domingo, 28 de mayo de 2017

Mujeres arrinconadas

Rosa Montero, "Muy hartas", en El país, 28-V-2017:

María Rodrigo fue la primera compositora española. Este año se cumplen 50 de su muerte. Su olvido coincide con el de tantas otras mujeres brillantes.

EL PRÓXIMO 8 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de María Rodrigo, en el exilio (Puerto Rico) y en el más completo olvido. Como dice la escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen para siempre. Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento la sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla.

El director de orquesta José Luis Temes lleva años clamando en el vacío e intentando recuperar el patrimonio musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo. Hace un par de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras, y ahora está haciendo un pequeño documental sobre ella. María Rodrigo (1888-1967) tenía un talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para piano (era también pianista), óperas…, de hecho, fue la primera mujer en estrenar una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo. Practicó la docencia y volcó sus mayores esfuerzos en difundir la música clásica entre las clases humildes. Fue grande y fue genial y la tenemos arrumbada.

No es la única. De hecho, es la tónica habitual con las mujeres. Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas, que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se apresuró a borrar de los anales.

Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino, creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. Duró hasta 1939 y agrupó a unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras, juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo… Todas ellas tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un proyecto de modernización social que truncó la guerra. Últimamente han empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido intento de otorgarles el protagonismo que merecen. Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas, prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de 1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.

Y es que tengo la sensación de que las mujeres del mundo empezamos a estar hartas, terriblemente hartas del paternalismo con el que, a regañadientes, la sociedad nos va aceptando. Se habla de cuotas y de la falta de mujeres como si accediéramos a los puestos y a la vida plena casi por caridad, porque “las pobres también tienen que estar”, y no porque nos lo merecemos tanto o probablemente más que muchos. El prejuicio sexista en el que nos educan a todos hace que tendamos a valorar más a los varones. Diversos estudios demuestran esa ceguera selectiva, como el que hizo la Universidad de Yale en 2013 cuando cogió los proyectos de un chico y una chica que aspiraban a un puesto de laboratorio y los envió para su calificación a 120 catedráticos, hombres y mujeres. El varón, qué casualidad, sacó en todo mejor nota; pero resulta que los dos proyectos eran exactamente iguales, salvo que uno lo firmaba John y otro Jennifer (la mitad de los catedráticos leyó el de él y la otra mitad el de ella).

De manera que no, no pedimos que nos dejen pasar porque estamos discriminadas y tienen que ayudarnos. Pedimos tan sólo que se nos juzgue exactamente igual que se juzga a los hombres, lo cual hasta ahora no ha sucedido. Y para ello primero tenemos que convencernos a nosotras mismas de que valemos tanto o más que ellos (ya digo que el machismo también intoxica a las mujeres) y luego alzar de una vez la voz y empezar a patear metafóricamente todas las puertas.

viernes, 26 de mayo de 2017

La muerte de Larmig

David Felipe Arranz, filólogo y periodista, "Núñez de Arce y la muerte de Larmig", 25 de junio de 2014, 

Hoy como ayer, el ajuar de versos portátil está demodé, cualquiera sale a la calle con él en la cabeza. “Hablemos de poesía”, dijo uno que al poco tiempo se quedó solo. Aunque parezca lo contrario, tampoco en el siglo XIX se podía vivir de las letras y eso que poetas hubo de amplia gama que pasearon sus hambres por la España de Galdós. En el mundo de los letraheridos, cuanta mayor es la escasez de medios de subsistencia, más ganas les entran a los vates de poner negro sobre blanco sus figuras y metáforas. En España no se ha valorado nunca el talento, lo que en tiempos de fray Luis de León, Cervantes, Jovellanos, Bécquer y Azorín se denominaba “ingenio”. 

El político y escritor Manuel Silvela, tras escribir el juguete cómico en un acto Negro y blanco (1851), dijo que España era un país sin pulso, pues al hacer la liquidación su editor se descolgó con que el vate tenía que pagar treinta duros. –Si escribo cuatro al mes, me cuestan ciento veinte duros. Mis recursos no me permiten ser autor dramático– dijo, y decidió reunir en un solo volumen sus artículos y enviárselos a un editor madrileño. La respuesta bien hubiese podido dársela hoy: –No tengo inconveniente –me dijo– en publicar el librito; pero como en este país nadie lee ni nada se vende, no puedo dar a usted nada por la propiedad.

Se habla mucho de Espronceda, Rosalía de Castro, el Duque de Rivas, Clarín y Emilia Pardo Bazán, pero muy poco de las decenas de poetas de la segunda mitad del XIX que crearon el sustrato alimenticio para que las letras románticas floreciesen y la cruel historia ha hecho que empeñaran la pluma de su talento en la casa del olvido. Son poetas con cabeza de retrato, que nunca acabaron de quitarse del todo los ropajes del barroco y seguían poniéndose una camisa de Cervantes o de Quevedo por la mañana y unos pantalones de Gracián y Calderón por la noche, para no perder la costumbre. Ocupación exótica la de escribir, que los decepcionados de España se venden al por mayor y su producto se malbarata con la golosina de las musas que son los amores y los versos. 

El vallisoletano Gaspar Núñez de Arce, que es un Larra al contrario, publicaba a comienzos de 1870 artículos de fondo sobre la actualidad política y cultural en El Observador. Aunque su verdadera vocación era la de las letras, el que luego se convirtió en ministro de Ultramar picaba en el periodismo para poder sobrevivir. Uno de sus primeros colegas en el heroico ejercicio de las letras en el Madrid post-Larra fue Luis Antonio Ramírez Martínez y Güertero, alias Larmig, poeta, dramaturgo, director del Banco de La Coruña y después diputado en Cortes (1867-1868). Las letras, el hambre y la juventud hacen mucha amenidad y pueden ser varias letras, hambre y juventudes en un Madrid mágico y nocherniego. 

Así recordaba a Larmig su amigo Núñez de Arce en el periódico Gente vieja: “Siendo casi un niño, a poco de mi venida a Madrid desde el rincón de una provincia, deseoso de abrirme paso, si podía, en la república de las letras, contraje estrecha y leal amistad con un joven poeta, próximamente de mi misma edad y, como yo, desconocido. Era a la sazón Luis Martínez Güertero, que así se llamaba mi nuevo camarada, aunque ocultase su nombre –no sé por qué– bajo el extraño seudónimo de Larmig, mitad enigma y mitad anagrama, un mancebo apuesto y gallardo, de fisonomía byroniana, de ingenio vivaz y sagaz, y si bien de índole algún tanto voluntariosa y autoritaria, como niño mimado, de trato cariñoso y expansivo. Todavía recuerdo con melancólico encanto aquellas hermosas tardes de otoño, en que él, Carlos Rubio, otro gran poeta malogrado, y yo paseábamos juntos por las frondosas arboledas del Retiro […]. Entregados a vanas imaginaciones vagábamos solos entre el bullicio de la gente, sin cuidarnos de nada, declamando versos, confiándonos en el calor de la intimidad nuestros propósitos, nuestros amoríos, nuestros apuros de dinero, nuestras penas fugaces, y fijo el pensamiento en lo porvenir, alimentando nuestra sed de gloria con risueñas y doradas esperanzas. […] Comprendiendo con exacto sentido de la realidad que el camino de la literatura, donde ya había empezado a cosechar laureles, no era el más apropiado, sobre todo en España, para recuperar la riqueza perdida abandonó sus estudios universitarios, rompió, sin vacilaciones, su áurea pluma de poeta y, sin despedirse de nadie, marchó a Londres, en donde, con su conocimiento del inglés y algunas recomendaciones valiosas no le fue difícil colocarse en una casa de Banca española”. Y el artículo se extiende relatando a los lectores el desafortunado final del escritor.

La de Larmig fue una de aquellas vidas acabadas a impulsos de su propia mano, una existencia españolísima y, a la vez, cosmopolita, truncada tras atesorar el contento de los amigos de aquel “escribir en Madrid es llorar” tan nuestro. En castiza expresión, muchos años después Núñez de Arce dio con Larmig “de manos a boca” en la Puerta del Sol. Larmig puso a su viejo amigo al corriente de sus hazañas, de mucho sobresalto y poca satisfacción, pues se había casado en La Coruña y, huyendo del tálamo, se había instalado en Madrid con su única hija, “a la vez su preocupación y su encanto”. 

Larmig le pidió a Núñez de Arce que le escribiese un prólogo para un manuscrito, Mujeres del Evangelio. Cantos religiosos, al que le estaba buscando editor, y el autor de El haz de leña se quedó subyugado por “la magia de aquellas vibrantes estrofas, llenas de magnificencia lírica, diáfanas como la atmósfera de un día de estío y conmovedoras”, tras cuya lectura se quedó –recuerda Núñez de Arce– “confuso o más bien maravillado”. Larmig le preguntó con timidez si tendría inconveniente en escribirle un prólogo para presentarlo al público, pues libro primerizo sin apoyo de padrino –mejor si es persona querida, razonó el autor– es más difícil que salga a flote y se conozca. “Acepté con júbilo su proposición y, sin levantar mano, hice en pocas horas el trabajo que me había pedido […] Larmig me demostró su gratitud con apretado abrazo, recogió el prólogo, y al cabo de un mes me trajo el primer ejemplar de las Mujeres del Evangelio, libro cuya fama, desde su aparición, ha ido creciendo día a día”, explica en su artículo el autor de La última lamentación de Lord Byron (1879).

