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sábado, 17 de enero de 2009

La Justicia en España

El libertador

JUAN JOSÉ MILLÁS El País, 16/01/2009


La justicia ha sido, desde que tenemos memoria, una de las manifestaciones más cutres y pringosas del Estado. Antes de que la prensa publicara las fotografías de los expedientes judiciales amontonados junto a aquellas letrinas roñosas, ya sabíamos que el papel higiénico convivía desde siempre con el de la magistratura. Cualquiera que haya pasado al lado de una toga sabe perfectamente a qué huele. Pero llevan oliendo toda la vida de ese modo sin que el olfato de sus señorías sufriera por ello. Los pasillos de un juzgado son lo más parecido a una estación de autobuses de los años cincuenta del pasado siglo o al servicio de urgencias de un hospital cualquiera de Esperanza Aguirre. Traspasas las lindes del pulverulento reino de los tribunales y tienes la impresión de haber caído dentro de una novela de Franz Kafka.

Siempre nos hemos preguntado por qué los jueces, de cuyo poder nadie duda (lo llevan escrito en la cara), toleraban esa situación, por qué no se modernizaban como el resto de las instituciones, por qué no ventilaban sus dependencias, por qué ignoraban la existencia de los detergentes modernos o las ventajas de la informática. Y la única explicación que encontrábamos era que no les interesaba. Mientras la justicia funcionara mal, ellos harían y desharían a su antojo, con coartada para justificar toda clase de desmanes. Lo cierto es que jamás se manifestaron por la falta de medios, del mismo modo que los obispos no se manifestaron, en tiempos peores, por la falta de libertad. Unos y otros se han caído del caballo ahora mismo, vaya por Dios, en plena democracia y con un Gobierno socialista en el poder. Está bien, más vale tarde que nunca. Lo curioso es que uno de los líderes de este movimiento sindical sobrevenido sea el juez Tirado. Son ustedes hábiles (y decentes) hasta para elegir a sus libertadores.

sábado, 20 de diciembre de 2008

El sistema no tiene errores; el error es el sistema.

Aclaración

JUAN JOSÉ MILLÁS 19/12/2008


A ver si nos ponemos de acuerdo con el significado de las palabras porque esto empieza a parecer la Torre de Babel. Esos chicos que se encadenan a las puertas de una reunión del G-8 no son antisistema. Por el contrario, lo fortalecen al dar trabajo a la policía. Antisistema es el que bombardea un país entero amparado en una documentación falsa fabricada por él mismo. Antisistema es el cómplice de esa acción. Antisistema es el que colabora en el traslado ilegal de seres humanos secuestrados a punta de pistola para ser torturados en agujeros antisistema como Guantánamo. Antisistema es el juez que en vez de comportarse como un poder del Estado hace declaraciones propias de un tonto del culo. Antisistema es el que pretende convertir a la Universidad en la correa de transmisión de los intereses empresariales. Antisistema es el banquero que da préstamos a personas que no tienen ninguna posibilidad de devolverlos. Antisistema es el tasador que valora en 100 un piso de 70. Antisistema son las personas de orden como Madoff, con el que hasta hace cuatro días querían cenar hasta los obispos. Antisistema, por cierto, son los obispos y arzobispos pederastas y quienes les protegen para que no vayan a la cárcel. Antisistema es, por ejemplo, el presidente de la Comunidad de Valencia, que ha estado boicoteando durante tres meses una asignatura (dos, si contamos el inglés) que forma parte del currículum escolar. Antisistema es quien pone sus intereses particulares por encima de la lucha antiterrorista (Aguirre, sin ir más lejos). Antisistema son los supervisores, los gestores, los auditores y los custodios que han estado mirando hacia otro lado. Antisistema es el que presta el dinero gratis, revelando así su auténtico valor de mierda. Antisistema, en fin, es el sistema, que viene a ser lo mismo que si el hígado fuera antihígado.

domingo, 19 de octubre de 2008

Lecturas

El premio Planeta parece que vuelve a premiar la buena prosa. Ya lo hizo cuando se dio el año pasado a El mundo, de Juan José Millás, que es un libro magnífico; ahora premia a Savater, que nunca defrauda, y a una ciudarrealeña, Ángela Vallvey. No me gustan las carreras de caballos, aunque sé algo de ellos, porque mis hijas han ido a equitación y no me pierdo ninguna competición de saltos cuando vienen las ferias; pero prefiero leerme a la Vallvey y sus cigarrales llenos de poetas envenenados.

No le tengo simpatía a la chapucera editorial Planeta, que más bien parece un agujero negro, pero desde que se murió el viejo Lara parece haber mejorado algo. Ya no se presentan esas ediciones hechas aprisa y corriendo, en papel malo y con todo tipo de faltas tipográficas; los premios parecen mejor otorgados, aunque seguramente todavía estarán siendo manipulados. No se leen las obras que presentan los ilusionados concursantes, el premio sólo se elige entre diez novelistas a los que los Lara han encargado novelas para elegir entre ellos el premio ¿se creen que no lo sabemos? ¡Anda ya!

