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sábado, 19 de diciembre de 2015

Críticos implacables: el padre jesuita Pablo Ladrón de Guevara

Le he escrito una entrada en la Wikipedia para que no se olvide la escoba de quien fue el principal martillo de herejes literarios del siglo XX a nivel mundial, el jesuita (vasco y terrorista tenía que ser) Pablo Ladrón de Guevara, autor de Novelistas malos y buenos (1910), donde pone en solfa a casi toda la gran literatura mundial. El caso es que, con sus críticas, despabila la gana de leer a raros que es una barbaridad, con lo que logra exactamente lo contrario de lo que pretende. Copio aquí algunos de sus dicterios:

Vargas Vila, J. M. De Colombia, contemporáneo. Sentimos verdaderamente que sea de esta cristana república este señor, de quienes nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo, hipócrita pertinazmente empeñado en que le compren por recto (y le den por el recto), sincero y amante de la verdad; egoísta y con pretensiones de filántropo y, finalmente, pedante, estrafalario hasta la locura, alardeando de políglota con impertinentes citas en lenguas extranjeras; invertor de palabras extrambóticas y, en algunas de sus obras, de una puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes; aunque, en honor a la verdad, él no la usa porque no sepa bien esa parte de la gramática, sino por hacerse tan singular, pues hay un autor italiano, impiísimo también, y repugnante, con el cual el estilo, lenguaje, impiedad e inmoralidad, coincide no poco el señor Vargas Vila.

Hugo, Víctor (1802-1885). De Bensazón. Poeta dramático, novelista. Anduvo de muchacho con su padre, general de Napoleón, por España e Italia. En su prosa y versos abundan las blasfemias, las calumnias contra la iglesia, contra el papa, obispos y clero. Con frecuencia habla de modo que parece un loco, o más bien poseído del demonio. Muy inmoral y fatalista.

Gerald de Nerval. Es Gerald Labrunie (1808-1855). De París. De imaginación sombría y exaltada, acabó en loco y se colgó. Bohemio, vivió mal, se hizo nigromántico y dio en extravagancias. Colaboró en Piquillo con A. Dumas, y escribió en periódicos liberales, usando de muchos seudónimos. Novelas. Varias: de mal asunto, entre ellas Aurelia o El sueño de la vida, que es de ilusionismo, magia, ect. El final de ella lo tenía en el bolsillo cuando se lo encontró ahorcado encima de un albañal.

Maupassant, Guy de (1850- 1893) Nació en el Castillo de Mirosemenil y murió en París después de dos años de enfermedad y locura, habiéndose antes dado al espiritismo. Discípulo del tan deshonesto Flaubert, se distingue por una falta completa de sentido moral y por un pesimismo que lleva a la desolación y el desconsuelo del alma. Realista extraordinariamente sensual, licencioso y, con frecuencia, bestial.

Dumas, Alejandro (padre). Mal nacido. De Villers Cotterts (1803-1870). de malas ideas, inmoral y gran falsificador de la historia. Aparece como autor de doscientos cincuenta y siete volúmenes de novelas y de veinticinco dramas; pero muchos son, ya en parte, ya del todo, de otros autores con los cuales hacía negocio, autorizándolas para la venta con su nombre. De Las dos dianas, por ejemplo, que va con su nombre, vino a confesar que ni siquiera la había leído. Dícese también que sólo con unas cuantas ganaba en limpio, cada año, doscientos mil francos, que no le bastaban para sus excesos.

Dumas, Alejandro (hijo). Mal nacido. De París (1824-1895). Dramático, novelista. Defensor del divorcio, muy deshonesto. Están en el Índice de libros prohibidos todas sus novelas amatorias y La cuestión del divorcio. Las que no caen bajo esta condenación, caen bajo la del artículo 4 del mismo índice, porque defiende tesis contrarias a la doctrinas de la iglesia.

Marat, Juan Pablo (1746-1793) De Braudry. Este es el sanguinario revolucionario, el enemigo implacable de todos los que en algo le aventajaban, el devorado de la envidia, el perseguidor, entre otros, de los sabios, el que pedía cientos de miles de cabezas y el asesinato en masa, abogando al mismo tiempo por la abolición de la pena de muerte, el hombre de las ideas absurdas y gran repetidor de las mismas, el asesinado por Carlota Corday.

Nietzsche, Federico. Este alemán de la segunda mitad del siglo XIX se las echaba de filósofo, y no faltan quienes por tal le tienen. A nuestro juicio tanto se parece un filósofo como el vinagre al vino. Sus doctrinas son inmorales, impías y blsfemas. Cualquiera podía ver desde el principio la locura de Nietzsche, pero muchos, ni aun después de verle en una casa de locos y morir loco, se acaban de persuadir de que lo estaba. Así hablaba Zarathustra no es novela pero, como lo que cuenta Zarathustra son cuentos, bien está tal libro en ese lugar. Tanto se empeña en hacerse un Zarathustra, que al fin Nietzsche lo consigue; pero un Zarathustra dos veces loco, que no se entiende a sí mismo, porque es un mundo de contradicciones. Lo claro son las impiedades, blasfemias, inmoralidades. También las hay oscuras. Su lenguaje es muchas veces zafio, grosero y siempre necio. Un capítulo dedica a predicar el suicidio. Tradujo este libro del alemán en 1905 el señor Vilasalba. Más le valiera no saber alemán para emplearlo tan desdichadamente.

Alejandro Dumas (1803-1870) Mal nacido. De malas ideas, inmoral y gran falsificador de la historia [...] En Los tres mosqueteros hay “amores ilícitos entre D’Artagnan con Milady y Madama Bonacieux, casada; de Milady con Wardes; de Buckingham con la Reina de Francia, casada; de Aramis con la deshonesta Condesa de Chevereuse; de Porthos con Madama Conquenard, casada; sin contar otros, ni los que le achacaba al cardenal Richelieu con la Reina y otras… (Ladrón de Guevara, 1910, p. 413).

