jueves, 14 de marzo de 2019

Sentido común

Marian Rojas Estapé: "Hemos sustituido el sentido de la vida por pantallas, porno y alcohol"

IÑAKO DÍAZ-GUERRA  El Mundo, 14 MAR. 2019 02:10

MARIAN ROJAS ESTAPÉ. Madrid, 1983.Psiquiatra. Escribió Cómo hacer que te pasen cosas buenas para utilizarlo como apoyo en sus terapias, pero se ha convertido en el libro más vendido en España en lo que va de 2019. Medicina o autoayuda, ésa es la cuestión.

¿Qué dice de España que el libro más vendido de lo que va de año sea uno titulado 'Cómo hacer que te pasen cosas buenas'?

En el fondo me preocupa. Nunca jamás me lo imaginé. Me gustaría mandar el mensaje optimista de que no estamos tan mal como sociedad, pero la realidad es que hay un vacío. La felicidad depende del sentido que cada uno le da la vida, de tener un proyecto vital, un propósito por el que vivir, lo que los japoneses llaman el ikigai. Somos una sociedad que ha perdido el sentido de la vida. Lo hemos sustituido por otras cosas: sensaciones, redes sociales, pantallas, pornografía, alcohol... Ese es el problema y es un problema grave. Sobrevivimos, pero no vivimos. Hemos dejado de hacernos preguntas.

¿Cuál es tu pregunta más habitual a los pacientes?

Si hay vida después de la muerte. Hay que hacerse esa pregunta porque la muerte es la puerta de la filosofía.

¿Sirve realmente para algo un libro así?

Todos los días recibo agradecimientos de lectores diciéndome que sí, que tras leerlo su vida es mejor. Eso me emociona, porque mi objetivo como médico es ayudar a los demás y he descubierto que puedo hacerlo a través de un libro, que es algo que nunca imaginé. Mi finalidad era que me sirviese de apoyo para terapias y conferencias, nada más. Cuando se publicó, acababa de dar a luz y no pude hacer promoción y, de repente, se empezó a vender y vender y vender... No sabíamos a qué se debía. La única explicación es el boca a boca y yo soy la primera sorprendida. La clave del éxito de este libro es que la gente se siente muy identificada y porque les habla sobre sus errores de forma muy delicada y sin juzgar al lector. Todos hemos pasado momentos en nuestra vida de los que no nos sentimos orgullosos o lo hemos pasado muy mal y no hemos entendido por qué. Ese es el quid del libro: entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida. Yo no quería hacer un libro de autoayuda de sonríe y ser feliz, sino un libro de neurociencia que explique cómo funciona tu cerebro ante determinados estímulos y cómo manejarlo. Manda un mensaje optimista cogido de Ramón y Cajal: "Todos podemos ser escultores de nuestro cerebro".

¿Todo esto es medicina o pseudociencia?

Tu cerebro y tus emociones te enferman y te curan; y si conoces cómo funcionan, tú eres capaz de curarte o enfermarte. El poder de la mente es brutal. Uno de los problemas de la medicina occidental, que no tiene la medicina oriental, es que no estudia el interior de las personas, desprecia la meditación... En la medicina occidental estamos acostumbrados a tratar el síntoma y no a la persona; eso es poner parches. Hay que buscar el origen. Yo no vengo a negar el dolor y el sufrimiento, porque existen y son ingredientes de la vida que bien integrados en ella nos hacen ser mejores, pero sí a intentar explicar cómo gestionarlos.

¿Crees en eso que se ha dado en llamar terapias alternativas?

No. Son peligrosísimas. Lo que sucede es que es muy complicado marcar una línea entre lo que es medicina y lo que no lo es, porque al final todos estamos deseando que nos den la receta fácil para ponernos bien y no sufrir. Da igual que te digan que son unas gotas o unos rituales. Nuestro cerebro es capaz de engancharse a lo que sea con tal de pensar que no va a sufrir y eso está dando lugar a casos dramáticos de gente que decide no tratarse enfermedades muy graves pese a que la medicina podría ayudarle. Eso es un riesgo y un error, pero es cierto que el cuerpo nos va mandando señales de alerta antes de enfermar gravemente y eso también hay que estudiarlo. Cuando una persona lleva enferma dos años, encadenando diferentes síntomas, el cuerpo le está avisando de algo grave. La ansiedad es a la mente lo que la fiebre es al cuerpo. Ambas te avisan de que algo no va bien. ¿Qué sucede? Que cuando ya tienes tu enfermedad gravísima y tu diagnóstico terrible, te tienes que poner en manos de los médicos y dejarte de tonterías. Pero en todo ese recorrido previo, hay muchos momentos en que te pueden ayudar desde otras perspectivas, a veces, menos convencionales. El problema de la sociedad occidental es que nos cuesta mucho parar y conectar con nuestro interior.

¿Y a qué lo achacas?

Todo en nuestra sociedad actual se enfoca a solucionar problemas rápidamente, resolver conflictos, las pantallas, las redes sociales... Cuando paras, tu organismo se siente mal. La cronopatía, que es la incapacidad de frenar, es una de las actitudes que nos enferman hoy en día. Llegas al fin de semana deseando que sea lunes, porque no sabes qué hacer con el tiempo libre. Hemos perdido el equilibrio entre el modo supervivencia y el modo calma, que deben compensarse. Y no estamos diseñados para vivir constantemente en ese modo supervivencia, eso te enferma. Hay una hormona, el cortisol, que se activa para afrontar el estrés, la alarma o la supervivencia. Pone en marcha el mecanismo de lucha o huida. Y si en vez de actuar en casos excepcionales, lo estamos generando permanentemente, como sucede hoy en día, la mente y el cuerpo acaban por no diferenciar los problemas reales de los imaginarios. El 90 por ciento de las cosan que nos preocupan jamás suceden, pero nuestro cuerpo y nuestra mente las viven como si fueran reales. Sentimos que todo es una amenaza. Te pasas todo el día alerta y el sistema inmunológico está tan pendiente de eso que no presta la atención que requieren otras partes del cuerpo. Y se paga.

¿Qué nos ha convertido en esos seres permanentemente preocupados?

Lo achaco a cuatro factores. La cronopatía, de la que ya hemos hablado. Luego, la necesidad patológica de controlarlo todo, incluido el futuro, lo que es imposible. La felicidad consiste en vivir instalado en el presente habiendo superado las heridas del pasado y mirando con ilusión al futuro. Si vives enganchado al pasado, eres depresivo. Si vives angustiado por el futuro, eres un ansioso. La felicidad consiste en conectar con el presente y eso requiere saber que la felicidad no es lo que te pasa, sino cómo lo interpretas. La tercera es el perfeccionismo, la sociedad occidental está obsesionada con una perfección que no existe y te condena a la insatisfacción. Y la cuarta es la pantalla, que te envía alertas permanentes. Los programadores han buscado nuestro punto más vulnerable, que es la validación social, y lo han atacado.

¿Es posible la felicidad real en el mundo virtual?

No, es imposible. El mundo virtual genera gratificación instantánea, chispazos de dopamina que te dan instantes de placer, pero provocan un bajón, un síndrome de abstinencia. La felicidad está en conectar con las personas en el tú a tú, en la vida real.

¿No es la felicidad un lujo burgués, un anhelo de quien ya tiene lo básico cubierto?

Totalmente. Todo el mundo quiere ser feliz y me parece bien, es una buena aspiración. Pero tienes que saber que es un estado que no se alcanza de un modo permanente, que requiere un equilibrio entre tus aspiraciones y lo que has logrado, y esas expectativas deben ser moderadas. La felicidad consiste en disfrutar los instantes buenos que tienen todos los días sabiendo que no van a evitar los momentos malos. Yo aprendí mucho haciendo labor social en Camboya, en el Bronx... Ahí ves que el sufrimiento tiene un valor. Cuando todo te va bien, te olvidas de la gente que sufre. Necesitas haber sufrido para empatizar con quien los demás. La sociedad actual quiere fingir que el sufrimiento no existe, no queremos que nadie nos cuente penas porque es muy exigente acompañar a una persona que sufre. Eso es la compasión: te entiendo y te ayudo. Es un grado superior a la empatía y es muy cansada, es de seres superiores. Pero hoy vivimos tan rápido que fingimos que empatizamos, pero sólo hasta un punto en que no nos exija nada.

¿Un mundo feliz sería un mundo mejor?

No, sería peor. El dolor es necesario y ha sido un motor artístico, filosófico y emocional de la humanidad. Lo que pasa es que depende de cómo definas la felicidad: si es ausencia de dolor y una vida perfecta, eso no existe en la Tierra. Además, la gente tiende a olvidarse de los demás cuando todo le va bien. Es una pena, porque el mundo sí sería mejor si nuestra felicidad nos hiciera más compasivos, pero no es lo habitual.

En el libro acabas por proponer el amor como solución para todo. ¿Eres una romántica en tiempos cínicos?

Lo que marca la vida es el amor a las personas, no sólo a las parejas. Es lo más importante en esta vida y el único antídoto para el sufrimiento. Es la respuesta a todo. No hay nada en la historia que sane y proteja tanto como el amor. Hay un estudio importantísimo de Harvard que demuestra que el parámetro que más condiciona que le gente envejezca sana y feliz es el amor. La soledad mata, sentirse solo mata a la altura del tabaco. No es que yo te diga que el amor sana como una cosa del Romanticismo del siglo XVIII, te estoy hablando de que está científicamente demostrado que es así. Me da pena que a las cosas básicas que sabemos haya que darles una base científica para que la gente se las crea. Pero sí, hay que volver al amor. Y esto es medicina, no pseudociencia. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad en la que lo que se rompe lo tiramos, en vez de arreglarlo. También el amor. En eso tendríamos mucho que aprender de la sociedad de nuestros padres y abuelos.

¿Te parecen un problema las redes sociales para ligar?

