Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Savater. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fernando Savater. Mostrar todas las entradas

domingo, 27 de septiembre de 2015

Varios artículos recientes y consecutivos de Savater sobre nacionalismo

I

Fernando Savater, "Rauxa", en El País, 12 de septiembre de 2015:

Los nacionalistas catalanes no detestan a España por los agravios sufridos, sino que la exigen agraviadora para justificar que la detesten.

Contaba Juan Benet que en la mili tuvo un sargento vociferante que les daba lecciones de patriotismo. Haciéndose el lerdo, Benet le dijo que no entendía bien qué era eso. “¡Muy fácil! —rugió el sargento—. Imagina que te encuentras con un francés. ¿No te da rabia? Pues eso es patriotismo”. Tengo la sospecha de que éste es el tipo de patriotismo que manejan los nacionalistas en Cataluña, el de la rauxa ante ese tentetieso llamado “españolista” o “Madrit”, arrebato para el que luego buscan justificación en expolios inverosímiles y humillaciones prefabricadas. Dijo Montherlant que no deseamos a alguien por su belleza, sino que exigimos belleza para justificar nuestro deseo. Del mismo modo, los nacionalistas catalanes no detestan a España por los agravios sufridos, sino que la exigen agraviadora para justificar que la detesten.

Contra ese rechinar de dientes inducido, del que algunos esperan obtener dividendos políticos, poco pueden las dulzonas exhortaciones a que demostremos más cariño a los catalanes para compensar sus penas, como si fuesen esas desteñidas madonas que van a Sálvame para contar que buscaron amor y hallaron traición… cobrando por la confidencia. Desde Podemos, más libidinosos porque son modernos oficiales, predican que sólo la “seducción” será capaz de unir dentro del Estado a quienes quieren hacer rancho aparte. Rajoy debe apoyarse en el quicio de la mancebía y probar la caída de ojos, confiando en el atractivo hipster de su barba…

En semejante derroche sentimental de enfurruñamientos azuzados por domadores mediáticos y mimos por encargo de oportunistas azorados viene a quedar reducida la ciudadanía de un Estado de derecho en el siglo XXI. ¡Qué funesto camino! Como diría el sargento de Benet, cuando ves tanta majadería desfilar en carroza, ¿no te da rabia?

II

Fernando Savater, "Gran Vía", en El País, 19 de septiembre de 2015:

El sortilegio sería una corrección federal de la Constitución que sellase los hechos diferenciales y las singularidades (de todas las regiones, es de suponer) pero sin privilegios para ninguna.

Cuando en el consejo editorial o en una reunión de amigos se discutía largamente sobre una cuestión política compleja, Javier Pradera exigía que nadie escapara pidiendo “una solución imaginativa”. La sobada fórmula es el asilo de toda ignorancia, como para Spinoza lo era la voluntad de Dios. Me temo que la tercera vía tras la que los socialistas ocultan su desconcierto y contradicciones sirve ahora de solución imaginativa en el lío catalán. Cuando insisten en proponerla y veo la reacción con que es acogida por los nacionalistas a los que tratan de apaciguar, me acuerdo de la definición lacaniana del amor: empeñarse en dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere.


El sortilegio sería una corrección federal de la Constitución que sellase los hechos diferenciales y las singularidades (de todas las regiones, es de suponer) pero sin privilegios para ninguna. En vez de ser una ley única la que permitiese que cada ciudadano fuese tan distinto a los otros como quisiera, serían los territorios los distintos y los ciudadanos los homogéneos. Cosa rara, pardiez, porque me cuesta recordar un hecho diferencial o una singularidad cultural que esté prohibida en España, ni siquiera el Toro de la Vega. Lo único no permitido por el momento es que una autonomía, o sea una dependencia del Estado de derecho, invente una nacionalidad distinta para sí, excluya a los compatriotas del derecho a decidir sobre lo común y los convierta en extranjeros desposeídos educativamente de su lengua y de otros derechos fundamentales. Lo cual, precisamente, es lo que pretende el nacionalismo catalán. A no concederles tal exigencia, a negarse a discutirla siquiera, suelen llamarlo ciertos partidarios de la gran vía “inmovilismo gubernamental”. ¡Qué imaginación!

III

Fernando Savater, "Identidad", El País, 26 de septiembre de 2015:

El núcleo de todo fervor identitario es religioso, aunque su orientación y vocabulario sean laicos.

Milan Kundera dijo que los rusos empiezan por llamar “eslavo” a todo lo que quieren convertir en ruso. De igual modo, Germá Gordó llama “países catalanes” a lo que quiere anexionar a su ilusoria república catalana. Son ejemplos de identidades culturales pervertidas para justificar maniobras políticas. Pero ese mismo fenómeno ocurre también con identidades piadosas, étnicas, eróticas, ideológicas… Son variantes que nos explica y contra las que nos advierte Jean-Claude Kaufmann en su excelente librito Identidades. Una bomba de relojería (editorial Ariel). La democracia contemporánea ha ampliado la autonomía de cada ciudadano, que puede y debe elegir los rasgos que le caracterizan con una libertad que desampara a los menos dispuestos o peor preparados para tal aventura. Las identidades colectivas, fuertes y obligatorias, les dispensan de esa búsqueda personal, acogiéndoles bajo lo que Nietzsche llamó “un calor de establo” homogéneo y tranquilizador.


El núcleo de todo fervor identitario es religioso, aunque su orientación y vocabulario sean laicos. Se basan en dogmas tan sugestivos como indemostrables, prometen alguna forma de bienaventuranza y movilizan a los creyentes contra la caterva de infieles que se interpone entre ellos y el paraíso. En el fondo, aunque cree que aspira a un premio mayor, el fanatismo de la identidad es ya una recompensa en sí mismo. Nadie tiene que torturar su mente buscando razones para elegir bien, basta con saberse parte del pueblo elegido. No opongas resistencia, relájate y disfruta. O padece, que ser víctima también es un gozo cuando la recompensa es una buena conciencia libre de dudas. Lo importante es tener claro quienes son los enemigos, porque ellos delimitan la identidad. Háganse el favor de leer a Kaufmann: reforzará sus identidades menos obtusas y más inclusivas, les hará temer las otras.

IV

Fernando Savater, "Lo nuestro", en El País 27 SEP 2015:

Despreciar a España es un esnobismo exhibicionista bastante indecoroso.

¿El patriotismo? Los medievales hablaron del “ordo amoris”, la gradación de nuestros afectos: primero nuestro círculo familiar, luego mis vecinos, mis conciudadanos, mis compatriotas, finalmente todos los seres humanos. Nadie puede culparme por salvar en el incendio a mi hijo antes que a los demás, pero sería culpable si sólo salvo a mi hijo pudiendo ayudar a otros. Montesquieu dijo (le cito de memoria): “Si supiera algo beneficioso para mí pero dañino para mis amigos, lo callaría; si supiera algo beneficioso para mis amigos, pero dañino para mi país, lo callaría; si supiera algo beneficioso para mi país pero dañino para la humanidad, lo callaría…Porque soy humano por naturaleza y francés sólo por azar”. La patria, una de esas palabras “que cantan más que hablan” como diría Valéry, es voz a menudo intimidatoria, la forma de acabar con trompetería un debate, silenciando ominosamente al adversario. Pero también en nombre de la humanidad se han cometido crímenes y atropellos…

¿Me “siento” español? Si es cuestión de sentimientos, las patrias que prefiero son “lugares del corazón”, más pequeños y más dispersos que la extensión de todo un país: la infancia señalada por Rilke, dos o tres hipódromos en Inglaterra y Francia, algunas tabernas, la playa de la Concha… Cuando cerraron la librería La Hune, de París, sentí que me robaban un trozo de patria. Y mi verdadera patria durante muchos años ha sido una mirada y una sonrisa de alguien que he perdido para siempre. Otras pequeñas patrias son a la contra: siento un especial cariño por Cáceres y por Extremadura entera porque en mi adolescencia los peores vascos que me rodeaban (y no todos nacionalistas) llamaban “cacereños” a las personas de otras partes de España que desempeñaban trabajos modestos en Euskadi. Es perfectamente lícito no “sentirse” español pero no hace falta proclamarlo de modo altisonante, porque entonces parece que uno se siente superior a quienes se sienten españoles. Y eso está muy feo. Por lo demás, haber vivido la inflada retórica patriotera del franquismo y luego el separatismo criminal etarra justifica el nombre de uno de mis libros, hace ya muchos años: Contra las patrias.

