miércoles, 9 de noviembre de 2016

Otro Coloquio entre Monos y Una

Μέλλοντα ταύτα 
(Sófocles, Antígona)

Se ve venir el final de muchas cosas, por lo que uno se replantea hacerlas y así las va abandonando sin conseguir nada. ¿Para qué? Con ello ese final se acercaría aún más. Y ese final, suponiendo que lo haya en la tarea inacabable, no es un logro ni una meta, es una extinción. 

Me está pasando: todos los días veo crecer en mí ese final, su vacío me ocupa cada vez más espacio y más memoria incluso, pues me cuesta muchísimo trabajo recordar los buenos momentos que tuve, que los hubo, sin duda, aunque ahora no puedo reunirlos: ahora ni siquiera podría recordarlos todos juntos ni en sucesión; solo de vez en cuando vislumbro alguno. Y el resto es oscuridad, desorden, ruido inútil. Lo que justifica mi vida se halla sin duda fracturado y disperso, y necesitaría muchísima meditación y tranquilidad para poderlo ir reuniendo y recomponiéndolo en algún lugar que para mí es imposible encontrar. Si lo hiciera, tal vez, podría reconstituirme y durar un poco más.

Porque lo que hay en lo que hay, lo que tengo, son pocos motivos, ningún entusiasmo, mucho aburrimiento, bastante mala salud y apenas energía. Todo parece repetirse como si no encontrara un fin. Es desagradable.

El mundo parece el cadáver de otro anterior cuya alma se ha ido. Y se ha formado sumando en su materia los cadáveres de los que se fueron. Probablemente todo lo que haya hecho será también parte de esa cosa muerta.

Por supuesto, están todos a quienes de alguna forma he ayudado, pero ya uno no puede seguir haciéndolo si ha perdido la gasolina, si ve que nadie le ayuda a uno a conseguir... ¿qué?

Michael Moore ya anticipó las razones para el triunfo de Donald Trump

I

Michael Moore, "Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones", Huffington Post, 28/07/2016 

Siento ser el que dé las malas noticias, pero ya os lo advertí el pasado verano cuando dije que Donald Trump sería el candidato republicano a la presidencia. Y ahora traigo unas noticias aún peores y más deprimentes: Donald J. Trump va a ganar las elecciones en noviembre. Este ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo será el próximo presidente de Estados Unidos. Presidente Trump. Vamos, id practicando, porque será así como nos tendremos que dirigir a él durante los próximos cuatro años: "PRESIDENTE TRUMP".

En mi vida he deseado tanto estar equivocado como ahora.

Me imagino lo que estaréis haciendo ahora mismo. Estaréis negando con la cabeza y mientras pensáis: "No, Mike, no va a ganar". Por desgracia, vivís en una burbuja con una cámara de resonancia acoplada en la que tanto vosotros como vuestros amigos estáis convencidos de que los estadounidenses no van a elegir como presidente a un idiota. Vais alternando entre la sorpresa y la mofa por su último comentario o por su actitud narcisista ante todo, porque todo gira a su alrededor. Y después escucháis a Hillary y veis a la que sería la primera mujer en un cargo así en Estados Unidos, una persona respetada, inteligente y que se preocupa por los niños, que continuará con el legado de Obama porque eso es claramente lo que quieren los estadounidenses, cuatro años más de esto.

Tenéis que salir de esa burbuja inmediatamente. Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real. Intentar tranquilizaros con datos -"el 77% del electorado son mujeres, personas de otras razas y jóvenes de menos de 35 años, ¡y Trump no puede ganar por mayoría en ninguno de esos sectores!"- o con lógica -"¡la gente no va a votar a un bufón ni en contra de sus intereses!"- es la manera que tiene el cerebro de protegerse de una situación traumática. Como cuando oyes un ruido extraño en la calle y piensas: "Ah, es que habrá reventado una rueda", o "¿quién anda tirando petardos?" porque no quieres pensar que lo que acabas de oír es un disparo. Es la misma razón por la que todas las noticias iniciales y testigos del 11-S decían en los primeros momentos que "un pequeño avión se había estrellado por accidente contra el World Trade Center". Queremos -necesitamos- tener esperanza porque, francamente, la vida ya es lo suficientemente dura y ya bastante hay que luchar entre sueldo y sueldo. No podemos con muchas más malas noticias. Por lo tanto, nuestro estado mental vuelve al estado predeterminado cuando se hace realidad algo aterrador. Las primeras personas arrolladas por el camión en el atentado de Niza pasaron sus últimos minutos de vida pensando que el conductor del camión simplemente había perdido el control del vehículo, haciéndole señas y gritándole que tuviera cuidado y que había gente en la acera.

Queridos amigos, esto no es un accidente. Es la realidad. Y si creéis que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es que no os habéis quedado con nada de las 56 primarias en las que 16 candidatos republicanos probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas, creo que va a ganar; y, para lidiar con ello, necesito que primero lo reconozcáis y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo en el que nos hemos metido.

No me malinterpretéis. Tengo muchas esperanzas puestas en el país en el que vivo. Las cosas están mejor. La izquierda ha ganado las guerras culturales. Los gais y las lesbianas pueden casarse. La mayoría de los estadounidenses adoptan la postura liberal en las encuestas: en el sueldo igualitario para hombres y mujeres, en que el aborto debería ser legal, en la imposición de unas leyes medioambientales más severas, en un mayor control de las armas, en la legalización de la marihuana. Se ha producido un gran cambio: que les pregunten a los socialistas que han ganado en 22 estados este año. Y no me cabe duda de que si la gente pudiera votar desde el sofá en su casa a través de la Xbox o de la PlayStation Hillary ganaría por goleada.

