal y como relata Susana Pechuro, otra de las supervivientes del terror estalinista. "Todo me parecía trivial. Nada tenía sentido. Nadie en libertad podía imaginarse ni por asomo lo que yo había experimentado. Y a mí me parecía que ellos no tenían vivencias. Al menos no lo que yo llamaba vivencias. El mundo de la gente en libertad era radicalmente distinto al mío. Me sentí sola, incomprendida".Una opinión similar a la que también expresó Zayara Vesiólaya, que vivió desterrada en Pijtovka (Siberia), para después ser deportada al campo de Kazajistán, donde también estaba su hermana. "¡La estancia en Siberia fue tan enriquecedora! ¡Tenía amigos de verdad en los que podía confiar como después no he vuelto a confiar en nadie!".Es el síndrome de Estocolmo. Y se desliza por todo el relato colectivo Zgustova. Igual que la poesía. Porque ésta les salvó de la locura. Fue lo que cimentó la humanidad que estaban perdiendo.Esta resistencia literaria se observa en los versos de Nina Gagen-Torn desde el Gulag: A lo lejos en el siniestro cielo / el sol indiferente gira / Tu respiración es un silbido tenue/a cincuenta grados bajo cero/ morir ¿qué significa? / Las montañas miran, y se quedan calladas.Gritos versados de libertad y justicia. Deshielo de las voces ausentes. Hoy con altavoz propio.

Un profesor admirable

Olga R. Sanmartín, "Este es el mejor profesor del mundo: dejó Microsoft para abrir una universidad en Ghana", en El Mundo, 15-XI-2017:

«Necesitamos líderes filósofos. Lo importante es educar en el pensamiento crítico», dice.

La jequesa de Qatar le entrega el premio de 500.000 dólares en una Cumbre Mundial de Educación que analiza la importancia de la formación en la era de la postverdad.

El ingeniero ganés Patrick Awuah ha sido elegido este miércoles el mejor profesor del mundo en la Cumbre Mundial para la Innovación en Educación (WISE, en sus siglas en inglés) que se celebra hasta el jueves en Doha (Catar). «Necesitamos líderes filósofos. Lo importante es ser siempre honesto y transparente, educar en la capacidad del pensamiento crítico y saber que, cuando te caes, es importante levantarse y seguir adelante», ha expresado a Papel este ingeniero de 52 años que trabajó durante ocho años en Microsoft, donde se hizo millonario tras desarrollar el software del sistema operativo Windows NT.Un día decidió abandonar su cómoda vida en Seattle (EEUU) y regresar a su país natal para fundar una universidad. La Ashesi University, situada cerca de Accra, la capital de Ghana, nació en 2002 para educar a los jóvenes africanos en emprendimiento y liderazgo. El campus ofrece licenciaturas de Administración de Empresas, Informática y Sistemas de Gestión, pero su particularidad es que todas tienen un currículo en el que las Humanidades están presentes de forma transversal, con el fin de que los 600 alumnos desarrollen un pensamiento crítico.Todos los estudiantes participan durante cuatro años en un seminario de liderazgo sobre ética, colaboración y espíritu empresarial que finaliza con una sección de aprendizaje-servicio. En 2008 los estudiantes establecieron un código de honor -el primero de este tipo en una universidad africana- y se responsabilizaron de su comportamiento ético.«Una de las cosas de las que estoy más orgulloso es este código de honor. Hemos descubierto que, cuando nuestros estudiantes encuentran trabajo, llegan con nuevas ideas, trabajan duro, se cuestionan lo establecido y son capaces de lidiar con problemas que no habían visto antes», ha manifestado.Patrick Awuah ha recibido esta mañana el galardón, dotado con medio millón de dólares, en una ceremonia ante 2.000 asistentes de un centenar de países distintos por ser un "héroe silencioso en estos tiempos difíciles", según Yalda Hakim, periodista de la BBC que ha presentado el acto. El tema central de la Cumbre Mundial de Educación, que tiene periodicidad bianual, es cómo educar en la era de la postverdad y de los hechos alternativos. Todo esto tiene su origen en el contencioso que mantiene el Gobierno de Qatar, organizador de la Cumbre, con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto. Qatar sufre un bloqueo diplomático y económico desde el pasado junio por parte de estos países, que le acusan de apoyar el terrorismo. El Gobierno qatarí lo niega rotundamente y dice que son noticias falsas. La jequesa Moza bin Nasser se ha referido expresamente a esta cuestión durante la Cumbre y ha centrado su discurso de apertura en este asunto. "Los medios de comunicación promueven falsedades y las redes sociales difunden mentiras para distraer a las personas de la realidad . Se propagan falsedades disfrazadas de verdad y hechos falsos se presentan como verdades alternativas. No nos van a parar", ha expresado la jequesa, resaltando las virtudes de la educación como herramienta de búsqueda de la verdad. "Tenemos que luchar contra las manipulaciones e incluir en los planes de estudio que los estudiantes aprendan a adquirir un pensamiento crítico y a desarrollar competencias para que se aparten de los pensamientos estereotipados y sean inmunes a la manipulación".Por eso la iniciativa de Awuah ha recibido el galardón, porque "se necesitan nuevas formas de emprendimiento que no se basen sólo en el desarrollo económico, sino en la altura moral de los ciudadanos", en palabras de la primera dama de Turquía, Amina Erdogan.El Premio WISE está considerado como uno de los galardones educativos más importantes del mundo y rivaliza con el Global Teacher Prize (también llamado Nobel de los profesores), que entrega cada año en Dubai la Varkey Foundation, un concurso dotado con un millón de dólares en el que quedaron finalistas los profesores españoles César Bona y David Calle.

martes, 14 de noviembre de 2017

"Desde lo alto, dios se complace cuando ve a un buen maestro" (La versión Browning)

La carta de Albert Camus dando las gracias a su maestro de primaria después de ganar el Nobel

"Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido"

EMILIO SÁNCHEZ HIDALGO  13 NOV 2017 

Albert Camus (1913 Argelia) es uno de los escritores más importantes del siglo XX. Es un referente de la literatura en francés, con decenas de novelas, obras teatrales y ensayos. Es posible que El extranjero (1942) o La peste (1947) nunca hubiesen sido escritos si el autor no hubiese coincidido con el señor Germain cuando era un niño. Era su profesor en primaria, al que mandó una carta cuando recibió el Nobel de Literatura. La misiva ha sido recuperada en redes sociales por @literlandweb1.

