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jueves, 8 de diciembre de 2016

Reforma constitucional, por Antonio Fernández Reymonde

Antonio Fernández Reymonde, "Como fruta madura", en Miciudadreal - 7 diciembre, 2016:

Los anales de la historia nos recuerdan los acontecimientos históricos con su fecha correspondiente, como hitos insoslayables, marmóreos. Tales datos, por sí solos, no tienen alma, es preciso contextualizarlos para ser interpretados, o al menos para intentar entender las circunstancias en que se produjeron. ReymondeA menudo, tales acontecimientos no son sino una fase (intermedia o final) de un proceso que transcurre con mayor o menor pasión o ansiedad. Cinco años no son nada, pero es el tiempo que ha pasado desde que Rajoy ganó las elecciones hasta hoy, por poner un ejemplo. Poco más de cinco años transcurrieron también entre la proclamación de la II República en abril de 1931 y el golpe de Estado que llevó a este país a la Guerra Civil en julio de 1936, con otro intento de golpe y una revolución frustrados por medio. Un tiempo similar hubo entre la muerte de Franco en noviembre de 1975 y el asalto al Congreso de Tejero el 23 de febrero de 1981, con otro intento abortado poco antes, conocido como Operación Galaxia. Más o menos el mismo tiempo que hubo entre dicho momento y el de nuestro ingreso en la C.E.E. en 1986. No trato de ponerme dramático, sino ilustrar distintas maneras de vivenciar un mismo periodo de tiempo,sea extremadamente convulso o apacible.

Solo dos años mediaron entre la aprobación en referéndum del proyecto de Ley para la Reforma Política auspiciado por Adolfo Suárez en diciembre de 1976– con la oposición al régimen de entonces articulada en partidos políticos subversivos – y la aprobación en referéndum de la Constitución Española en diciembre de 1978. En aquellos años no ocurría lo de ahora, los referéndums se hacían “como Dios manda”, a la mayor gloria del convocante. El contexto: un país que enterraba recientemente y con todos los honores a un dictador / generalísimo durante casi cuarenta años;un país en vías de desarrollo, con una moneda sometida a continuas devaluaciones en plena “crisis del petróleo” y en plena “Guerra fría”; con el ruido de sables permanente y la amenaza del terrorismo de extremistas de ambos bandos; con una libertad de prensa relativa (donde el gobierno podía secuestrar en ocasiones tiradas de prensa o revistas) y una televisión pública única, altavoz mediático a conveniencia del gobierno.

Y poco más de un año se tardó, desde las elecciones constituyentes de junio de 1977, para redactar la Constitución y poner de acuerdo a diputados y senadores para su aprobación en el Congreso en octubre de 1978. Para superar la amenaza del involucionismo, fue necesario que los representantes políticos cedieran en muchas de sus aspiraciones, y unir tanto a los que dejaron recientemente una larga clandestinidad, como a los sectores afectados de la burguesía madrileña o nacionalista (vasca o catalana) que necesitaba la democracia para la credibilidad exterior y el beneficio de sus intereses: contra el “bunker” era imprescindible llegar a un consenso.El “bunker” representado por Fraga Iribarne y Alianza Popular, era la cuarta fuerza en el Congreso, con 16 diputados de los 350. Y si aspiraban a volver alGobierno algún día, tanto como a actualizar las estructuras del régimen de Franco,no podían quedar fuera del consenso, debían adherirse al grupo (como hizo Fraga durante y después del “Tejerazo”).En este tiempo no existía aún la “clase política” como la reconocemos hoy.

Así pues, había que diseñar un “Estado del Bienestar”. Había que aplicar la “Monarquía Parlamentaria” y un “Estado de las Autonomías”, por vía rápida (artículo 151) o vía menos rápida (artículo 143) – como si la premura fuese un asunto de primera necesidad en un texto al que se auguraba una larga vida – con un extraño reparto de provincias por comunidades autónomas que dejaba hecho unos zorros el mapa de Castilla la Vieja y León – despojándola completamente de su carácter de nacionalidad histórica – o incluía a Guadalajara en una comunidad de identidad diferenciada y eminentemente manchega. En estas circunstancias, de nuevas banderas al aire y nuevos iconos, de largas pelambreras y pantalones de campana, de grises y “Cristo Rey”, había que imaginar cómo debía estructurarse un país que tuviera cabida en el entorno europeo, y asentar los cimientos para una legislación moderna. Como suele suceder, la realidad superó también en este caso a la ficción, por bien intencionados o ingenuos que fuesen aquellos que imaginaron que la figura del Jefe del Estado fuese inviolable, los representantes políticos aforados (prácticamente blindados), los servicios básicos reconocidos y respetados (y no como valor testimonial sin garantías para la población más necesitada), sin perjuicios derivados de la desigualdad de derechos entre habitantes de distintas comunidades autónomas (aunque sin establecer garantías del Estado para corregirlos) …

Han pasado treinta y ocho años desde la aprobación de la vigente Constitución y si ya se veía que su imperfección no garantizaba muchos de los derechos recogidos, y provocaba conflictos de intereses (el poder judicial, la financiación y las competencias de las autonomías, las diputaciones, la reforma del artículo 135,…) el siglo XXI ha añadido nuevas circunstancias al contexto y los viejos problemas se han acentuado desde la crisis financiera de 2007 y los innumerables casos de corrupción que han llegado a los juzgados salpicando a demasiados políticos de este país, especialmente desde la llegada de Aznar al Gobierno del España en 1996 (¿recuerdan las consecuencias de laLey Cascos?) y con la falta de alternancia en Andalucía. Han salpicado – presuntamente, de momento – hasta a la Casa Real; y Juan Carlos I se lamentó de su “equivocación” y prometió que no volvería a suceder (aunque aquel lamento no era por su hija, sino por haberse ido de cacería a África con su asistente Corinna mientras se pedía sacrificios a la población para el ajuste económico).

Han pasado treinta y ocho años, y en los principios del reinado de Felipe VI algunos hablan de reformar la Constitución. Vana ilusión. Para empezar, los mismos que admiran a Adolfo Suárez y el “consenso del 78”, no parecen muy dispuestos a considerar las propuestas de la nueva izquierda, crítica con el “régimen del 78”. Mal empezamos si para hacer una reforma que afecta a todos los que son no participan todos los que están. Luego hay que entrar en materia, qué y cómo se va a revisar: si el derecho a la vivienda prevalece ante el derecho de los bancos, por ejemplo; o el problema del cupo vasco o la financiación autonómica; o la pervivencia de las diputaciones y la corrección de las duplicidades de servicios en distintas administraciones; o el trasunto del poder judicial; o la regulación del Título II que afecta a la Corona; o la existencia del Senado (ese cementerio de elefantes, engañabobos con pretendida apariencia de cámara territorial); o la regulación de las convocatorias de referéndum o de las iniciativas legislativas populares, etc. Y por último, si la aprobación de las supuestas reformas va a quedarse en exclusiva en la Carrera de San Jerónimo, porque cabe recordar que desde el referéndum para la entrada de España en la OTAN en 1986, no ha vuelto a convocarse ningún referéndum, ni para refrendar los tratados internacionales más importantes (como la Constitución Europea de 2004), ni siquiera en 2011 para aprobar la reforma del artículo 135 (que desde esta columna invito a indagar en la historia de la reforma y su actual redacción). En el lote de 1978 se incluía “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria” ¿Qué grado de afección tiene hoy la sociedad española hacia su monarca? ¿Volverían a someterlo a referéndum, a riesgo de un obtener un resultado indeseable? Por eso se habla de reformar artículos, no de cambiar la Constitución. Además, mientras el sistema de elección del Senado siga beneficiando al partido en el poder, como baluarte de sus posiciones en estos tiempos de incertidumbre, dudo mucho que el bipartidismo esté dispuesto a hacerse el harakiri sin ningún tipo de contrapartida.

En resumen, creo que la situación no es la más adecuada para una reforma constitucional. Como la fruta madura cae por su propio peso, una reforma constitucional debería hacerse de acuerdo a la mayoría del país, y con el actual equilibrio parlamentario, cuyo punto de partida es falsario debido a la ley electoral que tenemos, me parece muy, muy difícil. Además, hace falta un talante conciliador generalizado, que no encuentro por más que quiero. Hasta cierto punto es normal que no lo halle, porque a diferencia de 1978, no hay razones nuevas, tan poderosas como las de entonces, para compartir entre todos el sentimiento de querer hacer comunidad, o nación. Y lamentablemente, esta inacción beneficia a los inmovilistas, bastante beneficiados ya de por sí.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Javier Marías y la memoria histórica

Javier Marías, "No hay que imitarlos en nada. Es pertinente que se deje de rendir homenaje a militares y políticos que participaron en la sublevación de Franco", en El País, 6 de marzo de 2016:

Al final unos y otros se han echado las culpas, como sucede siempre que alguien mete la pata en este país. Y, por supuesto, nadie dimite jamás de su cargo, un rasgo más, entre muchos, que el autoproclamado “nuevo” partido Podemos comparte sobre todo con el PP. Pero lo cierto es que el Ayuntamiento de Carmena hizo el encargo: contrató y pagó a la Cátedra de la Memoria Histórica (?) de la Universidad Complutense, formada por cinco historiadores muy raros y dirigida por Mirta Núñez, la elaboración de un primer listado de “calles franquistas”, para cambiarlas. Si he subrayado “primer” es porque eso indica que por lo menos tendría que venir un segundo, y eso que el inicial computa nada menos que 256, número que en principio parece excesivo teniendo en cuenta que, ya hacia 1980, algunos de los más conspicuos nombres franquistas desaparecieron, por fortuna, de nuestro callejero: la Gran Vía dejó de llamarse José Antonio; la Castellana, Generalísimo; Príncipe de Vergara, General Mola; la glorieta de San Vicente, Ramiro Ledesma, etc. Aun así, es obvio que algunos quedan, y, en efecto, es pertinente que en cualquier sitio de España se deje de rendir homenaje a militares y políticos que participaron en la sublevación de Franco y en la criminal represión desa­tada a partir de entonces. Como tampoco sería admisible la celebración de individuos “republicanos” que se mancharon las manos de sangre en las zonas que controlaron durante la Guerra. Si he entrecomillado “republicanos” es porque entre los presuntos defensores de la República hubo muchos que pretendieron cargársela con el mismo ahínco que los sublevados, sólo que desde el otro extremo.