Es lícito no “sentirse” español pero no hace falta proclamarlo de modo altisonante, porque entonces parece que uno se siente superior

Yo no me siento sino que me “sé” español. España es el nombre de lo que respalda mi ciudadanía, mis derechos y obligaciones, mi libertad de perfilar las identidades que prefiero. Eso no es poco, porque vivimos en un mundo donde millones de personas se juegan la vida huyendo de guerras, tiranías, persecuciones religiosas, atraso endémico y buscan en nuestras democracias precisamente esos derechos y garantías que la ciudadanía ofrece. De modo que en tal sentido despreciar a “España” es un esnobismo exhibicionista bastante indecoroso. Sobre todo porque este país ha luchado mucho para conseguir esas libertades para todos y vuelve ahora a tener que enfrentarse con enemigos corruptos o disgregadores. Cuando veo una bandera española es como cuando veo una bandera de la cruz roja: señala un sitio en que seré atendido. Mi modelo de patriota es el protagonista de la película Alamo Bay del gran Louis Malle: un vietnamita recién nacionalizado americano que lucha contra las mafias y la xenofobia por defender los derechos de su nueva condición.

En sus Charlas de café escribe Ramón y Cajal: “Hay un patriotismo infecundo y vano: el orientado hacia el pasado; otro fuerte y activo: el orientado al porvenir. Entre preparar un germen y dorar un esqueleto, ¿quién dudará?”. Decir patria es decir “nosotros”. Contra ello previno Cioran, para quien el que dice “nosotros” casi siempre miente. Pero hay un “nosotros” defendible y asumible, yo diría que hasta necesario: el “nosotros” que no supone “no-a-otros”. Esa es la palabra más difícil de pronunciar.

viernes, 22 de mayo de 2015

Entrevista a Savater

Javier Rodríguez Marcos, Fernando Savater: “La aflicción es más fuerte que la razón”, El País, 22 de mayo 21015:

El filósofo publica 'Voltaire contra los fanáticos', un alegato a favor de la tolerancia. El libro está dedicado a su mujer, fallecida en marzo pasado.

“Fue valiente, sabia, libre, única”. Esto decía la esquela de Sara Torres, esposa de Fernando Savater, que murió el 18 de marzo pasado. Semanas antes su marido le había dedicado Voltaire contra los fanáticos (Ariel), una antología de textos del pensador francés. El libro acaba de aparecer y el filósofo, abatido, se ha instalado en San Sebastián, la ciudad en la que nació en 1947. Solo ha vuelto a Madrid fugazmente para participar en un mitin de UPyD, su partido. “En esta casa hay demasiados recuerdos, literalmente”, dice señalando los mil libros, fotos y figuritas que tapizan las paredes.

Pregunta. ¿La filosofía sirve para algo cuando muere alguien querido?

Respuesta. Desgraciadamente, no. Tienes más argumentos para razonar las cosas, pero la razón no detiene el dolor. La aflicción es más fuerte que la razón.

P. ¿Tampoco la literatura consuela?

R. A mí, no. Al contrario. Nosotros teníamos una relación basada en compartir los libros, las películas… Ahora todo me parece plano, sin eco.

P. En este libro se declara fanático de su mujer. El único fanatismo que se permite usted. ¿Por qué deberíamos leer a Voltaire?

R. La mayor parte de su obra es ilegible salvo para expertos en el siglo XVIII. Pero perduran sus opúsculos, los cuentecitos, el maravilloso Diccionario filosófico. Y luego está la correspondencia, que era fabulosa. Se encontraron 40.000 cartas en su casa de Ferney. Lo que hubiera hecho este hombre con un WhatsApp.

P. Desde los atentados de Charlie Hebdo es un best seller.

R. Siempre que ha habido atentados basados en la intolerancia se recurre a él. Yo estaba en Inglaterra cuando la fetua contra Rushdie y vi un cartel que decía: “Avisad a Voltaire”.

P. ¿Qué le parece la polémica en el Pen Club sobre premiar o no a Charlie Hebdo?

R. Charlie Hebdo ha sido provocador para muchos. No todo el mundo va a matarlos, pero no quieren que se les dé una medalla. Eso revela que los fanáticos son el extremo de algo que tiene otros muchos grados. Todos los que ponen objeciones a que alguien pueda expresarse libremente porque la blasfemia está mal son un estadio primero de lo que los islamistas son el último.

P. ¿Blasfemar es un derecho?

R. Si me invitan a casa de unos señores religiosos no entró cagándome en Dios. Pero una cosa es la cortesía, cosa que suelo practicar, y otra que sea una obligación. Algunos dicen: “Es que hiere mis sentimientos”. Pues no lea Charlie Hebdo. La convivencia en la democracia consiste en saber distinguir lo que puede molestarnos y lo que podemos castigar.

P. En el libro define al intelectual como una mezcla de agitador político, profeta y director espiritual. Parece un autorretrato.

R. No, no, es un retrato de Voltaire, que fue el primer intelectual moderno. De Erasmo podrías decir que es un intelectual, pero le faltaba algo fundamental: los medios de comunicación. Es gracioso que se hable de intelectual mediático. Todos lo son.

P. También dice que Voltaire era más “un pedagogo y un divulgador” que un “especulador creativo”. ¿Se identifica usted?

R. Sí, no he sido un contemplativo. Seguramente por falta de talento para ello. Una cosa son los grandes filósofos y otra los que acercamos las ideas de los grandes a la gente corriente. Siempre he tenido una idea activa de la filosofía. Me interesa la razón práctica: no tanto cómo conocer más sino cómo vivir mejor.

P. ¿Siente que ha sacrificado su trabajo teórico por esa actividad práctica?

R. No. Es cierto que si no hubiera vivido en el País Vasco no habría dedicado tanto esfuerzo a algo tan estúpido como el nacionalismo, pero no voy a decir que no he escrito la Crítica de la razón pura porque he perdido el tiempo haciendo política. Con más tiempo tampoco la habría escrito. Crecí en una dictadura y desde joven estaba deseando ejercerme como ciudadano político.

P. ¿Hay algo de vanidad en esa exhibición pública?

R. Puede ser. Los alumnos que no se atreven a preguntar en clase son a veces lo que tienen cosas más interesantes que decir. Para decidirte necesitas cierta seguridad en ti mismo, y la vanidad puede ser parte de ella.

P. Milita en UPyD, ¿nunca le han ofrecido ser candidato?

R. Sí, incluso antes de la fundación de UPyD. Pero siempre he pensado que yo puedo ser político como tú puedes usar una sopera de Limoges como orinal: en los dos casos hay un desperdicio de material [ríe].

P. Eso sí que suena vanidoso.

R. Exactamente [ríe de nuevo]. Para ser político hay que tener capacidad gestora, no solo vocación de hacerse oír. Yo tengo lo segundo pero carezco de lo primero. Massimo Cacciari tenía las dos. En las cenas nos hablaba de abstracciones que tardábamos dos horas en entender y luego, como alcalde de Venecia, fue el más eficaz. Yo ni rellenar un formulario sé.

P. ¿Qué le parece que proliferen los intelectuales-candidatos?

R. Prefiero a alguien que sepa cómo funcionan los ayuntamientos.

P. Tal vez no se busca alguien que sepa sino alguien decente.

R. Parece que la política es el lugar de los vicios y la ética el lugar de las virtudes, pero no es así. La política también tiene sus valores. La honradez de un ministro no es solo un valor personal, es una virtud política.

P. Su gran éxito fue Ética para Amador, dedicado a su hijo. Su propia generación se rebeló contra la autoridad. ¿Puede haber educación sin autoridad?

R. La autoridad es necesaria; la tiranía, no. Hegel decía: “Ser libre no es nada; llegar a ser libre es lo importante”. Para llegar a ser libre hace falta la autoridad. Autoridad viene de augeo: ayudar a hacer crecer. Autoridad y auge vienen de lo mismo. Todos crecemos como la hiedra, apoyándonos en algo que nos ofrece resistencia. La tiranía quiere que seamos eternamente niños. La autoridad ofrece resistencia pero hace crecer. Si no has tenido resistencia no creces recto, sino reptando.

