sábado, 23 de diciembre de 2017

Fernando Savater, El hombre que fue Chesterton

Fernando Savater, El hombre que fue Chesterton. Un amplio catálogo de libros traza la veta polemista de un autor que siempre buscó que el lector pensara dos veces y se alejara de todo lugar común, 1-XII-2017:

"Creo que es una verdad abstracta que cualquier literatura que represente nuestra vida como peligrosa y sorprendente es más verdadera que cualquier literatura que la represente como vaga y lánguida. Pues la vida es una lucha, y no una conversación” (G. K. Chesterton).

Uno de los empeños más evidentes de Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) en casi todas las páginas que escribió es refutar la perspectiva moderna, pero de raíces clásicas, que describe el mundo con tintes lúgubres y pesimistas, un lugar donde incluso los goces sensuales y rebeldes están tocados por el ala negra de la desesperación. Para Chesterton la verdadera herejía moderna no es haber rechazado o ignorar a Dios sino rechazar o ignorar en qué consiste la alegría. No oculta su intención apologética, más bien blasona de ella hasta el punto que a veces su particular cruzada llega a hartar un poco incluso a quienes sentimos mayor simpatía por él. No es que predique con demasiado entusiasmo sino que su enorme entusiasmo sólo alcanza su cénit en el arrebato predicador. Pero no hay que confundir su actitud con una postura conformista que conjura los abismos de la existencia irreligiosa con abluciones de agua bendita. Al contrario, apuesta por la ortodoxia descartada en la era moderna pero desde una orilla trémula e incierta que tras un velo de humor resulta tan inquietante como el peor paganismo. No promete un futuro feliz para tranquilizarnos sino que precisamente nos inquieta por medio de él. Por decirlo con las mismas palabras con que describe la función de la buena poesía, “clama contra todos los mojigatos y progresistas desde las mismísimas profundidades y abismos del corazón destrozado del hombre, que la felicidad no es sólo una esperanza, sino en cierto extraño sentido un recuerdo y que somos reyes en el exilio”.

Cada línea, el escritor plantea una controversia. Leerle es participar en un torneo interminable

Es evidente que Chesterton es un escritor lleno de humor, a veces francamente cómico, que incluso diríamos que se pierde —o pierde el hilo de lo que está contando— por un buen chiste o una carambola verbal. Hasta cuando está hablando del tomismo medieval o del militarismo alemán puede ser sumamente divertido. Pero aun reconociendo esa infrecuente virtud, aunque lo leemos con una sonrisa perpetua en los labios y a veces con una abierta carcajada, también es cierto que al cabo de un rato de leerle nos sentimos más fatigados que si hubiéramos tenido entre manos el libro de un autor más aburrido. No trato de plantear una paradoja de apariencia chestertoniana y decir que los autores divertidos cansan antes que los aburridos: esta paradoja no es propia de G. K. Chesterton por la sencilla razón de que es falsa. Luego hablaremos de ello… Lo cierto es que hay una buena razón para que esa paradoja en general falsa sea en su caso verdadera. Y es que cada página, no cada página sino cada párrafo, no cada párrafo sino cada línea o línea y media de Chesterton plantea una polémica. Leerle es participar en un torneo interminable, en una batalla de esas que comienzan al alba y aún sigue entre mandobles y lanzadas cuando llega el crepúsculo. Al levantar con un suspiro la vista de la página que estamos leyendo, tenemos la imaginación llena de tópicos muertos, de evidencias destripadas, de creencias indiscutibles que han sido discutidas hasta que hemos dejado de creer en ellas y yacen yertas. Cada observación aparentemente inocente ha dado lugar a una refriega, cada certeza se ha disuelto en un pulso, cada perspectiva histórica vulgar ha sido arrastrada por las mulillas después de varias estocadas y el correspondiente descabello. El rato que leemos a G. K. Chesterton no estamos disfrutando del sillón en nuestro gabinete sino que hemos galopado en nuestro corcel de guerra por el campo de liza, que no en vano se llamó en tiempos “campo de la verdad”. No es extraño que de vez en cuando tengamos que descansar…

Antes dije que una paradoja falsa o artificiosa no pertenece al género que cultivó Chesterton, cuya maestría en ese campo le envidian incluso quienes le detestan y sobre todo los que pretenden sin éxito imitarle. Borges señaló perspicazmente que una característica de Oscar Wilde que suelen menospreciar hasta los que más festejan sus boutades y trallazos de ingenio es que por lo común además tiene razón. Algo semejante puede decirse del estilo pugnaz de G. K. Chesterton: no busca sobre todo sorprender o desconcertar (aunque es evidente que no le disgusta conseguirlo) sino hacernos pensar dos veces y desde un ángulo menos trillado lo que suponemos obvio… porque vemos a otros aceptarlo como tal. Cuando polemiza con escritores de talento a los que sin duda admira (Chesterton tenía buen ojo literario y nunca desprecia a un autor por no compartir sus ideas) se nota especialmente este tipo de chocante esgrima. Elijo un ejemplo entre mil. Como tantos otros antes o después que él, critica en el gran Rudyard Kipling su adoración del militarismo. Pero se distancia crucialmente de los demás en su argumentación, de acuerdo con su línea paradójica: “El mal del militarismo no es que enseñe a ciertas personas a ser feroces y altaneras y excesivamente belicosas. El mal del militarismo es que enseña a la mayoría de los hombres a ser mansos y tímidos y excesivamente pacíficos. El soldado profesional gana más y más poder a medida que decae el coraje de una comunidad. (…) Los militares ganan el poder civil en la misma proporción en la que los civiles pierden las virtudes militares”. Más adelante señala que nuestra época ha logrado a la vez “el deterioro del hombre y la más increíble perfección de las armas”, lo que ya era cierto en aquellos días y lo es mucho más en los nuestros. El complemento ideal de la beata admiración de los uniformes y la fanfarronería es el repliegue pacifista. Incluso quienes más veneramos a Kipling tenemos que asumir que este sesgo inusual del reproche usual que se le suele hacer es diabólicamente certero…

Fue un convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino

Podríamos aducir otros muchos casos en que Chesterton, cuando aparta la vista de los elfos y los gerifaltes de antaño, señala con penetración las grietas de la modernidad. A la fascinación del cine le opone que propicia errores irrefutables, sobre todo en materia histórica: cuando alguien escribe disparates en un libro siempre salen otros diez o doce escritores que señalan sus fallos, pero nadie hace otra película para enmendar las equivocaciones filmadas. Es más, los que ven películas no suelen leer además libros para conocer las mentiras de la pantalla, hasta tal punto —señala G. K. Chesterton— que la palabra “pantalla” cobra el extraño sentido de lo que encubre y disimu­la. ¿Qué hubiera dicho ante el actual imperio de la pantalla digital y sus embelecos? También la creciente idolatría de la naturaleza, que ya apuntaba en su tiempo en la aplicación del darwinismo a la moral y en el nuestro en la psicología evolutiva o la ecología, le mueve a reflexiones oportunas: “Basarse en la teoría evolutiva permite ser inhumano o absurdamente humano, pero no humano. Que tú y el tigre seáis lo mismo puede ser un motivo para ser amable con el tigre. O para ser tan cruel como él”. En cuanto a sus ideas políticas, la fundamental para él era la democracia y la entendía del mejor modo posible: “He ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo que tienen en común y no lo que los separa”. Aún no se había puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante…

Chesterton fue un decidido humanista pero convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino. En una vida no excesivamente larga pero muy fecunda escribió narraciones, poemas, piezas teatrales, ensayos y artículos. También unas estupendas biografías, que nada tienen que ver con el puntillismo académico que levanta sesudo inventario de la frecuencia de los alivios intestinales de los personajes estudiados y miserias parecidas. En las suyas, de escritores, santos o artistas, Chesterton realiza a mano alzada un retrato del alma de su biografiado, es decir de aquello que le hizo único y que justifica nuestro interés por su vida. También su memorable autobiografía sigue el mismo criterio. En España tenemos la suerte de contar desde hace décadas con múltiples ediciones de la mayor parte de la obra de G. K. Chesterton. Acantilado ha editado varias, entre ellas últimamente un volumen de Ensayos escogidos seleccionados por W. H. Auden que recomiendo a quienes quieran conocer esta faceta del autor, distinta a su habilidad como articulista. Y Renacimiento se lleva la palma, con un amplio catálogo que incluye todos los géneros: su publicación más reciente reúne lo mejor que escribió G. K. Chesterton para celebrar la Navidad, una fiesta religiosa y popular, con abundante tradición gastronómica y llena de ilusiones mágicas, que se celebra en familia y disfrutan (¡o disfrutaban!) sobre todos los niños…En una palabra, hecha para gustar al gigante feliz.

‘Ensayos escogidos’. G. K. Chesterton. Seleccionados por W. H. Auden. Traducción de Miguel Temprano García. Acantilado, 2017. 318 páginas. 22 euros.

‘San Francisco de Asís’. G. K. Chesterton. Prólogo de Ángel Manuel Rodríguez Castillo. Traducción de Aurora Rice. Espuela de Plata, 2017. 187 páginas. 15,90 euros.

‘Temperamentos. Ensayos sobre escritores, artistas y místicos’. G. K. Chesterton. Traducción de Juan Antonio Montiel y Natalia Babarovic. Jus Ediciones, 2017. 164 páginas. 16 euros.

