jueves, 9 de febrero de 2017

Adición a la Bibliografía de Ciudad Real

SEGUIDILLAS PARA LA SERENATA QUE CIUDAD-REAL DARÁ EN 1867, A LOS REYES DE PORTUGAL Y S. A. EL INFANTE D. AUGUSTO

Por "Un manchego", publicada en Ciudad-Real: [s. n.], 1867.

Está en la Biblioteca Nacional de Portugal

martes, 7 de febrero de 2017

La paradoja de Bourdieu

La formula uno de los sociólogos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, Pierre Bourdieu, dentro de los principios del determinismo y al mismo tiempo criticando la violencia simbólica ejercida por lo que Gramsci llamaba hegemonía cultural. Para él, vivimos en un mundo en el que las posiciones sociales se ofrecen teóricamente según el criterio de igualdad de oportunidades, pero en la práctica, las familias de alta posición social, bajo esta apariencia de universalismo y equidad, consiguen reproducir en la siguiente generación sus posiciones sociales. La escuela no sería más que una forma de dar legitimidad a la reproducción social, una alquimia por la que posición social se convierte aparentemente en mérito individual, y el mérito pasa a ser el criterio legítimo para ocupar una determinada posición social. Las estadísticas apoyan esta hipótesis, pues los hijos de personas con estudios superiores (universidad, FP 2 o CSFP), llegan a la universidad en un 70%, mientras que si el padre no tiene estudios, se quedan en el 22,0%.

Entrevista con Rüdiger Safranski


La historia ha querido que el nuevo libro de Rüdiger Safranski, Tiempo —Tusquets prevé publicarlo en español en marzo—, coincida con una época de cambios, marcada por el miedo y la inseguridad, y que sus ideas nos sirvan como un manual de instrucciones para interpretar la era Trump, del Brexit y el ascenso del populismo en el mundo occidental. El filósofo alemán (Rottweil, 1945), célebre biógrafo de Goethe, Schiller o Schopenhauer, ha sido la estrella del 60º aniversario del Instituto Goethe de Madrid, donde ayer habló de Nietszche y de la vigencia del nihilismo espiritual en el mundo contemporáneo.

Pregunta. San Agustín decía que si nadie le preguntaba sabía lo que era el tiempo, pero si se lo preguntaban, no. ¿Qué es para usted el tiempo?

Respuesta. Me pasa como a san Agustín. Lo que me interesa muchísimo es hablar de la diferencia entre el tiempo subjetivo y el que somos capaces de medir, es decir, la hora.

P. En su libro dibuja el estado de aburrimiento como el punto de partida y oportunidad. ¿Es necesario aburrirse?

R. No sé si es necesario, pero nos aburrimos. He comenzado el libro por el aburrimiento porque ahí estás viviendo el tiempo como algo que dura sin ocurrir nada; es una especie de encuentro con el tiempo a secas. Lo suelo describir con una imagen: vivimos una serie de acontecimientos y estos se colocan como si fuesen una cortina por delante del tiempo. Mientras ocurren no eres consciente, pero cuando cesan se abre el telón y, de repente, ahí está el tiempo. Yo siempre recomiendo que, como mínimo, una vez al día estemos completamente quietos, no hagamos nada y prestemos atención al tiempo.

P. ¿Al tiempo interior?

R. Sí, pero también tenemos que definir qué es el tiempo interior. En los cinco minutos que llevamos conversando sobre el tiempo hemos reflexionado sobre él, pero no le hemos prestado ninguna atención, porque si lo hubiéramos hecho no habríamos dicho absolutamente nada.

P. Habla de la simultaneidad global de la comunicación en esta época como una tremenda exigencia para el ser humano. Nos comunicamos en tiempo real, estamos informados de todo lo que ocurre. ¿Estamos ante una mutación cultural?

R. Esta nueva forma de telecomunicación marca una cesura muy importante en la historia de la humanidad y mucha gente no es consciente de lo enorme que es. Ahora mismo todos sabemos lo que está ocurriendo en cualquier parte en tiempo real y eso nunca lo había conocido la humanidad. Hasta el siglo XIX, la humanidad ha vivido en un modo de retraso. Carlos V daba una orden para Sudamérica que probablemente tardaba medio año en hacer llegar y otro medio en saber si se había ejecutado. Hoy, Trump publica un tuit y la Bolsa cae inmediatamente. Supone un gran reto para la percepción del ser humano, porque somos habitantes globales de un planeta global gracias a estas redes. Los refugiados no se habrían podido comunicar sin las imágenes, y de ahí el atractivo de este mundo para ellos.

P. Habla también del tiempo de comienzo como una oportunidad y hoy precisamente estamos en un nuevo tiempo de comienzo: Trump, Brexit, Le Pen…

R. El tiempo puede generar una preocupación, que es normal cuando se ve un futuro incierto. Vivimos en una sociedad de riesgo y en ella buscamos la máxima seguridad posible. Estamos en una época de profundo cambio. Antes teníamos una democracia con unas instituciones muy claras, separación de poderes, prensa, Parlamento, Ejecutivo… y era un sistema que permitía filtrar y disciplinar en cierto modo a la masa, a esa gente que forma la base de la democracia. Pero hoy es como si estuviésemos en un volcán en erupción porque está moviéndose todo, y ahí surge ese concepto del populismo, que se define a sí mismo como una especie de democracia de base, de Twitter. Creíamos que la división de poderes iba a funcionar y generar un equilibrio que iba a domesticar a Trump, pero ahora vemos que es al revés, que Trump está haciendo todo lo posible para eliminar esta separación de poderes y eso da mucho miedo, porque con su carácter, tiene la capacidad de presionar con un dedo un botón y hacer explotar bombas atómicas. No sabemos si vamos a ser capaces de evitar el uso de armas nucleares a la larga como hemos logrado hasta ahora. Él lo que pretende es eliminar las instituciones tradicionales de la democracia, como la separación de poderes, e introducir el dominio de las redes sociales. Son las redes las que están al mando y eso es tremendamente moderno. Estamos viviendo el desenfreno de la comunicación.

P. ¿Y qué ha fallado para que este populismo esté triunfando? ¿La democracia, la globalización?

R. En cada país es diferente. El Brexit se debe en gran parte a los miedos que tiene una gran parte de la población británica de recibir demasiada inmigración de la Unión Europea. En Francia, el gran enfado lo provoca la política europea, y de eso se aprovecha Le Pen. La política europea está obstaculizando una evolución económica positiva, dicen los franceses, que además se sienten en una situación de guerra civil por los ataques islamistas. Le Pen es la respuesta errónea a esos desafíos, pero Francia se encuentra en una situación muy problemática que no se había vivido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

P. ¿Hay peligro de tiranía?

R. No una tiranía en el sentido medieval; es una especie de tiranía que se nutre del caldo de cultivo que se produce en la masa y de ahí de nuevo el papel de las redes sociales. Esa tiranía está enmarcada en una especie de aprobación populista, la masa que apoya a una determinada persona. En Polonia o Hungría por ejemplo, se está reduciendo y eliminando poco a poco la democracia, pero con el enorme apoyo de una mayoría. La palabra democracia suena muy bien, pero lo decisivo es el Estado de derecho, la separación de poderes. Hitler llegó al poder democráticamente, apoyado por una gran mayoría, pero el que alguien sea elegido por mayoría no es lo bueno; lo bueno es que exista la separación de poderes.

P. ¿Nietzsche y el nihilismo espiritual siguen vigentes en este mundo de hoy?

R. Sí, sí, sigue siendo válido. Es el gran problema que está socavando todo. Una sociedad funciona si tiene un sólido fundamento de valores, y esos valores son normalmente de carácter religioso. Si esos valores se van debilitando, los seres humanos pierden sus raíces espirituales. El islam está en auge porque desde el punto de vista espiritual tiene un fundamento muy fuerte. En Europa en cambio el cristianismo está en retroceso.

DE LOS GRANDES HOMBRES A LOS AÚN MÁS GRANDES TEMAS

Tiempo pertenece a la producción del pensador alemán que gira en torno a grandes asuntos como la globalización, el mal o la verdad. La parte de su trabajo por la que el escritor es más conocido es como biógrafo de los grandes pensadores alemanes. Objetos de su estudio han sido Nietzsche, Heidegger, Schiller, Schopenhauer, Goethe o E.T.A. Hoffmann. También es autor de un influyente estudio sobre el romanticismo alemán. Toda su obra ha sido publicada en España por Tusquets.

Esos ensayos biográficos, que mezclan semblanzas de grandes hombres con un ameno acercamiento a la historia de las ideas le han convertido en un superventas en Alemania, donde la publicación de sus libros es siempre recibida como un acontecimiento literario. 

Su perfil público se vio reforzado por su participación en el programa Cuarteto filosófico, que presentó con Peter Sloterdijk en horario nocturno en la cadena pública ZDF durante una década.

