La mayor parte de los afectados por estrés son aquellas personas cuyos trabajos requieren una implicación personal, una relación constante y directa con personas, incluyendo aquí a los profesionales de la sanidad, la enseñanza, los funcionarios de prisiones, los servicios públicos y los servicios sociales. El mundo moderno y un pensamiento único que asume el capitalismo como una ética de consumo y deshumanizada, si tal cosa es concebible, ha transformado también las relaciones personales en relaciones de consumo, y eso se refleja más fuertemente en la despersonalización de los trabajos que requieren una implicación mayor de lo individual y que operan en la esfera de lo interpersonal.
En consecuencia, es preciso deslindar dentro de los trastornos por estrés una categoría diferenciada de trastorno que afecta a las profesiones donde el individuo implica algo más que su trabajo físico. Es el síndrome de burnout, de agotamiento emocional por el trabajo, del quemado o, más exactamente, de desgaste profesional, un tipo característico de estrés que suelen sufrir los trabajadores que realizan su labor en contacto con otras personas; se trata, pues, de un trastorno en gran medida psicosocial y estructural (1) e implica en su sintomatología mucho de lo que atañe a las relaciones entre individuo y sociedad.
Los síntomas de este síndrome son los mismos que los del estrés, con el añadido del cambio de actitud del individuo con respecto a su trabajo y la gente que le rodea, causa de que se vuelvan fríos y despersonalicen completamente su relación con los demás. Los conceptos de origen marxista de alienación, masificación y reificación o cosificación tienen mucho que ver con este síntoma particular, degradando las relaciones humanas en relaciones de consumo, degradación o dominio absoluto en todas las esferas de la actividad: la anomia social, pues, se incrementa y se expresa a través de divorcios, abortos, alcoholismo, drogadicción, inestabilidad, violencia física, emocional e intelectual y, por supuesto, del burnout y otras patologías psicosociales bastante frecuentes en el profesorado.
Por otra parte, tanto el burnout como el estrés en general no afectan de forma homogénea a todas las personas; la sintomatología y las causas, tanto endógenas como exógenas, por las que se producen son variables. Así, por ejemplo, dentro del ámbito educativo al que me refiero, los profesores de griego o de religión (2) asumen una sintomatología diferente en cantidad y cualidad a la de un profesor de asignaturas troncales o instrumentales más masificadas, como la lengua o las matemáticas, y también hay diferencias en el caso de que su situación administrativa sea de interino, de funcionario de carrera o de catedrático (reparto de horarios mejores o peores, turnicidad diurna o nocturna, mejores o peores cursos, mayor o menor trato y aceptación social en el grupo etc.), o según el centro en que se encuentren (privado, público, concertado) o la modalidad de enseñanza que impartan (primaria, secundaria, bachillerato, universidad, educación especial, apoyo...) por más que los síntomas de este mal sean comunes: falta de ilusión que lleva a la apatía, agotamiento psicofísico, frustración, ansiedad, inseguridad... El afectado de burnout siente que no encaja en su contexto, y reacciona ante él de la misma manera antisocial y nihilista que un doctor Gregory House, por poner un ejemplo al alcance de esta cultura audiovisual y de un ámbito en que este tipo de síndrome es incluso más frecuente.
Cuantitativamente, las cifras de las enfermedades profesionales y de accidentes en el sector docente revelan la importancia del problema, puesto que éste se constituye en la segunda causa de baja laboral del sector. Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, apunta en una entrevista que, entre las profesiones más estresantes, el sector educativo tiene el mayor índice de estrés del Estado: un 47.9% de los profesores se reconocen “siempre” o “frecuentemente” estresados, lo que en cualquier otra profesión exigiría un plus de peligrosidad. Que se tolere, sin embargo, esta desproporción se debe a la contención que imponen las vacaciones estivales para paliar este enorme desequilibrio, si bien los dos meses conceptuados en ellas son descontados en las retribuciones globales que imponen un sueldo de funcionario de clase A. Que las vacaciones no solucionan el problema se demuestra con el hecho colateral de una estadística de divorcios y separaciones particularmente alta en esta profesión, así como en el creciente número de bajas durante el calendario escolar.