‘La taberna errante’. G. K. Chesterton. Prólogo de Santiago Alba Rico. Traducción de Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas. Antonio Machado, 2017. 285 páginas. 16 euros.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Se actualiza el diccionario de la RAE

Jesús Mantilla, "La RAE admite mariposear, postureo, acoso escolar, pasada, clic, buenismo... La Academia introduce y revisa más de 3.000 términos en la edición digital de su ‘Diccionario de la Lengua Española’", El País, 20 DIC 2017

A partir de ahora, cada año, por diciembre, la Real Academia Española (RAE) hará un nuevo balance. Los términos que se vayan incorporando mes a mes a lo largo de las comisiones y las sesiones serán incluidos en la edición digital de su Diccionario de la Lengua Española. En 2017 han sido más de 3.000 las novedades y las revisiones. De enmiendas y adiciones, tal y cómo las denominan los académicos. Darío Villanueva, director de la RAE, está presentando las novedades este miércoles, acompañado de Paz Battaner, responsable de la coordinación del Diccionario.

Entre las palabras destacan algunas ya conocidas, como posverdad. El preponderante termino estrella en la era de los nuevos populismos no ha tardado en ser aceptado por los académicos. Las cuestiones políticas o religiosas han copado algunos debates este año y los debates sobre la definición de posverdad han sido intensos para cuadrarlo. Estas son algunas palabras introducidas o acepciones modificadas po orden alfabético:

acoso. … [Adición de forma compleja]. ‖ acoso escolar. m.En centros de enseñanza, acoso que uno o varios alumnos ejercen sobre otro con el fin de denigrarlo y vejarlo ante los demás.

amusia. [Adición de artículo]. f. Med. Incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos musicales.

aporofobia. [Adición de artículo]. (Del gr. ἄπορος áporos 'pobre' y -fobia). f. cult. Fobia a las personas pobres o desfavorecidas.

“Vivimos una auténtica invasión de anglicismos. Sobre todo en el mundo publicitario y comercial. Es algo indiscriminado”, afirma Darío Villanueva

asana. [Adición de artículo]. (Del sánscr. āsana, de la raíz ās- 'sentarse'). m. En ciertos tipos de yoga, postura corporal.

ataché. [Adición de artículo]. (Del fr. attaché; en acep. 2, del ingl. amer. attaché, y este acort. del ingl. attaché case; literalmente 'maletín de agregado'). m. y f. 1. agregado (‖ funcionario diplomático). ○ m. 2. Maletín para llevar documentos.

audiolibro. [Adición de artículo]. (De audio- y libro). m. Grabación sonora del texto de un libro.

bombín. … [Adición de acepción]. ‖ 2. Bomba pequeña para hinchar las ruedas de una bicicleta.

bombín. … [Adición de acepción]. ‖ 3. Esp. Pieza de una cerradura que se mueve cuando se introduce y se gira la llave.

británico, ca. … [Adición de acepción]. ‖ 4. Dicho del humor: Caracterizado por la ironía fina y el sarcasmo disimulado atribuidos a los británicos.

británico, ca. … [Adición de acepción]. ‖ 5. Dicho de la puntualidad: Rigurosa, exacta.

buenismo. [Adición de artículo]. m. Actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. U. m. en sent. despect.

chakra. [Adición de artículo]. (Tb. chacra ♦ Voz sánscr., que significa 'círculo' o 'disco'). m. En el hinduismo y algunas filosofías orientales, cada uno de los centros de energía del cuerpo humano que rigen las funciones orgánicas, psíquicas y emotivas.

chicano, na. … adj. 1. [Enmienda de acepción]. Dicho de una persona: Que es de origen mexicano y vive en los Estados Unidos de América, especialmente en las áreas fronterizas con México. U. t. c. s.

chusmear. [Adición de artículo]. intr. 1. coloq. Arg., Par. y Ur. Hablar con indiscreción o malicia de alguien o de sus asuntos. ¿Otra vez están chusmeando sobre los vecinos? ‖ 2. coloq. Arg., Hond., Par. y Ur. Husmear, fisgar, curiosear. Estuve chusmeando un poco en la habitación. U. t. c. tr. Se puso a chusmear mi ropa en el armario. ○ tr. 3. coloq. Arg., Par. y Ur. Contar algo con indiscreción o malicia. Le chusmeó todo lo sucedido.

comadrear. intr. [Enmienda de 1.ª acepción]. coloq. Chismear, murmurar.

cracker. [Adición de artículo]. m. y f. Inform. pirata informático.

desalador, ra. [Adición de artículo]. adj. 1. Que desala1. ● f. 2. desalinizadora.

espadón1. … [Adición de acepción]. ‖ 2. coloq. Militar golpista.

fair play. [Adición de artículo]. (Voz ingl.). m. Juego limpio.

hacker. … [Adición de acepción]. m. y f. … ‖ 2. Inform. Persona experta en el manejo de computadoras, que se ocupa de la seguridad de los sistemas y de desarrollar técnicas de mejora.

halal. [Adición de artículo]. (Del ár. ḥalāl 'permitido, no contrario a la ley'). adj. 1. Dicho de la carne: Procedente de un animal sacrificado según los ritos prescritos por el Corán. ‖ 2. Dicho de un menú, de un producto alimenticio, etc.: Que no está elaborado con carne de cerdo ni con carne no halal y que no contiene alcohol ni conservantes. ‖ 3. Dicho de un establecimiento: Que vende o sirve productos halal.

hijo, ja. … [Adición de forma compleja]. ‖ hijo, ja de machepa. m. y f. R. Dom. Persona pobre y de familia humilde.

holter. [Adición de artículo]. (Voz ingl.). m. 1. Med. Prueba diagnóstica en la que un dispositivo registra en un monitor durante varias horas la actividad del corazón de un paciente por medio de electrodos colocados en su torso. ‖ 2. Med. monitor Holter. ‖ 3. Med. Gráfico resultante de un holter (‖ prueba).

hummus. [Adición de artículo]. (Tb. humus. ♦ Del ár. hummus 'garbanzo'). m. Pasta de garbanzos, típica de la cocina árabe, aderezada generalmente con aceite de oliva, zumo de limón, crema de sésamo y ajo.

machismo. … [Adición de acepción]. ‖ 2. Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón. En la designación de directivos de la empresa hay un claro machismo.

macho1. … ‖ 6. [Enmienda de acepción]. Hombre en que supuestamente se hacen patentes las características consideradas propias de su sexo, especialmente la fuerza y la valentía. U. t. c. adj. Se cree muy macho. U. t. en sent. despect.

mariposear. … [Adición de acepción]. ‖ 3. Andar o vagar de un lugar a otro cambiando de objeto de interés o sin propósito establecido.

pasada. … [Adición de acepción]. ‖ 10. coloq. Esp. Cosa exagerada, extraordinaria, fuera de lo normal. U. en sent. ponder. Mira ese avión, ¡qué pasada! Qué pasada DE fiesta.

pasada. … [Adición de forma compleja]. ‖ una pasada. loc. adv.coloq. Esp. Mucho o muy. Me dolía una pasada. Es una pasada DE bonito.

patético, ca. … adj. [Enmienda de acepción]. Que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.

patético, ca. … [Adición de acepción]. ‖ 2. Penoso, lamentable o ridículo.

perro, rra. … [Adición de forma compleja]. ‖ perro faldero. m. coloq. Persona que acompaña a otra de manera asidua y servil. U. m. en dim.

pinchar. … intr. … ‖11. [Adición de acepción]. clicar. Pinchar en la ventana. U. t. c. tr. Pinche este icono.

pinqui. [Adición de artículo]. (Tb. pinky. ¨ De Pikys®, marca reg.). m. Esp. Prenda femenina que cubre la planta, el talón y los dedos del pie, y que se pone para proteger este del calzado.

porro4. [Adición de artículo]. m. 1. Música y canto originarios de la costa norte de Colombia, con influencia de los ritmos africanos. ‖ 2. Baile que se ejecuta al compás del porro.

postureo. [Adición de artículo]. m. coloq. Esp. Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción.

posverdad. [Adición de artículo]. (De pos- y verdad, trad. del ingl. post-truth). f. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.

saga2. … [Adición de acepción]. ‖ 3. Estirpe familiar.

saltear. … [Adición de acepción]. ‖ 8. coloq. Arg., El Salv., Méx. y Par. saltar (‖ omitir).

sexo. m. [...] ‖ sexo débil. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de las mujeres. U. con intención despect. o discriminatoria. … ‖ sexo fuerte. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de los varones. U. en sent. irón.

sharía. [Adición de artículo]. (Tb. sharia. ♦ Del ár. šarī'a 'camino'). f. Ley religiosa islámica reguladora de todos los aspectos públicos y privados de la vida, y cuyo seguimiento se considera que conduce a la salvación.

subjetivo, va. … [Adición de acepción]. ‖ 3. Cinem. Que adopta la perspectiva de un personaje. Plano subjetivo, cámara subjetiva.

táper. [Adición de artículo]. (De Tupperware®, marca reg.). m. Recipiente de plástico con cierre hermético, que se usa para guardar o llevar alimentos.

travelín. [Enmienda de lema]. trávelin.

vallenato. [Adición de artículo]. m. 1. Música y canto originarios de la región caribeña de Colombia, normalmente con acompañamiento del acordeón. ‖ 2. Baile que se ejecuta al ritmo del vallenato.

La RAE ha dedicado más tiempo a las cuestiones de género. La incorporación en los últimos años de académicas al pleno ha contribuido a poner al día algunos desfases. Si no como novedades, sí como advertencias de uso. Es el caso de la expresión sexo débil. “A partir de ahora, quedará catalogado como término ofensivo. Los que vayan a utilizarlo tras consultar el Diccionario verán que se califica como discriminatorio. Debemos estar sensibilizados ante las cambios de valoración de ciertas expresiones y prevenir a los usuarios sobre las connotaciones”, asegura Inés Fernández-Ordoñez, que se sienta en el sillón P mayúscula de la RAE.