La carta también fue muy difundida en Twitter en enero de 2016, entre otras ocasiones. Es nomal: una misiva como esa es el mejor reconocimiento que puede obtener un profesor. Esta es la transcripción de la carta, que Camus envió a su profesor el 19 de noviembre de 1957

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiese sucedido. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Le abrazo con todo mi corazón.

Albert Camus.

La carta de Camus a Louis Germain fue difundida 35 años después de su muerte, con la publicación de su obra póstuma El último hombre (1995). Camus falleció en un accidente de tráfico sin terminarla en 1960. Entonces no contaba con demasiado apoyo de las élites francesas, que rechazaban su posición moderada ante la guerra entre Francia y Argelia. De ahí que su familia declinase publicarla, pero cambiaron de opinión tres décadas después, ya que "tendría un valor extraordinario para aquellos interesados en su vida", según su hija.

Se trata de una obra autobiográfica, en la que Camus explica su vida en Argelia cuando aún era una provincia francesa. Allí conoció al señor Germain, "del que se sabe muy poco más allá del retrato que se incluye en el libro", explica Chicago Tribune en una reseña que dedicó al libro. "En la historia de la literatura, pocos profesores han tenido tanto efecto en un alumno", añade.

"Germain no solo estimuló la mente de Camus y le dio clases extraescolares. Además, convenció a su madre para que intentase obtener una beca para que acudiese al instituto. Germain fue el primero de una serie de sustitutos del padre -fallecido cuando era un niño- y mentores intelectuales", indica The New York Times sobre la relación del autor con el profesor en el artículo que dedicaron al libro en 1995. En El primer hombre, Camus también destaca el papel en su vida de su profesor de instituto.

Manuel Vincent contaba en 2012 más detalles sobre la relación entre el profesor y el autor en EL PAÍS: "Aquel maestro de primaria se había empeñado en que un alumno lleno de talento, que se llamaba Albert Camus, estudiara el bachillerato; lo había preparado a conciencia. El maestro le acompañó en tranvía al examen de ingreso, esperó el resultado sentado en un banco en la plaza del instituto y luego se desvivió para que le concedieran una beca".

Germain contestó a la carta de Camus en 1959, en una misiva que también fue difundida con la publicación de El primer hombre. “Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al hombre que llegará a ser. El placer de estar en clase resplandecía en toda tu persona. Tu cara expresaba optimismo [...] Tu celebridad no se te ha subido a la cabeza. Sigues siendo el mismo Camus”, dice Germain en su carta, que puedes leer íntegra aquí. El agradecimiento de alumnos a profesores es un clásico de internet.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Un ejemplo. El sintecho que logra estudiar en Cambridde

Patricia Tubella, Un ‘sin techo’ logra una plaza para estudiar en la universidad de Cambridge. 13-XI-2017:

Geoff Edwards, un británico de 52 años que ha pasado casi toda su vida adulta viviendo en la calle, cursará Literatura Inglesa en uno de los centros más prestigiosos del mundo

Geoff Edwards, un británico de 52 años que ha pasado gran parte de su vida adulta sin el resguardo de un techo, acaba de obtener una plaza en la Universidad de Cambridge.”Todavía me estoy haciendo a la idea”, confesaba a la prensa nacional este antiguo vendedor de la revista Big Issue (gestionada por personas sin hogar) a raíz de su ingreso en uno de los centros académicos más prestigiosos del mundo para cursar la licenciatura de Literatura Inglesa.

Esbozada en el periódico local Cambridge News, la extraordinaria historia de Edwards desde el paro, la depresión y la vida en las calles hasta las aulas magnas ha acabado saltando a los grandes medios del Reino Unido. “Siempre había soñado con estudiar en Cambridge, pero nadie de mi familia ni de mi entorno había ido a la universidad, así que ni siquiera lo consideré”, ha relatado a la BBC este natural de Liverpool, hijo de un cartero y una oficinista, sobre una infancia modesta, aunque rodeada de libros, y una juventud sin perspectivas laborales.

Tras su paso por varios trabajillos temporales, principalmente en el campo, la búsqueda de un empleo más sólido le llevó a mudarse a Cambridge, pero allí no encontró mejor suerte. Ni trabajo ni techo. Después de muchos años de deambular por las calles, refugiándose cuando podía en edificios desocupados acabó, según ha confesado, “aislado y angustiado”. Sólo su pasión por la lectura, cultivada en los libros que recogía en bibliotecas y tiendas de las ONG, le procuró un escape en tiempos tan duros.

Su rescate vino de la mano de la revista Big Issue, promovida por organizaciones benéficas para ayudar a las personas sin hogar a reincorporarse a la sociedad y al mercado laboral. Geoff Edwards pasó a convertirse en uno de los vendedores callejeros de este semanario que suelen apostarse a las puertas de comercios y supermercados de las ciudades inglesas. Lo que ofertan es un producto muy digno, con reportajes de actualidad, entrevistas y artículos de opinión, a razón de 2.50 libras por ejemplar.

La última página de Big Issue siempre está protagonizada por uno de esos vendedores y el relato de su historia personal de superación. La de Edwards ha desbordado todas las expectativas. Una vez “recuperada la autoestima” se animó a reanudar sus estudios e ingresar en un curso puente (para adultos) de acceso a la universidad, donde consiguió excelentes cualificaciones en todas las materias. Sus tutores vieron en él el potencial y le recomendaron que intentara ganar una plaza en uno de los colleges de Cambridge, el Hughes Hall. Geoff Edwards ya es hoy alumno en uno de los campus más selectos, exigentes y reconocidos del universo académico. En sus propias palabras: “La primera cosa de mi vida de la que estoy orgulloso”.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Mala educación. Los pelmazos

Javier Marías, Impaciencia y caso omiso, El País 12-XI-2017:

Cada vez hay más gente avasalladora e impaciente, dispuesta a tocar todas las teclas aunque sepa que la mayoría no van a surtir efecto.

HE HABLADO muchas veces de la imparable infantilización del mundo y de cómo se están fabricando generaciones de adultos mimados que no toleran las frustraciones ni las negativas ni las imposibilidades. Lo más grave es que esta actitud se haya trasladado a la política y a las colectividades, y buena prueba de ello es la ya agotadora crisis de Cataluña: una parte de la población anhela una cosa (le “hace tanta ilusión”, como arguyó hace mil años una aspirante a escritora empeñada en obligarme a leer sus textos), y ha de conseguirla por encima de la voluntad de todos, mediante trampas infinitas si es menester, y en contra del principio de realidad. Cada vez hay más gente avasalladora e impaciente, dispuesta a tocar todas las teclas aunque sepa que la mayoría no van a surtir efecto.