Los escritores románticos forman un gremio dentro de la literatura y en él abundan las vidas urgentes que se mueren de pena, deprisa o despacio, según su aguante el sujeto. Larmig sobrellevó una existencia rota por el desamor. Tras leer a Núñez de Arce su último poema, “Las hijas de Milton”, el primero de una colección que tenía proyectada en edición de gran lujo, con láminas grabadas en Inglaterra, se despidió así del vate periodista: –Adiós, voy a hacer un drama y, si tiene buen éxito, lo celebraremos con una francachela como las que solíamos tener en la juventud. Echaremos una cana al aire–. La mañana del día siguiente, el 5 de junio de 1874, Larmig se degolló con una navaja de afeitar delante de un espejo, en su cuarto de dormir. Dicen que por una decepción amorosa. Yo digo que el nuestro, el país de Garcilaso y Cernuda, de Lope y Alberti, paradoja de paradojas, nunca ha sido país para poetas. 

La corrupción y la prueba del escandinavo

Veamos si hay democracia en España mediante la prueba del escandinavo. Hay motivos suficientes para estar preocupados por la corrupción, pero en España no se puede ejecutar lo que cabría llamar la “prueba del escandinavo”: imaginar un hecho en el que ponemos a un político sueco en el lugar de nuestros responsables políticos y a un ciudadano danés en el del ciudadano español para ver si sus comportamientos son homólogos. ¿Cómo reaccionaría cada uno de ellos ante la corrupción? Es algo parecido a lo que hizo Woody Allen en Annie Hall cuando sacó al M. McLuhan real para verificar si lo que decía su pedante personaje de ficción sobre él se correspondía con la auténtica opinión del profesor. Así vemos que, si los casos de corrupción que nos acechan ocurrieran en países escandinavos, las dimisiones serían inmediatas y los ciudadanos no volverían a votar a políticos corruptos. Y, sin embargo, nos decimos tener una democracia homologable a la escandinava

¿Qué harían nuestros McLuhans de una democracia de calidad? Ya saben la respuesta. El ciudadano danés exigirá responsabilidades políticas inmediatas, y el político sueco cortará por lo sano ofreciendo alguna cabeza y convocará al instante una comisión de investigación. Lo que no ocurrirá en España y, si ocurre, ya se sabe qué juez juzgará la cosa antes de que ocurra y cuál será su sentencia, o se hará una ley ad hoc, o se recurrirá a una puerta giratoria, o se le dará una patada hacia arriba, o se dejarán las cosas para mañana, sine die y ad calendas graecas hasta que prescriban, o no se hablará de ello, o se ocultará, o se formatearán hasta setenta veces siete los discos duros, que todo eso es democracia en España.

Aprender a leer provoca cambios neurológicos profundos en el cerebro

Judith de Jorge Gama, "La lectura cambia el cerebro hasta lo más profundo", en Abc, 24-V-2017:

Un estudio con mujeres indias analfabetas demuestra que aprender a leer y escribir, incluso en la edad adulta, tiene impresionantes efectos en la estructura cerebral

La lectura supone un reto enorme para el cerebro y sus efectos en el mismo son asombrosos, hasta el punto de que puede moldearlo y transformarlo profundamente, incluso cuando somos adultos. Esta es la principal conclusión de un nuevo estudio realizado con mujeres indias en la treintena, completamente analfabetas, cuyo cerebro se transformó de forma extraordinaria cuando aprendieron a leer y escribir por primera vez. La investigación, publicada en la revista Science Advances, viene a reforzar la idea de la increíble plasticidad del órgano que rige nuestras vidas y puede arrojar luz sobre algunos trastornos de la lectura, como la dislexia.

Leer es una capacidad tan nueva en nuestra historia evolutiva que no puede estar «grabada» en los genes. Cuando aprendemos a hacerlo, el cerebro debe pasar por una especie de «reciclaje»: Las áreas destinadas al reconocimiento de objetos complejos, como las caras, tienen que participar en la traducción de las letras. Y algunas regiones de nuestro sistema visual se convierten en «interfaces» entre lo que el ojo ve y el lenguaje.

La cuestión es que, hasta ahora, los científicos suponían que esos cambios se limitaban a la capa externa del cerebro, la corteza, que se adapta rápidamente a los nuevos desafíos. Pero resulta que la transformación que provoca abrir un libro y comprenderlo va mucho más allá. Investigadores alemanes del Instituto Max Planck de Psicolingüística y del Max Planck de Cognición humana y Ciencias del Cerebro, junto con científicos indios del Centro de Investigación Biomédica Lucknow y la Universidad de Hyderabad, descubrieron que cuando una persona adulta aprende a leer, su cerebro pasa por una reorganización que se extiende a estructuras profundas en el tálamo y el tallo cerebral. El relativamente joven fenómeno de la escritura humana, por tanto, cambia regiones cerebrales que son muy antiguas en términos evolutivos, e incluso partes centrales del cerebro de los ratones y otros cerebros de los mamíferos.

«Observamos que los llamados colículos superiores, una parte del tronco cerebral, y el pulvinar, situado en el tálamo, adaptan su actividad a la de la corteza visual», explica Michael Skeide, investigador en el Instituto Max Planck de Cognición Humana y Ciencias del Cerebro en Leipzig y primer autor del estudio. «Estas estructuras profundas ayudan a nuestra corteza visual a filtrar información importante, incluso antes de que la percibamos conscientemente». Curiosamente, cuanto más tiempo pasen sincronizadas las señales entre las dos regiones del cerebro, mejores serán las capacidades de lectura. «Creemos que estos sistemas cerebrales afinan su comunicación cada vez más al tiempo que los estudiantes se vuelven más y más competentes en la lectura», señala el neurólogo. «Esto podría explicar por qué los lectores experimentados se mueven de manera más eficiente a través de un texto».

Mujeres analfabetas

El equipo obtuvo estos resultados en la India, un país con una tasa de analfabetismo de alrededor del 39%. La pobreza sigue limitando el acceso a la educación en algunas partes del país, especialmente a las mujeres. Por lo tanto, casi todos los participantes del estudio , treinta en total, fueron mujeres en su treintena. Al comienzo de la formación, la mayoría no era capaz de descifrar una sola palabra escrita de su lengua materna Hindi. Se trata de uno de los idiomas oficiales de la India, basado en devanagari, una escritura con caracteres complejos que describen sílabas o palabras enteras en lugar de letras individuales.

Mujeres analfabetas de dos aldeas de la India aprendieron a leer y escribir su lengua materna Hindi durante seis meses

Mujeres analfabetas de dos aldeas de la India aprendieron a leer y escribir su lengua materna Hindi durante seis meses- Instituto Max Planck de Psicolingüística
Las participantes llegaron a un nivel comparable al de un niño de primer grado después de apenas seis meses de formación. «Este crecimiento del conocimiento es notable», dice Falk Huettig, del Max Planck de Psicolingüística y líder del proyecto. «Si bien es bastante difícil para nosotros aprender un nuevo idioma, parece ser mucho más fácil aprender a leer. El cerebro adulto resulta ser increíblemente flexible», afirma a ABC.

Los investigadores dicen que, en principio, el estudio también podría haber tenido lugar en Europa. Sin embargo, el analfabetismo es considerado como un tabú en Occidente, por lo que habría sido «inmensamente difícil» encontrar voluntarios. Incluso en la India, donde la capacidad de leer y escribir está fuertemente conectada a la clase social, el proyecto fue «un tremendo desafío, porque los retos logísticos eran inmensos». Los científicos reclutaron a voluntarias de la misma clase social en dos aldeas en el norte del país para asegurarse de que los factores sociales no podían influir en los resultados. Los escáneres cerebrales (resonancia magnética) se realizaron en la ciudad de Lucknow, a tres horas en taxi de los hogares de las participantes.

Luz sobre la dislexia

Según los investigadores, los impresionantes logros de aprendizaje de los voluntarios no sólo proporcionan esperanza para los adultos analfabetos, sino que también arrojan luz sobre la posible causa de trastornos de la lectura como la dislexia, que se cree puede deberse a disfunciones en el tálamo, una parte del cerebro que se modificó en el experimento con solo unos pocos meses de entrenamiento en la lectura.

Para Huettig, la «increíble» flexibilidad del cerebro humano «es una buena noticia. Nunca es demasiado tarde para aprender una nueva habilidad. Puede que aprender cosas nuevas complejas no sea tan rápido ni tan fácil para los adultos como lo es para los niños, pero es posible», asegura.

Un joven mata a un viejo enfermo de 81 años de un puñetazo

M. J. Álvarez, "La dura vida de Ramón, el anciano que mataron de un puñetazo en Torrejón por una discusión de tráfico", en El País, 25-V-2017: 

Acababa de superar un ictus pero su familia dependía de él, ya que seguía cuidando a su mujer, enferma de alzheimer

Luchador. Esa es la palabra que definía a Ramón, el anciano de 81 años que perdió la vida, inesperadamente este martes, tras una pelea de tráfico a escasos metros de su casa en Torrejón de Ardoz.

Acababa de salir de la farmacia, situada en la avenida de los Fresnos para adquirir medicación, tras haber sido visitado por su médico en el Centro de Salud situado a escasos metros, en la calle de Zeus. Era mediodía y se dirigía a su casa. Jamás llegó.

Tres minutos después, cuando cruzaba por un paso de peatones, a la altura del número 18, se cruzó en su camino con José María Pardo Suárez, un conductor novel, que iba demasiado rápido, según reconoció él mismo ante el juez y vieron los testigos.

Estos precisaron a ABC que el chico tuvo que invadir el carril contrario para no arrollarle, mientras que el anciano se paró para no ser alcanzado por el vehículo. Le reprochó su actitud y le dijo que fuese más despacio. Se apoyaba en un bastón ya que acababa de superar un ictus que le dejó paralizado el lado izquierdo del cuerpo y se había caído en varias ocasiones, según explicó el día después de la tragedia su hijo mayor, al que puso su nombre.

El joven, de 18 años, que conducía un Citroën C3 de color azul metalizado e iba acompañado por una mujer, paró de inmediato en la rotonda situada junto a la botica. El piloto se dirigió al octogenario y de un puñetazo en el rostro, le hizo caer de espaldas. El fuerte golpe que se dio Ramón en la cabeza provocó su fallecimiento.