Pero en Estados Unidos las cosas no funcionan así. La gente tiene que salir de casa y esperar una cola para votar. Y, si viven en barrios pobres, con mayoría de negros o de hispanos, no solo tendrán que hacer una cola más larga, sino que se hará todo lo posible para evitar que vayan a votar. Así que en la mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Sabéis la respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las elecciones y de ir dando la brasa todo el día hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos encontramos. Y no os engañéis: ni los persuasivos anuncios de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump.

"Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real".
Estas son las cinco razones por las que Trump va a ganar:

1. El Brexit del medio oeste de Estados Unidos. Creo que Trump va a centrar gran parte de su atención en los cuatro estados azules de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Cuatro estados tradicionalmente demócratas, pero que han elegido a gobernadores republicanos desde 2010 (Pensilvania es el único que finalmente ha elegido a un demócrata ahora). En las primarias de Michigan de marzo, 1,32 millones de habitantes votaron a los republicanos frente a los 1,19 millones que votaron a los demócratas. Según las últimas encuestas de Pensilvania, Trump va por delante de Hillary; y en Ohio están empatados. ¿Empatados? ¿Cómo es posible que esta carrera esté tan reñida después de todo lo que ha dicho y hecho Trump? Quizá se deba a que este ha dicho (y ha dicho bien) que el apoyo de los Clinton al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha ayudado a destruir a los estados industriales de la zona norte del medio oeste de Estados Unidos. Trump va a machacar a Clinton con este tema y con el hecho de que haya apoyado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y otras políticas de comercio que han perjudicado a los habitantes de esos cuatro estados. Durante las primarias de Michigan, Trump amenazó a la empresa Ford Motor con que si seguían adelante con el cierre de la fábrica que tenían previsto y se trasladaban a México, pondría un impuesto del 35% a todos los coches construidos en México que se enviaran a Estados Unidos. Música para los oídos de la clase trabajadora de Michigan. Y cuando lanzó otra amenaza a Apple y dijo que les obligaría a dejar de fabricar iPhones en China y a fabricarlos en Estados Unidos todos quedaron embelesados y Trump se llevó una gran victoria que debería haber sido para el gobernador de al lado, John Kasich.

La zona que abarca desde la ciudad de Green Bay (Wisconsin) hasta Pittsburgh (Pensilvania) recuerda a la mitad de Inglaterra: rotas, deprimidas y en las últimas funcionan las chimeneas esparcidas por el campo en el esqueleto de lo que antes llamábamos clase media. Trabajadores (y no trabajadores) amargados y enfadados a los que Reagan engañó y a los que los demócratas -que siguen intentando persuadir de forma deshonesta pero solo quieren aprovecharse de la situación codeándose con banqueros que les puedan extender cheques- abandonaron. Lo que ha pasado con el Brexit en Reino Unido también va a pasar aquí. Elmer Gantry aparece como Boris Johnson y se limita a inventar para convencer a la gente de que ¡esta es su oportunidad! De acabar con todos, con todos los que hicieron añicos su Sueño Americano. Y ahora Donald Trump, el forastero, ha llegado para limpiarlo todo. ¡No hace falta que estéis de acuerdo con él! ¡Es vuestro cóctel molotov personal, el que podéis lanzar a los malnacidos que os hicieron esto! ¡HACEOS OÍR, TRUMP ES VUESTRO MENSAJERO!

Y aquí es donde entran en juego los cálculos. En 2012, Mitt Romney perdió por 64 votos electorales. Sumemos los votos electorales de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Son 64. Lo único que Trump necesita para ganar es mantenerse, tal y como se espera, en la franja de estados tradicionalmente republicanos de Idaho a Georgia (estados en los que nunca ganará Hillary Clinton), y ganar en Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. No necesita ganar en Florida, ni en Colorado ni en Virginia. Solo en los cuatro anteriores. Y eso le colocará en la cima. Y eso es lo que va a pasar en noviembre.

2. El último bastión de los hombres blancos enfadados. El gobierno de Estados Unidos que lleva 240 años dominado por hombres llega a su fin. ¡Una mujer está a punto de llegar al poder! ¿Cómo ha podido suceder? Delante de nuestras narices. Había señales de peligro, pero las ignoramos. Nixon -el traidor del género- impuso el Título IX, la ley por la que, en el colegio, las alumnas deberían tener las mismas oportunidades a la hora de practicar deporte. Y luego les dejaron pilotar aviones comerciales. Y antes de que nos diéramos cuenta, Beyoncé revolucionó la Super Bowl (¡nuestro partido!) con un ejército de mujeres negras que, con el puño en alto, dejaron claro que nuestra dominación había terminado. ¡Dónde hemos ido a parar!

Ese es el pequeño resumen de la mente del hombre blanco en peligro de extinción. Tienen la sensación de que se les escapa el poder de las manos, de que su manera de hacer las cosas ya no es la manera en la que se hacen las cosas. La "feminazi", ese monstruo que, como dice Trump, "sangra por los ojos o por donde sea", nos ha conquistado y ahora, después de haber tenido que pasar por ocho años en los que un hombre negro nos ha dicho qué hacer, ¿se supone que tenemos que aguantar ocho años en los que una mujer nos mangonee? ¡Después de eso serán ocho años de gais dirigiendo la Casa Blanca! ¡Y luego transexuales! Ya veis por dónde van las cosas. Para entonces, se les habrán concedido derechos humanos a los animales y el presidente del país será un hámster. ¡Esto tiene que acabar!

