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martes, 30 de mayo de 2017

Entrevista a Ángela Vallvey

Ángela Vallvey: «Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto», en La Razón, 29-V-2017:

Acaba de recibir el Premio Barcarola 2016 de poesía que concede la prestigiosa revista.

Acaba de recoger el premio Barcarola de poesía, aunque el fallo del jurado se produjo en 2016. Así ocurre cada año con los galardones que concede esta prestigiosa revista literaria, que son entregados en el Salón de Plenos del Antiguo Ayuntamiento de Albacete. Ángela Vallvey resultó la ganadora con «Epidemia de Fuego». Novelista, escritora y periodista colaboradora de LA RAZÓN, en todas estas facetas ha recibido galardones, pero reconoce que la poesía es para ella «algo muy importante y especial». Su libro es un poemario que, a su vez, está dividido en otros tres: «Diario de un parado», «Tengo un jardín salvaje» y «El código secreto».

–No es su primer premio poético.

–Tengo otros dos, pero es que publico poesía de tarde en tarde porque no es fácil. La poesía no la lee, ni la edita nadie y es difícil encontrar un premio limpio en el que se pueda defender un libro.

–¿Qué espacio ocupa la poesía entre sus diversas facetas?.

–Muy grande. Tengo inclinación a practicar todos los géneros literarios, con mayor o menor fortuna, pero la poesía es algo muy especial, para mí siempre ha sido un coto pequeño y cerrado, pero muy importante. Lo vivo como algo esencial de mi manera de estar en el mundo, no de enfrentarme a la literatura o ser escritora, sino como una postura ante la existencia, como una sensibilidad, por eso ocupa en mí un lugar privilegiado.

–¿Sigue siendo la poesía la hermana pobre de la literatura?

–Sí, porque no ha habido comercio detrás de ella, ni industria que la sostenga y haga que los talentos puedan expresarse. Hay premios que están, digamos, controlados, y son difíciles de conseguir para el común, si no estás en una serie de clubs específicos. Por eso los míos han venido cada siete o diez años, he tenido la suerte de poder defenderme en unos premios limpios, pero no es lo habitual.

–¿Conoce el movimiento poético emergente entre los jóvenes?

–Es cierto, decimos que la poesía es minoritaria, pero esto está cambiando hoy. Últimamente hay gran número de poetas con bastante éxito en las redes sociales que después venden muchos libros porque han surgido de ahí, de esos fenómenos multitudinarios.

–En «Diario de un parado» muestra sensibilidad política y social.

–Nunca había escrito poesía social, lo hice durante los años más duros de la crisis y viviéndola muy de cerca. Hago un correlato –no sé si objetivo o subjetivo– de ella. Quería hacer un retrato de la recesión, que podría haber sido más lacrimógeno o facilón, pero preferí que fuese sobrio.

–Toca muchos temas, del mundial de fútbol al terremoto de Haití, pasando por la muerte de Delibes y Berlanga o la primavera árabe.

–Es un retrato histórico en el sentido que se enmarcan acontecimientos que me afectaron como espectadora. Son hitos de unos años duros en los que ocurrieron cosas tremendas que afectaron a la gente. De fondo, la primavera árabe, que fue un auténtico fiasco que ha derivado en lo que todos sabemos. Están escritos al hilo de las circunstancias del momento, sin perspectiva histórica. Ahora igual les daba otro enfoque.

–¿Hemos salido de la crisis?

–No, para nada. Cuando empezó a derrumbarse todo, pensé que la cosa iba para veinte años. Aparte de que ya nunca será como fue en los momentos de mayor abundancia y derroche. Recuperar aquella riqueza después del descalabro en nuestro patrimonio será difícil, sobre todo las clases medias, que hemos sido descapitalizadas, desamortizadas. Se les quitó la mitad de lo que poseían entre propiedades, salarios, ahorros...El resultado es mucho dolor e involución en aspectos sociales.

–Su libro segundo, más introspectivo, está influido por la cultura samurái.

– Yo practicaba artes marciales y soy una enamorada de Asia, de lo oriental, de su poesía, que he leído mucho, poesía china clásica y poetas actuales que encuentro. Mi fascinación derivó en esos poemas.

–¿Qué representa su «jardín salvaje» del que habla?

–Primero, yo llevo dentro un samurái (¡ja ja ...!), pero pacifista. Entiendo el espíritu de lucha como algo simbólico, traducido a mi tiempo y a mis circunstancias, a mi sensibilidad. La metáfora del jardín la veo como una manera de construir la intimidad, el amor, el mundo de mi vida diaria, con las propias manos en el día a día.

–¿Es su yo más protegido?

–Sí, cuando escribo poesía o novela, tengo mucha tendencia a ocultarme y a veces pienso, ¿qué estoy ocultando? Quizá es más pudor, la timidez o la falta de presunción. Estos poemas que he sacado del fondo, de mi manera de ver la vida y las cosas son un ejercicio de introspección y una metáfora de mi relación con el mundo, que me cuesta mucho.

–¿Cuál es su «código secreto»?

–El amor. Yo no he escrito muchos poemas de amor y estos pensé en hacerlos sin pudor, sin temor, porque tengo mucho miedo a caer en la cursilería, un pecado tremendo para un poeta. Puedes cometer otros excesos, pero si eres cursi estás muerto.

–La poesía como luz...

–Desde el punto de vista de la mera existencia, la poesía es para mí muy importante. Es mi luz, un elemento y un alimento de primera necesidad.

lunes, 29 de mayo de 2017

Terroristas modernos, de Cristina Morales

Carlos Pardo, "La revolución postergada", El País, 29 MAY 2017

Cristina Morales se confirma como la novelista de registro más amplio y potente de su generación

Con poco más de 30 años, Cristina Morales (Granada, 1985) ya es imprescindible para hacerse una idea de por dónde va la mejor narrativa española actual. Sus dos primeras novelas señalaban su virtuosismo técnico y una capacidad de provocación poco evidente, ajena a la gestualidad de enfant terrible. En Morales la violencia se dirigía, sobre todo, a las convenciones del hecho literario, a la comodidad con que leemos ficciones que no alteran el mundo ni nuestra manera de mirarlo, que terminan una vez cerrado el libro. Los combatientes (Caballo de Troya, 2013) narraba la gira de un grupo de teatro universitario, entre la transgresión y la imposibilidad política, y fue saludada como una potente obra generacional. Menos suerte tuvo Malas palabras (Lumen, 2015), vindicación de una Teresa de Jesús en primera persona, sin domesticar; una excelente novela oculta entre los descafeinados productos publicados durante el quinto centenario del nacimiento de la santa.

Arriesgando una comparación antipática podemos decir que Terroristas modernos confirma a Morales como la novelista de registro más amplio, más técnica y potente de una posible generación en la que figuran algunos virtuosos (Matías Candeira o Juan Gómez Bárcena) y un libro único (El comensal, de Gabriela Ybarra).

Terroristas modernos incide en dos fórmulas de sus novelas anteriores. En primer lugar, retoma la perspectiva histórica de Malas palabras. Esto nos lleva a preguntarnos por qué se escriben hoy novelas históricas. Si atendemos a quienes se sirven de la historia como decorado exótico o coartada de los prejuicios del presente, se escriben para apaciguar al lector, evadirlo. Pero existe otra manera de entender la ficción histórica que la convierte en un artefacto literario (y político) eficaz: la historia propicia un choque de perspectivas, de concepciones del mundo ahogadas por el totalitarismo de la actualidad. Así sucede en Terroristas modernos. Morales narra la “conspiración del triángulo”, levantamiento frustrado contra Fernando VII en 1816. Este complot de base masona llevado a cabo por ilustrados en el exilio, doceañistas y héroes de la guerrilla le permite tensar paralelismos y desajustes con la política actual: el terrorismo, la violencia de Estado, la manipulación de la prensa o la volubilidad del concepto de pueblo, de los ciudadanos indignados… Los títulos de los capítulos refuerzan una lectura paródica desde el presente. Por ejemplo: ‘Conspirar y montar un fiestón son la misma cosa: financiación del terrorismo’.

En segundo lugar, el libro ahonda en la estructura coral de la conjuración que Morales ya utilizó en Los combatientes. La perspectiva insuficiente de cada personaje toma la medida del “cuerpo sin órganos” de la revolución, por utilizar la expresión del filósofo Gilles Deleuze. No es azaroso que el intento de regicidio tenga lugar durante el Carnaval: la mascarada diluye las identidades de sexo y clase, gana un cuerpo común, performativo, y se deja la teórica revolución para otro día. Tampoco es gratuita la triangulación de los vínculos de los personajes, especialmente de los tres que llevan el peso de la novela: una heredera desclasada, Catalina Castillejos, y sus dos pretendientes, Rafael Lasso y Vicente Plaza, joven teniente de clase alta y curtido capitán.

El dominio técnico de Morales hace siempre pertinente la elección de cada voz y perspectiva. Narra en varios planos simultáneos: en presente, pasado y futuro a la vez, por ejemplo, o manteniendo dos conversaciones en momentos distintos. Pero entre las cualidades que nos han llevado a definir a Morales como una virtuosa de la escritura destaca la invención de un lenguaje vivo, denso y popular que, sonando a siglo XIX, no cae en el kitsch. Su función es otra: inventa un idioma que recrea la textura de la pobreza. Ese idioma es el principal desajuste con un lenguaje actual normalizado: hace pueblo, da la medida de una potencia desaparecida.

Es inútil buscar defectos en una novela tan destacable. No obstante, sus cualidades son a la vez sus límites. El alarde formal se percibe como un abrumador control de la escritora sobre la materia narrada, una omnipotencia que se vuelve contra la emancipación de los personajes. Ahora quedaría preguntarse si esto es un problema o una metáfora de ese control (panóptico) que convierte la revuelta en una pantomima.