Más raros son los juicios positivos, que escasean no poco. Por poner un ejemplo, este:

Josefa Acebedo de Gómez (1803-1861). De su obra en prosa El soldado escribió que “Es bueno. Este se ve obligado a fusilar a su hermano, pero sin reconocerlo, y además dispara alto, de modo que no le toca. Hay amores honestos, rasgos de piedad y un sacerdote digno” (Ladrón de Guevara, 1910, p. 179). 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Las cien mejores novelas escritas en español en los últimos 25 años

Es una selección hecha por críticos literarios, así que no hay que hacerle demasiado caso, y fue publicada el 24 de mayo de 2007:

1. El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez
2. La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa

3. Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño

4. 2666, de Roberto Bolaño

5. Noticias del imperio, de Fernando del Paso

6. Corazón tan blanco, de Javier Marías

7. Bartleby y Compañía, de Enrique Vila-Matas

8. Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez

9. Mañana en la batalla piensa en mí, de Javier Marías

10. El desbarrancadero, de Fernando Vallejo

11. La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo

12. El entenado, de Juan José Saer

13. Soldados de Salamina, de Javier Cervas

14. Estrella distante, de Roberto Bolaño

15. Paisajes después de la batalla, de Juan Goytisolo

16. La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza

17. El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina

18. El testigo, de Juan Villoro

19. Salón de belleza, de Mario Bellatin

20. Cuando ya no importe, de Juan Carlos Onetti

21. La tejedora de coronas, de Germán Espinosa

22. El paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa

23. Cae la noche tropical, de Manuel Puig

24. Doctor Pasavento, de Enrique Vila-Matas

25. Herrumbrosas lanzas, de Juan Benet

26. Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero. 
Álvaro Mutis, Colombia, 1993 

27. El invierno en Lisboa.
Antonio Muñoz Molina, España, 1987 

28. Verdes valles, colinas rojas. 
Ramiro Pinilla, España, 2005 

29. Mal de amores. 
Ángeles Mastretta, 
México, 1996 

30. Donde las mujeres. 
Álvaro Pombo
España, 1996 

31. El pasado. 
Alan Pauls
Argentina, 2003 

32. El rastro. 
Jorge Gómez Jiménez
Venezuela, 1993 

33. Santo oficio de la memoria. 
Mempo Giardinelli
Argentina, 1991 

34. Los años con Laura Díaz. 
Carlos Fuentes
México, 1999 

35. Plenilunio. 
Antonio Muñoz Molina
España, 1997 

36. Todas las almas. 
Javier Marías
España, 1989 

37. Cartas cruzadas. 
Darío Jaramillo
Colombia, 1995 

38. La casa del padre. 
Justo Navarro
España, 1994 

39. La visita en el tiempo. 
Arturo Uslar Pietri
Venezuela, 1990 

40. La historia de Horacio. 
Tomás González
Colombia, 2000 

41. La grande. 
Juan José Saer
Argentina, 2005 

42. El arte de la fuga. 
Sergio Pitol
México, 1996 

43. La velocidad de la luz. 
Javier Cercas
España, 2005 

44. Olvidado rey Gudu. 
Ana María Matute 
España, 1997 

45. La gesta del marrano. 
Marco Aguinis 
Argentina, 1991 

46. Un viejo que leía novelas de amor. 
Luis Sepúlveda
Chile, 1989 

47. Plata quemada. 
Ricardo Piglia 
Argentina, 1997 

48. El vuelo de la reina. 
Tomás Eloy Martínez
Argentina, 2002 

49. Diablo guardián. 
Xavier Velasco
México, 2003 

50. Igur Neblí. 
Miquel de Palol
España, 1994 

51. La nieve del almirante. 
Álvaro Mutis
Colombia, 1986 

52. Vigilia del almirante. 
Augusto Roa Bastos
Paraguay, 1992 

53. Un campeón desparejo. 
Adolfo Bioy Casares
Argentina, 1993 

54. Los pichiciegos. 
Fogwill
Argentina, 1993 

55. La burla del tiempo. 
Mauricio Electorat
Chile, 2004 

56. Una novela china. 
César Aira
Argentina, 1987 

57. El inútil de la familia. 
Jorge Edwards
Chile, 2004 

58. Lumperica. 
Diamela Eltit
Chile, 1983 

59. La otra mano de Lepanto. 
Carmen Boullosa
México, 2005 

60. En estado de memoria. 
Tununa Mercado
Argentina, 1990 

61. Veinte años y un día. 
Jorge Semprún
España, 2003 

62. Ladrón de lunas. 
Isaac Montero
España, 1999 

63. La cuadratura del círculo. 
Álvaro Pombo
España, 1999 

64. No me esperen en abril. 
Alfredo Bryce Echenique
Perú, 1995 

65. Luna Caliente. 
Mempo Giardinelli
Argentina, 1983 

66. Una sombra ya pronto serás. 
Osvaldo Soriano 
Argentina, 1990 

67. El cuarto mundo. 
Diamela Eltit
Chile, 1988

68. La silla del Águila. 
Carlos Fuentes
México, 2003 

69. Temblor. 
Rosa Montero
España, 1990 

70. Historia del silencio. 
Pedro Zarraluki
España, 1995 

71. Los fantasmas. 
César Aira
Argentina, 1990 

72. Angosta. 
Héctor Abad Faciolince
Colombia, 2003 

73. La muerte como efecto secundario. 
Ana María Shua 
Argentina, 1997 

74. La orilla oscura. 
José María Merino 
España, 1985 

75. La vida exagerada de Martín Romaña. 
Alfredo Bryce Echenique
Perú, 1981 

76. Sin remedio. 
Antonio Caballero 
Colombia, 1984 

77. El tiempo de las mujeres. 
Ignacio Martínez de Pisón
España, 2003 

78. Al morir Don Quijote. 
Andrés Trapiello 
España, 2005 

79. Glosa. 
Juan José Saer
Argentina, 1986 

80. Crónica de un iniciado. 
Abelardo Castillo 
Argentina, 1991 

81. El traductor. 
Salvador Benesdra 
Argentina, 2002 

82. Cumpleaños. 
César Aira
Argentina, 2001

83. La sexta lámpara. 
Pablo de Santis
Argentina, 2005 

84. El embrujo de Shangai. 
Juan Marsé
España, 1993 

85. El maestro de esgrima. 
Arturo Pérez Reverte
España, 1988

86. Carreteras secundarias. 
Ignacio Martínez de Pisón
España, 1996 

87. Rosario Tijeras. 
Jorge Franco
Colombia, 1999 

88. La sombra del viento. 
Carlos Ruiz Safón
España, 2001 

89. Camino a la perdición. 
Luis Mateo Díez
España, 1995 

90. A sus plantas rendido un león. 
Osvaldo Soriano
Argentina, 1988 

91. Memorias de mis putas tristes. 
Gabriel García Márquez 
Colombia, 2005

92. Autómata. 
Adolfo García Ortega
España, 2006 

93. Del amor y otros demonios. 
Gabriel García Márquez
Colombia, 1994 

94. Ella cantaba boleros. 
Guillermo Cabrera Infante 
Cuba, 1996 

95. La novela luminosa. 
Mario Levrero
Uruguay, 2005 

96. La guerra de Galio. 
Héctor Aguilar Camín
Chile, 1994 

97. Arráncame la vida. 
Ángeles Mastreta
México, 1998 

98. Arturo, la estrella más brillante. 
Reinaldo Arenas
Cuba, 1984 

99. La orilla africana. 
Rodrigo Rey Rosa
Guatemala, 1999 

100. Los vigilantes. 
Diamela Eltit
Chile, 1994

Reseña de Peter Mair, "Gobernando el vacío"

Fernando Vallespín, ¿Fin de la era de los partidos? 'Gobernando el vacío' es una de esas escasas joyas que han aparecido en ciencia política estos años 25 NOV 2015.