Pero ese “primer” listado no se ha limitado a señalar a los Generales Varela, Yagüe, Aranda, Dávila o Fanjul, todos merecedores de castigo y no de premio, sino a numerosos escritores, artistas y personalidades que en algún momento de la larguísima dictadura le mostraron su apoyo o no fueron combativos con ella. Gente a la que no era imputable ningún delito (o sólo de opinión) y que probablemente recibió una calle o una plaza por sus méritos artísticos o literarios y no por su adhesión al régimen o su tolerancia con él. Sus obras nos pueden gustar más o menos, y sus figuras caernos simpáticas o antipáticas, pero a estas alturas nadie que no sea cerril discute la valía de Pla, Dalí, D’Ors, Mihura, Jardiel Poncela, Cunqueiro, Manuel Machado o Gerardo Diego. Tampoco los logros, en sus respectivos campos, de Manolete, Bernabéu, Lázaro Galdiano, Turina, Juan de la Cierva o Marquina. La mentalidad y el tono con que se ha configurado esa lista son policiales e inquisitoriales: mentalidad de delator, o, si se prefiere, de “comisario del pueblo”. Y en Madrid hay todo tipo de gente, no se olvide.

El 27 de mayo de 1937, en plena Guerra, mi padre publicó un artículo en el Abc madrileño (esto es, republicano), “La revolución de los nombres”. Entonces era un joven de casi veintitrés años, soldado de la República. En esa pieza señalaba cómo “desde que estalló la rebelión ya no hay medio de saber cómo se llama nada. Cuando se lee algún periódico faccioso” (es decir, franquista) “de cualquier ciudad, se puede ver que cualquier desfile, procesión o manifestación sale de la plaza de Calvo Sotelo, pasa por las calles de Franco y Falange Española, luego por la Avenida de Queipo de Llano para seguir por la calle de Alemania y terminar en la alameda de José Antonio Primo de Rivera. El orden cambia según se trate de Salamanca, Zaragoza o Sevilla; pero los nombres permanecen”. Y añadía: “Y es de todo punto lamentable que imitemos en esto a los rebeldes, porque no hay que imitarlos en nada”. Y así, cuenta cómo en Madrid la calle Mayor ha perdido su nombre en favor de Mateo Morral, anarquista que atentó contra Alfonso XIII … y mató a veinticinco personas, pero no al Rey; cómo el Prado, Recoletos y Castellana han pasado a llamarse Avenida de la Unión Proletaria; cómo Príncipe de Vergara (título de Espartero, general anticarlista y liberal) también ha caído por ignorancia. “Y lo más grave, lo intolerable”, seguía mi padre, “es el nombre elegido para sustituirlo: Avenida del 18 de julio. ¿Es que nosotros podemos celebrar esa fecha, en que empezó una de las más grandes tristezas de la historia española? ¿Podemos conmemorar el día en que el pueblo español, que se disponía a mejorar sus destinos en la paz de un Gobierno suyo como el del Frente Popular, se vio obligado a llenarse de sangre en una guerra tremenda?” También cuenta cómo en Valencia la calle de Caballeros ha pasado a ser Metalurgia (!), o cómo el pueblo de San Juan, en Alicante, se llama ahora Floreal … Todo esto suena de otro mundo, y sin embargo … Hace casi ochenta años que el joven que fue mi padre escribió este artículo. Lo hizo en un país en guerra, partido y lleno de odio, en el que un bando imitaba al otro, cuando “a los rebeldes no hay que imitarlos en nada”. ¿Tiene algún sentido que volvamos a hablar del callejero al cabo de tanto tiempo, cuando además no hay guerra, ni hay dos bandos? Hay una parte de España, parece, nostálgica de nuestros peores tiempos y nuestras peores costumbres, desde luego de las más idiotas. Eso es siempre inevitable. Lo malo es que esos nostálgicos del encono y la animadversión tengan capacidad decisoria y mando en plaza, sean del lado que sean. Todavía está en nuestra mano no dárselos, ni la capacidad ni el mando.

domingo, 13 de noviembre de 2016

La madre de Javier Marías

Javier Marías, "Mayor que Lolita", en El País, 13-XI-2016:

Una madre es una madre. Tardamos en pararnos a pensar en lo que ya acarreaba antes de nuestro nacimiento. Y, en el caso de la mía, era excesivo.

Llevaba tanto tiempo en contacto con Maite Nieto, que se encarga de recibir y revisar mis artículos, que cuando hace poco nos vimos las caras por primera vez, me creí en confianza y se me escaparon un par de comentarios personales. No tengo más que simpatía y agradecimiento hacia ella (como antes hacia Julia Luzán, que cuidó mis textos durante mi primera etapa), así que le hablé como si estuviéramos en una de nuestras charlas telefónicas y, en el reportaje que hizo para el número celebratorio de los cuarenta años de EPS, apareció el detalle de que acabo de cumplir sesenta y cinco y de que para mí es una edad “simbólica”, porque fue a la que murió mi madre. De modo que ya no hay por qué no hablar de ello. De hecho, a mi madre, Lolita, aún le faltaba una semana para cumplirla, ya que falleció el 24 de diciembre de 1977 y había nacido el 31 de ese mes. Desde hace cierto tiempo –hay supersticiones que superan al razonamiento– he temido la llegada de esa cifra. También es la que tenía al morir otra persona sumamente importante en mi vida, Juan Benet. No son infrecuentes esas ideas, esas aprensiones. Una gran amiga, que perdió a su madre cuando ésta contaba sólo treinta y nueve, estaba convencida de que le tocaría seguir sus pasos. Por fortuna, ya ha cumplido los cincuenta y cuatro y está estupendamente, de salud y de aspecto. Conozco muchos más casos.

Pero, más allá de esas supersticiones, da que pensar, se hace raro, descubrir que “de pronto” –no es así, sino muy lentamente– uno es mayor que su propia madre, de lo que ella llegó a serlo nunca. Cuando escribo esto, mi edad ha superado en mes y medio la que alcanzó Lolita, aquel 24 de diciembre. Y a uno se le formulan preguntas improcedentes y absurdas. ¿Por qué? Soy hijo suyo, ¿acaso merezco una vida más larga? ¿Qué la llevó a morir cuando, según la longevidad de nuestra época, era aún “joven” relativamente? Entonces uno hace repaso, en la medida de sus conocimientos, y se da cuenta de que su existencia fue mucho más dura y difícil que la propia. De niño y de joven uno no sabe, o si sabe no calibra la magnitud del pasado que las personas más queridas y próximas llevan a cuestas. El mundo empieza con nosotros y lo anterior no nos atañe. Una madre es una madre, normalmente volcada en sus hijos, que la reclaman para cualquier menudencia. Tardamos muchísimo en pararnos a pensar en lo que ya acarreaba antes de nuestro nacimiento. Y, en el caso de la mía, era excesivo, supongo. Lolita fue la mayor de nueve hermanos, y al más pequeño le sacaba unos veinte años. Como mi abuela estaba mal del corazón, a Lolita le tocó hacer de semimadre de los menores desde muy jovencita. Perdió a dos de ellos cuando eran poco más que adolescentes: a uno se lo llevó la enfermedad, al otro lo mataron milicianos en Madrid durante la Guerra, por nada. Sufrió eso, la Guerra, las carencias, el hambre, los bombardeos franquistas, con mi abuelo refugiado en una embajada (era médico militar) y mi tío Ricardo oculto quién sabe dónde (era falangista). Sé que Lolita le llevaba víveres, procurando despistar a las autoridades. Al que sería su marido, mi padre, lo encarceló el régimen franquista en mayo del 39 bajo graves y falsas acusaciones, y entonces ella removió cielo y tierra para sacarlo de la prisión y salvarle la vida. Según él, mi padre, Lolita era la persona más valiente que jamás había conocido. Se casaron en 1941, ella publicó un libro con dificultades, y su primogénito (mi hermano Julianín, al que no conocí) murió súbitamente a los tres años y medio. Luego nacimos otros cuatro varones, pero es seguro que ninguno la compensamos de la tristeza de ver desaparecer sin aviso al primero, sin duda al que más quiso. Hablé de ello en un libro, Negra espalda del tiempo, y allí creo que dije algo parecido a esto: era el que ya no podía hacerla sufrir ni darle disgustos, el que nunca le contestaría mal como suelen hacer los adolescentes, el que siempre la querría con el querer inigualable y sin reservas de los niños pequeños, el que no pudo cumplir con las expectativas pero tampoco con las decepciones, el que siempre permanecería intacto. Seguro que empleé otras palabras más cuidadas.

