Peter Handke publicó un libro de muy manchego título después de visitar al criminal de guerra y presidente del Partido Socialista de Serbia Slobodan Milošević en el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Hoy, cuando ha pasado ya bastante tiempo, puede intentarse juzgar qué había de verdad en diez años de guerras yugoslavas promovidas por un demonio que conocemos bien, el demonio del nacionalismo, que ahora mismo amenaza también desde Cataluña y asoma bastante los cuernos por otras brechas de Europa. Es más, incluso el islamismo es una forma de esa fiebre disgregadora y diarreica que solo entre comillas llamaremos "cultural".
Ortega y Gasset ya dijo en La rebelión de las masas que el nacionalismo era un mal. O una enfermedad, si prefieren: "No es más
que una manía, el pretexto que se ofrece para eludir el deber de
invención y de grandes empresas. La simplicidad de medios con
que opera y la categoría de los hombres que exalta, revelan sobradamente
que es lo contrario de una creación histórica". Es más, afirma que es "un callejón sin salida. Inténtese proyectarlo hacia el mañana, y se sentirá el tope. Por ahí no se sale a ningún lado. El
nacionalismo es siempre un impulso de dirección opuesta al principio
nacionalizador. Es exclusivista, mientras éste es inclusivista."
Franco, Mussolini, Hítler, Milosevic, Sabino Arana, Pujol, incluso nuestros ridículos líderes regionales son nacionalistas: queremos quitárselo todo a los demás para ser más grandes nosotros mismos y nuestros benditos y deificados padres fundadores: el Cid, los Reyes Católicos y "las madres que los parieron", a la manera que expuso Poliakov y divulgó Juaristi, a la manera dolorosa incluso que expone Patria la leidísima novela de Fernando Aramburu.
El discutidísimo Handke, quien, tras recomponerse del suicidio de su madre escribió aquello de que "toda razón es arbitraria para la razón" y ha venido hace poco aquí entre nos, ha declarado, tras leer un periódico local: "Lo de Cataluña da miedo". Y no es precisamente alguien que desconozca el paño, todo lo contrario. Desde luego haría falta toda una Svetlana Alexiévich para poder desenredar la madeja de un infierno político como el de Yugoslavia, del que dijo Léon Thoorens
Los propios yugoslavos definen a su país como si contaran las piezas de un mosaico: seis repúblicas, cinco naciones, cuatro culturas, tres lenguas, dos alfabetos, un estado. Eventualmente podría alargarse la cuenta y citar además siete religiones, ocho raíces culturales, nueve catástrofes nacionales, diez influencias exteriores...
Nosotros tenemos la suerte de tener algo más homogéneo llamado España y no nos damos cuenta de ello; basta mirar a los Balcanes para dar gracias a Dios o a lo que haya en su lugar. Ahora mismo el país (este) necesita una cierta estabilidad para librarse de los males que le ha ocasionado la derecha bancaria que gobierna a través del bipartidismo gilipollas de estos años y ahora mismo nos ha creado un agujero negro y sin fondo de deuda que ni un genio de la economía podrá ya llenar. Nos han destruido el futuro, así, como suena: lasciate ogni speranza, voi ch'entrate. ¡Y todavía andan por ahí queriéndonos vender la marrana! Es más, ¡nos quieren deshacer el país! Como mucho se podría reorganizar, aunque desde luego para ello necesitaríamos unos políticos con talento y con ganas de hacer cosas, y no lo que hay ahora mismo, unos secuaces de la Merkel que se limitan a lamerse mutuamente las prebendas.
En Die Tablas von Daimiel, que quien quiera leer podrá encontrar traducido en el volumen Preguntando entre lágrimas. Apuntes sobre Yugoslavia (2011), Handke utiliza una metáfora manchega para reconstruir la verdad de lo ocurrido en esos diez largos años de guerras de descomposición nacionalista en Yugoslavia. Nos dice que sería como reconstruir las tablas de Daimiel (la discutible norma ortográfica moderna dice que hay que escribirlas así), esa maravilla natural despojada para siempre por la codicia de los terratenientes, deseosos de sacar más provecho de la sobreexplotación de la tierra. Porque Handke fue a Daimiel un buen día para admirar la belleza prometida en un folleto turístico, y se topó con la realidad: no hay agua, ni ojos del Guadiana, ni arroz, ni cabañas campesinas, ni nada de nada. Por no haber, ni la fauna de la que vivía en el acuífero.
Quizás recompongan Daimiel, como se ha dicho, artificialmente. Y para Handke eso es lo que se está haciendo a través de los retazos que se van componiendo a través de tantos comunicados de rectificación de las noticias falsas durante las guerras yugoslavas como continuamente van apareciendo. El Plan de Herradura, por ejemplo, esa supuesta estrategia serbia para la eliminación étnica de los albano-kosovares por la que el gobierno alemán justificó el bombardeo sobre Kosovo, en 1999 y que resultó ser un invento de los servicios secretos austríacos y alemanes.
O las matanzas que perpetraron los musulmanes en los pueblos que rodean a Srebrenica en los tres años anteriores a la caída de la ciudad. Matanzas que provocaron la terrible venganza de los serbo-bosnios contra los musulmanes, en 1995, que fue la divulgada en Occidente y la que justificó el procesamiento del gran Satanás Milošević y los bombardeos del gran justiciero divino Javier Solana. Los musulmanes que huyeron de Bosnia a Serbia –donde, recordemos, gobernaba el diablo Milosevic- no sufrieron daño alguno. De esto nunca se habló.
En Die Tablas von Daimiel. Ein Umwegzeugenbericht zum Prozess gegen Slobodan Milosevic ["Las tablas de Daimiel. Un informe de testigo desviatorio del proceso contra Slobodan Milosevic", 2005] Peter Handke cuestiona la versión oficial (la misma que en España 1966 aprobaba lo que llamaron una Constitución española, chuscada muy parecida a la aprobación de otra más o menos igual, pero sancionada, unos diez años después) sobre las llamadas guerras balcánicas, que tuvieron lugar en la antigua Yugoslavia entre 1991 y 1999. Handke, quien nunca ha pretendido disimular su carácter declaradamente proserbio, no ha dejado de levantar controversias que se han traducido en una de las más abrumadoras campañas mediáticas de difamación y de castigo desatadas en las últimas décadas contra ningún escritor cualquiera sea su signo político. Incluso se le negó a Milosevic el tratamiento médico que necesitaba en la prisión de Scheweningen para impedir que muriera en la cárcel de un infarto, como en efecto ocurrió... Es increíble. La verdad es mucho más simple: es un demonio cualquiera que emplee las armas como ideas y no las ideas como arma: Milosevic, Franco, quien sea.
En fin; niego ya cualquier posibilidad de hacer unas Tablas de Daimiel con la Guerra Civil; seguiremos oyendo hablar de Paracuellos en vez del doblemente destructivo genocidio de Córdoba (¿les extraña que allí vencieran los comunistas, no?) y de quiénes financiaron (cui prodest?) y declararon la guerra a la vez contra las derechas, contra las izquierdas, contra todos y, en suma y a fin de cuentas, contra la propia naturaleza humana que algunos querríamos proclamar pacífica y honrada, si no dispararan contra nosotros por el mero hecho de insinuarlo.
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