El narcisismo maligno y el individualismo, males de nuestro tiempo

Cristina Galindo, "Sobrevivir en el mundo del yo, yo, yo. Los comportamientos narcisistas nos rodean. El exhibicionismo en las redes sociales, la obsesión por los ‘selfies’ y la propia imagen. Se habla de epidemia, pero ¿es tan preocupante?", en El País, 5-II-2017:

Composición realizada por el artista Kim Dong-kyu a partir de uno de los retratos de Picasso.
Fue el bello y vanidoso Narciso, personaje de la mitología griega incapaz de amar a otras personas que murió por enamorarse de su propia imagen, quien inspiró el término narcisista. El concepto fue luego reinterpretado por Freud, el primero que describió el narcisismo como una patología. Y en los setenta, el sociólogo Christopher Lasch convirtió la enfermedad en norma cultural: determinó que la neurosis y la histeria que caracterizaban a las sociedades de principios del siglo XX habían cedido el paso al culto al individuo y la búsqueda fanática del éxito personal y el dinero. Un nuevo mal dominante. Casi cuatro décadas después ha cobrado fuerza la teoría de que la sociedad occidental actual es, todavía más narcisista.

Este comportamiento parece expandirse como una plaga en la sociedad contemporánea, tanto a nivel individual como colectivo. Y no solo entre los adolescentes y jóvenes que inundan las redes sociales. “El desorden narcisista de la personalidad —un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía— sigue siendo un diagnóstico bastante raro, pero las cualidades narcisistas están ciertamente en alza”, explica la psicóloga Pat MacDonald, autora del trabajo Narcisismo en el mundo moderno. “Basta con observar el consumismo rampante, la autopromoción en las redes sociales, la búsqueda de fama a cualquier precio y el uso de la cirugía para frenar el envejecimiento”, añade.

Las investigaciones realizadas a partir de 2009 por Jean Twenge, de la Universidad Estatal de San Diego, son una de las principales referencias para las hipótesis más catastrofistas. Tras estudiar a miles de estudiantes estadounidenses, la psicóloga proclamó que estos comportamientos habían crecido “al mismo ritmo que la obesidad desde 1980”, que había alcanzado niveles de epidemia. Twenge ha publicado dos libros —Epidemia narcisista, con Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, y Generación yo— en los que afirma que los adolescentes del siglo XXI se “creen con derecho a casi todo, pero también son más desgraciados”.

Los rasgos narcisistas no siempre son fáciles de reconocer y, con moderación, no tienen por qué ser un problema. Son comportamientos egoístas, poco empáticos, a veces un tanto exhibicionistas, de personas que quieren ser el centro de atención, ser reconocidas socialmente, que suelen resistirse a admitir sus fallos o mentiras y que se creen extraordinarias (aunque su autoestima, en algunos casos, sea en realidad baja). Un estridente ejemplo, contado por Twenge, es el de una adolescente que, en un reality de la MTV, justificó el corte de una calle para celebrar su fiesta de cumpleaños, a pesar de que había un hospital en medio, al grito de: “¡Mi cumpleaños es más importante!”.

En otras ocasiones este tipo de comportamiento es más sutil, más común y, a veces, más dañino. Es esa persona que exige una atención extrema a sus comentarios y problemas y, si no la consigue, concluye que es diferente de los demás y que nunca recibe el respeto que merece. O un jefe encantador que de repente te hace sentir culpable por un proyecto fracasado que fue idea suya. “Para tapar sus problemas, una persona con alto nivel de narcisismo suele buscar a una o dos víctimas cercanas, no necesita más, pero les puede hacer la vida imposible”, asegura el psicoanalista francés Jean-Charles Bouchoux, autor de Los perversos narcisistas (Arpa), que acaba de ser traducido al español y que ha vendido más de 250.000 ejemplares en Francia. “Hay un incremento del narcisismo, porque ahora la imagen cuenta más que lo que hacemos y queremos alcanzar muchos hitos sin esfuerzo”, opina.

Abundan los casos en política —es difícil navegar por Internet sin ver el nombre de Donald Trump asociado al narcisismo— y en televisión. El tema fascina, como muestran los índices de audiencia de los realities. Quizá la principal novedad son las redes sociales, lugar donde millennials (nacidos entre 1980 y 1997) y no tan millennials, famosos y no tan famosos, transforman lo mundano en extraordinario. Cada día se suben a Instagram 80 millones de fotografías, con más de 3.500 millones de likes: “Yo, comiendo”, “Yo, con mi mejor amiga". “Yo, en un nuevo bar”. En Facebook, millones de usuarios ofrecen detalles de su vida al mundo. ¿Nos está convirtiendo Internet, no solo en espectadores pasivos, sino en narcisistas ávidos de notoriedad fácil, obsesionados por conseguir amigos virtuales y por el impacto de nuestros posts?

Atención a las autofotos. No todos los que se hacen un selfie son narcisistas, pero un estudio realizado por Daniel Halpern y Sebastián Valenzuela, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, concluye que los individuos que se sacaron más fotos durante el primer año de la investigación mostraron un alza del 5% del nivel de narcisismo el segundo año. “Las redes sociales pueden modificar la personalidad. Autorretratarse, cuando uno es narcisista, alimenta ese comportamiento”, explica por teléfono Halpern. “En las redes, podemos mostrarnos como queremos que nos vean. Esa imagen perfecta que creemos que los demás tienen de nosotros puede alterar la que tenemos nosotros de nosotros mismos”, advierte. Tener impacto en las redes puede generar dependencia y también temor (el miedo a no ser el centro, al vacío de un post sin apenas me gusta).

La psicóloga Jean Twenge dice que los adolescentes se creen con derecho a todo y son más desgraciados

Además, el narcisismo creciente mueve dinero. Un reciente informe de Bank of America Merrill Lynch calcula que el consumo relacionado con los productos que nos hacen sentir mejor y hacen posible un aspecto a prueba de selfies —lo llaman vanity capital— mueve en el mundo 3,7 billones de dólares. La firma, en su cálculo, incluye coches y otros artículos de lujo, operaciones estéticas, vinos de calidad, joyas o cosméticos.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La intrépida carrera de logros personales que se exige a jóvenes y adultos explica parte del ansia narcisista. “La sociedad es hiperdemandante e hi­perexigente. Ahora, por ejemplo, hay que tener muchos amigos, vivimos hiperconectados. Mi padre no tenía amigos, tenía a su familia, y era feliz”, explica Rafael Santandreu, psicólogo y autor de Ser feliz en Alaska (Grijalbo), que vincula el narcisismo —y la frustración que puede generar— con la depresión, la ansiedad y la agresividad.

Hay causas que nacen en la infancia. Las teorías de Twenge han tocado un nervio cultural al culpar a padres y educadores de haber criado a una generación de narcisos diciéndoles lo especiales que son sin importar sus logros. Un estudio europeo publicado en 2015 en la revista PNAS argumenta que el narcisismo está vinculado a una educación parental que sobrevalora por sistema a los hijos. “Se les alaba en exceso y, con el tiempo, los niños se creen únicos”, explica uno de sus autores, Eddie Brummelman, del Instituto de Investigación para el Desarrollo Infantil de la Universidad de Áms­terdam. “Se confunde autoestima con narcisismo. Lo que hay que cultivar es la autoestima, que se consigue con cariño, apoyo, atención y límites”, añade.

¿Quiere decir que no hay que pensar a lo grande? No exactamente. Cultivar cierto ego saludable es beneficioso. Es lo que defiende Craig Malkin, psicólogo clínico de la Escuela de Medicina de Harvard. “Un poco de narcisismo en la adolescencia ayuda a los jóvenes a sobrellevar la tormenta y el ímpetu de la juventud. Solo la gente que nunca se siente especial o la que se siente siempre especial son una amenaza para ellos mismos o el mundo. El deseo de sentirse especial no es un estado mental reservado a imbéciles o sociópatas”, afirma en Rethinking Narcissism (repensando el narcisismo).

Forma parte Craig del grupo que considera que la mayoría de los estudios sobre narcisismo no han sido justos con los jóvenes y que los que hablan de epidemia exageran. El Inventario de la Personalidad Narcisista, un cuestionario básico para los investigadores de todo el mundo, incluida Twenge, es defectuoso, sostiene Craig. Entre otras cosas, esta herramienta considera negativo querer ser un líder o decir que eres decidido. “Las personas que disfrutan diciendo lo que piensan o que quieren liderar son claramente diferentes de los narcisistas que suelen recurrir a la manipulación y la mentira”.

“La imagen cuenta más que lo que hacemos y queremos alcanzar muchos hitos sin esfuerzo”, opina el psicoanalista J.-C. Bouchoux

Un exhaustivo estudio publicado en 2010 en Perspectives on Psychological Science intenta refutar la teoría de la epidemia. Realizado entre un millón de adolescentes en EE UU entre 1976 y 2006, los investigadores encontraron poca o ninguna diferencia psicológica entre los millennials y las generaciones anteriores, aparte de más autoestima. En un intento de relativizar el problema, encabeza ese trabajo una cita de Sócrates: “Los niños de hoy día [siglo V a. de C.] son unos tiranos. Contradicen a sus padres, engullen la comida y tiranizan a sus maestros”.

