viernes, 4 de agosto de 2017

Parábola moderna del hijo no pródigo

Si me preguntaran quiénes son los individuos más despreciables de la Tierra, contestaría que son aquellos que hacen que los hombres que obran bien se arrepientan. Los que ofrecen mal ejemplo, porque creen que dar ejemplo es idiota o está de más. Podríamos llamarlos gilipollas, pero lo haríamos por envidia: no son tontos, triunfan y disfrutan de su egoísmo insolidario plenamente, muriendo en él. La mayoría, al menos.

A veces les llega su San Martín porque de repente aparece un espejismo rarísimo que en literatura llamamos justicia poética (que no debía ser poética si es justicia de verdad). Y eso que nos hace a todos iguales (ay, qué risa) ante la ley ve como alguien se toma la venganza no digo que por su mano, sino por error. Por ejemplo, una alcaldesa que se muere del estrés que le provocan sus idas y venidas para tapar la infamia, o un famoso y, más que provechoso, aprovechado banquero que se suicidó; todo el mundo andó a la greña buscando explicaciones (eso del suicidio, como la dimisión, es incomprensible para algunos), pero jamás se mencionó (y estuve bien atento) que podría haber sido por vergüenza, que podría haber sentido que no podía vivir con ella por respeto a sí mismo (el a los demás ni pincha ni corta hoy), como hacían los antiguos. En suma, que se hubiera hecho un harakiri o seppuku, como los japoneses honorables (el adjetivo ha sido muy devaluado por Pujol y sus siete niños de Cataluña). Y eso es porque ese antiguo "valor" (no me refiero al monetario, se entiende) de la medieval hidalguía castellana ya no existe. No hay caballeros ni, por supuesto, quijotes, como cantaba León Felipe; a lo más sansocarrascos:

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. 
Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto
y... ni en España hay locos.
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd ... esto, historiadores ... filósofos ...loqueros ... 
Franco ... el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez, repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas, y en su lugar los huesos...
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios...
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo...
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros). [...]
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora... ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y... ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo!...
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj..., este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto...,
perfecto, ¡perfecto!

Esta falta de ideales, de futuro, de juventud, reaparece en otro poema de León Felipe, también de tema cervantino, "Vencidos": Por la manchega llanura  / se vuelve a ver la figura / de Don Quijote pasar. /Y ahora ociosa y abollada / va en el rucio la armadura, / y va ocioso el caballero, / sin peto y sin espaldar, / va cargado de amargura, / que allá encontró sepultura  / su amoroso batallar.

El descaro de los sinvergüenzas, de los corruptos, de los hombres sin palabra (porque para ellos la palabra no es nada) y sin la decencia de dimitir o de apartarse para que los jóvenes ocupen el lugar que la cronología les depara, es el que escribe las leyes. Nosotros les elegimos para ello: para mantener las cosas como están y (de paso) para mantenerlos a ellos donde están, dando todo el mal ejemplo que pueden dar y corrompiéndolo todo: la televisión, la cultura, la educación, las costumbres, la decencia... Es lógico que la gente honrada sienta ese tipo de vergüenza que no debería sentir: la vergüenza por obrar bien, por pagar los impuestos, por acatar la ley (con sus errores y todo), la vergüenza incluso de ser españoles o catalanes, que es lo mismo  (si hubiera un sistema político honesto y realmente democrático en España, no sentirían los catalanes esa vergüenza que nosotros tildamos como orgullo). 

En el Evangelio de Lucas (y solo en él, ¡qué curioso!) aparece una famosa parábola, la del hijo pródigo, cuyo protagonista es para mí no ese hijo que recibe su parte de la herencia paterna y la gasta en prostitutas, para luego pasar hambre cuidando cerdos y envidiando lo bien que comen; para mí el protagonista es ese hermano que ve como regresa arrepentido y el padre manda hacerle unas fiestas apoteósicas que a él, por hacer lo correcto, nunca le hizo, matando el mejor becerro de su corral:

Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: "He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo."

No debemos nunca arrepentirnos jamás del bien que hacemos. Pero uno no puede evitar sentirse un poco como ese hijo cabal, que nunca se ha ido de putas y tampoco nunca ha recibido recompensa por asumir la severidad del padre. Con frecuencia los padres se dedican más al hijo más perdido (que, por ejemplo, ha caído en la droga) y los que les han salido bien, en esa sequedad de atención, terminan más perdidos que los otros por envidia de ese afecto. Y la desgracia se hace general.

Seguramente el hijo bueno se fue de putas esa misma noche y el perdido tomó su lugar. Ya nunca más se supo del hijo bueno.

Y, ahora, piensen que el hijo pródigo es el estamento dirigente, los bancos y todos esos incompetentes que nos roban la herencia; y el hijo bueno, la juventud española, nuestro futuro.

Desde Kafka las parábolas modernas no tienen moraleja, y debería haberla. Ya se sabe cómo acabó la Europa de Kafka.

lunes, 31 de julio de 2017

Ligar a lo Nash

Pedro Gargantilla, "Así ligaban los matemáticos de la Universidad de Princeton gracias a John Nash", en El País, 28-VII-2017:

El científico, cuya vida refleja la película «Una mente maravillosa», ideó la teoría del equilibrio, útil en la política, la economía, la biología evolutiva o… las conquistas sexuales

Es muy fácil encontrar en la gran pantalla películas de médicos, policías, abogados, periodistas… pero ¿y de matemáticos? Seguramente si preguntáramos sobre qué película de matemáticas les ha impactado más, la mayoría de los encuestados respondería “Una mente maravillosa”. Se trata de un film dirigido por Ron Howard en el año 2001, protagonizado por Russell Crowe y premiada con cuatro Óscar –a la mejor película, dirección, actriz secundaria y guión adaptado-.

La película nos narra la vida del matemático estadounidense John Forbes Nash (1928-2015), que contribuyó enormemente al avance en tres áreas de esta ciencia: la teoría de juegos, la geometría diferencial y las ecuaciones en derivadas parciales. El funcionamiento de su cerebro era un verdadero misterio y sus intuiciones propiciaron que se convirtiera en uno de los matemáticos más destacados de su época. Los logros matemáticos desarrollados por John Nash han servido de inspiración a generaciones de científicos, economistas y matemáticos.

Desgraciadamente, su cerebro escondía la sombra de la miseria y el delirio. Bajo una abrumadora capacidad para las matemáticas no tardo en emerger gradualmente una enfermedad mental, la esquizofrenia, que le provocaría terribles alucinaciones.

En el año 1996 en el X Congreso Mundial de Psiquiatría –celebrado en Madrid- Nash relató cómo la esquizofrenia consiguió anularle sus capacidades mentales durante gran parte de su vida, a pesar de todo no se rindió y consiguió sobreponerse de la enfermedad.

El equilibrio de Nash ayuda...

La película de Howard nos cuenta la vida de Nash desde su ingreso en la Universidad de Princeton, en donde consiguió entrar gracias a una carta de recomendación en la que tan sólo aparecían cinco palabras “This mas is a genius”. Fue precisamente en esta universidad donde desarrolló, a comienzo de los años cincuenta, una de sus principales contribuciones matemáticas dedicada al análisis de los procesos de decisión, lo que se conoce como “equilibrio de Nash” o teoría de los juegos no cooperativos. Supuso una verdadera revolución, y sería una herramienta de un enorme valor en áreas tan diversas como la política, la economía, la biología evolutiva o… las “conquistas” sexuales.

La teoría del equilibrio se explica de forma gráfica en una de las escenas de la película se observa como Nash y sus compañeros de Princeton se encuentran en una cafetería cuando entra en ella un grupo de chicas. Todos reparan de forma inmediata en una de ellas, la más atractiva, y muestran su deseo de conquistarla. Haciendo referencia a las teorías económicas de Adam Smith están decididos a competir por ella de forma despiadada, ya que según este economista escocés la competencia, la ambición individual, favorece el bien común.

... a ligar

Nash contradice a sus compañeros y afirma de forma tajante que Adam Smith estaba equivocado, que si todos se lanzan a la conquista de la más guapa, en el mejor de los casos tan sólo uno podrá ligar, el resto no lo conseguirá, porque cuando sean rechazados por ella, sus amigas no querrán ser un segundo plato.

Sin embargo, argumenta Nash, si cada uno decide intentarlo con una chica diferente las posibilidades de que más de uno triunfe aumentan. La idea no es competir por la misma chica, sino diversificarse en el “ataque” hacia varias chicas. Nash recomendaba, incluso, que para evitar futuros conflictos entre ellos, deberían excluir a la más guapa en el reparto.

Con este ejemplo se percibe uno de los postulados más conocidos de Nash: el mejor escenario posible para un grupo de competidores es la colaboración entre ellos. Quizás deberíamos aplicar más a menudo el equilibrio de Nash en nuestras relaciones sociales, laborales y de pareja.

sábado, 29 de julio de 2017

Magnífico día para ser otro día

Uno no tendría demasiado que hacer; haga lo que haga, la vida se tomará siempre el mismo paciente trabajo de ir matándolo y olvidándolo poco a poco. La vida o el asco, si es que no son la misma cosa. ¿Para qué hacer nada? Unos no quieren saber, otros huyen, otros se ensimisman. Son los tres tipos de mal del budismo: la ignorancia, el desapego y el apego. En sánscrito los llaman klesa, como la marca de leche.