Terroristas modernos. Cristina Morales. Candaya, 2017. 400 páginas. 20 euros

miércoles, 24 de mayo de 2017

Nueva biografía de Eugenio d'Ors

Juan Bonilla, "Eugenio d'Ors, de ángel a mineral", en El País, 24-V-2017:

No se trata de ser joven o viejo sino de convertirse en mineral o ángel, dijo al final de sus días el autor de 'Tres horas en el Museo del Prado'. Ahora una minuciosa biografía de Javier Varela sobre el escritor barcelonés, Premio Gaziel de Biografías y Memorias, examina con detalle y sin la menor complacencia la personalidad exacerbada del escritor
Como casi todas las buenas historias, la biografía de ese ser contradictorio y fascinante que fue Eugenio d'Ors -escrita por Javier Varela y ganadora del Premio Gaziel 2016 de Biografías y Memorias y titulada Eugenio d'Ors (1881-1954), publicada por RBA- cuenta una transformación. Al fin y al cabo eso es la Historia: transformación. Aunque en este caso parezca una transformación que se muerde la cola. La de Eugenio d'Ors aparentemente no puede ser más espectacular: pasó de ser un nacionalista catalán radical en su brillante juventud a un falangista imperial en su decadente vejez. Pero en realidad el cambio sólo estaba en la etiqueta: no tuvo que dar ningún volantazo para que se operara esa violenta transformación.D'Ors lo recubría todo de tal conceptismo barroco, y apelaba con tan buena prosa a las imposiciones de las circunstancias (no en vano era un escritor de diarios más que un filósofo, por mucho que Aranguren tratase de estudiar y definir La filosofía de Eugenio d'Ors), que se diría que todo podía mutar menos él: o sea, siguiéndolo se alcanza la eficaz convicción de que el nacionalismo catalán y el falangismo tampoco eran tan distintos, un mismo club con diferente equipación dependiendo de dónde jugara. Varela ha escrito un libro extraordinario que sigue muy de cerca a su personaje a través de las huellas que este fue dejando, que fueron miles dada su grafomanía incurable. Hacia 1903 pululaba por Barcelona un grupo de catalanistas imperiales que defendían que más que separarse de España, Cataluña debía aspirar a conquistarla -en los años 20 el poeta Foix escribiría un ensayo con esa misma médula: el futuro de la península, Lisboa incluida, pasaba por catalanizarse-. Entre esos intelectuales estaba el singular Francesc Pujols, más humorista que pensador si se considera oxímoron ser un pensador humorista. Fue el que declaró de modo memorable que "llegaría el día en que los catalanes podrían ir por el mundo entero con todo pagado". D'Ors, amigo de Pujols, no llegaba a tanto: se proponía una síntesis entre Cataluña (apolínea, armónica, ágil de colores y formas) e Iberia (dionisíaca, incivil, perezosa y trágica). Durante años, en su Glosari, representaba lo ibérico con trazo grueso: la sirvienta que vacía un orinal en plena calle, las ovejas que los campesinos hacen desfilar por una calle de Madrid, en contraste con la Cataluña fina, la Cataluña civil que él encarnaba. Ajeno a lo pompier -aunque terminó siendo más pompier que nadie- d'Ors, aún muy joven, se convirtió en la voz de Cataluña, un intelectual -más que un escritor- que proponía un sistema que afectaría a la ética y a la estética (y no es casual desde luego que sus páginas estéticas mantengan hoy un vigor que las otras, tan llenas de bizantinismos, han perdido). Muestra muy bien Valcárcel cuál fue el doble juego de d'Ors cuando su discurso empezó a desafiar al viejo catalanismo -mucho más humilde que el suyo, más aldeano, menos dado a la grandeza histórica, aunque a veces, como en el caso de Pujols, parezca que en esa grandeza no tiene más remedio que haber mucho del mero humorismo de quien no quiere darse cuenta de que las palabras queman-. En Cataluña se presentaba como víctima del centralismo y se refugiaba, a la manera de tanto político de hoy, en la seguridad de la sinécdoque: quien atacaba a d'Ors estaba atacando a Cataluña. Sin embargo fuera de allí, reprochaba al nacionalismo su cerrazón. Cuando escribía para periódicos catalanes, echaba pestes contra Castilla. Cuando escribía para periódicos de Madrid, todo eran loas a la Institución Libre de Enseñanza, a la poesía de Juan Ramón, y a las fiestas intelectuales del Museo Pedagógico de Cossío. No cabe discutirle a d'Ors su magnitud como crítico estético, alentador de un movimiento de transición entre el XIX y la nueva era como el Noucentisme: supo ver antes que nadie que el modernismo ya era viejo, que el simbolismo había gastado todas sus balas y propuso un arte nuevo que ampliara las fronteras de las disciplinas estéticas para adquirir verdadera relevancia social. Pero cuando el testigo lo recogieron los violentos vanguardistas, la posición de d'Ors -según consigna Juan Manuel Bonet en su Diccionario de las Vanguardias en España- fue ambivalente. Ambivalente es un buen adjetivo para definir a casi todo d'Ors: todo lo de los demás le causaba escepticismo y todo lo suyo entusiasmo -y no se olvide que entusiasmo, etimológicamente, significa "estar habitado por un Dios"-. No es raro, pues, que d'Ors usase y abusase de las metáforas angelicales para definir su propia filosofía -sin alcanzar a definirla nunca, convencido como estaba de que una definición es una derrota-. Pero apenas cabe duda de que, de su obra, lo que mejor ha resistido el paso del tiempo es precisamente el apunte de arte (no en vano sus libros más vivos son Tres horas en el Museo del Prado, Arte de entreguerras o Arte vivo). En la biografía de Varela seguimos los aconteceres de una vida expuesta desde bien temprano, una vida en primera línea, con conciencia, a veces muy inflada, de influencia en la realidad. De ahí que sus vaivenes fuesen tomados por el propio d'Ors como vaivenes de toda la época: su defenestración en la primera línea catalana era un hundimiento de Cataluña, su llegada a Madrid, en 1921, una prueba de que Iberia resucitaba de su sueño. D'Ors era un dandy, un seductor, "un bienqueda" con todo el que pudiera facilitarle un peldaño que escalar. "No he encontrado nunca mejor gestor de una obra propia", le definió Mircea Eliade, al que estuvo a punto de convencer de que Rumanía se merecía que apareciesen las Obras Completas de d'Ors traducidas al rumano. Sus cartas a Ortega dan un poco de vergüenza ajena, ofreciendo una pleitesía que en cuanto pudiera iba a volver epigrama. Una cosa es cierta: cuando d'Ors ejercía de epigramista, no tenía comparación. Acerca de Azorín dijo: "En cuanto a este, es una pianola. Y como el que se cansa tocándola es él...". Lo malo de un epigrama tan bueno es que leyendo el fecundísimo Glosario de d'Ors, la frase puede aplicársele al propio d'Ors. Es indiscutible su calidad de página, pero en cuanto se juntan un montón de páginas suyas, la calidad empieza a resultarnos tan cansina como una de esas conferencias en las que alguien enlaza tantas frases memorables que al final uno no se acuerda de ninguna.Su sueño imperialista le prestó la tentación de hacerse realidad con la llegada de la guerra. El golpe de Estado con que dio comienzo le pilló a d'Ors en París. No le cupo duda alguna de que su sitio estaba en Pamplona, donde contó con la camaradería del cura falangista Fermín Yzurdiaga y donde pronto empezaría a editarse el Arriba y la revista negra de falange Jerarquía, cuyo pomposo subtítulo era: Guía nacionalsindicalista del imperio, de la sabiduría, de los oficios. Varela describe así a Yzurdiaga: "Un orsiano, no sólo por su cordial adhesión a la doctrina imperial y romana, sino por su afición a la escenografía": La escenografía de aquellos días no podía alentar más a d'Ors, eran días de cruzada, de guerra de la fe contra la herejía, la guerra del azul angélico contra el rojo bárbaro del invierno moscovita. D'Ors fue recibido con todos los honores, y en seguida empezó a publicar de nuevo su Glosario. En palabras de Varela: "El Glosario comenzó a publicarse de nuevo con la mayor naturalidad el día 10 de agosto, exhibiendo una manera de impasibilidad, como si los incidentes de la historia española fueran cosa de poco, incapaces de salpicar las alturas en que se hallaba el glosador. Las palabras talismanes de d'Ors recobraban vigor: Tradición, Estilo, Clasicismo, Ángel. Por supuesto, el bando nacional lució a d'Ors en su equipo titular de intelectuales donde compartía alineación con Torrente Ballester, Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Sánchez Mazas o Giménez Caballero. Es impagable el episodio en que Varela nos cuenta la jura como caballero falangista de d'Ors en la iglesia de San Agustín. El que fuera gran escenógrafo antaño no tenía el menor empacho en volverse ahora un bufón.De ser intelectual del bando nacional pasó, una vez terminada la guerra, a amenizar los salones del Madrid de la posguerra, filósofo de cámara de una nobleza de escasa cultura, en expresión de Varela. Un marqués le preguntó a d'Ors si podría resumir en cuatro palabras el existencialismo, y d'Ors por supuesto podía, soltaba uno de sus epigramas -sin importarle que ya lo hubiera soltado antes para definir la fenomenología- y todos contentos: "El existencialismo es un método para escribir sin amenidad y sin precisión lo que el poeta escribe con amenidad y sin precisión y el científico con precisión pero sin amenidad". Si le hubieran pedido a d'Ors las definiciones para los crucigramas del domingo, hubiéramos tenido los mejores crucigramas de la historia del periodismo.¿Qué papel hay que darle a d'Ors dentro de nuestra filosofía? Como se apuntó antes, Aranguren le dedicó su primer libro situando a d'Ors al nivel de Leibniz y Hegel. "Rara vez en la historia del pensar podrá encontrarse un núcleo de ideas, unitariamente organizadas, jerárquicamente independientes y tan coherentemente aplicadas", dice el joven Aranguren. Pero ¿cuál era ese sistema o en qué consistía ese núcleo de ideas que desplegaban un sistema que merecía el nombre de orsismo?, se pregunta el biógrafo de d'Ors. Y la respuesta es que eso no se respondía en el libro de Aranguren, porque no hay respuesta convincente. Una alineación de indicios que es a todas luces insuficiente: la "Doctrina de la inteligencia", que propugna la sustitución del principio de contradicción por el de participación, la "Ciencia de la Cultura", que busca constantes intemporales que construyen el eterno retorno, "La Doctrina de la Personalidad", donde destacaba la estupefaciente angeología de d'Ors. Pero el libro de Aranguren sirvió de acicate a d'Ors, le animó a esbozar un sistema filosófico que tituló El secreto de la filosofía. En realidad no era más que un corta y pega de escritos académicos que venían a demostrar que d'Ors brillaba en las glosas de una página porque en los textos de más de cinco páginas era insoportable.El final de d'Ors tiene mucho de operístico. Nunca le faltaron discípulos y admiradores. Como "hasta en la abyección hay que mantener las formas", se compró una ermita en Vilanova i la Geltrú. Todos los que lo visitaron dan fe de que mantuvo el ingenio y la gracia hasta el final, amenizando las conversaciones con erudiciones varias y anécdotas picantes. Si se dejaba ver en la inauguración de alguna exposición en Barcelona, iba siempre con gabanes ostentosos y bastones de puño de plata. Lucía un monóculo. Repetía alguna greguería afortunada: "El sereno es el único que más aplausos recibe cuanto peor ejerza su oficio". En 1951 se le echó encima la edad y ya no pudo resistir el ritmo de escritura diaria con que venía condecorando a la prensa. No se trata de ser joven o viejo -había escrito- sino de convertirse en mineral o ángel. Cuando murió, ninguno de sus discípulos asistió a su entierro. Pemán dijo: "fue la máxima cantidad de clasicismo y europeísmo que puede tolerar la mente carpetovetónica". Del otro lado, en el exilio mexicano, Moreno Villa, que lo había conocido en los años 20, escribió que era "un espectáculo de farsantería y ejemplaridad".