El amor de usar y tirar está haciendo muchísimo daño a la gente. En España se separa una pareja cada cuatro minutos. Y quitando la muerte, por lo que más sufre uno en esta vida es por amor. Hay que volver a querer, no hay nada como sentirse querido. Yo ahora trabajo principalmente con adolescentes y la gente joven hoy en día conecta mejor con una pantalla que con una persona. No le pidas a un chaval que se lleve a una chica a tomar unas tapas y ligar con ella en un bar porque no sabe hacerlo. Se agobia, de hecho. Tengo un paciente que veía inaudito invitar a salir a una chica porque no podía saber cómo iba a acabar la cosa. Sólo entienden ir a tiro hecho, se ha perdido la posibilidad del rechazo.

Convertir el móvil en el enemigo parece una batalla anacrónica... y perdida.

El problema es que cogemos el dispositivo en dos momentos: cuando te aburres y cuando estás estresado. Tu cerebro se va modulando a medida que vas haciendo cosas con él. Si te pones ahora a tocar el piano, en un par de semanas tu cerebro ha aumentado su grosor en las zonas de los dedos y de la música. Si lo dejas, vuelve a como estaba. Esto es clave: el cerebro se adapta a tus hábitos. Y si tú, ante el aburrimiento o el estrés, coges el teléfono, no generas mecanismos para hacerles frente. Y eso provoca un drama que estamos viendo actualmente en la juventud: la cero tolerancia a la frustración. Es un componente clave de la vida que no se desarrolla debido a las pantallas. Planteas tu identidad adolescente respecto a las redes sociales, creemos que la gente te quiere o no por unos likes... La búsqueda de la identidad, que se desarrolla en la adolescencia, queda completamente en manos ajenas e invisibles, eres vulnerable. La vida virtual genera felicidad a golpe de clics, pero no felicidad estructural. Es todo un bluff y tu cerebro lo sabe, pero es adictivo. De hecho, la medicación para tratar la adicción a las redes sociales es muy similar a la de la cocaína. Es terrible

martes, 12 de marzo de 2019

Humanistas manchegos

Humanismo y humanistas en Castilla-la Mancha (I)
ÓSCAR GONZÁLEZ PALENCIA / ANTONIO ILLÁN ILLÁN
Abc de Toledo, 14/12/2010

El Humanismo, como cambio de mentalidad que albergaba un pensamiento en trance de averiguación de la esencia del hombre, de la dignidad de su naturaleza, hallada en la Antigüedad clásica y, muy particularmente, en el estudio de sus lenguas, tiene su origen en la Italia de finales del siglo XIV
Francesco Petrarca fue el primero en vaticinar un tiempo en que «Almas bellas y amigas de virtud/ poseerán el mundo y después veremos que se hace/todo de oro y lleno de obras antiguas». Este ideario estableció una filiación estrecha entre el soldado poeta, arquetipo del Renacimiento, y su correlato humanístico, el humanista canciller o consejero áulico. Esta corriente, propagada hacia España, supuso el sedimento desde el que retoñarían los estudios lingüísticos que tuvieron, en lo que hoy es nuestra región, singular fortuna, como tratamos de esbozar en «Castilla-La Mancha, tierra de gramáticos». Completamos esa visión panorámica de los estudios lingüísticos en lengua vernácula con otro panorama, necesariamente apretado, del Humanismo en lo que hoy es Castilla-La Mancha.
Humanismo y humanistas en Castilla-la Mancha (I)
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645)
La estimación de Antonio de Nebrija, discípulo de Lorenzo Valla, como heraldo del Humanismo italiano en España tiene antecedentes que es necesario mencionar. De justicia es situar al aragonés Juan Fernández de Heredia (1310?-1396) como agente primero de la entrada de un Humanismo germinal en nuestro país. Heredia, que había visitado Rodas, fue el primero en solicitar una traducción a una lengua romance (el aragonés), de Tucídides y de Plutarco, como fuentes básicas que irrigaran un proyecto de historia universal similar al que había impulsado Alfonso X El Sabio un siglo antes. El de Heredia era un anhelo enciclopédico, muy medieval, que tendía al libro del saber total: la summa. La mayor parte de la obra manuscrita de Heredia iría a manos del guadalajareño nacido en Carrión de los Condes Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1398-1458), a quien podemos estimar el antecedente inmediato el Humanismo castellano. Sin embargo, al menos tan importante como la obra de Heredia había sido para don Iñigo López de Mendoza el magisterio de su tío Fernán Pérez de Guzmán (1370-1460), discípulo, a su vez, del burgalés Alonso García de Cartagena (1384-1456), al que podemos considerar el primer humanista castellano. Establecidos, pues, los rasgos del nuevo paradigma social, político y cultural, no tardarían en surgir, en la corte de Juan II figuras como la del conquense Diego de Valera (1412-1488), militar, viajero, servidor del rey e historiador.

Con todo, fue el periodo comprendido entre 1469 y 1516, el correspondiente al reinado de Isabel y Fernando, el que sirvió para asentar, de manera definitiva el Humanismo en España. En su extensión, desempeñaron un papel esencial los centros de enseñanza y las imprentas. Entre los primeros, conviene citar colegios para la formación del clero, que bien pudieron haber derivado en universidades, como el de San Antonio de Portaceli en Sigüenza (1477) o Santa Catalina en Toledo (1485). Tal derivación no se produciría porque el gran proyecto cultural centralizado de este periodo es la Universidad Complutense, fundada (año de 1499), en Alcalá de Henares, por el Arzobispo de Toledo Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), por cuyos auspicios se compondría la Biblia Políglota Complutense, proyecto que supondría un extraordinario impulso a la filología bíblica. Y es en esta atmósfera de reforma religioso-cultural en la que brotan nombres como el de Alonso Ortiz (Villarrobledo, Albacete, 1455-h. 1503) canónigo de la Catedral de Toledo con amplios conocimientos en hebreo, griego, latín y árabe, o el de Diego Ramírez de Fuenleal, también llamado de Villaescusa, por haber nacido en Villaescusa de Haro (Cuenca, 1459–1537), que obtuvo la cátedra de Retórica en 1480, en Salamanca, en porfía con Nebrija, quien un año después publicaría sus Introductiones latinae. Entre los discípulos aventajados de Nebrija, destacó Hernando Alonso de Herrera (Talavera de la Reina, Toledo; c. 1460-Salamanca; c. 1527), Profesor de retórica y gramática en Alcalá y Salamanca que elogió al maestro si bien no dudó en discrepar de él en ciertas consideraciones gramaticales. Al selecto círculo que Cisneros convocó en torno al proyecto de la Biblia Políglota perteneció Juan de Vergara (1492-1557), secretario particular del Arzobispo primado. Como helenista, destacó su hermano, Francisco de Vergara (¿? -1545), catedrático de griego en la Universidad de Alcalá, donde sustituyó a su maestro, Hernán Núñez de Guzmán.

El reinado de Carlos I

La convulsión producida por el conflicto con de los comuneros marcó la primera fase de este periodo, en cuyo seno emergieron importantes figuras del humanismo. Tal es el caso de Luisa Sigea de Velasco, (Tarancón, Cuenca, 1522–1560), hija de un criado de María Pacheco, esposa, por su parte, del comunero Juan de Padilla. En este tiempo, el humanismo estaba ya sólidamente implantado en España, merced a aportaciones como la de Juan Pérez (Toledo, 1512-1545), profesor de retórica en la Universidad de Alcalá, que mereció los elogios de Andrea Navagiero por su fina prosa y su dominio estilístico del verso, ambos en latín. El afán panfilológico crecía con Alejo Venegas del Busto (Camarena, Toledo, 1497 o 1498-1562), que desplegó una extensa y fructífera labor como escritor de creación y también como lexicógrafo y ortógrafo. De la misma manera, se afianzaba la virtud filantrópica que conducía a un número creciente de humanistas por el camino de la medicina, como hizo Luis de Lucena (Guadalajara 1491-1552), que destacó, además, como epigrafista y arqueólogo. Sin embargo, el signo diferencial del reinado de Carlos I fue el erasmismo, doctrina surgida al amparo de Erasmo de Rótterdam, que pugnó por una religiosidad más íntima y sentida, y que penetró en España por los poros que efímeramente dejó abiertos el reformismo cisneriano. Cabeza visible del erasmismo español fue Alfonso de Valdés (Cuenca, 1490–1532) que fue secretario de Cartas Latinas de Carlos I, y que compartió inquietudes ideológicas e intelectuales con su hermano Juan, también conquense, de natalicio poco definido (finales del XV o principios del XVI), con fama de «muy educado y docto en artes liberales», según juicio del mismísimo Erasmo, en cuyo cenáculo debemos situar, igualmente, a Juan Maldonado (Bonilla, Cuenca, 1485-1554), discípulo de Nebrija, que mantuvo fluida e interesantísima correspondencia con el pensador holandés. A medio camino entre el aperturismo de la primera mitad del XVI y un tiempo de cerrazón que se avecinaba se encuentra Tomás García Martínez, más conocido como, Santo Tomás de Villanueva (nacido en Fuenllana y criado en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1488-1555), confesor de Carlos I.

