sábado, 19 de diciembre de 2015

Críticos implacables: el padre jesuita Pablo Ladrón de Guevara

Le he escrito una entrada en la Wikipedia para que no se olvide la escoba de quien fue el principal martillo de herejes literarios del siglo XX a nivel mundial, el jesuita (vasco y terrorista tenía que ser) Pablo Ladrón de Guevara, autor de Novelistas malos y buenos (1910), donde pone en solfa a casi toda la gran literatura mundial. El caso es que, con sus críticas, despabila la gana de leer a raros que es una barbaridad, con lo que logra exactamente lo contrario de lo que pretende. Copio aquí algunos de sus dicterios:

Vargas Vila, J. M. De Colombia, contemporáneo. Sentimos verdaderamente que sea de esta cristana república este señor, de quienes nos vemos precisados a decir que es un impío furibundo, desbocado blasfemo, desvergonzado calumniador, escritor deshonesto, clerófobo, hipócrita pertinazmente empeñado en que le compren por recto (y le den por el recto), sincero y amante de la verdad; egoísta y con pretensiones de filántropo y, finalmente, pedante, estrafalario hasta la locura, alardeando de políglota con impertinentes citas en lenguas extranjeras; invertor de palabras extrambóticas y, en algunas de sus obras, de una puntuación y ortografía en parte propia de perezosos e ignorantes; aunque, en honor a la verdad, él no la usa porque no sepa bien esa parte de la gramática, sino por hacerse tan singular, pues hay un autor italiano, impiísimo también, y repugnante, con el cual el estilo, lenguaje, impiedad e inmoralidad, coincide no poco el señor Vargas Vila.

Hugo, Víctor (1802-1885). De Bensazón. Poeta dramático, novelista. Anduvo de muchacho con su padre, general de Napoleón, por España e Italia. En su prosa y versos abundan las blasfemias, las calumnias contra la iglesia, contra el papa, obispos y clero. Con frecuencia habla de modo que parece un loco, o más bien poseído del demonio. Muy inmoral y fatalista.

Gerald de Nerval. Es Gerald Labrunie (1808-1855). De París. De imaginación sombría y exaltada, acabó en loco y se colgó. Bohemio, vivió mal, se hizo nigromántico y dio en extravagancias. Colaboró en Piquillo con A. Dumas, y escribió en periódicos liberales, usando de muchos seudónimos. Novelas. Varias: de mal asunto, entre ellas Aurelia o El sueño de la vida, que es de ilusionismo, magia, ect. El final de ella lo tenía en el bolsillo cuando se lo encontró ahorcado encima de un albañal.

Maupassant, Guy de (1850- 1893) Nació en el Castillo de Mirosemenil y murió en París después de dos años de enfermedad y locura, habiéndose antes dado al espiritismo. Discípulo del tan deshonesto Flaubert, se distingue por una falta completa de sentido moral y por un pesimismo que lleva a la desolación y el desconsuelo del alma. Realista extraordinariamente sensual, licencioso y, con frecuencia, bestial.

Dumas, Alejandro (padre). Mal nacido. De Villers Cotterts (1803-1870). de malas ideas, inmoral y gran falsificador de la historia. Aparece como autor de doscientos cincuenta y siete volúmenes de novelas y de veinticinco dramas; pero muchos son, ya en parte, ya del todo, de otros autores con los cuales hacía negocio, autorizándolas para la venta con su nombre. De Las dos dianas, por ejemplo, que va con su nombre, vino a confesar que ni siquiera la había leído. Dícese también que sólo con unas cuantas ganaba en limpio, cada año, doscientos mil francos, que no le bastaban para sus excesos.

Dumas, Alejandro (hijo). Mal nacido. De París (1824-1895). Dramático, novelista. Defensor del divorcio, muy deshonesto. Están en el Índice de libros prohibidos todas sus novelas amatorias y La cuestión del divorcio. Las que no caen bajo esta condenación, caen bajo la del artículo 4 del mismo índice, porque defiende tesis contrarias a la doctrinas de la iglesia.

Marat, Juan Pablo (1746-1793) De Braudry. Este es el sanguinario revolucionario, el enemigo implacable de todos los que en algo le aventajaban, el devorado de la envidia, el perseguidor, entre otros, de los sabios, el que pedía cientos de miles de cabezas y el asesinato en masa, abogando al mismo tiempo por la abolición de la pena de muerte, el hombre de las ideas absurdas y gran repetidor de las mismas, el asesinado por Carlota Corday.

Nietzsche, Federico. Este alemán de la segunda mitad del siglo XIX se las echaba de filósofo, y no faltan quienes por tal le tienen. A nuestro juicio tanto se parece un filósofo como el vinagre al vino. Sus doctrinas son inmorales, impías y blsfemas. Cualquiera podía ver desde el principio la locura de Nietzsche, pero muchos, ni aun después de verle en una casa de locos y morir loco, se acaban de persuadir de que lo estaba. Así hablaba Zarathustra no es novela pero, como lo que cuenta Zarathustra son cuentos, bien está tal libro en ese lugar. Tanto se empeña en hacerse un Zarathustra, que al fin Nietzsche lo consigue; pero un Zarathustra dos veces loco, que no se entiende a sí mismo, porque es un mundo de contradicciones. Lo claro son las impiedades, blasfemias, inmoralidades. También las hay oscuras. Su lenguaje es muchas veces zafio, grosero y siempre necio. Un capítulo dedica a predicar el suicidio. Tradujo este libro del alemán en 1905 el señor Vilasalba. Más le valiera no saber alemán para emplearlo tan desdichadamente.

Alejandro Dumas (1803-1870) Mal nacido. De malas ideas, inmoral y gran falsificador de la historia [...] En Los tres mosqueteros hay “amores ilícitos entre D’Artagnan con Milady y Madama Bonacieux, casada; de Milady con Wardes; de Buckingham con la Reina de Francia, casada; de Aramis con la deshonesta Condesa de Chevereuse; de Porthos con Madama Conquenard, casada; sin contar otros, ni los que le achacaba al cardenal Richelieu con la Reina y otras… (Ladrón de Guevara, 1910, p. 413).

Más raros son los juicios positivos, que escasean no poco. Por poner un ejemplo, este:

Josefa Acebedo de Gómez (1803-1861). De su obra en prosa El soldado escribió que “Es bueno. Este se ve obligado a fusilar a su hermano, pero sin reconocerlo, y además dispara alto, de modo que no le toca. Hay amores honestos, rasgos de piedad y un sacerdote digno” (Ladrón de Guevara, 1910, p. 179). 

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