Mi casa tiene dos puertas, una detrás de otra. La primera da a un pasillo que comparto con una vecina, largo y en forma de L. Junto a esa primera puerta hay dos timbres. En uno se lee “JM” y en el otro “CC”. Obviamente mi vecina no es JM ni yo soy CC, lo cual no impide que un buen porcentaje de los que la visitan a ella pulse el timbre de JM y otro notable de los que me visitan a mí pulse el de CC. Una y otra vez nos disculpamos recíprocamente por las molestias, y sólo nos explicamos el fenómeno así: muchos individuos son tan impacientes que, incapaces de esperar unos segundos a que ella o yo lleguemos a esa puerta primera, prueban a llamar al otro timbre creyendo que con eso lograrán su propósito (logran que se les franquee el primer paso, pero no el segundo, que es de lo que se trata). Bien, un señor al que no conozco de nada, y que por lo visto utiliza la misma máquina Olympia Carrera de Luxe a la que me he referido en varias columnas, telefonea a mi gran amiga Mercedes López-Ballesteros, que también me echa una mano en mis tareas, y la interroga implacablemente sobre cómo hacer para que tal o cual tecla lo obedezca, o cómo comprar cintas y demás, como si ella —o yo, por extensión— fuéramos un manual de instrucciones o unos proveedores, y además no tuviéramos otra cosa que hacer. Ella le contesta que no tiene idea, que quien usa la Olympia soy yo y no ella (que trabaja con ordenador), y que no lo puede ayudar. Al señor en cuestión eso le da igual: quiere ver su problema resuelto a toda costa y le insiste. “¿No entiende usted que yo no le sirvo?” No, no lo entiende y continúa explicándole, impertérrito, la función supuesta de la tecla rebelde. Está a lo suyo y nada más, engrosando las filas de los que en sentido figurado llamamos “autistas” (según el DLE: “Dicho de una persona: Encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad”; esa definición que tanto indigna a los enfermos de autismo y que exigen prohibir, sin darse cuenta, una vez más, de que la gente dice lo que le parece y da a las palabras el sentido que quiere, y que el Diccionario está obligado a reflejarlas sin más).

A Mercedes, que atiende los mails y me imprime los que yo deba ver, a menudo se la llevan los demonios. No sé, a la petición de que vaya a un sitio a dar una charla, contesta, por ejemplo, que estoy terminando una novela y no me añadiré viajes hasta que la acabe, o que estoy en plena promoción de la novela recién publicada y sin tiempo para nada más, o que estaré fuera durante tal y cual meses. Con frecuencia recibe una respuesta que hace caso omiso de la suya y le dice, quizá: “Preferiríamos que el señor M viniese un jueves, porque ese día no hay Copa de Europa y acude más gente a este tipo de eventos” (la estúpida palabra “eventos” por doquier). Mercedes se desespera y se pregunta cómo leen y cómo funcionan las cabezas de sus interlocutores. Otras veces alguien pide algo (un bolo, una entrevista, lo que sea). Acepto, y propongo tal o tal fecha a tal hora. “Es que esos días no me vienen bien”, es con frecuencia la contestación. “Mejor el domingo a las ocho de la mañana”. La persona que pide algo olvida al instante que la interesada es ella y no yo. Que yo no le he solicitado nada, sino al revés, y que más le valdría coger pájaro en mano, si tanto es su interés. Así, no es nada raro que quien ruega algo, luego ponga trabas y lo dificulte. Hoy había reservado la tarde para contestar por escrito a una entrevista mexicana. Había accedido siempre y cuando tuviera las preguntas hoy como tarde, para poder cumplir durante el fin de semana. No han llegado, claro está, pero seguramente pretenderán que las conteste cuando ya no disponga de tiempo o me venga fatal, y se soliviantarán si no los complazco cuando decidan ellos. Mercedes “se venga” inconsciente y discretamente: al entregarme los mails impresos, a veces añade algo a mano: “Este es un pesado”, o “Este es un grosero”, o bien “Este me da pena” o “Este es encantador”. No voy a negar que esas observaciones me influyen, aunque ella no las haga con esa intención, sino sólo con la de “comentar”. Sea como sea, más vale que quien quiera algo de mí, no haga caso omiso de sus palabras y la trate con exquisitez.

Cómo nos venden la historia

Me compraron un teléfono móvil. Por defecto, al momento empezaron a aparecer noticias en mis búsquedas en internet. Las primeras siempre eran de Periodista Digital, el diario electrónico de ultraderecha de Alfonso Rojo, habitual paniaguado de La Razón y los canales que dicen públicos. Como no me interesaban, seleccioné la opción de no volver a recibir noticias de ese medio. Tardaron tres días en enterarse, pero las sustituyeron por las de OK Diario, el escamente influyente y prácticamente desconocido diario electrónico de ultraderecha de Eduardo Inda. Volví a hacer lo mismo. Entonces los sustituyeron por otro periódico de ultraderecha, La Gaceta.

Como es natural, me empecé a mosquear. ¿Quién selecciona por defecto lo que debo saber? ¿
Mariano Rajoy en persona o alguien peor? Busqué por mi móvil alguna dirección para quejarme, pero no la encontré.

Editadas 133 entrevistas inéditas de Lorca

Antonio Lucas, "Historias. Confesiones inéditas de Lorca: "Sólo hombres he conocido; y sabes que el marica me da risa", en El Mundo,  12 NOV. 2017 04:04

Federico García Lorca concedió más de 100 entrevistas. Muchas de ellas quedaron dispersas y nunca antes fueron reunidas.