martes, 23 de mayo de 2017

Entrevista a Caballero Bonald

Entrevista a Caballero Bonald: “Tengo la cabeza que tenía hace un siglo”, 22 de mayo de 2017:

El premio Cervantes ofrece una impagable galería de retratos de personajes de la cultura española en 'Examen de ingenios'

Con Examen de ingenios (Seix Barral, 2017), J. M. Caballero Bonald despide con brillante estilo tardío ese ciclo memorialístico iniciado con Tiempo de guerras perdidas (1995) y continuado por La costumbre de vivir (2001). De sus recuerdos entresaca esta vez una selección “muy meditada y a la vez muy arbitraria” de un centenar de retratos de quienes ha ido tratando “mucho o poco, pero siempre algo” durante sus varias vidas: el niño de la guerra, el estudiante en Sevilla y Cádiz, el poeta jerezano recién llegado a Madrid, el conspicuo integrante de la generación del 50, el profesor en Bogotá y Estados Unidos, el disquero flamenco, el premio Cervantes en 2012 y la persona que, en definitiva, parece haber conocido a más gente de la cuenta y no va a empezar a callarse lo que piensa ahora que acaba de cumplir 90 años.

El recorrido, mezcla de crítica cultural, canon heterodoxo y galería de ilustres (y no tan ilustres), arroja, al mismo tiempo, un retrato de sí mismo y de un siglo de cultura en español a través de músicos, toreros, pintores, actrices o escritores “de cinco grupos generacionales, referidos por lo común a los años 98, 14, 27, 36 y 50, con los debidos excursos”.

La entrevista tuvo lugar en su casa, donde se echó a faltar su butaca de siempre, que anda estos días en el taller y quedó inmortalizada en la portada de un disco producido por él de Agujetas, cantaor retratado en Examen de ingenios. La conversación se completó después por correo electrónico.

PREGUNTA. ¿Es este canon un libro contra el canon?

RESPUESTA. En cierto modo, sí. No es que me lo planteara como norma, pero esa actitud se iba concretando a medida que escribía. La desobediencia al canon, la heterodoxia es muy saludable. La gran literatura es obra de grandes heterodoxos.

P. ¿Cuánto tiene de punto final a su obra?

R. No sé si es un punto final, pero a mi edad no puedo permitirme ya ningún proyecto a largo plazo. Ni siquiera a corto plazo. Otra cosa es que aparezca de pronto por ahí un poema.

P. Como ya hizo en sus memorias, aquí parece quedarse en torno al año 1975… ¿Por qué no adentrarse en la Transición y lo que vino después?

R. Es un asunto bastante complejo. Yo viví muy a fondo, política y humanamente, esos seis o siete años que siguieron a la muerte de Franco. Fue una etapa terrible. El apaño de la Transición, la ley de amnistía, la historia sin culpables y todo eso, el franquismo que resurge a cada paso. No deseo evocar esa experiencia. Adiós a todo eso.

P. Si en este libro ha dicho la verdad, habrá otros en los que ha mentido. ¿Cuánto de invención hay en el ejercicio de la memoria?

R. Verá. Todo eso de la mentira, en literatura, es una cuestión muy relativa. No es que se mienta, es que se inventa. La literatura es una invención y el escritor que no inventa se queda a medio camino, se atasca en la anécdota.

P. ¿Alguien se ha dado ya por aludido con su retrato en el libro?

R. Hasta ahora solo me ha llamado alguno de los que están de acuerdo con lo que digo de ellos. Los que se incomodan son más tardíos, supongo que algunos prefieren no darse por enterados, lo normal.

P. ¿Hay maldad en el libro?

“La literatura española está muy quieta, se mueve muy poco. El realismo lo contamina todo. Adiós muy buenas, a mí no me interesa nada”

R. Digamos que hay mordacidad. Y hay sobre todo mucha ironía que deriva hacia la sátira, hacia el sarcasmo, hacia una crítica a veces algo melancólica. No es que me lo plantee de antemano, es que el personaje va reclamando esos matices en el retrato. Cada texto tiene su dinámica.

P. ¿Cuál es el ingenio que sale peor parado de su examen?

R. Hay unos cuantos. Que yo recuerde, Baroja, Eugenio d’Ors, Leopoldo Panero, Josep Pla. Son algunos con los que no me llevo bien. Y eso se nota.

P. Queda la sensación de que los mejor considerados (Rulfo, Onetti, Paz) son también algunos de los que trató menos. ¿El roce con los autores (y sus manías) influye en la valoración de sus obras?

R. No, no lo creo… A Rulfo, a Onetti, a Octavio Paz, a Lezama los traté poco, es cierto, pero los valoré mucho. Vaya lo uno por lo otro.

P. ¿Por qué parece en España tan difícil de conjugar el deber de la crítica y el derecho a sentirse ofendido?

R. Ni idea. A lo mejor es que no hemos desaprendido todo lo que aprendimos mal.

P. ¿Es esta la clase de libro que uno solo escribe cuando tiene una edad? Dicho de otro modo…, ¿se habría atrevido hace 20 o 30 años?

R. Atreverme sí, o eso creo… Pero no recuerdo por dónde andaba yo hace 20 o 30 años, tampoco me veo metido en un trabajo así.

P. ¿Y lo habría hecho con más personajes de los seleccionados aún vivos? En otras palabras: ¿es más fácil ser sincero sobre un muerto?

R. Con los muertos nunca se sabe… Los muertos son muy sensibles a la crítica, por ellos mismos o por persona interpuesta. Hay quien se ha enfadado porque José Hierro, pongo por caso, o Gil de Biedma o Cabrera Infante no son santos de mi devoción.

P. Leyendo el libro, queda la impresión de que ha practicado con dedicación eso que llaman la vida cultural.

R. Con mis años me ha dado tiempo para todo, pero no recuerdo que me haya dedicado a la vida cultural, a lo que llaman vida cultural. Al principio me tentó algo todo eso, claro, pero se me pasó pronto la afición.

P. ¿Ha sido hombre de amistad fácil?

"Ando medio jodido. Menos la lepra y la fiebre amarilla, tengo de todo. Bueno, la cabeza me funciona muy bien, eso sí"

R. Me he tomado muy en serio la amistad, si se refiere a eso. He tenido buenos amigos, que no eran necesariamente escritores.

P. Tras ese “centón de retratos” del libro…, ¿qué retrato queda de usted?

R. Bueno, yo creo que el libro tiene mucho de memorias complementarias y yo ando un poco por ahí, enredado con los retratados. Digamos que yo retrato a unos personajes, pero que ellos a su vez me retratan a mí.

P. En cierto momento alaba el surrealismo como el más influyente movimiento estético del siglo…

R. Yo tengo familia surrealista y familia romántica, me llevo muy bien con las dos, que tampoco son tan distintas. El surrealismo, sobre todo como situación límite del simbolismo, es la gran conquista estética del siglo XX.

P. Sin embargo, los textos están escritos con un envidiable grado de exactitud; no sobra ni falta nada. ¿Se ha vuelto más perfeccionista con la edad?

R. No lo sé. Quizá sí. Detesto la escritura descuidada, la prosa abaratada, y eso se me ha acentuado con los años. Un libro carente de cuidado estilístico es un libro que yo me resisto a leer.

P. A juzgar por las listas de ventas, esa “comúnmente zafia novela realista española de los siglos XIX y XX” de la que aborrece en su retrato de Baroja goza de buena salud en el XXI. ¿Sigue viendo el mundo editorial lleno de escritores mediocres encumbrados, como dijo en cierta ocasión?

R. Bueno, la literatura española está muy quieta, se mueve muy poco. El realismo lo contamina todo. Las novelas realistas, figurativas, herederas del naturalismo decimonónico, son las que funcionan con éxito. Siempre digo que el sencillismo es la excusa de los poco dotados, pero resulta que eso es hoy de lo más meritorio… Pues muy bien, adiós muy buenas, a mí esa literatura no me interesa para nada.

P. ¿Ha llegado lo mejor de su producción en el último tramo de su vida?

R. Algo de eso hay, sí… Soy consciente de que con los años he ido perfeccionando el oficio. Lo que pasa es que sigo esperando ese buen poema que me permita no escribir más. Algo así de altisonante.

P. ¿Cómo le van cayendo los 90?

R. Regular, ando medio jodido. Menos la lepra y la fiebre amarilla, tengo de todo. Bueno, la cabeza me funciona muy bien, eso sí. Tengo la cabeza que tenía hace un siglo.