«¡Vámonos, que bastantes problemas tenemos ya!», le dijo la chica que le acompañaba en vista de que él estaba «muy gallito» y la gente se arremolinaba en torno al anciano, pensando que le habían atropellado. Pardo Suárez se había encarado ya con un hombre que recriminó su conducta, precisaron los testigos.

La gente del barrio de Los Fresnos se quedó consternada al saber la verdad. «¡Pobre Ramón, era muy buena persona. Llevaba viviendo aquí mucho tiempo. Yo le conozco de toda la vida. Cuidaba a su mujer, enferma de alzheimer, y eso que caminaba muy despacito después de todo lo que le había dado!».

«Cuando mi madre tiene momentos de lucidez pregunta por mi padre y no sabemos qué decir»Su rutina diaria era salir cada día a hacer los recados ya que no podía llevar mucho peso al tener que llevar un bastón. «Compraba el pan, la fruta, el periódico...», ese que quedó olvidado en mitad de la calzada junto a su garrota una vez que levantaron su cadáver para trasladarlo hasta el Instituto Anatómico Forense de Torrejón.

Sus tres hijos acudieron al lugar de los hechos. Estaban destrozados. No podían dar crédito a lo ocurrido. A que su padre perdiera la vida de una forma tan absurda e inesperada después de haber sufrido varios achaques. A día de hoy, aún siguen en «shock». Su viuda, aquejada de alzheimer en grado tres, según relató su hijo en una entrevista el programa de «Herrera en COPE», seguro que echa en falta su cariño y apoyo, aunque a veces no le reconociera.

«Siento rabia. No sé qué espero... Mi madre, cuando tiene momentos de lucidez pregunta por mi padre y no sabemos qué hacer ni qué decir...», concluyó Ramón.

«Xulo hasta la muerte»

Mientras, Enrique Pardo, el padre del joven acusado de homicidio doloso por el juez encargado del caso, dio una versión diametralmente opuesta, en la línea de lo manifestado por su hijo ante el magistrado. «Murió de un infarto. José María no es agresivo ni conflictivo. Quiero que salga a la luz la verdad», indicó en declaraciones a «Herrera en COPE».

Reconoció que su hijo «iba fuerte» y que se paró en el paso de cebra para dejar pasar a Ramón. Y que fue el anciano el que dio bastonazos al capó. «Mi hijo le pidió amablemente en varias ocasiones que se apartara», repitió. Y concluyó diciendo que el octogenario dijo: «¡Ah, gitano tenías que ser!». Una etnia que ningún medio había citado, a pesar de saberlo. En cuanto a la denegación del deber de socorro, subrayó que no la hubo: «Le estaba atendiendo ya el Summa».

El presunto homicida, que cumplirá el próximo mes 19 años, que ante los testigos a modo de excusa mintió y dijo: «Tengo prisa porque se ha muerto mi padre». Además, negó ante el juez haberle dado un puñetazo a Ramón. «Le empujé porque dio garrotazos en el coche y me los iba a dar a mí, pero no le di ningún puñetazo», recalcó.

En cuanto a la mujer que le acompañaba, el acusado se negó a revelar su nombre, se sospecha que para protegerla. Alegó que «era prostituta», un extremo que se contradice con el comportamiento de ambos y las palabras que le dijo la mujer. «¡Vámonos, que bastantes problemas tenemos ya!». En su perfil de Facebook figura una frase que define su actitud el día de autos, según los testigos: «Xulo hasta la muerte».

Die Tablas von Daimiel (2005), de Peter Handke

Peter Handke publicó un libro de muy manchego título después de visitar al criminal de guerra y presidente del Partido Socialista de Serbia Slobodan Milošević en el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Hoy, cuando ha pasado ya bastante tiempo, puede intentarse juzgar qué había de verdad en diez años de guerras yugoslavas promovidas por un demonio que conocemos bien, el demonio del nacionalismo, que ahora mismo amenaza también desde Cataluña y asoma bastante los cuernos por otras brechas de Europa. Es más, incluso el islamismo es una forma de esa fiebre disgregadora y diarreica que solo entre comillas llamaremos "cultural".

Ortega y Gasset ya dijo en La rebelión de las masas que el nacionalismo era un mal. O una enfermedad, si prefieren: "No es más que una manía, el pretexto que se ofrece para eludir el deber de invención y de grandes empresas. La simplicidad de medios con que opera y la categoría de los hombres que exalta, revelan sobradamente que es lo contrario de una creación histórica". Es más, afirma que es "un callejón sin salida. Inténtese proyectarlo hacia el mañana, y se sentirá el tope. Por ahí no se sale a ningún lado. El nacionalismo es siempre un impulso de dirección opuesta al principio nacionalizador. Es exclusivista, mientras éste es inclusivista."

Franco, Mussolini, Hítler, Milosevic, Sabino Arana, Pujol, incluso nuestros ridículos líderes regionales son nacionalistas: queremos quitárselo todo a los demás para ser más grandes nosotros mismos y nuestros benditos y deificados padres fundadores: el Cid, los Reyes Católicos y "las madres que los parieron", a la manera que expuso Poliakov y divulgó Juaristi, a la manera dolorosa incluso que expone Patria la leidísima novela de Fernando Aramburu. 

El discutidísimo Handke, quien, tras recomponerse del suicidio de su madre escribió aquello de que "toda razón es arbitraria para la razón" y ha venido hace poco aquí entre nos, ha declarado, tras leer un periódico local: "Lo de Cataluña da miedo".  Y no es precisamente alguien que desconozca el paño, todo lo contrario. Desde luego haría falta toda una Svetlana Alexiévich para poder desenredar la madeja de un infierno político como el de Yugoslavia, del que dijo Léon Thoorens 

Los propios yugoslavos definen a su país como si contaran las piezas de un mosaico: seis repúblicas, cinco naciones, cuatro culturas, tres lenguas, dos alfabetos, un estado. Eventualmente podría alargarse la cuenta y citar además siete religiones, ocho raíces culturales, nueve catástrofes nacionales, diez influencias exteriores...

Nosotros tenemos la suerte de tener algo más homogéneo llamado España y no nos damos cuenta de ello; basta mirar a los Balcanes para dar gracias a Dios o a lo que haya en su lugar. Ahora mismo el país (este) necesita una cierta estabilidad para librarse de los males que le ha ocasionado la derecha bancaria que gobierna a través del bipartidismo gilipollas de estos años y ahora mismo nos ha creado un agujero negro y sin fondo de deuda que ni un genio de la economía podrá ya llenar. Nos han destruido el futuro, así, como suena: lasciate ogni speranza, voi ch'entrate. ¡Y todavía andan por ahí queriéndonos vender la marrana! Es más, ¡nos quieren deshacer el país! Como mucho se podría reorganizar, aunque desde luego para ello necesitaríamos unos políticos con talento y con ganas de hacer cosas, y no lo que hay ahora mismo, unos secuaces de la Merkel que se limitan a lamerse mutuamente las prebendas.

En Die Tablas von Daimiel, que quien quiera leer podrá encontrar traducido en el volumen Preguntando entre lágrimas. Apuntes sobre Yugoslavia (2011), Handke utiliza una metáfora manchega para reconstruir la verdad de lo ocurrido en esos diez largos años de guerras de descomposición nacionalista en Yugoslavia. Nos dice que sería como reconstruir las tablas de Daimiel (la discutible norma ortográfica moderna dice que hay que escribirlas así), esa maravilla natural despojada para siempre por la codicia de los terratenientes, deseosos de sacar más provecho de la sobreexplotación de la tierra. Porque Handke fue a Daimiel un buen día para admirar la belleza prometida en un folleto turístico, y se topó con la realidad: no hay agua, ni ojos del Guadiana, ni arroz, ni cabañas campesinas, ni nada de nada. Por no haber, ni la fauna de la que vivía en el acuífero.

Quizás recompongan Daimiel, como se ha dicho, artificialmente. Y para Handke eso es lo que se está haciendo a través de los retazos que se van componiendo a través de tantos comunicados de rectificación de las noticias falsas durante las guerras yugoslavas como continuamente van apareciendo. El Plan de Herradura, por ejemplo, esa supuesta estrategia serbia para la eliminación étnica de los albano-kosovares por la que el gobierno alemán justificó el bombardeo sobre Kosovo, en 1999 y que resultó ser un invento de los servicios secretos austríacos y alemanes.

O las matanzas que perpetraron los musulmanes en los pueblos que rodean a Srebrenica en los tres años anteriores a la caída de la ciudad. Matanzas que provocaron la terrible venganza de los serbo-bosnios contra los musulmanes, en 1995, que fue la divulgada en Occidente y la que justificó el procesamiento del gran Satanás Milošević y los bombardeos del gran justiciero divino Javier Solana. Los musulmanes que huyeron de Bosnia a Serbia –donde, recordemos, gobernaba el diablo Milosevic- no sufrieron daño alguno. De esto nunca se habló.

En Die Tablas von Daimiel. Ein Umwegzeugenbericht zum Prozess gegen Slobodan Milosevic ["Las tablas de Daimiel. Un informe de testigo desviatorio del proceso contra Slobodan Milosevic", 2005] Peter Handke cuestiona la versión oficial (la misma que en España 1966 aprobaba lo que llamaron una Constitución española, chuscada muy parecida a la aprobación de otra más o menos igual, pero sancionada, unos diez años después) sobre las llamadas guerras balcánicas, que tuvieron lugar en la antigua Yugoslavia entre 1991 y 1999. Handke, quien nunca ha pretendido disimular su carácter declaradamente proserbio, no ha dejado de levantar controversias que se han traducido en una de las más abrumadoras campañas mediáticas de difamación y de castigo desatadas en las últimas décadas contra ningún escritor cualquiera sea su signo político. Incluso se le negó a Milosevic el tratamiento médico que necesitaba en la prisión de Scheweningen para impedir que muriera en la cárcel de un infarto, como en efecto ocurrió... Es increíble. La verdad es mucho más simple: es un demonio cualquiera que emplee las armas como ideas y no las ideas como arma: Milosevic, Franco, quien sea.