El reinado de Felipe II

En efecto, la unidad religiosa como signo de homogeneización del vastísimo imperio tuvo su trasunto cultural en un ascetismo generalizado en el pensamiento y en las artes. La observancia estricta del dogma rubricada con el Concilio de Trento (1545-1563) no se ahormaba al talante crítico y antropocéntrico del humanismo, rasgos que fueron definitorios de la indómita personalidad de Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527–1591), uno de los más brillantes poetas y humanistas de la llamada Escuela Salmantina que no renunció a los textos hebreos de la Biblia, por más que la Vulgata latina fuera ya en su tiempo el texto canónico, ni se sustrajo a trasplantar los moldes rítmicos de las paganas odas de Horacio. Sin embargo, no fue el suyo un caso aislado, sino uno de los muchos nombres brillantes que el humanismo dio en el periodo correspondiente a la segunda mitad del siglo XVI en lo que hoy es Castilla-La Mancha. Perteneciente, como él a la Escuela de Salamanca, Pedro Chacón (Toledo, 1526-1581), fue matemático, teólogo y catedrático de griego en la Universidad de Salamanca, cuya historia publicó en 1569. Otro nombre señero es el de Alvar Gómez de Castro (Santa Olalla, Toledo, 1515-1580), catedrático de Griego, gran epigrafista y coautor de una muy documentada biografía en latín del Cardenal Cisneros. Al arquetipo de hombre de letras, hombre de armas se ciñó Bernardino de Mendoza (Guadalajara, c. 1540–1604), escritor de fina pluma y aguerrido servidor del Duque de Alba en diversas campañas. De perfil más ascético y contemplativo fue Blas Ortiz, (Villarrobledo, Albacete, 1485-1552), autor de una biografía de Adriano VI durante su Pontificado y de la primera guía histórico- artística sobre la Catedral de Toledo. Como historiador destacó igualmente Pedro de Alcocer, (Toledo), autor de una Historia o descripción de la imperial ciudad de Toledo. Y como historiador de la Iglesia, alcanzó renombre Pedro de Ribadeneyra (Toledo, 1526-1611), escritor en latín que tradujo muchas de sus propias obras al castellano. La fe católica tornada en providencialismo como ideario político dio figuras como Fray Juan de Estrada de la Magdalena, (Ciudad Real ¿? -1570), impresor del primer libro editado en el Nuevo Mundo. Una personalidad afín es atribuible a Francisco Cervantes de Salazar (Toledo, 1514?-1575), que, tras estudiar en Salamanca, viajó a México para extender el apostolado evangélico y llegó a ser rector de su Universidad y canónigo de su catedral. Ese mismo cometido del proselitismo del Evangelio llevó a Fray Juan Cobo (Alcázar de San Juan, Ciudad Real 1546?-1591), a predicar en China donde tradujo al chino algunas obras de Séneca y el Catecismo. Iluminado por el ascetismo, pero afincado en España permaneció Cipriano Suárez (Ocaña, Toledo, 1524-1593), que cursó Humanidades antes de tomar los hábitos de la Compañía de Jesús, desde la que enseñó durante siete años Humanidades y veinte, Sagrada Escritura, labor para la que estaba especialmente dotado.

A ellos debemos sumar el nombre del toledano Francisco de Fuensalida, nacido en la segunda mitad del siglo XVI, escritor ascético y clérigo secular que dio clases de latín en Ávila y fue capellán de Don Pedro de Ávila, Marqués de las Navas; y el de Gabriel Vázquez de Belmonte (Villaescusa de Haro, Cuenca ca.1549 - 1604) jesuita, teólogo muy docto, que ganó reputación como uno de los hombres más sabios de su tiempo. La de Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real ca. 1520–1585) es la semblanza del médico humanista, que prestó su energía intelectual a interpretar a Galeno y tradujo la Historia de Teágenes y Cariclea de Heliodoro. A ese mismo perfil responde al del albaceteño Miguel Sabuco Álvarez, autor de Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos, la cual mejora la vida y salud humana, obra también atribuida a su hija, Oliva Sabuco de Nantes Barrera, que recibió el magisterio del Alcaraceño Pedro Simón Abril (Alcaraz, Albacete 1530-1595), acaso el más grande de los humanistas castellano-manchegos del XVI, autor de gramáticas latinas y griegas, y de manuales en romance, producto de su interés por la didáctica de las disciplinas humanísticas. Fama como latinista y preceptor especialista en esta disciplina se granjeó también el cifontino Melchor de la Cerda (Cifuentes, Guadalajara, ca. 1550). La extensísima y brillante nómina de humanistas castellano-manchegos del XVI se completa con la figura de otro ayo de príncipes, García Loaysa y Girón (Talavera de la Reina, Toledo, 1542-¿?) que recibió una esmeradísima educación y que, por sus muchos conocimientos, fue traído a la Corte por Felipe II, que le responsabilizó de la formación del príncipe heredero. Destacó su tentativa de conciliar aristotelismo y platonismo a la manera de León Hebreo o Fox Morcillo…

El siglo XVII

La idea del desengaño barroco, tan propia de este tiempo, se ajustaba muy bien a la vida contemplativa que exigía, como actitud, cierta concepción del humanismo. Tal vez por ello, el siglo XVII vio nacer a importantísimos humanistas castellano-manchegos. Por su altura intelectual y la relevancia y eco de su obra, citaremos, en primer lugar, a Bartolomé Ximénez Patón (Almedina, Ciudad Real,1569-1640), ya traído por nosotros a estas mismas páginas. Ximénez Patón fue autor del más importante manual de retórica de la época, Mercurius Trimegistus, sive de triplici eloquentia (1621). Su predicamento se proyectó sobre autores como Fernando de Ballesteros y Saavedra Muñoz y Torres (Villahermosa, Ciudad Real, 1576-1657) que trabó amistad no solo con Jiménez Patón, sino también con Pedro Simón Abril y con Francisco de Quevedo, con quien mantuvo una activa correspondencia epistolar. Le debemos obras en que se trasluce una extraordinaria erudición, como sus Observaciones a la Lengua Castellana y De la Elocuencia Española. Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645) desplegó una importante actividad como traductor de autores en griego (Anacreonte, pseudo Focílides y Plutarco), en latín (Marcial, Persio y Juvenal) y textos en hebreo (Lamentaciones de Jeremías). Entrañable amigo de Quevedo, al que asistió hasta su muerte y del que fue editor póstumo, persona con acusada inclinación a las letras desde su infancia y discípulo de Ximénez Patón fue Gonzalo Navarro Castellanos (Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1616-¿? ); su profunda formación propició que se le encomendara la educación del Marqués de Villena. El siglo XVII acogerá aún un extraordinario interés por la paremiología, tan afecta a los erasmistas de la centuria anterior; en esa corriente de «filosofía popular», destaca el valdepeñero Jerónimo Martín Caro y Cejudo (Valdepeñas, Ciudad Real, 1630-1712), seguidor de las ideas gramaticales de El Brocense, comentador de Nebrija y, sobre todo, compilador de un conjunto de Refranes, y modos de hablar castellanos, con latinos que les corresponden, juntamente con la glossa, y explicación de los que tienen necesidad de ella... A esta misma corriente que induce a los humanistas a la compilación de adagios al modo de Erasmo pertenece el ocaniense Luis Galindo ( ), a quien debemos Las Sentencias filosóficas y verdades morales que otros llaman proverbios y adagios castellanos, obra inédita, cuyo manuscrito comprende diez volúmenes contenidos en la Biblioteca Nacional de Madrid. Cerramos la nómina de humanistas castellano-manchegos del XVII con el nombre de Pedro Bermudo (La Puebla de Montalbán, Toledo, 1610-¿?) jesuita que, en sintonía con otros intentos como el de Atanasius Kircher, Gerhard Vossius o Jhon Wilkins, en 1653 llevó a cabo el primer intento de elaborar en España una lengua universal artificial.

Los 296 campos de concentración de Franco


(Para leer el reportaje con fotos, pinchad el enlace superior)

El "holocausto ideológico" de Franco: 296 campos de concentración por los que pasaron casi un millón de españoles

El periodista e investigador Carlos Hernández publica este jueves 'Los campos de concentración de Franco', un exhaustivo estudio del sistema represivo creado por los golpistas del 17-18 de julio de 1936. 

Franco sabía del genocidio judío y ordenó salvar sólo a los españoles "indudables"

"Perded la esperanza. Solo saldréis de aquí por la chimenea del crematorio"

MADRID 11/03/2019 23:13 Actualizado: 11/03/2019 23:13 ALEJANDRO TORRÚS

En la España de Franco no hubo cámaras de gas. Tampoco se ideó una 'solución final' para acabar con los judíos o con los gitanos. No. La España de Franco tampoco ideó un plan para invadir a los países vecinos ni vistió de rayas a sus prisioneros. Franco no era Hitler. Pero había similitudes. En la España de Franco lo que hubo fue un "verdadero holocausto ideológico". "Una solución final contra quienes pensaban de forma diferente". 

Así lo expresa el periodista Carlos Hernández de Miguel que este jueves publica Los campos de concentración de Franco (Ediciones B), una investigación de tres años en los que al autor documenta y explica, como nunca antes hasta la fecha, el sistema represivo y de concentración creado por los golpistas del 17-18 de julio de 1936 y que pervivió, aunque en una versión suavizada en algunos aspectos, "hasta después de la muerte del tirano en noviembre de 1975". 

Y es que para los golpistas, la Guerra Civil tuvo en muchos aspectos poco de guerra y mucho de depuración ideológica. Así, los campos de concentración franquistas nacieron apenas 24 horas después del golpe de Estado como parte de un "plan preconcebido por los sublevados" con el objetivo de "sembrar el terror y eliminar al adversario político". El propio general Franco dejó dicho que en una guerra como la que vivía España era preferible "una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria" que una rápida victoria militar "que deje al país infectado de adversarios".

Así, la idea que más se repetía era la de "limpieza". "Limpiad esta tierra de las hordas sin Patria y sin Dios", diría José María Pemán, intelectual y propagandista de los sublevados. El general Mola, en sus directrices previas al golpe, pidió "eliminar los elementos izquierdistas: comunistas, anarquistas, sindicalistas, masones....". El objetivo también lo señaló el general navarro: "El exterminio de los enemigos de España". El oficial de prensa de Franco, Gonzalo de Aguilera, de hecho, puso número a esa "limpieza". Según sus cálculos, había que "matar, matar y matar" hasta "terminar con un tercio de la población masculina de España". 

El primer paso para ejecutar esta limpieza fue la creación de campos de concentración. Durante los primeros meses de guerra, cada comandante militar de cada provincia y cada general al mando de una unidad fueron abriendo campos en el territorio de su influencia. Solo a partir de julio de 1937, con la creación de la Inspección General de los Campos de Concentración de Prisioneros (ICCP) por parte de Franco se comenzó a "centralizar la gestión". El impacto de esta orden de Franco, sin embargo, fue limitada. Cada general quería hacer y deshacer en sus respectivos campos de concentración. En ellos, no había prisioneros de guerra. No. Había "forajidos", "hordas de delincuentes" y "animales". El franquismo había negado a sus enemigos hasta los derechos de la Convención de Ginebra. 

