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martes, 14 de abril de 2009

Identidad

FERNANDO SAVATER

Pugna de identidades, El País, 14/04/2009


En mi primer libro, Nihilismo y acción (1970), incluí un ensayito sobre Moby Dick cuya lectura aún sigo soportando sin mayor sonrojo. Empezaba así. "Cada hombre se parece más a todos los hombres que a ese arbitrario y simple fantasma que llamamos él mismo". Expresa una convicción que he ido reforzando con los años. Aunque ahora esté de moda insistir en que la riqueza humana es nuestra inagotable diversidad y hasta nuestras irreductibles diferencias culturales, siempre he creído que lo verdaderamente precioso para nosotros -intelectual y prácticamente- es nuestra fundamental semejanza. Gracias a ella podemos comprender las necesidades y anhelos de los otros, colaborar con ellos y aprender de todos, traducir ideas y compartir las historias o los poemas. Somos seres simbólicos y por tanto hechos para resultar inteligibles los unos para los otros. Nuestras distintas formas -Hölderlin dijo: "el espíritu gusta darse formas"- son la vivacidad de nuestra condición, pero lo que tenemos en común es su fundamento. Por ejemplo, es mucho más esencial que todos los humanos posean lenguaje que el que hablen esta o aquella lengua...

Siempre he creído que lo verdaderamente precioso para nosotros es nuestra fundamental semejanza


Parece hoy haber una pugna tenaz entre las identidades culturales y la aspiración a una universalidad humana. Desde postulados de la Ilustración, que tan bien conoce, Tzvetan Todorov sostiene en su último libro -El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg)- que la auténtica barbarie consiste en regatear a los distintos su plena humanidad, mientras que la civilización es descubrir lo que compartimos bajo la diversidad folclórica. Aunque nadie tiene el monopolio de ninguna de estas calificaciones: "lo bárbaro y lo civilizado son los actos y las actitudes, no los individuos y los pueblos". En cuanto al tema de las identidades que cada cual endosamos (y que son múltiples, salvo que alguna haga metástasis y se convierta en maníaca), Todorov distingue tres: la identidad cultural (lengua, religión, tradiciones), la identidad cívica (pertenencia a un Estado como ciudadano) y la adhesión a un proyecto común de valores universales. Las tres son compatibles, pero no intercambiables. Y no todas podemos "sentirlas" por igual: "Amamos (u odiamos) nuestra lengua, el lugar donde crecimos, la comida que nos preparaban en casa, pero no 'amamos' nuestra Seguridad Social, nuestro fondo de pensiones o el Ministerio de Educación. Sólo les pedimos poder confiar en ellos".

Sobre la cuestión de las identidades el mejor libro que he leído en mucho tiempo es el de Amy Gutman, La identidad en democracia (ed. Katz). Estudia las ventajas que las identidades colectivas pueden aportar a quienes las adoptan y a la promoción de ciertas ideas o formas de vida, pero señala también que "el respeto por las personas implica no respetar la tiranía que ejercen las mayorías o las minorías culturales y no considerar a las culturas como todos homogéneos". En democracia, la supervivencia de grupos o tradiciones culturales no se puede comprar al precio de la limitación de elección de los individuos. Éstos deben ser educados para poder optar por cambiar de fidelidades y para salir sin perjuicio o trauma de la que en un principio les tocó en suerte.

Filósofo y también sinólogo reputado, Françóis Jullien ha escrito un tratado De l'universel (ed. Fayard). Distingue entre lo universal y lo uniforme, que para él es sólo una exigencia de la producción estándar de bienes elevada a categoría moral. Para evitar la hipóstasis de fetiches etnocéntricos, lo universalmente humano debe ser una aspiración y una exploración, no algo fijo de antemano según patrones excluyentes. Incluso los derechos humanos tienen más fuerza virtual como motivo de resistencia frente a atropellos que como código cerrado de una vez por todas. Un debate apasionante que sigue abierto... salvo para quienes se arrellanan en la poltrona de sus dogmas.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Inger Enkvist y la voluntad

He leído un denso artículo de la hispanista sueca Inger Enkvist sobre El Quijote y las interpretaciones de Savater y Marina y, como siempre, da en el clavo. Pero lo que me interesa es sobre todo su abordamiento del problema de la desaparición de la voluntad en nuestros días a través de estos dos autores, lo que repercute en la enseñanza y su reforma, algo que también obsesiona a la autora. Resumo y extracto aquí su texto.