En fin; niego ya cualquier posibilidad de hacer unas Tablas de Daimiel con la Guerra Civil; seguiremos oyendo hablar de Paracuellos en vez del doblemente destructivo genocidio de Córdoba (¿les extraña que allí vencieran los comunistas, no?) y de quiénes financiaron (cui prodest?) y declararon la guerra a la vez contra las derechas, contra las izquierdas, contra todos y, en suma y a fin de cuentas, contra la propia naturaleza humana que algunos querríamos proclamar pacífica y honrada, si no dispararan contra nosotros por el mero hecho de insinuarlo.

Evitar el estrés en el trabajo

Victoria Nadal, "Cómo evitar que la presión en el trabajo se convierta en estrés", 26-V-2017:

La clave está en romper el circulo vicioso de la rumiación: conseguir dejar de preocuparte constantemente por eventos pasados o futuros

El estrés ya causa una de cada cuatro bajas en el trabajo y, junto con la ansiedad y la depresión, parece haberse convertido en la nueva epidemia laboral. Tener un trabajo exigente y sentir que tienes pocos recursos para afrontarlo es uno de los escenarios principales donde nace el estrés. Pero las personas también se angustian cuando se les acumulan las tareas, tienen que tomar decisiones difíciles o encadenan proyectos sin descansar lo suficiente. En estas situaciones, lo que pasa es que los trabajadores han convertido la presión laboral en estrés, pero tiene solución. Hay formas de conseguir que la presión juegue a nuestro favor y nos lleve a ser más productivos.

Es clave entender que el estrés no depende objetivamente de las cosas que te pasen o de personas externas, sino de cómo reaccionas ante estas circunstancias. En el trabajo, muchos empleados culpan de su ansiedad a su jefe, a sus tareas, a las fechas límite... Pero varias personas que se enfrentan a lo mismo consiguen gestionar la presión de forma diferente. Lo que para uno es insoportable para otro puede ser un motivo para crecer.

Es clave entender que el estrés no depende objetivamente de las cosas que te pasen o de personas externas, sino de cómo reaccionas ante estas circunstancias.

¿De qué depende esto? Básicamente de lo que pienses sobre lo que te está pasando: puedes percibirlo como un reto o como una amenaza. Así lo entiende Elisa Sánchez, psicóloga laboral. "Hay personas que en los momentos de presión ven oportunidades para demostrar lo que saben y poner en marcha sus capacidades de afrontar de forma eficiente lo que les está pasando", explica. También hay varios factores que influyen en tus pensamientos, como la autoestima y la seguridad que tengas en ti mismo.

Entonces que tener presión en el trabajo sea algo negativo o no dependerá de cómo la gestiones y pienses sobre ella. Te puede motivar y ayudar a concentrarte. "Yo es que trabajo mejor bajo presión". Pues eso. El problema viene cuando sientes que no tienes herramientas para hacer frente a todo lo que te piden: ahí es cuando se convierte en estrés, sobre todo cuando las peticiones son muy exigentes, se prolongan mucho en el tiempo o son muy frecuentes.

Y la guinda del pastel la pone la rumiación, la tendencia a pensar en eventos pasados o futuros ligando emociones negativas a estos pensamientos. Obviamente, es necesario hacer planes de futuro y repasar lecciones ya aprendidas, pero lo ideal es hacerlo desde un punto de vista analítico, en un proceso corto y positivo en la medida de lo posible. La rumiación es destructiva, daña la salud, la productividad y el bienestar. "La gente que está preocupada de forma crónica tiene más problemas coronarios y un sistema inmunológico más débil", explica Nicholas Petrie, que trabaja con CEOs y sus equipos para desarrollar estrategias de resiliencia. También se ven afectados lo que los expertos denominan "órganos diana": las partes del cuerpo de las que somos genéticamente más sensibles, a unas personas le afectará el sistema cardiovascular y a otras, el digestivo o la piel.

Para intentar romper con este círculo vicioso presión-estrés-rumiación-nopuedocontodo, los expertos aconsejan revisar las exigencias externas y en especial las autoexigencias —a veces nos imponemos una presión desmedida—. También hay que mejorar las habilidades profesionales necesarias para estar seguro de que dominas las competencias clave de tu puesto y que eso no es una fuente de inseguridad y tensión. Nuestra psicóloga Elisa Sánchez explica que "es necesario gestionar las emociones y trabajar la comunicación, aprender a ser asertivo, a decir que no a determinadas peticiones, delegar y pedir ayuda".

jueves, 25 de mayo de 2017

Camile Saint-Saëns: Introduction et rondó capriccioso

Una de las composiciones más inspiradas que hay para violín, de Camile Saint-Saëns: Introduction et rondó capriccioso

https://www.youtube.com/watch?v=Scf3_BTL3WQ

Reseña de la Historia mínima de la lengua española de Luis Fernando Lara

Reseña:

Lara, Luis Fernando. 2013. Historia mínima de la lengua española. México: El Colegio de México

Autor/a de la reseña: Soledad Chávez Fajardo

Información en la web de Infoling:
http://infoling.org/resenas/Review224.html

Con un texto voluminoso, que comprende veintidós capítulos1 y un apartado de apéndices2, esta Historia mínima viene a engrosar la lista de esa suerte de panteón para quien se quiera internar en el mundo de la historia de la lengua española, es decir, esas “obras fundamentales” a las que se refiere el autor mismo: la Historia de Lapesa ([1942] 1980), la Historia que coordinó Rafael Cano (2005) y los Orígenes de Menéndez Pidal, editada por Diego Catalán (2006); sin dejar de lado el Manual de gramática histórica (1904) y la Crestomatía del español medieval  (1966), ambas del mismo Menéndez Pidal, así como From Latin to Spanish (1987) de Paul M. Lloyd y la Gramática histórica del español de Ralph Penny (2006).

Lara, con esta Historia mínima, quiere presentarnos, nos enuncia, una obra completa, exhaustiva, así como nueva y en esto último radica, valga la redundancia, su novedad. Respecto al título, puede extrañarnos el adjetivo mínima elegido para la nominación del libro, por tener una extensión este de 580 páginas: ¿Será por la definición de mínimo en tanto “minucioso”? ¿O habrá algo de irónico en eso de adjetivar como “lo más pequeño en su especie” a un texto como este? Nos quedamos con la primera posibilidad, pues en ello de completo y exhaustivo hay mucho de minuciosidad. Hay, además, una propuesta ideológica en esta Historia mínima de la lengua española, que el autor revela en el último párrafo de su libro, y tiene que ver con tres –los llama él– valores: el entendimiento, la identidad y la unidad en la lengua española, valores que, por diferentes mecanismos, lineamientos y temáticas, desarrollará a lo largo de este libro, los cuales se concretan, a fin de cuentas, por medio de la fijación de una tradición culta (cfr. cap. XXII, p. 502), concepto de cuño propio de Lara y  que bien se encarga de definir y delimitar, como veremos más adelante. De esta forma, Lara cierra el texto con esta propuesta ideológica, la de: “impulsar todas las tradiciones verbales cultas en la comunicación internacional hispánica, mediante la difusión de textos escritos, películas, programas de televisión” (p. 502), para, así, conservar la unidad idiomática en el siglo XXI. De alguna forma, creemos, allí radica la novedad de este libro, así como por otros aspectos que queremos presentar en esta reseña.

Los receptores de esta Historia mínima, precisa Lara, serán estudiantes españoles e hispanoamericanos que empiezan con estudios de lingüística, literatura e historia. Estos, las más veces, no manejan los conceptos técnicos que suelen utilizarse en la historiografía de la lengua española. Por lo mismo, Lara reducirá los conceptos instrumentales, así como los datos técnicos; asimismo, para una lectura fluida, el libro no posee notas al pie. Además, esta Historia mínima tiene un DVD para reforzar e ilustrar el texto con mapas, gráficos, escritos y una serie de apéndices ilustrativos. Sin embargo, creemos, este anexo material debería modificarse por otro tipo de refuerzo, más práctico (¿quizás algún link en una página de internet?), puesto que no siempre tenemos a la mano un lector de DVD.

1. Un hito glotopolítico.

Luis Fernando Lara presenta a Ramón Menéndez Pidal como una figura intelectual fundamental dentro de la generación del 98 (y lo que esto, histórica e ideológicamente implica), así como una figura clave en la fundación de un modelo historiográfico que se ha impuesto, por su indiscutible solidez, en la forma de hacer historia de la lengua española hasta el día de hoy. Del momento que Lara quiere cambiar este paradigma con una propuesta historiográfica otra habrá, sin lugar a dudas, un hito glotopolítico. Vamos por partes: este modelo de historia de la lengua española pidaliana se ha estructurado como una historia nacional española, en donde se nos presenta, incluso, una elevación de Castilla, más que “una historia de la lengua compartida” con Hispanoamérica, sobre todo. Lara, por el contrario, sostiene que la historia de la lengua española, con referencia a Hispanoamérica, se ha construido siempre como un capítulo marginal, al que solo se le concede un capítulo en las obras generales y no integrada a la historia a partir del siglo XVI3. Pues la propuesta de Lara será presentar, por un lado, una historia de la lengua española “sin el sesgo nacional característico españolista” y, por otro lado, que el español de América se presente como materia de estudio y no como parte de la propia historia. Su propósito, entonces, será dar cuenta de una historia que sea libre de la tradición castellanista, heredera de Menéndez Pidal y de Lapesa (empero, “sin dejar de valorar su magisterio”, afirma Lara).