¿Pero cuántos campos de concentración hubo en la España de Franco? Hay dos respuestas a esta pregunta. La primera respuesta la aporta Carlos Hernández, autor también de la obra Los españoles de Mauthausen: "Solo hubo uno y se llamaba España. La nación entera, a medida que fue siendo conquistado su territorio por las tropas rebeldes, se fue convirtiendo en un gigantesco recinto de concentración. Un recinto en el que, inicialmente, todos sus internos eran culpables".

"La nación entera, a medida que fue siendo conquistado su territorio por las tropas rebeldes, se fue convirtiendo en un gigantesco recinto concentracionario"

La segunda respuesta la aporta el mismo autor con su investigación exhaustiva de los últimos tres años: 296 campos de concentración repartidos por todo el Estado con Andalucía y la Comunidad Valenciana a la cabeza de este ránking de la infamia. El primero de ellos, de hecho, se abrió apenas 48 horas después del golpe de Estado del 17-18 de julio en Zeluán, a unos 25 kilómetros al sur de Melilla, en el antiguo protectorado de Marruecos, donde comenzó el golpe. 

También, el campo de fútbol del Viejo Chamartín, donde jugaba el Madrid, se convirtió en un campo de concentración. Y el Stadium Metropolitano, donde disputaba sus partidos hasta 1966 el Club Atlético de Madrid. Las plazas de toros de la mayoría de localidades del país, como la de Las Ventas (Madrid), la de Alicante, la de la Manzanera en Logroño o la de Baza, en Granada, fueron convertidas en campos de concentración. Igualmente muchos edificios religiosos también fueron utilizados con este fin. ¿Ejemplos? El Monasterio de San Salvador en Celorio (Asturias), el Monasterio de la Merced en Huete (Cuenca), el de la Caridad, en Ciudad Rodrigo (Salamanca) o el de San Clodio, en Ourense, hoy convertido en un hotel & spa.  

Por todos estos pasaron circularon entre 700.000 y un millón de españoles, según ha estimado el autor de la obra. ¿Y cuántos murieron en ellos? Así responde Hernández de Miguel: "El número de víctimas directas supera con creces los 10.000 y el de indirectas es incalculable si tenemos en cuenta que los campos fueron lugar de tránsito para miles y miles de hombres y mujeres que acabarían frente a pelotones de fusilamiento o en cárceles que especialmente en los primeros años de la dictadura fueron verdaderos centros de exterminio". 

"Exterminio también porque los cautivos apenas recibían comida y no disponían de las más mínimas condiciones higiénicas ni sanitarias. En lugares como Albatera (Alicante), la plaza de toros de Teruel o el campo de fútbol del Viejo Chamartín, en el que jugaba el Real Madrid, hubo miles de hombres y centenares de mujeres muriéndose literalmente de hambre. En Orduña (Vizcaya), Medina de Rioseco (Valladolid), Isla Saltés (Huelva) o San Marcos (León) perecían de tifus exantemático, pulmonías y tuberculosis", cuenta el libro. 

El primer objetivo de estos campos, además de infundir el terror a toda la población, era clasificar a los cautivos. Para ello, crearon una suerte de tres categorías: "asesinos y forajidos o enemigos de la patria española", que debían ser fusilados o condenados a largas penas; los "bellacos engañados", que podían ser "reeducados mediante el sometimiento, la humillación, el miedo y los trabajos forzados"; y, por último, los "simples hermanos", considerados 'afectos' al Movimiento y que eran liberados o incorporados a las filas del Ejército franquista.

Los fusilamientos, de hecho, se produjeron sin ningún tipo de control durante los primeros meses. Después, se fueron organizando los juicios sumarísimos donde se condenaba a muerte a 20 o 30 presos a la vez. Pero, además, de ser el escenario de una "selección ideológica" y de "lugar de exterminio", los campos sirvieron como lugar de "reeducación". "Franco apostó por eliminar a los irrecuperables y tratar de sanar al resto mediante el sometimiento, la humillación, la propaganda y el lavado de cerebro". ¿Cómo funcionaba esta reeducación?

"Los cautivos eran sometidos a un proceso de deshumanización"

"Los cautivos eran sometidos a un proceso de deshumanización. Despojados de sus pertenencias más personales, la mayor parte de las veces eran rapados al cero e incorporados a una masa impersonal que se movía a toque de corneta y a golpe de porra. Las condiciones infrahumanas en el campo les degradaban psicológicamente desde el primer momento", escribe Carlos Hernández. 

En estas condiciones, los presos eran obligados a formar un mínimo de tres veces al día, cantar el Cara al sol y otros himnos franquistas y rendir honores a la bandera rojigualda haciendo el saludo fascista a la romana. Asimismo, la ICCP ordenó que en los campos se impartieran diariamente dos horas diarias de charlas de adoctrinamiento con temas como Errores del marxismo, Los fines del judaísmo, la masonería y el marxismo o El concepto de España imperial. 

"La Iglesia jugó un papel fundamental en esta tarea 'reeducativa'. En los campos de concentración se reflejó claramente la identificación absoluta de métodos y objetivos entre esta institución, los golpistas y la posterior dictadura. A diferencia de lo que ocurría con la figura del médico, la del capellán nunca se echó de menos en estos recintos. Generalmente con el mayor de los ardores, los sacerdotes lanzaban agresivos y amenazantes sermones a los prisioneros y ejercían de profesores en las clases patrióticas", relata Carlos Hernández. 

La libertad que no llega

Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana.- BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana.- BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA
El 1 de abril de 1939, hace ahora casi 80 años, Franco dio por concluida la Guerra Civil con aquel mensaje radiofónico de "cautivo y desarmado el Ejército rojo han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares". Sin embargo, la paz no llegó. En ese preciso momento, el número de españoles en campos de concentración superaba "holgadamente" el medio millón, según los cálculos de Hernández. Muchos otros continuaban presos, pero ahora en batallones de trabajadores. 

En noviembre de 1939, de hecho, Franco ordenó cerrar la práctica totalidad de los campos de concentración. De la noche a la mañana numerosos recintos pasaron a depender de la Dirección General de Prisiones o de otras instituciones. En algunos de ellos se evacuó a quienes no habían sido juzgados y solo permanecieron los internos que cumplían condena. En otros establecimientos, por el contrario, solo se procedió al cambio de denominación oficial.

Los ciudadanos que consiguieron abandonar el campo de concentración con vida tampoco alcanzaron la libertad definitiva y real. Cientos de miles de hombres y mujeres siguieron siendo prisioneros durante décadas en las localidades en las que residieron.

"Un buen porcentaje de ellos volvieron a ser detenidos, encarcelados o fusilados tras ser sometidos a nuevos procesos judiciales. Quienes estaban en edad militar tuvieron que hacer la 'mili de Franco', iniciando un nuevo período de cautiverio y trabajo esclavo. Todos, casi sin excepción, permanecieron para siempre vigilados y marginados social y económicamente: los empleos y los nuevos negocios fueron solo para quienes habían combatido en las filas del Ejército vencedor", concluye Carlos Hernández. La guerra había terminado. Ahora comenzaba una vida de pobreza y miseria.

jueves, 7 de marzo de 2019

La purga

Cada vez que veo a Santiago Abascal tengo una extraña sensación como de vómito y purgante. Se abren los Cielos y una Vox me dice: "Dios bendiga a nuestros nuevos franquistas fundadores, y a España, una nación renacida".  Y eso de "Santiago (Abascal) y cierra España". Como un capitán Pedo que, al mando de la Cruzada del Valle de los Caídos y demás zombis, quisiera dejarnos sin moros, que los paice morondanga. Incluso sin catalañistas, el nene, al que quemarán como ninot en las Fallas, ya que quiere Inquisición. Que le llaman nene porque su marcial e infantil apostura le atrae los encantos de pedófilos como Sánchez Dragó y presuntos como el de Lleida, de cuyo abrasivo afecto intenta despegotearse ("quita, quita, no me porculices, que tú eres ex illis"), y no precisamente los de violadores de sepulturas. Es un nene estaláctico que chupa de alguna estalacteta. 

¡Evoé! Sin duda Santiago Matamoros Abascal ha salido de alguna cavidad, y no precisamente de la nada platónica del honesto y torturado Ortega Lara. Canastos, tal vez incluso de Atapuerca o de la Quinta del Sordo. Hay algo profundamente inmoral en lo que dice y sobre todo en lo que no dice; Abascal no puede gobernar, es más, no debe gobernar, ni solo ni en compañía de otros, porque esa compañía sería complicidad, si es que no me he confundido de película.

Cuando se estaba cocinando la Revolución Francesa, no precisamente una tortilla, Goethe escribió sus Epigramas venecianos (1796). Es lo que deberían leer todos los políticos, y no a Maquiavelo:

Todos los apóstoles de la libertad me resultaron siempre abominables;
al final lo que buscaban era obrar a su antojo.
Si quieres liberar a muchos atrévete a servir a muchos.
¿Quieres saber qué tan peligroso es? ¡Inténtalo!

Goethe citaba a Jesucristo, pero mal; "mande a muchos el que sepa servir a muchos" (Mc, X, 34-35) es lo que decía el Nazareno, un rey que sabía que para gobernar es más necesaria la ética que la política; desde luego era peligroso, se puede saber, pero no se puede poder, ya que el poder es en sí mismo maldad, y por ello acabó como acabó sin ni siquiera intentarlo; lo más peligroso que hizo fue atacar a la Banca a las puertas del Templo (solo los bancos eran capaces de sacar de quicio a Jesucristo). Ningún político sería capaz de hacer tal cosa hoy en día. La Banca ha aprendido la lección y ahora sigue cerca de los templos... pero a cierta distancia: deja su lugar a los mendigos, para disimular. 

"Dime, ¿no actuamos bien? Debemos engañar a la chusma.
Mira qué torpe y salvaje es, mira qué estúpida se muestra".
Te parece torpe y estúpida porque la están engañando.
Sean honestos y la chusma, créanme, será humana y sensata.