En La tarea del héroe, Fernando Savater analiza cómo la ética explica al hombre como ser activo. Para Savater, el hombre es lo que hace y se hace en su actividad y la verdadera pregunta de la ética no es ”lo que debo hacer” sino ”lo que quiero hacer”, algo que para él expresa la diferencia entre la religión y la ética, ya que el hombre religioso intenta seguir una norma que viene de fuera, intenta hacer lo que debe hacer. Si ahora se culpabiliza la voluntad del hombre, es decir la expresión del hombre de lo que quiere ser, se quita al ser humano lo esencial de lo que es, su poder de expresar su ser a través de sus acciones. Si se ataca a la voluntad, queda poco del ser humano. Marina, por el contrario, ha comentado la desaparición de la voluntad desde un punto de vista psicológico, aunque su enfoque es similar al de Savater. Constata que se ha convertido en un dogma que la voluntad es igual a la voluntad de poder y que lo no espontáneo es falso, calculador e hipócrita. La influencia de la moral de la autenticidad, relacionada con Sartre, ha ganado muchos adeptos, pero una libertad sin voluntad es una voluntad a la deriva, subraya Marina. El mundo del ser ”espontáneo” es similar al de los inadaptados sociales en general. Para ellos, el futuro no existe y por eso sus acciones parecen no tener consecuencias. No se ponen metas, no hacen planes, son incapaces de aprender de sus propios errores porque viven en el aquí y ahora en búsqueda de sensaciones agradables inmediatas.

Tanto Savater como Marina señalan la desaparición de la voluntad. No está bien visto querer lograr una meta sino que esto se considera un acto calculador, malvado, un acto desleal, una manera de querer ganar a otros que tienen tanto derecho a triunfar como tú. Sólo en el deporte se considera normal tener un entrenador, medir el rendimiento, fijarse metas difíciles pero no imposibles para encontrar la concentración psíquica necesaria para mejorar. Como dice Marina, la técnica psicológica de proponerse metas escalonadas, lograrlas y proponerse otras es una de las técnicas psicológicas más comprobadas. Quizá influye un resentimiento ”democrático”: ”No quiero hacer ningún esfuerzo pero tampoco quiero que otros sean mejores que yo. Para no sentirme inferior yo, prefiero que nadie siga adelante.”

Ésta podría ser una explicación por lo que Savater llama "el eclipse de los valores paternos". Nadie quiere asumir el papel del padre, tomar decisiones, establecer límites, decir que no, es decir que ayudar a formar el superego de su hijo

Educadores asociales

Educadores asociales

FERNANDO SAVATER El País, 03/03/2009


Al poco de asumir la presidencia Obama, leí más de un artículo comentando que vuelve a haber en Estados Unidos escuelas sólo para negros porque allí reciben una atención más especializada y obtienen mejores resultados. También en España hay partidarios de una educación separada por sexos, no para discriminar a las féminas, todo lo contrario: porque las chicas son más listas y educándose solas obtienen mejores resultados. Y no faltan padres que reivindican su derecho a no enviar a sus hijos a la escuela y educarlos ellos mismos en casa, una práctica que aseguran hace furor en los países más avanzados... y naturalmente también permite obtener mejores resultados. Porque no me negarán ustedes que son los resultados los que cuentan...

Lo que algunos decididamente negamos es que los padres posean el monopolio de formar moralmente a sus vástagos


Pero resultados ¿de qué tipo? ¿Sacar mejores notas? ¿Más adecuada y fructuosa preparación laboral? En cualquier caso, por supuesto, nada que tenga que ver con la función social de la educación, que es el nuevo anatema. Lo que más conviene al educando, según estos educadores asociales, es aquello que individualmente mejor le prepare para la competición laboral, aunque sea a costa de las dimensiones cívicas -o sea, sociales- de su formación.