Este libro es una de esas escasas joyas que han aparecido en ciencia política estos años, y viene de uno de los más destacados politólogos europeos. Es el feliz legado de alguien que falleció inesperadamente antes de publicarlo, que siempre se caracterizó por un trabajo bien hecho, un académico honesto que aquí nos espeta sus grandes dudas sobre el cariz que toman las democracias contemporáneas. Comienza de forma enigmática: “La era de la democracia de partidos ha pasado”; hemos entrado en una nueva fase de la democracia liberal en la que sus principales agentes dan síntomas de agotamiento. El “vacío” al que se refiere el título es la galopante crisis de representación, la creciente falta de conexión de los partidos con su electorado tradicional. Hasta aquí de acuerdo. La dificultad comienza a la hora de buscar las causas de esta situación y si hay o no equivalentes funcionales de estas organizaciones que eventualmente puedan suplir ese espacio vacante. Porque, sin partidos que funcionen, no hay democracia. Respecto a la primera cuestión sí se nos ofrecen respuestas más que verosímiles; no así en lo que atañe a la segunda.

Su diagnóstico se fija en las dos partes de la ecuación, los ciudadanos y los partidos. Aquellos ya han dejado de ser esos leales votantes dispuestos a hacer valer preferencias es­tables. Ahora se refugian en formas de vida individualizadas, privatistas, ajenas a lo público y configuradas a partir del paradigma del consumo político. Ejemplos de ello son el menor interés por lo político, la volatilidad y la menor participación electoral, algo favorecido por la contumaz pervivencia de las mismas políticas a pesar de la alternancia en el poder de partidos diferentes.

Del otro lado, estaría la correlativa retirada de las élites políticas de su soporte en las bases a favor del partido en el Parlamento o el Gobierno, y el predominio de los “partidos de cártel”, casi indistinguibles ideológicamente entre sí a pesar de la fiereza con la que pueda disputarse la competición electoral. Siempre asistimos a una “gran coalición” de facto. Esto crea, a su vez, una creciente interpenetración entre Estado y partidos y hace que aquellos devengan en férreas organizaciones marcadas por una profesionalización tecnocrática más pendiente de su supervivencia y sus beneficios que de conectarse con las necesidades de su electorado.

Al final rebrota el síndrome de Toc­queville: si las élites son inaccesibles —por lejanas— e impotentes —por incapaces de adecuarse a los deseos ciudadanos—, ¿por qué las seguimos manteniendo? Parte de la responsabilidad hay que atribuírsela a la expertocracia europea y a la reducción de la política a mera administración. El problema es que cada vez resulta más difícil compatibilizar eficacia y popularidad. El déficit de legitimidad está servido.

Gobernando el vacío. Peter Mair. Traducción de María Hernández Díaz. Alianza. Madrid, 2015. 192 páginas. 18,50 euros

Obras de escritores manchegos que ya son de dominio público según la ley

Ya se pueden imprimir libremente las obras de estos grandes escritores manchegos:


Francisco Rivas Moreno, (1851-1935) y Fernando Lozano Montes (1844-1935)


Para más información, aquí, o en los wikis que he escrito sobre ellos, aunque el primero ha crecido tanto que ya no lo conoce ni el padre que lo engendró en 2007, que soy yo.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Novela de Manuel Rivas sobre una librería


"Allí es donde quemaron libros en el 36”, dice Manuel Rivas señalando al otro lado de la dársena de A Coruña. En su novela Los libros arden mal hay una foto de ese momento: un grupo de fascistas celebra brazo en alto la hoguera encendida junto al Club Náutico. Muchos coruñeses conocieron aquel episodio por esa novela. “En el escudo de Coruña, sobre la Torre de Hércules, había tradicionalmente un libro”, explica el escritor, nacido en el barrio de Monte Alto en 1957. “Lo quitaron después de la Guerra Civil. La democracia volvió, pero el libro no”. Si aquella novela de 2006 hablaba de la quema de bibliotecas, El último día de Terranova (Xerais en gallego, Alfaguara en castellano) narra ahora la amenaza de desahucio que pende sobre una librería.

PREGUNTA. ¿Quedaban libros por destruir o historias por contar?

RESPUESTA. Yo escribo en círculos concéntricos. Los libros no son cuadrículas ni propiedades separadas. En mi caso, la célula madre es la poesía. En los ochenta escribí un poema sobre la memoria ­—‘Pan negro’— y ahí está la semilla. Después vinieron La lengua de las mariposas, El lápiz del carpintero, Los libros arden mal y ahora este, que parte de la posguerra y llega hasta hoy. Siempre tengo la sensación de que cuando acabo un libro no se acaba la historia. Como en ese cuadro de Millet en el que las espigadoras recogen lo que quedaba debajo de la tierra después de la cosecha, cuando terminas una novela quedan granos que luego rebrotan. Son nuevos círculos con la misma simiente, no una prolongación. Salvo en la línea del horizonte, la recta es un atraso. Hay que romperla.

P. ¿Los círculos de la literatura pueden llenar los vacíos que deja la historia?

R. En parte sí. Hay incluso un camino paralelo entre la literatura y la arqueología. Vas encontrando signos y huellas que conectas hasta construir un relato. Hay un punto que los arqueólogos llaman línea de lo inaccesible. La historia no se detiene, pero los últimos restos suelen ser ceniza, producto de una destrucción o de un fuego. La excavación se detiene, pero la imaginación puede traspasar esa línea, ir más allá de la búsqueda histórica sin perder el principio de realidad. Ese traspasar lo inaccesible es lo propio de la literatura.