De un lado y otro del debate, de lo que no parece haber duda es de que es recomendable huir de las personas con altos niveles de narcisismo. Lo resume muy bien Kristin Dombek en The Selfishness of Others (el egoísmo de los otros), ensayo en el que analiza la abundancia en el mundo virtual anglosajón (y cada vez más en el español) de información relacionada con los narcisistas, sobre cómo reconocerlos y hacerles frente: “Uno de esos blogueros decía: ¿qué debe hacer uno cuando conoce a un narcisista? Ponerse las zapatillas y salir corriendo de inmediato”.

lunes, 6 de febrero de 2017

Entrevista desoladora con Claudio Magris

"El sueño europeo de Claudio Magris", entrevista por José Andrés Rojo en El País 6-II-2017:

Referente de las letras y el pensamiento europeo, el autor de ‘El Danubio’ mantiene a sus 77 años el pulso del narrador que disecciona el incierto mundo que le rodea. Aquí cuenta su infancia en Trieste bajo las bombas y por qué sigue conservando el optimismo.

YA CASI al final saltó el tema de “la persuasión”. Es un concepto acuñado por Carlo Michelstaedter, un escritor de Gorizia que se suicidó de un disparo a los 23 años y al que Claudio Magris ha reivindicado siempre. “La persuasión es la posesión presente de la propia vida y de la propia persona, la capacidad de vivir a fondo el instante sin la maniática angustia de quemarlo pronto”, sostenía.

¿Lo ha conseguido? ¿Ha logrado vivir de acuerdo a esa persuasión? Lo he intentado. No estar pendiente de lo que va a venir y aprender a disfrutar de cada momento. Pero no es fácil.

Hombre de letras y viajero empedernido, Magris tiene la capacidad de contagiar de inmediato su pasión por las palabras y el conocimiento y arrastra ese aire elegante y sofisticado de los viejos europeos, de aquellos brillantes intelectuales que parecen ya un vestigio de una época desaparecida. Empezó a leer desde muy joven y terminó convirtiéndose en un germanista de referencia. Nació en la ciudad italiana de Trieste en 1939, estudió en Turín. Se dedicó a dar clases de lengua y literatura alemanas, tanto en Turín como en su ciudad natal. Traductor de Ibsen, Kleist y Schnitzler, ha escrito libros inclasificables como El Danubio, donde se sumergió en los grandes conflictos que han marcado la cultura centroeuropea, novelas (Conjeturas sobre un sable, Otro mar y No ha lugar a proceder, la última, entre otras), ensayos (Utopía y desencanto, por ejemplo), libros de viajes, piezas teatrales. Le han concedido numerosos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias (2004), el de la Paz de los Libreros Alemanes (2009) o el de la FIL de Guadalajara (2014).

Claudio Magris estuvo en Madrid para recibir otro, el Francisco Cerecedo, que concede la Asociación de Periodistas Europeos. La entrevista tuvo lugar un día raro: era fiesta en Madrid y acababa de ganar las elecciones Donald Trump. Así que la ciudad estaba parada y era fácil proyectar en sus calles vacías una atmósfera de profundo abatimiento. Magris, de hecho, tenía mala cara, un poco de cansancio, la resaca de una de esas gripes enojosas. “Hoy es más necesario que nunca un verdadero Estado europeo, federal y descentralizado pero orgánico en sus leyes, respecto al cual los actuales Estados sean lo que hoy son las regiones para cada Estado”, dijo un día después en su discurso de agradecimiento del premio.

¿Qué ha pasado en Estados Unidos? Aunque hubiera ganado Hillary Clinton, que era lo yo quería, hay algo que no funciona bien en el sistema. Trump, más allá de lo indecente de sus expresiones y de sus burdas maneras y de su discurso simplista, que son impresentables, constituye la expresión de una ruptura que no solo ocurre en Estados Unidos, sino en el mundo entero. Existe una gran plebe que no está politizada: pienso en los blancos pobres, en los negros pobres, y creo que entre ellos ninguno ha pensado nunca políticamente.

¿A qué se refiere? Si me fijo en Italia, toda la cultura democrática en la que me reconozco, y en la que incluyo al viejo partido comunista, daba por sentado que existía una ciudadanía politizada a la que había que convencer para obtener su voto. Ahora lo que ha aparecido es una amplia población que vive por debajo, o al margen, de cualquier tipo de comprensión de lo económico, de lo cultural, de lo público. Trump ha conseguido convencer a esa América (que no está solo en América) de que es su voz.

Algo de eso fue lo que hizo Berlusconi, ¿no? Supo dirigirse a esa pequeña burguesía a la que se había abandonado en una suerte de ciénaga. Y llegó y les dijo: yo soy como vosotros. Evidentemente yo estoy en contra de todo esto, pero lo que ha ocurrido en Estados Unidos no es una victoria del Partido Republicano sobre el Partido Demócrata. Es una transformación política mucho más grande y peligrosa que no se puede infravalorar. Existe una América que no se siente representada en la América de Wall Street, de los liberales, de las grandes familias conservadoras –como la de los Bush–, del intervencionismo militar, ni siquiera en la del moralismo republicano que encarnó hace cuatro años Sarah Palin. Aquella América era todavía la América de los que cuentan.

¿Y cómo es ahora? Confieso que cuando el FBI sacó de nuevo en la campaña el asunto de los correos electrónicos que podían perjudicar a Hillary Clinton pensé que aquello se había convertido en una guerra de bandas. Yo soy, por mi edad y mi educación, un hombre del siglo XX y sé, o creo saber, cuáles son los valores que defiendo y por lo que estoy dispuesto a luchar. Y no me dejo turbar por los cambios que se están produciendo, pero me preocupa lo que se puede perder. Hoy los instrumentos políticos con los que se libran las batallas están en la web, en las redes sociales, que es donde se está creando la opinión pública. Y en ese ámbito me encuentro como un combatiente que está fuera de lugar, que utiliza el arco y las flechas en un mundo donde ya solo sirven las pistolas y los fusiles.

Vayamos a Magris. ¿Cómo fue su infancia? Empecemos por una constatación. Yo me considero generacionalmente afortunado. Nací en 1939, y eso significa que me libré de la guerra, de los combates. Es verdad que me acuerdo de los bombardeos y de la ocupación, pero no tuve que sufrir directamente en ningún frente. Cuando fui joven me tocó una sociedad llena de libertad, de iniciativas, de trabajo, se vivía un buen momento económico. Yo he desconocido la ansiedad de no saber qué podía hacer. El mundo fluía. Para la generación de mis hijos –uno tiene 50 años ahora; el otro, 48–, las cosas fueron ya mucho más difíciles. Y hoy, si pienso en mis estudiantes de unos 20 años o en los que tienen ya 30, la situación es terrible. Yo tuve la infinita suerte de vivir en un momento en que las cosas que sé hacer encontraron un mundo que las apreciaba.

¿Hay algo que haya marcado su formación? Fue muy importante lo que ocurrió en el año 1945 en Trieste. Como cuento en mi última novela, la guerra no terminó allí ese año, sino en 1954. No es que continuara exactamente la guerra, lo que existía era un Gobierno de los británicos y los estadounidenses mientras se decidía qué iba a pasar con la ciudad, si iba a caer del lado de Italia o se incorporaría finalmente a la Yugoslavia de Tito, que desde 1948 formaba ya parte del mundo de Stalin. La resistencia en Trieste fue particularmente complicada, y por entonces terminaron un poco enfrentándose todos contra todos: los nazis y los fascistas contra los resistentes italianos; los partisanos comunistas contra los partisanos democráticos; las tropas de Tito peleaban al mismo tiempo contra los nazis y los fascistas y contra las democracias vencedoras; los fascistas italianos estuvieron con los nazis, pero como también eran nacionalistas al final se enfrentaron a ellos. En fin, un caos. Naturalmente yo no era consciente de lo que pasaba entonces, pero la sensación dominante era la de no saber cuál iba a ser tu futuro. Y eso terminó siendo una gran escuela. La resumió muy bien el cabaretero alemán Karl Valentin, del que tanto aprendió Brecht. Decía: “Incluso el futuro era antes mejor”.

Esa especie de futuro sin futuro. La idea de que puedes construir algo es importante, de que hay un porvenir que puede ser diferente, que puedes cambiar el mundo. Frente a eso, lo que se impone hoy es que el futuro se ha fundido. Ya no solo por aquella estúpida teoría de Fukuyama del fin de la historia. Pero yo sigo creyendo eso, que el futuro se puede construir.

¿Es entonces optimista? Pesimista con la razón, optimista con la voluntad. Creo que esa voluntad de construir, de crear algo distinto, es lo que da sentido a nuestro presente. Yo he crecido con esa fe en la utopía. Pero al mismo tiempo con ese precoz desencanto que me daba la historia de Trieste, esa especie de no future. No me hubiera ocurrido de haber vivido entonces en Milán o Turín.

En Turín estudió Germánicas. ¿Hablaba alemán desde niño? Mi padre hablaba muy bien el francés y el inglés, pero no el alemán. Mi abuelo era de la región de Friuli [noreste de Italia] y llegó con su esposa y sus hijos a Trieste [entonces bajo el Imperio Austrohúngaro] para buscar trabajo, pero no quería convertirse en ciudadano austriaco. Así que hacia 1915 terminó en Pistoya, en la Toscana, donde su hijo hizo la secundaria. Mi madre, en cambio, era típicamente triestina. Su familia, de nombre Grisogono, venía de la pequeña nobleza veneciana, tenía un lejano origen griego, y se instaló en la costa dálmata. Teníamos unos primos croatas. No los frecuentamos mucho. En el siglo XIX en aquella familia había dos hermanos: uno decidió ser croata, y el otro, italiano. Mi madre hablaba alemán y francés, nada de inglés. Yo empecé a estudiar el alemán en la escuela, con 11 años.