Sin duda todo eso desgasta. El esfuerzo temprano, la asunción de papeles que no le correspondían, la muerte de los hermanos, una gratuita y violenta; la Guerra, la represión feroz posterior, el novio en la cárcel y amenazado de muerte, la pérdida del primer niño. Esa biografía la comparte mi madre con millares de españoles, y las hay peores. Sin ir más lejos, no es muy distinta de la de mi padre, que en cambio vivió hasta los noventa y uno. Pero uno no puede por menos de pensar, retrospectivamente, que cuanto se padece va pesando, mina el ánimo y tal vez la salud, quita energías y resistencia para lo que resta. Quita ilusión, aunque ésta se renueve inverosímilmente. Mi madre la renovó en sus últimos años con su primera nieta, Laura (“Por fin una niña en esta familia”, decía), pero la disfrutó poco tiempo. Y ahora que ya soy mayor que Lolita, muchas noches pienso que ella se merecía vivir más tiempo que yo, y que nada puedo hacer al respecto. Qué extraño es todo.

martes, 11 de octubre de 2016

Una historia ejemplar, la del último alcalde de Madrid, Melchor Rodríguez

Melchor Rodríguez, un héroe de una guerra sin héroes, como el propio manchego Castor García Rojo:

http://www.abc.es/cultura/cultural/abci-no-puede-matar-ideas-201610101944_noticia.html

Ven, capitán Trueno

En memoria del escritor republicano Víctor Mora

Letra de canción de Capitán Trueno, de Asfalto

Si el Capitán Trueno,

pudiera venir,
nuestras cadenas
saltarían en mil.
De él aprendimos
que el bueno es el mejor,
lo que, al pasar el tiempo,
comprendemos que no...

Si el Capitán Trueno 

pudiera venir,
nuestras cadenas
saltarían en mil.
Monstruos gigantes,
princesas encantadas...
El malo siempre palma,
la chica se salva...

¡Ven Capitán Trueno,

haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
que el mundo está...
al revés...!

A bordo de su barco

subiríamos tú y yo,
perseguidos por los años
desde que él los dejó; 
¡en océanos de tebeo,
con espadas de papel,
haríamos a los piratas
retroceder!

¡Ven Capitán Trueno,

haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
ven Capitán Trueno,
haz que gane el bueno,
que el mundo está...
al revés...!


Y otra más desconocida, de tema cervantino, también de Asfalto: Rocinante

Atravesé, la eternidad 
y descubrí, tras de una nube algo 
un caballo con alas viene hacia mí 

¿quién eres tú? 
¿qué haces aquí? 
has de saber que yo soy Rocinante, 
vivo alejado, el coche me desplazó. 

Don Quijote me abandonó 
cambió su lanza por un tractor, harto ya. 

Pobre Hidalgo, cómo luchó 
quiso cambiar el mundo por sus sueños 
no comprendieron, se rieron de él. 

Dulcinea le convenció, 
Sancho Panza se le asoció y 
montaron un negocio 
una tienda de accesorios para el tractor. 

Don Quijote me abandonó 
cambió su lanza por un tractor, harto ya. 

Hiciste bien en quedarte aquí 
en este valle de paz 
todo lo que allí ya no está, acompaña tu soledad 
todo lo bello lo he visto aquí, no necesitas más. 

Puede que quieras venir conmigo 
en este viaje infinito 
vénte conmigo, buen Rocinante a descubrir lo eterno 
bate tus alas al viento, iremos juntos 
más allá.

lunes, 10 de octubre de 2016

Las memorias de Baltasar Garzón.

Luis Sevillano, Baltasar Garzón: “Sabía que estaba condenado desde el comienzo”. El exjuez publica las memorias de los 28 años que pasó en la Audiencia Nacional, El País, 9 OCT 2016:

Después de los procedimientos judiciales que se siguieron en mi caso, han aparecido datos y circunstancias que ayudan a efectuar la reconstrucción de lo que fue una actuación concatenada y que obedeció al único designio de acabar judicialmente conmigo. Todo conduce, de uno y otro modo, al caso Gürtel, los documentos encontrados a Luis Bárcenas —el extesorero del Partido Popular—, las cuentas bancarias de Suiza, la financiación cuando menos irregular del PP, el señalamiento —con creciente insistencia y claridad— de esta formación política como estructura que se prestó a la más evidente degradación y la extensión territorial de la ilícita actuación del grupo criminal investigado.

La consolidación de los indicios ha demostrado hasta la saciedad que el procedimiento, juicio y condena a los que fui sometido fueron inicuos y obedecieron a razones ajenas a un verdadero sentido de la justicia. Hay que añadir como telón de fondo la falta de consistencia de los argumentos de mi condena, hasta el punto de que la nueva reforma de la ley incluye la posibilidad de hacer aquello por lo que fui culpado, incluso con menos garantías de las que yo empleé.

En el caso del franquismo, las sucesivas condenas y denuncias internacionales por la pasividad judicial española, auspiciada desde el Tribunal Supremo pero claramente insostenible jurídicamente por lo que comporta de abandono de las víctimas, han sido no solo abundantes, sino también definitivas para evidenciar, aún más si cabe, su clara posición de garantes de la impunidad más ramplona. Tan solo se salva del naufragio judicial la encomiable acción en Argentina con la tramitación de la querella por tales crímenes, de acuerdo con el principio de jurisdicción universal. Junto a la acción judicial, las exigencias por parte de la sociedad civil, unida en una plataforma de organizaciones, se han concretado en la demanda de una Comisión de la Verdad en España.

En el tercer caso seguido contra mí, por la financiación de unos cursos en la Universidad de Nueva York (UNY) en los que participé como director, todavía estoy buscando la base jurídica que justifica que la actuación, cuando menos extraña, del Tribunal Supremo y, especialmente, de quien hoy asume la presidencia de su Sala Segunda, el mismo que demostró —y sigue haciéndolo— una animadversión congénita contra mí no solo en ese proceso como instructor, sino también, y simultáneamente, como juzgador en el caso Gürtel, en varias sentencias de otros casos que yo instruí y también en los de jurisdicción universal.

A lo anterior ha venido a unirse una serie de circunstancias que dan nuevas pistas para desvelar la trama que se urdió en torno a este espacio, con la inestimable colaboración, aunque algunos no fueran conscientes de ello, de los organismos judiciales que no atajaron a tiempo la actuación de determinadas estructuras como Manos Limpias o Ausbanc, con las cuales tuve una confrontación profunda en diferentes ocasiones porque, para mí, sus intenciones torcidas eran evidentes. Unas intenciones que fueron oportunamente aprovechadas, desde la Justicia, por quienes no tienen demasiados escrúpulos para obtener los fines que persiguen.

Allá por los años 2006 y 2007, muy pocos nos enfrentamos a este tipo de organizaciones, que no eran las únicas que instrumentalizaban la justicia. Y pagamos un alto precio. Era un hecho que se utilizaban, y se ha seguido haciéndolo, según convenía desde el aparato judicial, y a su vez aquellas hicieron lo propio con este, en una especie de tortuosa retroalimentación que ha llevado a un deterioro gravísimo de la justicia. Que Manos Limpias y Ausbanc abanderasen ciertas causas judiciales, y que se haya consentido el ejercicio de la acción popular por este seudosindicato y esta extraña organización, lo único que ha conseguido ha sido denostar el ejercicio de la acción popular convirtiéndola en un instrumento de extorsión aceptado por un determinado sector del poder judicial, que no ha sabido discernir entre una acción en defensa de la sociedad y un instrumento de chantaje o coacción.

Por lo demás, si se confirmara —como han informado algunos medios de comunicación— que jueces, fiscales y/o abogados han estado más o menos conectados con esas estructuras, incluso con su financiación, o que se han aprovechado de ellas, supondría el desprestigio insuperable de un sistema que ya hace aguas por demasiadas partes. Aunque para la regeneración de este viciado esquema habrá que esperar mucho tiempo, más que el que le ha bastado al CGPJ para defender los cobros de cursos y conferencias que estas organizaciones, especialmente Ausbanc, han pagado a profesionales de la Justicia. Resulta vergonzoso cómo se justifican comportamientos que quedan muy alejados de la ética judicial.

En este contexto se desarrolló la específica y especialmente diseñada teoría del Supremo para admitir las querellas contra mí. La afirmación de que no es inverosímil que se haya podido cometer el hecho denunciado en la querella no deja de ser cuestionable como atentatorio al principio de seguridad jurídica. No fue ni siquiera una presunción, sino directamente un señalamiento con prejuicio incluido y con una tendencia insistentemente parcial en mi contra desde el principio. Las reiteradas negativas a la abstención para juzgarme, que obligaron a mis defensas a plantear sucesivas recusaciones, nos llevaron hasta la celebración de un juicio en cuyo tribunal se integraron los dos instructores de los otros dos procesos tramitados contra mí —Luciano Varela y Manuel Marchena—, cuya imparcialidad era más que cuestionable, como mi defensa puso de manifiesto en su momento. Si alguna duda tenía de que no sería un juicio imparcial, todas desaparecieron justo en ese momento. Los que me conocen saben que no pienso algo diferente a lo que dije en aquel instante. Sabía que estaba condenado desde el comienzo. El resto fue mero espectáculo, para mayor descrédito de una Justicia suprema en la que ya no creo.