Porque nadie puede dudar que, si de educación para la convivencia se trata, a los que van a vivir juntos hay que educarlos juntos: sea cual fuere su etnia, su sexo o la religión familiar. No para que se lleven obligatoriamente bien, sino para que conozcan cuanto antes los motivos por los que podrían incurrir luego en la tentación nociva de llevarse mal. La única razón para separar ocasionalmente a unos alumnos de otros son las cuestiones estrictamente académicas: necesidad de clases de refuerzo, agrupación por materias o lenguas optativas, etcétera. Por lo demás, si de buenos resultados se trata, no está de más señalar alguno realmente histórico: si hoy el afroamericano Obama ha podido llegar a presidente de USA es gracias a que cuarenta años antes Johnson acabó con la segregación en la escuela: le han votado quienes están acostumbrados a sentarse junto a negros desde su infancia y les juzgan con toda naturalidad por sus méritos y no por el color de su piel.

En España, el más habitual caballo de batalla de la educación asocial es ahora la insistencia en el derecho de los padres a educar a sus hijos, que casualmente nadie pone en duda. En cambio, lo que algunos no sólo discutimos, sino que decididamente negamos, es que posean el monopolio de formar moralmente a sus vástagos. Que los padres les transmitan los valores que prefieran: pero que no nieguen a la escuela pública el derecho a enseñarles que también hay otras opiniones y otros criterios no menos respetables. Cuando hay padres que venden a la televisión las proezas sexuales de sus hijos de trece años o los noviazgos de sus hijas de catorce con acusados de asesinato, no parece mucho pedir. Hemos tenido un ejemplo fehaciente con las estentóreas declaraciones del padre de la infortunada Marta del Castillo, recibido en audiencia por el presidente Zapatero en un acceso demagógico literalmente patético. ¿Acaso quisiéramos que la interpretación de la justicia que reciben los jóvenes dependiese de una perspectiva tan lógicamente sesgada por el deseo de venganza y quizá por una secreta sospecha de irresponsabilidad? En tal caso, como alguien ha señalado, lo mejor sería que las penas a esos delincuentes se establecieran sacando la media entre lo que desean los padres de la víctima, que piden el descuartizamiento del culpable, y los del asesino, que le proclaman buen chico y piden su absolución...

Los padres que de verdad se preocupan por la educación en valores de sus hijos no les enseñan a pensar como ellos, sino a pensar por sí mismos. Y nadie es capaz de tal cosa si no conoce, además de las opiniones que ha mamado, las que han recibido no menos cordialmente otros y las razones de todas. Luego intentará elegir bien, como hemos hecho los demás con mil errores. Por lo demás, ¿educación para la ciudadanía? Hombre, en un país en que los medios de información clericales consideran el laicismo un desvarío de extrema izquierda y el establo "progre" llama fascista a reivindicar el derecho a ser educado en la lengua común... ustedes me dirán.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Entrevista a Savater