P. ¿Lo ha aplicado cómo padre?

R. Como profesor. Como padre es otra cosa. Cuando Amador vivía conmigo y le reñía me decía: “Y pensar que todos creen que eres un padre modélico”. Yo le decía: “Eh, aquí soy el padre, no el que escribe los libros”. De todos modos, Amador ha sido mejor de lo que yo le hubiera podido enseñar a ser. Lo habrá sacado de otro sitio.

P. Su hijo fue muy activo durante el 15-M. ¿Se entiende con él?

R. Como se entienden un padre y un hijo. No hacemos masters discutiendo. Lo que me tranquiliza es que se ha dedicado a las cosas que importan. No es broker de bolsa, vamos. Aunque no tenga las mismas ideas que yo, tiene la idea que tengo yo sobre las cosas que importan.

P. ¿Y qué es lo que importa?

R. Yo siempre me he considerado una persona sin importancia que se ha dedicado a las cosas importantes: a la reflexión sobre la sociedad, sobre la libertad, a la lucha contra las imposiciones tiránicas y contra la brutalidad. En eso he pensado siempre.

P. ¿Ahora qué está pensando?

R. Ahora todo me cuesta un horror. Hasta levantarme y afeitarme por las mañanas. Estoy tratando de acabar un libro que habíamos empezado mi mujer y yo. Sobre las guaridas de los grandes escritores europeos. Ella hacía el diseño gráfico, con cómics y fotografías y yo, los textos. Lo firmamos los dos. Muchos libros míos deberían haber salido firmados también por ella, pero ella no quería. Por fin habrá uno. Se titula Aquí viven leones.

UPyD vuelve a la casilla de salida

Cuando se le pregunta qué le pasa a UPyD, el partido que él contribuyó a fundar, Savater no duda un segundo: “Le pasa que es víctima de la moda. Los medios se olvidan de un partido que sacó un millón de votos en las europeas. Solo se cuentan las querellas internas, como si en otros partidos la gente no criticara a la dirección. ¿Y nuestras propuestas? UPyD ya ha hecho lo que los otros partidos dicen que van a hacer: combatir la corrupción, no tener imputados... Estamos como en la primera época, cuando no nos querían dar dinero en los bancos y los periódicos no nos hacían caso”.

martes, 7 de abril de 2015

Cura del incurable fanatismo

Fernando Savater, "Cultivar nuestro jardín", en El País, 23-III-2015:

Voltaire no tenía en mayor estima a los ulemas o los rabinos que a los obispos

En literatura hay comienzos famosos de las grandes historias —“En un lugar de la Mancha…”, “Llamadme Ismael”, etcétera—, pero también finales memorables: uno de ellos el “debemos cultivar nuestro jardín” con que se cierra Cándido, la breve obra maestra de Voltaire. Nadie niega que este cuento es una cumbre del humorismo universal, agudo y lleno de maliciosa sátira filosófica, pero con frecuencia su misma ligereza sonriente hace que se le considere poco más que una broma genial. Sin embargo, como ocurre con el Quijote, esa consideración no desacertada se queda corta al valorar las posibilidades reflexivas que nos ofrece. En su último libro, Voltaire contreattaque (ed. Robert Laffont), el veterano pensador francés André Glucksmann lo presenta como el más actual y revolucionario manifiesto del espíritu ilustrado europeo contra las amenazas más presentes que nunca de fanatismos destructores, totalitarismos recurrentes y la tentación de una languidez inerme y acomodaticia frente a ellos. Según él, la lección de Cándido —y de todo el pensamiento volteriano— no es la deserción que se refugia en la privacidad minúscula ante la barbarie arrasadora, sino la prudencia activa que busca una resistencia crítica que no imite los modos y abusos de la barbarie misma. Y no es superfluo señalar que este libro fue publicado dos meses antes de los atentados contra Charlie Hebdo…

Porque Voltaire no volcó su indignación emancipadora contra ninguna religión en concreto, ni aún menos contra la religión en general. Aunque su obra teatral Le fanatisme ou Mahomet le prophete critica ferozmente al profeta islámico, no censura características específicas de su teología, sino la utilización política de la doctrina. Ahí está según él lo imperdonable: en la confusión cómplice entre postulados espirituales y legitimación de coacciones o hasta crímenes para ejercer el poder sobre una comunidad. Los monoteísmos se han revelado muy peligrosos en este aspecto, pero el islam no es peor a este respecto que el cristianismo, más bien lo contrario. Voltaire muestra aprecio por el Corán, libro al que dice que se le achacan “un sinfín de tonterías que nunca figuraron en él” y en el artículo Tolerancia de su Diccionario Filosófico pone al Gran Turco, cabeza del imperio Otomano, como ejemplo de tolerancia de distintas religiones porque “si tenéis dos religiones se degollarán mutuamente, pero si tenéis treinta vivirán en paz”. Sin duda, el gran satírico no tenía en mayor estima a los ulemas o los rabinos que a los obispos, pero estratégicamente le preocupaban más aquellos cuya influencia política podía serle más peligrosa por cercana.

En su apasionado alegato, Glucksmann sostiene que el sistema democrático no garantiza la justicia ni la armonía, como suponen fanáticos de nuevo cuño, sino que nada más —ni nada menos— permite buscar lo mejor en libertad. “Lo opuesto a la vida en dictadura no es la vida en la perfección, sino el ejercicio de las libertades, incluida la de hacerlo mal o hacer el mal, la de equivocarse y a veces volver a antiguas dictaduras o inventar otras nuevas”. Valga esta advertencia contra los críticos perfeccionistas a toro pasado de nuestra transición democrática. Y añade que el jardín que debemos cultivar no es el de nuestra privacidad, sino el de la sociedad europea: un huerto de flores valiosas pero frágiles, cuyo cuidado exige la timidez que preserva y el coraje que planta cara y no cede ante la ferocidad multiforme que nos acomete.

viernes, 31 de octubre de 2014

Entrevista a Savater

Inés Martín Rodrigo, "Fernando Savater: «A unos les engañan con preferentes y a otros con soluciones bolivarianas»", En El País, 10/10/2014:

El filósofo refleja en un nuevo libro de artículos su opinión sobre el desafío secesionista, los populismos, ETA o el paisaje imperante en Europa. Fernando Savater (San Sebastián, 1947) está indignado. El filósofo lleva años viendo cómo el Estado desiste de sus funciones, dejando crecer nacionalismos y populismos que imponen una visión fraccionada de la ciudadanía. Y ha dicho basta. De ahí la publicación de «¡No te prives! Defensa de la ciudadanía» (Ariel), un libro de artículos en el que Savater pasa revista a las cuestiones que más preocupan a la sociedad española. Sin ánimo de ofender, pero con el carácter combativo que requiere toda obra que aspira a ser pedagógica.

—El título es todo un alegato.

—Me parece sorprendente que la gente sea tan mansa, que esté dispuesta a que le quiten partes de su ciudadanía. Si salimos a la calle a protestar cuando hay recortes en sociedad o educación, con más razón cuando en una parte de nuestro país alguien dice que a recortar nuestra ciudadanía. Eso supone una mutilación de derechos muy seria. El ciudadano es el que, con la aceptación de la ley común que marca la Constitución, tiene derecho a ser diferente a todos los demás. La gracia de la ciudadanía es que tú puedes ser diferente a todos o parecerte a quien quieras.

—Dedica el libro a los «que no van a dejar que les condicionen o reduzcan su ciudadanía». ¿Cómo se logra eso?

«La mala educación la pagan los países mucho más cara todavía»
—Para eso hay políticos y elecciones y, sobre todo, para eso podemos apoyar a los partidos que no hablan de recortar la ciudadanía, sino de reforzarla. Los ciudadanos son políticos siempre y lo que hace falta es defender aquello en que creemos junto con las personas que piensan como nosotros. Y yo creo que en España hay personas que no están dispuestas a que les recorten la ciudadanía, ni el 9 de noviembre ni ningún otro día del año. A esos dedico el libro.

—El problema es cuando ciertos temas se usan como cortinas de humo.