No se puede huir si llevas contigo tus rutinas, que son tú mismo. A los viejos, por ejemplo, los atan de pies y manos para dejarlos siempre en su mismo sitio. Las rutinas matan la vida, porque falsean el contenido del tiempo haciendo que un día sea el mismo que otro... reduciendo, en suma, la extensión de la vida, de la experiencia humana. Y de las rutinas que más odio, hay una, el ruido, que es extraordinaria.

La abuela materna de mis hijos, por ejemplo. Tiene que ver siempre un concurso memo de los que excretan por la tele, donde las risitas tontas y continuas (muchas veces auspiciadas por los letreros ocultos, las memeces del presentador y la ignorancia lastimosa de los pardillos invitados a competir) terminan por envolverla en un sedoso capullo de completa indolencia. No escucha el concurso para aprender: está casi sorda, sino para sentirse acompañada. El error continuo de tanto concursante termina disculpando cualquier tipo de ignorancia y los aplausos y las risas la confortan más que, por ejemplo, conocer la inútil capital de Burkina Faso.

Sin duda algunos, como la abuela, habitan un mundo de hiperreducidas proporciones, con el horizonte que puede contemplarse solo desde lo hondo de un pozo. Es un infierno budista, pues existe la reencarnación. La tele, al menos, es uno de esos pozos en los que se suele embotellar la gente: continuamente repiten las mismas películas y series y los mismos personajes, temas y tópicos en esas películas y series. Incluso repiten las historias haciendo secuelas una y otra vez, reboots, spinoffs y vete a saber qué más. Las series se han vuelto no ya gemelas o mellizas, sino clónicas y aun siamesas. Por no hablar de esa forma de eterno retorno que es la publicidad, una publicidad chillona y maleducada, que es también ruido, simplemente.

Qué lejos anda la originalidad y la cultura. El ruido de la televisión y el privilegio desmesurado (e interesado) hacia la música y el deporte, al lado del ninguneo del teatro, el cine, la lectura y el cómic, han separado definitivamente a la juventud de la cultura. Se ha producido una ruptura generacional: no hay juventud en la tele, solo mierda y viejos hablando todo el tiempo de cosas de viejos.

Tanto espectáculo repetido acaba a uno por dejarle el talante mortífago de un Hanecke. Lo mismo ocurre con los documentales: guerras y más guerras, se diría que siempre la misma guerra: la guerra contra la cultura. Y supersticiones, mucha superstición, cientos de mentiras que usurpan ese nombre: "cultura". Violencia y mentira es lo que venden los documentales.

Y en los telediarios, las mismas chorradas, los mismos partidos políticos tarados repitiendo lo mismo desde hace cuarenta años y la misma desvergüenza tanto por los políticos como por sus cómplices, los periodistas, en divulgar lo que es pura y simplemente posverdad. Una sola cosa es cierta: la televisión no ilumina el futuro. Incluso podría decirse que, según ella, no lo hay. Deleita y mueve (o más bien aburre y enerva), pero no instruye, no nos hace mejores personas, no habla de la gente "real" (y no me refiero a las figuras "reales" que adornan el couché, que son tan de papel como el propio couché) de ahora, sino de la de ayer. Desde luego, no es ética (una categoría según nuestro manchego filósofo José Antonio Marina muy superior a la de la religión). Si hubiera ética no "echarían", perdón, quiero decir "vomitarían" cosas como las de la teleteta 5.

Me despierto a las cinco de la mañana, y pongo la radio. Hay que ver con qué desprecio, con qué klesa ignorancia tratan los periodistas lo nuevo. Por ejemplo, la idea de liberar y ampliar la idea de una España común, o la idea de someter a un mayor control ético y ciudadano los poderes fácticos que nos gobiernan. No es que lo nuevo dé miedo, es que es el miedo. Y también hay una enorme falta de cojones para emprender la reforma de la enseñanza, de la administración o la más necesaria de todas, la de la justicia. En vez de separación de poderes quieren todo el poder. Eso de repartirlo, que es lo civilizado, ni lo han considerado.

Lo dijo ya Hobbes: la inclinación malvada de los hombres hace de nuevo necesaria la alianza del poder con el mal mismo para producir los resultados adecuados de la convivencia y la paz. Para el liberalismo, el poder es un mal, desde luego... y un mal necesario, pero, por eso mismo, si queremos disfrutar de la seguridad que produce frente a la anarquía, también debemos controlarlo y limitarlo, ya que sin esta contención no es útil, no produce sus funciones asignadas, que son la seguridad, la paz y la convivencia; el mal, pues, ya que nos es necesario, ha de ser domado (esgrimiendo frente a él nuestros derechos), sometido (al consentimiento de los obedientes), vuelto sensible a nuestros intereses (mediante la representación), despedazado (dividiendo sus poderes), regulado (sometiéndolo al imperio de la ley). 

Pero el miedo se refugia en el poder del statu quo y no quiere de ninguna forma cederlo a la novedad y se repite la inercia repetidora de lo viejo, de lo de siempre. Por eso a los viejos que controlan España no les interesa nada lo nuevo, por eso gracias a sus políticas ya no quedan apenas jóvenes, se subemplean o se van. Ni siquiera esos jóvenes que vienen de fuera, de China, de Marruecos, de Ecuador: esos jóvenes son como las golondrinas y al ver lo vieja que se ha quedado España, el bar de Europa, se toman eso sí una copa y se marchan a países más jóvenes.

Modismos últimos en la lengua

Lola Pons Rodríguez, "Esta expresión se ha puesto de moda no, lo siguiente. "Mazo de bueno", "taco de bueno"... Nos encantan los intensificadores", en El País, 29 de julio de 2017:

Los que dicen “bueno no, lo siguiente” y los que jamás dirían algo así. El mundo (al menos el mundo hispanohablante) parece dividirse entre los que aman y los que odian esta expresión. Como todas las modas lingüísticas, hay quienes se abrazan a ellas y quienes las ven más feas que un pie de otro. Entre los que no son partidarios, está la divertidísima cuenta que gestiona Óscar Mora en Twitter, @eslosiguiente, que se dedica a “ayudar a la gente a encontrar lo siguiente”, rastreando todos los tuits de gente que ha usado la expresión y rectificándolos:

Los antisiguientistas que han iniciado esta cruzada nos hacen preguntarnos: ¿qué es lo siguiente? Lo que sigue a “bueno” podría ser “muy bueno” o “buenísimo” o “megabueno” o “hiperbueno” o “requetebueno” o “tela de bueno” o “la pera de bueno” o... Todos estos elementos del español se llaman elementos de superlación, y los usamos para hacer que una palabra intensifique su significado. Con ellos hacemos que suba peldaños en una especie de escalera de significación.

Tenemos muchísimas expresiones para intensificar. Algunas son históricas y constantes en nuestra lengua, como “muy bueno”. Otras son más o menos recientes. Los lectores de Verne recordarán que este “no, lo siguiente” se empezó a poner de moda hace unos diez años como mucho. Nuestros hijos tal vez digan “las croquetas de mi madre son espectaculares no, lo siguiente”, pero de chicos, nosotros no lo decíamos de las croquetas de nuestras madres (y eso que lo merecían).

Y esto es porque con los elementos que indican valoración estamos siempre ante la misma batalla: los utilizamos, parece que se gastan, como se gasta la suela de un zapato, y nos gusta reemplazarlos por otros nuevos. Por eso, hay modas de intensificadores que aparecen y otras que desaparecen o se quedan conviviendo con las nuevas expresiones. Normalmente, la mecha prende en el lenguaje juvenil y de ahí salta a otros sectores. Tal fue el caso de “mazo”, usado solo o acompañando a un adjetivo (“me gusta mazo; mazo de caro”), que entró en el lenguaje de los jóvenes hace unos años. No se usa en toda la comunidad hispanohablante: en Andalucía se prefiere “taco de bueno” o “un viaje de bueno” antes que “mazo bueno” aunque, obviamente, Camilo Sesto es mucho Camilo y esto no hay nadie que no lo cante en cualquier guateque que se precie de la geografía hispanohablante:

La intemporalidad de Camilo Sesto contrasta con la temporalidad de los intensificadores. Este carácter cambiante es, de hecho, uno de sus rasgos típicos. El otro, para el caso del español, es que nos gusta más la intensificación por la izquierda que por la derecha. Y no nos referimos a esta frase de Rajoy (los españoles son mucho españoles y muy españoles):

Lo que queremos decir es que típicamente el español pone los intensificadores antes de los elementos que valora: super, mega, ultra, mazo, hiper… E incluso los acumula: lo has visto en el hiper mega ahorro del supermercado o en el super ultra limpio de la oferta de detergente. El tamaño sí importa en la lengua, y tendemos a pensar que las palabras más largas significan más.

De hecho, es de alguna forma raro que en español usemos de forma tan extendida la terminación superlativa “–ísimo”, que existía en latín (-issimus) y que otras lenguas hermanas, como el francés, usan poquísimo (o muy poco, tela de poco). Es una intensificación a la derecha, y su rareza se explica porque se extendió desde el lenguaje culto. ¿Cómo te suena decir en español actual “guapérrimo”? Pues algo así era usar “-ísimo” en español hasta finales del siglo XV, cuando por moda y desde sectores literarios se empezó a propagar este -ísimo. De todas formas, todavía en el siglo XVII había muchos españoles que no lo usaban, sobre todo los más alejados de esos sectores literario: por eso Cervantes, siempre tan acertado recreando el lenguaje de la calle, pone a Sancho Panza liándose al usarlo: “Aquí está y el don Quijotísimo asimismo, y, así, podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis, que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos” (Cervantes, Quijote, II, 38).