Esto es, el ejemplo lo tienen que dar los de arriba, no los de abajo. Las leyes deben ser más duras con el poderoso. Justo al revés de lo que ocurre; es increíble la ternura, el amor, el afecto sin límites que la justicia prodiga a sus amados y afectos aforados. Es la ética la que garantiza la efectividad de las leyes y no al revés. Pero las leyes que tenemos no garantizan la ética. Ese es el problema fundamental: la justicia no garantiza que se haga lo correcto. La psicología social ha probado (y experimentalmente, ad nauseam, por dar solo un nombre, Daniel Batson) que el altruismo es ingénito y natural en la especie humana de forma individual y son otros factores los que tuercen su alcance; y así es que todavía se siga practicando una política no altruista.

Se dice que los reyes quieren el bien y los demagogos también;
y sin embargo los individuos como nosotros se equivocan.
Jamás consiguen las masas querer algo por sí mismas, ya lo sabemos.
Pero el que sepa querer por todos, que lo demuestre.

Es verdad, con todo, que Goethe dijo "prefiero la injusticia al desorden", y por eso, aunque admiraba lo que estaba ocurriendo, escribió lo siguiente:

Que los grandes reflexionen sobre el triste destino de Francia;
empero, los pequeños deberían reflexionar más todavía.
Los grandes sucumbieron, pero ¿quién protegió a las masas
de las masas? Las masas se convirtieron en tiranos de las masas.

Las artes de la mentira que tanto cultivan los políticos triunfan porque la gente no está acostumbrada a lidiar con ellas, ya que son más honestas. Los que sabemos algo de comunicación sabemos que existen dos tipos de predicados: los apofánticos y los retóricos. Los apofánticos intentan llegar a conclusiones, y solo pueden llegar a ser verdaderos o falsos. Pero hay una tercera categoría más allá de la verdad o de la falsedad, que es el absurdo. Y los predicados retóricos son sencillamente absurdos, porque no pretenden llegar a conclusiones, sino solo marcar actitud o intención. Hay tres palancas que mueven la opinión: la razón, la pasión u odio y el modelo o amor (logos, pathos, ethos) Los predicados apofánticos siempre llegan a un acuerdo o conclusión razonable, los retóricos solo pretenden exhibir narcisistamente una opinión, mostrar una postura. Que más que marcisismo es nazisismo, narcimismo o narcinismo. Y eso es lo propio de los debates televisivos: mostrar odios o seducción, pero no mostrar razones, buenas o malas, ni llegar a conclusiones, cuanto más a acuerdos. Los debates no apofánticos tendrían que estar prohibidos, pero por desgracia la televisión, la radio y la prensa no persigue llegar a conclusiones porque eso cierra el negocio; son los retóricos los que mueven más el voto, los que generan más venta. La razón aburre, no es espectáculo. Según los sociólogos, el espectáculo es lo que mueve al ochenta por ciento de la sociedad. Malos políticos tenemos cuando no son nada apofánticos; la sociedad debería de encontrar formas de purgarse de ellos; pero la sociedad ama la retórica.

Frédéric Martel. Un sociólogo que explica la homosexualidad en la Iglesia

ENTREVISTA Frédéric Martel

"En la Iglesia, los que tratan de ocultar su homosexualidad son los homófobos"

IRENE HDEZ. VELASCO

Jueves, 7 marzo 2019 - 09:08

El escritor publica 'Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano'. "La homosexualidad en el Vaticano no es una singularidad sino un sistema... Y España es la quintaesencia del sistema", dice

Edad: 51 años. Carrera: Es doctor en Sociología, periodista y Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de Francia. Por qué lo entrevistamos: Después de una investigación de cuatro años en el Vaticano y en 30 países, de hablar con unos 40 cardenales y cientos de obispos y sacerdotes, publica 'Sodoma', un ensayo de 635 páginas sobre la homosexualidad en la Santa Sede y en la Iglesia, que sale a la venta en España el próximo 14 de marzo. Qué otras obras tiene: Es autor en total de 10 libros, entre los que destacan 'Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas' y 'Smart', una investigación sobre internet. Libro de cabecera: 'Una temporada en el infierno' ('Une saison en enfer', en francés), de Rimbaud. Película preferida: 'Diario de un cura rural' ('Le Journal d'un curé de campagne'), de Bresson. Su proyecto vital: "Soy un escritor, así que espero seguir escribiendo libros y teniendo lectores"

En el Antiguo Testamento, Sodoma era una ciudad de gente perversa y depravada que había cometido un pecado gravísimo e imperdonable: el de la homosexualidad. Por ese motivo Dios la destruyó, arrasándola con fuego y azufre.

No es casual que el nuevo libro del sociólogo, escritor y periodista francés Frédéric Martel (Châteaurenard, 1967) lleve por título Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano. Se trata de un colosal ensayo de 635 páginas fruto de cuatro años de investigación (durante los cuales ha pasado una semana al mes en Roma y ha viajado a 30 países) que no sólo revela la presencia mayoritaria de homosexuales en el clero, la jerarquía de la Iglesia católica y, sobre todo, en el Vaticano, hasta el punto de estructurar esa institución y de definirla. Además, Sodoma denuncia cómo muchos de los cardenales más homófobos y tradicionalistas que arremeten contra los gays lo hacen para intentar ocultar así su propia homosexualidad.

Sodoma salió a la venta la semana pasada en una veintena de países y ya es número uno de ventas en Francia, Suiza, Holanda, Bélgica, Portugal... «El libro le está llegando a la gente, creo que porque les confirma lo que ya sospechaban», señala Martel. En España se publicará el próximo 14 de marzo de la mano de Roca Editorial.

PREGUNTA.- La homosexualidad, según su investigación, está muy extendida en el Vaticano y albergaría una de las mayores comunidades gays del mundo. Pero, tradicionalmente, la Iglesia ha mantenido posiciones muy críticas hacia la homosexualidad. ¿Cómo se explica?

RESPUESTA.- Es complejo pero hay una serie de elementos que lo explican. En los años 50, 60 y 70, incluso antes y probablemente después, cuando alguien era gay en una pequeña localidad de España, Italia, Portugal, Francia o cualquier otro lugar y descubría que había algo equivocado en su sexualidad -y digo equivocado porque así se entendía en aquella época-, cuando descubría que no le atraían las chicas, que no quería casarse, que la gente hacía burlas sobre él, ese alguien en muchas ocasiones decidía hacerse sacerdote. Es muy simple: como cura vives rodeado de hombres, no tienes que casarte, puedes vestir como te dé la gana, la gente que se burlaba de ti ahora te considera un santo... Esta forma de funcionar es una regla sociológica. Lo que acabo de describirle es la vida de cientos de miles sacerdotes en España, Italia, Portugal, en todos lados. Algunos ni siquiera estaban seguros de ser gays, simplemente no entendían lo que les pasaba pero sabían que había algo equivocado en ellos. Y otros eran homófilos, no les gustaban las chicas pero tampoco mantenían relaciones sexuales con hombres. Para todos ellos convertirse en cura era la solución.

P.- Entonces, ¿la homosexualidad en la Iglesia en general y en el Vaticano en particular no es una excepción sino algo mayoritario, un sistema, un patrón sociológico?

R.- Exacto. La homosexualidad es algo masivo. No es un accidente, no se trata de que haya ovejas negras, no hay un lobby gay. Hay una clarísima mayoría gay.

P.- Denuncia que muchos homosexuales en el Vaticano viven una doble vida, una vida secreta...

R.- Hay muchos tipos de situaciones. Por un lado hay homófilos: no mantienen relaciones sexuales pero tienen una psicología homosexual, una cultura homosexual, un modelo de pensamiento y de comportamiento homosexuales. Luego están los homosexuales propiamente dichos, pero algunos no son activos y tratan de corregirse, se flagelan, se autocastigan, se odian a sí mismos. Tenemos también a homosexuales con un amante regular, lo ocultan pero asumen que en privado pueden mantener relaciones. Y también hay gente con muchos amantes, gente que incluso recurre a la prostitución masculina, que participa en fiestas con sexo y drogas. Pero mi libro no trata sobre los extremos, no se centra en la prostitución y en las fiestas con sexo y drogas, aunque eso forme parte del panorama. Mi libro se ocupa fundamentalmente de la sexualidad común de la mayoría de la gente en el Vaticano y en cualquier lugar de la Iglesia. Y es una mayoría silenciosa. Yo no creo que en el Vaticano todo el mundo practique sexo, creo que es un lugar con muchos homófilos, muchos homosexuales y gente que incluso no sabe lo que es, que tiene problemas con su sexualidad.

P.- ¿Sin la homosexualidad no se entiende a la Iglesia católica?

R.- No, no se entiende. No pretendo con este libro hacer outing (hacer pública la homosexualidad de una persona sin su consentimiento) ni sacar del armario a nadie. Este libro no trata de si este cardenal, aquel obispo o ese sacerdote son gays. Lo que me interesaba era explicar que la homosexualidad configura un sistema y que es algo que tiene una gigantesca influencia en la Iglesia, en su doctrina, en su organización y funcionamiento. La homosexualidad explica muchas cosas, explica la doctrina de la Iglesia sobre el celibato, el condón, la castidad...

P.- Y exactamente, ¿cómo explica eso la homosexualidad?

R.- Los sacerdotes y cardenales que con más agresividad defienden el celibato, los que con más agresividad defienden la prohibición de que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, lo hacen porque quieren que la Iglesia siga siendo una cosa sólo de hombres, quieren evitar a toda costa que los sacerdotes se puedan casar. Y lo hacen porque son gays. Detrás de la guerra contra el Papa Francisco también se encuentra la homosexualidad. Se encuentra incluso en el ocultamiento de los abusos sexuales contra menores perpetrados por sacerdotes.

P.- ¿En qué sentido?

R.- Obviamente, no hay ninguna relación entre homosexualidad y abusos sexuales, ninguna. De hecho, la mayoría de los abusos sexuales que se cometen en el mundo son heterosexuales y tienen como víctimas a mujeres. Eso está claro. Pero en la Iglesia hay una particularidad. El 85% de los abusos sexuales en la Iglesia, si no más, son cometidos por sacerdotes contra hombres adultos, la mayoría de ellos seminaristas, o contra menores de edad. En la Iglesia, los abusos sexuales son abusos homosexuales. Hay muchos y complejos motivos para explicarlo. Lo primero, muchos de los casos están relacionados con una homosexualidad no asumida, lo que conlleva una vida esquizofrénica, una doble vida. El problema no es la homosexualidad, el problema es la mentira, esa doble vida.