—Hombre, claro. El nacionalismo como cortina de humo para tapar la mala gestión, como pasa en Cataluña. Cataluña ha sido una de las partes de España peor gestionadas y más corruptas, como está viéndose, y el nacionalismo es una forma de crear una pantalla frente a esos problemas y desviar la atención de los ciudadanos catalanes para otro lado.

—¿El independentismo es asunto sólo de catalanes y vascos?

«El populismo es la democracia de los ignorantes»

—Uno no es ciudadano de un lugar donde tiene puestos los pies, sino de una ley. Los ciudadanos somos ciudadanos de la Constitución, no de la tierra, siervos de la gleba. Cualquier intento de crear una secesión es un ataque a la ciudadanía del resto de los compatriotas.

—El derecho a decidir es de todos.

—Eso es evidente. El derecho a decidir es absolutamente imprescindible, eso es la democracia. Lo que nadie tiene es derecho a decidir quién va a decidir y quién no, que es lo que quieren los nacionalistas. Ellos reivindican el derecho a decidir que otros no decidan.

—¿Qué opina de quienes dicen que «la democracia está por encima de la ley»?

—Son imbéciles, es gente que no sabe lo que es la democracia ni lo que es la ley. Decir eso es como si yo dijera que el funcionamiento del hígado está por encima de la salud. Pues mira, no. ¿Cómo va a haber una democracia por encima de la ley si la democracia es el establecimiento de una ley para todos? La democracia es la ley.

—¿Se terminará celebrando el referéndum el 9 de noviembre?

«Si Cataluña quiere amparar la ilegalidad, el Gobierno tendrá que actuar»

—Las leyes están ahí, el Tribunal Constitucional ya ha hablado. Si las autoridades de Cataluña quieren amparar la ilegalidad, el Gobierno tendrá que actuar; para eso le pagamos, para que mantenga las leyes. Lo que nos tiene que salvar es la aplicación de la ley. Aplicar la ley a quien quiere violarla suele ser muy pedagógico. Y si no, el resto del país. A mí, que se manifiesten los nacionalistas en Cataluña no me parece ni bien ni mal, lo que me extraña es que no se manifiesten en el resto del país.
—¿Qué piensa de los populismos?

—El populismo es la democracia de los ignorantes. A veces sirve para sublevar contra problemas reales, pero no para solucionarlos. Busca revancha, pero no reforma.

—¿Y qué me dice de Podemos?

—Es un fenómeno justificado por la indignación de mucha gente. Son un instrumento de revanchismo social más que de reforma a fondo. Además, son personas que llevan ya tiempo en la política y no les hemos oído condenar el terrorismo o a ETA. Qué raro es cuando proponen como solución lo que está sucediendo en algunos países de América Latina. Hombre, en nuestro país hay corrupción, pero comparado con lo que hay en Venezuela no es nada. Es jugar con la necesidad de transformación social, que es muy real. Hay gente a la que le engañan con las preferentes y otra a la que le engañan con soluciones bolivarianas, pero el engaño sigue ahí.

—Dedica una parte importante del libro al paisaje actual en el País Vasco.

«Todos queremos saber de dónde sale el dinero de Bárcenas, pero ¿de dónde sale el del terrorismo?»

—La lucha cívica junto a la función de las fuerzas de orden público han imposibilitado el crecimiento de la violencia en el sentido terrorista que ha funcionado durante años. La violencia ha ido consiguiendo ventajas en la sociedad vasca que se siguen manteniendo y se reivindica como un premio a los violentos que han dejado de serlo. Quedan casos por esclarecer. ¿Quién pagó a ETA? Queremos saber de dónde sale el dinero de Bárcenas pero, ¿de dónde sale el del terrorismo? Si el discurso de la ciudadanía de todo el Estado, maltratado durante los años de violencia, no va a tener ninguna oportunidad con motivo del final de la violencia, mal negocio.

—Incluye una adenda sobre las Elecciones Europeas. Le dejaron preocupado.

—Porque confirmaron los problemas que estamos viendo. Europa es una alianza de derechos, que son los que definen la ciudadanía, de forma que quien se salga de su Estado de Derecho debe perder su ciudadanía y no recuperarla con ningún subterfugio. Las Elecciones han revelado una Europa muy próxima a nacionalismos, populismos… Los males de nuestro país están proyectados a lo largo de Europa. Todo lo que va contra un Estado de Derecho es eurofobia.

—En eso es fundamental la educación.

—La educación no puede ser simplemente una preparación laboral; es muy importante la formación de ciudadanos. La buena educación es cara, pero la mala educación la pagan los países mucho más cara todavía.

miércoles, 22 de octubre de 2014

La profesión más noble... y una de las más pobres

Fernando Savater, "La profesión más noble", El País, 21 OCT 2014:

Mientras recorría —con las vacilaciones propias del caso a pesar del GPS— el downtown de Baltimore en busca de la tumba de Edgar Allan Poe, iba rumiando su dictamen que declara a la literatura “la más noble de las profesiones. De hecho, es casi la única que realmente corresponde a un hombre”. Sin duda la única apta para el propio Poe, un escritor de vocación pura y total, al que es imposible imaginar haciendo algo diferente a lo que ocupó el breve plazo (también lo será el mío, lector, y el tuyo) de su existencia. Una antología de Poe que incluya todo lo mejor de su obra no irá mucho más allá de las 200 páginas: seis o siete cuentos, un par de poemas y una novela corta inacabada. Esa breve aportación, sin embargo, se ha revelado incombustible y fecunda. Deleita sin cesar a lectores sesudos y adolescentes, inspira a cineastas, músicos, dibujantes, diseñadores… por no hablar de los escritores que han venido después. Creo que fue Conan Doyle quien dijo que si cada autor que debe algo de su inspiración a Poe aportase un ladrillo a su monumento funerario, éste sería mayor que las pirámides de Egipto. Y sin embargo…

Como tantos otros escritores, Poe vivió agobiado por la penuria económica. Según asegura Bruce I. Weiner, un especialista que ha publicado una monografía sobre el autor —The Most Noble of Professions. Poe and the Poverty of Authorship, ed. Edgar A. Poe Society, Baltimore— el año 1841, en el que Poe estableció su récord de ganancias, apenas logró superar el nivel nacional de pobreza. A pesar de ser un autor relativamente popular, casi nunca conseguía que los editores le pagasen. ¿Por qué? Porque en los EE UU de aquellos días no existía una ley de copyright internacional. Eso quiere decir que los editores no pagaban nada a los autores extranjeros, por lo cual eran siempre los preferidos a la hora de publicar. Los nacionales, en cambio, casi debían agradecer verse en letra impresa y desde luego poco podían exigir como remuneración. Como aseguró el mismo Poe, “así no hay nada que hacer. Sin una ley internacional de copyright, a los autores americanos sólo les queda cortarse el cuello”. Y él se lo cortó dedicándose a los artículos siempre mal pagados de revistas, a veces dirigidas por él mismo, en un desesperado esfuerzo porque la más noble profesión fuese realmente profesión y no sólo noble…¿Les suenan a algo actual estas cuitas?