Lo que no quiere decir que entre esas novelas no haya cosas interesantes. La de Millás, por ejemplo.

sábado, 26 de abril de 2008

No sé, no sé


JUAN JOSÉ MILLÁS
No sé, no sé
JUAN JOSÉ MILLÁS, El País, 25/04/2008

Un amigo ha practicado en los tabiques de su casa discretos agujeros que le permiten ver lo que sucede en todas las habitaciones cuando no hay nadie dentro. Hasta ahora no ha ocurrido nada, pero él está convencido de que tarde o temprano sucederá algo que cambiará su vida. De pequeños, cuando nos asomábamos a un agujero, veíamos a una mujer en el trance de vestirse o desnudarse. Pero yo creo que estaba dentro de nuestra cabeza, pues siempre era la misma. No es que ahora no tengamos mujeres sin ropa en la bóveda craneal, pero hemos perdido la capacidad de proyectarlas al otro lado de los tabiques. En cualquier caso, la visión que espera mi amigo es de distinta naturaleza. Algo de orden místico, me parece.

El otro día, después de haber comido juntos, estábamos tomando un café en su casa cuando se levantó para acercarse al pequeño orificio que comunica con su dormitorio. Se trataba de una escena tan habitual que no le presté atención hasta que advertí que se entretenía más de lo acostumbrado. Qué pasa, le pregunté. Nada, respondió con el ojo pegado a la pared, ahora voy. Lo cierto es que tardó en regresar a la zona del tresillo. Y cuando se sentó tenía una expresión extraña. Al preguntarle si había visto algo, cambió de conversación. Luego fingió acordarse de un asunto urgente y me invitó a que me marchara sin muchas sutilezas. Al salir, hice intención de mirar por el agujero, lo que no suele molestarle, pero me empujó sin contemplaciones hacia la puerta de la calle. Estuve toda la tarde dándole vueltas al asunto. Luego cogí la taladradora e hice orificios en las paredes de mi casa. Llevo un par de días corriendo de uno a otro sin que suceda nada anormal en las habitaciones vacías. Pero cuando me siento a ver la tele, tengo la impresión de que alguien me observa desde el dormitorio. No sé si he hecho bien.

jueves, 3 de abril de 2008

Millás y los escritores abducidos

Millás y los escritores abducidos
Público, RAFAEL REIG - MADRID - 16/10/2007 10:38

La primera novela que leí de Millás fue Visión del ahogado, porque la leía mi padre. Seguramente se la había recomendado su amigo Rodríguez Rivero.


Luego leí Papel mojado. Me gustó, y aún me sigue pareciendo una buena novela.
Lo que no recuerdo es cuándo dejé de leer novelas de Millás.


Un buen día dejaron de interesarme las novelas que escribía Millás. Quizá el mismo día (puede que fuera jueves) en que dejaron de interesarle a él las novelas que él mismo escribía.

Lo que sigo leyendo con gran interés son sus columnas. Millás forma parte de ese grupo de novelistas algo impostores porque, en realidad, son grandes articulistas. Millás es uno de los mejores en ese género.


Millás escribió hace muchos años una novela llamada Letra muerta. En ella, un individuo que forma parte de un grupo de activistas clandestinos se introduce en una especie de congregación religiosa a la que detesta. ¿Con qué fin? Para dinamitarla desde dentro o llevar a cabo alguna acción de lucha en el interior. Es una especie de topo. ¿Qué ocurre? Pues que, sin darse cuenta, acaba siendo poseído por el espíritu de cuerpo de la congregación, se apodera de él, acaba convertido en uno de ellos, porque es muy difícil vivir de una forma y seguir pensando de otra distinta, vivir emboscado, hacer una cosa y pensar otra.
Quizá porque, como diría un materialista, son las cosas reales las que modifican las ideas y rara vez las ideas las que cambian las cosas.


Otro versión posible de la misma novela, a ver qué te parece: un escritor milita en defensa de una literatura ambiciosa y de calidad. Detesta el mercado literario, sus trampas y sus pompas satánicas y comerciales. Sin embargo, se introduce clandestinamente en editoriales de prestigio y se presenta a premios como el Primavera, el Nadal, el Planeta, etc. ¿Con qué fin? Para dinamitar desde dentro las trampas del mercado, para ponerlo en evidencia. ¿Qué ocurre? Pues que, sin darse cuenta, acaba siendo poseído por el espíritu de la literatura comercial, se apodera de él, acaba convertido en uno de esos concursantes que ganan premios literarios, en uno de ellos, termina escribiendo aquello de lo que abominaba, porque es muy difícil vivir de una forma y seguir escribiendo de otra distinta, escribir emboscado.

Quizá porque, como diría un materialista, al escribir uno siempre se delata aunque quiera.

También en eso escribir se parece al matrimonio: uno descubre cosas de sí mismo que preferiría no saber.