3. El problema de Hillary. Seamos sinceros, ahora que estamos entre amigos. Ante todo, dejadme que os diga que me gusta -mucho- Hillary y que creo que le han creado una reputación que no se merece. Pero el hecho de que votara a favor de la guerra de Irak hizo que yo me prometiera que no volvería a votarla. Hasta la fecha, no he roto esa promesa. Por intentar evitar que un protofascista se convierta en nuestro presidente, voy a romper esa promesa. Me entristece pensar que Clinton encontrará la manera de meternos en un conflicto militar. Es un halcón a la derecha de Obama. Pero el dedo psicópata de Trump estará listo para pulsar El Botón, así son las cosas.

Asumámoslo: Trump no es el mayor de nuestros problemas, es Hillary. Es muy impopular: el 70% de los votantes piensan que no transmite confianza ni honestidad. Representa a la política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las elecciones. Por eso estuvo en contra del matrimonio homosexual en su momento y ahora lo defiende. Entre sus mayores detractores se encuentran las mujeres jóvenes, cosa que tiene que dolerle considerando los sacrificios que ha hecho -tanto Hillary como otras mujeres de su generación- y lo que ha luchado para que las generaciones más jóvenes no tengan que aguantar que las Barbaras Bushes del mundo les manden callar y a hacer galletas. Pero no gusta a los jóvenes, y no hay día que no oiga a un millennial decir que no la va a votar. Ningún demócrata, ni ninguna persona que no apoye a alguno de los dos partidos mayoritarios, se va a levantar emocionado el 8 de noviembre por ir a votar a Hillary como pasó cuando Obama ganó las elecciones o cuando Bernie Sanders era candidato en las primarias. No hay entusiasmo. Y, como estas elecciones solo van a depender de una cosa -de quién atraiga a más gente a las urnas-, Trump lleva las de ganar.

4. El voto deprimido a Bernie Sanders. Dejad de preocuparos por que los simpatizantes de Bernie no votemos a Clinton, porque la vamos a votar. Según las encuestas, el número de seguidores de Sanders que voten a Hillary este año será mayor que el número de simpatizantes de Clinton que votaron a Obama en 2008. Ese no es el problema. Lo que debería alarmarnos es que cuando el simpatizante promedio de Bernie se arrastre a las urnas el día de las elecciones para votar a Hillary a regañadientes, a eso se le llamará "voto deprimido" (lo que significa que el votante no se lleva a cinco personas con él para que voten también, que no se ha presentado como voluntario para hacer campaña 10 horas al mes de cara a las elecciones y que no contesta con emoción cuando le preguntan por qué va a votar a Hillary: un votante deprimido). Porque, cuando se es joven, se tiene tolerancia cero ante los farsantes y las mentiras. Para la gente joven, volver a la era de Clinton/Bush es como tener que pagar de repente por escuchar música, o volver a usar MySpace o a llevar un teléfono móvil como una maleta de grande. No van a votar a Trump; algunos votarán a un tercer partido, pero muchos se limitarán a quedarse en casa. Hillary Clinton va a tener que hacer algo para dar a los jóvenes una razón para que la apoyen; y elegir a un señor blanco, viejo, insulso y moderado como candidato a vicepresidente no es el tipo de decisión atrevida que pueda transmitir a los millennials que su voto es importante para Hillary. Que hubiera dos mujeres al frente era una idea interesante. Pero Hillary se ha asustado y ha decidido ir a lo seguro. Otro ejemplo más de cómo Clinton está matando poco a poco al voto joven.

5. El efecto Jesse Ventura. Por último, no descontemos la capacidad del electorado para hacer el mal o para subestimar cuántos millones de ciudadanos se conciben a sí mismos como anarquistas encubiertos una vez que echen la cortina y se dispongan a ejercer su derecho al voto. Es uno de los pocos sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas. Y precisamente por eso y por la ira que tienen algunos contra un sistema político inservible, millones de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden, simplemente. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá. E igual que cuando estás al borde de las cataratas del Niágara te preguntas por un instante cómo sería tirarse por ahí, habrá muchos a los que les encante sentir que son los que mueven los hilos y que pueden votar a Trump solo para ver qué pasa. Recordemos cuando, en los noventa, los ciudadanos de Minnesota eligieron como gobernador a un ex luchador profesional. No lo hicieron porque fueran estúpidos o porque pensaran que Jesse Ventura era un político célebre o intelectual. Lo hicieron porque podían. Minnesota es uno de los estados más inteligentes del país. Y también está lleno de ciudadanos con gusto por el humor negro, así que para ellos votar a Jesse Ventura fue como hacer un chiste práctico en un sistema político enfermo. Y es lo que va a volver a pasar con Trump.

Cuando me disponía a volver a mi hotel después de participar en el programa especial de Bill Maher sobre la Convención del Partido Republicano en la cadena HBO, un hombre me paró por la calle. "Mike", me dijo, "tenemos que votar a Trump. TENEMOS que cambiar las cosas". Eso fue todo. Para él, era suficiente. "Cambiar las cosas". De hecho, es lo que Trump haría, y a gran parte del electorado le gustaría ser espectador de ese reality show.

Atentamente, 
Michael Moore



II

Michael Moore "Lista de cosas que hacer tras las elecciones estadounidenses", Huffington Post, 11/11/2016 

1. Formar con rapidez y decisión un movimiento de oposición de los que no se ven desde la década de los sesenta.

Yo participaré y ayudaré a dirigirlo y estoy seguro de que muchos otros (Bernie Sanders, Elizabeth Warren, el comité de acción política estadounidense MoveOn, la comunidad del hip-hop, el DFA [Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos]) lo harán también. El núcleo de esta oposición será impulsado por jóvenes, que, como en los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, no toleren estupideces, muestren una implacable resistencia a las autoridades y no tengan ningún interés en ceder ante racistas y misóginos.