En ese sentido, también, en la descripción de cada entrada habrá novedades. Para los oficios, en vez de hombre que se dedica a, se sustituirá por persona que se dedica a… Las marcas de uso también deben resaltarse, a juicio de Manuel Gutiérrez Aragón (sillón F). “Un sistema más detallado que advierta si algunos son peyorativos u ofensivos y que no parezca que se trata de la cosa más normal, en ciertos casos, me parece importante”.

Darío Villanueva asegura que en la próxima edición impresa, el sistema de marcas quedará mucho más resaltado. Pero para eso habrá que esperar algún tiempo aún, sin que haya fecha prevista. La última publicación en papel es de 2014 y aunque pasaron 13 años desde la anterior, para la siguiente, “acortaremos el plazo”, comenta el director.

No se atreve a dar fecha. En la RAE son varios los que se plantean si realmente tiene utilidad una edición más, que haría la número 24 desde su creación. “De hecho, esta revisión anual, podríamos considerarla una nueva edición del diccionario”, cree Pedro Álvarez de Miranda (sillón Q). Lo que se vaya decidiendo, quedará volcado en internet para las consultas a nivel global. La planta del actual diccionario, así todo, es digital.

Otro de los temas que más preocupan a Villanueva es el de los barbarismos anglosajones. “Vivimos una auténtica invasión. Sobre todo en el mundo publicitario y comercial. Es algo indiscriminado”, afirma. Entre los anuncios que se hagan hoy por parte de Villanueva incluirá una lista de estos usos peligrosos para el español.

Álvarez de Miranda, por el contrario, es de los que no se escandalizan por los anglicismos. “Tenemos un número aceptable de los mismos. En el siglo XVIII existieron los mismos temores respecto al francés y no pasó nada”, comenta. Una vez que se acepta un término que se deriva directamente del inglés, queda incluido y se zanjan las discusiones. Pero para los más delicados o levantan más reservas, Álvarez de Miranda propone que se utilice el Diccionario Panhispánico de Dudas. “La primera edición es de 2005. Va siendo hora de que la actualicemos”.

lunes, 18 de diciembre de 2017

La moral de Moro

Hubo una época en que algunos políticos tenían vergüenza. Si se equivocaban, pagaban las consecuencias con su vida porque ellos mismos habían destruido vidas con su política. Iban al matadero por pura coherencia y sentido de la responsabilidad; eran una parte de un todo más importante. El honor era tan alto que no se podía pasar por alto la hidalguía, el juego limpio, la honestidad. Eran como los samuráis en Oriente. Hoy, cuando todo se compra y vende y el mundo se ha vuelto económico en vez de justo, cuando solo habita en el mundo el dinero y no los seres humanos, reducidos a seres virtuales, a ecos electrónicos atados de pies y manos por las redes en Internet, parece algo casi absurdo.

Se pudo escribir que Tomás Moro era un hombre para la eternidad o para todo tiempo, pero en este su sacrificio no tendría sentido. Era un católico coherente que llevó a la hoguera a seis protestantes, pero cuando se separó la Iglesia de Inglaterra no quiso huir a Francia, a España o a Roma. No se le ocultaba que tendría que rendir cuentas abajo y no solo arriba; él no diría, como el inquisidor de Borges, "Pude haber sido un mártir. Fui un verdugo". Después de haber sido verdugo, fue, efectivamente, un mártir: por pura coherencia.

Le exigieron firmar el acta de supremacía que reconocía el divorcio del rey Enrique VIII: con eso habría negado la autoridad del Papa sobre la Iglesia de Inglaterra. Y decidió no hacerlo a sabiendas de que acabaría ajusticiado por ello, ya que, si no lo hubiera hecho, el que quemó a seis protestantes no habría podido mirarse a sí mismo. Y así murió el fanático como los mismos fanáticos que ejecutó: con coherencia. En su época la gente no dimitía: iba al cadalso. Ingleses y franceses han enviado a ministros y a reyes al cadalso; pero nosotros somos un pueblo sin sentido del honor: pagamos a nuestros fanáticos una maravillosa jubilación. Ante el espectáculo de Tomás Moro el poeta latino Marcial (II, 80) se habría burlado con su famoso epigrama: "¿No os parece estúpido morir por huir de la muerte? /  Non furor est, ne moriare, mori?". Pero Marcial era español. Y el cinismo tiene anchas y antiguas raíces en nuestro país, mayores incluso que el senequismo, al parecer. De hecho, entre nosotros fue necesario el senequismo popular para poder aguantar el cinismo de nuestros gobernantes. Se ha llegado a decir que este pueblo era muy superior a ellos... pero lo cierto es que no sabe exigirles responsabilidades. No es tierra de justicia.

¿No era mejor no matar a nadie y ser un poco más tolerante? ¿Dejar de arruinar al país con mentiras bancarias? ¿Procurar no perjudicar a la mayoría en vez de beneficiar a tan pocos con tanta codicia marrana y política asesina con los pobres y los débiles? ¿Rebajar la desigualdad? ¿Arreglar problemas en vez de enconarlos? ¿Ir uniendo a España cada vez más en vez de resquebrajarla con cada vez más corrupción y menos democracia? ¿Abandonar la política como agencia de colocaciones y "qué hay de lo mío? ¿Dejar de burlarse de una "ley" que trata con tanta ternura a Rajoy y a los poderosos de buena y "real" familia, y con tanta crueldad a tres millones de españoles que han entrado en la clase baja? ¿Tener un poco de honradez, de honor, de vergüenza?

Preguntas retóricas para políticos retóricos. El papa Francisco ha dicho que se reconoce al demonio porque es un charlatán y nos confunde a todos. Que aparece como un pesado una y otra vez hablando de lo mismo. Como los políticos en los debates... O algún troll

Más de algún alumno con malas notas y familia menos afortunada habría merecido más la "beca" que le dieron a Froilán en Estados Unidos por tripitir segundo de ESO; y ahora que este afortunado joven ha entrado ya en una cara universidad, alguien tendría que sentir vergüenza, pues estando en la línea sucesoria de la Corona tendría que haber cursado "garantía social" con otros ninis por dar ejemplo, como Tomás Moro, el imperativo categórico de Kant o la madre que lo parió, que según dicen fue la "voluntad general" de Rousseau. Ah, ya, que Rousseau no era monárquico, ustedes perdonen.

Sí; aquí la única voluntad general es la de un gallego providente con un millón de muertos por justificar y demasiada mierda para olvidar. El día que la limpien de verdad habrá nacido, sí, una nueva España de la que podríamos sentir legítimo orgullo. 

Y no creer en ello, como ya no creo, no impedirá que la gente siga esperando que ocurra, porque Franco y sus sucesores murieron en la cama, no como Tomás Moro. Los que murieron en atentados de toda índole merecían algo más que tanta mierda y tan poca vergüenza. Casi como lo que ocurrió con otro Moro, Aldo, en un país que ya parece incluso más limpio que este.

Citas de extranjeros sobre la nación española

«Si al menos fueran extranjeros los enemigos de España, todavía. Pero no. Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles» (Amadeo de Saboya mientras se largaba de aquí).

Tal vez sea el verdadero origen de otra cita, esta vez apócrifa, atribuida a Otto von Bismarck: "Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido".

Estanislao Figueras, primer presidente de la I República: "Señores, voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!". Luego dijo que se iba a dar un paseo y huyó a Francia.

‘España es un país que juega siempre fuera de casa’, del periodista Manuel Jabois

‘España es un país inculto que alardea de ser inculto’, por Arturo Pérez-Reverte.

‘España es una pantalla del Resident Evil que nadie se pasa’, la frase es del periodista Pedro Simón

‘España es como ese gato que nunca encuentra la postura’, del periodista y profesor Oriol Vidal-Aparicio 

‘España es un señor dando de comer a los patos, apoyado en el cartel de prohibido dar de comer a los patos, quejándose de lo gordos que están los patos’ del tuitero Mr. Pink


Desastre económico actual

Joaquín Estefanía, La sociedad del descenso, 17 DIC 2017

Todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en España con las pensiones (pierden poder adquisitivo), la dependencia (no llegan las ayudas a miles y miles de afectados) o el seguro de desempleo (apenas lo cobra poco más de la mitad de los parados). También se conoce el continuo deterioro de la sanidad pública (listas de espera, situación de las instalaciones, personal escaso y agotado), etcétera. En este contexto, la oficina de estadísticas de la Unión Europea (UE) nos da la puntilla: en 2016 ha bajado la presión fiscal (el indicador que mide la proporción que supone la recaudación de impuestos respecto al Producto Interior Bruto) respecto a la de un año antes (34,1% del PIB frente al 34,5% de 2015), y se queda siete puntos por debajo de la media de la eurozona.

¿Cómo es posible tal desequilibrio en la política de nuestro país, contradictoria además con las campanudas declaraciones que todos los días hacen los principales dirigentes y ministros del partido gobernante? La tercera pata de esta situación, que se podría calificar por una vez con el tópico de kafkiana, también la proporciona Eurostat: el gasto social en España está por debajo de la media europea (24,7% del PIB frente al 29%) y por debajo, por ejemplo, del porcentaje de gasto social de dos países intervenidos por la troika en los años de la Gran Recesión, como son Grecia y Portugal. En este caso los datos son de 2015, último año del que se disponen estadísticas europeas. En ese porcentaje se incluye el dinero invertido en pensiones, desempleo, prestaciones familiares y para la infancia, exclusión social y dependencia.