P. ¿Cómo definiría la vejez?

R. La vejez es sin paliativos una cabronada, una maldita sucesión de pérdidas.

P. ¿Y se entiende bien con el mundo, tan tecnológico, tan apresurado, en el que vivimos?

R. No, qué va, no me entiendo para nada. Todo eso de las páginas web y las redes sociales me trae sin cuidado. Tengo entendido que hay colegas que dicen comunicarse con el mundo por ese sistema. ¿De qué coño hablan y con quién?

jueves, 18 de mayo de 2017

La última entrevista a Michi Panero

Última entrevista, por Lidia García Rubio, a José Moisés Santiago (Michi) Panero Blanc (Madrid, 14 de septiembre de 1951 – Astorga, León, 16 de marzo de 2004)

El menor de los Panero, el escritor sin libros, el bufón de la familia al que le tocó el papel más difícil -decir la verdad dulcificada con humor, entre risas y sornas-, falleció en Astorga (León) unos días después de recibir en su casa a CORDEL DE EXTRAVIADOS. Quiso que su último testimonio, que se ha ido publicando fragmentariamente en revistas como INTERVIU o periódicos como CANARIAS 7, quedara reflejado de esta manera y por ello recibió a dos periodistas y a una cineasta que no conocía de nada y que le acompañaron en sus últimos momentos. A Elba Martínez le permitió tomarle unos últimos planos, a Lidia García unas fotografías y a mi me acepotó la grabadora, su generosidad durante esos días -y noches- fue conmovedora: tenía ganas de hablar y así lo hizo, se privó de pocas cosas a lo largo de su existencia. Su vida concluyó con un trazo sutil y sin alharacas sobre sus dos grandes pasiones: la literatura y el cine, materia ésta última sobre la que se ha realizado una interesante tesis doctoral en la Universidad Complutense a cargo de Jorge García López. Repasando las cintas grabadas afloran partes de la conversación nunca publicadas. Este es un extracto de ellas.

¿Tienes esperanzas de mejorar tu estado?

- No hay, no. Quizás todo se deba a que estoy un poco espeso y ahora busco culpables, pero tambien es verdad que lo estoy llevando con un mínimo de pudor porque podría exhibir la negrura de como se ha portado la gente conmigo en Madrid y en todas partes. Salvo para Enrique Vila-Matas y cuatro más, yo estoy muerto.

¿Y la salud de España? Suele decir que era verdad eso de lo que presumía Franco: "todo queda atado y bien atado".

- Sí, sabía lo que hablaba porque conocía al pueblo español. Para estar cuarenta años gobernando hace falta, aparte de policía y ejército, saber como funciona ese pueblo. Este pueblo es una mierda, no nos engañemos. Y no lo digo yo, lo dice su literatura que debería ser su espejo, o las memorias de Azaña o el exilio… Yo que conocí tanto a la gente del exilio, trabajé tanto con ellos en radio… Eran una desesperación. Los que volvieron cuando se murió Franco, ¡con que ilusión lo hacían!, ¡y lo que se encontraron!…: este país es despiadado. Y para nada, porque se puede ser despiadado como Robespierre. Pero no, es despiadado por incultura y por falta de sensibilidad y lo demás son máscaras y caretas, como Almodóvar y tantos otros. Almodóvar es muy paradigmático porque lo ves ahora y no es nada, son chistes de revista del Paralelo, la misma "movida" no es nada. Lo cual te demuestra que en este país si tiras una piedra a un escaparate ya eres Bakunin. Yo no debería estar así.

Recuerdo que cuando fui al rodaje de una película de mi amigo Gonzalo Herralde, con Marta Moriarty, al pasar por el Ampurdán nos paramos porque vimos ¡a Tejero! Estaba en una huerta, con un sombrerito de paja y con una regadera. Era un jubilado del golpismo y se le veía feliz como una perdiz. El general Franco se lo hubiera cargado a los dos minutos. Es un país disparatado… disparatado.

Quizás peor que la persecución sea el olvido…

- Sí, el olvido con que muere en esos sanatorios la gente con sida, gente de 20 años, habiéndoles enseñado a leer… El olvido en el que se sumían ellos mismos y sus familias era dolorosísimo. Y eso ahora y hace diez años. Es increíble. Es un país despiadado. Miedo al olvido: yo puedo llamar a gente, llamarlos ahora por teléfono, a dos o tres amigos… pero es que me jode. Me jode oir "!el pobre Michi, que se está muriendo!". Me jode.

¿Siguen siendo los Panero unos malditos?

- Yo creo que hemos vivido, por regla general y al menos en mi caso, como creía, aunque con una vida llena de errores, como todo el mundo, y de irregularidad, para mi desgracia. Se veía venir ya desde que rodé El Desencanto. A mi El Desencanto me cuesta Astorga, que era mi vida. Esa casa era mi vida, pero la dejé conscientemente, y creo que en la vida hay cosas que hay que hacer, por que si no ¿para qué puñetas…? ¿para seguir vivo? Mi padre tenía poemas muy bonitos y poemas malísimos, como todo el mundo.

¿Admite ser un escritor sin libros?

- Me dan muchísima pereza los libros. Así son las memorias de mi familia, incluidas las de mi madre. Para eso hice las películas: me las inventé. Y yo diría mucha más verdad en las películas, si se busca, que en cualquier libro. En una familia como la mía, de la que te guste o no, se ha leído tanto… se conoce a mucha gente…, en fin, tantas biografías, se acaba por ser mimético, es inevitable. Hombre, Paquirrín no se parece a su padre, pero yo creo que no, que se le echa más literatura a lo que tu dices que a lo que en realidad dices, la gente busca dobles y triples sentidos y no existe ningún manuscrito dentro de la botella, sólo hay líquido.

También dice que Juan Luis y Leopoldo "reniegan de la familia porque ninguno la tiene".

- Eso es una cosa que descubrí porque yo soy muy ingenuo. Por eso me gustaría escribir algo que no fuera televisión, sino retratos de gente. He conocido a la generación de mi padre, de mi madre, de mis hermanos y a la mía: son cinco. Más la generación del 27, a la que he tratado mucho más, inexplicablemente. Podría explicar un poco cómo es la gente, que no son sus memorias. He leído recientemente las memorias de Jaime Salinas y por eso no escribo, a no ser que tuviera mucha necesidad de dinero… y no sé para qué.

He leído mucho sobre el suicidio, mucho. Y mas aún: quise editar una colección de libros que era bonita: escritores, actores y pintores suicidas, que su biografía fuera la mitad del libro y la otra mitad su obra. La colección se titulaba "El Dios Salvaje", que es como llamaban los aztecas al Dios del suicidio, que no lo elegían. Me miraron todo rarísimo: "¡Como vas a hacer una colección de muertos y de suicidas!". ¡Y eso me lo decían en un país tan escatológico como éste, donde les encanta! Yo miro el suicidio de una forma muy diferente a la de mis hermanos.

Afirma que todo ser humano ha tenido más cerca o más lejos un suicidio por lo que nadie debería hablar de ello como algo tan ajeno…

- Que yo sepa sí. Y es un asunto que hay que afrontar además con absoluta sinceridad y frialdad. Si yo tuviera que estar así dos años más yo no vivo. O si me hubiera quedado en una silla de ruedas. No me compensa. Si cada vez me falla una cosa, un órgano… No me compensa. La vida no es ni de lejos tan hermosa como para vivir solamente de su retórica y de buenos sentimientos: En navidades, que es cuando más explotan este tipo de reflexiones y a mí me ocurrió en las últimas, siempre lo pienso. Lo he pasado muy mal en mi vida y los últimos quince años han sido un infierno, viviendo en montones de casas… Y recuerdo pasar un fin de año completamente sólo en un piso repugnante en Madrid, sin luz porque me la habían cortado. Y aquel día de fin de año sentí que lo que me faltaba es valor. Y oportunidad, porque me tenía que tirar de un segundo piso y cabía la posibilidad de que no me rompiera nada, y tampoco tenía pastillas. ¡Era tan tétrico...! La vida invivible que yo estoy viviendo no es ni justa para mí ni para los demás, sobre todo para mí. Y no digamos mis 25 sanatorios, que se dice pronto.

¿Cómo es su evolución física?

Lo que sí he notado desde el último verano que pasé tan malo, es que he perdido muchísima movilidad. Me iba paseando hasta la quinta coña, iba a comer a los restaurantes que me gustan…

¿Qué influencia ha tenido la política en su vida y en la de su familia?

- Yo sigo votando a la izquierda, entre comillas, que hay en España, y he sido militante del partido socialista, si eso es izquierda, que ahora lo dudo. Pero claro, hablar en este país de política suena dantesco. Como ahora casi todo. No he tenido militancias más activas como Leopoldo o en menor medida Juan Luis, pues yo militaba sólo porque los conocía y me caían bien. De Aznar mis referencias son inexistentes, lo mejor que puede hacer es irse y desaparecer para siempre. Es un señor de estos que da la burocracia española de provincias cada tanto, y da muchísimos, inspectores de hacienda, registradores, funcionarios… y cuyo resultado siempre es lamentable. Y no es que Zapatero me parezca un rey en Polonia sino que Aznar me parece lamentable, todo esto que ha hecho ahora con los americanos es de juicio de Nuremberg. Sólo por lo de Irak, Aznar tendría que estar en el tribunal de La Haya, o por lo menos dimitido y olvidado. La política en España es siempre sota, caballo y rey. Ahora soy muy amigo de Juanjo, el alcalde de Astorga, que es socialista.

¿De veras no cree ya en nada?

- Siempre se cree en algo, y yo siempre que me quedo sólo creo que me voy a curar. Era Scott Fitzgerald quien decía que hay que saber que la cosa no tiene solución y sin embargo seguir luchando por ella. La felicidad se disfruta en los momentos en que tienes salud. Yo empecé con un brazo roto, no le dí importancia, me metieron un clavo…. Y no he parado. Y cuando me vine a Astorga lo hice para olvidarme de todo. Pero nunca he creído en la religión. En ese sentido, una de las grandes liberaciones que le debo a mi madre o a mi padre es que Leopoldo y yo estudiáramos en el Liceo italiano, el único sitio donde no te mareaban con esa historia. Y yo la recuerdo como la época más feliz de mi vida, no sé Leopoldo. Él dice que lo mejor que recuerda es la cárcel, pero es mentira: en la cárcel estaba siempre llorando. Si la vida tuviera un mínimo de sentido lo justo sería que al llegar a una cierta edad o cuando viniera una enfermedad desagradable, tuvieras por lo menos la opción de decir: bueno, adiós. Una muerte dulce, dormirte con cinco pastillas y adiós. Esta crucifixión de hospitales, médicos… es una auténtica obra de brujería.