En segundo lugar, en la Iglesia hay una muy arraigada y profunda cultura del secreto respecto a la sexualidad, mejor dicho a la homosexualidad, de la mayoría de los obispos, curas y cardenales. Y esa cultura del secreto ha sido utilizada por los abusadores para ser protegidos por el sistema, aunque el sistema no fuera creado para proteger eso. Y, en tercer lugar, muchos obispos que han encubierto abusos sexuales, yo diría que la gran mayoría, son gays, y han protegido al abusador para protegerse a sí mismos, por miedo a que su homosexualidad saliera a la luz, por miedo a ser chantajeados, al escándalo, a los medios...

P.- El cardenal Pell, número tres y responsable de finanzas del Vaticano hasta su destitución el pasado domingo, ingresó hace días en prisión tras ser declarado culpable de cinco delitos de abuso sexuales sobre dos menores. Sale en su libro...

R.- He conocido en persona a George Pell, le he entrevistado en Roma para mi libro y, sí, sale en él. Pell es un enemigo del Papa Francisco, cuando me reuní con él estuvo todo el tiempo criticándole por su visión progresista sobre la moralidad. Atacaba al Papa por considerarlo demasiado gay friendly, muy pro-gay. Pero probablemente Pell es homosexual y, atendiendo a lo que ha dicho la Justicia, es un abusador de menores. Pell representa la esquizofrenia que hay en la Iglesia, la doble vida, la hipocresía, el conservadurismo, los homófobos que atacan al Papa por su apertura hacia los gays cuando ellos mismos son gays y, en el caso de Pell, abusador de niños. Porque hay muchos así.

P.- ¿Por ejemplo?

R.- McCarrick, el cardenal de Washington, es el mismo caso, y también está Luigi Ventura, el nuncio en París, de quien se descubrió hace una semana que podría haber agredido sexualmente a dos hombres adultos, que está ahora siendo investigado por la Justicia francesa y que es conocido por su homofobia. Y probablemente, cuando fue nuncio en Chile encubrió algunos casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. MacCarrick, Pell y Ventura representan la esquizofrenia del sistema. En la Iglesia hay una regla muy sencilla: cuanto más homófobo es alguien, cuanto más ultraconservador es, más homosexual resulta ser.

P.- Usted cita, por ejemplo, a los cardenales españoles Antonio Cañizares y Antonio Rocuo Valera como pertenecientes al ala más conservadora y tradicionalista...

R.- No sé nada de la vida del cardenal Cañizares o del cardenal Rouco Varela. Pero lo que le puedo decir es que cuando alguien está obsesionado por la cuestión gay, en general hay algo detrás. E insisto: no estoy hablando en particular de ellos. Pero la mayoría de los cardenales que he conocido que son claramente heterosexuales no están en contra de los gays, al revés, por lo general se muestran amigables hacia los gays, no están obsesionados. Y lo contrario: cuando alguien de la Iglesia está obsesionado con la homosexualidad tenemos buenos motivos para pensar que ese alguien es homosexual y que trata de ocultarlo con sus críticas feroces hacia los gays.

P.- ¿También en la batalla contra el Papa Francisco que libran los sectores ultraconservadores se encuentra la cuestión homosexual?

R.- Le diré que al principio yo no era muy fan del Papa Francisco. Soy el típico laico francés, no soy católico, deje de serlo cuando tenía 12 años. El Papa es argentino, es jesuita, es peronista y un día está a favor de los gays y al día siguiente en contra, así que al principio no me gustaba mucho. Pero cuando empecé a hacer mi investigación, para la cual pasé una semana al mes en Roma durante cuatro años y viajé a 30 países, poco a poco empecé a darme cuenta de que había algo extraño en los ataques al Papa por parte de los cardenales ultraconservadores. Me di cuenta de que mentían, de que atacaban al Papa por ser amigable hacia los gays cuando ellos son lo que Francisco llama «los rígidos con una doble vida», cardenales esquizofrénicos, hipócritas, con una vida secreta. El Papa está en medio de una guerra promovida por cardenales de la ultra-derecha que tienen como objetivo echarle, sacarle de la Iglesia. Son cardenales muy homófobos y al mismo tiempo gays. Ahora que lo he entendido soy un gran admirador de Francisco.

P.- Entre los 30 países a los que ha viajado para llevar a cabo esta investigación se encuentra España. ¿Qué ha encontrado?

R.- He viajado mucho por España, cuatro o cinco veces. Empecé a hacer mi investigación en el Vaticano, pero luego viajé a varios países, España incluida. Mi objetivo era constatar si la homosexualidad era algo limitado al Vaticano o si estaba en todos los países, en todos los episcopados. Me sorprendió encontrar exactamente el mismo patrón en todos lados. Especialmente en España. Creo que, después de Roma en Italia, España es el país más interesante. España es la quintaesencia del sistema. Todo lo que encontré en Roma descubrí que existía exactamente igual en España, en la conferencia episcopal española, en Francia, en Estados Unidos, en Chile, en Argentina, en Colombia, en México... Y fue eso lo que me hizo ver que la homosexualidad en el Vaticano no es una singularidad, sino un sistema.

P.- Sostiene que cuanto más se asciende en la jerarquía católica más numerosos son los gays. Dice incluso que tres de los últimos cinco Papas eran homófilos...

R.- Bueno, en realidad eso no lo digo yo, es algo que me dijo un arzobispo. Como tampoco soy yo el que dice que el 80% de la gente en el Vaticano es gay, es lo que me dijo un sacerdote.

P.- Pero usted se hace eco de esas afirmaciones...

R.- Sí. Me hago eco de eso porque son cosas que me dijeron personas que saben de lo que están hablando. Yo no doy esas cifras por descontadas, pero creo son valiosas porque proceden de personas que conocen bien la situación. Yo no discuto de cifras, no discuto de nombres. Mi libro no va de hacer outing, yo no saco a nadie del armario, excepto a personas que llevan mucho tiempo muertas, cuya homosexualidad ha sido desvelada por medios de comunicación o que han cometido abusos sexuales y han sido condenados por ello. Insisto: yo no hago outing. Lo interesante no es la vida de este o aquel sacerdote, sino el sistema. Yo no hago outing con sacerdotes, obispos o cardenales, yo hago outing con el Vaticano.

P.- Pero usted sí dice que cuanto más se sube en el escalafón de la Iglesia más homosexuales hay, ¿no?

R.- Sí, esa es una afirmación mía. De nuevo, se trata de una cuestión sociológica. La Iglesia atrae a los gays y a las personas que tienen problemas con su sexualidad y los promociona dentro del sistema. Los sacerdotes identifican a los seminaristas, los obispos identifican a sacerdotes , los cardenales identifican a obispos... Y así, según se va subiendo en la jerarquía cada vez hay más gays. Yo no creo que el Vaticano sea un lugar en el que todo el mundo practique sexo, creo que es un lugar con muchos homófilos, muchos homosexuales y gente que incluso no sabe lo que es, que tiene problemas con su sexualidad.

P.- Si no pretende hacer outing, ¿qué pretende con este libro?

R.- Yo soy gay, abiertamente gay, y no tengo ningún problema en que haya sacerdotes, obispos o cardenales gays, para nada. Mi libro no denuncia o critica la homosexualidad, denuncia la hipocresía. Además, el que la Iglesia sea un sistema homosexual en el que la mayoría de la gente es gay es algo que tiene consecuencias en la moral, la doctrina y la organización de esa institución y la guerra que se está viviendo en este pontificado. Ese es mi único objetivo. La Iglesia está atrapada, se encuentra en un callejón sin salida, está muriendo porque no dice la verdad. Yo estoy a favor de la verdad y creo que mi búsqueda de la verdad es de alguna manera parecida a la búsqueda de la verdad del Papa Francisco.

P.- ¿Tenía que ser un periodista francés, no católico y gay como es usted el que hiciera esta investigación?

R.- Los vaticanistas, los periodistas que cubren el Vaticano, están bien informados sobre la homosexualidad en la Santa Sede. Hablé con varios de ellos y me lo confirmaron, lo sabían todo. Pero también me dijeron que si lo publicaban su carrera se acabaría. Ese es también el motivo por el que un libro como el mío no se había hecho antes. Y siento mucho decirlo, pero un periodista heterosexual tampoco tiene los códigos para entender el sistema, para comprender la red. Es por eso por lo que este libro lo he hecho yo: un francés, sociólogo , periodista -pero no vaticanista- y gay. Tan simple como eso.

P.- Si la homosexualidad mayoritaria es el secreto mejor guardado de la Iglesia y del Vaticano, ¿cómo se las ha apañado para hablar con 40 cardenales y cientos de obispos y sacerdotes?

R.- Bueno, en eso consiste mi trabajo, y llevo mucho tiempo realizando investigaciones como esta. Mi primera técnica de investigación es volver. Nunca acepto un 'no' como respuesta, si me dicen 'no' vuelvo una y otra vez. Además, he contado con 27 sacerdotes o laicos gays que viven y trabajan dentro de Vaticano y que han sido mi principal fuente, que sabían lo que estaba haciendo y que me han ayudado en mi investigación. A través de ellos, y trabajando cuatro años en esta investigación, poco a poco he conseguido tener más acceso a sacerdotes y a cardenales. Es lo que se llama periodismo de inmersión: uno se sumerge en una realidad y describe lo que ve. Y eso es lo que yo he hecho. Pero nunca he mentido respecto a mi nombre, nunca he mentido sobre el hecho de que soy periodista, escritor y sociólogo, nunca he engañado a la hora de hacer una entrevista, siempre he respetado a quienes han aceptado hablar conmigo manteniendo el anonimato y sin que les grabara.

P.- Su libro ha sido muy criticado por la mayoría de los vaticanistas cuando lo presentó en Roma...