La editorial Malpaso recupera ahora ese material al completo (la mayoría inédito en libro) en 'Palabra de Lorca. Declaraciones y entrevistas completas', a la venta el próximo día 27
Por ese candor infantil que mantuvo siempre (eso dicen), Federico García Lorca podía pasar de la broma al gesto serio sin transición. De la fantasía y el recuento de proyectos acumulados a la queja por la sequía creativa. De la exageración al drama, de la risa a la tristeza renegrida de los ojos. En las entrevistas sucedía así. No le gustaban, pero le gustaban. No las quería, pero las guardaba. Desconfiaba, pero las quería: «En las entrevistas siempre me hace el efecto de que es una caricatura mía la que habla, no yo». Sin embargo, en el despliegue de páginas que protagonizó en los periódicos está ese otro Lorca que es él mismo: el de la confesión en voz alta, el valiente, el enredador, el intuitivo. Varios años ha pasado el poeta malagueño Rafael Inglada buceando en archivos hasta completar, con la colaboración del periodista Víctor Fernández, el volumen que a finales de noviembre publicará la editorial Malpaso: Palabra de Lorca: declaraciones y entrevistas completas. La baraja completa de las declaraciones a la prensa del poeta es tan abundante como asombrosa. Y completa el contorno de un Lorca hecho de mil palabras que se cruzan, se contradicen, se vapulean o suenan a entusiasmo. En este trabajo (133 entrevistas recobradas) hay más de un tercio de ellas inéditas en libro, otras amputadas en sucesivas publicaciones y que ahora aparecen como fueron en su versión original. También otras que se publicaron tras la muerte del autor de Romancero gitano. Unas porque habían quedado inéditas y otras porque fueron recuperadas al difundirse la noticia de su asesinato. En España, en Argentina, en Cuba, en Uruguay, en Italia, en Francia. Firmadas por Francisco Ayala, González-Ruano, Giménez Caballero, Indro Montanelli, Mathilde Pomès... En todas lució. En todas dejaba una reflexión vital o devastada, pero siempre con fondo de luz. Ideas que celebraban su misterio glorioso o el oficio de tinieblas de su propio altar de contradicciones. Era un gran predicador de sí mismo.

YO NO SOY GITANO, SOY ANDALUZ, CASTELLANO COLONIZADOR DE ANDALUCÍA. Y NO HE CONOCIDO MUJER (...)

En algunas de esas entrevistas anotaba también impresiones sobre el resultado de la charla, sobre el periodista, sobre sus propias palabras. Así sucede en la de Mathilde Pomès, donde no quedó satisfecho y apuntó al margen de la página que quizá no se había enterado bien de casi nada. Luego están aquellas en las que habla descargando algún peso vivo, como recuerda Cipriano Rivas Cherif en tres reportajes que publicó en 1957 en el suplemento dominical del periódico mexicano Excelsior, donde recupera algunas confesiones íntimas del poeta en 1935. «Yo no soy gitano, soy andaluz, castellano colonizador de Andalucía. Y no he conocido mujer». Era la primera vez que Lorca hablaba de su homosexualidad para un medio: «¿No te has privado tú de la otra mitad? Lo que pasa es que si es verdad lo que me dices es que eres tan anormal como yo. Que lo soy, en efecto. Porque sólo hombres he conocido; y sabes que el invertido, el marica, me da risa, me divierte con su prurito mujeril de lavar, planchar, coser, de pintarse, de vestirse de faldas, de hablar con gestos y ademanes afeminados. Pero no me gusta. Y la normalidad no es ni lo tuyo ni lo mío. Lo normal es el amor sin límites. Porque el amor es más y mejor que la moral de un dogma, la moral católica; no hay quien se resista a la sola postura de tener hijos. En lo mío no hay tergiversación (...) Pero se necesitaría una verdadera revolución. Una nueva moral, una moral de libertad entera. Ésa que pedía Walt Whitman». Decía Juan Ramón Jiménez que las entrevistas formaban también parte de su obra. De ahí que con este proyecto quede, de algún modo, rematada también la obra completa del autor de Poeta en Nueva York. «Cuando las lees todas y contrastas algunas cosas percibes que Lorca tendía a ser algo embustero en sus declaraciones. Pero, sobre todo, era un hombre ilusionado con su futuro, comprometido con la República. Un poeta al que aquí se le transparenta el ser humano», dice Inglada. Los temas de los que habla son muchos. El mar, la música, la política, el teatro, la muerte, ¡Cataluña! Desde Uruguay dice en 1934: «Esto es mi patria. Oye: me siento compatriota. Estoy en mi patria. Para mí, esto, no es viajar. Te juro que en Cataluña siento más la lejanía de mi solar que aquí. No; puede ser que ustedes me consideren extranjero. Pero no puedo, no siento mi calidad de viajero recién llegado a esta tierra que ya es mía».

YO SOY HERMANO DE TODOS Y EXECRO AL QUE SE SACRIFICA POR UNA IDEA NACIONALISTA ASBTRACTA POR EL SOLO HECHO DE QUE AMA A SU PATRIA CON UNA VENDA EN LOS OJOS

Una cierta teatralidad hay en todo lo que hace García Lorca. Una puesta en escena lúdica que pasa por lanzar risas a la atmósfera o esperar en bata al periodista, como en la foto tomada por Alfonso en la que aparece en abril de 1936 junto a Felipe Morales. Era abril de 1936. Le quedan al poeta cuatro meses de vida. La última entrevista se la concedió a Otero Seco pocas semanas antes del crimen en Granada: «La poesía es algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado. Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio donde tienen lugar las cosas. Se pasa junto a un hombre, se mira a una mujer, se adivina la marcha oblicua de un perro, y en cada uno de estos objetos humanos está la poesía». Hablaba a trallazos y a veces también mordía más de lo que era capaz de masticar. Pero como decía Guillén, cuando estaba Federico no hacía ni frío ni calor: hacía Federico. Y sabía de las cosas de la vida como un niño grande, como un muchacho intuitivo aún con el flequillo espeso: «Yo soy un español integral, y me sería imposible vivir fuera de mis límites geográficos; pero odio al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mí que el español malo (...) Y desde luego no creo en la frontera política. (...) Yo soy en el fondo un descreído hambriento de creer». Esto se lo dice a Bagaría en 1936.

LO NORMAL ES EL AMOR SIN LÍMITES. PORQUE EL AMOR ES MÁS Y MEJOR QUE LA MORAL DE UN DOGMA, LA MORAL CATÓLICA (...)

Cuando aquel agosto en que es asesinado, el poeta, el dramaturgo, el hombre hecho de claroscuros y asombros que fue Lorca acumulaba un prestigio y una fama extraordinaria: «No busco la popularidad. Ella viene a mí. A veces me molesta. A un poeta no debe de interesarle la fama. Es una frivolidad». Y aun así también la disfrutaba.Lorca era un festival para un periodista, pero un festival a su aire. Difícil de someter al guión de las preguntas. Él estaba dispuesto a extraer una flor distinta del ala del sombrero en cada frase. Alguien lanzó esta advertencia para principiantes, como explica en el prólogo a la edición el profesor Christopher Maurer: «No vayáis a buscar a García Lorca con un programa determinado ni con preguntas concretas». Dejadle hablar. Eso es. Dejadlo solo. Que se exprese con ganas. A tientas. De golpe. Con la tristeza que tuvo su valiente alegría.