El País ha sometido a Fernando Savater, a quien tanto me gusta leer, a las preguntas de varios internautas. Es una modalidad de entrevista útil y con frecuencia valiosa, que escapa del adocenamiento general porque sólo acuden a preguntar personas motivadas y no periodistas atenazados por la rutina o el tópico; junto con Vargas Llosa es el único intelectual español incluido en la lista de los 100 pensadores vivos más influyentes realizada por una revista americana, a la vera y par de Fukuyama, Huntington, Joseph Nye... He seleccionado unas cuantas respuestas que me han parecido interesantes. A la declaración de "Filosofia, bella sciencia, per la quale con la quale e sin la quale tutto resta tale quale" responde que la Filosofía no pretende remediar el mundo, sino ayudarnos a vivir en él deliberadamente, esto es, con la mayor dignidad racional posible. Recomienda a los profesores el libro Sobre la buena y la mala educación, de Ricardo Moreno Castillo, y afirma que "La ética nace de la crisis, es decir del choque entre lo que es y lo que creemos que debería ser. Son los atropellos e injusticias los que hacen nacer la reacción ética y los valores, no la santidad." Recomienda también la que a su juicio es la mejor novela con fondo hípico que conoce, Caballo de copas, del chileno Fernando Alegría y, de novela negra, Sé que mi padre decía de Willy Uribe. Le gusta Spinoza porque es "un pensador del humanismo armonizado con el cosmos". Piensa que "la moral busca una vida mejor y la religión algo mejor que la vida, y son cosas diferentes", prefiriendo la primera a la segunda. No cree que se gane nada siendo pesimista, "aunque tampoco conviene pasarse con el optimismo. Yo creo que el optimismo (espera y todo se arreglará) y el pesimismo (espera y ya verás como se estropea todo cada vez más) son dos formas de pereza. Hay que ser pesimista (si no a rreglamos las cosas, tenderán a empeorar) pero activo (podemos intervenir para que lo peor no ocurra). Quejarse es una pérdida de tiempo. Si lo que te fastidia es irremediable, ¿para qué vas a quejarte, si el universo no tiene libro de reclamaciones? Y si tiene arreglo, ¿por que no pones manos a la obra, en vez de entretenerte con vanos lamentos?" Entre los escritores contemporáneos ya fallecidos, es un devoto de Pío Baroja, Ramón J. Sender y Valle Inclán y entre los actuales le gustan Javier Marías y Eduardo Mendoza. Es también un gran lector de cómics, desde el Capitán Trueno y Tintín hasta Mike Mignola, pasando por Alex Raymond, el Conan de John Buscema y tantos otros. Le gustan mucho los cómics italianos, los fumetti, en especial Dylan Dog y Dampir. Estima que hay muchos literariamente más interesantes que ciertas novelas...

miércoles, 7 de mayo de 2008

Sobran albañiles, faltan ingenieros

Dos noticias publicadas en el mismo medio, El País; la primera, aumenta el paro por el parón en la construcción; la segunda, que es preciso buscar ingenieros en otros países habida cuenta no sólo del bajón en las licenciaturas de ingenieros, sino de su súbito descenso de competencia y calidad. Pero el sistema educativo sigue pendiente de igualar por lo bajo, de no crear elites preparadas e investigadoras que podamos admirar... Pedro Solbes, poderoso caballero, vive más pendiente de la macro economía que de la microeconomía, y seguirá hasta que a largo plazo empiecen a verse los efectos desastrosos. De España se decía que exportaba científicos e importaba futbolistas; ahora ni siquiera exporta científicos, sino que también los compra. Y, si tenemos en cuenta el auge de economías de la miseria como China, pronto no habrá ni siquiera dinero para comprar. Dios nos pille confesados: se está desarticulando la clase media española, esa clase media que levantó el país después de que la alta lo hiciera trizas con sus idioteces doctrinarias. Mientras, la facultad de Filosofía de la Complutense está en huelga y Fernando Savater habla de "rentabilidad social" mientras cuenta los dividendos de sus acciones en PRISA. Cómo ha cambiado el hombre; es inteligente, escribe buena prosa, pero no se reconocería en un espejo si se mirara con los años que tenía entonces, pese a lo que diga en sus artículos. Se ve que sigue el consejo de Auden, el de irritar cuando se es joven a los viejos y cuando se es viejo a los jóvenes. Pero el problema es que estos viejos no se dejan irritar, porque ellos mismos se siguen creyendo jóvenes. Ahora los jóvenes lo tienen más crudo; les falta violencia, inteligencia y descaro y les sobra pusilanimidad, botellón y grosería.