R.- Bueno conozco también muchos vaticanistas como Marco Politi o Gianluigi Nuzzi que han hecho reseñas positivas de mi libro. Otros, es verdad, lo han criticado. El libro está creando un debate internacional. Mire: yo he escrito un libro y habrá a quien le guste y a quien no, quien lo adore y quien lo odie. Yo no tengo una agenda política, un objetivo. Mi objetivo no es cambiar la Iglesia, mi objetivo era hacer una investigación y escribirla en forma de libro. Una vez hecho eso los católicos, los vaticanistas, la Iglesia, los sacerdotes, el que quiera, puede usar o no el libro para cambiar la Iglesia. Pero ese no es mi trabajo.

P.- ¿Ha recibido reacciones a su libro del Vaticano o de alguno de los cardenales con los que habló durante su investigación?

R.- Oficialmente el Vaticano no ha reaccionado, y yo tampoco la esperaba. Lo que le puedo decir es que hasta ahora nadie me ha señalado ningún error en el libro ni nada que no le guste. Probablemente ocurrirá, pero por ahora no ha sucedido.

sábado, 16 de febrero de 2019

Educación, II. Patologías del trabajo.


La mayor parte de los afectados por estrés son aquellas personas cuyos trabajos requieren una implicación personal, una relación constante y directa con personas, incluyendo aquí a los profesionales de la sanidad, la enseñanza, los funcionarios de prisiones, los servicios públicos y los servicios sociales. El mundo moderno y un pensamiento único que asume el capitalismo como una ética de consumo y deshumanizada, si tal cosa es concebible, ha transformado también las relaciones personales en relaciones de consumo, y eso se refleja más fuertemente en la despersonalización de los trabajos que requieren una implicación mayor de lo individual y que operan en la esfera de lo interpersonal.  
En consecuencia, es preciso deslindar dentro de los trastornos por estrés una categoría diferenciada de trastorno que afecta a las profesiones donde el individuo implica algo más que su trabajo físico. Es el síndrome de burnout, de agotamiento emocional por el trabajo, del quemado o, más exactamente, de desgaste profesional, un tipo característico de estrés que suelen sufrir los trabajadores que realizan su labor en contacto con otras personas; se trata, pues, de un trastorno en gran medida psicosocial y estructural (1) e implica en su sintomatología mucho de lo que atañe a las relaciones entre individuo y sociedad. 

Los síntomas de este síndrome son los mismos que los del estrés, con el añadido del cambio de actitud del individuo con respecto a su trabajo y la gente que le rodea, causa de que se vuelvan fríos y despersonalicen completamente su relación con los demás. Los conceptos de origen marxista de alienación, masificación y reificación o cosificación tienen mucho que ver con este síntoma particular, degradando las relaciones humanas en relaciones de consumo, degradación o dominio absoluto en todas las esferas de la actividad: la anomia social, pues, se incrementa y se expresa a través de divorcios, abortos, alcoholismo, drogadicción, inestabilidad, violencia física, emocional e intelectual y, por supuesto, del burnout y otras patologías psicosociales bastante frecuentes en el profesorado.



Por otra parte, tanto el burnout como el estrés en general no afectan de forma homogénea a todas las personas; la sintomatología y las causas, tanto endógenas como exógenas, por las que se producen son variables. Así, por ejemplo, dentro del ámbito educativo al que me refiero, los profesores de griego o de religión (2) asumen una sintomatología diferente en cantidad y cualidad a la de un profesor de asignaturas troncales o instrumentales más masificadas, como la lengua o las matemáticas, y también hay diferencias en el caso de que su situación administrativa sea de interino, de funcionario de carrera o de catedrático (reparto de horarios mejores o peores, turnicidad diurna o nocturna, mejores o peores cursos, mayor o menor trato y aceptación social en el grupo etc.), o según el centro en que se encuentren (privado, público, concertado) o la modalidad de enseñanza que impartan (primaria, secundaria, bachillerato, universidad, educación especial, apoyo...) por más que los síntomas de este mal sean comunes: falta de ilusión que lleva a la apatía, agotamiento psicofísico, frustración, ansiedad, inseguridad... El afectado de burnout siente que no encaja en su contexto, y reacciona ante él de la misma manera antisocial y nihilista que un doctor Gregory House, por poner un ejemplo al alcance de esta cultura audiovisual y de un ámbito en que este tipo de síndrome es incluso más frecuente.

 Cuantitativamente, las cifras de las enfermedades profesionales y de accidentes en el sector docente revelan la importancia del problema, puesto que éste se constituye en la segunda causa de baja laboral del sector. Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, apunta en una entrevista que, entre las profesiones más estresantes, el sector educativo tiene el mayor índice de estrés del Estado: un 47.9% de los profesores se reconocen “siempre” o “frecuentemente” estresados, lo que en cualquier otra profesión exigiría un plus de peligrosidad. Que se tolere, sin embargo, esta desproporción se debe a la contención que imponen las vacaciones estivales para paliar este enorme desequilibrio, si bien los dos meses conceptuados en ellas son descontados en las retribuciones globales que imponen un sueldo de funcionario de clase A. Que las vacaciones no solucionan el problema se demuestra con el hecho colateral de una estadística de divorcios y separaciones particularmente alta en esta profesión, así como en el creciente número de bajas durante el calendario escolar. 

Entre las causas cualitativas de que en el curso de los últimos años el campo de la docencia se esté viendo tan afectado por este síndrome están: la desintonía y disparidad entre lo que se enseña en la universidad y lo que se aplica en la enseñanza; los cambios continuos en las materias y los procedimientos de enseñanza; la escasa remuneración;  la perentoria necesidad de actualización; la inseguridad e inestabilidad laboral; la imposibilidad de progreso y promoción profesional y social y la falta de reconocimiento que acarrean; las presiones y procedimientos coercitivos respecto al modo de educar; el nulo reconocimiento social de los profesores –ya ni siquiera los alumnos desean serlo–; la falta de salidas laborales alternativas; la nula formación de los cuadros directivos de instituciones educativas en recursos humanos: el desprecio generalizado a las opiniones del profesorado por parte del Estado y de las Comunidades Autónomas; la elaboración de planes educativos impermanentes y contradictorios; el trato, a menudo cargado de violencia emocional, psíquica o incluso física, implícita o explícita, de alumnos, padres y jefes; la antigüedad y estancamiento de los baremos, que, por ejemplo, no reconocen o degradan méritos realizados en soporte informático, la formación o experiencia suplementaria incluso en otros ámbitos, la creatividad o los premios; el excesivo número de alumnos por clase; el hecho de alargar la escolarización hasta los 16 años; la general desmotivación y desinterés del alumnado; el escaso y anticuado material educativo disponible; las exigencias socioeconómicas que promueven un alumno ignorante y acrítico para venderle productos aculturales de peor calidad; la mala educación de un sector pequeño, pero que basta para impedir u obstruir el trabajo, de los alumnos; el enfrentamiento puro y directo con la anomia social y la cultura de masas; la diversidad étnica, lingüística, social, psíquica y física del alumnado;  el nulo reconocimiento de las actividades extraescolares y su lamentable falta de protección jurídica; la repetitiva monotonía y poca variedad del trabajo; el entorno ruidoso y degradado del ámbito laboral; la ausencia de un estatuto del docente y de una ética profesional común; la visión peyorativa –apoyada por los medios de masas– de las humanidades y otras concausas afectan negativamente a las personas que se dedican a esta profesión, llegando a provocarles el síndrome del quemado o burnout.

NOTAS



    (1) Los estudios modernos señalan que la mayoría de los factores estresores de la enseñanza son de naturaleza social y estructural “El análisis de regresión efectuado muestra la importancia en el desarrollo del burnout de las fuentes potenciales de estrés propias de la organización en la que el profesor desempeña su trabajo.” Así Bernardo Moreno-Jiménez en su “Burnout docente, sentido de la coherencia y salud percibida”, en Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 4, (1999, 3), pp. 163-180, e igualmente el estudio de B. Moreno Jiménez y E. Garrosa Hernández, Las condiciones de Salud Laboral en el colectivo de: Trabajadores de enseñanza de la Comunidad de Madrid. Madrid: Fundación Prevención de Riesgos Laborales. UGT, 2002.

(2)  El griego, el latín y las asignaturas humanísticas como la Filosofía sufren una continua crítica y remodelación por parte de los sucesivos planes de enseñanza que se replantean su necesidad y obligatoriedad; además son asignaturas minoritarias, devaluadas en los planes de estudios (reconvertidas a la llamada Cultura clásica), así como desprestigiadas entre los profesores y alumnos y expuestas a diversos vaivenes de horarios. Por otra parte, la Iglesia católica rechaza renovar la contratación de profesores divorciados, por ejemplo, y sus exigencias en el ámbito privado e irregulares contrataciones imponen un estrés suplementario al profesor de esta área.

viernes, 8 de febrero de 2019

Educación (I)

Se suele valorar mucho el papel de los maestros; lo malo es que ya solo se hace entre los maestros; yo lo valoro, aunque no demasiado; desde luego, no tanto como se valoran algunos, que están encantados de haberse conocido y son personas redundantes, dos veces ellos mismos o más; yo creo que lo que más valoran son las mentiras, porque les permiten ir por ahí con la barbilla muy alta; eso está más claro que el agua, cuando el agua está clara. Yo mismo no me valoro nada de nada; considero que mi preparación científica es incompleta y mis conocimientos pedagógicos nulos, no precisamente por falta de ganas o interés; no me han formado bien al respecto (y ahora, gracias a la supresión de los Centros de Profesores y Recursos, uno de los discutibles "avances" de la enseñanza moderna, mucho menos). Incluso he pensado alguna vez en estudiar Magisterio, ya que lo que he aprendido en la Universidad no me sirve actualmente para nada, sino para que los alumnos no me entiendan en una cultura donde ya no se lee y no se ve teatro. Por ejemplo, ya no se aprende bien literatura: solo el mecanicismo de la gramática, de la lengua y del texto. El buen maestro es tan escaso como el oro y mucho más valioso; pero para poder aprender de él son necesarias unas circunstancias especiales de marginado o friki, algo así como un Castillo de If, un abate Faria y diez años cavando en uno mismo y en el suelo a lo Conde de Montecristo, para darse cuenta de que se estaba en un profundo error desde el principio. Eso es la cultura. Algo que cuesta mucho y deja mala cara. O un sentido crítico como la copa de un pino: hecha de agujas que pinchan.