Sí es cierto que hubo algo que me molestó y que, aún hoy, me sigue llamando la atención: la doble moral con la que se comportaron algunos de los magistrados que participaron en las causas que se siguieron contra mí. Que no se abstuvieran los magistrados que habían participado en actos financiados por algunas de las entidades afectadas en las causas, que hubieran cobrado honorarios y no se retiraran de la escena de enjuiciamiento, que se atrevieran a decir que mi actuación a la hora de interceptar las comunicaciones, con todas las garantías necesarias y con la proporcionalidad más exquisita en relación con los bienes jurídicos en juego, era preconstitucional… cuando casi todos ellos venían de haber jurado las leyes fundamentales del Movimiento Nacional. No era mi caso, al ser mi promoción la primera que entró con la Constitución vigente. Aunque nada de ello me gustó, a la postre me ha ayudado a entender muchas cosas. Si algún comportamiento no constitucional hubo fue el de quienes no respetaron la presunción de inocencia y se dejaron guiar por prejuicios contra alguien que no había cometido delito alguno.

domingo, 9 de octubre de 2016

El padre Juan Mugueta, apologista de la Guerra Civil II

El padre Juan Mugueta, no sabemos si en su nombre o en nombre del Dios que decían representaba, escribió sobre "nuestra confianza en la victoria", pues ni la paz ni mucho menos la reconciliación eran algo que desearan "las reservas espirituales y materiales de la raza". En el capítulo "Separatismo catalán" cita una obra de los escritores antisemitas franceses Jérôme y Jean Tharaud, La cruel España (Cruelle Espagne, 1938) donde se relatan y comentan los primeros episodios del golpe de estado antidemocrático; al respecto comenta "no podemos creer que el clero de Barcelona secular y regular votase en masa la candidatura de la Ezquerra" p. 81, pero al cabo llega a admitir que "es lo que ha pasado a tantos separatistas de derechas, sacerdotes o laicos. Jugaban con el fuego y la llama prendió en su ropa talar, consumió sus carnes y calcinó sus huesos", p. 82. Es que "caminar de espaldas a España" los vuelve "locos e insensatos". Por supuesto, "es justo que los catalanes amen a su región con amor entrañable, pero amor que engendra odios no es amor verdadero, y el amor de los separatistas a Cataluña tenía heces de odio al resto de la nación" p. 84. Observa que el proceso nacionalista consta de varios grados: "Primero Cataluña sin España; después Cataluña contra España; por fin, Cataluña sobre España: he aquí la trayectoria que debía seguir el proceso de liberación según los soñadores del stat catalá". Le parece toda la obra del nacionalismo catalán pergeñada por comunistas, anarquistas y, especialmente, masonistas, porque le convencen al respecto las teorías que expuso Juan Tusquets en una conferencia pronunciada el día 28 de febrero de 1937 en el Teatro Principal, de San Sebastián titulada Masonería y separatismo. Contra ello propone lo siguiente: "Cataluña tendrá que articularse al mecanismo nacional con renuncia absoluta a situaciones de privilegio. Habrá de soldarse a España con soldadura autógena... se acabaron los hechos diferenciales... terminaron las archiconsideraciones para una lengua que se cansaba de gritar blasfemias contra España y hablar procazmente de su madre. Hay que raspar en ella toda glándula separatista, para que cante cuanto quiera la excelencias de su región, mas sin mengua ni desdoro, sin menosprecio ni deshonor para las otras regiones y provincias, que forman la estructura de la España unitaria, de la Patria una e indivisible, sin tirones regionales ni desviaciones centrífugas, una en la fe, en el sentir colectivo y el ideal imperialista, una en el amor a su grandeza histórica, al trabajo y a la gloria, a la integridad territorial y al prestigio internacional; una en la geografía física, psicológica y sentimental; una en la soberanía y en la expresión de esa soberanía mediante un solo órgano oficial: el habla de Cervantes", p. 89-90.

En el capítulo "Nacionalismo vasco" insiste en despotricar contra ese "delirio separatista": "Es cierto que los separatistas vascos no se unieron a las izquierdas en los últimos comicios", pero al cabo se convirtieron en "colillas de un gobierno demagogo y criminal". El estatuto vasco pecaba sobre todo de no mencionar a Dios. "Abrazáronse con petroleros y degenerados que huelen a vinazo, sangre, pólvora y mercurio, lujuria e incesto. Encuadrados en esas milicias del infierno han ido a la guerra a luchar contra los cruzados. ¡Qué horror...! Era el momento de romper ese coito inmoral con el marxismo corruptor", p. 96.

El capítulo siguiente del canónigo magistral de Ciudad Real propone todo un programa político y se titula "Misión de España en la Historia". Desde luego, "no es motorizar el mundo congestionando el planeta de locomotoras, trenes, autovías, camiones, autocares, tractores, tanques, coches de lujo, autos de línea, máquinas agrícolas e industriales de toda clase y de toda marca..." p. 103, "nuestra misión no es la mecanización del trabajo, ni la materialización y degradación de la vida, sino su elevación y espiritualización... ir por el mundo iluminando senderos, guiando pueblos, misionando tribus, formando cristiandades. Puede decirse que la historia de España es una continua cruzada a lo largo de los siglos. Cruzada contra el Visigodo, cruzada contra el Turco, cruzada contra el Indio, cruzada contra Lutero, cruzada contra Napoleón, el corsario de Europa y carcelero del Papa, cruzada contra el Liberalismo, primogénito de la revolución francesa, pues la guerra carlista tenía este carácter, ya que en ella no tanto se luchaba por la legitimidad como contra las libertades de perdición, que, escoltando a los llamados derechos del hombre, se habían filtrado a través de la frontera de España. Fue dueña de mar y tierra, cuando el sol no se ponía en sus dominios, mas no supo explotar ni la tierra ni el mar. No era este su designio... quédese eso para pueblos materialistas y mercaderes", p. 104. Un régimen democrático no es propio de una nación como la nuestra: "No podemos creer en una sociedad a la inversa donde gobierne el pueblo, que debe ser gobernado" p. 142. Por eso, en la posguerra, se propone redentores propósitos como estos: "Haremos todo sin entregarnos a los instintos salvajes, a los sentimientos de crueldad, a la sevicia superior a la de los mandarines de la India a que se entregan nuestros enemigos. Seremos humanos sin dejar de ser justos y seremos justos sin dejar de ser humanos. No olvidaremos que la flor más fragante del espiritualismo es la piedad. Nos vigilaremos a nosotros mismos para que, al clamor de la justicia vindicativa, no nos desborde ningún sentimiento anticristiano". Esta piedad, según historiadores extranjeros, consistió en 111.000 ejecuciones después de la guerra, incluidas, por supuesto, las famosas "sacas" de presos para hacer sitio en las cárceles. Todo el mundo conoce, o debería conocer, las famosas directrices de Mola escritas antes del "levantamiento" en el sentido de crear terror mediante ejecuciones indiscriminadas para "desmovilizar" al enemigo. Pero, después de la guerra, los militares que se levantaron contra el pueblo (incluyendo en él monjas, curas y demás) la máquina del terrorismo de estado siguió trabajando.

"¡Qué vergüenza! Así la civilización habíase hecho barbarie, la cultura salvajismo, el progreso receso a la caverna, la ciencia filtro envenenador, el arte plebiscito de las concupiscencias, los espectáculos cita de degradación, la democracia demagogia, la política puja de apetencias y el Parlamento exhibición de chulería. Y todo esto porque España iba haciéndose rápidamente pagana", p. 129. Por último, entre citas de Nikolái Berdiáyev, Tomás de Aquino, Francisco Suárez y José María Pemán e, increíblemente, Giacomo Leopardi o Léon Duguit (¿?), cita al primero para explicar que nos acercamos a una gloriosa y brillante nueva Edad Media: "No faltan síntomas que dan valor a la profecía. La Edad Media surgió de las ruinas de la barbarie y nuestra generación tendrá también que edificar sobre el acervo de escombros que están acumulando en todas partes los vándalos modernos... la Edad Media es la concreción de la espiritualidad", p. 112-113. 

Y eso es lo que nos dieron Franco y compañeros mártires: una gloriosa y brillante nueva Edad Media.

lunes, 3 de octubre de 2016

El padre Juan Mugueta, apologista de la Guerra Civil I

En 1937 el canónigo magistral de Ciudad Real y doctor en filosofía Juan Mugueta escribió una curiosa defensa del "Alzamiento nacional" y la guerra "civil" emprendida por los militares de su país bajo el título de Ellos y nosotros. Al mundo Católico y al mundo civilizado. Curiosa es ya desde su mismo título, en que figura Católico con mayúscula y "mundo civilizado" separado del católico. Otra cosa intrigante es que está escrito con intención no ya de denigrar a la democracia, sino a la derecha cristiana que es democrática. Este cura (perdón, este político con sotana) veía la oportunidad de rehacer España a la imagen y semejanza de su vieja interpretación austracista, mirando siempre hacia atrás, como los cangrejos, por lo que habla de un reparimiento de la nación: "Los pueblos nacen, ha dicho Cossío, de un momento de meditación en la hora del dolor. Este renacer de España en una alborada de sangre, entre clarinazos de triunfo y toque de oraciones, hay muchos que no lo entienden o no lo quieren entender" p. 11-12.

Cita, como años después los sacerdotes de la teología de la liberación, los mismos textos bíblicos pero con sentido exactamente opuesto: "Hemos leído en alguna parte que la verdad siempre triunfa, a condición [de] que se la defienda. Este ha sido nuestro propósito, al escribir estas líneas, exponer la verdad y defenderla. Si lo lográsemos habremos contribuido con nuestra parte alicuota a liberar a España de la invasión de los bárbaros bolcheviques, porque está escrito -veritas liberabit vos- la verdad os hará libres", p. 13. Enseguida sirve el primer plato o capítulo contra la nauseabunda derecha liberal, democrática y republicana (luego la emprenderá con los sacerdotes vascos que apoyaron el régimen democrático). Le molestaba sobre todo el crédito que daban a la misma en el extranjero, mayor que el que prestaban a los militares y otros uniformados de la rebelión: "Lo que causa no solo sorpresa, sino asombro, es que un periódico tan característico como La Croix, órgano prestigioso del pensamiento católico francés, afeando su nombre y emborronando su historia, se haya puesto al servicio de nuestros enemigos, admitiendo colaboraciones y dando informaciones peor que tendenciosas, lo que constituye un caso de bochornosa defección en los principios de la solidaridad cristiana".