¿Qué recuerda de entonces? Me acuerdo de la enorme influencia que tuvo sobre mí un profesor de alemán, del que he hablado en El Danubio. Cuando tenía 14 años, una vez me pidió que le hablara de la relación del Fausto con la Revolución Francesa. Así que me puse a darle vueltas y, al rato, decidí explicarme: “Yo pienso…”. Me interrumpió de inmediato: “¿Qué vas a pensar tú, miserable? Deja de pensar”. Y luego me dio una hermosa lección de aquella Alemania, con esa extraordinaria cultura literaria, filosófica, musical, pero incapaz de renovarse políticamente.

Y después fue a Turín, ¿no? Antes estuve en Roma, en el Centro Experimental de Cine: quería ser director. Cuando hice la selectividad me tocó en el tribunal un gran crítico literario, Giovanni Jetto, que me propuso que fuera a estudiar a Turín, que era en aquel momento una ciudad interesantísima. Durante los años que estuve en la facultad, prácticamente duplicó su población, de 700.000 a 1.300.000 habitantes, gracias a la inmigración que procedía del sur. Tenía todos los problemas asociados a la inmigración, era la ciudad donde habían nacido el comunismo, el liberalismo moderno, donde se había producido una gran transformación industrial, era la capital del antifascismo: un poco Detroit y otro poco Leningrado. Una ciudad con una doble alma, que me resultó muy útil. Tenía algo de gitana, por su indolencia, pero también la libertad de saber dónde quería ir.

¿Cómo fue su paso por Turín? Fue allí donde empecé a leer a autores triestinos. Yo había sido un lector muy precoz. A los 13 años ya andaba con Tolstói, con Dostoievski, recitaba un montón de poemas de memoria. Pero jamás había leído una sola línea de un autor triestino. Eso les ocurre siempre a los jóvenes con las cosas de casa.

¿Qué encontró en esos autores triestinos? Comencé a leer libros de Saba, de Svevo…, y me di cuenta de que Trieste no era solo la ciudad que conocía, la de los baños en el mar y los lugares próximos, sino que había otra que venía de mucho antes de que naciera, la ciudad que había pertenecido durante siglos al mundo de los Habsburgo. Fue entonces cuando surgió la tentación de explorar esa identidad múltiple en la que la lengua alemana tenía un importante papel. Cuando fui a explicarle a mi director de tesis que quería hacerla sobre el mito habsbúrgico, no entendió nada. Bueno, es que yo tampoco sabía lo que quería hacer. Me sucede siempre: tienes una idea vaga del mundo en el que quieres entrar, y solo cuando llevas adelantada ya la mitad de un libro empiezas a entender lo que de verdad estás escribiendo.

Los años sesenta y la revuelta de Mayo del 68: ¿cómo vive esa época que tanto ha influido después? En 1968 andaba yo enseñando un tiempo en Trieste y otro en Turín. No me tocó nada del 68 más agresivo, violento, sino algo muy pequeño. Sin comparación con lo que ocurrió en otros lugares del mundo. Lo viví como una extraña mezcolanza: un montón de impulsos por la liberación, pero que, al final, han conducido al triunfo universal del consumo. Se conquistaron nuevos terrenos de libertad, lo que es importantísimo, y se consiguió que mi deseo fuera un derecho. Pero lo he visto también como Jacques Lacan, que no era ningún reaccionario, y que dijo: “Voy a buscar un patrón, pero estate tranquilo, que lo encontraré”. Me gusta lo que escribió Pasolini, de manera bellísima, después del referéndum sobre el divorcio. Le pareció justo que se aprobara. Pero hizo un matiz: no era solo un voto sobre la obligación o no de permanecer junto a una persona con la que te has comprometido; era también un voto con el que se acababa la posibilidad de buscar salidas creativas a una relación cuando esta entra en crisis. Temía que esa relación se convirtiera en algo intercambiable: hoy me pongo una cosa, mañana otra.

Hábleme de Marisa Madieri, su primera esposa y la madre de sus hijos, que murió hace unos años [Magris vino a Madrid acompañado de Jole Zanetti, su compañera actual]. Marisa era mi columna vertebral. La conocí…, me acuerdo perfectamente del momento. Fue en el Liceo, durante una reunión en el aula magna, estaba con mis dos grandes amigos, con los que había armado un triunvirato indestructible, cuando una muchacha levantó la mano para hacer una pregunta. Y de pronto pin, como dice Lawrence, y estaba en sus manos. La frecuenté poco durante aquel año, luego se fue a Inglaterra, a un campo de refugiados, como ha contado en Verde agua. Cuando regresó volvimos a encontrarnos. Era el año 1962, cuando para ella se inició todo; para mí había empezado en 1957. Luego nos casamos en 1964.

Tuvo que ser un golpe muy duro. Después de la muerte de Marisa, en 1996, una amiga, la política y periodista Rossana Rossanda, me pidió que le mandara una foto de esa persona que tanto le había interesado después de leer su libro. Me planteó un problema muy complicado porque tenía muchas fotos, ¿cuál elegir? Enviarle una imagen de Marisa a los 25 años era ridículo. Así que me puse a pensar en cuál es esa fotografía que nos retrata de verdad. No puede servir la que te hicieron de niño pequeño, tampoco aquella en la que ya eres un anciano. Al final decidí que la verdadera foto para contarnos es aquella que nos retrata 10 años antes de los que tenemos ahora. Busqué una de Marisa que respondiera a ese cálculo. Y se la envié a Rossana.

domingo, 5 de febrero de 2017

Trump auspicia una segunda Gran recesión

Joaquín Estefanía, "El forense del imperio americano. Trump facilita a Wall Street la vuelta a las prácticas anteriores a la Gran Recesión", en El País, 5-II-2017:

Un Trump poseído de sí mismo ha iniciado la destrucción de los restos del contrato social rooseveltiano, apuntalado con no pocas dificultades y limitaciones por Barack Obama. El presidente de EEUU acaba de firmar dos decretos para revocar la redacción de la llamada ley Dodd-Frank, titulada exactamente Ley de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor. Esta ley fue firmada por Obama en 2010 para evitar que se repitieran las irregularidades y latrocinios con los que se inició la Gran Recesión, y que tuvieron su icono más representativo en la quiebra del cuarto banco de inversión estadounidense, Lehman Brothers.

La ley Dodd-Frank pretendía recuperar algunos equilibrios como la separación entre la banca comercial y la banca de inversión, la protección a los consumidores de las prácticas heterodoxas en materia de créditos e hipotecas, los contrapesos necesarios para las situaciones derivadas de los excesos de los bancos demasiado grandes para caer (too big to fail), o proteger a los contribuyentes de los costes de los próximos rescates de las entidades financieras en apuros.

Un presidente demócrata, Obama, tuvo que corregir los excesos desreguladores de otro presidente demócrata, Bill Clinton. No han sido sólo administraciones republicanas las causantes de la ausencia de supervisión al todopoderosísimo sector financiero. A finales del siglo pasado, Clinton derogó la ley Glass-Steagall, aprobada por Roosevelt en tiempos de la Gran Depresión, que separaba las actividades de los bancos que basan su negocio en los depósitos, de los que los hacen con la especulación bursátil. La medida derogatoria de Clinton está en el origen de los abusos de Wall Street durante la primera década del siglo. Mark Twain escribió que un banquero es un señor que nos presta un paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando empieza a llover.

Se dice que Trump está cumpliendo todo lo que prometió en la campaña electoral. No en el terreno financiero. El candidato que acusó a Wall Street de ser parte del problema tras presentarse como un millonario antisistema, se apoya en Wall Street para ejercer su labor de Gobierno. Su secretario del Tesoro es un hombre de la banca de inversión (Goldman Sachs), y firmó la revisión de la Dodd-Frank en presencia de algunos de los banqueros más importantes del mundo (JP Morgan Chase, Blackstone,…), que batían palmas hasta con las orejas. Inmediatamente, la Bolsa de Nueva York comenzó a subir hasta superar todos los record.

Lo peor de lo sucedido en materia económica en la última década tuvo su origen en Wall Street, primero a través de las hipotecas locas y luego de los problemas de liquidez y de solvencia de muchos de sus bancos, algunos de los cuales tuvieron que ser nacionalizados (y, una vez limpios, vueltos a privatizar). La iniciativa de Trump de desregular las finanzas semeja una de esas “ideas zombis” que definió Krugman: toda proposición económica concienzudamente refutada tanto por el análisis como por una masa de evidencias, que debería estar muerta pero no lo está porque sirve a propósitos políticos ajenos, apela a los prejuicios, o ambas cosas.

Según el periodista de investigación David Cay Johnson, autor de la biografía Cómo se hizo Donald Trump (Capitán Swing), uno de los principios favoritos del nuevo presidente dice: “Devuelve un golpe más fuerte que el que recibiste”. Eso es lo que está haciendo con el legado de Obama.