Ha hablado de sexo ¿qué valor le ha concedido en su vida? ¿se considera heterosexual o bisexual?

- Me considero heterosexual, eso de entrada, me he casado dos veces, para mi desgracia, y he tenido más amantes de las que pude disfrutar. Mi sexo está bien cuando funciona, como todo. Y cuando crece te lo crees -cuando te lo crees- como te crees el amor, la comida, el alcohol o la literatura. Yo creí más en el amor, pero a lo mejor me he equivocado.

Su entonces amigo de juventud que a veces menciona en las películas, Vicente Molina Foix, se declara homosexual, eso indica que al menos no tiene prejuicios…

- Vicente Molina Foix es un homosexual declarado porque es muy mal escritor. Si Vicente hubiera sido un escritor cojonudo no sería un homosexual declarado. Como escritor es nefasto. Vicente era una especie de brazo articulado que había en mi casa. A mí me presentó a mucha gente y estuvo aquí, en Astorga. El éxito literario cambia hasta el concepto de "glorias sexuales". Un ejemplo: Javier Marías, mi mejor amigo durante años. Para él, la literatura es todo, tan es así que ha creado una editorial para sus amigos. De todas formas en mi generación existe poca gente que me guste o admire. Por unos u otros motivos me gustaba mucho Soledad Puértolas, que es muy amiga mía. Yo le hice su primera crítica en El Independiente. Pero es todo muy cutre, es un poco como la tertulia de José Luis Garci, ese nivel de oficinista. España es sólo un nombre, España ha muerto… Quizás yo lo vea ya desde el punto de vista del moribundo, ojalá, porque te juro que no tengo muchas ganas de vivir. Y de los tiempos en que yo entraba en mi apartamento con Lucía Bosé, que era mi amante, y el portero me decía: "a esa hay que cogerle las peras" hasta llegar a este pisito de habitaciones vacías, llega un momento en que la vida pierde su gracia. Y eso que he tenido suerte, pues hay otra gente que se murió más o menos joven como Jaime Gil o Claudio Rodríguez que son, cada uno en su estilo, los dos mejores poetas de su generación. Y llevaron unas vidas perras tambien, osea que tampoco… Aquí hay que ser feliz con cualquier cosa y el que pretende subvertir lo cutre lo paga caro. Aquí o te estrellas o te estrellan. Si bebes, porque bebes y si te drogas, porque te drogas. He conocido a gente sanísima morirse en veinte minutos, pero si eres un vicioso no te perdonan.

¿Por qué mantiene que los intentos de suicidio de su hermano Juan Luis han sido algo postizos?

- Porque lo son, uno no se suicida quemando sus poemas y luego resulta que lo que había quemado era una copia y había dejado bien guardado el original. O tomándose dos tubos de optalidón. Si uno quiere suicidarse lo tiene facilísimo, abres esa ventana y te tiras, no te salva ni la caridad. Claro que si caes encima de un bar de putas o de una vieja…

Era a los quince años precisamente cuando decía que su padre le tenía miedo y pavor a su hermano Leopoldo María ¿por qué?

- Porque ya de niño tenía un carácter endiablado. Mi padre murió en 1962 cuando Leopoldo tenía 13 años. Entonces decía "no quiero hacer esto" y era capaz de encerrarse en una habitación tres días sin comer, sin llorar y sin pedir nada. Y eso, una persona como mi padre, no lo entendía. Claro que al pobre Juan Luis, con el que yo podré tener mis más o mis menos, tampoco lo entendía mucho, a la menor ocasión lo mandó a un colegio interno y luego a casa de la abuela. Tiene gracia que "el poeta de la familia", como le llaman, a la hora de la verdad la quería de lejos. Quizás en la última etapa de su vida la quiso más, pero claro, esa etapa duró sólo tres años. Supongo que eso también da cierta idea del mundo cerrado que eran los Panero en Astorga: nuevos ricos, masones, un poco fuera del pueblo. A papá le intimidaba mucho la familia, pero no soy quién para juzgar.

Dice que hay días en que envidia la locura porque para poco le sirva la lucidez: sólo para constatar la soledad.

- Básicamente sí, lo mantengo. También hay gente idiota y feliz pero ser lúcido no es un buen negocio, sobre todo en este país, aunque en ninguno tampoco. No creo que sea muy feliz Stephen Hawking con su enfermedad, a pesar de sus agujeros negros. Me he estado muriendo dos veces, pero muriendo, muriendo, y no por suicidio: sales con mucho apego a la vida. O miedo, porque te han explicado lo de la lucecita y el túnel. Pero la vida en determinadas circunstancias no tiene sentido. Tiene poco sentido generalmente, y en mi caso ninguno. Me había hecho un montón de ilusiones, que la casa de los Panero en Astorga funcionaba, poder ocuparme de algo que no fuera escribir cuatro artículos idiotas. Y eso como última solución que me dejara satisfecho ante una serie de historias. ¿La lectura? La lectura le queda a Leopoldo, y jugar a lo literario, con esa inconsciencia que te da la locura, entre comillas. Pero yo a Leopoldo le he visto llorar mucho y sufrir en Las Palmas. Y eso no es nada justo, generalmente. Incluso esto en la vida literaria es muy mezquino. Leopoldo no tiene el sitio que debería tener por el simple hecho de estar en un manicomio, como si castigaran a Holderlin o a Lautremont. Se le mira raro y se dice que está muy bien en un manicomio. Y es posible que sea mucho más cómodo, pero se le sugiere que no hable de literatura, que hable de lo que quiera, de la comodidad y del confort de los psiquiátricos, pero no de literatura.

Juan Luis asegura que empezó a dialogar con su madre, Felicidad Blanch, prácticamente con 21 años ¿Era usted o Leopoldo María el preferido de ella o el cariño se repartía por igual?

- Yo era el menos querido porque era el más pequeño. Leopoldo era la mala conciencia porque ella pensaba que como había tenido una hermana loca, podía haber transmitido una herencia genética en Leopoldo. Y Juan Luis es un mundo aparte del que no podría decirte nada, me lleva nueve años por lo menos. Cuando se murió mi padre, Juan Luis fue para mi madre la liberación, aunque muy relativa: salir por la noche no es ninguna liberación, sobre todo cuando has tenido un marido que te ha hecho perder la personalidad. Pero no quiero juzgar más a mi familia porque yo ya he hecho mis dos películas y ahí están. Creo que El Desencanto en su momento fue un acierto, no sólo para mí, sino para bastante gente a la que ayudó mucho. La otra, Después de tantos años, fue una idea equivocada de Ricardo, con toda la buena voluntad del mundo, pero El Desencanto quedará por los siglos. Y esa sensación me ha ocurrido viéndola pasados los años, con gente muy distinta, mexicanos que conocían un poco la historia…(tose, un largo silencio) Perdona, pero cuando hablo tanto tiempo… Y menos mal que dicto los artículos, porque si hubiera trabajado en la radio o la televisión iba de culo… De todas formas mientras este país no vea la luz y no libere sus fantasmas de hipocresía, no lea más y sea más culto de verdad, en el sentido helenístico o humanístico de la palabra, nada cambiará. No va a seguir Aznar pero ahí deja a Rajoy.

Algunos han querido ver en las ironías y quejas de su madre en El Desencanto y en su libro Espejo de sombras acerca de la perenne compañía de Luis Rosales una relación más allá de la amistad…

- No, era una relación de amigote y de puteros, una heterosexualidad llevada al machismo ¡Hombre, por dios! ¡Y en Luis no digamos! Nada. Simplemente era que mi padre, igual que no podía prescindir de sus hermanas astorganas tampoco podía prescindir de sus amigotes. Y cuando se va de luna de miel viene a Astorga con todos ellos. No hay ningún misterio, en la literatura española hay muy poco misterio, eso te lo digo yo. Y en la historia sexual de esa literatura, ninguno. Si oyeras las cintas con aquellas entrevistas que les hice en Radio Nacional a los miembros de la Generación del 27 comprobarías que están plagadas de mentiras. Y mienten con un pie en el estribo. El sexo ha sido muy cutre, y lo sigue siendo, en la literatura española. De todas formas lo peor es que a mi generación le toca vivir ahora la España más cutre, todos esos escándalos que cuando los leo son de risa, como el de Dimas Martín. En eso mi amigo Claudio Rizzo y yo estábamos de acuerdo, aparte de que nos reíamos mucho. En España para suicidarse hay que hacerlo de otro modo, pero llega un momento que cuando no te funciona nada, lo mejor es decirle simplemente adiós a la vida. Y más si no crees en nada, y yo para colmo no es que no crea en nada, es que no creo en la medicina. Y eso es jodido porque vas a un quirófano…inmolado.


1 de febrero de 2015, 16:23
 Anónimo dijo...
De JRJimenez que me retrotrae a los Panero:
La soledad esta sóla. 
Y sólo el solo la encuentra
que encuentra la sola ola
al mar solo que se adentra.

lunes, 15 de mayo de 2017

Dos hermanos escritores: Francisco Umbral y Leopoldo de Luis

Manuel Jabois, "Umbral y su padre, novela real", en El País, 20-II-2017:

La ausencia del padre marcó la obra del autor de 'Mortal y rosa'
Ahora, EL PAÍS le identifica como el abogado Alejandro Urrutia

Francisco Umbral escribió 110 libros y 135.000 artículos, y casi todos en torno a él. Según su biógrafa Anna Caballé es el autorretrato más largo de la historia de la literatura española. Cuando Umbral acabó, nadie sabía sus apellidos ni su fecha de nacimiento.

El escritor fue el resultado de dos heridas: la ausencia del padre y la ausencia del hijo. Hubo una tercera, voluntaria, que consistió en su propia disolución. “Llevamos la verdad por fuera, la carne, y la máscara por dentro”. Umbral sabía, y lo que no sabía lo inventaba, pero lo que no permitía es que los demás supiesen; sobre ese vacío construyó su vida, y cuando se cansó de su vida empezó con su obra. Él mismo avisa: “He vivido el mundo intensamente, pero literariamente”.