martes, 6 de mayo de 2008

Más mayo francés

Un mes y cuarenta años


FERNANDO SAVATER El País, 05/05/2008

Cuando se estaba festejando el bicentenario de la Revolución Francesa, el primer ministro chino Chu En-Lai visitó oficialmente París y se le hizo la inevitable pregunta: "¿Cree usted que la Revolución aportó beneficios a la humanidad?". Cauteloso, el oriental repuso: "Aún es pronto para decirlo". Sin duda revelan menos prudencia los que sólo cuarenta años después de Mayo 68 ya pretenden establecer un balance definitivo de sus logros y fracasos. Por ejemplo, nosotros mismos, Daniel Cohn-Bendit, Adam Michnik, Paul Berman, Paolo Flores d'Arcais y quien suscribe, reunidos a mediados del pasado abril en Roma para hablar de la ética de la rebelión en un ciclo filosófico dedicado al 68, ante un público evidentemente desolado por el reciente triunfo electoral de Berlusconi y sus no menos repelentes aliados. Los ponentes de esa mesa redonda teníamos en común, para empezar, nuestra participación directa en los sucesos del 68: en París, en Varsovia, en Nueva York, en Roma o en Madrid. Y también otra cosa: todos seguimos activamente interesados por el debate político, no en espera de prebendas o sinecuras (¡creo yo!) sino como ejercicio permanente de dignidad cívica y solidaridad cosmopolita. Por último, compartimos una visión positiva de aquellos acontecimientos cuadragenarios, pero teñida de distanciamiento irónico que invalida cualquier intento acrítico de beatificación.

Tras un par de décadas de pueriles idealizaciones, últimamente a Mayo 68 le toca más bien recibir zurras y verse descalificado como origen de todo tipo de males: la falta de autoridad escolar, el excesivo individualismo, el frenesí hedonista, la permisividad, el utopismo político, etc... Por supuesto, la mayor parte de estas derogaciones provienen de gente que ni por edad ni por gusto pudieron participar en aquellos sucesos, de los que hablan con algo menos conocimiento del que yo tengo de la guerra de Troya. Pero otros críticos sí que estuvieron allí, incluso fueron de los activistas más virulentos y agresivos, volviendo ahora esa furia contra lo que antes defendieron. En política es ley infalible: siempre los más extremistas son los que traicionan después con mayor ahínco. Los caracteriza bien Daniel Lindenberg en uno de los mucho libros aparecidos estos días sobre Mayo (Choses vues, ed. Bartillat): "Del izquierdismo no han conservado más que lo peor: la violencia verbal, la afectación de radicalidad y la obsesión del apocalipsis, el tono altanero y el desprecio de los hechos".


En lo que suelen coincidir apologetas y detractores es en el "fracaso" de Mayo. Se refieren a que en ninguna parte los rebeldes conquistaron el poderporque De Gaulle ganó las elecciones al mes siguiente, los españoles tardamos diez años más en conseguir una constitución democrática, los polacos no se libraron de su dictadura hasta 21 años después y así en todas partes. Pero se trata de una visión deformada de lo que aquellas jornadas tuvieron de característico. En París, los manifestantes pasaban ante la Asamblea Nacional y los ministerios abandonados, pero no se les ocurrió entrar para ocuparlos y proclamar un nuevo régimen: nadie quería asumir el poder sobre la sociedad sino sobre su vida personal y cotidiana. Tal como dijo Raymond Aron, la revolución -en el sentido clásico y guerracivilesco del término- fue "inencontrable": pero en cambio sus efectos parcialmente revolucionarios se encuentran hoy por todas partes, en la condición de las mujeres, en la aceptación de opciones sexuales antes perseguidas, en la presencia de los individuos en el espacio público, en el descrédito del militarismo y del totalitarismo comunista, en las ONGs, etc. No es que Mayo 68 fuese el motor único de estas transformaciones sociales (probablemente sólo fue el síntoma más agudo y decisivo de lo que estaba ocurriendo) pero es evidente que se convirtió en el más visible de sus emblemas colectivos. El orden del mundo no se purificó de sus crueldades e injusticias, pero se hizo menos rígido y más abierto. Algo es algo. Sin duda Sarkozy sigue añorando la grandeur gaullista, pero su publicitada vida amorosa debe más a Mayo que al general... por no mencionar la bienaventurada normalidad con que los alcaldes de París o Berlín asumen coram populo su homosexualidad. Etc...