Veamos algunos casos en la Historia mínima que reflejan esta óptica nueva y crítica: por ejemplo, con referencia a las Glosas emilianenses insiste Lara en que “son documentos, más bien, de una situación de los romances en la península en la época, en que hay constantes vacilaciones, ultracorrecciones e ignorancia. Son documentos, por lo tanto, de lo que debe haber sucedido por todas partes y en ese sentido tienen su verdadero valor” (p. 137), más que los primeros documentos “del castellano”. O las referencias críticas

–características del discurso de Lara– por ejemplo, respecto a esa suerte de imperialismo en la lengua, por medio de sus entidades españolas: “El estatuto académico de 1870 definió a las academias hispanoamericanas como meras sucursales de la española, sin libertad para organizarse por sí mismas” (p. 452). Además, con estas academias correspondientes entendidas como “sucursales”, no se ha apreciado un trabajo de investigación, desarrollo y divulgación, digamos, estrictamente lingüístico respecto a las propias variedades de español: “[las academias correspondientes] casi no tuvieron ningún papel en el estudio [de] sus propios dialectos, ni en la elaboración de ideas propias acerca de la lengua durante el siglo XIX y la mayor parte del XX. La Española se fue convirtiendo cada vez más en parte del aparato político del Estado español” (p. 452). De hecho, nuestro autor concluye su libro insistiendo en este tipo de reflexiones, por ejemplo, respecto a qué se ha entendido como lengua ejemplar: “España ha supuesto siempre que el español de Castilla es la lengua ejemplar. Durante siglos los miembros de la Real Academia y de las academias hispanoamericanas han pensando lo mismo. Esta idea es monocéntrica: sólo reconoce un centro de irradiación y de establecimiento de los criterios de corrección, que es la Academia madrileña; reproduce el esquema colonial de una metrópoli española y una periferia hispanoamericana” (p. 496). Es más, Lara insiste en su postura, la cual se adscribe a la tesis de que la lengua española es policéntrica: “Cada país forma un centro de irradiación y de establecimientos de normas para su propia comunidad, y ninguno puede suponer que su español sea mejor o no deba imponerse sobre los otros” (p. 499) y multipolar: “algunos de los centros de la lengua española son más poderosos en su difusión del español que otros y se convierten en polos de difusión” (p. 501), aspectos que refuerzan la tesis anteriormente referida, de la instalación de una tradición culta, la cual, en lengua española, debería ser necesariamente policéntrica y multipolar.

2. El discurso crítico de Lara.

Un punto especial, frente a lo novedoso que pueda resultar un texto como este, merece el conjunto de capítulos donde se puede ver claramente la actitud del autor frente a determinados momentos de la historia; es decir, cómo construye Lara su discurso y qué tipos de juicios de valor podemos determinar en su discurso historiográfico. Veamos algunos casos, por ejemplo, su posición frente al mundo sefardí (las cursivas son nuestras): “llevaron a cabo una trágica y repugnante política de expulsión” (p. 223); “Sobre esta acusación, falsa e injusta, pero fácilmente adaptable por varias ideologías [esto es, culpar a los judíos de la muerte de Jesucristo]” (p. 223); “En general, eran más educados que los cristianos” (p. 224); “Cuando los Reyes Católicos volvieron más intensa la persecución e introdujeron la obligación de llevar un círculo amarillo o rojo en sus ropas para distinguirlos (la señal infamante que Hitler copió en el siglo XX)” (p. 224); “La expulsión de los judíos fue una fuerte sangría, no solo a la población de la península, sino a su economía y su cultura” (p. 225).

O cómo expone los datos que tienen que ver con la situación crítica en la conquista de América: “Pero además, la explotación del trabajo humano en tareas que no solían realizar –o al menos no con la intensidad demandada por los españoles–, como el buceo de perlas en las islas, o el trabajo en las minas, y después con el cultivo de caña de azúcar, llevado por los colonizadores, contribuyeron aun más que los enfrentamientos armados a acabar con las poblaciones indígenas” (p. 247); “El primer siglo de la colonización produjo en todo el continente un despoblamiento catastrófico, debido principalmente a las enfermedades, la explotación en el trabajo, las guerras y el “desgano vital”, como lo llama Sánchez de Albornoz: la depresión que sufrieron los indios ante la desaparición de su mundo y el consecuente rechazo a reproducirse” (p. 254); “al grado de que se puede hablar de verdadero exterminio de sus habitantes” (p. 256). O cuando, en el capítulo XVIII, hace mención a la Pragmática de 1770 que ordenó Carlos III: “[…] pero en vez de resultar una ventaja, lo que lograron fue enmascarar y negar la existencia de los indios, y someterlos aun más a la explotación” (p. 398). O, posteriormente, el papel del ciudadano hispanoamericano en las Cortes de Cádiz: “Cádiz se implantó un sistema de representación proporcional de las regiones y municipios españoles, incluida América; aunque con retraso […] llegaron los representantes americanos, cuyo considerable número hizo que los españoles los redujeran de manera injusta e inequitativa” (p. 410).

No solo el discurso es crítico respecto a la cuestión indígena, sino con la africana, por ejemplo, cuando critica el rol de figuras clave en la defensa del indio, frente la situación del esclavismo negro: “Es grotesco y profundamente trágico, más que paradójico que, en tanto fray Bartolomé de las Casas y fray Antonio de Montesinos defendían, con cierto éxito, la naturaleza de los indios y atacaban la esclavitud a la que los sometían los colonizadores, no pusieran reparos a la esclavitud de los negros” (p. 265). Así como desde una óptica que toca la lingüística misionera: “[lenguas africanas] no se consideraban dignas de atención por parte de los colonizadores y los misioneros (el jesuita Sandoval o san Pedro Clavé, que hicieron labor religiosa entre los negros que llegaban a Cartagena de Indias y a Lima, y que llegaron a conocer un poco de esas lenguas, no se interesaron lo suficiente por ellas como para apoyar su conservación; todo lo contrario, se trataba de hispanizarlos al mismo tiempo que los evangelizaban)” (p. 267).

Pero no solo en el mismo discurso de nuestro autor se puede ver su posición crítica, sino, además, en la construcción del discurso histórico en sí. Pongamos, como ejemplo, el manejo de las estadísticas en la historia, con los datos de la población india en América en los diferentes momentos de la Conquista. Lara lo ejemplifica con dos polos: por un lado, con Ángel Rosenblat, quien intentó “reducir el tamaño de la tragedia demográfica que significó la colonización española, en un aparente afán de engrandecimiento del papel de los conquistadores y disminución del de los indios” o, por el contrario, Henry Farmer Dobyns, ejemplo de quien tendió a aumentarla.

Asimismo, no podía faltar (es Luis Fernando Lara) la visión crítica hacia la Real Academia Española en relación con la política lingüística referida al español hablado en América. Para ello no escatima en información, por ejemplo, dentro de los procesos independentistas: “La Academia Española todavía no se quería dar por enterada de las independencias americanas” (p. 449), así como, en definitiva, llegar a sus propias evaluaciones historiográficas respecto a la Academia: “De ahí que, entre ese desdén, ese sentimiento de metrópoli que no sabía cómo volverse a relacionar con sus antiguas posesiones; su restricción al lenguaje literario, seleccionando al gusto de los diversos integrantes de la Academia, y la necesidad de una unidad de la lengua, que añadió Bello al juego de valores sociales que dan lugar a la normatividad, se haya operado una clara distinción en la evaluación del español en América y en España” (p. 450). Hasta llegar a la idea de que el español de Madrid se considera el español general y patrón de corrección de la lengua, frente a los dialectos hispánicos “no solo de América, sino incluso de las Islas Canarias, de Andalucía, de Extremadura o de Murcia, se consideraron periféricos, “provinciales” y proclives al barbarismo” (p. 450).

3. Norma lingüística.

Destacamos, además, el rastreo histórico que Lara hace de las políticas lingüísticas. Tomemos el caso de posturas casticista o purista ante el uso de la lengua. La primera, el casticismo, se fija y refuerza en pleno neoclasicismo: “es una ideología defensiva, pero dispuesta a la creación de neologismos, necesarios para significar todas las experiencias nuevas” (p. 400-401), junto con la segunda, el purismo: “más rígida y empobrecida […] refractaria a la evolución histórica y al contacto e influencia mutuas con otras lenguas” (p. 401), herencia directa de las lecturas de Malherbe en la España del XVIII, algo que Lara  justifica con una pertinente radiografía de la época: “si se considera que la España del siglo XVIII, sumida en la confusión entre la conservación de sus valores tradicionales, fuertemente sometidos por la moral católica, y la necesidad de adoptar los nuevos, que procedían de la Ilustración francesa, era un terreno fértil para que aparecieran individuos que sublimaban su temor al pensamiento ilustrado y su odio al dominio francés atacando la influencia de la lengua y buscando la pureza lingüística y moral del español” (p. 403).

Estrechamente relacionada con esta dicotomía normativa y tal como nos referimos hace unos párrafos atrás, Lara se encargará de definir qué entiende por tradición culta, concepto clave en Historia mínima: “no es un conjunto de normas prescriptivas de uso del español, ni una idea fosilizada de la lengua, como la sostiene el purismo, sino un resultado múltiple de la práctica de la lengua en cada una de sus funciones sociales; se manifiesta en las obras literarias, jurídicas, científicas, en diccionarios y gramáticas. Esta tradición es el objetivo fundamental de la educación en español y requiere conocimiento y cultivo” (p. 501), una tradición que “no tiene nacionalidad, no está atada a una historia patria y no se puede someter a una agencia normativa, por consecuente y poderosa que sea” (p. 501-2) y un concepto que, en rigor, es la idea fundante del presente libro.