La subida de los escalones de la intensificación se hace, pues, con elementos muy cambiantes. E incluso en esa escalera podemos observar que hacemos subir a palabras que aparentemente no pueden subir más peldaños: “perfecto”, “infinito”... ¿Algo puede ser más perfecto que “perfecto” o aún más infinito? ¿Hay un “lo siguiente” para “perfecto”? Parece que sí. En lo de intensificar, no son los significados de las palabras quienes ponen los límites, sino los hablantes, dueñísimos de la lengua, aunque a veces se nos olvide.

viernes, 28 de julio de 2017

Una inteligencia artificial se inventa un inglés mejor para hablar con otras máquinas y es apagada.

Ángel Jiménez de Luis, "Facebook apaga una inteligencia artificial que había inventado su propio idioma", en El País, 28-VII-2017:

La máquina se comunicaba en un inglés incorrecto y repetitivo que, sin embargo, para ella tenía un sentido muy concreto. Lejos de ser una mera curiosidad, subraya un problema con esta tecnología: que en el futuro no comprendamos la comunicación entre máquinas.

En el laboratorio de investigación de inteligencia artificial de la Universidad Tecnológica de Georgia, un proyecto para crear una inteligencia artificial capaz de aprender y desarrollar nuevas tácticas de negociación ha dado un giro inesperado, para sorpresa de la empresa que lo ha financiado en parte: Facebook.Los responsables del proyecto han tenido que apagar el proceso porque la inteligencia artificial había desarrollado su propio lenguaje, casi imposible de descifrar para los investigadores pero mucho más apto y lógico para la tarea que debía desempeñar.El lenguaje parece una corrupción del inglés -el idioma en el que originalmente se programó la inteligencia artificial- pero carente de sentido por la extraña repetición de pronombres y determinantes.Al analizar las oraciones, sin embargo, los investigadores descubrieron que en el aparente desorden había una estructura lógica coherente que permitía a la inteligencia artificial negociar entre distintos agentes usando menos palabras o con menor riesgo de equivocación."No programamos una recompensa para que la inteligencia artificial no se desviara de las reglas del lenguaje natural" y por tanto su red neural -el conjunto de rutinas que optimiza su funcionamiento- fue favoreciendo abreviaturas y nuevas expresiones que hacían mucho más rápida o sencilla su tarea, asegura en la publicación FastCo uno de los responsables del proyecto.

domingo, 23 de julio de 2017

Leyenda negra y Lutero

María Elvira Roca Barea, "Martín Lutero: mitos y realidades. Las celebraciones en torno al quinto centenario del cisma luterano, que impulsó el monje agustino, obvian los aspectos más oscuros de su figura y legado. El manto religioso oculta un conflicto político y nacionalista!", en El País, 23 JUL 2017: 

Dice la leyenda que el 31 de octubre de 1517 el monje agustino Martín Lutero (1483-1546), escandalizado por el vergonzoso espec­táculo que la Iglesia ofrecía e indignado por la venta de indulgencias, clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis que desafiaban el poder de Roma. Se cumplen por tanto 500 años y Alemania está celebrando con fasto este aniversario. Merkel y Obama homenajearon el 25 de mayo a Lutero en la puerta de Brandeburgo y por las mismas fechas se inauguró una espectacular exposición en Wittenberg. Esto, por citar sólo alguno de los eventos más destacados. Desde que acabó la II Guerra Mundial los aniversarios luteranos (nacimiento, muerte, 95 tesis, iluminación divina durante la tormenta de 1505…) apenas revestían relevancia. Pero ahora esto ha cambiado. ¿Por qué?

El gesto descrito a las puertas de la iglesia de Wittenberg es la representación mítica y ritual de lo que significó Martín Lutero para el entonces llamado Sacro Imperio Germánico. Hace mucho que se duda de que clavara sus tesis; las menciones al acto desafiante aparecen mucho después conforme se va adornando y mitificando al personaje Lutero y al cisma que trajo consigo. Pero, si non è vero, è ben trovato. Resulta mucho menos heroico mandar por correo —que es lo que con toda probabilidad sucedió— el texto de protesta al obispo de Maguncia. Así que el gesto simbólico conserva hoy toda su prosopopeya teatral pero era mucho más épico en aquel tiempo, porque el hombre del siglo XVI sabía que este era el modo en que se daban a conocer los llamados carteles de desafío, con los que un caballero insultaba públicamente a otro y le retaba a duelo. Había que responder, si no, quedaba deshonrado para siempre. Hay en la figura de Lutero un componente de heroísmo a toro pasado muy interesante para comprender su significado en la historia de Alemania y sí, no se sorprenda el lector, en la de España.

El cisma luterano es la manifestación de un problema político, y haberlo mantenido en el orbe de lo religioso enturbia completamente su comprensión. A través de él se expresa el nacionalismo germánico de la primera hora y por eso Martín Lutero es celebrado y exaltado en Alemania cada vez que a ese nacionalismo le sube la temperatura. Desde la II Guerra Mundial no se ha conmemorado de manera significativa ninguna efemérides luterana. En 1983 pasó sin pena ni gloria en la RFA el quinto centenario del nacimiento de Martín Lutero que tan festejado fue en tiempos de Bismarck. Así, por ejemplo, el 10 de noviembre de 1883, el emperador Guillermo I encabezó el desfile del cuarto centenario del nacimiento de Martín Lutero en Eisleben.

Lutero fue el gran valedor de las oligarquías, el garante religioso de un feudalismo tardío que mantuvo a Alemania en el atraso y la pobreza

En Historia del año 1883 Emilio Castelar escribe: “Los pueblos protestantes han celebrado el cuarto centenario de Lutero con universales jubilaciones”; y también que aunque “los católicos y los protestantes de Alemania no han podido acordarse para celebrar al creyente, se han acordado para celebrar al patriota”. Pero lo más interesante es el colofón: “Nosotros, que no pertenecemos a la religión luterana ni a la raza germánica, españoles y católicos de nacimiento, podemos celebrar sin escrúpulo al que, iniciando la libertad de pensamiento y examen, ha iniciado las revoluciones modernas, a cuya virtud hemos roto nuestras cadenas de siervos y proclamado la universalidad de la justicia y del derecho”. No necesitamos por tanto ir a Wittenberg y leer los textos que comentan la espectacular exposición. Lo que allí se cuenta es exactamente lo mismo que Castelar nos dice: Lutero, el padre de la libertad religiosa en Europa; Lutero, el héroe por cuyo esfuerzo sin par este continente se libró de las tinieblas y de la esclavitud. Dice Castelar que “hemos roto nuestras cadenas”. A Lutero le debemos nada menos que “la justicia y el derecho”, porque resulta evidente que los españoles no teníamos. Qué simpático resulta esto de que los hijos de Roma desconozcan el Derecho, los pobres.

Y, claro está, si Lutero rompe cadenas es que había cadenas que romper y alguien las había puesto. Si trae la libertad de pensamiento es que tal cosa no existía, ¿y quién lo impedía? No hace falta ni nombrarlo pero está ahí, constantemente presente: el oscuro y siniestro Imperio español y católico. Para que el héroe Lutero exista tiene que haber un monstruo al que él se enfrente. Si no hay monstruo, no hay héroe. Quien visita hoy Wittenberg o cualquiera de las muchas exposiciones y celebraciones que pueden verse en Alemania, incluso si es español y católico —especialmente si es español y católico— no ve el decorado que hace posible el brillo germánico. Cuando digo católico no quiero decir creyente. La fe es irrelevante en este contexto. Nos referimos a quienes han nacido en un país de cultura católica. Porque ese relumbrón germánico ha necesitado siglo tras siglo como condición sine qua non para su exaltación que el sur mediterráneo sea oscuro y atrasado, inmoral y decadente, vago y poco fiable. Es en tiempos de Lutero cuando el adjetivo welsch —una denominación geográfica poco precisa para referirse al sur— pasó a significar latino o románico, y malvado e inmoral al mismo tiempo.

La “libertad luterana” no resiste una mirada cercana y libre de prejuicios. Comenzó provocando una guerra espantosa que se llamó la Guerra de los Campesinos y que dejó más de 100.000 muertos en los campos del Sacro Imperio. Porque los campesinos se creyeron de verdad aquellas exaltadas predicaciones en boca de Lutero y de otros que clamaban contra las riquezas acumuladas por los poderosos de la tierra con Roma como garante de tales injusticias. Esto provocó una convulsión social como no se ha conocido otra en Europa hasta la Revolución Francesa. Los príncipes alemanes, cuyo propósito era básicamente oponerse al emperador, no pensaron que alentar aquella efervescencia antisistema (Carlos V y el catolicismo) pudiera volverse contra ellos, pero tuvieron que enfrentarse a una revuelta de proporciones gigantescas. Algunos clérigos revolucionarios como Müntzer, llamado el teólogo de la revolución, se mantuvieron fieles a sus principios hasta el final y fueron ejecutados, pero Lutero decidió sobrevivir. Desde comienzos de 1525, tras la muerte de Hutten y Sickingen, los dos cabecillas revolucionarios que lo habían amparado, Lutero se pone al servicio de los príncipes alemanes y alienta la violencia brutal con que los grandes señores germánicos acabaron con estas rebeliones de campesinos: “contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre, sus integrantes deben ser estrangulados, aniquilados, apuñalados, en secreto o públicamente, como se mata a los perros rabiosos”.