Hace tiempo que la retórica del PP (ya que no la realidad) trata de convencer a la ciudadanía de que se trata de un partido compasivo con los débiles, que no está entre sus objetivos debilitar el welfare y que los recortes en los servicios sociales desde el año 2008 correspondían a una situación de emergencia y no a motivos ideológicos. No siempre fue así. Hace unos años, en un libro titulado Libertad y solidaridad, José María Aznar hacia la siguiente reflexión textual: “Sólo aspiran a un resurgimiento del Estado de Bienestar quienes siguen deseando ese modelo dirigista. ¿Merece entonces la pena hablar del Estado de Bienestar? Es necesario hacerlo porque hay algo incuestionable: el Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual. Tenemos que tenerlo muy claro: el Estado de Bienestar se ha hundido sólo por su propia ineficiencia y anacronismo. Al llegar a este punto es difícil evitar una sugerencia electoralista: ¿qué encubre el debate apropiado y mantenido por los socialistas sobre el Estado de Bienestar? Un complejo de inferioridad”.

A la vista de los datos y de la coyuntura en la que se encuentran los capítulos citados de la protección social se podría concluir que el aznarismo es más profundo en el PP de lo que se dice. Está encubierto. Y en cualquier caso, por hache o por b, España se encuentra comprendido en esa "sociedad del descenso" de la que habla el analista alemán Oliver Nachtwey (Paidós Editorial). Un país deforme.

Entrevista a Antonio Escohotado

Entrevista de Jorge G. García a "Antonio Escohotado": “Cuanta más inteligencia desarrolle un robot, mejor para el ser humano” en El País, 15-XII-2017: 

El filósofo, autor de la obra icónica ‘Historia general de las drogas’, disecciona el mundo tecnológico que nos rodea y comparte sus pensamientos sobre androides y la inteligencia artificial. Ha publicado toda su obra online en su web La Emboscadura
Madrid  18 DIC 2017 - 09:09 CET

Desde el retiro en un pueblo a unos 35 kilómetros de Madrid, el filósofo Antonio Escohotado (Madrid, 1941) huye del mundanal ruido para seguir la escondida senda de la sabiduría, como ya escribiera Fray Luis de León en su Vida retirada. Detrás de una pantalla de ordenador y rodeado por estanterías repletas de libros agolpados, el autor de la celebérrima Historia general de las drogas discurre sus días divulgando su pensamiento hasta por las redes sociales. Fumador empedernido, cae un cigarrillo detrás de otro, como un pitillo inagotable, deja silencios reflexivos antes de responder a cualquier pregunta. Hace 50 años lo entrevistaron con su padre. Como si del eterno retorno de Nietzsche se tratara, ahora le ocurre lo mismo; pero, en esta ocasión, con él como progenitor y con su hijo llamándole Escota.

¿Cómo fue su llegada a las nuevas tecnologías?

Serendipia pura. En el caso del teléfono móvil, por pura necesidad. Comencé a darme cuenta de que no tenía que peregrinar a las bibliotecas y librerías para encontrar libros. El 99,9% ya estaban en la red. Con respecto a las redes sociales, me las montó mi hijo Jorge y gracias a él estoy ahí dentro ahora.

¿Comprende que haya miedo a la robótica?

No. Como en tantos otros campos, tener miedo y alarmar alimenta la industria amarillista que convirtió en multimillonarios a Victor Hugo y Dickens, supuestos testigos del mundo real. Bien porque parece más vendible, o porque el resentimiento se apoderó del ánimo, ver el lado malo de los asuntos crece a costa de la objetividad, como demuestra Steven Pinker en su monumental y reciente estudio sobre la violencia. Resulta que en todos los órdenes –individual, familiar, social- no alcanza un 10% de la prevaleciente hace un siglo, pero los llamados medios de información dedican una línea a noticias como esa por cada mil centradas en catástrofes. ¿Por qué lo llaman información? Puestos a buscarle causas, la primera podría ser la maldita manía de manipular la mente ajena.

¿Debería existir una ética de la inteligencia artificial?

La única es asegurarse de que piense ecuánimemente, no para confirmar sofismas –bien identificados ya por la lógica aristotélica- sino para acumular inteligencia objetiva. Cuanto más predomine lo razonable y razonado mejor nos irá, aunque el folletín venda en teoría más.

¿Considera que los robots pueden ser más racionales que los seres humanos?

El ataque que pueda protagonizar un androide a la especie homo sapiens solo puede dirigirse a sus facetas irracionales, mostrando cuánto le falta para ser sapiente en vez de demente a ratos. Y es lo que necesitamos. La voluntad se obstina en someter a la inteligencia con dogmas y otros embustes, pero mientras ella duerme el espíritu objetivo sigue tejiendo su malla de innovación e invención. Los despiertos solo supuestamente se aprovechan de esa malla sin identificar la libertad como su origen, y pagan su afán de control recelando por ejemplo de la química -¡los paraísos artificiales!- y de la genética, donde ya están prohibidas cosas hoy por hoy imposibles. El miedo sigue teniendo muy buena salud, pero sospecho que la robótica no acabará de darle motivo.

¿En qué cree que los androides pueden ayudarnos?

En la zona pasional. Seguimos en buena medida a merced de impulsos como los celos, o un fratricidio disfrazado como anhelo de limpieza social, racial e ideológica. ¿Qué hacer con los émulos de Caín? Quizá una inteligencia no lastrada por la inercia de cerebros reptilianos descubra modos de mejorar en ese orden de cosas.

¿Qué entiende por innovación?

Convertir la potencia en acto, una ley de vida. No le falta componente de violencia, porque actualizar equivale a dejar atrás, como unas células sustituyen a sus predecesoras, sin evitar con ello la finitud general de cada organismo. Pero sin innovar no habría llegado a nacer.

¿Y siempre tiene que ser violenta?

Querríamos lo contrario, pero no hay otro modo de mitigar la coerción que partiendo del realismo. Estudiando y sabiendo ampliaremos la paz, pero la pretensión de alguna vía suavecita y políticamente correcta olvida que la realidad procede a saltos, como dirían los cuánticos.

El miedo sigue teniendo muy buena salud, pero sospecho que la robótica no acabará de darle motivo.

¿Le interesa la física cuántica?

Mucho, pero quizá se quedó empantanada desde finales de los años veinte, cuando Einstein advirtió que se permitía divorciar formulación e intuición. La obra de Dirac, en particular, muestra cómo convertirse en orientación canónica descarga de apelar a los sentidos, como si lo real pudiera perseguirse desde entonces con números sobre números.

¿La computación cuántica le parece diferente?

No tengo ni idea de ese campo específico. Solo me pregunto, ¿dónde están las imágenes cuánticas? ¿Nos ayuda a entender el mundo pasar de las tres dimensiones a n dimensiones? Prigogine y Mandelbrot aportan un formidable caudal intuitivo a sus investigaciones, pero no veo nada parecido en la teoría de las supercuerdas. Solo percibo autoconfirmaciones de hipótesis.

¿Los conclusiones cuánticas son erróneas?

Dios me libre de pontificar. Me quejo solo de los resultados, porque nada me dice que el electrón no sea un punto sino una cuerda con forma de lazo. Dada la formidable cantidad de observaciones ¿cómo no se traducen en una visión más nítida? Estudiar de cerca cualquier periodo histórico, por ejemplo, galvaniza y altera todo cuanto pensaba antes de hacerlo. ¿Por qué no ocurre algo análogo en física?

¿Cómo se imagina el futuro que está por venir?

Puestos a imaginar, y considerando que la función crea al órgano, lo ocurrido con el vello, las uñas y los dientes quizá anuncie cambios morfológicos más radicales, apoyados sobre el progreso técnico. ¿Para qué dos piernas, dos brazos, incluso un aparato digestivo y respiratorio, si el medio deja de ser inclemente y podemos dedicarnos a sentir y pensar libremente?

‘La emboscadura’, el pensamiento digital de Escohotado

La expansión del pensamiento del filósofo Antonio Escohotado carecería de sentido sin la figura de su hijo, Jorge. Gracias a las redes sociales se dio cuenta de que toda la obra de su padre antes de Historia general de las drogas estaba descatalogada o a precios desorbitantes. Para corregir este rumbo, decidió abrir la página web. “En los contratos con las editoriales no aparece nada con respecto al libro electrónico y decido digitalizar toda la obra”, argumenta. Con esta iniciativa, ha conseguido que todas las trabas para llegar a un mercado como el sudamericano por la logística de los envíos queden en un segundo plano. “No se trata de oportunismo, sino de desidia de las editoriales, que no todo son bestsellers”, zanja.