Trata de blancas en España

Manuel Jabois, “Fui tratante de mujeres durante más de veinte años. Las compré y vendí como si fueran ganado”, El País, 12 de noviembre de 2017:

Uno de los criminales de la trata desvela en el nuevo libro de Mabel Lozano cómo funcionan estas redes en España

En primavera de 2000 llegó al aeropuerto de Madrid la selección nacional femenina de Colombia de taekwondo. 19 chicas que salieron por la puerta en fila india, ataviadas con el chándal oficial (azul, amarillo y rojo) y el escudo de la Federación. No tuvieron problemas con Inmigración pese a ser un vuelo 'caliente'. Contaban con sus visados obtenidos en el consulado de Colombia. Habían presentado sus fichas federativas y, desde luego, tenían la invitación y el programa de la competición que venían a disputar a España. Entre la documentación también contaban con papeles de un gimnasio de artes marciales de Cali en el que habían sido inscritas. Al llegar a Madrid, un autobús las desplazó a Valdepeñas, y allí se cambiaron los chándales por lencería para ser paseadas ante un grupo de hombres antes de ser distribuidas en diferentes clubes de España. En Colombia no existía ninguna federación de artes marciales, las chicas nunca se habían subido a un tatami, el chándal fue encargado por un matón, la invitación y el programa del gimnasio eran una patraña, el entrenador era el hombre que las había captado en Colombia y el proxeneta que las recibió en Barajas había ganado una apuesta a sus socios: conseguir meter el mayor número de mujeres en Madrid para ser prostituidas. Como lo consiguió, se quedó con todas las chicas y un BMW. Se trataba de Miguel, el Músico.

“Fui tratante de mujeres durante más de veinte años. Las compré y vendí como si fueran ganado” Mabel Lozano: “Cuando tu cuerpo vale cinco euros, tu vida no vale nada”

"Hola, soy proxeneta". Ese fue el mensaje que recibió la directora Mabel Lozano, activista contra la trata de mujeres (ha realizado dos películas, la última Chicas Nuevas 24 Horas). Lozano esperaba la llamada. La gestión se produjo gracias a la intermediación de José Nieto Barroso, inspector jefe de la Unidad contra Redes de Inmigración Ilegal y Falsedad Documental (UCRIF). Nieto Barroso llevaba años en contacto con El Músico, que en un momento de su carrera criminal empezó a colaborar con la Policía como 'boquerón', chivato. El Músico fue uno de los primeros grandes jefes de la trata y secuestro de mujeres en España en una década, los 90, en la que el negocio de la prostitución cambió de tercio: de ser los chulos los que proveían a los clubes de mujeres españolas, fueron los propios clubes, a través de una estructura mafiosa con infiltraciones en policía, justicia y política, los que empezaron a 'importar' miles de mujeres extranjeras engañadas. Su larguísima confesión en forma de libro ('El proxeneta', Alrevés, 2017) contrastada con fechas, cifras y comisión de delitos en poder de la UCRIF, es la primera que revela el funcionamiento de la trata y prostitución en España. Un país en el que, según datos del Gobierno, se mueven alrededor de este negocio unos cinco millones de euros al día y fueron identificadas, en 2016, 14.000 víctimas de trata: apenas la tercera parte de las mujeres captadas en sus países de origen por las organizaciones criminales.

"La primera regla que se aprende es a no mirarlas como tuyas, sino como la materia prima de tu negocio. Es importante no involucrarse en su vida más allá de lo necesario (...) Simplemente es una propiedad, como la Coca-Cola que vendes, y hay que tratarla como tal. Si te involucras en su vida o en sus problemas, te puede afectar, porque esa mercancía tiene sentimientos (...) Creamos una forma de vida que se sostiene gracias a la esclavitud, sin siquiera saberlo o pensarlo (...) La trata dio paso a los macroburdeles para los clientes, que no eran otra cosa que cárceles de lujo repletas de miseria, para las mujeres esclavas de un sistema nuevo y cruel. Las convertimos en grandes máquinas expendedoras de dinero", dice Miguel, nombre falso cuyo apodo (El Músico) es real, así como las localizaciones y los sobrenombres del resto de proxenetas, todos aún en activo o encarcelados: Chepas, Dandy, Gallego... "No es un asunto de sexo, es un asunto de coco. Un buen chulo no cobra por follar; lo hace por tener la respuesta adecuada para lo que preocupa a una puta", dice Iceberg Slim en un libro autobiográfico (Pimp, memorias de un chulo, Capitán Swing, 2016).

Debajo de ese mundo regido sin códigos, donde la degradación moral alcanza niveles irreversibles (pura esclavitud: palizas, violaciones, sometimiento a base del terror y la amenaza perpetua sobre sus familias en sus ciudades de origen, visitadas frecuentemente por el captador si la chica no rinde o da problemas) se entronizan hombres como Miguel, el Músico, y se van por el desagüe vidas como la de Lucía, que llegó con 18 años a Madrid, dejando a su hijo en Colombia al cuidado de su madre para trabajar de camarera, pagar su deuda con los tratantes y quedar libre para ahorrar un dinero durante meses que en su país sería una fortuna. Ya en España se le comunicó que tenía que prostituirse. Son reacciones, dice el Músico, "clonadas". Enmudecen. Luego entran en estado de shock y empiezan a llorar. De forma inagotable. Porque saben que no hay vuelta atrás, que se han quedado atrapadas.

En España, según datos del Gobierno, se mueven alrededor de este negocio unos cinco millones de euros al día y fueron identificadas, en 2016, 14.000 víctimas de trata

"Nadie se levanta una mañana y decide ser puta, pero nosotros tenemos la tela de araña perfectamente tejida donde caben las promesas de una vida mejor para ella y los suyos, los halagos que le gusta escuchar y algunas ayudas insignificantes que le presentamos como grandes favores y que ella nos agradece como si lo fueran. En cuanto la mosca pega sus diminutas patitas a la red pringosa, ya le es imposible soltarse. Y ahí se queda. Cazada. Lista (...) La balanza del acuerdo verbal no se inclina a ambos lados por igual. Por eso el supuesto consentimiento de las víctimas no es más que una farsa donde no existen los requisitos éticos imprescindibles en cualquier relación personal, social o laboral (...) Yo surtí, durante años, a doce de los mejores macroburdeles que existen en la actualidad en España. Los llené de esa materia prima que los puteros llaman 'carne fresca', día a día. Y jamás me paré a pensar si la mercancía que yo importaba eran personas como yo. Ellas eran otra cosa. Eran putas".