4. Cómo textualizar la historia.

Luis Fernando Lara, además, se interesa por desentrañar las condiciones geográficas, demográficas, sociales, políticas y culturales en las que se desenvolvió la evolución de la lengua española. Es decir, esa, en sus palabras: “relación intrínseca, de relaciones concomitantes, causales o condicionantes, entre los acontecimientos sociales y culturales y su evolución” (p. 15), por ello se propone revisar críticamente los datos de los que se dispone.  Es innovador, para este caso, y tal como él lo va informando, el uso de las nuevas tecnologías para hacerse de datos, como Wikipedia, la Biblioteca virtual Cervantes o Creative Commons y CORDE, para las citas de fuentes. El libro, entonces, abunda en mapas, ilustraciones y ejemplos textuales, la mayoría a disposición como anexo en el DVD.

Lara insiste, además, en la descripción geográfica porque “tiene un papel central en la historia antigua de la lengua”, de ahí que se agradecen los datos específicos que ayudan a tener un mayor contexto, como los del cuarto y quinto capítulos, por ejemplo, en relación con la expansión musulmana. Otros ejemplos que queremos destacar son varios pasajes por su síntesis y prosa clarificadora, como la llegada del cristianismo con el usual discurso crítico de Lara: “[el cristianismo], que después de ser perseguido y masacrado, se volvió fanático, perseguidor y masacrador” (p. 39). Además, la magnífica síntesis respecto a la situación musulmana desde sus orígenes, tan cara sobre todo en nuestros días. Así como las exhaustivas explicaciones de algunos de los grandes hitos de la historia de España, como el reinado de Alfonso X, con la relevancia fundamental y única en la historia de ser una monarquía que fusionó conocimiento y autoridad. Misma cosa el contexto de la llegada de Carlos I a España, con una breve, pero relevante referencia a la Guerra de las Comunidades de Castilla. Destacamos, además, las objetivas descripciones de las personalidades y reinados de Felipe II (cap. XVI), Felipe V (cap. XVII) o Fernando VII (cap. XIX), entre otros. Misma cosa con algunos contextos relevantes, como la crisis y decadencia de los Habsburgo, con detalles fundamentales para poder comprender la sociedad española del siglo XVII (cap. XVI), más cercanos a una prosa de historia social y destacables en un texto de historia de la lengua.

Nos interesa, además, los datos con que Lara ilustra algunos aspectos fundamentales de la conquista y colonización americana, como estadísticas relacionadas con la población aborigen en continente americano, así como su decrecimiento acelerado (cap. XIII). Destacamos, además, la estadística relacionada con la población española en América (cap. XIII) o la población africana (cap. XIV). En este último aspecto es relevante, en el capítulo XIII, la información que se entrega acerca de las lenguas que hablaban los africanos, respecto de su procedencia y cuáles podrían haber sido las lenguas predominantes, así como ciertas características generales de estas.

5. Hispanoamérica, sus problemáticas historiográficas.

Uno de los aportes más significativos de esta Historia mínima es el detenimiento con que el autor trata el tema Hispanoamérica, el cual empieza a aparecer en el capítulo XIII (siglo XV para Europa) con un subcapítulo llamado “La prehistoria americana”. Son constantes las reflexiones relacionadas con el origen de las lenguas americanas y su posible filiación con las lenguas orientales, así como la conciencia de que los intentos de emparentar las lenguas indígenas son todo un desafío, sobre todo por falta de datos; misma cosa las problemáticas que generan las lenguas extintas y ágrafas existentes durante la llegada de los conquistadores. Por las problemáticas que este aspecto genera, concluye Lara: “Es imposible pasar a un recuento pormenorizado de las lenguas amerindias durante la colonia y de sus diversos aportes al español como lenguas de sustrato. Ni el espacio disponible, ni la investigación actual, tan dispersa, permiten formar un cuadro de conjunto” (p. 279).

Por otro lado, destacamos algunas comparaciones pedagógicamente pertinentes, por ejemplo, la de las civilizaciones según épocas: “Es decir, la época Preclásica Tardía de Cuicuilco es relativamente contemporánea de los pueblos celtíberos, íberos y cantábricos, en tanto que Teotihuacán es contemporáneo del último periodo del imperio romano” (p. 249); “El clásico, de 200 a 900 d. C es la época de gran esplendor de las culturas teotihuacana, maya de Copán, Tikal, Palenque y Calakmul, y zapoteca de Montealbán; corresponde a la Alta Edad Media europea, antes de que se escribieran las glosas emilianenses” (p. 249). Así como el orden cronológico de algunas zonas conquistadas, como la de las Antillas, por ejemplo, con un orden riguroso de rutas, descubrimientos y colonizaciones. Así como la presencia de tablas estadísticas relacionadas con la población indígena y su descenso (cap. XIII) o de la cantidad de españoles o africanos que llegaron a América, dando cuenta de las falencias en los estudios históricos de estos últimos. O críticas reflexiones relacionadas con el mestizaje: “las indias tenían otro particular estímulo para unirse con los foráneos, aun prefiriéndoles a hombres de su propia raza. Los hijos con los advenedizos quedarían exentos de tributos y otras cargas propias de los indios y gozarían de mayor reputación social” (p. 277), citando la clásica historiografía de Magnus Mörner.

Sin embargo, no podemos obviar que, frente a los detalles que Lara entrega de Mesoamérica, los de Sudamérica son escasos y altamente criticables. Si bien se aprecia una detención en la zona peruana, es menor en extensión y detalles. La información correspondiente a Chile y Argentina es parcial e imprecisa: “hay que destacar los araucanos [sic.] y los mapuches; en el sur de Argentina a los patagones; en el noroeste de Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil, los guaraníes” (p. 250). La misma situación la apreciamos, ya en la colonia, en relación con la detallada información entregada para Nueva España, por ejemplo, con los datos referidos a la población negra (p. 266). O, más adelante, en el caso de los movimientos independentistas, omitir información relacionada con ciertas colonias (ver p. 415). O con ciertos detalles relacionados con la historiografía lingüística, como datar el diccionario de Pichardo para 1862, siendo que la primera edición fue de 1836.

El mismo autor, empero,  argumenta las razones de por qué, muchas veces, se centra en el caso de Nueva España: “Como no hay todavía suficiente investigación de la caída demográfica en el resto del continente y, en cambio, en cuanto a México se dispone de suficientes datos, se tomará lo sucedido en la Nueva España como ejemplo” (p. 255); “Por eso y puesto que el autor de este libro es mexicano y, en consecuencia, dispone de mayor información a propósito de este territorio, se tratará la influencia del náhuatl sobre la expansión del español por México, para ilustrar el conjunto de fenómenos semejantes que deben haberse producido en el resto de Hispanoamérica” (279). Asimismo, nos respondemos nosotros, junto con el autor, sobre todo por estas falencias, que ya no se puede elaborar una historia de la lengua por medio de una autoría, por lo que, si bien estamos ante una historia con autoría singular (Luis Fernando Lara) se aboga, en las investigaciones venideras, por un trabajo colectivo, sobre todo por la complejidad de que uno solo pueda abarcar un trabajo de investigación con estas características, justamente, por aspectos como el que acabamos de criticar.

6. Textualizaciones, escritura.

Destacamos, además, la inclusión de fragmentos relacionados con producciones textuales, sean literarias o no. Por ello valoramos, por su función de ejemplificar o clarificar ciertos aspectos, algunos fragmentos como los que se toman de El cerco de Numancia de Cervantes, para ilustrar la segunda guerra púnica. En las referencias breves, pero fundamentales, a la historia de la lengua latina, aplaudimos que haya fragmentos de la Eneida o el detallado espacio que le da a Probo. Especial atención le da Lara a una de las más grandes y primeras textualizaciones: el Cantar del mío Cid. (cap. VIII), donde se establece una maravillosa síntesis del poema respecto a su escritura y a la dificultad de establecer qué castellano es. Así como referencias a personajes históricos en relación con una semblanza más real, como equiparar al Cid con un condottiero.  Ya, con las primeras textualizaciones en nuestra propia tradición, destacamos fragmentos de los romances de Don Rodrigo, del Juramento de Santa Gadea, del Libro de Alexandre, de obras de Berceo, de Don Juan Manuel, de Sem Tob o del Arcipreste de Hita. Misma cosa con extractos del Arte de trovar de Enrique de Villena o del Amadís. También comparaciones, como la escritura de sonetos entre Petrarca y Pedro de Padilla, carísimas al momento de ver cómo se genera esta introducción en la tradición hispánica. Así como la maravillosa comparación entre epistolarios del siglo XV entre una carta con distancia comunicativa (Hernán Cortés a Carlos V) o de proximidad (Diego de Ordaz a su sobrino). Con la entrada de los siglos de oro, encontramos sonetos de Boscán, de Garcilaso o extractos la Tragicomedia de Calisto y Melibea, así como fragmentos de poesías de Góngora y sor Juana Inés de la Cruz. A propósito de esta última, destacamos las primeras textualizaciones en Latinoamérica que nos entrega Lara, desde las primeras cartas de Cristóbal Colón, pasando por los catálogos de Francisco Hernández (catálogos del mundo natural, en particular el de las plantas), de Juan de Cárdenas (hierbas medicinales); de Carlos de Sigüenza y Góngora (estudios cosmográficos e hidrológicos) y de Alejandro Malaspina (mapas marinos, noticias del mundo natural).