—Todo empieza —dice Jorge Urrutia frente a un ventanal del Gijón— cuando Umbral y el poeta Leopoldo de Luis se conocieron en Madrid, a mediados de siglo, en medio del bullicio de la época. El poeta Leopoldo de Luis era mi padre.

En La noche que llegué al Café Gijón Umbral escribió: “Leopoldo de Luis —el mínimo y dulce Leopoldo de Luis, se llegó a decir en la tertulia—, era de ojos pequeños y maliciosos, nariz grande, boca inexistente, rostro un poco rojizo, fácilmente alegrado y subido de color de la risa, y venía de sus oficinas de seguros lleno de versos, de cultura, de conversación, de chistes malos y poemas buenos. Escribía una poesía en la música de Miguel Hernández, hecha de humanidad y socialismo, con gran sentido del verso, gran ductilidad lírica y una melodía grata y honda, monótona y cierta, que daba gran calidad a todo lo suyo”.

Leopoldo y Umbral mantuvieron su amistad durante décadas, y esa relación se extendió al hijo de Leopoldo, Jorge Urrutia, poeta, traductor y catedrático, directivo del Instituto Cervantes entre 2004 y 2009. Leopoldo de Luis fue el seudónimo que utilizó Leopoldo Urrutia para burlar la dictadura.

En 2004 Anna Caballé publicó El frío de una vida, la biografía de Francisco Umbral. No fue autorizada ni bien recibida por el escritor. Caballé reveló algunos datos falsos de la vida de Umbral, como su fecha de nacimiento, que fue en 1932 y no en 1935, y desveló el nombre de su madre, Ana María Pérez Martínez, una mujer soltera y tuberculosa que tuvo una aventura con un hombre casado, y decidió, en aquel Valladolid de los años 30, tener al niño.

La biografía de Caballé cayó como una bomba en casa de Leopoldo de Luis. El anciano reparó en la época, en el nombre real de la madre, y juntó tres fotografías: la de su padre, Alejandro Urrutia, la de Francisco Umbral y la de su nieto, hijo de Jorge Urrutia. Los tres eran el mismo hombre.

—Al llegar a casa lo encontré pálido. Me dijo que teníamos que hablar. Me dijo: mi padre, tu abuelo, es el padre de Umbral. Yo soy su hermano, y tú su sobrino.

Jorge Urrutia había escrito ya de Umbral y estudiado su obra. Umbral lo había distinguido como uno de sus poetas preferidos.

—Mi padre y yo supimos que Umbral conocía la historia. Que siempre supo quién era su padre, y por tanto sabía quiénes éramos nosotros.

—¿Y esa nariz de su padre?

—De mi abuelo, y de Umbral.

La vida azarosa de Leopoldo de Luis lo había depositado en Madrid como poeta de prestigio después de haber sido oficial republicano y estar perseguido por la dictadura. Tuvo que hacer lista de espera y ponerse de tornero fresador para entrar en un campo de trabajo: por las cosas del franquismo, que combinaba la crueldad con la ineptitud administrativa, no tenía plaza.

Jorge Urrutia animó a su padre a hablar con Umbral. El poeta Leopoldo de Luis, un hombre delicado, dijo que si Umbral no había querido contarle nunca la verdad, era absurdo desenterrarla ahora.

Un año después de saber que Umbral y él eran hermanos, Leopoldo de Luis falleció en Madrid a los 87 años. Al tanatorio llegó Francisco Umbral. Con el abrigo, la melena y el fular, tan parecido a la chalina, como el padre de ambos cuando se paseaba por Campo Grande, en Valladolid. Umbral pidió a Jorge Urrutia quedarse a solas con el muerto. No le explicó por qué y Jorge no preguntó. El hijo vació la sala y dio varios pasos atrás, contemplando la escena. La del gran escritor, un hombre hecho de ficciones, a solas con la verdad. La misma que hirió su vida en 1974, cuando veló a su hijo de seis años, Pincho, mientras se le moría a chorros en la clínica de la Concepción. “He conocido la única verdad posible: la vida y la muerte —tan vivida previamente— de mi hijo, y sin embargo he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante”.

Francisco Umbral incrustó su vida en la obra sin la figura del padre, que fue siempre él (Mortal y Rosa) a la vez que niño, como en El hijo de Greta Garbo. Siempre estuvo en medio y siempre estuvo solo a la manera de Chillida, o sea “solo contigo”, con María España, a la que escribió Carta a mi mujer, tercera pata íntima de su vida con su hijo y su madre (“Ya quisiera yo que uno de mis cuatro hijos me recordara un día así, como el hijo de Greta Garbo”, le escribió Teresa Pàmies). Dejó sin escribir al padre, la presencia freudiana por excelencia. Ni para demolerlo, ni para explicarse a sí mismo.

Dos años después de la muerte de Leopoldo de Luis, Premio Nacional de las Letras, falleció Francisco Umbral, Premio Cervantes. En el tanatorio se presentó Jorge Urrutia. María España le abrazó y le dijo: “Tú eras al que más quería".

Alejandro Urrutia, padre de Leopoldo de Luis y Francisco Umbral, fue un intelectual y abogado cordobés, poeta modernista y empresario arruinado. Hizo grandes amistades, como la de Julio Romero de Torres y otros artistas e intelectuales de la época que le procuraron favores en un tiempo comprometido.

—Mi abuelo fue un burgués que en los años 30 se paseaba con melena, traje, abrigo, chalina y borsalino con El Socialista bajo el brazo.

Alejandro Urrutia fue el primero en escribir en España de la muerte de Antonio Machado. Extravagante y lector impenitente, en la casa familiar su esposa dormía en el mismo cuarto que su tía y él lo hacía solo, en una cama turca, hasta las cuatro de la mañana, cuando se despertaba, encendía una vela y leía libros de Biología del siglo XIX.

Como Umbral, Alejandro Urrutia estaba perdido fuera de su mundo. En Córdoba dirigió el negocio familiar de alcabalas, impuestos, que se hundió lentamente por la humanidad del jefe; comprensivo, el intelectual perdonaba a los clientes, salvaba plazos y hacía la vista gorda con los más necesitados. Se fue en 1919 a Valladolid, donde fue abogado del Banco Hispanoamericano. Después llevó unos laboratorios farmacéuticos propiedad de la familia que no tardó en arruinar. Su patrimonio se empeñaba y desempeñaba al azar de sus decisiones. Fue allí, en Valladolid, cuando tuvo una secretaria, Ana María Pérez Martínez, que convirtió en su amante. La mujer se quedó embarazada y su familia la protegió enviándola a la Maternidad de Lavapiés, en Madrid. De vuelta, la abuela materna mandó al niño a casa de una nodriza primero y de unos familiares después para silenciar escándalos. Durante años su madre fue, para Umbral, la tía May. Su padre, un desconocido.

Habló una vez de él con Carmen Rigalt y lo recordó Elena Pita en El Mundo. Dijo que le había conocido poco porque había estado preso en Madrid mientras él y su madre se refugiaban en Valladolid, y que lo dieron por muerto pero acabaron visitándolo en prisión; su padre, escribe Pita, era “un burgués azañista, inofensivo, propietario de unos laboratorios farmacéuticos, con gran vocación literaria que nunca llegó a ejercer, amigo de poetas, y que murió del corazón al poco de ser liberado, dejando en su hijo el germen del dandismo y la literatura”. Verdades a medias (Alejandro Urrutia fue depurado por el régimen, pero no encarcelado) y una sospecha, la del hombre que deja en Umbral las letras y el dandismo.

Y sin embargo, según Jorge Urrutia, Alejandro Urrutia tuvo más impacto en la vida de Francisco Umbral. Cuando enfermó el niño, la mujer de su padre llegó a tenerlo en casa a su cuidado. Leopoldo se recordaría después por el pasillo jugando con un crío, llevándolo a hombros, sin pensar que aquel chaval acabaría siendo su amigo años después, y que ese amigo sería Umbral. Fueron los contactos de Alejandro Urrutia, amigo del alcalde de Valladolid, los que posibilitaron que la madre de Umbral accediese a un empleo en el Ayuntamiento, la época en la que el escritor se atiborró de lecturas en la biblioteca municipal. Y usó sus amistades del Banco Hispanoamericano, que aún perduraban, para que Umbral se colocase de botones a los 14 años.

Alejandro Urrutia, un hombre de inteligencia y talento, murió en los años cincuenta sin conocer el éxito de su hijo Francisco Umbral, que llegó a firmar, sospecha Jorge, los primeros artículos de su vida como Francisco Urrutia. Pronto abandonó su verdadero nombre por el de Umbral. Y aún entonces, en un programa de televisión, le dijo Sánchez Dragó:

—Esto lo sabe poca gente, pero tú te llamas Francisco Pérez Martínez.

—No, tampoco me llamo así. Nadie sabe cómo me llamo. Eso es mentira también. Cómo me llamo realmente lo sabe muy poca gente.

—Pues habrá que ir al Registro Civil.

—Tendría que decirte yo a qué Registro Civil.

Lo curioso es que tenía razón, no se llamaba así. Se llamaba Francisco Alejandro Pérez Martínez.

miércoles, 5 de abril de 2017

Rajoy y Oblómov

Enrique Vila-Matas, "El joven tumbado (Oblómov). El hastío como medida de salvación. El personaje del escritor ruso Iván A. Goncharov, héroe absoluto de los indolentes y el protagonista de la mejor novela que se ha escrito sobre la ociosidad, representa también el sueño de todos", en El País, 10-III-2012:

Me acuerdo de Rilke, para quien la vida en sí, pura y libre de las determinaciones particulares que la califican y delimitan, se parecía a la muerte; lo era en tanto que puro espacio hueco e impreciso, ausencia y concavidad. “¿Cuándo es el presente?”, llegó a preguntarse, influenciado por J. P. Jacobsen, autor de Niels Lyhne (1880), novela en la que se fomenta la sospecha de que la existencia, la vida, “no es jamás”.

¡No es jamás! Esto casi suena a Beckett y recuerda a Martin Amis cuando dijo que si alguien quisiera imitar el estilo beckettiano podría fácilmente salir del paso escribiendo: “No, nunca, jamás, no”.