Desde entonces Lutero se convierte en el gran valedor de las oligarquías señoriales, en el garante teológico de un feudalismo tardío que mantuvo a Alemania en un estado de pobreza y atraso ya superado en España y en la mayor parte del sur. El enquistamiento por la vía religiosa de estas oligarquías impidió la unificación de Alemania e hizo posible una supervivencia anómala del sistema feudal en esa parte de Europa. Casi todo el mundo sabe que el régimen de los siervos duró en Rusia hasta el siglo XIX, pero se ignora que en Alemania también, notablemente en las zonas protestantes. Uno de los primeros estados en abolir las leyes de servidumbre fue la católica Baviera en 1808, pero el proceso no culminó hasta mediados del siglo en la zona oriental. Bien. Esto por lo que respecta a Lutero como libertador social. Vamos ahora a Lutero como libertador mental.

Casi la cuarta parte de las propiedades del Sacro Imperio cambiaron de manos. No hubo un latrocinio igual hasta la Revolución Rusa

Libertad religiosa o libre examen son dos iconos lingüísticos acuñados por Lutero que no tuvieron nunca un reflejo en la realidad, como demuestra primero la lógica y luego la historia.

Supuestamente el libre examen significa que el cristiano debe entenderse con Dios directamente a través de los textos sagrados, sin intermediarios gravosos e inmorales como “los romanos” (así llamaba Lutero al clero católico, aunque fuesen tan alemanes como él). Si esto es así, hay una consecuencia inmediata: la desaparición del clero por innecesario. La evidencia demuestra que esto jamás sucedió, porque Lutero no operó la destrucción de las iglesias, sino que creó otra. Ni Lutero dejó de ser clérigo, ni disminuyó el número de ellos en el Sacro Imperio. Simplemente se formó un nuevo cuerpo sacerdotal que también condujo al rebaño hacia donde debía ir. Solo que ahora ese cuerpo de pastores sirve únicamente al señor del territorio (y no a un papa extranjero y a un emperador aliado con el mundo welsch) que es el que le da de comer. Si le sirve bien, como hizo Lutero, vivirá bien. Vivirá incluso mejor que con los “romanos” y, así, Lutero recibió del príncipe de Sajonia, como primera prueba de gratitud, el que había sido su antiguo convento en Wittenberg. Es un muy bello palacio, donde se instaló con su nueva esposa, sus parientes y sus criados. Había nacido en el seno de una familia muy humilde y estos lujos, como monje agustino, no se los hubiera podido permitir nunca. Y no tocaremos aquí más el asunto de las críticas feroces contra los lujos del clero “romano”.

La libertad religiosa es probablemente el tótem lingüístico más afortunado de Martín Lutero. Ha sido y es ininterrumpidamente esgrimido frente a las tinieblas del catolicismo y de su nación defensora por antonomasia, España. No hace falta siquiera pensar mucho para ver a dónde va a parar la libertad luterana. Si tal cosa hubiera existido alguna vez, siquiera teóricamente, también los católicos u otras facciones protestantes hubieran tenido derecho a ella. Si el cristiano es libre para interpretar los textos sagrados, entonces, también la interpretación católica es posible y debe ser aceptada. Y debería haber sido respetada en consonancia con la “libertad religiosa” que Lutero y sus diáconos predicaban. Si la lógica humana no es una patraña desde su misma raíz, esto es así. Pero lo cierto es que el nuevo clero creó una versión del cristianismo que fue la única aceptable y todas las demás fueron proscritas y perseguidas; la católica por supuesto, pero también los anabaptistas, calvinistas, menonitas, etcétera.

Se le esgrime como adalid de la libertad religiosa, pero el clero luterano proscribió y persiguió las demás versiones del cristianismo

Sin embargo, siglo tras siglo, Lutero se ha paseado por la historia de Europa inmune a la verdad, a los hechos y a la lógica. Puede el lector teclear en Internet en algún buscador la secuencia “Lutero libertad religiosa” y verá. Si lo hace en inglés y alemán, se quedará pasmado. Podríamos llevar este juego perverso con las palabras un poco más lejos y exasperar los argumentos históricos habitualmente aceptados. Porque aplicar la “libertad religiosa” en sentido luterano es lo que hicieron los Reyes Católicos en España, a saber, que todos los súbditos deben tener la misma religión que su señor terrenal. Este es el principio conocido como cuius regio, eius religio, y dio cobertura legal a los príncipes alemanes para obligar a las poblaciones de sus territorios a hacerse protestantes, lo quisieran o no, y no siempre con persuasivos y pacíficos sermones. Pero es evidente que los Reyes Católicos no pueden ser padres de la libertad religiosa, aunque hicieron exactamente lo mismo, porque, como dice Castelar, nosotros no somos luteranos ni pertenecemos a la raza germánica.

A estas alturas ya estará preguntándose ¿pero por qué tenían este empeño los príncipes alemanes en hacerse protestantes? Pues no es difícil tampoco de explicar, pero para eso, como señalamos más arriba, hay que salirse del terreno religioso, de la superioridad moral y de las palabras totémicas donde empeñosamente ha insistido todo el protestantismo en situar aquel sangriento conflicto. Casi una cuarta parte de los bienes raíces del Sacro Imperio cambiaron de manos, entre las confiscaciones de propiedades eclesiásticas y las de aquellos que abandonaron los territorios protestantes por negarse a acatar la conversión forzosa. Hasta la Revolución Rusa no ha habido latrocinio comparable en Occidente. Pero, claro está, no los llamamos así, porque el uno tenía una cobertura teológica y el otro una cobertura ideológica. En definitiva: una justificación moral. Esto naturalmente no se lo van a contar al visitante en la magna exposición de Wittenberg.

Fue furiosamente antisemita y prefigura el programa nazi. La noche de los Cristales Rotos se hizo en honor a su 450 cumpleaños

Lutero fue no solamente anti-latino sino furiosamente antisemita. El filósofo alemán Karl Jaspers escribió que el programa nazi está prefigurado en Martín Lutero, que dedicó a los judíos párrafos espeluznantes: “Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura a lo que no prendamos fuego, para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza”. El primer gran pogromo de 1938, la noche de los Cristales Rotos, fue justificado como una operación piadosa en honor de Martín Lutero, por su 450 cumpleaños. A las elecciones de 1933 concurrió Hitler con un soberbio cartel donde la imagen de Lutero y la cruz gamada aparecen juntas. Las celebraciones luteranas de los nazis fueron espectaculares. Con idéntica ferocidad alentó y justificó Lutero la quema de brujas, que dejó en Alemania no menos de 25.000 víctimas, según Henningsen. Llevamos tantos miles, millones de muertos con este asunto que es mejor no hacer cuentas.

Pero no hay de qué avergonzarse. Alemania celebra sin disimulo a Martín Lutero porque se siente bien, porque Lutero es el padre del nacionalismo alemán y de su iglesia y tiene por lo tanto… indulgencia teológica. Desde que se produjo la reunificación y vino luego el euro como mágico elixir, Alemania está en un tiempo nuevo y afronta sin sombras una hegemonía europea incontestada. Gran Bretaña ha desertado del barco de la Unión y Francia no está en condiciones de enfrentarse a la indiscutible supremacía germánica. Ni España ni Italia parecen darse mucha cuenta de cuán necesarias son para compensar esta hegemonía y andan perdidas, sin poder superar el complejo de inferioridad que asumieron hace siglos. Porque con todo esto llegamos al gran asunto que aquí se ventila: el de la superioridad moral frente al porcino mundo no protestante, en el cual vivimos y que ha sido tan absolutamente asumida que muchos de nuestros periódicos, como en tiempos de Castelar, se han sumado gozosos a la celebración luterana, tan ciegos y tan perdidos en el laberinto de su propia inferioridad hoy como hace 100 años.

María Elvira Roca Barea es filóloga y autora de ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’ (Siruela).

Esclavos españoles, y III. Los esclavos cubanos del XIX: Valdés, Manzano y Montejo

El caso del mulato cubano Gabriel de la Concepción Valdés, (1809-1844), un poeta que adoptó el sobrenombre de "Plácido", es singular porque fue uno de los pocos que participó en una conspiración liberal. Por ello lo ahorcó Isabel II. A mí me interesa también porque muy probablemente lo conoció un periodista y escritor liberal ciudarrealeño que yo he estudiado, Félix Mejía: en La Habana, en 1841. Ambos frecuentaban la tertulia de Ignacio Valdés Machuca, "Desval". Y ambos escribieron sobre los mismos personajes heroicos: Jicotencal, Hatuey y Guillermo Tell. 

Estos tres personajes representan la libertad y son ejemplos del derecho humano de resistencia a la opresión, principico que defendía la sociedad secreta en la que militaba el ciudarrealeño, los Carbonarios, como ya demostré documentalmente hace tiempo.