P. ¿Llegará un día en que las librerías serán historia y habrá que imaginarlas?

R. De las últimas historias que leí y que me conmocionaron porque coincidió con la muerte de Mankell, hay una en sus memorias del cáncer, Arenas movedizas, que cuenta algo muy inquietante para la especie humana. Hasta el siglo XX, los restos históricos eran monumentos más o menos ruinosos, pero lo que va a dejar nuestra generación no va a tener fin: los vertidos radiactivos. Dentro de 100.000 años, los arqueólogos pueden encontrarse con una pesadilla. Pero en el mismo libro se recoge otra historia. Un hallazgo imprevisto durante unas obras en Suecia: una osamenta que tenía al lado una figura de madera. Llegaron a la conclusión de que era un títere. Claro que el ser humano va a conservar el títere. Estoy convencido…. Bueno, “estoy convencido” [ríe] es una forma de empezar. Claro que va a haber un lugar como lo que hoy llamamos librerías. ¿Cómo serán? Eso para el próximo libro. Mira, es buena idea. Hay gente que nunca ha entrado en una librería.

Parte del viaje literario consiste en luchar contra tus convenciones, contra tu propia estupidez
P. ¿Recuerda la primera vez que entró en una?

R. Sí, se llamaba La Poesía. Luego nos acercamos por allí. Está cerrada, pero conserva algo. Cada vez que paso por ahí pienso: “¿Por qué no me hago librero?, ¿por qué no abro La Poesía?”. Tengo una especie de culpa. En casa no había libros y le compramos uno a mi madre. Siempre se le regalaba algo para la casa —una fregona, una cafetera— y mi hermana María, que era la vanguardia, dijo que le compráramos uno porque en la niñez mi madre había leído mucho. Por casualidad. Murió mi abuela y mi abuelo se quedó con 10 hijos. Era campesino, vivía al lado de la casa rectoral y una sobrina del cura medio adoptó a mi madre, que subía al desván y se pasaba el día leyendo vidas de santos, que es lo que había, pero también estaban los poemas de Rosalía. El primer libro de mi vida fue oír a mi madre recitar a Rosalía. Ella era la boca de la literatura. Total, que nos fuimos a La Poesía y vimos un libro que coincidía bien con el presupuesto. Era un tocho; mucho mejor, un regalo más grande. Se titulaba Cinco mil años de historia. Mi madre lo abrió y, bueno, asomó de una lágrima. Nunca tuve miedo de entrar en las librerías. Si vamos es porque hay gente con la que nos gusta estar, no solo por los libros, aunque los libros también son gente.

P. ¿Por qué ir a una librería si puedes comprar por Internet?

R. Si desaparece el factor humano en los intercambios —y una librería es un lugar donde alguien que te da el libro con la mano—, también va a desaparecer lo humano en el libro. Tal vez es demasiado determinista, pero hay parte de razón. La ciudad existe porque existen librerías, el taller de bicicletas, las tabernas… En Coruña abrieron un centro comercial. La gente se sentaba allí porque llueve. Pensaron: “Si se sientan, no compran”. Quitaron los bancos y la gente se sentaba en las fuentes, así que pusieron unos hierros. En los libros te puedes sentar siempre. La literatura es resistencia, una intervención contra la realidad. Una vez existió esa idea de las vanguardias de que podías cambiar el mundo pintando, cantando, bailando. Lo inútil podía influir en lo útil, cambiar la vida. Ahora se perdió eso. Hubo una renuncia. Asumimos el discurso de lo útil. “Vuestra utilidad es el entretenimiento”, nos dicen. “Dedicaos a eso”. Pero uno sabe que hay libros que le han cambiado la forma de mirar, y eso también es cambiar la realidad, ¿no? Aunque sea por un instante, en un tris. Un tris vale mucho.

P. El librero de su novela se identificaba de joven con David Bowie. ¿Algún músico le influyó tanto como Rosalía de Castro?

R. El salto de las falsas fronteras entre alta y baja cultura lo vivimos a través de la música. La poesía estaba pasada de moda, pero seguía en las letras de las canciones. Estuve muy colgado con Dylan, con la Velvet, con Joy Division, con Patti Smith. Creo que no metí a Patti Smith en el libro porque me quise quedar con ella.

P. ¿Cabe la poesía en una novela?

R. Toda escritura es poética porque el lenguaje se pone o no se pone en vilo. Hay palabras que alcanzan esta condición. La lengua se pone en otro tiempo, que no es pasado ni futuro, sino otro tiempo. Esta novela tiene una hermana transgénero que es este libro [saca de la cartera A boca da terra, un poemario publicado en verano por Xerais]. Son hermanos siameses.

P. En sus libros de cuentos incluía poemas.

R. Empecé por ahí. Recuerdo estar escribiendo lo que a mí me parecían poemas en clase de matemáticas, con un profe muy serio. Pasó a mi lado y vio que en medio de las cifras había unos bichos. Me agarró la libreta. Pensaba que me iba a echar una bronca. Cuando me la devolvió dijo: “¿Por qué siempre escriben ustedes cosas tan tristes?”. Pensé: “Así que soy de una especie de club de los tristes”. Aquello me vino bien porque se dio en mí una reacción que es la marca moderna de la literatura: la ironía. Reaccionar contra el estigma de triste me activó el lado irónico. Otro detector de la literatura es que es una creación que no quiere dominar. La diferencia con otros discursos ­—la filosofía, la historia— es que no te quiere dominar. Cuando te quiere dominar notas que pasa algo raro, que está intoxicada.

P. ¿Mantiene activa la ironía para no convertirse en escritor nacional de Galicia?

R. Total. Caes en la caricatura si te consideras el símbolo de algo. Lo más triste que le puede pasar a un escritor es que lo conviertan en un monumento, decía Cortázar. Parte del viaje literario consiste en luchar contra tus convenciones, contra tu propia estupidez. Eso no quita que la literatura tenga una dimensión de activismo, pero no puede caer en la condición de instrumental. Acabaríamos matándola. Eso sí, todo lo que escribes te va a comprometer.

P. Sus protagonistas son muchas veces víctimas de la historia. ¿No se corre el riesgo de embellecer la derrota?

R. Por supuesto, por eso es importante enseñar lo que cada uno tiene de contradictorio. De cada personaje sabes a través de otro. Me lo dijeron de El lápiz del carpintero: los buenos son muy buenos, y los malos, muy malos. No lo creo. Precisamente para evitarlo le di la voz del narrador al verdugo. Pero es un riesgo. Por eso no me gustan los cuadrados. Estamos habitados por varios seres. En esta novela, a uno que es muy estudioso su hijo lo ve como un cobarde. Somos tambaleantes, frágiles. Escribir es estar en una posición de fragilidad.