Pero volvamos a la existencia y a la sospecha sobre ella. A Jacobsen le inquietaban los seres “que viven como si eso fuese la cosa más natural del mundo”. No es extraño pues que para el Niels Lyhne de su novela la vida hubiera perdido toda naturaleza y contenido y no fuera nunca algo obvio en su transcurrir, sino algo vacío e irreal: la vida vista como algo que puede que estuviera pasando a su lado, pero no a través de él.

Niels Lyhne nos recuerda a esos solitarios que alguna vez hemos visto sentados en orillas extrañas, contemplando la vida muda de la que se alejan. Y también a la novela Oblómov del escritor ruso Iván A. Goncharov, donde los habitantes del pueblo de Oblomovka ven discurrir la vida “a su lado, como un río que contemplan desde la ribera”.

Y es que si la existencia es sólo una incesante despedida de sí misma, sobre su fuga planea constantemente esta cuestión: “¿Cuándo se vive?”. La pregunta la hace Oblómov, el haragán por excelencia de la literatura rusa y pariente secreto de Niels Lyhne. Si Lyhne es alguien “medio Werther, medio Hamlet, vencido por un pesado cansancio” (eso decía Zweig de él), Oblómov también es una persona fatigada, en realidad es el héroe absoluto de los indolentes y el protagonista de la mejor novela que se ha escrito sobre la ociosidad.

Su inmovilismo atrae a muchas almas hoy más que nunca. Ni un movimiento. No hacer nada. No colaborar.

Veamos: Oblómov es un joven y desvalido aristócrata, incapaz de hacer nada con su vida. Duerme mucho, bosteza continuamente dentro de su bata deshilachada. No hace nada, pero es que nada. Encogerse de hombros es su gesto preferido. Es de esa clase de personas que tienen la costumbre de irse a dormir antes de fatigarse. Estar tumbado cuanto más tiempo mejor parece su única aspiración, su modesta aunque envenenada rebeldía. A lo largo de toda la novela de Goncharov, el joven Oblómov raramente deja su habitación, donde permanece tumbado en un diván intentando evitar las propuestas y las obligaciones que le llegan del exterior, y sólo hasta muy avanzado el libro no le veremos, por primera vez, salir de la cama. Ha perdido la costumbre de moverse, de vivir, de ver gente, le parece que se ahoga en medio de la multitud. Es alguien que dio por terminada hace tiempo su vida en sociedad, y vive literalmente como un joven tumbado o, mejor dicho, como un muerto: la vida fluye pero sólo a su lado, sólo al lado de su diván, en realidad la vida nunca ha pasado por él.

Amado por Olga, ésta desiste de su empeño en llevarlo al altar cuando comprende que el joven elegirá siempre el reposo si ha de decidir entre el reposo y ella. Tal convicción la lleva entonces a casarse con Stolz, amigo de infancia de Oblómov y contrapunto exacto de éste, porque es un trabajador infatigable y un entusiasta de Europa y del progreso y un tipo absolutamente convencido de que lo natural es vivir… La novela de Goncharov —en realidad irresumible como todas las buenas novelas— fue durante tiempo vista como una crítica de la nobleza rusa y del régimen zarista, pero lo que ha perdurado del libro no ha sido su conciencia política, sino el talento del autor al crear el paradigmático personaje de Oblómov, de quien en el libro se nos explica, con moroso detalle y mucha gracia, su desdichada forma de ser. ¿Desdichada? Quizás sea al revés y Oblómov, alejado de toda acción, sea un alma feliz, completamente feliz.

Vivir mentalmente con naturaleza hamletiana, en la atmósfera de estos días de transición incierta y de indeterminación fluctuante

Su inmovilismo atrae a muchas almas hoy más que nunca. Hoy, cuando la crisis empieza a propiciar una modesta pero envenenada rebelión, en el fondo inquietante para el poder económico: la silenciosa rebelión de los oblomovs que surgen de entre las gavillas de jóvenes tumbados por el paro. La consigna es apartarse, hacer uso del “derecho de irse” que reclamaba Baudelaire. Para ejercer ese derecho y afiliarse al oblomovismo la solución más práctica es quedarse quieto, descubrir que para huir de un lugar lo mejor es quedarse en él. En la novela de Goncharov la acción está prácticamente ausente de ella, y aun así parece que pase algo, quizás sea sólo la vida pasando al lado de la trama. El muy casero protagonista y cansado héroe de la nada no inicia jamás una acción ni actividad alguna que no sean sus vodevilescas disputas con su criado Zakhar en pasajes haraganes, pasajes del libro lógicamente gandules, pues éstos no hacen más que describir las monótonas jornadas de un indolente, de un ser abúlico, no nacido siquiera para hacer novelas: “Escribir de noche —pensó Oblómov— ¿cuándo dormirá? Seguramente gana más de cinco mil al año. ¡No está nada mal! Pero escribir todo el tiempo, derrochar el alma, el pensamiento en menudencias, cambiar de convicciones, comerciar con la inteligencia, la imaginación, violentar la propia naturaleza, sufrir la inquietud, la indignación, no conocer el reposo y estar siempre en movimiento… Y escribir, escribir siempre, ser como una rueda, una máquina: escribir mañana y pasado mañana, en días de fiesta, en verano, escribir constantemente. ¿Cuándo podrá detenerse y descansar? ¡Qué desgraciado!”.

Me parece que Oblómov acertó de lleno. ¿Qué es eso de comerciar con la inteligencia? ¿Cómo no darle la razón a este ocioso ruso tumbado, al joven que inspiró aquel sorprendente grafiti de Guy Debord en un muro del Quartier Latin de París en los años cincuenta? Ese grafiti decía: “No trabajéis nunca”.

¿Y quién, al fin y al cabo, no es oblomovista? ¿Quién no intuyó alguna vez que ser ocioso es precisamente aquello con lo que sueña todo el mundo, “pues todo lo que el hombre hace es un intento por recuperar el paraíso perdido”? ¿Y quién no sospecha que los seres humanos lo que realmente ambicionan es la paz y el descanso?

Oblómov —apunta Christopher Domínguez Michael en El XIX en el XXI— es puente que une a los hombres superfluos de Gógol con los seres vacíos de Beckett o de Robert Walser. Y aquí cabría recordar también al joven tumbado de Un hombre que duerme, de Perec, aficionado a quedarse quieto y buen discípulo del Kafka que escribía una noche en Praga: “No es necesario que salgas de casa. Quédate a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches…”.

Oblómov, con su indolencia de siglos concentrada en su casa de San Petersburgo y a la búsqueda del paraíso perdido, parece querer recomendarnos a todos lo que Eugeni D’Ors recetaba en su más memorable libro: el hastío como única medida para la salvación, es decir, nos recomendaba encasquetarnos el tedio al pie de la letra, sin paliativos, sin matiz alguno, calarse el puro cansancio: “No excursión: chaise longue. No conversación, silencio. No lectura, letargo. En lo posible, ¡ni un movimiento, ni un pensamiento!”.

Exacto. Ni un movimiento. No hacer nada. No colaborar. Que se estrellen ellos. Vivir mentalmente con naturaleza hamletiana, en la atmósfera de estos días de transición incierta y de indeterminación fluctuante. Y dejar que sea lo impetuoso, con sus finanzas de lenguaje criminal, lo más parecido a ese río vulgar de la vida que pasa a nuestro lado; una vida que por suerte a veces fluye ajena a nosotros, en el más puro espacio hueco e impreciso. 

Niels Lyhne. Jens Peter Jacobsen. Traducción de Ana Sofía Pascual. Acantilado, 2003. Oblómov. Ivan A. Goncharov. Traducción de Lidia Kuder de Velasco. Debolsillo, 2009. El XIX en el XXI. Christopher Domínguez Michael. Sexto Piso, 2010. Un hombre que duerme. Georges Perec. Traducción de Eugenie Russek-Gérardin. Anagrama, 1990. Oceanografía del tedio. Eugeni D’Ors. Tusquets, 1981.

martes, 10 de enero de 2017

Los enemigos literarios de Francisco Umbral

J. F. Ubeda, Y Francisco Umbral sacó su fusil: sus archienemigos literarios en Libertad Digital 2015-08-28

En el octavo aniversario de su muerte hablamos del Umbral más canalla y feroz, el que destripaba escritores y/o periodistas.

Hace un par de años, de Francisco Umbral no se acordaba ni Dios. Salvo excepciones, se entiende. Se celebraban congresos sobre el autor; sus discípulos -buenos, como Antonio Lucas y el descarado Jesús Nieto, y malos, a los que mejor no nombrar, y tan abundantes- lo veneraban y reivindicaban, y luego estábamos los lectores enfermizos, quienes teníamos que ponernos el uniforme de Livingstone y recorrer las librerías de segunda mano para encontrarnos, por ejemplo, con títulos como Los políticos (1976), Trilogía de Madrid (1984) o Del 98 a don Juan Carlos (1992), porque en la Fnac o en la Casa del Libro, como mucho, encontrábamos Mortal y rosa (1975), Las ninfas (1975), y paren de contar.

Ahora, Umbral ha sido absorbido por el campo magnético de lo mainstream. Como los palo-selfies, el escritor se ha puesto de moda, cosa que es de agradecer, y, así, se han recuperado textos de juventud -Diario de un noctámbulo (Planeta, 2015)-; recopilado artículos -El tiempo reversible (Círculo de Tiza, 2015)-, o enseñado en la universidad -destacando el curso de la Universidad de Verano de la Complutense, en 2014, en El Escorial. Además, su biografía oculta se convirtió en carne de cañón de la actualidad cultural, cuando Manuel Jabois, en El País, descubrió y contó quién fue el verdadero padre del gran prosista.

En el octavo aniversario de su muerte, la comunidad umbraliana se manifiesta en medios de comunicación, blogs y redes sociales recordando al mejor violinista -"la columna es el solo de violín del periódico", decía- de la prensa española del siglo XX. En LD nos unimos al torrente de homenajes... pero nadando contracorriente, huyendo de loas, boatos y hagiografías: hablaremos del Umbral más canalla y feroz, el que destripaba escritores y/o periodistas -nos vamos a limitar a estos gremios-; el que ridiculizaba; el que, después de acuchillar -en sentido metafórico, claro-, rociaba la herida con vinagre.