Asumido el golpe, Lucía hizo de tripas corazón "con enorme disciplina y a destajo". En tres meses consiguió los 6.000 euros del dinero que creía deber a Miguel por sacarla de su país y darle un trabajo. También había pagado cada día los 50 euros que se abonan para poder bajar al salón y ejercer allí. Se presentó en el despacho de su proxeneta con una sonrisa "de satisfacción y felicidad". Miguel hizo cuentas delante de ella y le dijo que ya solo le faltaban 425 euros para cumplir la deuda. La convenció de que dentro de un mes volvieran a hablar, pero necesitaba extender su visado por tres meses en España para poder seguir en el club "ya sin deuda" y ahorrar para volver a su país con dinero para su familia. La extensión del visado es gratuita, pero Miguel le dijo que costaría "apenas" 1.200 euros. Le explicó que con ese visado estaría tranquila en España en caso de una redada. Quieren todas lo mismo, dice Miguel: estar en España legalmente, ahorrar y volver con dinero a sus casas. Por eso Lucía regresó al mes siguiente creyendo la deuda saldada al despacho de Miguel, pero ésta había crecido; el proxeneta sumó un gasto que "había olvidado", el de la pensión diaria: cama y comidas. Sumado todo, incluido lo anterior, Lucía ya debía más dinero que en su primera visita. "Se empezó a morir por dentro", dice Miguel.

Ellas se convertían en un cheque en blanco. El beneficio de su explotación podía superar los doscientos mil euros

Pasaron los meses con nuevas promesas incumplidas, cientos de clientes ("aquí de viene a chupar y follar"), hasta que un día Lucía no apareció en el salón. Tampoco se había escapado ("en este negocio lo más importante es lo que está en la puerta") ni estaba en su cuarto. Finalmente apareció: lo hizo tirada en un charco de sangre en el baño. Se había cortado las venas. La llevaron al hospital, donde le salvaron la vida de milagro. Al regresar días después al club había envejecido veinte años. "Esa mujer mayor que había devorado sin compasión a la joven y bella Lucía dio por hecho que a su deuda interminable se le sumarían las facturas de la ambulancia, el médico, el hospital, las medicinas, la diaria, e incluso una multa por su intento de suicidio". La tuvieron prostituyéndose más tiempo en otro club, éste de Denia, y al cabo de unos meses tuvieron que ingresarla en un hospital psiquiátrico. Había muerto del todo. Nunca volvió a Colombia, nunca supo más de su madre, nunca volvió a ver a su hijo.

El libro que Mabel Lozano ha escrito basándose en decenas de entrevistas con El Músico explica la realidad del mundo de luces de neón y clubes repartidos por todos los pueblos, ciudades y carreteras de España. "Llegamos a ser los propietarios de algunos de los mejores burdeles de España: El Leidys, en Denia; El Glamour, en Córdoba; El Privé, en Tarragona; La Rosa Élite y El Venus, en Valdepeñas; Los Charlys, en Consolación; El Estel, en el Vendrell; El París, en Puerto de Sagunto; El Cuatro Hermanas, en el Puxol; Las Palmeras, en Castellón...". Un mundo a la vista y consumo de todos poblado de mujeres explotadas que llegaban a España de las más diversas maneras, siempre engañadas y después traicionadas, como campeonas de un deporte que en su país no existe para ser destinadas, como mercancía, a un esclavismo que desconocían que existiese en el siglo XXI. En un país, España, en el que no está perseguido penalmente el proxenetismo en todas sus formas, por ejemplo la consentida. Y en el que las víctimas tiene más miedo a la justicia que a sus captores por la amenaza que estos representan sobre sus familias. "Apenas se invertían mil doscientos o mil quinientos euros, todo lo más", resume El Músico. "Pero ellas se convertían en un cheque en blanco. El beneficio de su explotación podía superar los doscientos mil euros. ¡Se hubieran necesitado diez kilos de cocaína para alcanzar la misma cifra que con una sola víctima!"

viernes, 10 de noviembre de 2017

Postales desde la muerte

Cuando mi padre compró un piso para vivir con lo que le quedaba de su familia el anterior propietario se había llevado ya todos los muebles y solo había dejado una bolsa de plástico con un curioso contenido que no quiso, no pudo o se olvidó de llevar. No volvimos a verlo, pero yo, que tengo la curiosidad de los gatos, y hasta una poca más (aunque la curiosidad los suela matar, siempre les quedan seis vidas más) husmeé en el saco y descubrí una historia conmovedora.

Había una colección de postales dirigidas a su novia por un joven que estudiaba ingeniería en Madrid poco antes de la Movida ochentera. La novia vivía en Ciudad Real y el novio, instalado en un colegio mayor, le enviaba regularmente siempre una postal distinta de cada rincón de Madrid para demostrarle regularmente que seguía acordándose de ella. Formaban una secuencia narrativa; poco después se casaron, y ella tuvo una hija. La historia terminaba con una larga carta desde Lourdes. Me enteré por ella de que la muchacha había contraído cáncer. Ya no había más cartas.

Ese joven ingeniero era el propietario de la casa, y se había vuelto a casar. Me las arreglé para devolverle esas postales a él y a su guapa hija; este inesperado regalo le dolió un poco; había querido dejar atrás esa etapa atrás junto a la casa en que vivió apenas unos años con su primera esposa. No destruyó sus recuerdos, simplemente los dejó en un lugar donde seguramente desaparecerían. Pero no ocurrió así: soy incapaz de dejar que los escritos se destruyan. Pero esta historia me ha venido a la mente por algo que me ha pasado hace poco.

Volvía al trabajo y noté que al lado de la acera había un contenedor lleno de cascotes; seguramente estaban haciendo algún tipo de obra en un piso de esa calle. Como siempre paso por ella me fijo en cualquier novedad que altera el aburrido paisaje cotidiano, y noté que en el contenedor había también una serie de postales y una bolsa. De ella asomaba además un vistoso misal y varios libros. Como no soporto que la gente tire escritos a la basura, los recogí. Tres pertenecían a un curso de inglés y formaban una gramática, una antología de lecturas y una serie de ejercicios. Se los regalé a un alumno mío al que le podrían beneficiar. El resto era un misal y una agenda. 