Décadas después, John Steinbeck afirmó que “la literatura practicada como profesión hace que las apuestas hípicas parezcan una ocupación sólida y estable”. Por su parte Cyril Connolly imaginó que los lectores a los que había gustado mucho un libro deberían enviar al autor una propina, “nunca menos de media corona ni más de cien libras”, como agradecimiento por el servicio y para completar sus magros emolumentos. A Poe no le alcanzaron tales beneficios en vida. La lápida de su tumba fue pagada, eso sí, por un admirador —Orrin C. Painter— y tras ella hay una placa memorial en francés de sus amigos de ese país, movilizados por Baudelaire. Pero cuando yo me acerqué a verla había también sobre ella, sostenido por unos guijarros para impedir que volase, un papelito en español firmado por María, estudiante de Rute, Córdoba, agradeciéndole los momentos de placer recibidos al leerle y rubricada por la marca de carmín de un beso. “Pour Poe!”, brindarían galantes los amigos franceses y yo murmuré ante la tierna revancha: “Poor Poe!”.

viernes, 21 de octubre de 2011

ETA y los chistes

De Fernando Savater:


"Un viejísimo chiste de Ramón mostraba a un inflamado orador arengando a las masas: “¡Tenéis que elegir: nosotros o el caos!”. La gente balaba: “¡El caos, el caos!” y el vociferante remataba: “Da igual, también somos nosotros”. El comunicado de ETA se apunta a esta línea. Ellos han sido los causantes de los estragos y crímenes durante todos estos años. Ahora es gracias a ellos por lo que vamos a vernos libres de estragos y crímenes."

sábado, 29 de enero de 2011

Ley Sinde y Savater

Fernando Savater, "Los colegas de 'Mad Max'", El País, 28/01/2011

Haciéndose eco de una aspiración eterna y universal, escribió Borges: "Creo que un día los hombres merecerán no tener Gobiernos". Y tampoco leyes, reglamentos y cortapisas de cualquier tipo a la libertad. Si todos tuviésemos buena voluntad, nos coordinaríamos sin coacción ni sanción. No hay generación que no haya apetecido ese día sin Gobiernos ni leyes. Después, hartos de esperar, esos mismos aprenden a contentarse con Gobiernos menos malos y leyes mejores. Les fuerzan a tal resignación los desmanes cometidos por quienes en cada momento saben aprovecharse del aplazamiento de esas beatas ilusiones.

Cada nuevo horizonte para la actividad humana reaviva el libertario sueño ancestral. Volvemos al origen, al paraíso intacto: ¡desoíremos a la serpiente y no comeremos de la manzana! Rechacemos por aguafiestas a los que quieren organizar lo inédito con instrucciones y prohibiciones. Que todo comience. Como pasó en el Oeste americano, esa tierra de promisión y por tanto sin ley cuya épica romántica tanto hemos disfrutado en el cine. Claro que hubo víctimas: aparte de los apaches y los sioux, padecieron la alegalidad los granjeros, los comerciantes, los hijos de quienes preferían los arados a las pistolas. Y se beneficiaron de ella terratenientes y ganaderos sin escrúpulos, los más rápidos en desenfundar, los propietarios de garitos y los asaltantes de diligencias. No prosperaron los creadores de lo nuevo hasta que viejas leyes y viejas instituciones reinventadas les libraron de los bandoleros.

Hoy el mundo casi intacto por explorar es Internet. Y vuelve a oírse reivindicar un paraíso no manipulado por Gobiernos, jueces ni agiotistas. Prometen libertad para todos pero no ven o minimizan a los bucaneros y hermandades teleoperadoras de la costa que se aprovechan del desmadre reinante. Los mismos que se niegan a que las instituciones estatales tengan secretos exigen que se borren sus datos personales de Google, anonimato para mí y transparencia para el resto del universo, intercambio libre de descargas... aunque ello perpetúe las redes de abuso de menores o de actividades terroristas que queremos combatir, etcétera... Es la anarquía, por fin, pero no aquella bendita anarquía del apoyo mutuo del príncipe Kropotkin, sino la del futuro desolador de Mad Max, hecha de pillaje, espectáculos brutales y gente asustada que huye de las bandas de matones depredadores. Todo virtual, claro... afortunadamente.

Nos dicen muy ufanos que quienes pretenden proteger la propiedad intelectual con la ley Sinde o cualquiera de sus variantes tienen perdida la batalla de la opinión pública. ¿Por qué será? En primer lugar, desde luego, porque nos gusta coger sin pagar: si los Rolex pudieran bajarse de Internet, nadie pisaría una relojería. Después, muchos guardan un inconfesable rencor a los artistas, gente que cobra por hacer lo que les gusta. ¡Que trabajen aperreados como los demás o que se jodan! Más complejos -y con mayores complejos- están los artistas no rentables, que prefieren renunciar a cobrar con tal de saber que Pérez-Reverte o Alejandro Sanz perderán millones. Y luego vienen los justicieros que denuncian la cultura establecida, como aquel iconoclasta que me dijo que en su época había muchos pintores mejores que Velázquez aunque este predominó porque contaba con el amparo de los reyes. En el Marat/Sade de Peter Weiss, el cruel marqués ya ironiza sobre los malos poetas o los pescadores sin capturas que confían en la revolución para cambiar su suerte y luego la maldicen al ver que tras ella siguen escribiendo ripios o sacando del mar latas y botas viejas. Ahora los hay convencidos de que en cuanto artistas y escritores reputados queden desprotegidos ellos alcanzarán por fin la gloria que merecen. Lo dudo mucho. Lichtenberg dice en un aforismo que "un libro es como un espejo: si un mono se mira en él, el reflejado no podrá ser un apóstol". Internet es el espejo donde se reflejan incontables apóstoles y todos ¡qué monos son!

Se pretende derogar las actitudes legalistas asegurando que son simple y puro miedo. Cierto temor es muy razonable en quien tiene algo que perder: los padres se inquietan porque sus hijos adolescentes desaparecen durante toda la noche, los obreros tiemblan cuando la multinacional anuncia que va a deslocalizar los puestos de trabajo y también el vendedor de discos en un mundo de la música bajada sin coste... No es tranquilizador que sea signo de los tiempos: muchas cosas cambian para peor. Es cierto que las neveras de barras de hielo y las farolas de gas han sido desplazadas por la electricidad o las máquinas de escribir por los ordenadores. Pero algo tienen en común los instrumentos y las fuentes de energía pasadas y presentes: ninguna es gratis. De modo que es normal que uno se pregunte quién va a beneficiarse de las posibilidades de Internet... y a costa de quién.

Pero los que se oponen a la ley antidescargas lo hacen también en nombre del miedo: miedo a la censura en la Red, miedo a la pérdida de libertades, miedo a la pérdida de "democracia" que es un eufemismo por la pérdida de beneficios: las empresas asociadas contra la ley Sinde son meros negocios y claman por la amenaza a sus ganancias. No veo en qué son mejores o menos timoratas que los autores que reclaman sus derechos... Unos temen por la pérdida del fruto de su trabajo, otros por un control que disminuya la irresponsabilidad de sus juguetes o su rentabilidad. Cuestión de intereses contrapuestos, para cuya regulación se inventaron las leyes. La edad tiene poco que ver con este asunto, aunque haya ingenuos o aprovechados que quieran convertirlo en un choque generacional. Aunque no hay dogma más antiguo que tener a la juventud por un mérito moral o una vía de sabiduría: todas las generaciones han creído sucesivamente en él.

La ley llegó al lejano Oeste y con ella la prosperidad y la civilización: ejemplo, Las Vegas. No cabe duda de que las leyes contra las descargas ilegales se abrirán paso también, gradualmente, junto a otras que impidan abusos autoritarios de los censores. Con el tiempo, desaparecerán los "internautas", esa autoproclamada vanguardia neoleninista que considera que Internet es su cortijo. Dentro de unos años, decir "soy internauta" resultará tan raro como decir hoy "soy telefonista" porque se habla por el móvil. Y los políticos que se oponen a la corrupción dejarán de apoyar bobadas oportunistas como la "neutralidad de la Red". ¿Seremos todos entonces artistas creadores, gracias a la democracia online? Malas noticias. Seguirá habiendo suspensos, aprobados y unos pocos sobresalientes. Como le decía el señor de negro de Mingote a la beata inquieta por las novedades conciliares: "Descuide usted que al cielo, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre".

martes, 9 de noviembre de 2010

Sobre anticlericalismo, por Savater

Fernando Savater, "¿Hasta cuándo?", El País, 09/11/2010

"Han preferido el deshonor a la guerra y ahora tendrán el deshonor y la guerra", dijo Churchill en una ocasión famosa; podríamos parafrasear sus palabras para aplicarlas a las circunstancias de la visita de Benedicto XVI a España: nuestras autoridades renunciaron al laicismo democrático para no pasar por anticlericales y ahora se ven sin dignidad laica y encima tachadas de anticlericales por el beneficiario de su abandono de los principios.

¿Acaso aún no han aprendido que la Iglesia es insaciable y se toma todas las concesiones sin agradecimiento por lo que se le da y con aire ofendido por lo que aún se le niega? En eso se parece mucho a los nacionalismos... a los que tanto debe y que tanto le deben.