Nuestra serie negra, esa que dicen que no hemos tenido, está en los libros de la Guerra Civil. La diferencia es que aquí la mafia ocupaba el Estado.
P. Parte de la novela transcurre durante los funerales de Franco y es crítica con lo que vino después.

R. España es una democracia amputada. Ya no tiene sentido discutir quién debía haber ido a la cárcel, pero la gente debe saber que un torturador como Billy el Niño sigue campando y que nunca hubo una comisión de la verdad. Hemos visto en televisión campos de concentración nazis, pero no franquistas, que hubo. Puedes acceder a documentos de EE UU, pero a los de aquí no. A lo que no podemos renunciar es a la verdad. Nunca es tarde. Nuestra serie negra, esa que dicen que no hemos tenido, está en los libros de la Guerra Civil. La diferencia es que aquí la mafia, la organización criminal, ocupaba el Estado.

P. Cuando termina la dictadura en España empieza en Argentina, también muy presente en este libro.

R. La Operación Cóndor se preparó en el funeral de Franco. Además, para mí fue muy importante escribir la historia de la aniquilación de la familia Oesterheld [“El desaparecido HGO”, recogido en A cuerpo abierto]. Les mataron las cuatro hijas sucesivamente. Tenían 24, 23, 19 y 18 años, alguna embarazada. A Héctor Germán Oesterheld todos lo adoraban, y no solo como guionista de los cómics de El Eternauta. Lo desaparecieron. Quedan dos nietos y la abuela, Elsa, que se preguntaba por qué seguía viva. La novela está dedicada a ella.

***

La Poesía sigue cerrada en la calle San Andrés. Rivas repara en que además han borrado el rótulo de la librería: “Mala señal”.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Wikiartículos escritos en cinco semanas

Me quita mucho tiempo, pero me distrae, y por eso he escrito, sobre tema manchego, 29 artículos, principalmente biobibliografías; también he corregido y ampliado 11 y, sobre tema no manchego, he redactado 62, traducido 15 y ampliado y corregido otros 12. Sin contar trabajos menores; no está mal para un mes largo: salgo a unos tres artículos al día.

Sobre tema manchego:

Juan de Cueto y Mena, un dramaturgo y poeta culterano de Infantes del siglo XVII.

Gaspar de Barrionuevo, entremesista y poeta toledano del XVII, intimísimo de Lope de Vega, del que lo hemos perdido casi todo.

Julián Sánchez Prieto, un pastor poeta, dramaturgo y periodista de los Montes de Toledo.

Luis Esteso y López de Haro, menudo esfuerzo me ha costado su bibliografía; es el genio de los monólogos de humor a principios de siglo y también tenía una faceta de erudito.

Fernán Gómez de Ciudad Real, del que aclaro si existió o no y la superchería que fraguaron en torno a su presunto epistolario, de la que todavía algunos no se han enterado. ‎ 

El historiador manchego Agustín de Horozco, primero en documentar y profundizar en la historia de la ciudad de Cádiz

Isaac Núñez de Arenas, el crítico y académico conquense que fue periodista y jurista también.

Pedro Navarro (dramaturgo)

Baltasar Mateo de Velázquez, un novelista conquense del Siglo de Oro. 

Otro novelista manchego del Siglo de Oro que no menciono porque quiero leerlo y estudiarlo ya que merece más atención y es prácticamente desconocido.

Íñigo de Mendoza, poeta manchego de la reina Isabel la Católica

Salvador Jiménez Coronado, el astrónomo, matemático, traductor y diputado liberal en las Cortes de Cádiz de Ciudad Real

Ramón Giraldo de Arquellada, de Infantes, célebre diputado y presidente liberal de las Cortes de Cádiz, del que no se sabía cuándo nació y murió hasta que yo lo arreglé; por demás, qué alergia a la escritura la de este hombre.

Reales Fábricas de Bronce y Latón, creadas en Riópar, Albacete, gracias a Carlos III y al ingeniero que sigue:

Juan Jorge Graubner, de Viena y manchego de adopción ‎, porque si fuera natural, lo único que habría hecho es rascarse la panza.

Juan Hidalgo Repetidor, un dramaturgo del XVI

Juan Hurtado, escritor aúreo

Juan de la Cuesta (maestro) del Siglo de Oro que escribió cómo tratar a los niños y enseñarles a leer y escribir

Juan Antonio Castro, escritor manchego moderno

Amalio Fernández, escenógrafo y pintor magnífico de Albacete que murió en Hollywood; he visto algunas de sus impresionantes telones en el buscador de imágenes de Google.

Felipe Antonio Fernández Vallejo, el manchego obispo erudito de Salamanca que cuando era canónigo en Toledo descubrió tantos manuscritos interesantes; ¿qué habrá sido de los papeles con los que se quedó su hermana?

Joaquín Tomeo y Benedicto, dramaturgo albaceteño del XIX que escribió tragedias sobre nuestra historia

Alfonso Hurtado de Valverde, dramaturgo caracense del XVI del que queda su comedia sobre los Siete infantes de Lara; quizá si se buscara un poco más...

Juan José Luján, actor manchego

Antonio de Heredia, el historiador benedictino manchego de su orden.

Damián de Vegas, dramaturgo toledano del XVI, o eso me parece, porque aunque vivió en Toledo toda su vida échale un galgo a dónde nació.

Feo de Cariño, guerrillero carlista. ¿A qué se nota que me hizo gracia el sobrenombre?

Antonio Merendón Mondéjar, tuerto en la Guerra de Cuba y guerrillero carlista de desigual fortuna; también me hizo gracia el apellido. 

Antonio Zoilo Vázquez Marjaliza, periodista, político y guerrillero carlista; creo yo que no le iban los trabucos, por demás su segundo nombre de pila le define.

Exclamación y querella de la gobernación, el famoso poema político de Gómez Manrique, siglo XV. Menudo panorama toledano pinta. 