El primer sonoro nombre, Jicotencal (o, con grafía mexicana, Xicotencatl) fue un general tlascalteca (o tlaxcalteca) que fue el único que se opuso (o vio venir) la dictadura de Hernán Cortés después de que su pueblo, principal opositor al imperio azteca, se aliara con los españoles. Eso le valió, por supuesto, ser ahorcado por Cortés por rebelión. Se dio cuenta de que solo había sustituido una dominación dura por otra. Félix Mejía, leyendo las historias de Indias del padre Las Casas y de Antonio de Solís, escribió una novela que lo tenía por personaje principal, el Jicotencal, que publicó anónima (por precaución elemental, ya que tenía una lectura política evidente relacionada con el temor a una invasión de la Santa Alianza a las repúblicas hispanoamericanas, y eso podía causarle la expulsión de los EE. UU. por requerimiento del embajador) en Filadelfia, donde estaba exiliado (junto con algún ilustre con el que se carteó, como el exrey francés de España José Napoleón I), en 1826 (y puede ser considerado, por tanto, no solo el primer novelista nacido en Ciudad Real, sino el primero en cultivar el género de la novela histórica en español en América, y uno de los primeros en español en general). "Plácido" le consagró un romance, donde dice a las derrotadas tropas de los aztecas:

Tornad a México, esclavos; / nadie vuestra marcha turba; / decid a vuestro señor, / rendido ya veces muchas, / que el joven Jicotencal / crueldades como él no usa, / ni con sangre de cautivos / asesino el suelo inunda; / que el cacique de Tlascala / ni batir ni quemar gusta / tropas dispersas e inermes...

Mejía contempla Tlaxcala como una república al estilo romano, y sus indígenas usan en su "senado" conceptos del derecho natural que ya empleó Cicerón e incluso principios rousseaunianos. Los indígenas de Mejía hablan tan bien como los araucanos de Ercilla, pero con más tralla ideológica: la Revolución Francesa no había pasado en balde.

Pero no vamos a hablar de un ciudarrealeño al que el ilustre consistorio de su ciudad le niega no ya una calle, sino el más mínimo recuerdo, fenómeno que todavía no alcanzo a explicarme, habida cuenta de la importancia suma que tuvo este autor en la historia de la literatura y el periodismo en España. En fin, "allá se lo hayan y con su pan se lo coman".

Mejía había apoyado en 1824 una de las primeras constituciones antiesclavistas de América, la de Guatemala, hacia donde marchó al poco tiempo desde los Estados Unidos, donde había conseguido el pasaporte de esa joven nación (al ser un apátrida, tenía que tener cuidado con lo que publicaba: también son anónimas y tan "políticamente incorrectas" como el Jicotencal, su Vida de Fernando VII y sus Retratos políticos de la Revolución de España, estas dos últimas financiadas por otra parte por la masonería bonapartista a la que pertenecía el exrey José Napoleón I y el editor de Mejía, Charles Le Brun o Lebrun, protectores de Felix Mejía.

Cuba era entonces el verdadero emporio esclavista español. Los ingenios cubanos, consagrados a la producción de azúcar, tabaco y algodón, necesitaban una mano de obra barata y resistente, y desde hacía mucho se traía de África de tapadillo por medio de compañías de trata de negros vascas o portuguesas, algunas de ellas participadas incluso por los reyes de España o sus familiares directos. En Inglaterra los anglicanos cultos de la llamada "Secta de Clapham" habían conseguido abolirla en su país en 1807 y en todo el imperio en 1833. Solo perduraba en España, los Estados Unidos, Rusia, África y unos pocos países más con distintos grados de dureza o permisividad. En el territorio peninsular se prohibió en 1837, pero no en las colonias, a pesar de diversas disposiciones que fueron siempre generalmente incumplidas: los negreros actuaban casi siempre al margen de la ley.

La historia de Hatuey es más bonita. Fue el primer indígena americano que se sublevó contra los españoles en Haití y luego en Cuba. Cuando lo capturaron, fue confesado por Bartolomé de las Casas, quien le prometió no quemarlo vivo si se convertía al cristianismo. Él se dejó instruir, pero preguntó si cuando fuera al cielo habría allí españoles. Cuando le dijo que sí, prefirió ir al infierno para estar con su pueblo. Esto, sin duda, debió marcar al dominico, quien por entonces era muy joven y recién llegado al Nuevo Mundo. Mejía le dedicó un poema incompleto que yo publiqué en Cuadernos de Estudios Manchegos donde, por cierto, se cita un pasaje de Dante. La postura de Hatuey fue semejante a la del filósofo judío francés Henri Bergson: decidió no convertirse al cristianismo durante la II Guerra Mundial para compartir la suerte de su pueblo, y aunque estaba dispensado de inscribirse en el registro en el que debían constar todos los judíos (era famoso y estaba muy enfermo) se presentó personalmente: «Quise permanecer entre aquellos que mañana serán perseguidos». La postura de muchos católicos entonces, incluido el propio papa Pío XII, no fue precisamente la mejor. Pero tampoco se podía esperar mucho de una iglesia como la que había entonces, famosa por su vista larga y su paso corto y, en consecuencia, por llegar tarde a todas las cuestiones esenciales, cuando el mal ya está hecho y no el bien precisamente.

Curiosamente, la conspiración negra de 1844, llamada "Conjura de la Escalera", por la que fue ahorcado el poeta amigo de Mejía "Plácido" pensaba formar una república negra antiesclavista bajo protectorado británico con el nombre del cacique antillano Hatuey. En su poema "Al Yumurí", II, con el pretexto de describir ese río cubano, aparece el pasaje que sirvió de inspiración a Mejía para escribir su poema "Aquí reposa Hatuey":

¿Quién sabe si, antes que ese monte altivo / senda te abriese al borrascoso mar, / ya tú minabas su cimiento vivo / para más breve sepultura hallar?  Así los seres que Jehová cría / como revelación de su existir, / derriban la virtud que les ampara, / y, anhelando gozar, van a morir. / ¡Quién sabe si en tu fondo cenagoso / algún tesoro oculto se hallará, / o en subterráneo oscuro, misterioso, / de Hatuey entero el esqueleto está!

Precisamente la tumba subterránea de Hatuey es lo que describe  Félix Mejía en ese poema incompleto. La muerte en el cadalso de "Plácido" debió afectarlo profundamente. En cuanto a la figura de Guillermo Tell, Félix Mejía le dedicó un drama, Guillermo Tell o La Suiza Libre, estrenado con éxito en Madrid en 1846; ahí lo ponía de ejemplo de héroe conspirador y revolucionario, al igual que en su drama otro poeta romántico español, Antonio Gil de Zárate. "Plácido" le dedicó el soneto "Muerte de Gessler", cuyo cadáver abatido por el héroe es mostrado así:

No encuentra humanidad el inhumano, / que hasta los insensibles elementos / lanzan de sí los restos de un tirano.

Distintas rebeliones de los ingenios azucareros habían sido siempre bañadas de sangre, pero muchas de ellas eran ficticias: la paranoia de los propietarios coloniales, si no encontraba rebeliones, se las inventaba. Es poco seguro el grado de implicación de "Plácido" en la conjura, pero el caso es que fue ejecutado.

Juan Francisco Manzano fue otro negro mulato esclavo que fue manumitido por su mérito artístico (su habilidad no ya como peluquero, sino como poeta improvisador), pero este prefirió evitar la política después de que estuviera a pique de ser ejecutado al lado de "Plácido" y pasara un año en la cárcel. Dejó escritos unos Apuntes autobiográficos con la pésima ortografía que cabe esperar en un esclavo como él o en algunos alumnos de secundaria criados con las reformas educativas del Pepoe. Nos describe las diferencias sociales entre los "esclavos de la casa", de superior rango social, y los esclavos del ingenio, mera fuerza trabajadora. Las esclavas debían dormir al lado de la cama de la señora por si esta se despertaba, para obedecer sus órdenes. Por supuesto, los palos y malos tratos eran continuos, pero se les dejaba ahorrar para comprar su libertad con el dinero que ganaban en trabajos que a veces tenían tiempo de hacer por libre. Quito las faltas de ortografía: 

Sufría por la mas leve maldad propia de muchacho, enserrado en una carbonera sin más tabla ni que taparme […] Después de sufrir resios asotes, era enserrado, con orden y pena de gran castigo al que me diese ni una gota de agua, lo que allí sufría aquejado de la hambre y la sé, atormentado del miedo 

Asimismo hace una referencia a la llamada "libertad de vientres" (ley colonial decimonónica que liberaba a los hijos de esclavos) cuando dice que su hermana "nació libre". Pero comprar tu propia libertad era otra cosa, muy difícil si el amo no quería. Su madre le dijo: 

Juan, aquí llevo el dinero de tu libertad, ya tú ves, y tu padre se ha muerto y tu vas a ser ahora el padre de tus hermanos: ya no te volverán a castigar más

Pero cuando murió su madre y le dejó una herencia que él reclama para comprar su libertad, su ama le dice que

Que si estaba muy apurado por la herencia, que si yo no sabía que ella era heredera forsosa de sus esclavos. ¡En cuanto vuelvas a hablar de la herencia te pongo donde no veas el sol ni la luna! ¡Marcha a limpiar las caobas!

No era esclavitud, sino simple capitalismo buitre y deshumanizador. "El esclavo es un hombre muerto", escribió. Y hay que estar de acuerdo con él. La segunda parte de sus Apuntes autobiográficos se perdió. Había sido redactada a instancias de sus amigos liberales y antiesclavistas del círculo de Domingo del Monte, y la teoría principal es que algunos de sus amos se enteraron de que no salían muy bien parecidos en sus escritos y consiguieron que esa parte desapareciera en las manos del escritor Ramón de Palma, tal como cuento en un artículo de Wikipedia que, entre otros que escribí sobre la esclavitud andan allí (también escribo, aunque indirectamente, en el Lanza, porque hay que ver la de artículos de Wikipedia que me fusila el que escribe de literatura manchega allí, el último, sin ir más lejos, sobre el novelista bolañego José Aranda Aznar).