2. Prepararse para impugnar a Trump.

Tal y como los republicanos pensaban hacer con Hillary desde el primer día, debemos organizar el sistema que presentará cargos contra él cuando viole el juramento e infrinja la ley; y, en ese momento, debemos apartarle del cargo.

3. Comprometerse a una enérgica lucha (que podrá implicar desobediencia civil, en caso de que sea necesario) que bloquee a cualquiera de los candidatos de Donald Trump al Tribunal Supremo que no cuenten con nuestra aprobación.

Exigimos que los demócratas del Senado se mantengan agresivamente obstruccionistas con los candidatos que apoyen a la organización conservadora Citizens United o que estén en contra de los derechos de las mujeres, de los inmigrantes o de los pobres. Esto no es negociable.

4. Exigir una disculpa del Comité Nacional Demócrata a Bernie Sanders...

... por intentar amañar las primarias en su contra, por hacer que la prensa ignorara su campaña, por darle a Clinton las preguntas antes del debate en Flint (Michigan), por la discriminación por edad y el antisemitismo latentes en sus intentos de disuadir a sus votantes por cuestiones de edad o de creencias religiosas y por su sistema antidemocrático de "superdelegados" a los que nadie ha elegido.

Ahora todos sabemos que si a Bernie le hubieran dado la oportunidad, probablemente habría sido uno de los candidatos a la presidencia y que -como verdadero candidato del cambio- habría inspirado y movilizado a sus seguidores y habría derrotado a Donald Trump. Si el Comité Nacional Demócrata no se disculpa, no pasa nada: cuando recuperemos el Partido Demócrata (ver punto uno de la lista de cosas por hacer de ayer), emitiremos la disculpa en persona.

5. Exigir que el presidente Obama designe a un fiscal especial...

... que investigue quién y qué está detrás de la intromisión ilegal en las elecciones, a 11 días de votar, del director del FBI, James Comey.

6. Comenzar un movimiento de presión nacional, mientras está reciente en la mente de todo el mundo, a favor de una enmienda constitucional para reformar el inservible sistema electoral.

1. Eliminar el Colegio Electoral y mantener solo el voto popular.

2. Eliminar el voto electrónico y mantener solo las papeletas.

3. Las elecciones deben celebrarse en un día festivo, o en fin de semana, para que pueda votar más gente.

4. Todos los ciudadanos, independientemente de sus encontronazos con el sistema de justicia penal, deben tener derecho a votar. (En estados decisivos como Florida y Virginia, entre un 30% y un 40% de los hombres negros tienen prohibido votar por ley).

7. Convencer a Obama de que haga de inmediato lo que debería haber hecho hace un año.

Mandar al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos a Flint para cavar y reemplazar las tuberías tóxicas. NO HA CAMBIADO NADA; el agua de Flint sigue sin poder utilizarse.

Intentemos tener todo esto hecho para el atardecer. Mañana, más quehaceres....

Este post fue publicado originalmente en la página de Facebook de Michael Moore.

Este post fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

La fortuna de Trump proviene del burdel que fundó su abuelo

La actual fortuna de Donald Trump se gestó en el burdel que tenía su abuelo, Bloomberg / El Economista 27/10/2016:
   
La fortuna del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, no tiene su origen en los negocios inmobiliarios del magnate, en sus casinos o en sus beneficios del 'reality show'. Según Gwenda Blair, que ha reconstruido la historia de la familia Trump de las últimas tres generaciones, todo comenzó cuando el abuelo del multimillonario emigró desde Alemania, llegó a Canadá y montó un bar restaurante y un prostíbulo.

Blair señala que Friedrich Trump se fue de Alemania a los 16 años con poco más que una maleta, llegando a Nueva York para trabajar como peluquero. Después de pasar por Seattle y la extinta Monte Cristo, la fiebre del oro de finales del siglo XIX le llevó a Bennett, en la Columbia Británica (Canadá). Allí, junto con su socio Ernest Levin, construyó el Arctic Restaurant, que se promocionaba como el mejor equipado de la ciudad. Este municipio era lugar de tránsito para los buscadores de oro, y el restaurante-lupanar de Trump, como tantos otros negocios similares, aprovechó la afluencia habitual de mineros.

Una carta en el diario Yukon Sun el 17 de abril de 1900 advertía de que el local suponía un alojamiento excelente para los hombres, pero que las mujeres debían evitarlo porque escucharían cosas "repugnantes" que herirían sus sentimientos pronunciadas también por personas "depravadas de su propio sexo".

La ciudad de Bennett dejó de ser un enclave estratégico de paso de mineros cuando se construyó una vía de tren entre Skagway (Alaska) a Whitehorse, lo que facilitaba el viaje a los buscadores de oro, que ya no pasaban por la ciudad del local de Trump. En consecuencia, Trump se llevó su negocio a Whitehorse, de donde finalmente se fue en 1901.

Friedrich Trump intentó regresar a su Kallstadt natal, pero no pudo recuperar su nacionalidad germana, por lo que regresó a Nueva York con sus riquezas, equivalentes a algo menos de medio millón de dólares actuales. Con estos fondos se financiaron las primeras inversiones inmobiliarias de la familia Trump en el estado de la 'Gran Manzana', que más tarde aprovecharían tanto su hijo Fred como su nieto y candidato presidencial Donald.

Por su parte, el magnate que ha llegado a disputar la carrera por la Casa Blanca afirmó a The New York Times que la investigación de Blair es "totalmente falsa", y apunta en sus memorias que su abuelo era sueco.