Para comprender qué ha llevado a Jorge a volcarse con la red, pone un ejemplo muy gráfico de cómo un hacker pretendía apropiarse de la obra de su padre. “Un pirata argentino hackeó Historia general de las drogas y la estaba comercializando. Si hubiera sido gratuita, no habríamos hecho nada, pero ahora le hemos dado de su propia medicina utilizando su versión con algunas adaptaciones. No creo que se atreva a denunciarnos (risas)”, explica. Para el año que viene, el reto tecnológico que afrontará es el de la impresión bajo demanda. Con el fin de evitar los gastos de almacenamiento, buscará alianzas en todos los países del mundo hispanoparlante para que, en 72 horas, el lector tenga el libro que desea de Antonio Escohotado.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Inéditos de Francisco Umbral

P. Unamuno, "Umbral inédito: contra el Ejército, la Iglesia y los ricos en 'El hijo de Greta Garbo'", en El Mundo, 17 de diciembre de 2017:

El monólogo teatral es el último texto rescatado del escritor y ex columnista de EL MUNDO

Son 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones a mano y apenas correcciones

Pocos autores se hallan tan vivos, literariamente hablando, en los años posteriores a su muerte como lo está Francisco Umbral cuando se cumple una década de la suya. Por un lado, tenemos el creciente caudal de significaciones de una obra extensa y brillante. Por otro, los textos inéditos que ven la luz periódicamente y aquellos otros que aún aguardan en el sótano de la dacha de Umbral en Majadahonda, donde los custodia su viuda, María España Suárez.La profesora de la Universidad de Pau Bénédicte de Buron-Brun, que visita a España dos veces al año -verano y navidades- y pone orden en los cajones atestados de papeles, es la artífice de estos descubrimientos, el último de los cuales es el monólogo teatral El hijo de Greta Garbo, escrito al parecer por Umbral justo después de que terminara la novela del mismo título de 1982.Se trata de un texto de 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones añadidas a mano por el autor y muy pocas correcciones, como era habitual en él, porque -como explica María España a EL MUNDO- pensaba mucho y cuando se ponía a escribir parecía simplemente «trasladar al papel lo que tenía en la cabeza», lo cual que invertía en redactar un texto casi lo que se tarda en teclearlo.De Buron-Brun nos advierte de entrada que el inédito es una seria «diatriba» contra los estamentos militar y, sobre todo, religioso que podía haber levantado ampollas en su momento (y aún hoy) de haberse publicado, extremo que verificamos horas más tarde al leer pasajes como éste: «Ustedes los curas matan gente, cada bendición de usted ha matado unos cientos de niños (...) en la guerra y la postguerra, o sea la represión».En el monólogo, Clara es una chica de provincias que llega a Madrid y trabaja como secretaria de Azaña, con cuyas ideas comulga. Entabla relación con Alejandro, joven culto y escritor sin obra, como buen dandi, que acaba muerto por sus ideas políticas; al tiempo que él, fallece el hijo que esperaban, y ambas víctimas operan en la mente de Clara a modo de símbolos de su sueño fallido, «el de don Manuel, la Xirgu (...), la República, la libertad, los versos de Federico, al amor».Entre acordes que van de Las tardes del Ritz a Lilí Marlen y el Cara al sol, Clara carga contra quienes aniquilaron sus esperanzas y la condenaron a vender su cuerpo a un prohombre del régimen, esto es, «la Iglesia, el Ejército, la Falange y los ricos propiamente dichos, que son los que han ganado», escribe Umbral.En uno de los fragmentos más luminosos de la obra, la protagonista única dice a Alejandro y al público: «Perdimos la guerra porque nosotros defendíamos un sueño y Franco defendía unas tierras, unos latifundios, unos Bancos (...). Nuestra España era un poema y la de ellos es una cuenta corriente».

A pesar de compartir título, el monólogo difiere bastante de la novela El hijo de Greta Garbo, una remembranza de la madre del propio escritor -izquierdista y madre soltera en la posguerra y en una capital de provincia- en la que es legítimo advertir «la cifra del universo tierno y duro, materno y huérfano, de todo el ciclo novelesco umbraliano de la infancia y la provincia», como señaló en su día Miguel García-Posada.Eduardo Martínez Rico, autor de una tesis doctoral y dos libros de entrevistas con Umbral, recuerda la afición del vallisoletano a reciclar los títulos cuya sonoridad le agradaba. Así se explicaría que eligiera éste para una pieza teatral que no guarda demasiada relación con la novela, y que por tanto no supone un spin-off de ésta sino únicamente una especie de variación sobre el mismo tema.En cuanto a la elección del formato de monólogo, Martínez Rico pone de manifiesto que la creación más aclamada de Umbral, Mortal y rosa, publicada siete años antes, «puede verse también como un monólogo» que trata, además, sobre la muerte de un hijo: el de Umbral y María España en la realidad, el de Clara y Alejandro en El hijo de Greta Garbo.La viuda del narrador vería con buenos ojos que «alguien se animara» a poner sobre las tablas este monólogo inédito tan asombrosamente bien escrito. Quedan muy lejos en el tiempo -y él ya no puede sufrirlas- las críticas que recibió el bautismo teatral de Umbral en un proyecto colectivo de 1978 llamado Cabaret político y compuesto por las obras Don Tancredo, de Carlos Luis Álvarez, Cándido; La Bella Otero, de Manuel Vicent, y Los felices cuarenta, de Umbral.Enrique Llovet, por ejemplo, masacró el intento y dijo no perdonar a ninguno de los tres autores «la frivolidad, la ligereza o el desdén» con que se habían acercado a la expresión dramática; del responsable del montaje, Antonio Guirau, afirmó que «no pagaba con la vida» haber hurtado la «ayuda técnica» que exigían unos textos «dramatúrgicamente débiles» que tomaban «la más zafia, la más roma, la más torpe de las direcciones».Umbral era el único de la terna que salvaba los muebles, a ojos del crítico. Su pieza era la más lograda porque, «de algún modo, los personajes comparecen y median entre el autor y nosotros. Resuenan los ecos de las Canciones para después de una guerra [como en El hijo de Greta Garbo monólogo] y funciona la nostalgia», señalaba.Quién sabe si sería el momento de probar suerte con otra obra teatral de Umbral. Mientras la oportunidad se presenta o no, Bénédicte de Buron-Brun prosigue con su doble tarea de divulgar la obra conocida del escritor y de desempolvar cuando viene a Madrid la que duerme en el sótano de la casa de María España. El día de nuestra entrevista, la profesora acaba literalmente de pasar a máquina un guión televisivo inédito de Umbral, Los pájaros de mamá, a un paso de resultar ilegible por degradación de la tinta. En cajones de material ya ordenado y guardado en la planta principal de la dacha, se hallan escritos susceptibles de publicación como los dedicados a Rubén Darío y el extenso ensayo sobre el nacionalismo de cuya existencia ya tenía noticia Eduardo Martínez Rico cuando frecuentaba la casa a principios de los años 2000.

Javier Marías y el nacionalismo

¿Nunca culpables? Javier Marías 17 DIC 2017

El independentismo es tan legítimo como cualquier otra opción. El problema es cómo se lleva a cabo la secesión y en manos de quiénes se pone el Estado.

LOS PUEBLOS o los ciudadanos nunca son culpables de nada, suele decirse. (También hay quienes aseguran que jamás se equivocan, pese a que el mundo y la historia estén llenos de gravísimos casos de meteduras de pata, el más reciente la elección de un patán racista para la Casa Blanca.) Pero ya lo creo que lo son, culpables. Otra cosa es que su culpabilidad carezca de consecuencias, o sólo les acarree el castigo de padecer durante cuatro años a los criminales o imbéciles —bueno, lo uno no excluye lo otro— a los que han votado. Claro que a veces, como en los actuales casos de Venezuela o Rusia, esos cuatro años se convierten en veinte y los que te rondaré: algunos políticos, una vez instalados y con mayoría parlamentaria, la aprovechan para suprimir o adulterar las elecciones o “abrir un proceso constituyente”, esto es, instaurar una nueva “legalidad” que los perpetúe en el poder y los beneficie. Pero en fin, a la primera, los pueblos pueden escaquearse de su responsabilidad arguyendo que fueron engañados por sus elegidos.

A estas elecciones se presentan los mismos individuos balcanizantes y totalitarios que han obrado sin escrúpulos desde 2015. Quienes los voten ya saben a qué se atienen

El pueblo o los ciudadanos catalanes no podrán esgrimir esta excusa dentro de cuatro días. Durante los dos años y pico transcurridos desde sus anteriores autonómicas han visto cómo ya el resultado de éstas fue falseado: los partidos independentistas alcanzaron el 47% o 48% de los votos, y sin embargo eso fue para ellos “una mayoría clara” que reclamaba la escisión de España, “un mandato” que se han limitado a obedecer, enviando a la inexistencia al 52% de los votantes. No sólo han borrado a éstos, sino que los han arrinconado y acosado, los han purgado de las instituciones y aun del Govern si se mostraban “tibios” (recuérdese al conseller Baiget, que se dijo dispuesto a ir a prisión pero no a perder su patrimonio, y eso ya bastó para que se lo considerara “desafecto”). Luego, todas sus actuaciones han sido y siguen siendo de un cinismo que ha superado al que hemos sufrido por parte del PP durante lustros, y que en verdad parecía imbatible, lo mismo que su nivel de falacia. ERC, PDeCat y CUP han mentido sin cesar en todo. Las empresas se pelearán por establecerse en la Cataluña independiente, y el mero amago ya ha llevado a casi tres mil (incluidas las principales) a cambiar la sede social o fiscal o ambas. Ni un minuto estaremos fuera de la Unión Europea, y todos los países miembros les han dado la espalda. Seremos más prósperos, y ese mero amago ha hecho descender el turismo y el comercio, ha llevado a los teatros y cines casi a la ruina, ha rebajado la producción, ha hecho salir dinero a espuertas y ha enviado al paro a los más pobres, camareros y “kelis” a la cabeza. Seremos como Dinamarca, y las perspectivas económicas de la república apuntan a convertirla en un gran Mónaco (es decir, un inmenso casino), una gran Andorra (es decir, un inmenso paraíso fiscal) o, para la CUP, una gran Albania de los tiempos de Hoxha (es decir, una inmensa cárcel con economatos).