Y es que Mugueta estaba acostumbrado a la censura; se lo justifica diciendo que "los emisarios del Frente Popular, a pesar de su odio al Evangelio y a Cristo, no vacilan en disfrazarse, cuando les conviene, de vestales del Cristianismo" p. 16. Fuera de elogios hoy en día bastante incomprensibles, como a Mola, "ilustre general que a la vez es notable escritor" p. 16 (¿?) o a las "interesantes charlas" del matarife Queipo del Llano (p. 17), no entiende de sacerdotes demócratas, que identifica con el planeta rojo de Satanás, "unos pocos compatriotas nuestros, sacerdotes y religiosos, apóstatas de la hispanidad, convertidos en agentes de Moscú y corredores a sueldo de los gobiernos de Azaña y de Companys, que andan por esos mundos esforzándose por ganar con equívocos y trapantajos el apoyo de los católicos y personas decentes en favor de los Nerones españoles", p. 17; para él son una "majada de lobos con piel de oveja que tratan de alborotar el redil de Cristo".

Igual de encogido descerebramiento alcanzan sus pestes contra los políticos demócrata-cristianos, y en especial llama "la atención del mundo culto sobre la extraña sensibilidad de ciertos juristas que, como el señor [Ángel] Ossorio y Gallardo, hacen escándalo ante ciertas anomalías del Derecho, se rasgan la toga ante supuestos atentados al Poder constituido, mientras permanecen silenciosos y beatíficos, sin voz y sin vista, cual señoras de compañía de la prostituida Democracia, ante la violación permanente, por parte de los suyos, de todos los preceptos de la ley natural. Y como si esto fuera poco, afectan condolerse como católicos, "unidos por el mismo lazo de la fe sobrenatural", y lloran, como venales e hipócritas plañideras "el mal irrogado por las huestes de Franco a la religión y a la Patria" (pp. 18-19). Al cabo uno se convence de que habla de sí propio cuando alude en su sermón político al "cinismo de Caín acusando a Abel" y afirma que "tenemos enfrente a los crucificadores, no a los cruzados", a unos "alguaciles de la Masonería", organización, por cierto, tan similar en estructura, ceremonias y fines a la Iglesia Católica Romana que uno no ve sustanciales diferencias entre ambas, salvo la tolerancia mayor de la primera, que los segundos desfiguran llamándola "misericordia".

El segundo capítulo del flamígero sermón, tan surtido en denigracias como el anterior, se titula "Ambiente político-social en la fecha del alzamiento"; cita en sus albores al papa San Gregorio: ante consumationem omnia perturbantur, porque "la prueba irrecusable de que una nación esquilmada por una política de logreros y raída por el cáncer social está a punto de disolverse, como manzana podrida, son las convulsiones y sacudimientos epilépticos que en ella se suceden". Ese era el ambiente antes del "grito libertador" de un régimen que se iniciaba con "fiesta de rufianes y orgía de prostitutas". Cita (no podía faltar en el disco rayado que ahora mismo estoy poniendo) la quema de edificios religiosos y "la insurrección de Asturias... la cual no era política como entonces se dijo, sino social como después se ha sabido, toda vez que tenía por fin inmediato la implantación de la república socialista como puente a la república soviética", p. 27. 

Azaña le parecía en el 36 un moderado "hipócrita, farisaico" y un "equilibrista fracasado" que ha sido sustituido por un "calculista frío y estoico, sin moral y sin creencias, capaz de firmar, sin que le tiemble el pulso, la entrega de la Patria a los miembros del Comintern". Ni se le ocurre pensar que todo eso fuera facilitado por la desestabilización todavía mayor que el golpe de estado creó en la recién nacida república democrática, cuya ingenua celebración jubilosa por el pueblo se explicaba por haber sido este envenenado por "toda clase de propagandas subversivas". Así que, "de esta suerte España quedaba dividida, políticamente, en dos zonas y en dos castas", p. 29. 

Prosiguiendo con una retórica pantuflista al más puro estilo Eduardo Inda, afirma que "la sala de los magistrados se convierte con frecuencia en tenida de masones o reunión de comités. Los jueces prevarican ante el miedo o el halago" (ignora o le da igual el miedo que él mismo insufla). Casi ni alude a las ansias económico-salariales del ejército africanista sublevado "con los mandos de más responsabilidad confiados a mediocres o ineptos", pintando el tópico y fatigoso panorama pantuflista de lugares comunes con que se nos ha aturdido durante décadas:

En la Cámara legislativa la mayoría ruge siempre que hablan las minorías. A la fuerza de la razón se replica con la razón de la fuerza. A los tonos mesurados y corteses con el desplante y el vocerío. Un día se desvela la muerte trágica que había de tener Calvo Sotelo cuando dice La Pasionaria "este hombre ha hablado por última vez". En otra ocasión se advierte a Gil Robles que habrá de morir con los zapatos puestos. En el mismo banco azul los ministros toman, al contestar a los jefes de la oposición, actitudes de chulería, porque saben que está en el hemiciclo, esperando órdenes, armado el escudero. Decididamente al parlamento español en las postrimerías de su funcionamiento cuadraba a perfección lo que dijo Leuduski de la Dieta de Francfort: "Esto huele a canalla", p. 31.

Por supuesto, esta prosa del régimen ignora la conexión del financiero corrupto y presunto asesino Juan March, perseguido por la República a causa de su increíble falta de escrúpulos, con el golpe que financiaba; más adelante March sobornaría a los generales franquistas para impedir que España entrara en la guerra americano-ruso-inglesa contra el aliado de Franco, Hítler, no por patriotismo y evitar la muerte de más españoles, sino porque sería malo para poder controlar sus pingües negocios en el país. Paso por alto las ridiculeces que tanto ofendían a Mugueta y que sirvieron para justificar su amada, su necesaria sangría colectiva para lavar más blanco a España y dejarla tan limpia y cerril como era su sueño, renunciando a la sucia democracia, palabra esta que no aparece ni una sola vez en su libro, ese ente utópico tan adulterable y corruptible como hemos visto desde cuarenta años acá, aunque por lo menos citaré una enumeración de los cocos de este niño rabioso dizque cura: "El laicismo, el matrimonio civil, el divorcio, el amor libre, la secularización de los cementerios, el expolio de la Iglesia mediante la nacionalización de sus bienes, el atentado a la propiedad privada, el encono contra la burguesía y el clero, el anatema contra todo lo auténticamente tradicional, la gravitación hacia la dictadura del proletariado, el abrazo con el soviet, la entrega de la soberanía nacional al separatismo, de la sociedad al comunismo, de la Religión al masonismo", p. 32. Otras veces es más explícito: "La prostitución de las costumbres al amparo de la más amplia y cínica licencia, la disolución de la familia por las nupcias sin altar, la profanación de la niñez en la Escuela sin Dios, la disgregación de la sociedad bajo el influjo corrosivo del anarquismo militante, la mutilación de la Patria por la cuchilla separatista, la corrupción absoluta del Poder público en monstruoso maridaje con los enemigos del Estado", pp. 37-38. Había que "poner un tope al despotismo en la Presidencia, a la arbitrariedad en el Gobierno, a la prevaricación en los Tribunales, a la demagogia en el Parlamento, a la revuelta en la calle, al sacrilegio en los templos, a la blasfemia en las cátedras, a la inducción al crimen en la prensa y en el mítin, al insulto a la fuerza armada, a la caza del hombre por el hombre, a la petulancia de las juventudes libertarias, al pistolerismo profesional, al asesinato a domicilio, a los avances de la anarquía en la ciudad y en el campo, a la irrupción del vandalismo por todas las avenidas de la Patria en ruinas". En fin, que quería una España más sencilla, ignorante, plana y, en suma, hipócrita. Creo que no es mal resumen; compárenlo con ahora y donde dice soviet pongan ahora Venecuba del Norte y donde "enemigos del estado" pongan bancos. No estará de más explicar que si la República pidió ayuda a la URSS fue porque no se la dieron ni franceses ni ingleses ni estadounidenses, y bastante trabajo costó lograr incluso que hubiera brigadistas internacionales, mientras que los militares obtenían el crédito y la amistad de unos santos de Palmar de Troya como Hítler y Mussolini. Ya resulta gracioso comparar el "pistolerismo profesional" con el "ejército profesional" que se levantó contra la democracia. Más pistolas que entonces hay en Estados Unidos, Suiza o Finlandia y quizá si hubiéramos tenido tantas como ellos nos hubiera ido mejor para defendernos que confiar en un ejército o una guardia civil levantada contra el pueblo que habían jurado defender.

El siguiente capítulo es "Carácter patriótico y religioso del movimiento salvador". Aquí dice la primera verdad: que el movimiento no lo promovió el pueblo (claro está, si era antidemocrático), sino el ejército, por "sentido del honor". O sea, como en el siglo XIX. "Queipo del Llano terminó su primera charla ante el micrófono con un viva a la república honrada y el infortunado Godet declaró que todo su crimen consistía en haber querido arrancarla de manos de los que la estaban degradando" (p. 36). Mugueta convierte en pueblo infiel al pueblo español contra el que se levantaron los militares que debían defenderlo para proclamar una "Santa Cruzada" medieval, a la que no dejaron alistarse al rey exiliado como una especie de Corazón de León. Y menciona la bendición del papa Pío XI al ejército franquista en la alocución La vostra presenza del 14 de septiembre de 1936, discurso tan mal interpretado y censurado en España que sirvió para proclamar la guerra como la tal "Cruzada", justificando así toda violencia en nombre de Dios para recuperar el sepulcro de la santa tradición de hacer las cosas violenta e injustamente.