Sin duda, buena parte de los iconos y del lenguaje político que entonces se manejaron estaban desfasados respecto a la emancipación que a tientas buscaba el movimiento. Los revolucionarios de 1789 inauguraron la modernidad convencidos de que eran los recuperadores del mensaje de los Gracos, de Catón o de Espartaco, con los que no tenían nada que ver. Y en el 68 se mantenía el culto a personajes tan poco recomendables como Mao Tse Tung, Che Guevara o Ho Chi Minh y se decían en jerga marxista la mayor cantidad de cosas no marxistas que cabe imaginarse (los primeros en esta mutación ideológica, los situacionistas herederos de Henri Lefebvre y los libertarios). Por eso De Gaulle creía -o fingía creer- que la culpa de los disturbios era de los comunistas, mientras Georges Marchais en L'Humanité atacaba groseramente a los manifestantes acusándoles de formar parte... ¡de un complot gaullista! Por cierto, que una lectura neocomunista de Mayo vuelve a oírse hoy, gracias entre otros a Alain Badiou, una especie de De Gaulle filosófico que se empeña a toda costa en vincular a Sarkozy con Vichy... Esta voz equívoca resultaba especialmente dolorosa en Varsovia o Praga, donde tenían que combatir contra los estalinistas con un discurso patéticamente semejante al suyo.

Al menos una cosa debe quedar clara: el totalitarismo comunista (valga la redundancia) feneció en Europa como ilusión colectiva no el año 89 sino el 68. Por supuesto, también en España, pese a que la dictadura nimbaba al PC de un prestigio liberador que era difícil sacudirse. El irreverente dicterio de Cohn-Bendit contra un poeta estalinista ("Louis Aragon, tus cabellos blancos están manchados de sangre") era difícil de repetir en España aplicado a Rafael Alberti, por ejemplo, aunque algunos argumentos para hacerlo no faltaban. En cualquier caso, por obtusos que fuésemos, bastantes de los que corríamos por las calles de Madrid o Barcelona aquel año sabíamos que la única ventaja política que tenía Pasionaria respecto a Franco era que había perdido la guerra, circunstancia que nos ahorraba ahora tener que manifestarnos contra su dictadura como lo hacíamos contra la del generalísimo. De ahí que, incluso hoy, nuestra "memoria histórica" sea menos hagiográfica que la de otros... Por cierto, es curioso lo poco que parece recordarse del 68 español, recital de Raimon aparte. Y sin embargo el movimiento empezó aquí en febrero, con asambleas multitudinarias y las ocupaciones de cátedras en filosofía (se tomaba el aula durante la clase para debatir sobre cultura y política), siguió hasta el verano e incluso en el nuevo curso, hasta culminar en enero del 69 -tras la muerte de Enrique Ruano a manos de la policía franquista- en el primer estado de excepción decretado por el régimen. Del eco que esos sucesos tenían en Europa da cuenta una entrevista a Cohn-Bendit (Le Magazine Littéraire, Mayo del 68): el entrevistador le dice que "si tomamos el ejemplo del movimiento estudiantil en Madrid, se ve que la diferencia -y los riesgos- son mucho más importantes que entre vosotros", cosa que Dany acepta sin remolonear.

¿Lo mejor del 68? Que hubo violencia contra las cosas, pero poca contra las personas... y nunca terror. Además, fue internacionalista: el lema más hermoso sigue siendo "todos somos judíos alemanes" y las organizaciones "sin fronteras" son deudoras de Mayo (la primera la inventa uno de aquellos activistas, Bernard Kouchner). Hubo basura, pero no la que sale de la cloaca nacionalista: eso ha venido luego. En Roma, mirando a Dany, a Adam, a Paul, a Paolo, yo no me preguntaba lo que ha hecho el 68 por la humanidad sino lo que hizo por nosotros, los que allí estuvimos. Creo que nos dio cierta libertad de espíritu y que "no moriremos idiotas" o, por lo menos, no tanto como otros. Por lo demás, cómo no recordar mis propios 21 años, fervorosos e ingenuos, luchando contra la derecha autoritaria y clerical pero llevándome a matar con la izquierda oficial. ¡Caramba, ahora que caigo: igual que hoy! Lo mío fue sin duda una vocación temprana...

Estudiantes en vela


FERNANDO SAVATER


"Estudiantes en vela", El País 06/05/2008



El pasado 14 de abril comenzó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense un encierro permanente de alumnos, que aún continúa cuando escribo esta nota. Esos estudiantes emplean las largas horas diurnas (¡y nocturnas!) de su enclaustramiento voluntario para debatir sobre el proceso iniciado en Bolonia, destinado a orientar y unificar los estudios universitarios europeos y en el que perciben aspectos realmente inquietantes. No son los únicos: sus motivos de inquietud pueden ser compartidos con mayor o menor alarma por cualquier persona interesada en cuestiones de educación superior.