He actualizado, corregido y ampliado además los artículos que yo mismo redacté sobre el toledano poeta meapilas del XVII José de Valdivielso, Juan Marina (el abuelo del famoso filósofo manchego; ¡cuánto trabajo encontrar sus destinos administrativos de profesor en la prensa de la época!), la bibliografía del pedagogo exiliado Lorenzo Luzuriaga y del novelista Rafael López de Haro, muy estimable pese a sus delirios políticos de la Guerra Civil, Ceferino Palencia, dramaturgo que hay que revalorizar como sea; el gran y severo moralista político y poeta Gómez Manrique, las últimas novedades sobre las nuevas obras descubiertas de Bartolomé Jiménez Patón, las poesías del vate de la reina Isabel I Ambrosio Montesino, cuyos restos fueron arrasados por la piqueta, el ahora tan celebrado Carlos Vázquez Úbeda y el artículo sobre Humor manchego. He corregido los de Luis Hurtado de Toledo y Jaime de Huete

Sobre tema no manchego

Fadrique Furió Ceriol (parece mentira que un escritor y humanista tan importante no tuviera entrada); se le subió a las barbas al mismo Carlos I defendiendo la traducción de la Biblia a las lenguas vulgares. 

Isaac Muñoz, escritor modernista y decadente, muerto cuando más prometía... de sífilis.

Juan Alonso de Pedraza, dramaturgo del XVI de la Danza de la muerte; no es tan bueno como parecía.

Miguel de Carvajal, dramaturgo del XVI, también famoso por el Auto de las Cortes de la Muerte que aparece aludido en el famoso capítulo de la segunda parte del Quijote, pero que en realidad fue refundido por un arreglalotodo poeta toledano.

Félix González Llana, interesante dramaturgo del naturalismo, asociado al masón amigo de nuestro asesinado poeta Antonio Rodríguez García-Vao.

El bachiller Alfonso de la Torre, un enciclopedista del siglo XV sin entrada en la enciclopedia electrónica, al que tanto ha estudiado mi fumador Francisco Rico.

Sebastián Francisco de Medrano, escritor al que no hay que confundir con el poeta casi contemporáneo.

Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán, escritor importante del XVIII al que nadie recuerda hoy, pero al que habría que leer los dos libros que añadió a los Viajes de Enrique Wanton compuestos por un italiano de origen armenio.
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José María Joaquín Vaca de Guzmán, hermano del anterior y más renombrado en su época, pero poeta frío y académico, bastante vanidosillo y hoy olvidado ‎

Anselmo Petite, uno de los primeros traductores de los Evangelios en el XVIII; cuánto me ha costado encontrarle datos biográficos.

Baltasar de Vitoria, mitógrafo importantísimo y sin lugar en la enciclopedia.

El poeta Pedro de Quirós, no menos importante que otros del Siglo de Oro más recordados.

Ezequiel González Mas, un importantísimo historiador de la literatura española que se fue al exilio muerto de asco de la vida franquista y del que apenas ha llegado (y es casi imposible conseguir) un tomo siquiera de su manual en España, cuanto más los últimos. Como uno no vaya a buscarlos a Puerto Rico...

Pedro López de Montoya, del que ahora mismo no me acuerdo.

Alejandro Ramírez Blanco, del que tampoco.

Nicolás Aguayo y Aldea, un colono en América que hizo grandes cosas allí por los demás.

Rafael de Rodas Hoyos, otro que tendría que revisar qué hizo y no tengo ganas; bastante con lo que le he escrito.

Tomás Tuero, uno del "Bilis Club", amigo de los novelistas asturianos del XIX, que murió joven.

Joaquín Setantí, el clásico cultivador del aforismo áureo tacitista del que nadie se acuerda ahora (y está muy mal que sea así).

Juan Palafox Rovira... ¿Qué escribí sobre él?

María Brey Mariño, la pariente erudita, bibliófila y roja de Rajoy, mujer del inefable Moñino.

José Safont Casarramona, un tío Gilito del siglo XIX español

José Safont Lluch, su hijo, igual de Gilito y especulador que su padre.

Me he hartado de corregir los artículos Biblioteca de Autores Españoles, Generación del 50 y Naturalismo.

Ricardo Defarges, poeta de los 50 al que nadie hace caso y casi yo tampoco, del que siempre escriben mal el apellido, que es Defargues; no sé como enmendarlo.

Fernando Vázquez Orcall, pariente carlista de nuestro pintor Vázquez y al parecer guerrillero en la tercera.

Alonso de Fuentes... tal vez sea autor dramático

Marcelo Martínez Alcubilla, el infatigable compilador de códigos legales antiguos y modernos... Hacen falta arrestos.

Francisco Fernández Villegas... uf, no me acuerdo.

Pedro Sánchez de Viana, mitógrafo, creo.

Luis Tejedor, José de Lucio, Adolfo Torrado, dramaturgos malisimos de posguerra, sobre todo el último, que creó el patrón del cine malo de posguerra o españolada al estilo de "La tonta del bote", con Gracita Morales.

Giuseppina Ledda, hispanista sarda fallecida este mes

Howard Rollin Patch, hispanista cuyas teorías sobre el ultramundo medieval leí con sumo deleite hace años.

Margot Arce Blanco, otra hispanista puertorriqueña cuyo ensayo sobre Garcilaso leí también con gusto y utilicé cuando estudiaba la carrera.

Caroline Brown Bourland, una hispanista estadounidense con la que tropecé al redactar artículos sobre teatro antiguo del XVI. 
Diego y José Figueroa y Córdoba, hermanos y dramaturgos olvidados del Siglo de Oro, bastante copiones.

Jerónimo de Guedeja Quiroga, al que tan poco gustaban las comedias de santos.

Manuel Cortés y Campomanes, un revolucionario liberal que se desencantó.

Juan Pons Izquierdo, otro revolucionario liberal, filósofo y poeta español que no se desencantó y al que tendrían que dedicar una tesis; escribió más que el Tostado, pero todo está sin recoger.

Joaquín Barón Domingo, un poeta de la tertulia del manchego Estala; sus obras andan invistas por la Biblioteca Real.

Ricardo Blasco Soler, del que no me acuerdo de nada, solo que era escritor.

Afredo Miguel Aguayo Sánchez, un benemérito colono español que trabajó por los demás.

José Antonio Portuondo, un economista y funcionario como no los ha habido y benemérito colono español de la Ilustración en América

He actualizado y corregido además los artículos del escritor áureo Cristóbal Suárez de Figueroa, sobre el cual hizo una tesis una amiga mía, Asunción Satorre Grau; de la feminista poetisa dieciochesca Margarita Hickey, que odiaba a los hombres; los sumamente erróneos y disparatados de Infografía, Silva, Abencerrajes, Pictograma, Ideograma y Logograma, que ahora se pueden leer; los de Hugh Blair, Manuel Azaña (no había bibliografía de obras y yo se la he confeccionado), el pedagogo Andrés Manjón y el artículo que creé sobre Svetlana Aleksiévich mucho antes de que le dieran el premio Nobel.