La ideología de los nuevos modelos de educación

Alberto González Pascual Director de Transformación. RRHH. PRISA, "La ideología de los nuevos modelos de educación", en Huffington Post, 9/11/2016 

"Es la sensación de poder unida a la sensación de conocimiento lo que hace a los hombres desear creer y temer la duda". William K. Clifford. El deber de investigar (1877).

Nuestros hijos, en la escuela, el instituto y la universidad ¿estudian lo suficiente?, ¿aprenden lo que es auténticamente importante?, ¿desarrollan al máximo su potencial para tener posibilidades de disfrutar de un trabajo en el que desempeñar su vocación? Los sistemas educativos occidentales, ¿están preparados para asegurar todas estas demandas de las sociedades y los gobiernos que los sostienen?

Ya entrados sobradamente en un nuevo cambio de siglo, suele ser un fenómeno bastante recurrente el que los sistemas (políticos, de valores y creencias, económicos) que nos sirvieron durante los 80, 100 o 150 años anteriores comiencen a ser no solo exhaustivamente revisados sino que, por añadidura, pasen a ser denostados, estigmatizados o incluso marginados desde sectores cada vez más influyentes de la sociedad. Uno de los casos que más nos puede preocupar de dicha tendencia tiene que ver con el sistema de socialización en el que los niños, los adolescentes, los jóvenes universitarios y de formación profesional, y los adultos en formación continua, aprenden lo que aprenden, y no otras cosas, y en qué tipo de coyunturas se miden tanto el progreso de sus inteligencias como el nivel de éxito esperado (incluido el retributivo) cuando sus conocimientos sean aplicados en su vida particular y en el ámbito profesional.

En nuestros días, entre los más privilegiados se multiplican las voces que, aspirando a ser consideradas como visionarias para mayor regocijo de la humanidad, anuncian el fin de los exámenes, la sobrevaloración del ejercicio de la memoria, el aniquilamiento precoz de la imaginación, el exceso de deberes para casa, la enseñanza de materias y conceptos sin utilidad para conseguir un trabajo creativo e impulsar la economía, o la amenazante irrupción de los robots sustituyendo no solo trabajos manuales sino aspectos tanto del proceso de aprendizaje (en el que las máquinas se convierten en los profesores del futuro) como de la toma de decisiones (llegando a ser esta IA enriquecida los nuevos asesores de cabecera de los gobiernos y las grandes fortunas).

Este escenario, al ser volcado sobre el tipo o perfil de persona que el mercado supuestamente demanda, y por el que presiona al sector educativo, se resume popularmente mediante construcciones del lenguaje, disfemismos en esencia, como "menos teoría y más práctica", "más aterrizaje y menos conceptos", "más pasión por asimilar los conocimientos, que además cada vez deben ser más simplificados, requiriendo el esfuerzo justo, puesto que luego, a la hora de la verdad, el disponer de un dominio extraordinario no servirá para casi nada". En paralelo y contradictoriamente, asoma un objetivo virtuoso al que bienintencionadamente se le está colocando por delante de todos los demás, y que al escucharlo, como una nota nueva en la partitura que toca la orquesta de los más poderosos, suena tan osado como inaudito: "los alumnos tienen que aprender a pensar críticamente".

¿Acaso no ha sido siempre ese el propósito universal de la enseñanza, en la Grecia de Platón y Eurípides, en el Renacimiento italiano de Pico della Mirandola, en la Holanda de la Ilustración radical en la que maduró Spinoza? "Veritas" es el mandato al que se consagra una institución tan afamada como la que ayudó a edificar en el siglo XVII John Harvard, y es la verdad, su búsqueda y comprensión, la mejor guía para disfrutar de una existencia autentica, tal y como la concebía Sartre. Ambas categorías, verdad y autenticidad, siempre han estado en la base del modelo educativo occidental. Pues ¿qué ha propuesto éste sino en esencia crear individuos capaces de aprehender el mundo con las armas de la lógica y la dialéctica? Más recientemente, se han ido popularizando ciertas ideas alrededor de la importancia de cultivar personas talentosas, las cuales, para serlo, deben demostrar no sólo que saben pensar con rigor, sino que son capaces de hacer uso de la imaginación para crear algo de la nada. Así, sutilmente, la educación basada en el conocimiento ha ido siendo desplazada por la "ideología de la genialidad" que, al incorporar en su esencia los valores económicos, ha acabado por transformar el mismo enfoque cultural de nuestra civilización.

El primer rasgo de este giro cultural que estamos sufriendo apela a diferenciar nítidamente lo que de verdad es útil aprender en términos no solo educativos, sino socioeconómicos: los conocimientos técnicos, el saber acerca del funcionamiento de cada cosa, el poder arreglar algo, el utilizar con pericia una herramienta... Para estos casos, el conocimiento es un capital en sí que, si bien podría no ser abundante en un momento dado, lo cierto es que no es demasiado caro de obtener para un país desarrollado.

Sin embargo, el impulso del que, siguiendo la lógica anterior, deberían beneficiarse las ciencias y las ingenierías, puede servirnos para ilustrar un prejuicio latente que, como es natural en nuestra cultura política, tiene trampa. Muchos de ustedes ya habrán leído algunas noticias que exponen que EEUU en la próxima década necesitará proveer su mercado interno con un millón de nuevos licenciados en matemáticas, física, química, biología, e ingenierías (empaquetadas en el acrónimo STEM -science, technology, engineering, and mathematics-) si realmente quiere mantener su posición económicamente prominente mediante la explotación de los diversos campos de la ciencia y el desarrollo tecnológico (una proyección que podemos contrastar con el amenazante dato de que en China se están "produciendo" dos millones de ingenieros al año). Parecería que el esfuerzo de ser un científico en EEUU equivale a poder ejercer la vocación de una manera prácticamente asegurada: un trabajo para toda la vida. Pero la verdad de esta consideración no es tan sencilla.