Pero bueno, cada cual es libre de desear lo que quiera. El independentismo es tan legítimo como cualquier otra opción. El problema, desde mi punto de vista, es cómo se lleva a cabo la secesión y en manos de quiénes se pone el nuevo Estado. A estas elecciones se presentan los mismos individuos balcanizantes y totalitarios que han obrado sin escrúpulos desde 2015. Quienes los voten ya saben a qué se atienen, no podrán decir “Ah, yo no sabía” ni “Ah, es que me engañaron”. Quienes suelen abstenerse en las autonómicas, también, ya no podrán decir “Ah, yo me inhibo” ni “Ah, es que todos son iguales”. Estas elecciones vienen tras una emergencia. Los independentistas exigen que el Gobierno central se comprometa a aceptar los resultados si son contrarios a sus intereses, pero eso mismo habría que exigirles a ellos, y no parecen dispuestos: si pierden, las considerarán ilegítimas; si ganan, aducirán que han realizado una proeza, pese a las dificultades. Y ya hablan de posibles pucherazos, quienes cometieron uno flagrante el pasado 1-O, dando por válido un pseudorreferéndum controlado por ellos y sin la menor garantía.

Hay que reconocer que, si se eclipsaran, echaríamos de menos a sus líderes, que han resultado de lo más entretenidos. Oír los disparates y vilezas del lunático Puigdemont, de la difamatoria y melindrosa Rovira, del beato Junqueras, de la autoritaria y estólida Forcadell, del achulado Rufián y del aturullado Tardá ha sido como tener una entrega diaria de aquellas viñetas del gran F. Ibáñez, “13 rue del Percebe”. Y escuchar las verborreicas incoherencias malsanas de Colau (más que ambigüedades) ha sido como una ración de Cantinflas a diario, aunque los jóvenes ya no sepan quién era Cantinflas (un mexicano liante, lo encontrarán en YouTube, seguro). Pero la diversión tiene su límite cuando lleva aparejado el suicidio. No sólo el político. También el económico, el de la convivencia, el de la libertad democrática y el del decoro. Para convertirse en un país indecoroso no hay excusa. Que se lo pregunten a Austria cuando, recorriendo el camino inverso, perdió su nombre y pasó a llamarse Ostmark durante siete años. Fue por voluntad de su pueblo o de sus ciudadanos.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Moby Dick

Kiko Amat, "Clásicos latosos| 1. ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’? Kiko Amat hace un resumen de algunas de esas grandes obras de la literatura que seguro que ustedes no tienen intención de leer", El País, 15 DIC 2017

¿Conviene leer los clásicos? Más aún: ¿conviene leerlos hasta el final? Kiko Amat se sacrifica por sus lectores y, en esta nueva sección, procede a leer (a veces por segunda vez) una selección de todos esos grandes clásicos de la literatura universal que ustedes no tenían la menor intención de empezar, especialmente si fuera hacía bueno. La serie arranca con Moby Dick, de Herman Melville.

Moby Dick es “uno de los libros fundamentales de la historia de la literatura universal”[1]. Se publicó en 1851 y, pese a representar un rotundo descalabro comercial para Herman Melville, también le consagró (con los años) como uno de los padres de la novela literaria moderna (en su modalidad académico-impenetrable). Melville fue pionero de varias cosas, como inventar el peinado hipster o lastrar los escritos con alusiones literarias hasta que se hundían en el fango. Melville, a la sazón, se hundió del mismo modo que esta novela, así que tal vez no proceda colocarle el pie en la glotis. El pobre hombre terminó sus días ignorado, obsoleto, gruñendo a los sirvientes, abucheado en conferencias, reñido con Hawthorne y, peor de todo, escribiendo poesía. Su legado no cambiaría de signo hasta que su cuerpo empezó a convertirse en fertilizante y una extensa legión de discípulos post mortem, aún más pomposos que él pero igualmente incontinentes, rescató su obra del olvido.

Procede admitir que Moby Dick es una GRAN novela, del mismo modo que el Titanic era un GRAN barco. Desde luego es sobrecogedora y quita el aliento, como una montaña tibetana que no estamos seguros de poder conquistar sin que perezcan sepultados la mitad de los sherpas. Moby Dick es el castillo escocés, envuelto en almenas redundantes y repleto de corrientes de aire, cuyo volumen puedes admirar por un segundo entre la neblina pero al que jamás te mudarías. Todo en él es desmesura, empacho e incordio. Posee la gravedad irrespirable de un planeta hostil. Moby Dick no es un libro somnífero, eso es cierto, pero solo porque es demasiado irritante. Leerlo es como escuchar un discurso de Fidel Castro, si el líder cubano hubiese sido maldito con una estridente voz de pito: un tono que detestas, con chirrido de dientes añadido, y que durante ocho horas impide que puedas siquiera descabezar un breve sueñecito.

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión

La novela empieza con más de 80 citas, lo que ya nos alerta de la incapacidad patológica de Melville para la concisión. Dejando de lado mi teoría de que, a más citas, peor novela (las citas buscan compensar el bodrio que va a caer), está lo de tratar al lector de memo, de buenas a primeras y sin antes haber sido presentados. Melville se fía tan poco de nuestro coeficiente intelectual que a modo de primera cita coloca una descripción de diccionario de la palabra “ballena”. Su acción se asemeja a la de un cómico que nos describiera con gran detalle la composición química del metano antes de contar un chiste de pedos. Destruye el propósito inicial y nos arranca de cuajo las ganas de leer, antes incluso de empezar con la primera página.

Moby Dick es largo. Muy largo. Criminalmente largo. Ya lo habrán comprobado por la lista de contusiones que provoca su lanzamiento a cara ajena. Pónganlo de perfil y observen sin temor al monstruo: la edición de Clásicos Universales Planeta se extiende durante 619 páginas. 620 si incluimos el traicionero epílogo de una página que se halla al volver la última (Melville consideró que aún le quedaba algo por decir; estoy convencido de que escribió el epílogo en el carromato, camino de la imprenta). Pero la cantidad de resmas de papel utilizadas no es, en sí misma, un obstáculo para finalizar una novela. He leído tochos que pasaron en un suspiro. El Papillon de Henri Charrière tiene, en la edición que poseo, 690 páginas, pero uno ni se da cuenta y lo ha terminado. Moby Dick no. En Moby Dick cada página duele, como el movimiento de un péndulo que nos acercase, tictac a tictac, al cadalso.

Una de las razones de esa farragosa lectura es, sin duda, la digresión. Algunos malintencionados críticos ingleses llaman a Jonathan Coe el “rey de la digresión”, pero les garantizo que, al lado de Melville, Coe no es el rey, ni siquiera el príncipe; es un mero mozo de letrinas. Uno no sabe lo que es irse por las malditas ramas hasta que lee Moby Dick. Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson. El autor, según parece, padecía de esa rara disfunción del lóbulo frontal por la cual todo recuerda a algo; cada objeto es un símbolo de otra cosa. Un símbolo, por añadidura, que a menudo resulta asaz oscuro para el lector moderno: “Aquel quinqué le hizo pensar en la pascalina de su abuelo. Tenía forma de fundíbulo, del tipo que utilizaban en el imperio de Trebisonda” [2]. Dios del cielo. Modernízate, Melville. O tu arcaico mascullar resultará intraducible para la gente del futuro.

 ¿Por qué estamos obligados a leer un tostón como ‘Moby Dick’?
Para mayor perversidad, el autor coloca sus fugas y remembranzas seniles en los momentos más inoportunos. Un ejemplo entre muchos: tras el capítulo XLI, 'Moby Dick', uno de los más memorables y apasionados, viene el XLII, 'La blancura de la ballena'. En él, y a lo largo de diez páginas, Melville alcanza a meditar extensamente sobre la blancura como concepto, aventura hipótesis abochornantes sobre “el señorío ideal” del hombre blanco sobre “todas las tribus oscuras” y lista, durante cuatro páginas llenas de palabras de margen a margen, todas las cosas blancas que le vienen al magín, tanto de índole positiva (corceles blancos, albatros, “mármoles, cornelias y perlas”…) como repelentes o peligrosas (hombres albinos, tiburones blancos, etc.). Es como estar encerrado en un ascensor con Rain Man.

Resulta exasperante, aunque la intención era buena. Para empezar, al contrario que muchos escritores actuales que vienen del linaje universidad-periodismo-literatura-muerte, Melville había vivido mucho y tenía más batallitas en su haber que un viejo lobo de mar. Era un viejo lobo de mar, de hecho. El típico vejete tatuado en camiseta imperio que toca el acordeón en la tasca portuaria, tiene habitantes en la barba y entretiene a los borrachos con enrevesadas trolas sobre krakens, sirenas o atunes parlantes.

Su gozo del rollista, inseparable de la condición de ballenero jubilado, venía azuzado por esa pasión didáctica tan típica del XIX. Sí: Melville quería la escolarización universal. Anhelaba enseñarnos aunque fuese a hostias, como un maestro anticuado en una escuela de pueblo. A mitad de una trepidante escena de caza que es todo arpones, sangre y blasfemias navales, y que nos tiene en vilo, Melville se ve empujado a remachar el punto y aparte más inconveniente de la historia, y continuar de este jaez: “Una palabra o dos sobre este asunto de la piel o grasa de la ballena. Ya se ha dicho que se le arranca en largas piezas…”. El lector avezado ya habrá intuido que, en el caso de Melville, esas palabras son como el grito que avisa de la llegada de los vikingos: una señal para que abandonemos toda esperanza de seguir con la aventura y nos preparemos para cuatro páginas de antropología, deontología, etnografía e historia de la pesca desde que el primer hombre de Neandertal ensartó por error una trucha en un palitroque.

“La alusión a los marcados y palos de marca en el último capítulo”, avisa, dejando a un lado el acordeón y mirando al infinito mientras se atusa la barba, algo más adelante, “obliga a alguna explicación sobre las leyes y reglas de la pesquería de ballenas”. Uno casi puede escuchar el suspiro de frustración de los alumnos, que ven cómo la hora de recreo ha sido sustituida por un examen final de álgebra. Melville, salta a la vista, no cesará hasta que nos sepamos de memoria la legislación de la Comisión Ballenera Internacional. Un capítulo entero, el titulado 'Cetología', ni siquiera trata de disimular su condición de tratado con un par de diálogos o la aparición de algún grumete con mutilación pintoresca. No: es solo ensayo. Con muchas cifras. Moby Dick es el coitus interruptus más prolongado de la literatura.