El número de los que quieren ir a la Universidad desciende. Hace dos décadas, se inició en toda Europa la aproximación de los estudios universitarios a las demandas laborales de empresas y corporaciones. Parecía lógico acercar la Universidad a la sociedad productiva y beneficiarla con ayudas económicas que vinieran de la empresa privada en busca de buenos profesionales. Pero ya va dando la impresión de que las carreras universitarias se configuran cada vez más para satisfacer las necesidades episódicas del mercado empresarial. Se hacen más cortas y más específicas, de acuerdo con los requerimientos de quienes piden mano de obra cualificada y rápidamente rentable: quien paga, manda. Pronto las antiguas denominaciones de las carreras podrán ser sustituidas por marcas o logos: ya no se dirá "voy a ser filólogo, médico o ingeniero" sino "voy a ser un Pfizer, un Microsoft o un Endesa". Aquí como en otras ocasiones los europeos, mientras seguimos alardeando de antiamericanismo político, nos dedicamos devotamente a copiarles en lo social... y no siempre en sus mejores aspectos.




Por supuesto, si la demanda empresarial organiza y estimula cada vez más las nuevas titulaciones (es decir, si se decide su llamada eufemísticamente "rentabilidad social" de acuerdo con la aptitud para captar financiación de agentes externos y no por criterios más académicos) los estudios de humanidades y también de ciencia básica, poco adaptados a la lógica mercantil, irán siendo relegados al armario de las escobas o al desván de los recuerdos en la oferta universitaria. ¿Se nos permitirá a las bestias académicas en extinción un último lamento bajo el sol implacable del provecho, mientras suben las aguas... y los beneficios de algunos?



Por el momento, en España las universidades han pasado del Ministerio de Educación al de Ciencia e Innovación. Antes, cada vez que se hablaba de educación, inmediatamente se discutía el ordenamiento universitario como antonomasia de lo educativo (lo cual era un disparate, desde luego); bandazo al canto y ahora, cuando se mencione el tenebroso panorama educativo, los universitarios nos encogeremos de hombros porque jugamos ya en otra liga más respetable. No sé, no sé: tampoco me gusta este giro.



Entretanto, el número de estudiantes que quiere ir a la Universidad desciende, mientras la variedad de titulaciones que ofertan un poco a la desesperada los centros crece de manera frenética. Estas nuevas carreras, nacidas bajo la sombra boloñesa, recuerdan a veces a los maliciosos el muestrario de habilidades que debía adquirir una señorita a finales del siglo XIX: corte y confección, historia de Filipinas, preparar paella, etiqueta para disponer a los invitados en la mesa, etcétera. Encargada de evaluarlas según criterios que parecen atender más a la alquimia psicopedagógica y la rentabilidad social que a los propios contenidos de conocimiento, la Aneca (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) nunca olvida en sus dictámenes recomendar que se incluyan lecciones referentes a la igualdad de género. Se perfila así un diseño universitario que reviste de moralina edificante los afanes pragmáticos a más corto plazo, según la ideología que aplican en todos los campos nuestros actuales gobernantes.



Los rectores protestan que son exageraciones, que jamás consentirán en mercantilizar la Universidad y acceden a debatir con los estudiantes recelosos. Bien hecho. Pero ¿van a discutir lo que es mejor hacer o a explicarles lo que inevitablemente se hará? Para justificar su doblegamiento ante la Ley Natural, los estoicos decían: non pareo deo, sed adsentior (no obedezco al dios sino que comparto su criterio). Me temo que a los estudiantes les conviene ir haciendo ejercicios de estoicismo...

lunes, 21 de abril de 2008

La elocuencia de las paredes

La elocuencia de las paredes


El País, Fernando Savater 19/04/2008

Tan antiguas como la cultura, presentes en la Biblia y Pompeya, las pintadas fueron la voz colectiva del 68. "Prohibido prohibir" o "la imaginación al poder" fueron lemas menos ingenuos de lo que parece.