Esteban Montejo fue el último esclavo cubano vivo (falleció a los 108 años). Como era analfabeto, el antropólogo Miguel Barnet grabó una serie de cintas magnetofónicas con sus confesiones, que luego redujo a escritura bajo el título de Biografía de un cimarrón  (1966). No recoge toda su vida, solo hasta el año 1905. Trabajó en un ingenio de niño y se escapó, viviendo en una cueva de las montañas. Suministra muchos datos sobre la herencia cultural africana en folclore y costumbres y sobre la vida en los ingenios; también narra narra su experiencia como soldado en la Guerra de independencia de Cuba y contra los estadounidenses. Se pinta a sí mismo como muy independiente, y su relación con cualquier persona, incluso con sus mujeres, es dejarlas en paz si le dejan en paz a él también: no tiene ideología alguna ni pretende imponerla. Su religión es animista, simplemente. Valora la naturaleza, la vida y los aspectos materiales de la vida humana.

sábado, 22 de julio de 2017

Felicidad

Ayn Rand:

“Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo del mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa”.

Pero Buda:

Un hombre le dijo al BUDA:

"Yo quiero felicidad "

BUDA contestó:

Primero retira "YO": eso es el EGO .

Después,  suprime el "QUIERO" , porque eso es deseo.

MIRA: ahora solo tienes "FELICIDAD"

Pensar, sentir, juzgar, actuar son funciones del ego.

lunes, 17 de julio de 2017

Esclavos españoles II. Pasamonte, Galán, Latino. El Siglo de Oro.

Jerónimo de Pasamonte (1553 - ¿1605?) fue un soldado compañero de Cervantes, pero esclavo durante muchos años más, dieciocho, y en bastante peores condiciones. Escribió una autobiografía que Cervantes leyó y aprovechó para la "Historia del cautivo" que hay en la primera parte de su Quijote, junto a sus propios recuerdos autobiográficos (según mi amigo el cervantista Daniel Eisenberg, Cervantes sería también el verdadero autor de la Topografía e historia general de Argel, Valladolid, 1612, que apareció a nombre de Diego de Haedo). También inspiró el pícaro personaje cervantino de Ginés de Pasamonte y Martí de Riquer le atribuye incluso el falso Quijote de Avellaneda de 1614 (dos ediciones en realidad en ese mismo año), ahora bien editado por mi excompañera de instituto Milagros Rodríguez y Felipe Pedraza; pero esta teoría ha quedado muy desacreditada. Incluso se sabe que existió un tal Alonso Fernández de Zapata que fue párroco de Avellaneda (Ávila) entonces y pudo ser perfectamente el autor.

La obra de Pasamonte, interesante por varios conceptos, es una retahíla de penalidades cosidas con el hilo de una frustrada vocación religiosa regular. Y es menos aprovechable como material historiográfico o costumbrista que, por ejemplo, la de otro esclavo de los turcos de que hablaré después y que era además un manchego de Consuegra, Diego Galán, estudiado y editado por mi colega y amigo Matías Barchino.

Las contingencias que sufría un esclavo no renegado eran ciertamente horribles; se pasaban muchas horas muertas herrados en la ergástula (Cervantes escribió que en Argel "aprendió a tener paciencia ante las adversidades") y las palizas eran continuas. Muchos preferían a esa vida una especie de suicidio camuflado en forma de "martirio" (los católicos tenían y tienen prohibido suicidarse): "Yo, con otros amigos, nos habíamos arrojado a la muerte, determinados de no ser esclavos", cuenta. A él lo compraron barato (quince escudos) porque estaba herido de bala. Al principio lo dejaron ir bastante libre porque era esclavo nuevo y no conocía el lugar (de los que llevaban más tiempo se fiaban menos). Lo emplearon como como albañil, lo que le dio para una paradoja y para probar en sus carnes aquello que decía Nietzsche de que lo que no te mata te hace más fuerte:

La muralla de la ciudad que había ayudado a derribar con vaivenes, la torné a ayudar a hacer con muchos palos. Y por ser conocido de los moros de allí, llevaba algo de más. Fue tanto el trabajo que yo padecía del arcabuzazo, que no podía llevar un barril de agua, ni leña, ni cosa a cuestas, que se me arrancaba el ánima, no por la entrada ni salida de la herida, sino junto a la cintura. Y, no pudiendo morir, vivía con trabajo, pero a puro palo me hicieron fuerte y se me quitó aquel dolor.

Cuando un esclavo llegaba a anciano ya lo dejaban en paz y se fiaban, porque se habían hecho a esa vida y carecían de esperanza. Los nuevos, sin embargo, siempre trataban de escaparse "y buscar su libertad, que es cosa de esclavos nuevos el buscar novedades y trazas". Algunos turcos y renegados se aprovechaban de ello para estafarlos prometiéndoles algún plan de escapatoria a cambio de diversas socaliñas que les menguaban el poco dinero que podían reunir, y así terminaban doblemente robados y apaleados por sus excesivas ilusiones. Así vio Cervantes, "esclavo nuevo", fracasar algunos de sus cuatro intentos de fuga y así vio también Pasamonte por los suelos los tres suyos propios que también acometió y de los que salió peor librado que el alcalaíno:

En estos ocho años de la guardia de Rodas no se pueden contar los palos que siempre me daban en la cabeza porque muriese. Y una noche de una vez me dieron más de setenta o ochenta, todos en la cara y en la cabeza. Y mi Dios y Redentor Soberano me tenía de su mano que no pudiese morir, deseando yo la muerte con muchas lágrimas. [Un] negro portugués había dejado morir once o doce esclavos de cruelísima fiebre sin quitalles la cadena, y a todos los hombres de mala vida y viciosos tenía desherrados porque le pagaban.

Su cautiverio solo pudo terminar con el pago de un rescate, como el de Cervantes. Pero un esclavo manchego, Diego Galán de Escobar (Consuegra, 1575-Toledo, 1648), tuvo más suerte. Comenzó como un pícaro juvenil de esos que, como pinta Cervantes, "se desgarran", esto es, se fugan de casa buscando más libertad y aventuras; como suele suceder, terminó por encontrar lo opuesto: la disciplina militar e incluso algo aún más riguroso: la esclavitud. Lo enrolaron con trápalas y  engaños en el ejército, pero no llegó a luchar: al salir de Málaga unos piratas los abordaron y luego los vendieron en Argel. Su texto es más descriptivo que el de Pasamonte, menos transido por agónica tristeza; aunque también trabajó como galeote en mares y ríos,  tuvo la oportunidad casi única de contemplar algunos países que apenas había pisado algún español, como Valaquia, uno de los principados que constituyen la actual Rumania. No me extenderé más: cualquiera puede leer las muchas ediciones que de este esclavo manchego andan impresas hoy, casi todas hechas por Matías.

Del gran humanista y músico negro esclavo Juan de Sessa Juan Latino, citado por Cervantes en los liminares del Quijote, la historia es muy conocida, al menos para los especialistas. Hijo (acaso) de esclavos negros del Conde de Cabra (y no probablemente del duque de Sessa, como contaron las malas lenguas... aunque los Sessa tenían fama de putañeros), se hizo amigo de su hijo, nieto del Gran Capitán, hasta el punto de educarse con él y adquirir una erudición superior (leía, escribía y componía en latín y griego, y sabía tocar la vihuela, la espineta, el órgano y el arpa). Manumitido, y gracias a la protección del arzobispo, fue catedrático de latín en la catedral y la universidad de Granada y desempeñó este oficio durante veinte años, participando además en la academia de esa ciudad, que contaba con algún poeta genial como Gregorio Silvestre (músico, y no malo, también) e incluso con el que creo más que probable autor del Lazarillo, Diego Hurtado de Mendoza (que dio un hermanastro mulato a su protagonista, Lázaro Fernández Pérez). Cervantes habría oído hablar de él por su amigo, el poeta Pedro de Padilla, que también pertenecía a esa academia.

Latino escribió una epopeya (epilio más bien) en hexámetros, así como epigramas en dísticos elegíacos tan perfectos como los de un Brocense, un Mariner o, por poner a algún manchego, un Cejudo. Se casó incluso con una blanca de buena familia alumna suya, Ana Carleval (que antes estuvo prometida al rebelde morisco Abén Humeya, por cierto) y Diego Jiménez del Enciso dedicó a esta historia de amor interracial su comedia biográfica Juan Latino. Latino era incluso irónico respecto a los desplantes racistas que su condición de negro enaltecido le había obligado a pasar, y de ello él se proclamaba orgullosamente "etíope", porque en Etiopía existían negros cristianos desde el siglo IV, la llamada iglesia ortodoxa etiope o tawaedo, que resistía en el siglo XVI las acometidas islámicas y en la que fueron aceptados los misioneros jesuitas portugueses (quizá fueron negreros portugueses los que lo vendieron en Castilla); esta iglesia cuenta hoy allí con unos cincuenta millones de fieles.

El caso de Juan Latino resulta verdaderamente excepcional en la Europa de su época: estaba absolutamente prohibido a un esclavo que aprendiera a leer y a escribir (incluso estaba mal visto que lo aprendiesen las mujeres, sobre todo las casaderas); el Code noir (1685) de los negreros franceses incluso prohibía que se les enseñase la religión católica, aunque esta disposición era muy desobedecida; por eso los nombraban, que no bautizaban, con nombres de dioses paganos (¿les suenan el "Júpiter" de Poe y la tenista "Venus" Williams?). Los romanos sí permitían en ciertos casos el acceso a la cultura de los esclavos, sobre todo de los libertos de origen griego o de quienes al ser esclavizados ya estaban sólidamente formados y podían trabajar de pedagogos o médicos. "Graecia capta ferum victorem cepit et artis intulit in agresti Latio", que decía Horacio. En España, donde sí se les reconocía tener alma inmortal y por tanto el derecho a la religión, se reprodujo el precedente latino excepcionalmente; incluso podían llegar a ser pintores de nota, como el esclavo negro y discípulo de Velázquez Juan de Pareja, que fue retratado también por quien no tenía empacho en retratar dignamente a enanos, tarados, bufones, dioses e incluso, lo cual ya es caer realmente bajo, degenerados reyes de España. El retrato del esclavo que Velázquez manumitió acompaña a estas líneas.