El Papa denuncia el terrible laicismo de España no solo a pesar de que recibe en su viaje la pleitesía exagerada de todas las autoridades civiles, no solo pese al financiamiento y privilegios fiscales de la Iglesia, no solo a pesar de que se mantiene el concordato de origen franquista que impone la presencia clerical en la educación y hasta en el ejército, sino por los terribles agravios y la "persecución" que sufre por parte de un Parlamento que legisla sobre el aborto o sobre el matrimonio homosexual sin obedecer al clero y que hasta pretende sustentar una asignatura de educación cívica que no cuenta con el níhil óbstat episcopal.

Para el Papa, estamos como en el año 36 y de ahí a quemar iglesias solo hay un paso. Por lo visto, ni siquiera 40 años de franquismo bajo palio nos autorizan a emanciparnos un poquito de una institución que tan eficazmente ha trabajado por perpetuar el atraso intelectual y la falta de libertades políticas en nuestro país desde comienzos de la modernidad.

Se ha puesto de moda proclamar al inquisitorial Ratzinger nada menos que como una cima de sabiduría insuperable. Para diversos opinadores mediáticos que probablemente no han leído tratado metafísico más profundo que ¿Quién se ha llevado mi queso?, es el primer intelectual europeo, mundial, universal, no inferior en méritos a sabios de la altura de Rappel o Belén Esteban.

Destaca precisamente en teología, una de las ciencias más útiles y con mayor futuro, la única que inventa su objeto mientras dogmatiza sobre él. Por eso puede establecer con especial autoridad la relación entre verdad y libertad. Porque la verdad no es una función que se alcanza a través de la razón que observa, experimenta y deduce, sino la revelación que llega por la boca del que habla desde la infalibilidad. ¡Abajo el relativismo, escuchemos al Absoluto! Y la libertad,claro, es la de obedecer no a humanos vulgares y a las leyes por ellos consensuadas, sino a quienes representan e interpretan el poder de lo sobrehumano...

A algunos de nuestros políticos -no olviden sus nombres a la hora de votar- les encanta que por fin las cosas se pongan así de claras, contra la falta de valores y confusión en que chapoteamos. Además, parece que cuenta con beneficios electorales, de modo que bendito sea Dios.

Por si fuera poco, el Papa merece los máximos honores porque se trata nada menos que de un jefe de Estado. ¡Y menudo Estado, a fe mía! El único de la Europa actual que abiertamente no respeta quisquillosos derechos humanos como la libertad religiosa, la igualdad de sexo para optar a cargos públicos y otras menudencias democráticas semejantes. Es un Estado tan original y único en su género, prueba de la especial protección divina que lo ampara, que se parece mucho más a las teocracias de otros lugares del mundo que a los impíos regímenes laicos que le rodean. El Vaticano es una especie de Arabia Saudí pero decorada por Miguel Ángel y Rafael, lo cual es una gran mejoría estética, aunque en cambio representa poco avance político.

Evidentemente, el gran problema religioso y la mayor amenaza para las libertades públicas en España lo representan las mujeres que llevan velo islámico, no el ver a nuestros representantes electos mostrar todo tipo de deferencia y reconocimiento moral al gobernante de ese Estado modélico... que por lo visto ejemplifica las raíces de la Europa democrática mejor que tanto laicismo y tanta ciencia sin trascendencia como vemos por ahí.

Pese a los menguados coros y danzas que han acompañado la visita papal a Santiago y Barcelona, indudablemente fervorosos (en televisión una señora confesaba: "Se me puso tal nudo en la garganta que no podía ni sacar fotografías"), lo cierto es que las prácticas católicas no dejan de disminuir en nuestro país. ¡Pero si ya incluso hay más matrimonios civiles que eclesiásticos...!

De modo que parece llegado el momento de, sin ofender a los católicos, no agraviar tampoco a quienes no lo somos y a quienes siéndolo comparten con nosotros el deseo de un Estado realmente laico, en el que la religión o la falta de ella sean un derecho de cada cual pero no una obligación de nadie... y mucho menos de las instituciones que son de todos y para todos.

Por eso, es necesaria y urgente una ley de libertad religiosa a la altura de nuestra realidad social y del siglo en que vivimos. Para que los creyentes puedan ejercer a título personal su religión al modo que prefieran, siempre que no conculquen las leyes civiles... y, sobre todo, para que los no creyentes o los que creemos otras cosas no tengamos forzosamente que sentirnos avasallados por la fe de nadie.

martes, 2 de marzo de 2010

Principios

Manuel Ruiz Zamora, "Feminismos", en El País, 2-III-2010:

En una de sus últimas intervenciones en esta Tribuna (Sobre la identidad democrática), Fernando Savater dibujaba magistralmente las diferencias entre una "cultura de la identidad", caracterizada por formas de adhesión primarias a lo que ya somos, y la identidad democrática, que definía como "una manera de estar junto a otros, para convivir y emprender tareas comunes, pese a las diferencias de lo que cada uno es o pretende ser". Extremos destacados de la cultura de la pertenencia serían las identidades religiosas, las idiosincrasias nacionalistas y las perspectivas "llamadas de género". Ahora bien, mientras que la idiosincrasia nacionalista es difícilmente conjugable con el concepto moderno de ciudadanía, el imperante feminismo de la diferencia constituiría una especie de perversión identitaria con respecto a las aspiraciones cívicas que inspiraron al feminismo clásico.


Al igual que el nacionalismo excluyente o cualquier otra ideología que establezca distinciones ontológicas entre los seres humanos, lo que define al feminismo radical es su sectarismo. Lo expresa muy bien Odo Marquard: "Buscan chivos emisarios, diablos generados desde dentro, humanos-no humanos, a los que cuelgan el blasón de ser los autores de la infelicidad en la historia, de modo que los agentes del progreso puedan estilizarse como exclusivos portadores de la felicidad, o sea, como salvadores". La propia denominación "violencia de género" proyecta una sombra de sospecha sobre cualquier individuo por su mera pertenencia a un determinado sexo. La prueba: la exclusión de las estadísticas oficiales de las víctimas que pertenezcan al sexo masculino o a los colectivos de gays y lesbianas.
Si el nacionalismo es, en definición de Santayana, "la indignidad de tener un alma controlada por la geografía", el feminismo, en su formulación más identitaria, consistiría en tenerla dominada por el sexo. Los individuos devienen, así, arquetipos: simplificaciones más o menos estereotipadas en las que cualquier rasgo de singularidad se convierte en la expresión de una imperfección o deficiencia que debe ser suprimida. Por eso, aunque este tipo de perspectivas introducen una dimensión de anomia que perjudica la salud democrática de toda la sociedad, quizá sus víctimas más directas sean, paradójicamente, las propias mujeres.
Al confundir igualdad con homogeneidad, el feminismo feroz interpreta que cualquier opción personal que no comulgue con sus parámetros supone una agresión potencial contra las determinaciones convencionales de la Idea. El pretexto de Procusto será, a tales efectos, la apelación a la dignidad, que no es nunca la dignidad de las personas concretas, sino la que totémicamente le es asignada al ídolo ideológico por la minoría sacerdotal que custodia sus esencias: quien domine el arquetipo tendrá el poder de decretar qué es lo bueno y qué es lo malo. Los vientos que nos llegan desde esas orillas no son nunca, por tanto, vientos de emancipación, sino manifestaciones de un puritanismo adusto que se reafirma en las mismas prácticas con las que lo ha hecho siempre toda forma de puritanismo: la prohibición y la censura.
Como en toda ideología cerrada se juega con dos recursos cardinales: en primer lugar, la descalificación integral de cualquier crítica que venga a poner en evidencia la naturaleza de sus excesos. El segundo, es la conminación a que cualquier diferencia, por razonable que pueda ser, debe ser silenciada para no hacer el juego a aquello que se pretende combatir. Afirmar, por ejemplo, que no todo vale para combatir la "violencia de género", supone la acusación fulminante de ser al menos cómplice, cuando no instigador de la misma.
Los perjuicios que de ello se derivan resultan inobjetables: la ruptura, por ejemplo, de los principios sacrosantos de igualdad ante la ley y de presunción de inocencia que instaura la Ley integral contra la violencia de género, no puede ser considerada progresista. La resistencia del feminismo radical al reconocimiento legal de la custodia compartida de los hijos no sólo es intrínsecamente reaccionaria: es machista. Parte de la rancia convicción de que el cuidado y la educación de los hijos es un asunto predominante, si no exclusivamente, femenino. Lo mismo ocurre con el paternalismo a partir del cual se instituyen los sistemas de cuotas, tan ofensivos para todas aquellas mujeres que son conscientes de sus propias virtualidades. La excelencia, declaraba una neurobióloga, no es un asunto de hormonas sino de neuronas. Lo peor de ello no son sólo los asaltos potenciales o efectivos contra algunos de los principios funcionales del Estado de derecho, sino las reticencias sociales que se van acumulando contra algunos de los postulados verdaderamente igualitaristas del feminismo más cívico.
Desde tales presupuestos, no debe parecer extraño que entre muchos que se consideran progresistas hayan ido cundiendo ciertas prevenciones con respecto a algunas manifestaciones del feminismo. No del feminismo de la razón, que parte de los ideales del universalismo ilustrado para denunciar cualquier discriminación por motivos de sexo y reivindicar una igualdad efectiva entre todos los ciudadanos, pero sí de ese feminismo feroz que ha suplantado los ideales emancipadores del feminismo clásico, y que Nietzsche hubiera identificado como una expresión arquetípica de la moral del resentimiento.
Manuel Ruiz Zamora es historiador del arte y filósofo.