Muchas veces se ha dicho, en tono sigiloso, que las paredes tienen oídos. Pero habría que añadir a esa recomendación de cautela que en algunas ocasiones pueden tener también voz o al menos letra, sea buena o mala: hay paredes que cantan, amenazan, se burlan o celebran según el humor de quien las utiliza para comunicarse. Si nos atenemos a la crónica bíblica, el primero que hizo una pintada fue el mismísimo Jehová, siempre en vanguardia desde los orígenes del mundo. Utilizó para esta inauguración la pared del salón palaciego del rey Baltasar, justamente en el momento en que este monarca poco piadoso celebraba un concurrido banquete, y escribió con letras de fuego sin reparar en gastos: Mane, tekel, ufarsin. Naturalmente nadie lo entendió, pero los más despiertos comprendieron que era un negro indicio. La cosa acabó muy mal, como ustedes recuerdan.

Probablemente el género más antiguo de grafitos, después del teológico, es el pornográfico. En los muros de Pompeya que respetó el volcán se han encontrado muchos muy jugosos (recogidos en el tomo 41 de la Biblioteca Clásica Gredos), aunque la mayoría responden a pautas previsibles: "Me he jodido a la tía de la taberna", "El que suscribe, Suriano, dio por culo a Mevio", "Es una orden de tu carajo: hay que hacer el amor", junto al clásico y dulce "Teucro está enamorado". Por lo que se ve estas necesidades expresivas se prestan a pocas variaciones a través de los siglos. Algunos no se limitaron a las palabras y añadieron gráficos. En uno de sus ensayos, Montaigne deplora los colosales falos que solía encontrarse dibujados en las paredes de las letrinas porque, según él, inducían a las mujeres a hacerse indebidas ilusiones sobre el tamaño real de los miembros masculinos...


Desde luego, también las pintadas de índole política tienen larga historia: por ejemplo, en el siglo XIX los invasores franceses de Italia vieron repetida en las calles la leyenda "VERDI", que no sólo era el apellido del patriótico compositor sino las siglas de Vittorio Emmanuel Rey de Italia. Pero sin duda las más célebres entre nosotros siguen siendo las que fulguraron en las fachadas parisinas durante Mayo del 68. No sólo expresaban demandas políticas en el sentido tradicional del término, sino inquietudes más amplias y generosas o, por decirlo todo, poéticas. Fueron reivindicaciones de lo posible más allá de limitaciones normativas ("Prohibido prohibir"), denuncias humorísticas de la rutina establecida ("Corre camarada, el mundo viejo te persigue"), exigencias desaforadas de una transformación que desbordase la verosimilitud mutilada en que vivimos ("Tomad vuestros deseos por la realidad", "Sed realistas, pedid lo imposible", "La imaginación al poder"...). Subyacía a todas ellas el impulso hedonista como subversión de un orden basado en el aplazamiento y fragmentación del placer ("Gozad sin trabas") y la convicción de que nada cambia si todo se modifica para seguir existiendo igual ("Cambiad la vida, o sea transformad sus instrucciones de uso"). A veces surgían declaraciones estéticas de una antiestética heredera de las vanguardias ("El arte es una mierda") o manifiestos elementales de un surrealismo populista ("La poesía a partir de ahora está en la calle"). En algún caso, se recurrió directamente a la voz de un poeta ("He aquí que llega el tiempo de los asesinos", un verso de Rimbaud que brindó a Henry Miller el título de su conocido ensayo y que probablemente no se refiere al aumento de crímenes, frecuentes en todas las épocas, sino que celebra el regreso de los fumadores de hachís).

Es fácil hoy, casi obligatorio, denunciar la ingenuidad atroz de estos lemas y derogarlos como peligrosos si se los pone en práctica. Pues nada, aguarrás y a limpiar las paredes de Mayo o de la memoria. Quizá a eso se refería aquella pintada que leí no hace mucho en el muro de un edificio universitario español: "La esperanza es lo último que se perdió". Pero... ¿se ha perdido? -