Hay otra sabiduría que no es nada oficial. Se aprende más de los padres, de los amigos, de la novia, de la naturaleza, de los libros que uno busca, en un taller, en un trabajo, en una tertulia, en un cine, en unos billares, en una biblioteca pública. Y se aprende más del conjunto de todo eso y de todos los maestros que de uno solo. Para aprender no se necesitan maestros ni libros, sólo una curiosidad tremenda, devoradora, obsesionante que te haga buscarlos. Es una pasión, y una gran parte de nuestra juventud es demasiado desapasionada y desencantada. Busca la superficialidad per se: en esa sociedad se desprecia tener mala cara.

Mis primeros maestros se me aparecen hoy borrosos. Recuerdo a don Sabino, profesor de matemáticas, ahogado en nuestra ciclópea ignorancia de lo abstracto. Me pidió que le dibujase una pirámide, y yo le dibujé una pirámide con unas palmeras al lado. El hombre se resignó; eso de las abstracciones geométricas y de los volúmenes sólidos no estaba diseñado para mí; me había impresionado una película de Howard Hawks, Tierra de faraones, y se ve que ya por entonces las humanidades eran lo mío; el mocoso que yo era ya tenía suficiente léxico como para saber qué era una pirámide en el sentido egipcio del término, pero no en el abstracto. Creo yo que se necesitaban más horas y más material que se pudiera coger con la mano, y que los profes de matemáticas se limitaban solamente a recoger las espigas más granadas del secano y tiraban el resto a las piedras, como en la parábola del sembrador. Se esforzaban en enseñarnos a resolver raíces cuadradas, pero a la mayoría nos mandaban a los niveles superiores ya con esa habilidad olvidada.

Mis padres no me ayudaban directamente; yo manoseaba continuamente la Enciclopedia Durvan que había comprado mi padre y me leía cada vez tres o cuatro artículos, incesantemente.; además suscribieron a mi hermano, que iba para ingeniero, al Círculo de lectores. Pero como él sólo se interesaba por cosas técnicas, pronto fui yo el único que seleccionaba los libros, los pedía y los leía.  Mi padre poseía también una preciosa (por su prólogo y sus notas, no por sus grabados)  edición del Quijote de Martí de Riquer con tapas de corcho; mi padre solo leía cosas sobre la Guerra Civil y la II Mundial, biografías de Franco y el Quijote. Su curiosidad no pasaba de allí; era milagroso cómo al segundo párrafo se quedaba profundamente dormido, virtud que siempre he envidiado de él. El hecho es que me lo leí por primera vez en esa edición impecable, que ahora ha superado la de Rico, con quien en alguna ocasión he hablado; todavía conservo la de Riquer, aunque está desencuadernada y con tiritas a causa del manoseo.

Así llegué a sacarme una culturilla, pero no precisamente del cole adocenado y aburrido. Además pienso que lo que me ayudó a leer con soltura y buscar libros no fue precisamente el cole, sino los tebeos y la existencia de tiendas donde se podían cambiar a precio prácticamente de baratillo; creo que pocos habrán leído tantos tebeos, cómics e historietas como yo. Pero ahora ya no hay esas cosas, que son caras y ni siquiera se subvencionan (una de tantas cosas como se hacen mal en política cultural). Además, la ciencia-ficción nos hacía interesarnos por la ciencia, la tecnología, el vocabulario científico. También el diccionario agregado a la Enciclopedia Durvan, consultado cada vez que alguien usaba una palabra rara en televisión, terminó prácticamente desencuadernado por el sobo y su atlas-apéndice. Pero de la escuela elemental recuerdo solamente las interminables tablas de multiplicar, las ilustraciones del libro de religión (Zaqueo subido en la higuera: algo con lo que me identificaba) y las clases de lectura en voz alta, tal vez porque se me daban muy bien... y me gustaban. Así leí por vez primera un pasaje inolvidable de Galdós. Pero nunca he podido subir a un árbol como el envidiado Zaqueo: no soy lo bastante ágil.

Del colegio nacional de Jaén pasé a los Salesianos de Puertollano. Recuerdo a don Anselmo, un cura salesiano que se dormía en las clases, del que no aprendí nada. Recuerdo a don Chema, otro cura, pero con voz de pito, que enseñaba ciencias naturales y secuestraba ranas atontándolas con cloroformo para luego diseccionarlas. De este asesino en serie aprendí tan sólo que no me gustan las ranas y que es dudosamente ético matarlas sin qué ni para qué, ni siquiera para aprender que no te gustan las ranas y que es dudosamente ético matar ranas sin qué ni para qué. Tenía el hombre una paciencia de santo Job y aburría de un modo cómo solo he podido comprobar más tarde en los profesores de Geografía, esa carrera en crisis. Los niños se le ponían a hablar porque no lo entendían; yo, y quizá alguno más, era el raro, me interesaba lo que decía a pesar de todo; daba vueltas a los nombres de las taxonomías minerales como si fuesen dulces en el paladar; sus propiedades me parecían casi mágicas; miraba los fósiles con arrobamiento y los iba a buscar a las tolveras y derrubios de las minas de carbón; de mi padre obtuve piritas, plata, plomo, mercurio, galena, cinabrio; también me agencié yo mismo algunos fósiles de helechos e incluso encontré un cristal mineral precioso en la laguna de Caracuel, un día que paramos allí; también me compraron, tras mucho machacar a mis padres, un juego de química, aunque mi entusiasmo se detuvo un poco cuando me estalló un tubo de ensayo; algo parecido me pasó con un microscopio de juguete. Supongo que quería emular a mi hermano, que hacía radios de galena con un Scatrón usando el somier de la cama como antena, y machacaba todo el día en el tocadiscos música lisérgica de Emerson, Lake & Palmer y Walter Carlos.

Luego estaba don Ángel, el profesor de francés; sus interminables fichas de ejercicios me hicieron padecer mucho, porque yo era de los pocos que intentaba hacerlas; de conjugaciones verbales hice muchísimas, pero lo único que conseguí es cogerle odio al idioma a causa de la brutalidad de su mecanicismo repetitivo; él se ponía unas gafas de sol y nos interrogaba por orden alfabético golpeando la mesa para indicar que pasaba el turno, un ritual sádico para alguien a quien le gustaban los rituales. En vez de poemas en otros idiomas nos enseñaban luego otros profes diálogos tontos o de besugos que traducir, al estilo de los que tanta gracia le hacían a Ionesco, hasta el punto de que un método de inglés que seguía con ese tipo de sonserías le hizo engendrar el teatro del absurdo. Un profe de historia, don Fernando, era seglar, y por eso tenía un cierto encanto explicando; su aroma era algo más liberal y diferente al de un salesiano; estos tenían algo, no sé, de pasota o de contradictorio; eran muy hipócritas y les gustaba mandar al estilo divino, como por la gracia de un rey absoluto. Para ellos éramos como una especie de reclutas que pasaban la inspección en busca de pecado; pero aunque así les gustaba creerlo eso no era un seminario, aunque revivían así su experiencia de esos modos. Era bastante frecuente que nos enviasen por sorpresa a la iglesia o para darnos alguna instrucción religiosa o con flores a María; de vez en cuando nos insinuaban que nos hiciésemos curas; sin embargo había algo de triste, de hipócrita y de frío en esa actitud que no terminaba de cuadrarme, aunque yo sentía en mí una disposición espiritual que nunca he podido negar, incluso en la actualidad, en que tan crítico me he vuelto. Nos obligaban a ir a misa todos los domingos, incluso nos pedían un resumen del sermón, y esa especie de estado policial religioso terminó por resultarme insufrible: parecía que en el mundo no había otra cosa que salesianos, misas, Juan Bosco, Domingo Sabio, María y Domund; era una especie de Amarcord soso y sin encanto; y cuando me castigaban a venir temprano por no ir a misa, los reverendos padres no se habían levantado todavía y pasaba frío y soledad hasta que las clases comenzaban. Esos castigos eran contraproducentes y tan hipócritas como ellos mismos: no controlaban que se cumplieran porque no se esperaban que se cumplieran. Creo que desde entonces detecto las comeduras de coco y los discursos totalitarios a cien kilómetros. ¡Y eso que los salesianos se consideraban los más progresistas entre los católicos! Pues yo creo que si hubiera caído en un lugar más estrecho de miras, me habría muerto de verdad de puro asco. Quien no destacaba en baloncesto o balonmano o era una nulidad en fútbol, o quien no iba para cura o para técnico, no interesaba nada a los Salesianos. Yo destacaba en letras, y eso a los santos padres les daba igual. Devoraba una revista salesiana juvenil a la que estaba suscrito, J20, y participaba en cualquier cosa que tuviera que ver con papel o cine. Nadie, sin embargo, se ocupó en despabilar mi imaginación ni mi interés por la literatura, ni siquiera cuando gané el concurso de redacción provincial de Coca-Cola; yo tenía un teatro en el cuerpo que nadie me hizo sacar.

Por el contrario, la biblioteca pública de Puertollano y el cine Gran Teatro eran lugares mágicos para mí. Me pasaba las horas muertas de las tardes en ambas instituciones, leyendo tebeos y libros o viendo programas dobles dos veces; colarse en el cine era muy fácil, pero yo recurría a esa estratagema pocas veces, porque me daba vergüenza. Siempre echaban las mismas películas y dos veces cada tarde, y yo, para no aburrirme, me fijaba las segundas veces en los detalles y en la estructura del filme. Ahondé en esas pasiones hasta ser el que soy ahora mismo, un modesto cinéfilo y bibliófilo, pero nunca logré sentirme parte de nada salesiano; nada de lo que ahí se hacía me parecía sincero y estuve muy solo, de no ser por mis amigos proletarios: Vitoria, Santiago, Quique, Alfonso, Godeo y Emiliano el panadero; de este último he heredado mi afición a los loros.