Sabiduría popular

Si en el séptimo no hay perdón
y en el sexto no hay rebaja,
ya puede el Señor
llenar el Cielo de paja.

sábado, 4 de febrero de 2017

La desgana o spleen

Con el tiempo uno va adquiriendo la condición de lo inmóvil. Se deja de ser persona para ser cosa. Se te queda la mirada fija, como en un cuadro. Quevedo al hacerse viejo veía que el tiempo se le aceleraba, que los cambios se quedaban fuera y le pasaban los días sin darse cuenta; hasta que ya no hay cambio alguno y te vuelves parte del paisaje o de una foto.

Seguro que todos terminaremos así, por dejar solo una fachada. Como lo que decía Manuel Machado a la muerte de ese poeta fracasado, Alejandro Sawa:

Jamás hombre más nacido 
para el placer fue al dolor 
más derecho.
Jamás ninguno ha caído,
con facha de vencedor, 
tan deshecho.

Las imágenes perduran, pero nosotros no, a veces incluso antes de morir. Por detrás de la fachada el interior está derrumbado, ausente. Solo seremos lo que los demás piensen que fuimos. Un espectáculo grotesco, como en la Balada de los ahorcados de François Villón o, más bien, el pastiche que hizo de ella José María Valverde:

Compañeros, poetas del futuro, / sed buenos con nosotros; intentad / comprender cómo pudo ser tan duro / este inútil vivir en vaguedad, / este fracaso, al fin debilidad. 

Ahorcados nos veis, en vuestros días, / hacia el olvido, ya en bibliografías, / sólo borroso haber tradicional, / huesos al viento en las antologías / seco polvo de tesis doctoral.

Hermanos, los poetas del mañana: / si queda entonces imaginación / pensad qué mal negocio es esta vana / conciencia nunca en paz de los que son  / poetas de una "edad de transición".

Diréis: "No dieron una, pobre gente: / hechos a lo sublime, de repente / quisieron ser reales, y era tarde." / Y no sabréis que hoy damos por valiente  / al que no es peor cosa que cobarde.

O sea, como hoy. Seremos parte del pasado, no del futuro. Ya lo dijo Vicente Aleixandre en "Como Moisés es el viejo":

Para morir basta un ocaso. / Una porción de sombra en la raya del horizonte. / Un hormiguear de juventudes, esperanzas, voces.

Y allá la sucesión, la tierra: el límite.  / Lo que verán los otros.

Es una tendencia opuesta al narcisismo y la obsesión por la cirugía estética y la juventud de nuestra época; a nada tenemos más cariño que a nuestra careta, hasta el punto de que se confunde con nuestra cara; pero nuestra cara se deshace, víctima del poder centrífugo del tiempo. Me imagino las palabras que escribí; su significado solo existirá cuando alguien, quizá nadie, las lea, porque ya han muerto para mí incluso antes que yo: yo mismo no las recuerdo ahora y a veces ni siquiera las conozco como hijas mías: me parecen venidas de la mente de un extraño, con el que quizá pueda sentirme identificado; por eso ahora se muestran más hermosas, con la impronta de lo recién creado, de lo nuevo: es la única recompensa que dispensa el olvido: la de volver a nacer; que también lo dijo Quevedo:

Un nuevo corazón, un hombre nuevo / ha menester, señor, el alma mía: / ¡desnúdame de mí, que ser podría / que a tu piedad pagase lo que debo!

Porque Quevedo se hallaba tan asqueado de sí mismo que deseaba nacer otra vez, sin memoria, sin culpa, sin hombría: con la inocencia del que viene al mundo por primera vez. Porque, como dice Unamuno, "vivir encadenado a la desgana / ¿es acaso vivir?". Juan Ruiz, arcipreste de Hita, dio en el clavo cuando escribió que "pensando en estar triste, tus ojos no se abrían": la acidia consiste no en la tristeza misma, sino en la obsesión por la tristeza: la tristeza es algo natural, pero pasa como un momento de lluvia; y el acidioso se obsesiona con ella y la hace durar hasta la muerte.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Suspenden a más de la mitad de los aspirantes a bombero de Burgos por faltas de ortografía

"Suspenden a más de la mitad de los aspirantes a bombero de Burgos por faltas de ortografía", en Abc de Madrid, 30/01/2017 :

El jefe del Parque, presidente del tribunal de la oposición, ve «lamentables» los resultados de las pruebas, ya que «lo que se pedía es un nivel de ESO»

«El exclavo murió de axfisia alcoholizado sin fuerza de voluntad para estirpar de su vida tan esagerado vicio» («El esclavo murió de asfixia alcoholizado sin fuerza de voluntad para extirpar de su vida tan exagerado vicio»). Este es uno de los ejemplos del examen de ortografía que ha suspendido a 38 de los 62 aspirantes a ser bomberos del Ayuntamiento de Burgos. Según recoge el Diario de Burgos, se trataba de la primera prueba a la que se enfrentaban los candidatos a ocupar una de las ocho plazas ofertadas y en ella se valoraba el conocimiento de la ciudad, el callejero y la ortografía.

En concreto, el ejercicio de cinco horas estaba compuesto por cuatro pruebas principales, todas excluyentes: cultura general; correcto uso de la ortografía; problemas matemáticos relacionados con actuaciones habituales de los bomberos y prueba sobre el conocimiento de la ciudad y el callejero.

Según recoge el diario burgalés, todos los aspirantes superaron el test de la cultura general. Por contra, la prueba de ortografía fue donde más cayeron, hasta un total de 38. El jefe de Bomberos de Burgos, presidente del tribunal de la oposición, ha considerado «lamentable» este resultado, ya que «lo que se ha pedido es de un nivel de ESO». «Los problemas, el dictado y la cultura general no son específicos de bomberos, pero eso no quiere decir que no se pida un mínimo de cultura general o conocimientos» ha señalado.

Otros ejemplos del examen de ortografía

- «Saúl se hayaba en la cocina rellenando los ojaldres recién horneados, cuya receta había hechado en el olvido» («Saúl se hallaba en la cocina rellenando los hojaldres recién horneados, cuya receta había echado en el olvido»).

- «Participó en la rellerta y el mozo cayó al suelo hecho un obillo, esangüe, con las manos en el vientre, inerte» («Participó en la reyerta y el mozo cayó en el suelo hecho un ovillo exangüe, con las manos en el vientre, inerte»)

- «As de observar que la masa a absorvido la mayor parte de los ingredientes» («Has de observar que la masa ha absorbido la mayor parte de los ingredientes»)

Se inicia el proceso que terminará con la destitución de Trump

Robert Kuttner "Donald Trump será destituido, pero ¿cuándo?", Huffington Post, 1-II-2017:

Trump está tratando de gobernar por impulsos, por caprichos, por recompensa personal, por beneficios, por decretos... como si hubiera sido elegido dictador. Pero resulta que no funciona y que la máquina ya está descarrilando sólo UNA SEMANA después.

El impeachment (o juicio político) está ganando terreno porque es la única forma de destituirlo, porque los republicanos ya están abandonando en masa a este presidente y porque el hombre es psiquiátricamente incapaz de comprobar si algo es legal antes de hacerlo.

El impeachment está ganando terreno porque resulta terriblemente evidente que Trump no es apto para la presidencia. Los adultos que rodean a Trump, hasta los que le sirven con una lealtad que roza la esclavitud, se pasan la mitad de su tiempo tratando de refrenarlo, pero es imposible.

Una cosa es vivir en tu propia realidad cuando eres candidato y sólo son palabras. Puedes engañar a las suficientes personas durante el tiempo suficiente como para ser elegido.
Se pasan la otra mitad del tiempo respondiendo a llamadas frenéticas de líderes republicanos, élites empresariales y dirigentes extranjeros. ¿Que Trump ha hecho qué? El pobre Reince Priebus, su jefe de Gabinete, ya ha llegado a la cima del poder y no va a ser divertido.

Una cosa es vivir en tu propia realidad cuando eres candidato y sólo son palabras. Puedes engañar a las suficientes personas durante el tiempo suficiente como para ser elegido. Pero cuando intentas gobernar de esa manera, la realidad es la realidad, y ésta te llama al orden.

Una por una, Trump ha decretado órdenes impulsivas que no han sido revisadas por juristas, ni por expertos gubernamentales ni responsables políticos, y ni mucho menos han sido objeto de una planificación meditada. Casi de forma inmediata se ve obligado a dar marcha atrás por una combinación de presión política y legal. Y por la realidad.

A diferencia de las dictaduras que Trump admira, la compleja red de medidas constitucionales legales y políticas contra la tiranía todavía funciona en Estados Unidos (a veces le cuesta, pero funciona). Y cuanto más imprudente es el comportamiento de Trump, más se refuerzan estas medidas.

¿De verdad alguien piensa que el Tribunal Supremo va a ser la puta de Trump?
Sólo con su esfuerzo lunático de prohibir la entrada de refugiados de forma selectiva (pero no precisamente procedentes de países que envían a terroristas, como Arabia Saudí y Egipto, donde Trump tiene intereses comerciales), el presidente ya ha descubierto que el sistema estadounidense tiene tribunales. Tiene tribunales. Imagínatelo.