En el terreno de las letras es parejo al de Juan Latino en época romana el del comediógrafo libio Terencio, un esclavo manumitido porque, al parecer, sus distintos amos, entre ellos Escipión Emiliano y Gayo Lelio, terminaban enamorados de él (lo cuenta Suetonio), lo que no suele contarse porque las historias de la literatura siempre han sido extraordinariamente pacatas (tampoco se suele contar que Rosalía de Castro, Juan de Mariana o Eugenio de Ochoa entre otros eran hijos de curas (que suelen tener un estadísticamente alto, ejem, número de sobrinos, por cierto), o...; pero estábamos hablando de otra cosa. Decía que algunos esclavos eran manumitidos porque el sexo permitía una cierta aproximación sentimental a sus dueños, aunque eso no ocurría cuando se trataba de una mentalidad judeocristiana y así se sabe que el Conde de Villamediana sedujo (o violó) a uno de sus esclavos negros, y que lo mismo hizo el hijo natural manchego de Garcilaso de la Vega, Lorenzo Laso (un "raro" que terminó en América como poeta, asesino y ocultista, según se ha llegado a saber); en ambos casos, tanto unos como otros fueron ejecutados, aunque no por la Inquisición, que no tenía jurisdicción en esos casos (la aragonesa sí). Las relaciones sexuales con esclavas sí eran algo poco escondido y menos escandaloso, y a muchas negras, indias, mulatas o zambas esclavas o no terminaban por reportarles no ya la manumisión, sino incluso una cierta emancipación a través del reconocimiento de su numerosa prole (los millones de mestizos en distinto grado que hoy pueblan buena parte de Hispanoamérica. Por demás, sería interesante saber cuántos mulatos de castellano y catalán hay en Catalaña, o cuantos zambos de castellano y andaluz...

Seguramente fue Quevedo el escritor más racista de nuestras letras; mencionaré solo su romance Boda de negros, en que dos esclavos se casan, pero escribió un panfleto antisemita titulado La isla de los monopantos, que solo recientemente ha sido hallado, aunque pasajes del mismo ya se encontraban en otras obras. En el Museo Arqueológico Nacional se ve una lápida judía hallada en España que es ya del siglo II y testimonia la presencia ya entonces de la diáspora judía en Sefarad (sin hablar de las mucho más arcaicas colonias púnicas costeras). La sociedad española ya era ferozmente antisemita desde que el godo Sisebuto expulsara a los judíos en 612 y el godo manchego "San" Julián los comparara a animales y aconsejara al rey Ervigio que les cortara las lenguas; casi todos los reyes godos legislaron en su contra, y tras el asesinato de Pedro I los Trastámaras empezaron a revivir esta política que culminó en 1491 con el proceso manchego del Santo Niño de La Guardia y por fin con la Expulsión en 1492, aunque aún siguió cebándose con los conversos por medio de los estatutos de limpieza de sangre que introdujo el arzobispo de Toledo Juan Martínez Guijarro o Silíceo (más duro que el ídem). Fue tremendo, por cierto, el pogrom de Ciudad Real y la represión de su Inquisición contra los criptojudaizantes que ha narrado Haim Beinhart y antes que él Fidel Fita): en sus trabajos se leen los nombres de unos ciudarrealeños cuya descendencia es hoy solo polvo y ceniza sobre la tierra. Por cierto que la Hidra contemporánea que hay en la bóveda central de la iglesia de Santiago y su curioso efecto óptico, malogrado en parte por la torpe restauración que ha clausurado el arco de una ventana, debe interpretarse en ciertos aspectos según esa masacre, como ya expuse en uno de los primeros ensayos que escribí (continuará)

viernes, 14 de julio de 2017

El mito de la violencia redentora, por Walter Wink

Enfrentando el Mito de la Violencia Redentora

Por Walter Wink (2007)


La creencia de que la violencia "salva" es tan exitosa porque no parece ser mítica en lo más mínimo. La violencia simplemente parece ser la naturaleza de las cosas. Es lo que funciona. Parece inevitable: el último y, a menudo, el primer recurso en los conflictos. Si un dios es a lo que se vuelve cuando todo lo demás falla, la violencia ciertamente funciona como un dios. Así que lo que la gente pasa por alto, entonces, es el carácter religioso de la violencia. Exige de sus devotos una obediencia absoluta hasta la muerte.

Este Mito de la Violencia Redentora es el verdadero mito del mundo moderno. Él, y no el Judaísmo o el Cristianismo o el Islam, es la religión dominante en nuestra sociedad de hoy. Cuando mis hijos eran pequeños, los dejamos asimilar una cantidad excesiva de televisión; y me fascinó ver la estructura mítica de sus dibujos animados. Esto fue en la década de 1960, cuando los teólogos de la "muerte de Dios" estaban siendo festejados en programas de entrevistas y la tolerancia de la humanidad seglar por el mito y el misterio religiosos se promocionaba como agotada.

Comencé a examinar la estructura de los dibujos animados y encontré el mismo patrón repetido sin cesar: un héroe indestructible se opone obstinadamente a un villano irreformable e igualmente indestructible. Nada puede matar al héroe, aunque durante los tres primeros cuartos de la tira cómica o programa de televisión este (rara vez) sufre gravemente y parece desesperadamente condenado, hasta que, milagrosamente, el héroe se libera, vence al villano y restaura el orden... hasta el próximo episodio. Nada, finalmente, destruye al villano o impide su reaparición aunque el villano sea fuertemente truncado, encarcelado, ahogado o disparado en el espacio exterior.

Pocas caricaturas se han ejecutado más tiempo o han sido más influyentes que Popeye y Bruto. En un segmento típico, Bruto secuestra a Olive Oyl, la novia de Popeye, que grita y patea. Cuando Popeye intenta rescatarla, el Bruto gigante golpea a su diminuto oponente y lo reduce a pulpa mientras Olive Oyl se libra de sus manos. En el último momento, mientras nuestro héroe rezuma sangrante en el suelo, y Bruto está tratando, en efecto, de violar a Olive Oyl, una lata de espinaca sale del bolsillo de Popeye y se derrama en su boca.

Transformado por esta graciosa infusión de poder, fácilmente demuele al villano y rescata a su amada. El formato nunca varía. Ninguna de las partes obtiene nunca idea alguna o aprende de estos encuentros; nunca se sientan y discuten sus diferencias. Las repetidas derrotas no enseñan a Bruto a honrar la humanidad de Olive Oyl, y repetidas palizas no enseñan a Popeye a tragarse sus espinacas antes de la pelea.

Algo acerca de esta estructura mítica sonaba familiar. De repente recordé: este patrón de dibujos animados reflejaba uno de los más antiguos mitos continuamente repetidos del mundo, la historia babilónica de la creación (Enuma Elish) de alrededor del año 1250 antes de Cristo. Hay que repetir esta historia porque contiene el indicio para averiguar cuánto atractivo tiene ese mito antiguo dentro de nuestros medios modernos.

En el principio, según el mito babilónico, Apsu, el dios padre, y Tiamat, la diosa madre, engendran a los dioses. Pero el regocijo de estos dioses más jóvenes hace tanto ruido, que los dioses mayores deciden matarlos a fin de que puedan dormir. Pero los dioses más jóvenes descubren este complot antes de que los dioses mayores lo ejecuten y matan a Apsu, el dios padre. Su esposa Tiamat, el Dragón del Caos, promete venganza.

Aterrorizados por Tiamat, los dioses rebeldes se vuelven para que los salve a su miembro más joven: Marduk. Pero este negocia un alto precio: si tiene éxito se le debe dar un poder indiscutible en la asamblea de los dioses sobre todos. Habiendo arrancado así con extorsión esta promesa, atrapa a Tiamat en una red, le hincha de mal viento por la garganta, dispara una flecha que hace estallar su distendido vientre y, además, perfora su corazón. Luego le parte el cráneo con un palo y esparce su sangre por lugares apartados. Él extiende su cadáver de dragón cuan largo es y de él crea el cosmos. (Con toda esta sangre y sangre, no es de extrañar que esta historia resultara ideal como prototipo de programas de televisión violentos y de películas de Hollywood).

En este mito, la creación es un acto de violencia. Marduk asesina y desmembra a Tiamat y de su cadáver crea el mundo. Como observa el filósofo francés Paul Ricoeur (The Symbolism of Evil / El simbolismo del mal, Harper Collins, 1967), el orden se establece mediante el desorden. El caos (simbolizado por Tiamat) es anterior al orden (representado por Marduk, dios alto de Babilonia). El mal precede al bien. Los mismos dioses son violentos.

El mito bíblico en Génesis 1 es diametralmente opuesto a todo esto (Génesis 1, debe notarse, se desarrolló en Babilonia, durante el cautiverio de los judíos allí esclavizados, como refutación directa al mito babilónico). La Biblia retrata a un Dios bueno, que crea una creación buena: el caos no resiste el orden. El bien es anterior al mal. Ni el mal ni la violencia forman parte de la creación, sino que entran más tarde como resultado del pecado de la primera pareja y la connivencia de la serpiente (Génesis 3). Una realidad básicamente buena es así corrompida por las decisiones libres alcanzadas por las criaturas. En esta explicación mucho más compleja y sutil de los orígenes de las cosas, la violencia emerge por primera vez como un problema que requiere solución.