El U.S. Census Bureau reportó en 2014 que el 74% de la población formada en alguna diplomatura o licenciatura de la esfera STEM y que tenía un empleo en realidad no estaba ejerciendo su profesión. Al desglosar ese enorme porcentaje se descubre, entre otras sorpresas, que el 32% de ellos posee un titulo en ingeniería informática, quejándose de la ausencia de puestos de trabajo en su sector. Por lo tanto, y a pesar de lo que parecen indicar las demandas educativas de las empresas, en el presente no hay una aguda escasez de científicos e ingenieros, sino más bien un exceso de jóvenes capaces de desempeñar los trabajos ofertados. De hecho, solo hay cierta escasez en determinas posiciones muy especializadas, en función de las necesidades coyunturales de las empresas y de la normal variabilidad del mercado. Por ejemplo, en este momento la demanda para contratar a desarrolladores web y científicos de datos está al alza, mientras que, en el extremo contrario, la demanda de doctorados en computación y en biología está a la baja, sin que ello signifique que ambas tendencias vayan a perpetuarse.

Un rasgo del giro cultural consiste en debilitar, por supuestamente ineficaz y despilfarrador, el sistema educativo formal, especialmente la parte que está formada por las universidades.
Sin desmenuzar todo el mol de esta breve radiografía, una conclusión relevante, resumida en dos asunciones, sería esta:

(i) Los puestos de trabajo destinados a la investigación y la innovación escasean, y hay sobrados perfiles cualificados esperando para tener un trabajo de estas características.

(ii) La mano de obra técnica continúa estando sometida a las fluctuaciones de la economía, y es realmente sobre dicha mano de obra en la que se quiere provocar un surplus sostenible que permita a las empresas no tener que pagar unos salarios demasido altos por ella. Es muy posible que esta inercia, en términos de economía política, sea una estrategia comercial para intentar que el conjunto de Occidente no sea definitivamente derrotado por China, donde sabemos que se fabrica por una quinta parte del costo que en EEUU y cuya mano de obra será hiperabundante durante todo el siglo XXI en todas las magnitudes del alcance STEM.

Con este ejemplo pretendo ilustrar una sencilla hipótesis que estructura el trasfondo ideológico de quienes están empujando para que se produzca un cambio de modelo en una dirección concreta: en el mercado de trabajo, lo que realmente escasea es la superdotación de perfiles que puedan aportar saltos cuánticos -de alto valor añadido- a las empresas del sector privado (¿se imaginan unos millares de jóvenes con el talento de Edward Snowden pasando a formar parte cada año de las plantillas de empresas tecnológicas españolas?); desde el ámbito empresarial, deberíamos aportar una conclusión equivalente, pues de nada sirven dichos perfiles si no existen las mentes creativas con vocación visionaria capaces de crear y desarrollar empresas con valor disruptivo (al estilo de Facebook o Tesla). En realidad, estamos ante la clásica utopía del capital que el propio sistema económico suele encargarse de neutralizar (dado que la superestructura del mercado, con sus empresas más dominantes, favorece las conductas monopólicas, empujando a las más pequeñas a dibujar planes de beneficios cortoplacistas).

Partiendo de estas consideraciones, un segundo rasgo del giro cultural consiste en debilitar, por supuestamente ineficaz y despilfarrador, el sistema educativo formal, especialmente la parte que está formada por las universidades y los centros de investigación financiados con presupuestos públicos (y que, en cierta medida, son más y mejor disfrutados por las clases medias y trabajadoras). Por lo tanto, se despliega un ataque sobre el sistema que da cobijo cultural y ético a los estudiantes sin grandes recursos económicos y sin un "talento" oficialmente certificado (lo que implica que la élite empresarial no tiene un interés especial en reclutarlos). Tras esta medida, encontramos el siguiente argumento: la transferencia de perfiles desde las universidades a las empresas es ineficiente, entre otras razones porque lo que se enseña en ellas está alejado de aquello que operativamente se necesita en cada momento en el sector productivo (empezando por el hecho de que el propio profesorado no se encuentra plenamente capacitado ni tampoco tiene los recursos para incorporar las habilidades, la experiencia y los conocimientos emergentes); en consecuencia, para obtener un puesto de trabajo, las certificaciones avaladas por el Estado cada vez tienen menor peso específico, y los conocimientos que las empresas buscan en sus trabajadores deben ser adquiridos por los estudiantes a través de vías informales.

El apego creciente a estas críticas se ve favorecido por la aparición de nuevas instituciones y empresas que aspiran a ir ocupando un espacio digital en el mercado, aprovechando su influencia política, la enorme flexibilidad de su oferta educativa, al escapar de las normas que el Estado social reserva a las empresas públicas, y ser capaces de aprovechar con brillantez el desarrollo de las tecnologías de la información. Por supuesto, se trata siempre de compañías "con un sello de calidad", lo cual no debería sorprender a nadie, pues ellas mismas lo gestionan. Una de ellas es Singularity University (la universidad de Silicon Valley), que sin generar para sus alumnos ningún tipo de licenciatura oficial, máster o doctorado, está legitimándose como un foco de aprendizaje con un gancho global sin parangón gracias al prestigio que en el mundo de los negocios digitales y las nuevas tecnologías atesoran sus fundadores y las empresas privadas y púbicas que la financian (como la NASA o Google). Precisamente, en una reciente entrevista publicada en EL PAÍS, David Roberts, uno de sus integrantes de referencia, advertía del modus operandi con el que la gobernanza mundial está desplegándose ante nosotros en materia de educación. Entre sus consideraciones destacan las siguientes:

"Enseñamos en las escuelas lo que los colonialistas ingleses querían que aprendiese la gente: matemáticas básicas para poder hacer cálculo, literatura inglesa (...) Tenemos que enseñar herramientas que ayuden a las personas a tener una vida gratificante, agradable y que les llene (...) Los programas académicos están muy controlados porque los gobiernos quieren un modelo estándar y creen que los exámenes son una buena forma de conseguirlo (...) Las únicas universidades que van a sobrevivir son las que tienen una gran marca detrás, como Harvard o Stanford, o en el caso de España las mejores escuelas de negocios. Las marcas dan caché y eso significa algo para el mundo. El resto van a desaparecer".

De este discurso, con claras reminiscencias libertarias, se extraen varios mensajes:

(i) Un desprecio general del rendimiento social producido por el modelo educacional que hemos disfrutado en los últimos decenios, subestimando los miles de millones de ciudadanos responsables que han surgido a partir de él, e ignorando a los centenares de mentes geniales aportados por el sistema.

(ii) El Estado social es identificado como la causa principal que desencadena las disfunciones del modelo, al haber establecido un mecanismo de control intensivo sobre aquello que se debe aprender y lo que hay que ignorar. Luego el Estado se convierte en un factor que debe ser aislado de su posición preeminente.

(iii) La igualdad de oportunidades, basada en el esfuerzo y el mérito que en una buena parte se garantiza mediante los exámenes (ya sea para acceder al sistema ya se para validar lo que has aprendido), directamente es cercenada y, por defecto, casi cualquier prueba de evaluación es puesta en tela de juicio (la discrecionalidad del dueño de la institución educativa, supuestamente tocado de omnisciencia y neutralidad, y la genialidad innata del estudiante, son insinuados como sus sustitutos naturales).

(iv) Si aspiras a que tus hijos alcancen cierto umbral de excelencia y a que puedan probar algunas gotas de felicidad basadas en el desempeño de una profesión, más nos vale como padres que adquiramos la conciencia de que no podrán aprender lo que es imprescindible si les enviamos a "vulgares" universidades regionales, sino que tendrán que dirigirse a los oráculos posmodernos como los que representan Singularity, Udacity y Khan Academy, o bien a la tradicional y cada vez más global Liga de Oro que forman Harvard, Standford, Yale, Oxford y Cambridge. En consecuencia, el desprestigio y la posición de partida desigual de los jóvenes españoles que realicen el grueso de sus carreras en universidades de Extremadura, Sevilla, Santiago de Compostela, Madrid o Barcelona parece ser algo empíricamente comprobado cuando cualquiera de ellos pasen a ser valorados por el mercado mundializado. Probablemente, esta valorización a la baja ocurre en nuestros días y desde hace tiempo, luego la tendencia parece consistir en agudizar esta creencia hasta que muchas de nuestras universidades sean contempladas como entidades insignificantes (cabe decir para desmontar tal operación ideológica que el sistema universitario español está dentro de los 10 más prolíficos del mundo en producción de pensamiento científico).

Debemos considerar, como síntoma de templanza, el hecho de admitir que la ciencia también puede llegar a implantar un tipo de tiranía cognitiva.

En resumen, el leitmotiv que recorre todas las ideas de Roberts se sintetiza en un fin último: "formar a personas para cambiar el mundo". Un propósito con tanta energía para encender nuestros sueños que casi resuena con la misma fuerza que un mandamiento religioso, mientras que, simultáneamente, el puro criterio científico queda eclipsado en demasía.

Al reflexionar sobre este estilo de ideario me vino a la memoria, como contrapunto, la vida y obra de William K. Clifford, un catedrático de matemáticas aplicadas de la University College de Londres, que organizó en 1878 un congreso de librepensadores abierto a científicos y filósofos de todo el mundo. Dedicado a la memoria de Voltaire, el compromiso central que debía guiar aquel debate consistía en encontrar los modos más eficaces de liberar a los pueblos de la Tierra de todos los tipos de superstición, dogmas de fe, prejuicios degradantes y opiniones disfrazadas de autoridad. Fue dirigido con un deseo ardiente de hacer "luz" sobre todo, y no solamente sobre aquello que se considerara conveniente por razones ajenas a la ciencia. Parece sensato el hecho de estar de acuerdo con Clifford en que en todas las épocas surgen personas inteligentes capaces de cuestionar las estructuras dogmáticas de una sociedad (lo que incluiría poder hacer crítica sobre el modo en el que funciona el sistema de la universidad). Por otra parte, debemos considerar, como síntoma de templanza, el hecho de admitir que la ciencia también puede llegar a implantar un tipo de tiranía cognitiva, basada en mantener que lo universalmente verdadero debe nacer exclusivamente desde la experiencia y nunca desde la imaginación.

Ante tal disyuntiva, la salida democrática que marcó el iluminismo de Clifford consistió en admitir que cada persona podía tener sus "propias" creencias, siempre y cuando la sociedad asumiera el riesgo de que algunas de ellas podían conllevar graves daños al progreso y las libertades de los demás. Por ende, las creencias, bajo este prisma, no podían ser ya un asunto privado, sino que debían pasar a ser un asunto público que concerniera a todos. Tal vez sea solamente una curiosidad casual, pero la responsabilidad de nuestro tiempo continúa siendo la misma a la que se enfrentaron los que asistieron a aquel congreso hace 140 años. Dejarnos llevar, abandonando la responsabilidad de cuestionar los prejuicios y los discursos políticos que nos rodean, y acogiendo la desmemoria de lo que significa salvaguardar la esencia del conocimiento y de la moral subsiguiente, solo puede conducirnos a perder el privilegio, siempre terrible, de ayudar a transformar el mundo en el que la posteridad tendrá que existir.