domingo, 24 de enero de 2010

Dos cabalgan juntos, por Fernando Savater

"Dos cabalgan juntos", Fernando Savater, El País, 23-I-2010.

Suele decirse, es casi un lugar común, que los grandes escritores padecen un purgatorio más o menos largo de indiferencia tras su muerte. Algunos salen de él fortalecidos y eternos, otros permanecen incurablemente en el olvido. Pero Albert Camus representa una notable excepción a esta regla: a 50 años de su muerte temprana en un accidente de carretera, su figura intelectual ha aumentado sin cesar de tamaño y es hoy más prestigiosa que nunca.





Aún más sorprendente resulta la casi total unanimidad encomiástica que le rodea. Las polémicas y críticas acerbas que acompañaron la mayor parte de su vida creadora parecen haber desembocado hoy en un plácido estuario de reconocimiento sin fisuras. Resulta casi inevitable preguntarse si tanta aceptación no encierra un malentendido (el propio Camus dijo que el éxito suele implicarlo) o incluso una forma de olvido más soterrada y por tanto más difícilmente remediable.

Desde luego, abundan los motivos para recordar hoy a Camus con especial aprecio y simpatía. Para empezar, los acontecimientos históricos han venido a demostrar que en asuntos esenciales tenía razón: sobre todo en su denuncia del totalitarismo estalinista. Pocos años después de su muerte, Jruschov comenzó pudorosamente a desvelar la realidad atroz de la Rusia soviética, que los más furibundos detractores de Camus se negaban a admitir. A partir de ese momento -y sobre todo desde la caída del muro de Berlín- el comunismo realmente existente perdió casi todos sus abogados intelectuales y ha revelado sin paliativos su fracaso político y su desastre moral. La denuncia de Camus, que en su día fue malinterpretada o denostada, se ha convertido hoy en un tópico que casi todo el mundo suscribe sin rodeos.

Aún más. El lenguaje teológico puesto al servicio del exterminio de seres humanos era uno de los temas fundamentales estudiados en El hombre rebelde. Camus comprendió bien hasta que punto la búsqueda del absoluto puede convertirse en justificación para pisotear los derechos humanos más elementales. Cuando publicó su célebre ensayo, la invocación inquisitorial de motivaciones religiosas para persecuciones y matanzas parecía algo del pasado, pero medio siglo más tarde ha vuelto a ponerse de trágica actualidad.
Entonces se pensaba que las ideologías políticas (nacionalismo, nazismo, bolchevismo, etcétera) habían venido a sustituir al furor teológico de las religiones, pero hoy vemos que -tras la decadencia de esas ideologías digamos "laicas"- son de nuevo las coartadas religiosas las que regresan para legitimar atentados mortíferos, matanzas tribales, deportaciones masivas o bombardeos preventivos.

La denuncia de Camus en su día sonaba a algunos como una concesión al "idealismo" o al "espiritualismo" que desconoce las motivaciones socioeconómicas: resulta hoy una precursora señal de alarma.

Esta denuncia del totalitarismo y del terrorismo, que se adelanta a los acontecimientos venideros, ha conseguido hoy aplauso general para Albert Camus, entre los conservadores de derechas y también entre muchos izquierdistas arrepentidos. Pero este aprecio póstumo puede ocultar, como decíamos, un cierto malentendido y hasta un olvido selectivo de una parte importante del pensamiento político y moral de Albert Camus. Porque en su obra no hay un rechazo global sino más bien una exigencia ética de la rebelión: "Yo me rebelo, luego nosotros somos". Decir "no" y rebelarse contra la injusticia y la desigualdad social ("la sociedad del dinero y de la explotación no se ha encargado nunca, que yo sepa, de hacer reinar la libertad y la justicia"), contra la opresión colonial de los países más desfavorecidos, contra la pena de muerte, contra la utilización de armas atómicas... Todo eso también formó parte central de sus manifestaciones políticas. Albert Camus fue crítico con la revolución que entroniza el terror y la violencia como dioses justicieros, confundiendo la depuración con el camino de la pureza, pero no fue un conformista ni un cínico que acepta sin más -en nombre del orden sacrosanto- los peores manejos de la razón de Estado. Fue moralmente exigente con la rebeldía (sostuvo que en política deben ser los medios quienes justifiquen el fin y no al revés), pero sin duda fue también un rebelde: "La rebelión no es en sí misma un elemento de civilización. Pero es previa a toda civilización".

Probablemente el intelectual del siglo XX con quien más tiene en común Albert Camus, hasta la coincidencia casi desconcertante, es George Orwell. Y no sólo por similitudes biográficas, como que ambos fueron tuberculosos, ambos murieron (aunque por causas distintas) a los 47 años, ambos tuvieron una preocupación especial por la guerra civil de España y su tragedia posterior y ambos padecieron la maledicencia calumniosa de muchos colegas comprometidos con el disimulo o la minimización de la realidad totalitaria comunista. Hay además otras concordancias esenciales. Una de las principales es la importancia concedida al lenguaje y a la sinceridad que lo emplea en busca, ante todo, de la verdad.

Orwell denunció: "El lenguaje político -y con variaciones esto es válido para todos los partidos políticos, desde los conservadores a los anarquistas- es empleado para que las mentiras parezcan verdaderas y el crimen respetable, y para dar apariencia de solidez a lo que es puro humo". Y concluyó: "El gran enemigo del lenguaje claro es la insinceridad".

Por su parte, Camus señaló: "He escuchado tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme dar vueltas la cabeza, y que han hecho dar a otros vueltas la cabeza hasta hacerles consentir en el asesinato, que he llegado a comprender que toda la desdicha de los hombres proviene de que no tienen un lenguaje claro. He tomado entonces el partido de hablar y actuar claramente para volver a ponerme en el buen camino. Por consiguiente digo que hay las atrocidades y víctimas, y nada más" (La peste).

Tanto uno como otro fueron explícitamente contrarios al culto del músculo y la fuerza como garantía de eficacia para resolver los conflictos, aunque Camus simpatizó más con el pacifismo y las doctrinas gandhianas de la no violencia (para Orwell "el pacifismo es más una curiosidad psicológica que un movimiento político").

Y ambos criticaron el nacionalismo: Camus escribió a su imaginario amigo alemán que él "amaba demasiado a su país para ser nacionalista" y Orwell unas perspicaces y siempre actuales Notas sobre el nacionalismo en las que dejó caer esta observación de largo alcance: "Todo nacionalista está obsesionado por la creencia de que el pasado puede ser alterado".

Pero cada uno de ellos se interesó a su modo por el patriotismo, entendido como ciudadanía compartida y no como etnia de pertenencia.

Orwell se asombraba en 1940 (probablemente pensando en el grupo de Bloomsbury o gente parecida) de que Inglaterra fuese "el único gran país cuyos intelectuales se avergüenzan de su propia nacionalidad" y deseaba para el futuro que "el patriotismo y la inteligencia volviesen a ir juntos de nuevo".