El capítulo tercero lleva por título "Ellos y nosotros. Su obra y la nuestra". Y lo primero que recuerda es una frase de Maura que tiene un estilo típicamente rajoyano: "Ellos son ellos y nosotros somos nosotros". Una auténtica joya para dialogar con los besugos (esto es -para quien no lo entienda, que los hay- para romper cualquier atisbo de entendimiento en el diálogo). "Somos inconfundibles", proclama, y "hay una tendencia en el extranjero a considerarnos a todos como salvajes de distintas tribus, cuyos individuos solo se distinguen en la forma del indumento y el color del taparrabos". Los rebeldes en su terminología, los demócratas, "pertenecen a los grupos infrahumanos de los sin Dios, sin Patria, sin hogar y sin amor. El amor para ellos no es amor, sino simple estímulo de reproducción, el hogar un departamento del proyectado falansterio, la Patria un sector de la gran Patria a la que aludía Sócrates cuando dijo soy ciudadano del mundo", p. 42. ¡Dios mío, qué malo es Sócrates! Sigue por este estilo reduciendo al ser humano demócrata al estado de la mierda inorgánica: "El hombre en la filosofía marxista no es más que un tubo digestivo [...] no hay más que una Divinidad, dicen, la fuerza, y un solo sacerdocio digno de esa Divinidad, la Técnica", p. 48. "Muchos de ellos tienen tara de degenerados y tatuaje de presidiarios [...] hombres con instintos de fieras y fieras con conocimiento y perversión de hombres".

Menciona entre los caídos de su Cruzada a diez obispos "y dieciséis mil sacerdotes y religiosos". Ah, eso sí: no menciona a ningún religioso "martirizado" antes de la Guerra Civil que apoya y sanciona el Papa "que bendice ejércitos", como escribe Borges, ni a los muertos por el otro bando, que son de peor calidad. "Vamos reconquistando para la Patria a Cristo [...] ya tenemos la cruz en las escuelas, al Sagrado Corazón en los municipios, maestros fervorosamente católicos al frente de la enseñanza, profesores creyentes, prestigiosos y cultos en institutos y universidades, a los jesuitas en sus residencias y en sus colegios, a hombres de recia fe y vibrante españolismo presidiendo las instituciones políticas y sociales", p. 53. Ya se vería cuánto avanzó esta "ciencia" en una España católica en la que se daban las cátedras universitarias por méritos políticos: todavía tenemos una de las universidades más mediocres del mundo, en parte por esa inercia y por esa heredada fuga de cerebros, que se dejó aquí solamente a los acostumbrados a no pensar o a hacerlo sin libertad. Nuestro único premio Nobel incluso era medio estadounidense y tuvo que marcharse fuera para investigar. Es más, Franco echó o reprimió a todos los discípulos de Ramón y Cajal... la neurología española nunca más levantó "cabeza" pero, a cambio, ¡qué magníficos curas y monjas tuvimos! En fin, el doctor Mugueta animaliza al enemigo de la misma manera que Hítler, su aliado, a los judíos. Un ejemplo entre muchos: "Según un emigrado ruso, bastarían quince años de régimen bolchevique para que los hombres se cubrieran de pelos como las bestias", p. 55. Me parece que el doctor Mugueta no andaba muy fuerte en biología... si le hubiese dado esa materia un profesor republicano... Concluye así: "Y pensar que haya personas de derecha que por temperamento, por vocación, por lógica, por catolicismo y humanidad, debieran militar en nuestro bando y se han pasado a la banda. ¡Qué pena!", p. 55.

El padre Juan Mugueta ignora conscientemente toda la doctrina social de la Iglesia que desautoriza a la vez a la izquierda y a la derecha (lo que equivale a no decir nada; ya se ha visto cómo los curas interpretan la Biblia -o esa verdad que "hace libres"- en un sentido o en el opuesto según les convenga). El cuarto capitulillo es "El respeto al Poder constituido". Es tan abiertamente ridículo (un rebelde al poder político sostiene que se debe respetar el poder político) que no me extenderé: ya hemos visto que la razón no es lo fuerte del doctor Mugueta, sino la fe, una fe que sería de carbonero si no fuera este un odioso proletario. Por eso lo primero que hace es negar que hubiera en España poder político; ya cómodo, después de esto, poca coherencia se puede esperar ya: canta las bondades del "fascismo" y del "caudillo" contra los "maffiosos" vacilantes demócratas, así que no añadiré más por ahora.

domingo, 7 de agosto de 2016

Los justamente vencidos, los injustamente vencedores

Hoy, cuando acaba de morir un filósofo como Gustavo Bueno, que exigiría un artículo aparte, creo conveniente evocar a Julián Marías, marginado por la derecha durante el franquismo y también por la izquierda socialista de los ochenta. Él se refirió a las dos asquerosas Españas que aguantamos los que somos solo españolitos venidos al mundo con una paradoja que suena a unamuniana, aunque él fuese orteguiano: “Los justamente vencidos, los injustamente vencedores”. 

Pero para mí tenía tanto o mayor sentido la frase de Manuel Azaña de que lo realmente horrible de nuestra Guerra Civil fue su inutilidad: que no arregló problema alguno y los empeoró todos, que tardamos quince años en llegar siquiera al mismo nivel que antes de la contienda, y eso solo en aspectos macroeconómicos. Añadía Azaña en ese pasaje tan poco citado de su La velada en Benicarló que, como no habían resuelto ningún problema, las dos Españas continuarían enfrascándose en disentimientos todavía muchos años después, y en eso creo yo que acertó mucho más todavía. Porque todavía sigue en el poder la gente inútil y, lo que es peor, parecen haber convencido a todo el mundo de que la inutilidad es inevitable. Tan inevitable como quisieron, quieren y querrán decir que fue la Guerra civil.

Inevitable fue la guerra contra Hítler y sus obcecados partidarios, guerra fraguada por la injusticia con que Inglaterra y Francia (que cobardemente se abstuvieron durante nuestra Guerra Civil) trataron a Alemania, y originada al fondo por la degeneración de los mecánicos sistemas de alianzas de poder heredados de la Europa de Bismarck que fraguaron la primera. Se trató de una guerra contra los infractores de los derechos humanos, de una guerra contra el nihilismo. Pero el nihilismo no perdió completamente la batalla: subsistió en el estalinismo, en el franquismo, en los regímenes dictatoriales que se esparcieron por todo el planeta y que negaban los derechos humanos fundamentales, sobre todo el más básico: el de que todos hemos de ser tratados con igualdad por la justicia. El nihilismo siguió incluso originando más guerras inútiles: Indochina, Irak...

En la España de posguerra todo era cuestión de etiquetas: ante un hombre, un currículum, una idea lo primero que se etiquetaba era si era de derechas o de izquierdas. En el poder siempre estaba el omnímodo Mikado de la opereta inglesa, cuyo remedo apenas alcanzan a parodiar las marionetas que nos gobiernan y sus continuos abusos de poder y desvergüenza, en los que el partido socialista, según ellos mismos, no les fue en zaga. Unos inútiles, en suma, como bien supo ver Azaña. Y, ahora mismo, ¿seguirán siendo unos inútiles los que siguen en su guerra? A la historia me remito.

lunes, 18 de julio de 2016

Memoria histórica

Del Huffington Post:

DATOS SOBRE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Fue un conflicto desencadenado en España el 18 de julio de 1936, tras el fracaso parcial de un golpe de Estado llevado a cabo por el Ejército contra el Gobierno legítimo y democrático de la Segunda República. Estalló en un contexto de una economía atrasada, una estructura social muy desigual y la polarización de la sociedad en dos bandos.

Tuvo múltiples facetas: la lucha de clases, la guerra de religión, los enfrentamientos entre nacionalismos opuestos, la lucha entre la dictadura militar y la democracia republicana o entre fascismo y comunismo, las peleas en el campo entre jornaleros y señoritos, etcétera.

Los antecedentes al estallido de la guerra fueron los asesinatos del teniente de la Guardia de Asalto, José Castillo (republicano) y del diputado José Calvo Sotelo (monárquico), el 12 y el 13 de julio de 1936.

Los enfrentamientos entre las izquierdas y las derechas entre febrero y julio de 1936 llevaron a la percepción de que el Gobierno del Frente Popular no podía manejar la situación, lo que pudo servir como uno de los pretextos para el posterior golpe militar y fascista.

Fue el 8 de marzo cuando tuvo lugar en Madrid una reunión de varios generales que acordaron el alzamiento militar para derribar al Frente Popular, la coalición de partidos que sustentaba al gobierno de la Segunda República.

Los artífices principales del Golpe de Estado del 17 y 18 de julio de 1937 fueron, entre otros, los generales Emilio Mola, José Sanjurjo, Gonzalo Queipo de Llano y Francisco Franco. Fue un alzamiento que no triunfó en las grandes ciudades pero sí en las zonas rurales. Al no triunfar pero tampoco ser derrotado, derivó en una guerra civil que duró tres años de enfrentamiento fraticida entre españoles. Tras diversas vicisitudes, Franco se quedó al mando absoluto de la rebelión.

Juan March, uno de los empresarios más ricos de España entonces, financió y apoyó el golpe.

Hubo una enorme represión en ambos bandos. En la zona sublevada se dirigió principalmente contra los militantes obreros y campesinos, aunque también contra algunos intelectuales, como Federico García Lorca. Esta represión estuvo organizada por las autoridades militares y duró todo el conflicto.

En la zona republicana los grupos que sufrieron la violencia fueron sobre todo sacerdotes y las clases adineradas. Estos actos tuvieron lugar al principio de la guerra y los llevaron a cabo, en la mayoría de los casos, grupos incontrolados.