Entre las causas cualitativas de que en el curso de los últimos años el campo de la docencia se esté viendo tan afectado por este síndrome están: la desintonía y disparidad entre lo que se enseña en la universidad y lo que se aplica en la enseñanza; los cambios continuos en las materias y los procedimientos de enseñanza; la escasa remuneración; la perentoria necesidad de actualización; la inseguridad e inestabilidad laboral; la imposibilidad de progreso y promoción profesional y social y la falta de reconocimiento que acarrean; las presiones y procedimientos coercitivos respecto al modo de educar; el nulo reconocimiento social de los profesores –ya ni siquiera los alumnos desean serlo–; la falta de salidas laborales alternativas; la nula formación de los cuadros directivos de instituciones educativas en recursos humanos: el desprecio generalizado a las opiniones del profesorado por parte del Estado y de las Comunidades Autónomas; la elaboración de planes educativos impermanentes y contradictorios; el trato, a menudo cargado de violencia emocional, psíquica o incluso física, implícita o explícita, de alumnos, padres y jefes; la antigüedad y estancamiento de los baremos, que, por ejemplo, no reconocen o degradan méritos realizados en soporte informático, la formación o experiencia suplementaria incluso en otros ámbitos, la creatividad o los premios; el excesivo número de alumnos por clase; el hecho de alargar la escolarización hasta los 16 años; la general desmotivación y desinterés del alumnado; el escaso y anticuado material educativo disponible; las exigencias socioeconómicas que promueven un alumno ignorante y acrítico para venderle productos aculturales de peor calidad; la mala educación de un sector pequeño, pero que basta para impedir u obstruir el trabajo, de los alumnos; el enfrentamiento puro y directo con la anomia social y la cultura de masas; la diversidad étnica, lingüística, social, psíquica y física del alumnado; el nulo reconocimiento de las actividades extraescolares y su lamentable falta de protección jurídica; la repetitiva monotonía y poca variedad del trabajo; el entorno ruidoso y degradado del ámbito laboral; la ausencia de un estatuto del docente y de una ética profesional común; la visión peyorativa –apoyada por los medios de masas– de las humanidades y otras concausas afectan negativamente a las personas que se dedican a esta profesión, llegando a provocarles el síndrome del quemado o burnout.
NOTAS
(1) Los
estudios modernos señalan que la mayoría de los factores estresores de la
enseñanza son de naturaleza social y estructural “El análisis de regresión
efectuado muestra la importancia en el desarrollo del burnout de las fuentes potenciales de estrés propias de la
organización en la que el profesor desempeña su trabajo.” Así Bernardo
Moreno-Jiménez en su “Burnout docente, sentido de la coherencia y salud
percibida”, en Revista de Psicopatología
y Psicología Clínica, 4, (1999, 3), pp. 163-180, e igualmente el estudio de
B. Moreno Jiménez y E. Garrosa Hernández, Las
condiciones de Salud Laboral en el colectivo de: Trabajadores de enseñanza de la Comunidad de Madrid.
Madrid: Fundación Prevención de Riesgos Laborales. UGT, 2002.
(2) El griego, el latín y las asignaturas humanísticas como la Filosofía sufren una continua crítica y remodelación por parte de los sucesivos planes de enseñanza que se replantean su necesidad y obligatoriedad; además son asignaturas minoritarias, devaluadas en los planes de estudios (reconvertidas a la llamada Cultura clásica), así como desprestigiadas entre los profesores y alumnos y expuestas a diversos vaivenes de horarios. Por otra parte, la Iglesia católica rechaza renovar la contratación de profesores divorciados, por ejemplo, y sus exigencias en el ámbito privado e irregulares contrataciones imponen un estrés suplementario al profesor de esta área.
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