Sin embargo, en el mito babilónico la violencia no es un problema. Es simplemente un hecho primordial. La simplicidad de esta historia la recomendó ampliamente y su estructura mítica básica se extendió hasta Siria, Fenicia, Egipto, Grecia, Roma, Alemania, Irlanda, India y China. Típicamente, un dios de guerra masculino que reside en el cielo lucha en una batalla decisiva con un ser divino femenino, generalmente representado como un monstruo o un dragón, que reside en el mar o en el abismo (el elemento femenino). Habiendo vencido al enemigo original por la guerra y el asesinato, el vencedor crea un cosmos del cadáver del monstruo. El orden cósmico requiere la supresión violenta de lo femenino, y esto se refleja en el orden social por la sujeción de las mujeres a los hombres y de las personas al gobernante.

Después de que el mundo ha sido creado, la historia continúa: los dioses cautivos y dominados por Marduk para la derrota de Tiamat se quejan del mal suministro de comida. Marduk y Ea, por tanto, ejecutan a uno de los dioses cautivos y de su sangre Ea crea a los seres humanos para que sean servidores de los dioses.

Las implicaciones son claras: los seres humanos son creados a partir de la sangre de un dios asesinado. Nuestro mismo origen es la violencia. El asesinato está en nuestros genes. La humanidad no es el causante del mal, sino que simplemente encuentra ya el mal presente y lo perpetúa. Nuestros orígenes son divinos, desde luego, ya que estamos hechos de un dios, pero es de la sangre de un dios asesinado.

Por lo tanto, los seres humanos son naturalmente incapaces de coexistencia pacífica. El orden debe ser continuamente impuesto desde lo alto: hombres sobre mujeres, amos sobre esclavos, sacerdotes sobre laicos, aristócratas sobre los campesinos, gobernantes sobre la gente. La obediencia incondicional es la más alta virtud, y ordena y manda el más alto valor religioso. Como representante de Marduk en la tierra, la tarea del rey es someter a todos los enemigos que amenazan la tranquilidad que él ha establecido en nombre del dios. Todo el cosmos es un estado, y el dios gobierna a través del rey. La política surge dentro de la esfera divina misma. La salvación es política: las masas se identifican con el dios del orden contra el dios del caos y se ofrecen a sí mismas para la Guerra Santa, que impone el orden, la regla y las normas a los demás pueblos que están alrededor.

En resumen, el Mito de la Violencia Redentora es la historia de la victoria del orden sobre el caos por medio de la violencia. Es la ideología de la conquista, la religión original del statu quo. Los dioses favorecen a los que conquistan. En cambio, quien conquista debe tener el favor de los dioses. La gente común existe para perpetuar la ventaja que los dioses han conferido al rey, a la aristocracia y al sacerdocio.

La religión existe para legitimar el poder y los privilegios. La vida es combate. Cualquier forma de orden es preferible al caos, según este mito. El nuestro no es un mundo perfecto ni perfectible; es teatro de conflicto perpetuo en el que el premio va a los fuertes. Paz a través de la guerra, seguridad a través de la fuerza: estas son las convicciones centrales que surgen de esta antigua religión histórica, y forman la sólida base sobre la que se funda el Sistema de Dominación en todas las sociedades.

El mito babilónico está lejos de terminar. Es tan universalmente presente y fervorosamente creído hoy como lo fue en cualquier momento de su larga y sangrienta historia. Es el mito dominante en la América contemporánea. Encierra la práctica ritual de la violencia en el corazón mismo de la vida pública, e incluso aquellos que buscan oponerse a su violencia opresiva, lo hacen violentamente.

Ya hemos visto cómo el mito de la violencia redentora se desarrolla en la estructura de los programas de dibujos animados de los niños (y se encuentra también en los cómics, los videojuegos y los juegos de ordenador y las películas). Pero también lo encontramos en los medios de comunicación, en el deporte, en el nacionalismo, en el militarismo, en la política exterior, en el televangelismo, en la derecha religiosa y en los grupos autodenominados "milicias" o paramilitares. Lo que parece tan inofensivo en las caricaturas es, de hecho, el fundamento mítico de nuestra sociedad violenta.

La psicodinámica del dibujo animado o de la historieta de la TV es maravillosamente simple: los niños se identifican con el individuo bueno de modo que puedan pensar en sí mismos como buenos. Esto les permite proyectar hacia fuera en el individuo malo su propia cólera reprimida, violencia, rebeldía o lujuria, y entonces vicariamente, por delegación, gozan de su propio mal observando al individuo malo prevalecer inicialmente. Este segmento del espectáculo -el elemento "Tammuz", donde el héroe sufre- en realidad consume todos los minutos salvo los finales, lo que permite tiempo suficiente para complacer el lado violento del yo.

Cuando el bueno finalmente gana, los espectadores son capaces de reafirmar el control sobre sus propias tendencias internas, reprimirlas y restablecer una sensación de bondad sin llegar a ninguna percepción sobre su propio mal interior. El castigo del villano provee de catarsis o purificación; uno abjura de los caminos del villano y ejerce la condena sobre él en una orgía culpable-libre de la agresión. La salvación se encuentra a través de la identificación con el héroe.

Sólo los nombres han cambiado. Marduk somete a Tiamat a través de la violencia, y aunque mata a Tiamat, el caos se reafirma incesantemente y se mantiene a raya sólo por repetidas batallas y por la repetición del festival de Año Nuevo babilónico, donde el mito del combate celestial es ritualmente reeditado. La observación del teólogo Willis Elliott subraya la seriedad de este entretenimiento: "el nacimiento del mundo (cosmogonía) es el nacimiento del individuo (egogonía): estás siendo engendrado a través de cómo ves todas las cosas "como nacidas". Por lo tanto "Quien controla la cosmogonía controla a los niños".

El Mito de la Violencia Redentora es la más simple, la más perezosa, más excitante, sencilla, irracional y primitiva representación del mal que el mundo ha conocido. Además, su orientación hacia el mal es aquella en la que prácticamente todos los niños modernos (especialmente los niños) se socializan en el proceso de maduración. Los niños seleccionan esta estructura mítica porque ya han sido conducidos, por señales y modelos de comportamiento culturalmente reforzados, para resonar con su visión simplista de la realidad. Su presencia en todas partes no es el resultado de una conspiración de sacerdotes babilonios que compran secretamente los medios de comunicación con el dinero del petróleo iraquí, sino una función de valores reforzados sin cesar por el Sistema de Dominación. Al hacer que la violencia sea placentera, fascinante y entretenida, las Potencias son capaces de engañar a las personas para que cumplan con un sistema que las está engañando de sus propias vidas.

Una vez que los niños han sido adoctrinados en las expectativas de una sociedad dominadora, nunca pueden superar la necesidad de localizar todo el mal fuera de sí mismos. Incluso como adultos tienden al chivo expiatorio en los otros por todo lo que está mal en el mundo. Siguen dependiendo de la identificación del grupo y del mantenimiento de las normas sociales para obtener un sentido de bienestar.

En un período en el que la asistencia a las escuelas dominicales cristianas está disminuyendo, el mito de la violencia redentora ha ganado la aquiescencia voluntaria de los niños a un régimen de adoctrinamiento más amplio y eficaz que cualquiera en la historia de las religiones. Las estimaciones varían ampliamente, pero el niño promedio informó registrar aproximadamente 36.000 horas de televisión a los 18 años, viendo unos 15.000 asesinatos. ¿Qué iglesia o sinagoga puede seguir remotamente al ritmo del mito de la violencia redentora en horas dedicadas a enseñar a los niños o la calidad de la presentación? (Piense en el típico "sermón a los niños": ¡qué blando en comparación!)

Ningún otro sistema religioso rivalizó remotamente con el mito de la violencia redentora en su capacidad de catequizar a sus jóvenes de manera tan total. Desde la edad más temprana, los niños son inundados de representaciones de la violencia como la solución definitiva a los conflictos humanos. Tampoco la saturación en el mito termina con el final de la adolescencia. No hay rito de paso de adolescente a adulto en el culto nacional de la violencia, sino más bien una asimilación de años de duración a la televisión para adultos y a la tarifa de la película.

No todos los programas para niños o adultos se basan en la violencia, por supuesto. La realidad es mucho más compleja que la simplicidad de este mito, y las mentes maduras exigirán presentaciones más sutiles, matizadas y complejas. Pero la estructura básica del mito de combate subyace en la papilla a la que muchos adultos recurren para escapar de las realidades más duras de su vida cotidiana: thrillers de espionaje, westerns, programas policiales y programas de lucha. Es como si debiéramos mirar tanta violencia "redentora" para tranquilizarnos, contra el diluvio de hechos en sentido contrario en nuestra vida diaria, ya que la realidad es tan simple.

La violencia redentora da paso a la violencia como un fin en sí mismo. Ya no es una religión que usa la violencia en la búsqueda del orden y la salvación, sino en la que la violencia se ha convertido en afrodisíaca, pura excitación, adictiva, sustitutiva de las relaciones. La violencia ya no es el medio para un bien superior, es decir, el orden; La violencia se convierte en el fin.

(Primera publicación el 16 de noviembre de 2007)