Francia y Reino Unido firmaron el Pacto de No Intervención, con el que se evitaba la intervención extranjera en la guerra. Ni la Alemania nazi de Hitler ni el Portugal de Salazar lo respetaron.


Las potencias fascistas de Mussolini y Franco apoyaron al bando nacional, mientras que la URSS apoyó al bando republicano. Las democracias occidentales dejaron sola a la República española. La ayuda soviética fue más dispersa y de menor calidad que la que recibió Franco.

Hitler ofreció en secreto apoyo aéreo a Franco para sus tropas terrestres. Esta fuerza de intervención fue la Legión Cóndor. Así, el canciller alemán pudo mejorar la calidad de sus aparatos y reparar los defectos de sus fuerzas aéreas. Además, Portugal permitió el libre paso de armas para el ejército de Franco por el territorio luso. La acción más terrible de la aviación fascista fue el bombardeo de Guernica, el 26 de abril de 1937. Se calcula que el 70% de los edificios quedaron destruidos.

Las Brigadas Internacionales fueron grupos de voluntarios reclutados por la Internacional Comunista en países de todo el mundo. Fueron alrededor de 40.000 y tuvieron un papel importante, sobre todo en la defensa de Madrid y las batallas de Teruel y del Jarama. Abandonaron España en octubre de 1938.

Artistas e intelectuales extranjeros apoyaron la causa republicana. Ernest Hemingway trabajó como reportero y fotógrafo durante el conflicto y George Orwell luchó en el lado republicano, aunque quedó desilusionado por la rivalidad entre las filas de izquierdas.

La renta nacional y per cápita del país no recuperó el nivel de 1936 hasta finales de la década de 1950.

Un ejemplo de la violencia y la represión fue la masacre en la plaza de toros de Badajoz, en la que el ejército sublevado asesinó a entre entre 1800 y 4000 - los datos no se han clarificado- civiles y militares defensores de la Segunda República.

La Iglesia católica apoyó el levantamiento, calificando la guerra como una "cruzada" o "guerra santa" en defensa de la religión. Así dieron al bando sublevado una legitimidad religiosa importante.

Madrid fue el gran bastión republicano. La capital resistió hasta los días finales de la Guerra. Aquí nació el lema "No pasarán" de Pasionaria y el verso "Madrid, capital de la gloria", de Rafael Alberti. Cuando Madrid cae y las tropas de Franco la ocupan, una cantante, Celia Gámez, entonó el "Ya hemos pasao", que contestaba a Pasionaria.

La Desbandá fue una masacre en la carretera Málaga-Almería cometida por las tropas franquistas el 8 de febrero de 1937, en la que una multitud de refugiados que andaban por la carretera huyendo hacia Almería, fue atacada causando la muerte a entre 3.000 y 5.000 civiles.

La gran batalla de la Guerra Civil es del Ebro, una ofensiva del bando republicano en la que logró avanzar hasta que Franco contraatacó, haciéndose con la victoria. Se produjo de julio a noviembre de 1938. Murieron miles y miles de españoles. Fue el principio del fin de la resistencia antifascista.

En 1939 se creó una Junta de Defensa para negociar el fin de la guerra con Franco, quien sólo admite la rendición. A finales de marzo las tropas nacionales entraron en Madrid y Almería y el 1 de abril Franco dio por concluida la guerra con el siguiente mensaje: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".

Uno de los motivos de la derrota republicana fueron las divisiones internas entre socialistas, comunistas y anarquistas.

Las víctimas producidas por los sublevados fueron ignoradas durante el franquismo y aún hoy existen muchas dificultades para cuantificarlas e identificarlas. Muchas están dispersas por las cunetas de las carreteras españolas.

España, con más de 114.000 desaparecidos es el segundo país del mundo (tras Camboya) con el mayor número de personas víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido recuperados o identificados, según la asociación Jueces para la Democracia.

Y cuatro datos demoledores para acabar, que aún hoy son discutidos:

Aunque se han dado cifras muy dispares al cuantificar las pérdidas, se calcula que hubo alrededor de 500.000 muertos durante la guerra.

Se calcula que hubo alrededor de 450.000 exiliados.

Tras la guerra hubo aproximadamente 120.000 muertos por hambre y enfermedad.

Unas 50.000 personas fueron ejecutadas una vez acabada la guerra, aunque es una cifra provisional. A esto se le suma las que murieron por las pésimas condiciones de las cárceles.

martes, 7 de junio de 2016

Atado y bien atado. Franco se confesó ante Vernon Walters

Tomado del Abc

En octubre de 1970, un presidente de EE.UU. volvió a poner pie en España. Richard M. Nixon fue aclamado en las calles de Madrid por más de un millón de personas en su camino al Palacio del Pardo, donde se reunió con Franco durante hora y media. Una cena de gala en el Palacio de Oriente y despedida en el Aeropuerto de Barajas el día 3 de octubre. Durante toda la visita el tema central giró sobre que iba a ocurrir cuando Franco, ya con graves problemas de salud, faltara al frente del país.

Cuatro años después, el General Vernon Walters fue enviado por Nixon a entrevistarse con Franco y a abordar el asunto en profundidad. Walters, que había sido embajador en Alemania y las Naciones Unidas, concedió una entrevista a ABC el 15 de agosto del 2000 en Santander, donde codirigió, junto a Ramón Pérez-Maura, el curso: «Los presidentes de los Estados Unidos, de la Segunda Guerra Mundial a la Guerra del Golfo». En la entrevista comentó que Nixon le envío a España para hablar con Franco sobre su muerte.

Al intuir el verdadero propósito de la visita del que había sido director de la CIA, Franco le espetó: «Lo que interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no?», a lo que contestó: «Mi general, sí». Franco prosiguió: «Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España». Walters le dijo: «Pero mi general, ¿cómo puede usted estar seguro?». «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años», prosiguió Franco. El general Walters pensó que iba a decir las Fuerzas Armadas, pero dijo: «La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra guerra civil».

miércoles, 25 de mayo de 2016

El Real Instituto de Estudios Históricos y Humanísticos de Ciencias y Bellas Artes Narciso de Estenaga y Echevarría eiusdem palotis


Recientemente ha nacido el Real Instituto de Estudios Históricos y Humanísticos de Ciencias y Bellas Artes Narciso de Estenaga y Echevarría. Me congratulo profundamente de ello, y por eso les ofrezco, y gratis, un hermoso tema de investigación que apareció hace solo tres días, el pasado 22 de mayo, en La Razón, así que no hay nada que sospechar sobre parcialidades políticas, extremismos y demás. Se trata del artículo "Minucias y comparaciones" del ilustre escritor, pintor, dramaturgo y escenógrafo valdepeñero Francisco Nieva, en la página 5 de Opinión:

Cuando yo era chico -y ya cuento con 92 años- el párroco de la iglesia que había enfrente de mi casa les vendió a unos americanos los nobles bancos del siglo XVI y la pila bautismal, valiosamente labrada, del siglo XV. Los parroquianos se dolieron mucho del bajón ornamental histórico de su iglesia. Le pidieron cuentas a don Atilano Carreño, y este les dijo que todo iba en beneficio de los pobres, tan abundantes en la región manchega.

Mi padre se enteró de que el cura era muy rico y tenía tres cuentas corrientes en tres bancos diferentes del país. Al. cura rico lo mataron los milicianos comunistas, muy al principio de la guerra. Y lo estupefaciente del caso es que el Vaticano lo incluyó en la lista de mártires por Dios y por España, muy indebidamente. Imposible saber si esto puede suceder ahora mismo, todo puede ser. El papa Francisco lucha por erradicar tantos errores y demasías de la Iglesia, y ha pedido públicamente perdón por ello. Si comparamos el Renacimiento con el liberalismo capitalista, los abusos aún eran mayores entonces, arropados por toda la pompa del Credo católico, que justifica la aparición de Lutero, estimulador del mismo liberalismo capitalista, tan propio del protestantismo.  

Como es natural, nuestro ilustre coterráneo don Francisco Nieva no posee sombra de hereje, aunque no dudo que el inquisidor Miguel Ángel Rodríguez hubiera organizado un hermoso auto de fe con él y hubiera dejado al cura pepero con sus tres cuentas en bancos distintos y exterminado el patrimonio artístico público de la comunidad. Dixi.

viernes, 15 de abril de 2016

Isidro Sánchez, Legalidad y realidad

Isidro Sánchez Sánchez "Legalidad y realidad", en Miciudadreal, 15 abril, 2016

Durante los años 1976 y 1977, el presidente que procedía del Movimiento afirmó en variadas ocasiones que era preciso “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”. Quería indicar Adolfo Suárez que los partidos políticos debían entrar en la legalidad pues eran una realidad imparable en España. A pesar de la oposición del búnker franquista, o sea, los grupos de extrema derecha que se oponían a cualquier intento de reforma del Régimen, con el diario El Alcázar en vanguardia.

En períodos absolutistas o dictatoriales de nuestra historia las ideas no han encajado en la legalidad, que era restrictiva, encorsetada y represora. Pero en períodos democráticos muchas veces ha sido al revés, una legalidad amplia y democrática sencillamente se bordea, incumple, desobedece u omite. La Ley está para saltársela, es el pensamiento muy extendido. Es decir, aunque no es exclusivo de España, hay tradicionalmente en nuestro país un trecho importante entre legalidad y realidad, hay entre una y otra contrastes significativos, hecho frecuente en nuestra Historia contemporánea. El último caso es el “Pa na má”, sólo para ellos, para los patriotas. Ayer mismo, en su viñeta, El Roto ponía en boca de un magnate, que puede ser del Ibex-35, esa idea: “¡España es lo importante! ¡Pero sin impuestos, claro!” (El País, 14.4.2016).