Las postales describían los viajes de una muchacha manchega que vivía en una céntrica calle durante los años setenta y ochenta; pero la agenda era más interesante. Tenía consignada toda la vida de una señora que debía pasar ya los noventa y seis años (1921), seguramente fallecida, por lo cual se deshicieron de ella. Su letra, su orden, su pulcritud me hablaban de una persona recta y equilibrada. Tenía dos fotos de su familia: una antigua a blanco y negro y otra más moderna a color. Tuvo siete hijas y un hijo, y anotó escrupulosamente todos sus datos biográficos: cuándo nacieron ella y su marido, cuándo matrimoniaron (1951), cuándo vinieron sus hijos (de 1953 a 1965), cuando se casaron los tres que lo hicieron y también las fechas de nacimiento de los dos nietos que llegó a conocer, así como cuándo fallecieron sus propios padres. Guardaba una foto también en persona de su único hijo, estampas de la Virgen y una fotocopia de su carnet de identidad. Entre las direcciones había algunas de parientes y hoteles en Madrid, y diversos teléfonos. Y una alusión a los discos de canciones de alguien a quien conozco, el sacerdote de Villamanrique Alfonso Luna Sánchez, que hoy es monseñor y vive en Roma como otro manchego, el superior de los teatinos (y gran poeta) Valentín Arteaga, quien, por cierto, apareció en uno de los programas de Españoles por el mundo. Quizá tendría que hablar un poco de estos (y de un jovial y amable poeta leonés afincado en Ciudad Real, del grupo Guadiana, el salesiano Santiago Martínez Álvarez). Los libros de este último, con su estimulante carga de humor, deberían ser más conocidos.

El misal contenía unas cuantas estampitas, pero también dos importantes reliquias de Martín de Porres "Fray Escoba": una era una medalla con reliquia y otra un trozo con un reducido lienzo de tela que había tocado su cuerpo. Era un misal bonito, encuadernado en cuero, con grabados magníficos, impreso en Barcelona en los años sesenta. Dentro contenía un recordatorio de una monja que había consagrado su vida a atender a los sacerdotes; al final enfermó y murió estoica y cristianamente consagrando su vida a ese propósito.

Me sentí muy afectado por todo esto; es como si hubiera conocido a estas personas de toda la vida; pero esta vez ha pasado más tiempo y la cuestión que me planteo ahora es si tengo que devolver estos recuerdos a una gente que los quiere perder. Esos escritos, esas fotos, esas postales estaban allí, en el abandono o en la basura por algo. Porque la gente no quiere sufrir más y desea vivir su propia vida; la memoria es un anclaje que no deja mirar al futuro. Tal vez esos recuerdos estaban ahí para que yo escribiese esta nota o tal vez yo era el destinado a quedarme con estos recuerdos. Tal vez hubiera tenido que seguir mi camino y meterme en mis propios asuntos ¿Ustedes qué opinan?

Recuerdo cuando murió mi padre. Se entretenía haciendo maquetas de todo tipo de iglesias. Creo que siempre quiso ser arquitecto; de niño hizo una maqueta impresionante de una casa que llevaron a una exposición, pero quedó en segundo lugar: el premio se lo dieron al hijo de un cacique. En aquella época no había becas para hacer estudios de arquitectura, y menos para un hijo de familia numerosa; mi padre se resignó; bastante bien se colocó en Telefónica. Cuando murió, decía, me encontré su casa llena por doquier de maquetas que no sabía donde meter. Tuve que tomar una decisión drástica: las tiré casi todas y solo me quedé con una, la mejor. Ahora ni siquiera sé donde está.

martes, 7 de noviembre de 2017

Grandes comienzos de narraciones

Tomado de aquí:

'El Aleph', de Jorge Luis Borges 

Así empieza. “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque esta párrafo ya es, en sí mismo, un espléndido poema en prosa sobre el paso inexorable del tiempo que ni siquiera necesita el (por otro lado, magnífico) relato que viene a continuación para incrustarse en nuestra memoria.


'Asfixia', de Chuck Palaniuk 
Así empieza. “Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor quiere incitarnos a dejar de leerle, como si no fuésemos dignos de lo que viene a continuación, como si fuese a escandalizarnos, repugnarnos o desconcertarnos. Y todo ello es un poderoso estímulo para seguir leyendo.


'El guardián entre el centeno', de J.D Salinger 
Así empieza. “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor no tiene tiempo que perder y quiere llegar cuanto antes a un acuerdo honesto con sus potenciales lectores: léeme o no me leas, pero permite que te cuente mi historia tal y como yo la siento. Déjame ir directo a la yugular, sin circunloquios ni estupideces.

'Los detectives salvajes', de Roberto Bolaño 
Así empieza. “He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque aún no sabemos qué rayos es el realismo visceral (¿una vanguardia estética?), pero ya nos queda claro que formar parte de él es un sombrío honor que no puede eludirse, aunque se acepte sin ceremonia ni entusiasmo.

'Si una noche de invierno un viajero', de Ítalo Calvino 
Así empieza. “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, 'Si una noche de invierno un viajero'. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto”.
¿¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque muy rara vez nos ha pedido alguien que le prestemos toda nuestra atención con tanta elegancia. Y porque la promesa de que nuestro mundo se esfumará “en lo indistinto” hace que pensemos que el viaje va a valer la pena.

'La campana de cristal', de Sylvia Plath 
Así empieza. “Era un extraño y bochornoso verano, el año en que electrocutaron a los Rosenberg, y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en unas pocas palabras Sylvia Plath introduce unos anzuelos imposibles de no morder por el lector: extraño verano, alguien que ha sido electrocutado y el que está contando la historia que se pregunta qué hacía en una ciudad como Nueva York a la que todo el mundo sabe perfectamente a qué va.

'Pedro Páramo', de Juan Rulfo 
Así empieza. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque basta una línea para desatar un torrente de preguntas que esperan obtener respuesta: ¿quién eres tú?, ¿qué es Comala?, ¿por qué no conociste a tu padre?.

'Historia de dos ciudades', de Charles Dickens 
Así empieza. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos sitúa en un tiempo y un lugar excepcionales, en los que todo parece estar por hacer y todo es posible, de manera que nos predispone a disfrutar una experiencia insólita.