Por eso nadie escribe para decir algo, sino para escuchar, para que lo que escribimos nos diga lo que no sabíamos de nosotros mismos, para que nos delate.


Así estoy yo, abducido también, esperando a que mis novelas me delaten.
Enhorabuena a Juan José Millás.

sábado, 27 de octubre de 2007

Problemas



JUAN JOSÉ MILLÁS, "Problemas" en El País, 26/10/2007

De un país que pierde una semana en dilucidar si a un señor que se llama Josep Lluís conviene llamarlo José Luis, y otra semana en decidir si una campaña como la de la zeta de Zapatero es mejor o peor que la del yogur con triglicéridos, cabría pensar que se trata de un país loco o sin problemas. O loco y sin problemas a la vez. No es, sin embargo, el caso. Gozamos de una salud mental envidiable, gracias a la cual los joseplluises (o joseluises, como ustedes prefieran) sobreviven cada día al caos ferroviario catalán y las aranchas o las arantxas llegan a su hora al trabajo, se ganen la vida en Madrid, Bilbao o Cáceres. Y no es fácil fichar a la hora, todo el mundo lo sabe, cuando hay que pasar antes por el cole de los niños o por el centro de día del abuelo. A poco que te entretengas en el cuarto de baño, caes en las redes del atasco. Lo más parecido a un parte de guerra es el informe sobre el estado de las carreteras que vomita la radio a primeras horas de la mañana.

Pero resulta que nuestro problema no son los salarios, ni la falta de guarderías o centros de día municipales, ni la evolución de la hipoteca, ni la siniestralidad laboral, ni el racismo, ni la ineficacia de los transportes públicos, ni las listas de espera hospitalarias, ni siquiera el cambio climático. Nuestro problema es el tamaño de la bandera que ondea en el balcón de la Diputación, cuando muchos ni siquiera sabemos para qué rayos sirve una Diputación (aunque sí, por desgracia, para qué sirve una bandera). Y como no teníamos bastante con cabrearnos por naderías del estilo de la de Josep Lluís o por el escaso ardor patriótico del vecino de enfrente, ahora tenemos que resolver deprisa y corriendo qué hacemos con la Monarquía, pues así lo ha decidido la Conferencia Episcopal, otra eficaz generadora de problemas reales.
Perra vida.

sábado, 3 de marzo de 2007

El Chaflán

En El País se ha publicado una noticia con una idea que yo tengo y que Juan José Millás ha expresado sin duda mejor que yo. Habrá que señalar, como contexto necesario para apreciar la noticia, que por estos días se discute el despido de una profesora de religión divorciada por "no dar ejemplo". Dar ejemplo, para una persona tan cateta como Kant, es a lo que se reduce toda moral. Pues ahí va:
El chaflán


JUAN JOSÉ MILLÁS 02/03/2007

La esquina es tanto un concepto arquitectónico como moral. Por eso llamamos esquinado a un tipo de trato difícil. Por eso no hay, en el imaginario colectivo, una esquina sin bar. Voy al bar de la esquina. Espérame en el bar de la esquina. He encontrado al abuelo en el bar de la esquina, etcétera. La esquina es también el sitio de trabajo de las putas. De ahí quizá el invento del chaflán, donde, al menos según los hábitos lingüísticos, parece que no hay bares ni putas. Tampoco el término achaflanado posee connotaciones peyorativas. Achaflanar significa, simplemente, dar a una esquina forma de chaflán. Ergo el chaflán es moralmente hablando superior a la esquina.

Las autoridades pidieron hace ya una semana a los periódicos que renunciaran a publicar anuncios relacionados con la prostitución. Que cerraran esa esquina tan rentable. Lo hicieron a propósito del debate sobre si reconocer o no el oficio más antiguo del mundo. Una vez tomada la decisión de no legalizarlo, solicitaron la ayuda voluntaria de las empresas periodísticas, pues parece que se puede prohibir la prostitución, pero no su publicidad. Incluso se puede prohibir la prostitución, pero no su práctica. De hecho, la prostitución, si lo hemos entendido bien, continuará siendo legal, aunque no estará regulada. Lo que quiere decir que la única ley a la que se plegará será la del mercado (y quizá la de las mafias). Si esta esquina es rentable, tendrá un nivel de ocupación alto. Si no, se quedará desierta (a menos que pongamos un bar).


Hasta ahora sólo el gratuito 20 Minutos ha atendido el ruego de las autoridades. Ni siquiera aquellos que en sus editoriales condenan el comercio del sexo han renunciado a los beneficios de la prostitución. Tampoco los que editan suplementos religiosos y cuyos columnistas hablan de Dios con la confianza con la que usted y yo hablamos de nuestro cuñado. Todos los editores continúan en la esquina, con su bolso de piel marrón, meneando el abanico. Ello me sume en un desconcierto a ratos moral y a ratos urbanístico. Me declaro, en lo urbanístico, partidario del chaflán. En los temas de conciencia, en cambio, prefiero la esquina. Pero yo soy un particular desorientado. Las instituciones deberían estar más achaflanadas.