Hay diferencias entre lo que se dice y lo que se hace, entre la teoría y la práctica, entre lo que indica el mundo del Derecho y su aplicación. Formalmente es un sistema en el imperio de la ley, pero con grandes espacios dedicados a favores, arbitrariedad, clientelismo y corrupción. Ese desfase lo vemos en carreteras, calles, montes, ríos, política, educación, sistema financiero…

Es cierto que los que suelen saltarse la legalidad son fundamentalistas de la legalidad. Pero la legalidad es una cosa y la justicia otra muy diferente, como sabemos. También conocemos que la legalidad puede cambiar, perfectamente, y acogerse a ella de forma persistente suele querer decir que no hay que cambiar para seguir controlando una situación. Está claro que la ley debería ser igual para todos, aunque no es igual.

La justicia debería ser igual para todas las personas pero sabemos que, generalmente, no es así. Se pueden ver, como ejemplo, los planteamiento de la Plataforma Cívica por la Independencia Judicial, constituida en Madrid el 14 de mayo de 2011. Recientemente pedía, entre otras cuestiones, la garantía de separación de poderes mediante la reducción o supresión de los aforamientos e indultos gubernativos.

En política, por ejemplo, ha sido una constante que los partidos del bipartidismo han visto su imagen mejorada por los medios de comunicación amigos y que los empresarios de esos medios han recibido en correspondencia los favores de los políticos. Con sometimiento a la realidad, sin sometimiento a ella o cambiándola cuando ha sido necesario.

Esa es otra. Cuando la realidad supera a la legalidad esta se cambia y se adapta a la realidad. En Andalucía hay, según Ecologistas en Acción, unas 300.000 viviendas ilegales. Se trata de un urbanismo ilegal que ha invadido millones de metros cuadrados de suelo no urbanizable y en muchos casos protegidos. Muchas de las urbanizaciones y viviendas ilegales han tenido el apoyo de los ayuntamiento, que han hecho caminos, los han asfaltado, han realizado tendidos eléctricos, han llevado agua, etcétera. Como en tantas ocasiones, la decisión supone un premio al infractor. Mientras tanto, el que cumple la legalidad se queda con cara de tonto.

No hay problema, la legalidad se adapta a la realidad. El Gobierno socialista andaluz, con el apoyo de Ciudadanos, prepara una amnistía mediante la modificación de tres artículos de la Ley de Ordenación Urbanística de Andalucía (LOUA) para permitir la regularización de edificaciones residenciales aisladas en suelo no urbanizable (Diagonal, 3 a 16-3-2016). Es sólo un ejemplo de cómo en España la demolición de edificaciones ilegales es cosa casi imposible. En el caso de una sentencia desfavorable se cambia la ley y todo arreglado. Faltaría más, la legalidad no puede estropear la realidad.

Lo último es el tema de las gasolineras. Isabel Rodríguez Teruel, presidenta de la Asociación Provincial de Empresarios de Estaciones de Servicio, ha recordado que las gasolineras desatendidas no están permitidas por la Ley autonómica de Castilla-La Mancha, que requiere personal las 24 horas del día, “aunque, de momento están toleradas, y lo que es más grave, con autorización municipal de la localidad donde se instalan”. Legalidad y realidad transitan por caminos separados.

Pero así es España e “hijos de gatos, gatitos”. A fines del XIX, en 1898, Rafael Salillas publicó la obra El delincuente español. Hampa (Antropología picaresca). Estudiaba la delincuencia y presentaba los rasgos de la sociedad española. Existía para él una gran dificultad para implantar el constitucionalismo y afirmaba que la Constitución no formaba parte de la envoltura orgánica del pueblo español, ni siquiera era su piel, pues era una cosa no encarnada. En realidad, escribía, se trataba de una vestimenta acomodaticia.

La nueva vestimenta constitucional entraba en contradicción con el poder y creaba un dualismo, según Salillas, una diferencia entre legalidad y realidad: “En España existe el sufragio universal = En España no existe la libertad electoral. En España existe una organización judicial aparentemente bien establecida = En España no existe la independencia del poder judicial. España es una Monarquía constitucional (y lo mismo fuera decir una República, cuando existió) = España es una federación oligárquica” ¿Es posible establecer similitudes con la situación actual, casi 120 años después? Dejo la pregunta en el aire para que el lector busque la respuesta.

lunes, 22 de febrero de 2016

La matanza de Casas Viejas por Ramón J. Sender

Ramón J. Sender, "La matanza que hundió a Azaña. Se reedita el ejemplar reportaje de Ramón J. Sender sobre la brutal represión de una rebelión campesina en Casas Viejas por parte de las fuerzas del orden republicanas" El País 19 FEB 2016

Destruida la choza, asesinado también con las esposas puestas Manuel Quijada y golpeada bárbaramente su mujer, Encarnación Barberán, que quiso protestar, los guardias bajaron en una columna disforme hacia la plaza y formaron en el centro. Más de doscientos hombres. El cura preguntaba tímidamente si había que usar sus servicios y preparaba un sermón para la primera ocasión en que hubiera que repartir en la iglesia “la limosna”. Los oficiales iban y venían con papeles. Después de los disparos últimos contra un grupo de curiosos, todo el mundo había vuelto temerosamente a sus casas, a sus albergues. La luz de las siete de la mañana llegaba por la parte del mar, lívida y penetrante. El jefe paseaba ante la doble fila de las fuerzas formadas. La humareda que seguía subiendo desde lo alto de la colina terciaba el cielo de la aldea con una faja negra. Ardían los cuerpos desmedrados de los campesinos. Todas las viviendas de la aldea estaban cerradas. Los jefes iban y venían con papeles. Uno dijo apresuradamente:

—Tengo órdenes rigurosas y concretas de hacer un escarmiento.

Miró el reloj y añadió:

—Doy media hora para hacer una razzia, sin contemplaciones.

Esta orden no se limitaba expresamente a los sucesos de Casas Viejas, sino que se había dado el día 11 con carácter general a todos los lugares donde se habían producido desórdenes, como otras órdenes no menos bárbaras; las fuerzas rompieron filas y se diseminaron en dirección a la torrentera, hacia las chozas de los jornaleros.

Un guardia preguntaba:

—¿Qué es una razzia?

Y otro respondía, cerrando la recámara del fusil:

—Que hay que cargarse a María Santísima.

En las calles no había un alma. Los campesinos permanecían con sus familias, silenciosos, en las chozas. A la puerta de una de ellas lloraba el niño de once años Salvador del Río Barberán. Llevaba en la mano un cartucho de fusil, disparado. Los guardias le dijeron, riendo:

—Tira eso, muchacho, que no es un pastel.

Luego empujaron la puerta. En el fondo, el viejo Antonio Barberán —el de la chaqueta de rayadillo— yacía sobre un charco de sangre. El muchacho lloraba y juraba que su abuelo no era anarquista. El guardia bisoño subió calle arriba con los otros, conocedor ya de lo que era una razzia. Atrás quedó el muchacho midiendo con los ojos la soledad de la calle. El pueblo había enmudecido. Después de las ilusiones de la noche del día 11, todo volvía a su viejo ser. Las tierras seguirían alambradas y cercadas “para nadie”. El hambre y la desesperación, el no hacer nada y la esperanza —como único horizonte— de que el cura los convocara un día u otro —quizá mañana, siempre ese “quizá”— para darles un bono de una peseta canjeable por sesenta céntimos de víveres; ese porvenir inmediato les aguardaba. No se veía otra cosa en los meses que faltaban hasta la siega. Las hoces esperaban clavadas en la paja de la techumbre. La ilusión de las cuarenta y ocho horas anteriores los había vivificado. Nadie se acordó de comer ni de dormir.

Pero la represión, la destrucción de la choza de Seisdedos, los asesinatos de Francisca Lago y de su padre cuando intentaban huir con las ropas ardiendo, todo aquel estruendo de bombas y fusilería al que estuvieron atentos los campesinos desde sus camastros; el recuerdo de Manuel Quijada, esposado, que caía bajo los culatazos de los guardias y era levantado a puntapiés para morir, por fin, ametrallado frente a la choza; los asesinatos de otros tres detenidos, muertos a bocajarro junto a las cercas; la muerte del septuagenario Barberán al lado de la cama que acababa de abandonar, esos acontecimientos eran conocidos rápidamente en todo el pueblo.

Durante la noche, los campesinos afiliados al sindicato, que tenían armas, huyeron. El campo los acogería en la noche fraternalmente. Por la tierra, por la superficie cultivable, todavía virgen, habían intentado implantar el “comunismo libertario”. En la conquista del campo empeñaban la vida. La habían dado ya muchos campesinos. Al campo fueron a refugiarse. Entre los que quedaban en el pueblo apenas se podrían contar dos o tres testigos de los sucesos y miembros del sindicato.

En la aldea había teléfonos misteriosos que comunicaban con Madrid y con Cádiz constantemente. Había papel para los atestados, sellos judiciales, casas donde tomaban el desayuno los oficiales y los enviados del Gobierno —había llegado uno, de Cádiz—. Había la inseguridad de ofrecer la paz sin que la aceptara el enemigo. La probabilidad de levantar los brazos inermes ante cuatro fusiles y recibir, sin embargo, la descarga. Estaba a cada paso la tapia de los fusilamientos. En el pueblo todo les podía ser hostil. En el campo, un obscuro instinto les decía que todo habría de serles favorable.

Viaje a la aldea del crimen, de Ramón J. Sender, publicado en 1934, ha sido reeditado por Libros del Asteroide.