Melville se entronca en reminiscencias kilométricas a la mínima de cambio, un poco como el abuelo Simpson

Y entonces está lo del desaprovechamiento criminal de uno de los mejores personajes de ficción de todos los tiempos. Hablo, por supuesto, del capitán Ahab. Aquellos de ustedes que no hayan leído Moby Dick tal vez asuman, por el peso que el nombre de Ahab acarrea en la cultura universal, por su calidad de arquetipo e icono, y por su aparición en un inolvidable capítulo de Futurama, que el capitán loco pasea por más páginas que el resto de personajes. Por puro sentido común, vamos. Si yo fuese el escritor de Moby Dick me aseguraría de que ese fulano quien, con ojos de orate, escupe cosas como “¿Desviarme? No me podéis desviar, a no ser que os desvieis vosotros (…) ¿Desviarme? El camino hasta mi propósito fijo tiene raíles de hierro, por cuyo surco mi espíritu está preparado para correr (…) ¡Nada es obstáculo, nada es viraje para el camino de hierro!”… Me aseguraría, como decía, de que alguien con esa boquita apareciese todo el rato.

Melville, por el contrario, se ocupa de impedir que Ahab aparezca más, como un director del viejo Hollywood saboteando a un actor comunista de la lista negra. ¿Se imaginan que Jesús en el Nuevo Testamento solo realizara un pequeño cameo hacia el final, como mercader de burros o acarreador de jofainas? Esa es la política Melville en lo tocante a Ahab. Y eso que, cuando aparece, suelta las mejores frases. Pero Melville le debe tener ojeriza, porque casi no puede esperar a cortar sus formidables soliloquios dementes para permitir la entrada de algún personaje secundario: Stubb. Flask. Starbuck. Pip. Ismael. Tashtego. Quiqueg. Incluso el “tercer marinero de Nantucket”, quien —como habrán observado— es tan menor que Melville ni se molesta en darle nombre. Todos hablan, beben, afianzan los trinquetes o expulsan ventosidades en el preciso momento en que su patrón abre la boca. Todos interrumpen al capitán a placer con plúmbeas observaciones náuticas o pequeñas remembranzas domésticas. Por el amor de Dios, hay momentos en que incluso Moby Dick, que por su condición cachalotesca solo emite bufidos indescifrables, parece tener más líneas de diálogo que Ahab.

Y ya que hablamos de cachalotes. En honor a la justicia quizás la novela debería llamarse 100.000 cachalotes anónimos (y un poco de Moby Dick). Pues el libro está plagado de cetáceos sin carácter ni rasgos diferenciales, que aparecen a centenares para ser arponeados y desollados, mientras Moby Dick, el mismísimo Leviatán, resulta más caro de ver que J. D. Salinger tras su mudanza a Cornish. Uno puede llegar a entender que, como en Alien: el octavo pasajero, se mantenga al monstruo en la semipenumbra para potenciar el intríngulis, pero Melville lleva el sistema a un extremo demencial. Es difícil imaginar una versión de Colmillo Blanco poblada casi exclusivamente por pequineses y chihuahuas, y donde el majestuoso semi-lobo que da título a la novela solo sacara el hocico en las últimas páginas, y de pura chiripa. Moby Dick es como un Das Boot con los submarinos en dique seco hasta los últimos diez minutos, o un Harry Potter que decidiese permanecer en casa de sus familiares muggles y no matricularse en Hogwarts hasta el libro octavo.

Este fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas

Ustedes se preguntarán, tras todo lo expuesto, por qué alguien querría leer Moby Dick de principio a fin, deteniéndose en todos los exasperantes apartes, notas al pie y mortíferas filípicas. Si incluso José María Valverde, el paciente caballero que en 1992 tradujo, introdujo y anotó la edición de Clásicos Universales Planeta, advierte en la contraportada de que el lector se quedará “algo aturdido” por su “larga navegación” lectora. Valverde utiliza un eufemismo, claro. Pues Moby Dick no aturde, noquea. Induce al coma. Hacia la página 200 al lector ya le ha brotado un tumor en la frente del tamaño de un melón cantalupo. Ese fárrago cementoso en forma de novela es imposible de cruzar, o vadear (si no es abandonándolo), sin perder la salud y la cordura, tal vez incluso ambas córneas.

Quizás ha llegado la hora de que admitamos que algunas novelas están anticuadas hasta la casi completa ilegibilidad. Después de todo, no intentamos volar en el “tornillo aéreo” que Leonardo da Vinci proyectó en 1848. Algo así sería un disparate. Nos limitamos a frotarnos el mentón mientras admiramos, algo escépticos, los planos originales. La misma perspectiva puede aplicarse a la novela de Melville: tan admirable y avanzada en su tiempo como superada y hermética hoy.

[1] Según Wikipedia. Y mucha otra gente. En su mayoría profesores universitarios.

[2] Me he inventado esta frase para ilustrar mi tesis.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Clubes de violadores

Una profesora me contó una vez cómo, saliendo de una discoteca a pie con una compañera a las afueras de cierto lugar, y yendo solas por el camino hacia la ciudad, se vieron de repente rodeadas por unos siniestros personajes que las llevaron adonde habían aparcado sus coches.

Por suerte, la tal profesora tenía mucho genio y una lengua viperina que consiguió disuadir al menos a uno de ellos de lo que pretendía hacer, porque lo conocía y le dijo que más le valdría que luego la matara porque no iba a quedar impune. Se valió de eso para que se las llevara de allí en su coche. Y bastante le costó que se llevara también con ella a la otra.

Tal vez parezca algo exagerado lo que voy a decir, pero los clubes de violadores podrían ser bastante comunes en España. El caso de "La manada" no me parece excepcional, conociendo lo que sabía y la discreción de las mujeres en esos respectos. En un país donde se viola hasta a las perras y luego se las defenestra por un barranco incluso parece bastante lógico, si es que posee lógica algo tan inanimal como inhumano. Haciendo un asqueroso epigrama de los que suelo, escribí hace tiempo que decir eso de que "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro" no es misantropía, es bestialismo. Donde tan difícil es crear una asociación para algo bueno para la sociedad entera parece normal crear una para odiar y "joder" a una parte de ella.

Conviene no hacerse excesivas ilusiones sobre nada. Ni siquiera nos queremos "correctamente" a nosotros mismos, porque somos unos entes tan patológicamente inseguros que ni siquiera sabemos quiénes somos, cuanto más qué llegaremos a ser y qué lugar nos está deparado en el mundo.

El sexo nos "liga" tanto como la religión, pero las ligas pueden también atarnos o asfixiarnos (en sentido abstracto, no en el de David Carradine). No solo es una forma placentera de compartir la intimidad; también es una forma de esclavitud, de adicción y de degradación. Pero por lo menos hay algo que sí podemos hacer y podría evitar bastante mal. El sexo heteróclito o caprichoso debería estar regulado y quienes lo ejercen de forma profesional deben sindicarse, pagar impuestos y cumplir las máximas normas de higiene y sanidad, por su bien, el de sus clientes y el de todos. 

Errores lingüísticos habituales

Miguel Ángel Bargueño, "17 disparates que cometemos todos los días con el español. En boca cerrada no entran moscas. Un consejo que los españoles, pasionales que somos, no tenemos en cuenta. Lo de dar patadas al diccionario es ya una opción de cada uno", en El País, 14 DIC 2017:

Somos animales sociales, nos pasamos el día hablando, y es comprensible que en nuestra desatada verborrea de vez en cuando se cuelen deslices. Otra cosa es ir por ahí dándole constantes patadas al diccionario, empleando con orgullo académico expresiones y palabros que en realidad constituyen una aberración. Hemos seleccionado algunos de los más habituales, y le hemos pedido a Juan Romeu, doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense y el CSIC, colaborador de la RAE y divulgador en la web sinfaltas.com, que nos indique por dónde hacen aguas y cuál sería la alternativa correcta.

Encima mío (o detrás tuyo)

Hay gente muy posesiva, qué le vamos a hacer. Sufren el complejo de ET: tienen su teléfono, su casa y su encima, como si el vacío que se cierne sobre su cabeza les perteneciera. También son generosos, y opinan que lo que tienes detrás es tuyo. Por desgracia, no es así. “Se recomienda evitar el uso de tuyo o mío con adverbios que no admitan tu o su delante”, decreta Romeu. “Así, como no se puede decir tu detrás o mi encima, tampoco se considera válido decir detrás tuyo o encima mío (y mucho menos detrás tuya y encima mía). Hay que decir detrás de ti y encima de mí. En cambio, son válidos al lado tuyo o en contra tuya porque se puede decir a tu lado o en tu contra”. No obstante, en su web matiza que si podemos decir a tu lado, tampoco sería un crimen decir a tu cerca.

Contra más

Contra más lo oímos, más nos subimos por las paredes. Pongamos un ejemplo: Contra más practico, mejor me sale. Estamos haciendo referencia al hecho de practicar mucho —cuantificando esa práctica—, así que lo lógico (y correcto) sería utilizar cuanto más. “Se justifica porque hay un sentido de oposición, pero no es un contexto en el que quepa la preposición contra. Tampoco se aceptan variantes como cuantimás, contrimás, contimás… Sí se acepta el uso de mientras (en el habla coloquial) y el de entre, típico de zonas como México y Centroamérica”, arguye el filólogo. El contra más también está muy extendido en el área de Mujeres, Hombres y Viceversa.