Recalcamos, por lo demás, la importancia que Lara le da a algunos autores, como Quevedo y Cervantes. Del primero, partes del Buscón, así como constantes ejemplificaciones y reflexiones de su obra. Del segundo, hay un amplio espacio dedicado al Quijote. Ya, dentro de la crisis de la lengua literaria barroquizante, encontramos un extracto del Fray Gerundio o fragmentos de las Cartas eruditas de Feijoo, así como de curiosos autores dieciochescos, como Diego de Torres Villarroel o Juan Pablo Forner. Ya, con una tradición hispanoamericana independentista, tenemos un fragmento del ensayo de Simón Bolívar, posteriormente denominado “Doctrina del Libertador” o su Carta de Jamaica, también de fray Servando Teresa de Mier; misma cosa de algún contemporáneo liberal español, como José María Blanco White Crespo y fragmentos de su autobiografía. También nos encontramos con muestras de las tradiciones discursivas hispanoamericanas donde se presenta el continente en tanto referente exótico, como el Lazarillo de ciegos caminantes de Carrió de la Vandera, el Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi o las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, contemporáneas a un costumbrismo de Mariano José de Larra con un fragmento de “El café”. Así como presentar fragmentos de poesías contemporáneas entre sí y compararlas, como en el caso de “El dos de mayo” de Juan Nicasio Gallego y “La victoria de Junín. Canto a Bolívar” de José Joaquín de Olmedo. O dar cuenta de la poesía romántica con un fragmento del “incansablemente leído” (p. 474) Gustavo Adolfo Bécquer o de tradiciones modernistas y noventayochistas, como Antonio Machado y Rubén Darío. Dentro de las tradiciones hispanoamericanas más específicas, aplaudimos que existan partes de la “Silva a la agricultura de la zona tórrida” de Andrés Bello o un fragmento del prólogo de su Gramática, así como una entrada del Diccionario de Construcción y régimen de Rufino José Cuervo o algunas definiciones del “Vocabulario” de Alcedo; parte del prólogo del diccionario de Pichardo, otro de García Icazbalceta o ensayos críticos, acerca del español de América, del mismo García Icazbalceta. Destacamos, además, la inclusión de otras tradiciones, caras al momento de hacer historia de la lengua, como las indoamericanas, por ejemplo, con parte de un canto nahua o una elegía quechua a la muerte de Atahualpa, ambas acopiadas por León Portilla en su El reverso de la Conquista. Junto con estas tradiciones discursivas, tenemos perlas, como muestras de poesía anónima del español bozal o un texto del papiamento. O la presentación, en el último capítulo, de diferentes muestras (con el apoyo del DVD) de atlas lingüísticos.

Fuera de las textualizaciones, encontramos aportes interesantísimos, muchos de los cuales los relacionamos más con la microhistoria que con la historia de la lengua española clásica. Por ejemplo, con reflexiones en torno a la historia de la escritura en el segundo y cuarto capítulos (pp. 46-50), así como noticias relacionadas, por ejemplo, con la llegada del papel a la Península, en el siglo IX, en el emirato de Abderramán II (p. 95) o a la llegada de la imprenta y lo que implica que se eliminara la variación en los tipos de letras y, posteriormente, la variación ortográfica (cap. XII), así como la misma difusión de los textos “que se volvieron más baratos y asequibles, lo cual dio un nuevo impulso a la lectura y a la capacidad de los escritores para dar a conocer sus textos y multiplicar su variedad” (227).

7. Tradiciones discursivas.

Destacamos, además, cómo organiza Lara su historia de la lengua a partir de la relevancia de estas textualizaciones, marcando cada una de sus apariciones, en tanto esquemas o patrones de género, es decir, como tradiciones discursivas. Lara, entonces, hace historia de la lengua por medio de estas tradiciones discursivas, por lo que va refiriéndose a las que se van consolidando, como el discurso jurídico, con Alfonso X o la inclusión de nuevas tradiciones discursivas, como las novelas de caballería en el XV (cap. XV) o el esplendor, en los siglos de oro, con el Quijote o con ejemplos de un discurso elevado que solo podría generar una reflexión satírica del metalenguaje, con Quevedo (cap. XVII). Así como la crisis en el lenguaje literario barroquizante (cap. XVII), con ejemplos extremos, como los de Francisco de Soto Marne o fray Félix Valles, frente a las indicaciones de estilo de un Bartolomé Jiménez Patón, cuyo desenlace sería, ni más ni menos, que la fundación de la RAE (cap. XVIII). O la aparición de discursos extendidos a las ciencias, con la obra de Diego Mateo Zapata, Tomás Vicente Tosca o Juan Caramuel. Misma cosa, dentro de la consolidación del neoclasicismo, al rechazo a todo discurso barroquizante, incluso el de los siglos de oro, hasta llegar a la prohibición de los auto sacramentales barrocos, como los de Calderón, en la época de Carlos III. Lo mismo con la importancia de la prensa y del epistolario en el XIX para dar cuenta del sustento ideológico y el estado de las cosas en España e Hispanoamérica o la interesante inclusión de tradiciones discursivas populares, como las adivinanzas o coplas.

8. Estandarización.

Quizás uno de los aspectos más destacables de esta Historia mínima sea el tratamiento de la estandarización como proceso esperable en la consolidación de lo que entendemos por Estado moderno, a partir de la conformación de las grandes monarquías europeas. Por ejemplo, cuando en el siglo XII empieza a manifestarse una conciencia propia de hablar de los castellanos (cap. VIII) o, en el capítulo X, cuando se insiste en la fase de institucionalización del castellano en el reinado de Alfonso X, con la escritura de leyes en esta lengua, siendo que “lo importante para él no era fijar una lengua, declarar una lengua oficial, sino aprovechar aquellas lenguas que, para lograr el entendimiento con sus súbditos y los trovadores que llegaban a vivir por cierto tiempo en su corte, le resultaban más eficaces” (p. 185). Institucionalización que empezará a determinarse con Nebrija (cap. XII), a partir de la necesidad de un arte que fije la lengua y contribuya a conservarla; asimismo, un arte contribuya a dar al Estado “el lustre que corresponde a los grandes imperios, como Grecia y Roma” (p. 234), por lo que Nebrija, según Lara, da vida a un nuevo valor: la identidad de la lengua, “un valor que no solo la identifica, sino que la instituye como unidad” (p. 235). O casi, simultáneamente, su internacionalización (cap. XVI): “El deslumbrante florecimiento de la tradición culta del español, que en el siglo XVI y después en el XVII se destaca en relación con toda la evolución anterior, y realmente pone una marca de calidad en los años posteriores de la lengua, unido al predominio político de España sobre Europa hizo que el español comenzara a influir sobre las demás lenguas; es decir, se invirtió la relación de influencia, por ejemplo hacia el francés y el italiano […] el español se volvió una lengua que cualquier europeo culto debía saber hablar” (p. 334) o que se impusiera como lengua oficial en la administración española, con Felipe V (p. 371), así como el mandato, en 1768, de publicar solo en español, con el objetivo de acelerar la integración lingüística.

En esta dinámica de la estandarización, son relevantes los datos que Lara va entregando respecto a los procesos de codificación, como el Arte de trovar de Enrique de Villena, el que “viene siendo una especie de primer tratado de fonética y escritura castellana” (p. 216) o, gracias a la influencia del humanismo italiano, la aparición por el interés filológico, con la edición, bajo el reinado de los reyes católicos, de la Biblia Políglota o complutense. Así como, y volvemos nuevamente a él, la obra de Nebrija, fundamental tanto por su relevancia política como por su enorme influencia en tradiciones lingüísticas posteriores, con su Diccionario latino-español (1492), su Vocabulario español-latino (1495) o sus Reglas de orthographia en la lengua castellana (1517), con el principio fonológico que retoma a Quintiliano: “Así tenemos de escrevir como hablamos, i hablar como escribimos”. Sin embargo, su gran obra fue la Gramática de la lengua castellana (1492), la primera de una lengua europea moderna, gestada bajo la lógica humanista, es decir, donde un arte tenía un objetivo preciso: fijar y guiar el uso de una lengua para evitar que, al paso del tiempo, como le sucedió al latín, al griego, al hebreo, se “corrompiera” (p. 232) y, claro está, con el esquema de las lenguas clásicas. Destacamos, respecto a la Gramática, las reflexiones de Lara cercanas a las nuevas escuelas de teoría de la recepción: “El haberse adelantado a escribir una gramática de la lengua que hablaba la gente hizo de su obra un libro raro, pues no se entendía qué valor podría tener un estudio de lo que todos, más o menos, manejaban espontáneamente” (p. 233). O cuando reflexiona en relación, por ejemplo, con una posible reforma ortográfica, la de Correas: “No tuvo éxito porque, como muchos otros después de él, no pudo comprender que la ortografía no depende del arbitrio de una persona o de unas cuantas, sino de la eficacia de la comunicación escrita que, ya para entonces, llevaba 400 años de práctica en español” (p. 353).

La historia de codificaciones, dentro de un panorama de la historia de la estandarización, se engrosa con otros grandes hitos, como los del segundo siglo de oro (cap. XVI), con Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España de Bernardo de Alderete (1606); la Ortografía de Mateo Alemán (1608); el Vocabulario de refranes de Gonzalo Correas (1627) o su revolucionaria Arte grande de la lengua española castellana (1626), así como el adelantado  Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias.  Misma cosa los hitos institucionales en el siglo XVIII, como la fundación de la Biblioteca Nacional de España (1712) o la fundación de la Real Academia Española (1714) y una especial descripción del primer diccionario que publica esta entidad, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-1739), así como una sesgada crítica al diccionario usual (1780), referencias a la Orthographia española (1741) y su Gramática (1771). Así como otros hitos lexicográficos, como el diccionario del jesuita Esteban Terreros y Pando, el Diccionario del castellano con las voces de ciencias y artes (1767-1783). Así como el rol fundamental de ciertos intelectuales, como Gregorio Mayans y Siscar, con textos en donde se genera otro tipo de textualización: el de la consagración de la lengua española con, por ejemplo, sus Orígenes de la lengua española (1737), donde se dan a conocer los Diálogos de la lengua de Juan de Valdés, así como una Rhetórica (1757), que es una suerte de antología de la literatura española, donde aparece la primera biografía de Cervantes. Así como grandes hitos peninsulares del XIX, como el Nuevo diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá (1845) o el Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española de Ramón Joaquín Domínguez (1847).