'La familia de Pascual Duarte', de Camilo José Cela 
Así empieza. “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo."
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien interpela a ese anónimo ‘señor’ y, de paso, a nosotros, tal vez haya hecho cosas atroces, pero sabe cómo captar nuestra atención y merece ser escuchado.

'Me llamo rojo', de Orhan Pamuk 
Así empieza. "Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien nos invita a participar en una investigación criminal que se promete apasionante es la propia víctima, ya cadáver, y a cambio está a punto de compartir con nosotros los secretos del más allá.

'El túnel', de Ernesto Sábato 
Así empieza. “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el universo de ficción de Ernesto Sábato irrumpe desde la primera línea para suplantar a nuestro universo. Ya no estamos en el mundo que conocemos, sino en uno distinto en el que todos parecen saber quién es Juan Pablo Castel y cómo y por qué mató a María Iribarne.

'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez 
Así empieza. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque abarca un océano de tiempo, toda la vida de un hombre, en apenas una frase que viene a ser como esa breve secuencia de ‘Ciudadano Kane’ en la que el personaje de Orson Welles se asoma a la muerte añorando el trineo que tuvo de niño.

'Una habitación propia', de Virginia Woolf 
Así empieza. “Pero, me diréis, te hemos pedido que nos hables de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver eso con una habitación propia? Intentaré explicarme".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque incluso una disertación académica, un ensayo sobre literatura escrita por mujeres, puede arrancar con la precisión, la inteligencia y el misterio de las mejores novelas.

'Yo, Claudio', de Robert Graves 
Así empieza. “Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Clau-Clau-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el emperador romano al que todo el mundo menosprecia y que no comete el error de tomarse a sí mismo demasiado en serio ha conseguido ganarse nuestro interés y nuestra simpatía desde la primera frase.

'La metamorfosis', de Franz Kafka 
Así empieza. “Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque viene a ser como el ejemplar microcuento de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), pero con la promesa de saciar nuestra curiosidad y contarnos a continuación la historia completa.

'Moby Dick', de Herman Melville 
Así empieza. “Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque a Ismael le espera la Ballena Blanca, va a participar de una de las odiseas más apasionantes y atroces de la historia de la literatura. Y se adentra en ella con la frívola arrogancia de la juventud y con una mirada virgen.

'Scaramouche', de Rafael Sabatini 
Así empieza. “Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nuestro mundo está tan loco como el de Scaramouch y queremos compartir con él el don de la risa, intuyendo desde ya que, por supuesto, se trata de un enorme patrimonio.

'Las intermitencias de la muerte', de José Saramago 
Así empieza. "Y al siguiente día no murió nadie".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el título y la primera línea reman con eficacia en la misma dirección, la de preocuparnos por la idea de que la muerte deje de cumplir con su deber y pase sin previo aviso a ser intermitente.

'Pálida luz en las colinas', de Kazuo Ishiguro 
Así empieza. “Niki, el nombre que al final le pusimos a mi hija menor, no es un diminutivo, sino un acuerdo al que llegué con su padre. Por paradójico que parezca, era él quien quería ponerle un nombre japonés, pero yo, tal vez por el deseo egoísta de no recordar el pasado, insistí en un nombre inglés. Al final, consintió en ponerle Niki, pensando que ese nombre tenía ciertas resonancias orientales”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque estas tres frases dedicadas a un detalle en apariencia trivial invitan a leer entre líneas y parecen arrojar muchísima luz sobre el pasado, la intimidad y los desencuentros de la pareja que forman esa mujer oriental y ese hombre británico.

'Trópico de Capricornio', de Henry Miller 
Así empieza. “Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque desde el principio nos imaginamos la Villa Borghese, con su higiene y su orden sofocantes, como una especie de sucursal del infierno. Y porque queremos asomarnos a ese baile de solitarios y difuntos que nos propone Henry Miller.

'Todo lo que no te conté', de Celeste NG 
Así empieza. “Lydia está muerta. Pero eso es algo que ellos aún no saben”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en solo 14 palabra caben “ellos”, cabemos nosotros (lectores y cómplices) cabe esa Lydia de la que nada sabemos aún y cabe también el terrible secreto del que se nos acaba de hacer partícipes.

'Ciudad de cristal', de Paul Auster 
Así empieza. "Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque es puro Auster. Están ahí, larvados y envasados al vacío, la imposibilidad de comunicarse, la soledad, el peso abrumador del azar y los problemas de identidad de sus personajes casi siempre a la deriva.

'El extranjero', de Alberto Camus 
Así empieza. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.”
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque hay humor, hay cinismo y hay melancolía en esta concisa declaración de supremo desdén por el mundo.

'Alguien voló sobre el nido del cuco', de Ken Kesey 
Así empieza. “Están ahí fuera. Chicos negros vestidos de blanco que se esconden de mí para tener relaciones sexuales en el pasillo y luego lo limpian todo antes de que pueda descubrirlos en pleno acto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque pronto aprenderemos que ‘el Jefe’ está loco, es uno de los internos de un hospital psiquiátrico de Oregón. Él va a ser quien nos cuente la historia, y cuanto antes nos familiaricemos con su locura, mucho mejor”.

'Matadero cinco', de Kurt Vonnegut 
Así empieza. “Todo esto sucedió, más o menos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque casi cualquier relato es, en el fondo, una pequeña o gran mentira, y nadie nos miente más que quien promete contarnos toda la verdad. Como diría José Mota, “si te digo la verdad, te miento”.

'Corazón tan blanco', de Javier Marías 
Así empieza. “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos seduce, nos intriga y nos sumerge en universo turbio de pérdida de la inocencia, de niñas con pulsiones suicidas que crecen para asomarse a duras penas a algo parecido a la normalidad.

'Paraíso', de Toni Morrison 
Así empieza. “Primero disparan a la chica blanca. Con las demás, pueden tomarse el tiempo que quieran. En el lugar donde están, no hace falta que se den prisa. Se encuentran a 27 kilómetros de una población que, a su vez, está a 145 kilómetros de la más cercana. En el convento habrá seguramente muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque las dos primeras frases nos dejan ya en un horrorizado estado de alerta. Y el resto nos transmiten con precisión quirúrgica la indefensión de las víctimas, la gélida y cruel parsimonia de los verdugos, la soledad del páramo dejado de la mano de dios en que perpetran sus crímenes.