Cuanto más trastornado se vuelva, menos jueces conservadores harán la pelota a las políticas republicanas (como hasta ahora solían hacer). ¿De verdad alguien piensa que el Tribunal Supremo va a ser la puta de Trump?

La semana pasada, algunos republicanos se pelearon por ver quién era el primero en rechazar la visión de Trump sobre Putin y se apresuraron a negar sus declaraciones sobre un supuesto fraude electoral.

No saben cómo hacer para matar el ObamaCare sin matar a pacientes y sin acabar con las esperanzas de reelección. Lo cierto es que resulta complicado y los matices no son el punto fuerte de Trump. El congresista republicano Tom McClintock puso de manifiesto lo que muchos pensamos: "Mejor asegurarnos de que estamos preparados para vivir con el mercado que hemos creado. Esto va a llamarse Trumpcare. Los republicanos lo poseerán en su totalidad y seremos juzgados en las elecciones en menos de dos años".

Por su parte, el senador republicano Lindsey Graham se burló de los hábitos tuiteros del propio Trump con un mensaje en la red social en el que calificaba la guerra comercial con México como "mucho sad".

"En pocas palabras: cualquier propuesta que suba los precios de la Corona, el tequila o los margaritas es una muy mala idea. Mucho triste".

Incluso el personal de Trump tuvo que pararle los pies con su absurda cruzada contra México y los mexicanos, en la que un día Trump obliga al presidente mexicano a cancelar una visita oficial y al día siguiente se pasa una hora al teléfono con él comiéndole la oreja.

Trump propuso volver a instaurar la tortura, pero los principales líderes republicanos se cargaron esa idea. El senador John Thune afirmó este miércoles que la prohibición de la tortura era una ley establecida y que los republicanos en el Congreso se opondrían a restaurarla. El propio secretario de Defensa de Trump opina lo mismo. Después de proclamar por todo lo alto su nueva política de tortura, Trump cedió dócilmente a que esas medidas pasen antes por sus asesores de defensa.

Y todo esto ¡en sólo una semana! Ya hasta los jueces federales han empezado a frenarle.

Hace dos semanas, basándome sólo en lo que vivimos durante la transición, escribí un artículo en el que proponía la constitución de una comisión de impeachment, como un comité paralelo que elabore un dosier para la destitución de Trump, además de una campaña ciudadana para crear un movimiento público de impeachment.

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En estas dos semanas, la organización Free Speech for People ya ha lanzado una campaña ciudadana para destituir a Trump. Hasta el momento, más de 400.000 personas han firmado la petición.

El grupo bipartito Citizens for Responsibility and Ethics in Washington (CREW) también ha llevado a cabo una profunda investigación. Varios expertos legales asociados al CREW han presentado un detallado informe legal que documenta las diferentes formas en que Trump está violando la cláusula de elegibilidad (Emoluments Clause), que prohíbe que un presidente se beneficie de las acciones de gobiernos extranjeros.

Existen muchos otros motivos para el impeachment, como por ejemplo el hecho de que Donald Trump pone sus intereses comerciales por delante de los del país y su extraña y oportunista alianza con Vladimir Putin, lo cual raya en la traición. Menos conocida que la Emoluments Clause es la ley STOCK de 2012, que prohíbe explícitamente que el presidente y otros funcionarios se beneficien de la información que no es pública.

Los republicanos pensaron en un principio que podían usar a Trump para fines republicanos. Pero Trump no es republicano.
Obviamente, el impeachment es un proceso político así como legal. Los Padres Fundadores lo diseñaron así de forma deliberada. No obstante, después de una semana en el cargo, Trump no sólo ha abandonado la Constitución, sino que sus aliados también le están abandonando a él.

Pese a sus repulsivas rarezas, los republicanos pensaron en un principio que podían usar a Trump para fines republicanos. Pero Trump no es republicano: lo demostró con su abrazo a Putin y con su promoción de una guerra comercial a nivel global. Es fácil imaginarse la alarma y el terror que los republicanos estarán expresando en privado.

En 1984, el psiquiatra Otto Kernberg describió una enfermedad conocida como Malignant Narcissism (narcisismo maligno). A diferencia del narcisismo convencional, esta tipología se considera una patología severa.

Se caracteriza por una ausencia de conciencia, una grandiosidad y una búsqueda de poder patológicas y un placer sádico por la crueldad.

Dado el claro peligro que supone para la República y para los republicanos, el impeachment a Trump ocurrirá. Queda por saber cuál será la próxima gran catástrofe a la que se enfrente América.

martes, 31 de enero de 2017

El hundimiento de Europa

María Márquez Guerrero, "Pérez Reverte, Marine le Pen y los invasores bárbaros", en Público, 31 Ene 2017

La agencia Efe y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo han concedido al artículo “Los godos del emperador Valente”, de Arturo Pérez Reverte (12/09/2015), el XIII Premio Don Quijote de periodismo. En él, se dibuja, con tintes apocalípticos, el espantoso escenario de la decadencia y hundimiento de Europa. Comparándola con el viejo Imperio Romano, invadido pacíficamente primero, y destruido brutalmente después por los godos- el autor concluye que “la Europa que iluminó el mundo” está sentenciada a muerte: los refugiados actuales, herederos de los bárbaros de entonces, “seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades”, amenazando con destruir nuestro “cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social”. Curiosamente, y casi al mismo tiempo que Pérez Reverte publicaba su artículo, en Francia, Marine le Pen hacía unas declaraciones donde defendía unas ideas semejantes: “Marine le Pen compara la llegada de los refugiados a las ‘invasiones bárbaras’ del ‘siglo IV’ que desencadenaron la caída del Imperio Romano” (Éurope 1). La presidenta del Frente Nacional manifiesta su temor por que el flujo de emigrantes llegue a parecerse a las invasiones de los bárbaros y tenga “las mismas consecuencias” (Le Figaro, 15 / 09 / 2015; Le Point, 14 / 09 /2015).

Como es sabido, las causas de la decadencia del Imperio Romano son múltiples y de diferente naturaleza, muchas de ellas internas, como, por ejemplo, la corrupción política (los excesos de emperadores y altos funcionarios, que provocaron un déficit irrecuperable en la Hacienda Pública); la falta de trabajo y el hambre en las ciudades; el totalitarismo burocrático; la despoblación romana, etc., y, consecuencia de todo ello, la descomposición cultural y la quiebra del sistema de valores que inspiró Roma. El ejército, compuesto principalmente de mercenarios, se había debilitado (la financiación destinada a él se desviaba y perdía en un contexto donde reinaba la corrupción), razón por la que, en este entorno decadente y caótico, los pueblos bárbaros hallaron su oportunidad. Parece, por tanto, que las oleadas migratorias no fueron la causa del hundimiento del imperio, sino más bien un factor coadyuvante que se sumaría a la decadencia de aquel. En cualquier caso, los refugiados godos de los que habla Pérez Reverte, aquellos que en el año 376 d. C se presentaron en la frontera del Danubio buscando asilo, no huían de Atila (395-453 d.C.), como él afirma, sino probablemente del hambre, o, tal vez, de la violencia de cualquier otro caudillo.

Del mismo modo, la quiebra del actual “imperio de Occidente” –ámbito que transciende ampliamente las fronteras europeas más allá del Atlántico- no puede achacarse, de ningún modo, a los refugiados, que no tienen casi nada en común con aquellos temibles godos que guerreaban contra una Roma desfallecida. Al contrario, constituyen un aporte esencial para una Europa envejecida, donde la natalidad cae en picado y donde, por tanto, se necesita abundante mano de obra. Sin ella, no habría cotizaciones, ni pensiones, ni sanidad, ni el bienestar y la cultura que admira nuestro autor. Tal vez él se identifique con un honorable patricio romano que, desde su biblioteca, contempla sereno la destrucción del mundo. Sin embargo, la mayoría de nosotros ignoramos si descendemos de los visigodos, de los judíos o de los árabes. Por otra parte, también nosotros hemos huido de alguna guerra terrible y de la miseria económica emigrando más allá de nuestras fronteras. Hoy siguen haciéndolo nuestros jóvenes. Desde esta perspectiva, también nosotros somos bárbaros, etimológicamente “extranjeros”.

La resistencia contra el extranjero siempre distingue entre clases. Seguramente, Pérez Reverte no se refiere a los ricos emigrantes rusos que compran una vivienda en la Costa del Sol y, por ello, automáticamente gozan de la nacionalidad española. Probablemente, se refiere a los refugiados pobres, a los que naufragan y mueren en el Mediterráneo, o a los que se topan con las vallas y los gases lacrimógenos en nuestras fronteras. A esos que quieren sentarse, hambrientos, a una mesa opulenta cuando ya están ocupados todos los sitios, como decía Thomas Malthus: “Un hombre nacido en un mundo del que ya se ha tomado posesión, si no puede obtener de sus padres los medios de subsistencia que verdaderamente tiene razón de exigir, y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tiene derecho a hacer ninguna reivindicación sobre la más mínima porción de alimentos y, en realidad, no hay razón de que esté donde está. En el opulento banquete de la naturaleza no hay cubierto para él”. En la misma idea insiste Pérez Reverte: “ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables”.