Por su parte Camus, en el prefacio a sus Crónicas argelinas, en las que expuso una postura que desagradaba a casi todos, dice: "Desde la derecha se ha emprendido, en nombre del honor francés, lo que era más contrario a tal honor. Desde la izquierda, frecuentemente y en nombre de la justicia, se ha excusado lo que era un insulto a toda verdadera justicia. La derecha ha cedido así la exclusiva del reflejo moral a la izquierda, la cual le ha cedido a su vez la exclusiva del reflejo patriótico. El país ha sufrido dos veces".

Tuviesen o no razón en sus opiniones y actitudes políticas, tanto Camus como Orwell fueron librepensadores. Es decir, sostuvieron principios y argumentos, no partidos. Rechazaron algo muy frecuente, el escándalo selectivo, las condenas que siempre barren para casa y silencian lo que perjudica a nuestro convento. Cincuenta años después, reciben incienso de los mismos que hoy excomulgan a quienes se comportan como ellos: la hipocresía es el tardío homenaje que el sectarismo rinde a quienes han dejado de ser molestos. ¿Victoria póstuma o dulce derrota definitiva?

martes, 13 de octubre de 2009

Nacionalistas

"Claro que sí", Fernando Savater, El País, 13-X-2009

José Bergamín deploraba la decadencia del analfabetismo; otros, con menos ingenio pero con mayor sinceridad, lamentamos el presente eclipse del sentido común. En el caso de Bergamín, la paradoja era provocativamente deliberada; en el nuestro, la constatamos como un doloroso síntoma que confirma nuestras peores previsiones.


Cuando insistimos en la redundante candidez del caballo blanco de Santiago -ustedes me disculparán el símil hípico- no falta nunca la ofendida denuncia, casi incrédula ante tanta desfachatez: "¡De modo que para usted el caballo blanco de Santiago es nada menos que blanco!". Y a uno le toca sonrojarse por ser tan arcaico, tan poco pluralista o alternativo y tan cerrado al diálogo.
Tenemos un claro ejemplo en el discurso de Urkullu en el pasado Alderdi Eguna. El presidente del Euskadi Buru Batzar denunció con (supongo) sincera indignación que el PSE y el PP quieren convertir a Euskadi en una comunidad más de España. Pretenden debilitarla y diluirla hasta, horresco referens, armonizarla con el Estado.

Para ello, no retroceden ante ninguna bajeza: no prescinden de la ikurriña, ah no, sería demasiado brutal, pero le ponen al lado la bandera española; no suprimen el euskera, son muy arteros, pero sostienen en plano de igualdad los derechos de quienes quieren expresarse en castellano; a la Ertzaintza la enredan en quitar carteles pro-etarras, con lo que quema eso y a Euskaltelebista la privan de su mapa telúrico-metereológico tradicional y la limitan al plano de la comunidad autónoma. No cabe duda, van a por nosotros...

O sea, podríamos resumir, no gobiernan como los nacionalistas sino como quienes no lo son. ¡El caballo blanco de Santiago se atreve a ser ufanamente blanco, como si tuviera buenas razones y legitimidad para ello! ¡Habráse visto! Hombre, a uno le parece que no hay nada de malo en que la CAV sea una comunidad más en España: como las otras, sin menoscabo de sus derechos legítimos ni trato de favor. También sin esa excepción que supone el terrorismo y la extorsión mafiosa para mantenerlo, el amedrentamiento de los adversarios políticos, la unanimidad forzosa que impide la expresión pública de voces y símbolos de comunidad con el resto de España o la exhibición hagiográfica de quienes se han distinguido por atentar contra conciudadanos.
No estaría mal poder ser institucionalmente como el resto del país del que formamos parte puesto que de hecho fundamentalmente lo somos: y vivir en armonía con el Estado democrático que es el nuestro (y al que recurrimos con razón en muchas ocasiones, como por ejemplo cuando reclamamosprotección militar para nuestros atuneros amenazados por la piratería) tampoco parece un gran atropello. Perdonen tanta simpleza, pero así lo veo yo.

Cuando oigo discursos como el de Urkullu y otros de parecido corte nacionalista, me parece escuchar a quienes desde hace un par de siglos se escandalizan porque el Estado trate de imponer los mismos derechos individuales para todos los ciudadanos: "¡O sea que ahora tenemos que ser todos iguales! ¡Pero yo soy conde, o marqués, o hijo de un distinguido mariscal! ¿Me van a tratar como a uno más?". Y los ricos: "De modo que debo pagar impuestos como cualquiera para costear servicios públicos que no utilizo y así financiar a vagos y maleantes que no ahorran...".

El elocuente reaccionario Joseph de Maistre rechazaba los derechos del hombre diciendo que él no conocía a ningún "hombre", sólo a franceses, españoles o ingleses. Hablar del "hombre" en general suponía para él acabar con la rica diversidad cultural e histórica del mundo.

Aún hoy hay quien sigue hablando de los derechos humanos "individuales y colectivos", como si precisamente los derechos humanos no se hubieran inventado para combatir los supuestos derechos históricos -es decir, los privilegios- de colectivos como la nobleza, el clero, los gremios, los varones, o los miembros de tal etnia o tal religión.

Lo malo es que la mentalidad diferencialista ha calado ya en la sociedad más allá de la ideología del nacionalismo declarado. No hay más que ver cómo todos los partidos vascos, con excepción de UPyD, suscriben con entusiasmo los privilegios fiscales de la CAV y su blindaje contra asechanzas del exterior: ¡cualquiera se atreve a decir otra cosa! Somos las ventajas que tenemos y las excepciones que nos favorecen, que nadie nos las toque. Y para qué hablar de los abogados que le han salido a ese fantasma que a cada cual se le aparece según el licor del que abusa: la "identidad". "¡Que me roban mi identidad!", protestan unos y otros, con el mismo trémolo angustiado con que Unamuno clamaba "¡que me roban mi yo!". Y la identidad oficial es algo que siempre definen a su conveniencia los especialistas en la materia. Lo curioso es que por el momento la exaltación identitaria sólo ampara a colectivos autodesignados (quienes no se avienen a ello son traidores a los suyos) pero no a los particulares.

De momento, nadie puede invocar a su favor que su idiosincrasia exige ser violador, recibir cohechos o pavonearse con relojes de miles de euros, tal como el escorpión se excusaba ante la rana a la que acababa de inocular su veneno diciendo que tal era su carácter... Pero todo llegará, si somos coherentes con el derecho irrestricto a la diferencia.

En España no estamos en eso todavía, claro. Y tampoco es que vaya a romperse el país, como constatan muy ufanos los de siempre. De momento a los nacionalistas de iure o de facto les interesa más la gestión indefinida del independentismo que la independencia misma. Políticamente, es más segura y más provechosa: se ejerce por aquí y por allá la astuta rentabilidad de la desafección. Hay bastantes que han aprendido a cobrar por hacernos el favor de seguir siendo españoles, lo mismo que esos alumnos franceses que van a cobrar por hacer el favor de asistir a clase. Tan interiorizada tenemos esta situación al parecer irrevocable que los chispazos de unidad son celebrados como triunfos memorables: por ejemplo, los medios de comunicación se deshicieron en elogios cuando la ministra de Sanidad y todos los consejeros autonómicos del ramo salieron juntos a proclamar medidas comunes contra la gripe A. Vaya, no faltaba más que contra una epidemia el país hubiera funcionado según 17 criterios distintos...

Que los nacionalistas tengan sus propias ideas me parece normal. Pero que haya un contagio general que impide a los demás afirmar lo que pensamos so pena de diversos sambenitos retrógrados ya suena peor. El caballo blanco de Santiago sigue siendo blanco, pese al refunfuñar de los coloristas. ¿Qué deseamos, que el País Vasco, Cataluña, Galicia, Navarra o la que ustedes prefieran sean comunidades autónomas ni más ni menos que como las demás, armonizadas con el Estado del que forman parte, sometidas al mismo régimen tributario y por tanto institucionalmente solidarias con el conjunto del país, donde el pleno derecho a utilizar la lengua común oficial conviva con el uso voluntario de las lenguas regionales? ¡Pues claro que sí!

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.