Bizarro

Esta es muy buena, porque quien lo usa quiere dárselas de cool y está quedando como todo lo contrario… por lo menos a día de hoy. Bizarre en inglés significa “raro”, pero si usas bizarro para describir ese cacofónico grupo de rock que has oído en Radio 3 estarás diciendo que es “valiente”, que es lo que significa en español (lo cierto es que osadía no les falta a algunos). Aun así, parece que el pulso entre modernos y la RAE ya tiene ganador. Lo explica Romeu: “En su origen, bizarro en italiano significaba ‘iracundo’, lo que pasó a ‘raro’ o ‘fantástico’ en italiano, pero a ‘valiente’ en español. El significado de ‘raro’ del italiano llegó al francés y al inglés, y hace no mucho al español, donde los pocos que conocían el término como ‘valiente’ dieron la voz de alarma. La RAE empezó censurando el uso de bizarro como ‘raro’, pero parece que, por la extensión del uso, ya lo va a admitir”.

Hay a veces que…

Propio de quienes piensan que enrevesar el lenguaje les hace más cultos. Hay veces que me despierto sobresaltado o A veces me despierto sobresaltado, pero las dos cosas juntas, no, por favor. “No es correcto porque haber necesita un nombre como complemento (hay leche). Decir Hay a veces que me da por reír sería como decir Hay de vez en cuando que me da por reír, lo cual tiene bastante poco sentido”, sentencia Romeu.

Ambos dos

Nuevo ejemplo de lenguaje pretenciosamente rococó que deja a la altura del betún a quien lo usa. Como explica la RAE, ambos significa ni más ni menos que “los dos, uno y otro”. Si queremos decir que dos personas se fueron de viaje, con decir ambos ya estaremos dejando claro que los dos hicieron las maletas. “Aunque algunas redundancias se pueden aceptar porque aportan algo, en un caso como ambos dos no parece que ambos aporte hoy nada que no tenga ya dos, por lo que es preferible o decir ambos o decir los dos”.

Cuanto menos

“En casos como La situación es, cuanto menos, complicada se debe usar cuando menos porque lo que se quiere expresar es ‘en la situación o en el momento en el que menos’, no ‘cuantas menos veces’. De igual manera que usaríamos cuando más y no cuanto más en Dice muchas tonterías y, cuando más (las dice), con dos copas de vino, no debemos usar cuanto menos en casos como el anterior”, expone el divulgador, autor también del libro Lo que el español esconde.

A nivel de

Se escucha hasta en el lenguaje periodístico: “A nivel de vestuario, los jugadores están con el míster”. Solo se puede usar cuando hablamos, de hecho, de niveles. Como explica Romeu, “no se debe abusar de a nivel de cuando no hay niveles o grados de una escala, sino simplemente diferentes áreas. Así, se puede hablar de a nivel de equipo, frente a nivel individual, pero tiene menos sentido hablar de a nivel de vestuario, sobre todo cuando simplemente se quiere decir en lo que respecta a o en lo que atañe a”.

Preveer

Nuestros sufridos oídos lo han escuchado hasta en forma de doloroso gerundio: preveyendo. Pocas cosas requieren una explicación más sencilla: prever significa “ver con anticipación”, y se conjuga exactamente igual que ver. Y todo porque tendemos a confundirlo con proveer. El experto nos ilustra acerca del origen de este disparate. “Aunque los dos verbos vienen de vidēre y podrían haber terminado en -veer, en prever (igual que en ver) se dio un paso más en la evolución y se simplificó la doble e. En cambio, proveer se quedó con la doble e. Por eso, prever se debe conjugar como ver (preví, previó, previendo…) y proveer como leer (proveí, proveyó, proveyendo…). Como curiosidad, aún se puede encontrar veer como forma desusada en el diccionario”.

La líbido

Si la sueltas así acentuada en los prolegómenos de una escaramuza sexual, tu amante pensará que, más que estar excitado, te ha dado un pasmo. Porque lívido (esdrújula y con uve) significa “intensamente pálido” o también “amoratado”. “El adjetivo lívido ha hecho que se pronuncie libido (‘deseo sexual’) también como esdrújula (líbido), aunque en verdad es llana”, indica Romeu. De una vez por todas: libido es tan llana como gemido o lamido. “La razón de que se pronuncien distintas se debe a que en latín la segunda i de livĭdus (de donde viene lívido) era breve, mientras que la de libīdo era larga”, aclara.

Totalmente gratuito

Si es gratuito, no lo es a medias. Según Romeu, “el español está lleno de supuestas redundancias que a veces pueden servir para dar énfasis o para precisar. Pasa con totalmente gratuito, que puede servir para aclarar que algo es gratis de verdad y no en apariencia, y en casos como lleno absoluto, otra alternativa, volver a repetir, concierto de música, arder en llamas… En español nos encanta dejar claro lo que queremos decir. De hecho, hay redundancias exigidas por la sintaxis, como la concordancia (Los hombres jóvenes vinieron), la duplicación de pronombres (a mí me gusta), la doble negación (no he ido nunca) o los casos de subir arriba, entrar dentro…”.

Surgió efecto

Estos engendros se conocen como malapropismos, y son muy comunes. “Se producen cuando una determinada expresión contiene una palabra que nos resulta menos familiar que otra a la que se parece (se dice que son parónimas). Así, como surtir es más rara que surgir, hay quien dice surgir efecto”. Esta expresión comparte desfachatez con estar en el candelabro o rebanarse los sesos. “Uno de estos casos, que es el uso de virulento (relacionado con los virus) por violento, está muy extendido. Se ha preferido la palabra rara, seguramente por expresividad”, añade Romeu.

En base a

Aquí base se utiliza con el significado de fundamento, término que no casa nada bien con la preposición a. “Lo normal es con base en”, opina el filólogo. “Por eso, dependiendo del contexto, se recomienda usar con base en o basándonos en o a juzgar por, sobre la base de, de acuerdo con...”. Su mejor sonoridad se impone en el uso cotidiano a su falta de sentido, y en eso el experto la compara a otras que tampoco lo tienen, como a medida que o al fin y al cabo.

Asuntos a tratar

Esta construcción y otras similares llevan ya un tiempo infiltradas en el español y están cada vez más asentadas. “Hay un uso de a raro (aquí por calco del francés) y se debe evitar, pero el problema es que la construcción es cómoda. La RAE recomienda evitar expresiones como temas a tratar, ejemplo a seguir. Mejor asuntos para tratar o, sencillamente, los asuntos que hay que tratar. "Pero va a ser difícil que se dejen de usar”, lamenta el experto. Y pone otros ejemplos: “Construcciones como camisa a rayas o falda a cuadros se consideran ahora tan válidas como camisa de rayas o falda de cuadros. Así que Hombres G cantaba bien cuando decía "voy a comprarme un jersey a rayas". Antes se desechaban por ser calcos del francés, pero hoy se van aceptando los distintos sentidos que la preposición a gana en español, lo que hace pensar que las construcciones del tipo de asuntos a tratar también se aceptarán”.

Y demás

Antaño decíamos etcétera, hasta que llegó Jesús Gil y, de un manotazo, implantó el y tal. Ahora ambas opciones han caído en desuso en favor de una expresión en boga entre los más jóvenes. Prácticamente todas sus frases terminan con y demás, incluso cuando no haya nada más que contar: He tenido que bajar al perro y demás, Fui a hacer unas fotocopias y demás… Como si quisieran enfatizar lo atareados que están. “Las muletillas son un clásico del español”, dice Romeu. “Ahora se usa en plan, ¿sabes? y, por lo que se ve, también y demás. Aportan poco, pero son necesarias en la comunicación oral. Las que insinúan que hay más de lo que se ha dicho aunque no lo haya son muy útiles para rellenar y hacernos los interesantes. Hay otras frecuentes como y eso o y esas cosas. Por supuesto, en el lenguaje cuidado es mejor evitar todo lo superfluo o poco informativo”.

Venir a ver esto

Recientemente, se ha hecho viral la imagen de un cartel en un baño en el que pone: Dejar limpio el inodoro. Como advierte Romeu, “en indicaciones generales, como carteles que no van dirigidos a nadie en particular, se admite el infinitivo. Es como si pusiera: Hay que dejar limpio el inodoro”. Otra cosa es decir a los compañeros de trabajo Venir a ver esto. “Es incorrecto porque estamos usando un infinitivo cuando es un contexto en el que hay que usar el imperativo”. Para no espantar a nadie, es mejor emplear Venid a ver esto.

No lo caigas

No es tan habitual, pero lo hemos escuchado: le damos un vaso a un niño para que lo lleve al comedor y le decimos: Ten cuidado, no lo caigas. Si lo que nos preocupa es que se caiga el vaso, lo recomendable sería Ten cuidado, no dejes que se caiga. El niño podría caerse él o tirar el vaso, pero en ningún caso caerlo. “Son usos muy bonitos, llamados causativos, de determinados verbos. No se pueden considerar incorrectos, porque los usos causativos han variado a lo largo del tiempo, pero se recomienda evitarlos en el español general, ya que puede haber mucha gente que no los entienda. ¡Pero son preciosos!”, ironiza el experto.

Lo primero, decir que…

Romeu reconoce que es una de las cosas que más le molestan del habla actual. “Es el uso independiente del infinitivo. Lo correcto es incluir un elemento que introduzca ese infinitivo: Me gustaría decir que…, Hay que decir que…, Sería conveniente decir que… Es una forma de mostrar esmero a la hora de usar la lengua”.