He traducido al español, ampliado y adaptado los artículos correspondientes al dramaturgo burgués Henry Arthur Jones, los pintores franceses Auguste Creuzé de Lesser,‎ Isidore Pils, ‎Georges Clairin, François-Édouard Picot y el holandés Johannes Le Francq van Berkhey, este también gran naturalista y con chaladura política incluida; los enciclopedistas y mitógrafos Paul Scalich, Barthélemy de Chasseneuz, ‎Lilio Gregorio Girardi, Vincenzo Cartari, Guillaume du Choul, Konrad Kürchner y Gregor Reisch; el filósofo y orador William Johnson Fox, qué soso el hombre, y el bibliógrafo y lexicógrafo gallego Francisco Javier Rodríguez Gil

Sobre materias no biográficas he escrito:

Geoglifos de la estepa; me llamó la atención un artículo que leí.
Género jocoso; para exprimir un libro de Maxime Chevalier que leí hace tiempo.
Bernardina; para cachondeos, el Siglo de Oro.
Fiel de fechos, algo con lo que me topé y que no sabía que era.
Mesura, lo que caracteriza el modo de ser castellano desde el Cid.
Observatorio de Arequipa, una derivación de Harvard en Perú
Comedia de costumbres, que faltaba.
Comedia de carácter, que también.
Comedia mitológica, lo mismo.
Comedia de bandoleros, igual.
Estancia spenseriana, cuya estructura cada cierto tiempo se me olvida.
Triángulo de Ogden y Richards, algo que echaba en falta.
Unitarismo, que faltaba y con lo que me he topado al estudiar a heterodoxos como Blanco White.
He revisado también el de Sátira, que andaba incompleto.

También muchas correcciones menores de otros artículos que o andaban errados o imprecisos o mal escritos en ortografía o estilo.

¿Y por qué cuento esto?

Solo por si alguno piensa que los profesores se ponen a mirar a las moscas; hay muchos como yo que colaboran con esa enciclopedia en línea y que no obtendrán fruto alguno por su trabajo, que no sirve para Sexenios ni otras leches. He escrito este post mientras los demás se iban a ver el partido entre Madrid y Barcelona; me gusta el fútbol, pero no más que soltar el hilo de la prosa, como el gusano de seda, aunque termine hecho un capullo. Como se me da bien y suelto escribir a ordenador y tengo libros para consultar, lo hago, pues, si dispongo de todo eso, ¿por qué no aprovecharlo para ilustrar y educar, que es el cometido de todo profesional de la enseñanza, y encima darle algo de gimnasia a la prosa y, con ella, algo de agilidad al cerebro?

sábado, 31 de octubre de 2015

Nuevos documentos sobre Cervantes y otros autores manchegos.

El lujosísimo catálogo de 224 páginas e ilustraciones a todo color que me ha enviado el librero José Porrúa Turanzas contiene cosas bastante interesantes, pero demasiado caras para un bibliófilo menesteroso con sueldo de profesor como yo. Da, eso sí, algunas noticias interesantes: ha localizado el original manuscrito del informe que el boticario y vecino de Almodóvar del Campo Juan Antonio Fernández Granados mandó al médico Pedro Bedoya sobre la ciudad donde vivía, Almodóvar. Porrúa lo vende por 2500 euros, pero esos folios no merecen la pena por lo que dicen y además hay copia en la BN.

Acaso más importancia tiene en sí mismo un documento relacionado con la mujer de Cervantes, Carta de privilegio real otorgada por Felipe III a Ana Quijada de Salazar, de Esquivias, sobre juro de alquilar en su favor. El cuadernillo, de doce folios en pergamino, está fechado en Madrid a 2 de noviembre de 1610 y lo vende por 12.000 euros. Don José Porrúa debe pensar que soy Creso o alguien parecido, pero es tan avispado que ha atado cabos y descubierto la relación que existe entre el documento y los últimos y más que sugerentes descubrimientos biográficos sobre la mujer de Cervantes en los archivos de Esquivias.

Ana Quijada de Salazar (1577-1614) de Esquivias, era nieta de Juan Quijada de Salazar, citado en el Quijote y presunto modelo del inmortal personaje cervantino, casado en Illescas con Leonor de Salcedo. Su abuela fue ana Suárez Medina, hija de Gonzalo Medina Godoy, alcalde d elos hijosdalgo que fue procesado por la Inquisición pero liberaldo por ser nieto de Diego Muñiz de Godoy, caballero de Santiago y por tanto cristiano viejo. Su bisabuela sería María de Salazar, fallecida en 1537, hermana de Diego de Salazar, el que sería a su vez bisabuelo de la esposa de Miguel de Cervantes. Ambas poseen un tío abuelo común, fray Alonso Quijada, de la orden de San Agustín, modelo tal vez del Quijote también. En la casa de este Alonso Quijada es donde se hospeda Cervantes durante sus estancias en Esquivas.

El primer hecho que demuestra la presencia de Cervantes en Esquivias se produce en septiembre de 1584, cuando Cervantes viaja a Esquivias para entrevistarse con la viuda de su amigo el poeta Pedro Laýnez, e intentar publicar su obra póstuma, el Cancionero. Cervantes recibió un poder de manos de Juana Gaitán a través de un documento firmado el 22 de spetiembre de 1584 ante el escribano de Esquivias, Agustín del Castillo. Su cometido es entregar dicho poder a Ortega Rosa, procurador de causas en los Reales Consejos. En ese viaje Cervantes conoció a su esposa, Catalina de Palacios,  y el corto noviazgo se resolvió con la boda el 12 de diciembre de 1584 en la Iglesia Parroquial de Esquivias. Bendijo la unión el cura Juan Palacios, tío materno de Catalina, que tenía diecinueve años, mientras que Cervantes tenía ya 37.

Vivieron juntos en Valladolid y madrid, y volvieron a Esquivias varias veces para visitar a la familia, asistir a bautizos en los que eran padrinos e inaugurar la ermita de San Roque en 1602. En 1610 pasaron una temprada en la villa y el último viaje que realizó Cervantes fue precisamente a Esquivias. meses antes de morir, según relata en el prólogo del Persiles: " Viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias...". 