Y lo haremos -al menos, lo intentaremos- imaginando que Umbral es un personaje de videojuego, de esos que, en la primera pantalla, combate contra un villano más fácil; en la segunda, contra uno -o varios- más complicado, así hasta llegar al monstruo final, el más poderoso, el más difícil de vencer. Así pues,

Nivel 1. Pilar Urbano y el alejandrino

Empezamos con un ataque facilón. En 1980, Pilar Urbano se refirió "en su sección inalámbrica" a un documental en el que aparecía la voz de Umbral en off. La periodista le atribuía un alejandrino a un verso de este, añadiéndole, además, una sílaba al verso: "Su rostro de Dama de Elche del socialismo ruso".

Tras enterarse del asunto, en su columna "Un alejandrino" (El País, 6 de septiembre de 1980), Umbral le recordaba que "catorce versos dicen que es soneto, pero nadie ha dicho nunca que quince sílabas auditivas sean alejandrino, sino catorce". "No me duele ni pesa ni inquieta, naturalmente, todo el mogollón de imprecisiones y parcialismos que Pilar Urbano pueda muñir en torno a mí o al tema, pero me importa mucho que me pongan o me quiten una sílaba en un verso", añadía.

Después, Umbral le reprochaba la forma "tan disparatada" y superficial que empleaba Urbano para informar, invitándola "a que vuelva a ver/oír el rollo en cuestión y aprenda de una maldita vez lo que es un alejandrino, cosa que, al parecer, no le han explicado nunca en la Escuela de Periodismo del Opus (si la hay), en la Escuela de Periodismo de la Iglesia (si ha ido) ni en la Escuela Oficial de Periodismo (si aún funciona eso)". "Me duele que me desmanganilles un alejandrino y, sobre todo, que no sepas lo que es, Pilar", concluía.

Nivel 2. El cadáver exquisito

Continuamos con un -teórico- imprevisto. Umbral mató al padre, o sea, a Camilo José Cela, al poco de que el Nobel de Literatura muriera. Lo hizo en Cela: Un cadáver exquisito (Planeta, 2002), alternando elogios y navajazos, llamándole "profesor de energía", "maestro en mi vida con el doble magisterio de la sabiduría y de la cercanía", y, a la vez, afirmando que su amigo "había terminado hace mucho su biografía", que no sabía hacer artículos e, incluso, contando que era Cela el que se fabricaba sus propios homenajes:

"Una tarde me lo dijo José García Nieto en el café:

–Que me ha llamado Camilo esta mañana, que se celebran los no sé cuántos años del Viaje a la Alcarria y que quiere un homenaje en Lhardy.

Aunque yo había seguido siempre muy de cerca la vida literaria madrileña, no llegué nunca a imaginar que los homenajes se los organice uno mismo, porque, si no, no hay un dios que te homenajee. Camilo quería que entre Pepe, Marino Gómez Santos y yo montásemos el número como efluvio natural de fervor literario de las masas. Una mierda. (…) Le dije a Pepe que yo no iba a hacer ni una sola llamada. García Nieto, siempre sabio, delicado y exquisito, no le dijo nada de mi abstención a Cela, de modo que, cuando llegué a Lhardy para el almuerzo, Camilo me saludó agradeciéndome los servicios prestados. Por una vez engañé a un gallego".

Años después, Arturo Pérez-Reverte tildó el ensayo de "oportunista e infame, escrito, eso sí, con estilo sublime". Pero no adelantemos acontecimientos.

Nivel 3. Galdós y Baroja

En la tercera pantalla del videojuego, nuestro personaje, por primera vez, se enfrentará a dos enemigos. Se trata de dos clásicos de la Literatura Española a quien Umbral no puede ver: Pío Baroja y Benito Pérez Galdós.

Del primero, cuenta a Eduardo Martínez Rico en Umbral: vida, obra y pecados (Foca, 2001): "Me parece malo por todas partes. Yo cojo una novela de Baroja y veo que está mal construida, se le olvida lo que está haciendo. (…) Es un desastre narrando porque se le olvidaba todo. Su prosa es espantosa, porque es una prosa de vasco, de una torpeza infinita. Y luego es mentira que sea un escritor de acción, porque no pasa nada".

Aquí encontramos otra rajada en una entrevista concedida al programa de TVE Los escritores, en 1978 –entre los minutos 16:20 y 20:20-:

Umbral tampoco podía ver/leer a Galdós. Los desprecios al escritor canario son constantes en su obra, pero vamos a quedarnos con este fragmento de Las palabras de la tribu (Planeta, 1994):

"A Galdós le traiciona la prosa. Su intención parece que es de cronista crítico, pero su prosa, pedestre, vulgar, carente de inspiración sintáctica, pobre, es exactamente el alimento espiritual, el lenguaje que puede entender ese público que él pretende denunciar. (…) Galdós, cuando se pone estilista, dice que Tristana tenía "una borriquita"... Y es cuando arrojamos el libro".

Y con esta otra puñalada, que hallamos en Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué (Planeta, 1997): "Galdós no trascendía. Sino que todo lo descendía. Galdós es intrascendente".

Nivel 4. Paredón de literatos

En esta pantalla, nuestro personaje empleará el fuego a discreción. En el primer subnivel, apunta contra los intelectuales, así, en general, tomando como pretexto a Miguel Indurain. Escribe Umbral en Los cuerpos gloriosos (Planeta, 1996):

"Indurain no piensa más porque no le queda sitio. Indurain tiene una sola ceja, de sien a sien, y así sólo se puede ganar el Giro y el Tour, claro, pero no escribir La rebelión de las masas.

Lo malo es que muchos de nuestros intelectuales, escritores y poetas son cejijuntos, como Indurain. Tienen la misma cara de intelectual que el campeón. Indurain es el modelo de novelista español, sólo que él se ha hecho internacional y ellos no".

En el siguiente subnivel, tomamos el Diccionario de Literatura. España 1941-1995, donde describe a Carlos Barral como "poeta malo que lo sabía y bebía para olvidarlo. Prosista infame, en sus Memorias, que, entre el catalán, el francés y el castellano, no acierta un solo adjetivo"; a Julio Llamazares como alguien que "colecta plurales premios locales, regionales, comarcales, autonómicos y nacionales", y a Mario Vargas Llosa, como un autor "faulkneriano en su primera novela, incomprensible en la segunda, realista aburrido y numeroso en las siguientes (…) Un ensayista perdido en la novela, en fin, como tantos".

Más sorna/sarna aún emplea con Rafael Sánchez Ferlosio: "se emborracha, cambia de ideas todos los años y su dialéctica consiste precisamente en decir que cambia de ideas todos los años. Su padre, el gran escritor fascista Sánchez Mazas, era mejor que él y más fecundo", o con Luis Martín Santos:

"Tiempo de silencio (es) un subproducto que perplejizó a los antifranquistas de entonces que no habían leído a Joyce". Continúa señalando que su mensaje es "harto delicado, tímido, confuso, alegórico y remoto como para que pudiera inquietar ni a la mamá de don Juan Aparicio. (…) El autor, que moriría tempranamente, en accidente, dejó otro libro paralelo que luego publicaron póstumamente sus amigos, con equivocada voluntad de enemigos".

Final Round. Pérez-Reverte

En la pantalla final, Umbral se enfrentará a un rival que muerde, valiente, que planta cara con talento y mala leche: Arturo Pérez-Reverte. En una conferencia de prensa en Buenos Aires, el autor de Hombres buenos o Territorio comanche tildó a Borges de "gilipollas". Umbral defendió al argentino: "Pérez-Reverte ha elegido a Borges como chivo emisario para atacar a todos los escritores de prosa pura, de creación verbal".

El murciano respondía en un artículo titulado "Sobre Borges y sobre gilipollas", en el que cargaba con dureza contra Umbral: "Comprendo que debe de ser muy duro ganarse la vida haciendo magníficos artículos de folio y medio cuando lo que a uno le gustaría es ser novelista, y vender muchos libros, y aparecer en las listas de más vendidos. (…) Y es el lector -que está lejos de ser el imbécil que Francisco Umbral supone- quien al final decide".

Umbral pasó del conflicto cara a cara, optó por el silencio y la pulla más o menos sutil. En "Episodios nacionales" (11 de octubre de 2004, El Mundo), escribe:

"Pérez-Reverte saca una novela sobre el descalabro de Trafalgar, es decir, otra novela de capa y espada, de decadencia española y de Galdós. Los episodios nacionales de Pérez-Reverte a mí me parecen mejores que los de Galdós y además hay que comprarlos todos porque si no te vuelven a vender Las edades de Lulú. Entre la pornografía histórica y la pornografía de Almudena Grandes uno se queda con Pérez-Reverte y con la bandera roja y gualda".

Poco después, en la entrega de los Planeta, Umbral subió el nivel de bilis: "Tampoco tiene estilo y ningún crítico se lo reprocha". En su reacción, Pérez-Reverte optó por un ataque atómico. En "El muelle fojo de Umbral", escribe que aunque este tiene "la mejor prosa de España", "también cultiva una imagen, más social que literaria, inspirada en el malditismo narcisista y la soledad del escritor incomprendido y genial. Pero eso es cuanto tiene". "En realidad, Umbral nunca tuvo nada que decir", añade.

Además, Pérez-Reverte critica la "bajeza moral" de Umbral, reprochándole que sus ataques siempre habían sido dirigidos a novelistas ancianos o fallecidos. "Tan miserable hábito no lo mencionaría aquí de limitarse a lo privado; pero es que Umbral tiene la bajunería de salpicar con él su literatura. Su bello estilo. A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años".

Que el lector juzgue si la partida quedó en tablas o si, en realidad, estamos ante un game over. Pero que se enganche a Umbral, aunque sólo sea por moda. Que acuda a sus libros. Que vaya más allá del "me gusta porque me he leído tantos artículos". "La lengua elige a unos cuantos tipos para expresarse, para salvarse, para decir todo lo mucho que tiene que decir, que es decirse a sí misma", dijo una vez. Umbral entró en esta convocatoria