Otros datos que destacamos son los relacionados, por ejemplo, con las fuentes que influyeron en la redacción de determinadas gramáticas, tal es el caso de la repercusión de la filosofía de Locke, sobre todo con su discípulo francés más radical, Bonnot de Condillac, cuya filosofía repercutió en España, con la traducción de Bernardo María de la Calzada de su La lógica o los elementos primeros del pensar (1784). Algo similar ocurrió con Antoine Luis Claude Destutt de Tracy, de cuya escuela e influjo surgen las primeras gramáticas generales: la Gramática filosófica de la lengua española, de José de Jesús Muñoz Capilla (1831), los Principios de gramática general (1826) y los Elementos de gramática general (1835), de José Gómez Hermosilla y, en Latinoamérica, específicamente en México, Del pensamiento y su enunciación considerado en sí mismo (1852) de Clemente de Jesús Munguía; Apuntaciones sobre gramática general (1877) de José Zalce o la Gramática teórica y práctica de la lengua castellana, de Rafael Ángel de la Peña (1898). Sin dejar de lado al mismo Andrés Bello quien, en el prólogo de su Gramática, deja ver el conocimiento que tuvo de esta corriente de gramática general. Es esta Gramática, la de Bello, según Lara, la gramática más importante y con la mayor repercusión “incluso, hasta nuestros días” (p. 432), misma cosa el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana de Rufino José Cuervo (comenzado en París en 1872, su primer tomo se publicó en 1886).

Asimismo, valiosas son las reflexiones en torno al castellano, por ejemplo, en relación con su importancia transversal: “El castellano, además, no se gestaba como lengua exclusiva de los letrados y los eruditos, sino como lengua del pueblo, compartida con aquellos, ejercida desde el trono: una lengua popular, en el sentido más legítimo de la palabra” (p. 199), algo que se ejemplifica con algunos autores clave, como el marqués de Santillana (cap XII) con la reivindicación de la poesía popular en castellano y, al mismo tiempo, al componer en versos de arte mayor. Un ejemplo emblemático, en este caso, lo confirmamos con el Quijote (cap. XVI), símbolo internacional de la lengua española, afirma Lara. Así como la cientificidad en el discurso, con la producción de textos, sobre todo en el siglo XVIII, con la llegada del racionalismo (cap. XVII) y la presencia de los novatores, como Diego Mateo Zapata (medicina), Tomás Vicente Tosca (matemáticas y arquitectura), Juan Caramuel (matemáticas, lingüística, arquitectura), entre otros.

Así, como, finalmente, la consolidación de la estandarización: “producto de la formación de comunidades y espacios de comunicación, determinados por la consolidación de los estados nacionales mediante la educación pública universal, la formación de culturas nacionales, el poder de difusión de noticias, ideas y valores de la prensa, el cine, el [sic.] radio y la televisión, los aparatos jurídicos, las redes carreteras y de ferrocarril que comunican localidades, etc.” (p. 491). Pues Lara sigue celebrando el castellano y lo califica como la más temprana y adelantada lengua de cultura entre las modernas de Europa  a fines de la Edad Media, puesto que se usó, antes que otra lengua,  para nuevas tradiciones discursivas como la filosofía, la teología y el pensamiento orientado a la ciencia: “el latín se implantó en el resto de Europa como lengua de comunicación culta, a diferencia de lo que sucedía en España, en donde el conocimiento transmitido por el árabe y la fuerte presencia de la civilización musulmana contribuyeron a determinar su horizonte histórico de tal manera, que el castellano resultaba la solución más práctica para transmitir el conocimiento, reducido el latín al uso clerical y diplomático” (pp. 198-199).

9. Las tablas en la escritura de Lara.

En síntesis, constatamos, por lo demás, en el estilo escritural, a un autor que ya tiene familiaridad con el arte este de componer y redactar. Por ejemplo, se presenta un manejo escritural que le permite jugar con prolepsis y analepsis (vid. final capítulo V y cap. XVIII); asimismo, puede darse el gusto de escribir párrafos de 12 a 13 líneas sin puntos y seguido (cfr. p. 199). Encontramos, además, un acercamiento familiar al lector, por ejemplo, con exclamaciones, al explicar la fundación mítica de la identidad castellana (p. 110); la sorpresa con ciertos datos, para lograr un efectismo en el lector (p. 119). Así como comentarios amenos: “Las tradiciones discursivas de la prosa se ampliaron con la aparición de las novelas de caballería (que tanto daño hicieron a don Quijote de la Mancha)” (p. 217); “([…] parece que se les decía así a los habitantes de Cantabria, güeros y de ojos claros)” (p. 340); “[…] y se dirigió a Napoleón como árbitro para dirimir el litigio con su hijo. ¡A buen juez se encomendaron!” (p. 406); “Se convocó a una asamblea nacional –por supuesto, sin representantes hispanoamericanos– y se impuso la Constitución de Bayona” (p. 406). Así como dar manifiesta cuenta de sus gustos, sin tapujos: “Pese a lo retorcido que son estos versos, y a la dificultad de la lectura de la poesía de Góngora, he aquí estos bellísimos fragmentos” (p. 345); “Pues una cosa es la lengua de los grandes escritores, como Góngora, Quevedo o sor Juana, y otra la lengua de sus imitadores de mala calidad […] la mayoría de los que siguieron el estilo barroco produjeron verdaderos adefesios” (p. 362); “Destaca entre los autores de la época –y no por su calidad literaria, sino por la pobreza de sus ideas–Ignacio Luzán, quien publicó en 1737 su famosa Poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies” (p. 399). Hay mucho, además, de afán pedagógico, por ejemplo, cuando explica las tradiciones discursivas como el cantar de gesta, da cuenta de su continuidad y actualidad con el actual corrido mexicano. Destacamos, asimismo, ciertos cuidados y detenimientos en ciertas temáticas, como con las jarchas, detalladamente explicadas y ejemplificadas (pp. 108-109), lo mismo con las Glosas emilianenses (pp. 132-134), las explicaciones métricas, relacionadas con los cambios en las composiciones poéticas en el siglo XV (cap. XII) o las sucintas pero eficaces explicaciones de fonología y fonética en relación a lo expuesto por Villena (cap. XII). Se da, por lo demás, un tiempo considerable para explicar el contexto lingüístico de finales del siglo XIX y comienzos del XX para poder dar cuenta de los avances en la historia de la lengua y cómo, claro está, se empezaron a confeccionar estos manuales de historia de la lengua.

10. Por hacer.

A lo largo del texto el autor reclama una serie de aspectos que deben profundizarse; por ejemplo, el estudio del español del siglo XIX, cuyo estado de lengua no se ha investigado lo suficiente. O retomar los estudios dialectológicos, con una interesante demanda: “La dialectología y la geografía lingüística constituyen la base de todo estudio lingüístico, por cuanto llevan a cabo la taxonomía de los fenómenos lingüísticos que después sistematizará y teorizará la lingüística. Lamentablemente, en lingüística, como en muchas actividades humanas, hay modas, y ahora no están de moda los estudios dialectológicos y de geografía lingüística, a pesar de la necesidad que tenemos de ellos para formarnos una idea más real del estado de las lenguas y del español en particular” (p. 484). Asimismo, por la virtud de la multipolaridad, queda por hacer un estudio sociológico basado en datos como el tamaño de la población hispanohablante, el grado de alfabetismo y de educación de la población, su producción de libros, revistas y periódicos, radio y televisión y de las actitudes compartidas por las comunidades hacia sus propios dialectos y los de los demás países y, de esta forma, no imponer centros, sino irradiar la tradición culta de cada uno de estos (cfr. cap. XXII). Además, desde una perspectiva histórica, es necesario, reclama Lara, por los pocos datos que se tienen, hacer un estudio pormenorizado de cada una de las zonas hispanoamericanas. Sirva este defecto, dice el autor, para hacer historia de estas: “Hacen falta muchos estudios sobre la población de América entre los siglos XVI y XIX, así como sobre las características que fueron tomando las sociedades hispanoamericanas” (p. 271).

Como se ve, entonces, y como una patente característica al hacer historia e historiografía, quedan muchos aspectos por desarrollar, así como constatamos, después de leer esta Historia mínima, cómo se enriquecen ciertos puntos de vista por medio de nuevas formas de hacer historia.


Notas

1 Con un orden, diríamos, usual dentro de la bibliografía existente: I. Sustrato prerromano; II. La colonización latina; III. Caracterización del latín hispánico; IV. Las invasiones germánicas y la decadencia del Imperio; V. Al-Andalús; VI. El surgimiento de los reinos cristianos y la influencia franca; VII. Los primeros documentos romance; VIII. Primer reconocimiento del castellano; IX. Las primeras tradiciones discursivas del castellano; X. El castellano de Alfonso el Sabio; XI. El castellano al comienzo del Renacimiento; XII. El castellano de los reyes católicos; XIII. La época de Carlos V y la colonización de América; XIV. El español que llegó a América; XV. Sevilla frente a Madrid; XVI. Los siglos de oro; XVII. La reacción contra el barroco y el neoclasicismo; XVIII. La Real Academia Española y el Neoclásico; XIX. El siglo de las independencias; XX. Concepciones de la lengua en el siglo XIX; XXI. Las tradiciones discursivas del siglo XIX; XXII. El español contemporáneo: estudio y situación.
2 Con un apartado que comprende seis apéndices: 1. Aparato fonatorio; 2. Correspondencia letras-fonemas; 3. Glosario de términos especializados de lingüística; 4. Vocabulario; 5. Topónimos; 6. Nombres propios.
3 Una excepción sería el libro de divulgación  Los mil y un años de la lengua española, de  Antonio Alatorre (1979).

Escritura curativa

Personalmente estoy convencido de que el Estado ahorraría dinero en salud pública si reconociera el valor terapéutico de las artes, y en nuestro caso de la escritura terapéutica, promoviendo su investigación y uso tanto en psicoterapia como en medicina, trabajo social, terapia ocupacional, programas de inclusión social, etc., y en centros tan dispares como hospitales, colegios, penitenciarias y centro de acogida, entre otros. Rodríguez, M. (2011), Manual de escritura curativa, Córdoba: Editorial Almuzara, p, 65,