Algunos libros de los de su Catálogo (ya se sabe, los de estampas iluminadas a mano) los vende nada menos que a precios entre 120000 y 200000 euros. Estas cotizaciones son demenciales y para fetichistas, sobre todo en una época en la que casi todos los libros que valen la pena para un investigador se encuentran digitalizados. Eso sí, nada vale tanto como darle la mano a un amigo como es un libro.

martes, 20 de octubre de 2015

Nuevo libro sobre la Ilustración

Fernando Savater, "La agonía de la Ilustración. El historiador británico Anthony Pagden ofrece una visión actual de los objetivos ilustrados", en El País, 19 OCT 2015:

Quizá algunos de los lectores más veteranos recuerden la entonces famosa boutade sesentayochista, atribuida a diversos profesores franceses (yo la leí en una pared de Nanterre, pero algo después): “Platón ha muerto, Hegel ha muerto, Nietzsche ha muerto… y yo no me encuentro nada bien”. Quizá hoy podríamos parafrasearla diciendo: “Montesquieu ha muerto, Voltaire ha muerto, Kant ha muerto… y quienes quisimos ser ilustrados no nos encontramos nada bien”. Pero ¿en qué consiste la Ilustración si no queremos dejarla reducida a otra etiqueta pegada a uno de esos casilleros en los que metemos con calzador un periodo histórico bastante caprichosamente delimitado, cortando al modo en que lo hacía el bárbaro Procusto lo que falta o lo que sobra para que todo confirme la teoría previamente adoptada?

La Ilustración, en todas las épocas en que podemos sin exageración o manipulación detectarla (sea la Grecia clásica, la Roma que inventó y justificó el Derecho, la Edad Media de Abelardo y Guillermo de Occam, Erasmo, el Renacimiento, la era barroca en que aparece la ciencia moderna…), es el esfuerzo por establecer el alcance y límite de lo humano a partir del rasgo humano por excelencia, la razón que deduce, experimenta y concluye, en lugar de aceptar lo que sobre ella establecen las leyendas y costumbres tradicionales. En cualquiera de sus avatares, el ilustrado se alza pidiendo argumentos y debates —la razón nunca es revelación única, sino relación entre varios que no ponen ninguna autoridad divina o humana por encima de ella— y proclama firmemente que así podemos alcanzar las verdades vitales que nos interesan, o al menos aproximarnos con tanteos y dudas a su paulatina elucidación. En una palabra, frente a los creyentes que aceptan, tiemblan y confían, los ilustrados son pensantes que ponen en cuestión, discuten, concluyen… y también confían. Alcanzar una frágil balsa de confianza para flotar sobre tormentas y tormentos, en ese objetivo definitoriamente humano coinciden por caminos opuestos la fe de los sencillos y la razón de los ilustrados.

A partir de La dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer, una obra llena de sugestiones a veces geniales y otras genialoides, pero que en modo alguno zanjaba la cuestión, se puso de moda culpar a la Ilustración de los atroces males totalitarios del siglo XX. Los campos de concentración, tanto Treblinka como el Gulag, provenían de la aplicación del método industrial al exterminio humano. Y claro, ese método industrial como toda forma de razón tecnológica provienen del orgullo ilustrado (¡no hace falta más que hojear la Enciclopedia de Diderot, llena de láminas que diseccionan maquinarias y herramientas!). ¡Y seréis como dioses! El olvido de la piedad y la tradición, la suposición de que todo puede argumentarse y ponerse en cuestión inició la pendiente que llevó a convertir en engranajes a los humanos y en material desechable a quienes no razonaban de acuerdo con la norma establecida por el Estado, ese “monstruo frío” al decir de Nietzsche.

Pero la Ilustración no fue solamente una apología del racionalismo sin cortapisas religiosas o consuetudinarias. Después de todo, la razón ha sido utilizada por todas las culturas humanas en todas las épocas, y las concesiones a la superstición ni antes ni ahora fueron suprimidas. La razón ilustrada estaba al servicio de ideales valorativos, destacadamente la semejanza esencial de todos los seres humanos y su autonomía para planear la vida en común. Como señala Anthony Pagden, “se suele ver en ella el origen intelectual de esa convicción que aún emerge tímidamente entre nosotros de que todos los seres humanos comparten los mismos derechos básicos, de que las mujeres piensan y sienten igual que los hombres o de que los africanos lo hacen igual que los asiáticos”. Las leyes, en la concepción ilustrada, no son herencia indiscutible de la divinidad o los ancestros, sino acuerdos establecidos entre seres más pensantes que meramente creyentes para asegurar el bienestar de la mayoría en este mundo, no para ganar a fuerza de sacrificios y renuncias un lugar bienaventurado en el otro. Por supuesto, ninguno de los grandes autores ilustrados creyó en el dogma irracional de la “omnipotencia de la razón”, ni desdeñó como cosa superflua los sentimientos de benevolencia y compasión: sus mentores jurídicos, como el admirable Cesare Beccaria y otros, se opusieron a la tortura, a la pena de muerte y a convertir los pecados en delitos, por lo que no es difícil suponer lo que hubieran pensado de Hitler, Stalin, Pol Pot o el Estado Islámico.

No cabe duda de que los objetivos ilustrados aún no se han alcanzado del todo, ni de que a veces ideas regeneradoras tuvieron contrapartidas imprevistas y dañinas
No cabe duda de que los objetivos ilustrados aún no se han alcanzado del todo, ni de que a veces ideas regeneradoras tuvieron contrapartidas imprevistas y dañinas. Esa es la agonía actual en que se debate la Ilustración, entendiendo “agonía” en el sentido unamuniano del término, no como los estertores que llevan inexorablemente a la muerte, sino como la lucha por no dejarse abrumar por el pesimismo trascendentalista y no sacrificar la visión universalista a indescifrables y postizos particularismos tribales. Anthony Pagden realiza en su libro un repaso suficiente de lo que la corriente mayoritaria de la revolución ilustrada propuso, de lo que en parte logró y de cuáles fueron algunas de sus patentes deficiencias. También de lo que le objetaron sus principales adversarios en una reacción contra ella que no pretendió en muchos casos mejorarla, sino abandonarla o contrarrestarla. Quizá el mejor resumen de la Ilustración, irónico y desfanatizado como le corresponde, lo hizo Voltaire: “Cuando la naturaleza creó nuestra especie, la dotó de ciertos instintos: el amor propio para nuestra conservación, la benevolencia para la conservación de los otros, el amor que es común a todas las especies y el inexplicable don de combinar más ideas que los restantes animales. Después de asignarnos nuestra cuota, dijo: ‘Ahora, haced lo que podáis”.

La Ilustración. Anthony Pagden. Traducción de Pepa Linares. Alianza. Madrid, 2015. 542 páginas. 32 euros