Todas estas teorías se basan en la idea de que la productividad crece a un ritmo mucho más lento que la población, con lo cual las subsistencias con las que contamos no son suficientes para abastecernos a todos, tesis que ha sido desmentida por todos los datos empíricos, que demuestran la necesidad de una redistribución más justa de los bienes, la promoción de la investigación y el desarrollo tecnológico, hechos, que como ya apuntó Marx, permitirían el crecimiento exponencial de los recursos. Para ello, la inmigración no solo no es un obstáculo, sino que ha sido y es uno de los  soportes fundamentales del crecimiento económico. Quienes se oponen con todas sus fuerzas a una justa redistribución de la riqueza (impuestos realmente progresivos, por ejemplo) han de justificar su egoísmo presentando a las víctimas que piden asilo como una amenaza. Deshumanizados, cosificados, animalizados, los textos periodísticos nos los presentan desposeídos de su humanidad, paso previo para legitimar todo tipo de violencia. En este contexto, ya no escandalizan las imágenes desgarradoras, difundidas ayer por varios medios italianos, de un inmigrante africano ahogándose en el Gran Canal de Venecia mientras varios turistas lo insultaban y filmaban el suceso.

Creada retóricamente esta realidad de las “invasiones”, Pérez Reverte reclama un ejército vigoroso, y no patrullas de salvamento; políticos de altura que ordenen una vigilancia estricta de “nuestros limes”, en lugar de políticos ilusos que defiendan utopías, tales como la igualdad, la libertad y la fraternidad humanas. Ya no es posible matar sin más a los que llegan, tales atrocidades ya no son posibles, “Por fortuna para la humanidad. Por desgraciada para el Imperio”, constata el autor, evidenciando una contradicción insalvable entre la propia idea de imperio y el respeto de los derechos humanos.

El discurso xenófobo sitúa el mal “fuera” y propone medidas policiales cuando el conflicto es político y nace en el interior. Sin embargo, una de las consecuencias de la globalización es que no se puede mirar hacia otro lado, porque ya no hay nada fuera. Los límites nacionales se han borrado en la medida en que estamos gobernados por poderes invisibles que actúan, cada vez con menos regulación, puenteando las soberanías nacionales. Sencillamente, habitamos un “mundo sin alrededores” (D. Innerarity), un “mundo líquido” (Z. Bauman), sin límites. Ya no existe la realidad de “fuera”, como tampoco puede aplicarse con rigor esa oposición nosotros / ellos que sostiene Reverte cuando recuerda con nostalgia a aquellos centuriones que defendían las fronteras de Europa, esos que “eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta.  La violencia no es la solución para el problema de la inmigración, como tampoco lo es para el terrorismo global. Como señalaba Bauman (“La guerra ilusoria”) “Europa debería reafirmar sus valores fundamentales y ofrecer soluciones realistas a la radicalización de la juventud en sus países”, esa misma juventud que, en palabras de Reverte, convierte la periferia de las ciudades en “polvorines con mecha retardada”. No tenía razón el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, cuando afirmaba que “Todos los terroristas son inmigrantes”, porque casi todos los que operan en Europa han nacido aquí: “son reclutados de entre la juventud local, desfavorecida, discriminada, humillada, amargada, y con ganas de revancha que se enfrenta – de nuevo con nuestra directa o indirecta, deliberada o derivada negligencia – a un futuro sin perspectivas” (Bauman) El problema no son los extranjeros, sino la pobreza. Y los problemas sociales requieren medidas políticas, no militares.

Es necesario un esfuerzo de reflexión y de voluntad política para salvar los valores que encarnaba Europa, algo más complejo que levantar nuevos muros de aislamiento y de terror. Algo más auténtico que crear un enemigo externo que nos dé una coartada, una falsa identidad que redima temporalmente nuestra imagen deteriorada, la dignidad mermada por las condiciones infrahumanas que impone la “crisis”. Exactamente eso es lo que quiere hacer Trump, y exactamente eso fue lo que, desgraciadamente, hizo Hitler cuando les prometió a los alemanes, desolados por la guerra y por la crisis económica, la ilusión de una identidad aria ideal amenazada por “los otros”. Quienes creemos que sí hay soluciones alternativas, también aprendemos de la historia: “locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes” (A. Einstein). No se trata de creer en hadas madrinas con firmes cucuruchos, sino de tener fe en la conciencia humana y en la acción política, porque el derrotismo es la ideología de los vencidos, y, aunque solo sea por “lucidez” y “serenidad  intelectual”, hemos de aceptar que “la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada. Y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo” (Maurice Maeterlinck).

sábado, 28 de enero de 2017

Entrevista a la lexicógrafa Paz Battaner

Jesús Ruiz Mantilla entrevista a la lexicógrafa Paz Battaner “El asunto del género no es el más importante". La lexicógrafa y académica de Lengua Española pronunciará este domingo su discurso de ingreso en la Academia, El País, 27 ENE 2017

Llega a la Real Academia Española (RAE) para despejar ambigüedades y agujeros negros en las definiciones. De hecho, el discurso de ingreso que Paz Battaner (Salamanca, 1938) pronunciará el domingo se titula Algunos pozos sin fondo en los diccionarios. La lexicógrafa, que fue catedrática de Lengua Española en la Pompeu Fabra, será contestada por Ignacio Bosque y sustituye la vacante en la silla s que dejó José Luis Pinillos. Le preocupa que la planta del instrumento lingüístico fundamental de la casa sea demasiado antigua, “más del siglo XVIII, en muchos aspectos, que del XXI”, dice. Es algo que considera muy grave. Por eso, su papel en esa transición revolucionaria que llevará definitivamente al próximo diccionario hacia la era digital será imprescindible.

Pregunta. El título de su discurso de ingreso asusta, con eso de los pozos negros. ¿Cuáles son?

Respuesta. Algunos, algunos. Bueno…, muchos.

P. ¿Y concretamente en el Diccionario de la RAE o en otros? ¿Hasta qué punto son graves?

R. En todos. Pero no es una cuestión de gravedad, sino de cómo se describen y explican los términos.

P. ¿Por ejemplo?

Los sustantivos  llamados abstractos son un problema para cualquier diccionario, pero yo los he tomado como un reto"
R. Los sustantivos que no tienen un referente físico, los llamados abstractos. Su significado se diluye y toma muchos matices. Esto es un problema para cualquier diccionario, pero en mi caso, lo he tomado como un reto.

P. ¿Habla entonces de la ambigüedad implícita en esos vocablos o de la falta de concreción a la hora de definirlos?

R. De su descripción. Hay casos en los que no sabes si hablan de cualidad o de estado. Son cosas muy diferentes. Dependiendo de su contexto toman formas camaleónicas.

P. ¿Y causan total confusión?

R. Total confusión, no. Siempre digo que los diccionarios llevan una cantidad de información enorme y muy valiosa. Es muy habitual que los consideremos como libros viejos, antiguos, dignos de esa oda que les dedica Pablo Neruda. Todos tienen su interés y albergan mucho conocimiento. Una información que antes resultaba difícil de recopilar. Ahora, no tanto gracias al mundo digital.

P. La RAE en estos tiempos es muy escrupulosa a la hora de incluir y diversificar a sus miembros. Procura que entren expertos de varios campos precisamente para clarificar y concretar lo máximo posible. Aun así, ¿persisten gravemente las inconcreciones?

Para mucha gente, el DRAE es una memoria de la identidad y les molesta no verse reflejados rigurosamente"
R. Hay mucho que no se puede apreciar, detalles que se escapan. Insisto en que más que concretar, basta con describir. Los diccionarios hoy, más que los antiguos, que eran de comprensión, son de producción. Como todo el mundo utiliza la escritura como modo de comunicación diario, en ese sentido, han cambiado a lo que llamamos diccionarios de uso. De ahí el gran acierto de María Moliner con el suyo. Antes bastaban para leer un texto, ya no. Los necesitamos para escribir.

P. A esto se une la complejidad del tiempo que vivimos. Activa alertas sensibles y polémicas como las que tienen que ver con los asuntos de género. Resulta un tema muy sensible hoy entre los académicos. ¿Cuál es su posición?

R. No es el tema más importante, a mi juicio. En el informe que elaboró Ignacio Bosque quedó perfectamente reflejada la posición. El Diccionario debe describir cómo usa la gente las palabras. No ir por delante. Es cierto y no está mal que en vez de hombre, en general, se utilice el término persona para referirse al género humano. Hay gente que le duele esto. Yo creo que se debe utilizar el masculino incluyente en la mayoría de los casos porque lo demás lleva a inconsistencias muy grandes y a discursos reiterativos que no ayudan a mejorar la presencia de las mujeres en la sociedad.

