Hubo una época en que algunos políticos tenían vergüenza. Si se equivocaban, pagaban las consecuencias con su vida porque ellos mismos habían destruido vidas con su política. Iban al matadero por pura coherencia y sentido de la responsabilidad; eran una parte de un todo más importante. El honor era tan alto que no se podía pasar por alto la hidalguía, el juego limpio, la honestidad. Eran como los samuráis en Oriente. Hoy, cuando todo se compra y vende y el mundo se ha vuelto económico en vez de justo, cuando solo habita en el mundo el dinero y no los seres humanos, reducidos a seres virtuales, a ecos electrónicos atados de pies y manos por las redes en Internet, parece algo casi absurdo.
Se pudo escribir que Tomás Moro era un hombre para la eternidad o para todo tiempo, pero en este su sacrificio no tendría sentido. Era un católico coherente que llevó a la hoguera a seis protestantes, pero cuando se separó la Iglesia de Inglaterra no quiso huir a Francia, a España o a Roma. No se le ocultaba que tendría que rendir cuentas abajo y no solo arriba; él no diría, como el inquisidor de Borges, "Pude haber sido un mártir. Fui un verdugo". Después de haber sido verdugo, fue, efectivamente, un mártir: por pura coherencia.
Le exigieron firmar el acta de supremacía que reconocía el divorcio del rey Enrique VIII: con eso habría negado la autoridad del Papa sobre la Iglesia de Inglaterra. Y decidió no hacerlo a sabiendas de que acabaría ajusticiado por ello, ya que, si no lo hubiera hecho, el que quemó a seis protestantes no habría podido mirarse a sí mismo. Y así murió el fanático como los mismos fanáticos que ejecutó: con coherencia. En su época la gente no dimitía: iba al cadalso. Ingleses y franceses han enviado a ministros y a reyes al cadalso; pero nosotros somos un pueblo sin sentido del honor: pagamos a nuestros fanáticos una maravillosa jubilación. Ante el espectáculo de Tomás Moro el poeta latino Marcial (II, 80) se habría burlado con su famoso epigrama: "¿No os parece estúpido morir por huir de la muerte? / Non furor est, ne moriare, mori?". Pero Marcial era español. Y el cinismo tiene anchas y antiguas raíces en nuestro país, mayores incluso que el senequismo, al parecer. De hecho, entre nosotros fue necesario el senequismo popular para poder aguantar el cinismo de nuestros gobernantes. Se ha llegado a decir que este pueblo era muy superior a ellos... pero lo cierto es que no sabe exigirles responsabilidades. No es tierra de justicia.
¿No era mejor no matar a nadie y ser un poco más tolerante? ¿Dejar de arruinar al país con mentiras bancarias? ¿Procurar no perjudicar a la mayoría en vez de beneficiar a tan pocos con tanta codicia marrana y política asesina con los pobres y los débiles? ¿Rebajar la desigualdad? ¿Arreglar problemas en vez de enconarlos? ¿Ir uniendo a España cada vez más en vez de resquebrajarla con cada vez más corrupción y menos democracia? ¿Abandonar la política como agencia de colocaciones y "qué hay de lo mío? ¿Dejar de burlarse de una "ley" que trata con tanta ternura a Rajoy y a los poderosos de buena y "real" familia, y con tanta crueldad a tres millones de españoles que han entrado en la clase baja? ¿Tener un poco de honradez, de honor, de vergüenza?
Preguntas retóricas para políticos retóricos. El papa Francisco ha dicho que se reconoce al demonio porque es un charlatán y nos confunde a todos. Que aparece como un pesado una y otra vez hablando de lo mismo. Como los políticos en los debates... O algún troll.
Más de algún alumno con malas notas y familia menos afortunada habría merecido más la "beca" que le dieron a Froilán en Estados Unidos por tripitir segundo de ESO; y ahora que este afortunado joven ha entrado ya en una cara universidad, alguien tendría que sentir vergüenza, pues estando en la línea sucesoria de la Corona tendría que haber cursado "garantía social" con otros ninis por dar ejemplo, como Tomás Moro, el imperativo categórico de Kant o la madre que lo parió, que según dicen fue la "voluntad general" de Rousseau. Ah, ya, que Rousseau no era monárquico, ustedes perdonen.
Sí; aquí la única voluntad general es la de un gallego providente con un millón de muertos por justificar y demasiada mierda para olvidar. El día que la limpien de verdad habrá nacido, sí, una nueva España de la que podríamos sentir legítimo orgullo.
Y no creer en ello, como ya no creo, no impedirá que la gente siga esperando que ocurra, porque Franco y sus sucesores murieron en la cama, no como Tomás Moro. Los que murieron en atentados de toda índole merecían algo más que tanta mierda y tan poca vergüenza. Casi como lo que ocurrió con otro Moro, Aldo, en un país que ya parece incluso más limpio que este.
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