P. Le aviso de que este asunto levanta ampollas entre sus nuevos compañeros.

R. Lo sé, lo sé, pero en el diccionario hay otro tipo de temas igual de hirientes o peores que no las levantan. Por ejemplo, el término curiosidad…

P. ¿Qué le pasa?

Debemos definir los términos desde el presente sin caer en lo que se hacía ayer"
R. Pues que en la edición de 1992 estaba definida como un defecto. Deseo de saber que lleva a alguien a lo que no le concierne o incluso vicio que lleva a inquirir sobre lo que no llega a importarle, como una falta. Ya está corregido, pero, imagínese… Asuntos que resultan políticamente incorrectos. Aun a costa de que eso también se haya convertido hoy en una inquisición. También se da en términos como astucia, prudencia…

P. ¿Hace falta pues una puesta al día urgente?

R. Un trabajo de definir los términos desde el presente sin caer en lo que se hacía ayer.

P. ¿Ayer es cuándo para usted?

R. Pues en muchos casos 1726, año en que se creó esta casa. Para mucha gente, el Diccionario de la RAE es una memoria de la identidad y les molesta no verse reflejados rigurosamente. Hablamos de revisar términos del día a día, los de ir a la compra, no tanto tecnicismos. A veces se dejan las cosas como se han hecho siempre por inercia y también se ha pecado mucho de aplicar parches, no transformaciones necesarias. Existe una matriz antigua y aunque se han producido muchos esfuerzos por mejorarla. La planta del diccionario actual, en el fondo, es muy del siglo XVIII.

P. Pues entonces el problema es grave, porque de lo que se trata, según explican sus compañeros, es de cambiarla para ponerse al día en la era digital.

R. Es muy grave, sí. Y hacen falta muchos cambios. Por otra parte, debemos conservar la información existente sobre el vocabulario. Tiene su razón de ser. Sobre todo en el léxico, no tanto en la gramática. La lengua está en constante movimiento y la información es abrumadora. Aun así debemos de tratar de captarla. Más en un diccionario que se puede ir actualizando en red y no tiene por qué quedar aprisionado en un volumen.

P. Su trabajo en la RAE en ese sentido, entendemos, va a ser muy concreto. ¿Por donde empezaría a transformar la planta del Diccionario?

R. Yo vengo con ganas de trabajar en lo que pueda ser de utilidad, en lo que les valga. El trabajo ya está empezado y bien en muchos sentidos. Pero, por ejemplo, adecuaría el desorden de las acepciones. Lo organizaría entre acepciones y subacepciones, como muchos otros diccionarios ya hacen. Le dará mucha racionalidad al uso. Eso ayudará también a los usuarios. Manejar un diccionario requiere práctica y formación que debe salir de primaria y secundaria. Yo he sido profesora de secundaria y me apasionó la experiencia. En esos niveles es donde realmente se pueden adquirir las bases para dominar el uso de estos instrumentos.

jueves, 26 de enero de 2017

La profecía de Carl Sagan

"Tengo una premonición sobre la Norteamérica de la época de mis hijos o de mis nietos, cuando Estados Unidos sea una economía de servicios y de información; cuando casi todas las principales industrias manufactureras se hayan ido a otros países; cuando los increíbles poderes tecnológicos caigan en manos de muy pocos, y nadie que represente el interés público pueda siquiera comprender las cuestiones; cuando la gente haya perdido la capacidad de establecer sus propias agendas o cuestionar de una manera sabia a las autoridades; cuando, abrazados a nuestras bolas de cristal y consultando nerviosamente nuestros horóscopos, con nuestras facultades críticas en declive, e incapaces de distinguir entre lo que nos gusta y lo que es verdad, nos deslicemos de nuevo, casi sin darnos cuenta, hacia la superstición y la oscuridad."

Arenga de la profesora del IES Isidro Barcenegui Eva María Romero Valderas

De La Voz de Marchena, 23 de enero de 2017:

Profesora del IES Isidro de Arcenegui estalla después de 19 años en la docencia: "Estoy harta de aguantar la mala educación de un porcentaje cada vez más alto de alumnos, del proteccionismo de los padres y de los cambios de normas de la Administración"

La profesora Eva María Romero Valderas, aclarando que no es por un hecho puntual sino por una sucesión de dinámicas sociales y educativas, decidió realizar una Intervención-Arenga, en Claustro del pasado martes que constara literalmente en acta, como así ha sido recogido, analizando multitud de problemas en la educación derivados de lo que se recoge en el titular de esta noticia, y que ha contado con el apoyo unánime del Claustro de profesores. Ésta es su intervención al completo, donde reseñando una contestación de un padre por teléfono, en la que le espeta a la profesora que está ahí para aguantar, y profundizando en los problemas destacados en el titular de esta noticia, pone en valor el trabajo visible e invisible que desempeña el profesorado:

 Vayan por delante dos premisas:

1ª: No tengo nada en contra del Equipo directivo. Esto que voy a decir a continuación no es producto de una situación puntual que deba resolverse con una modificación del Plan de Centro ni nada parecido. Sí quiero que conste en acta.

2ª: Esto que voy a hacer ahora se llama arenga: discurso militar para enardecer a las tropas antes de entrar a la batalla.

¡Ya estoy harta!

Ya está bien señores, de seguir aguantando.

Yo no estoy aquí para aguantar, y utilizo las palabras textuales que un padre me dijo por teléfono cuando lo llamé para que corrigiera la actitud de su hija, que no me dejaba hacer mi trabajo.

A mí, que yo sepa, me pagan para enseñar, no por aguantar.

Harta de la sociedad, que encumbra a seres que presumen de su ignorancia, que valora a un futbolista o a un ‘nini’ más que a una persona con estudios, respetuosa y educada. De los programas de televisión, que presentan como modélicos a aquellos que sin estudios y sin sacrificio alguno se han colocado ganando un sueldazo por criticar, acostarse con, comprar en…

Estoy harta de aguantar la mala educación con la que llegan, cada vez en mayor porcentaje, los niños al Instituto. La falta de consideración, no digo ya de respeto, hacia mi persona cuando entro en las clases, que parece como si entrara el viento por la ventana.

Harta del proteccionismo de los padres, que quieren que sus hijos aprueben sin esfuerzo y sin sufrir, sin traumas…De la falta de valoración del esfuerzo que sí hacemos nosotros.

Harta de la Administración, que cambia las leyes y la normativa que rige en mi trabajo sin preguntarme qué opino y sin darme formación para hacer bien mi nuevo trabajo. Que me coloca dos horas más en el horario lectivo y me explota laboralmente, porque yo, en los últimos años, lo único que hago es trabajar, trabajar como una posesa. Ya, hasta mis hijos me lo dicen.

Ahora dicen que nos van a devolver esas horas, ¿sabéis donde nos la van a devolver? En el horario irregular que dedicamos en casa, el que nadie ve. Yo tardo cinco horas en corregir 30 exámenes de 1º de Bachillerato, entonces ¿ya esa semana no doy ni una hora más en casa, no? Ya no programo, no preparo mis exámenes, no me actualizo para utilizar la Tablet (que me he comprado de mi bolsillo para trabajar mejor), ni para saber utilizar la plataforma digital del Centro, no relleno informes de faltas, no redacto actas…y un largo etcétera de tareas invisibles.

El colmo es que algunos de nosotros nos hemos planteado pedir reducción de jornada, cobrando menos, para hacer bien nuestro trabajo. Pero, ¿adónde vamos a llegar? ¿En qué trabajo se hace eso? ¿Dónde se ha visto renunciar a tu salario para dormir con la conciencia tranquila? Esto no pasa en ningún lado.

Y encima de todo hay que aguantar “¡Qué bien viven los maestros!” Porque para la sociedad somos unos privilegiados que “no damos un palo al agua”.

Las 67 propuestas de mejora de la Educación famosas no vienen sino a machacarnos todavía más. ¿Qué vamos a hacer cuando a un alumno no lo podamos expulsar unos días por mal comportamiento? Además, tampoco está bien visto que lo pongamos a barrer o hacer tareas para la comunidad…el padre no quiere que humillemos a su hijo. Pues yo creo que debemos imbuirnos de la gracia del Juez Calatayud. Autoridad somos igual que él. Ejerzamos nuestra autoridad, es lo único que la ley nos reconoce, hagámosla efectiva.

Tenemos que hacernos oír, actuar como colectivo, no irnos quejando por los rincones, a escondidas, que parece que nos da vergüenza. Así no se nos oye fuera. Gritemos nuestro inconformismo, no podemos seguir así, exijamos nuestros derechos como trabajadores, que parece que todo el mundo tiene derechos menos nosotros.

Enseñamos a nuestros alumnos por ser críticos, mentes libre pensadoras que puedan elegir y discriminar lo que les conviene de lo que no, y nosotros somos los primeros aborregados, no hacemos nada, seguimos agachando la testuz para que el yugo nos caiga con más fuerza.

Yo así no aguanto más, vosotros haced lo que queráis. Llevo 19 años en la docencia, tengo 45, a lo mejor es mi crisis de la mediana edad...pero, si algo me han dado los años es valor, no tengo miedo, y, como me aprieten más el tornillo, saltaré como un resorte. Solo quiero avisar: de aquí en adelante no pienso quedarme callada ‘por educación’. Contestaré en el mismo tono y con la misma contundencia que se me trate.

A mí me gusta enseñar y transmitir. Me gusta el trato con los alumnos, los quiero y animo. Me considero un motor social de cambio, una fuerza generatriz. No soy un burro de carga dispuesto a aguantar hasta que reviente.