Ken Robinson, un experto británico en educación adherido a la corriente revisionista y que ha cosechado una gran popularidad en la última década, apela a un diseño educativo en el que quede derogada la jerarquía entre los diferentes conocimientos, proporcionando al teatro, la música, la oratoria y la escritura creativa un lugar a la altura de las matemáticas, la física o la lingüística. ¡Cómo no!, durante la República de Roma los hijos de los patricios estudiaban retórica, poesía, filosofía, y algo de geométrica básica. Lo importante para aquella forma de cultura era crear al ciudadano total capaz de mejorar el gobierno, que era concebido ya entonces como el destino de todos. Goethe con solamente 8 años ya sabia hablar con competencia cuatro idiomas (alemán, francés, griego y latín). Edward Snowden, el hacker más famoso de la historia, ni siquiera pasó por la universidad para ser capaz de aprender a hacer lo que hizo.

La inteligencia es una huella dactilar intransferible y absolutamente diversa y, además, nunca es un ente estático: como atributo biológico es algo en cambio constante, unas veces en progreso y otras en pregreso. El desarrollo cognitivo comienza antes del nacimiento y va más allá de los 16 o los 22 años. La inteligencia de cada uno, si se trabaja, si se usa, si se desafía a sí misma, crecerá con el tiempo, mejorando todas las capacidades materiales del individuo.

Entonces, ¿por qué sacrificar la curiosidad por el conocimiento basándose en que lo importante es lograr un encaje instrumental de las destrezas aprendidas únicamente para que uno pueda ganarse un puesto de trabajo con ciertas garantías? ¿Ser culto es un factor sin valor y prescindible en el mundo real? Otros temas pendientes que deberían abordarse en la búsqueda de la transformación del modelo educativo a escala holística tendrían que resolver con sinceridad dudas como estas: ¿es suficiente un modelo de educación que coercitivamente dure solamente hasta los 16 años?; ¿cuáles son las razones políticas que impiden que la educación de grado superior no sea también obligatoria?; ¿una carrera universitaria es eficaz y competente durando solamente cuatro cursos?; ¿las empresas españolas están sinceramente interesadas en atraer perfiles de 22 o 23 años recién salidos de la universidad para integrarlos de forma estable y como un valor añadido a sus modelos de negocio?; ¿el nivel de esfuerzo exigido a los menores y jóvenes debe relajarse?; ¿con qué motivos y fines sería razonable admitir dicha rebaja?

Es cierto que hay dos factores de alcance mundial que presionan para que tenga lugar un cambio crítico en la educación: la tecnología (en relación con la velocidad con la esta se introduce en nuestra vida profesional y personal) y la demografía (en el sentido de los millones de personas con una esperanza de vida cada vez mayor que cada año pasan a la jubilación mientras que, en la otra dirección, millones de personas jóvenes se incorporan con éxito desigual al mercado laboral). Soy plenamente consciente de que los alumnos que comienzan en este curso 2016-2017 su carrera en la universidad, incluidos algunos pocos a los que imparto clase, no se jubilarán hasta el 2083. Por sentido común, será muchísimo lo que todos ellos deberán seguir aprendiendo inmediatamente después de su época universitaria para alcanzar la proeza de continuar siendo "empleables" cuando este siglo XXI se aproxime a su final. La tecnología, para entonces, habrá cambiado de un modo tan radical que tendrá poco que ver con la que hoy conocemos.

Sin embargo, continuará estando presente una ley universal e inmutable, anclada en la vertiente democrática de los ideales modernistas que dieron esperanza al terrorífico siglo XX. Aquella que postula, al contrario que la visión calvinista que enseña que el hombre se halla predeterminado para ser un maldito por mucho que se esfuerce en redimirse, que la humanidad está predeterminada a ser salvada aunque no lo merezca. Esta creencia en el progreso humano emana directamente de la fe en el conocimiento científico, que debería ser el equivalente al conocimiento de la verdad y la autenticidad, sin renunciar al esfuerzo por perfeccionar al hombre y al mundo que lo rodea con libertad e imaginación. Una creencia con la que hasta Clifford estaría de acuerdo. Y esta fe suprema es la que hay que proteger de cualquier ideología deformadora que anteponga, frente a ella, tanto la mercantilización de la educación como la decadencia del impulso intelectual

Solo estas personas deberían votar

Miguel Ángel Medina, "Un niño enchufado a la vida. Aarón vive conectado a un respirador artificial. Sus padres piden ayudas para pagar la luz y un suministro eléctrico sin cortes", en El País, 8 NOV 2016.

La pesadilla de David y Verónica empezó el 3 de julio de 2014. Ella, embarazada de seis meses, sentía dolores y decidieron acudir al Hospital Infanta Leonor de Madrid. Allí le estuvieron realizando diferentes pruebas sin encontrar nada anormal y, tras más de ocho horas, enviaron a la pareja a casa. A la mañana siguiente, les llamaron para que volvieran al centro hospitalario, donde descubrieron que el feto llevaba unas 15 horas sin oxígeno y le provocaron el parto. Como consecuencia de lo que denominan una “negligencia médica” su hijo, Aarón, vive desde entonces conectado a un respirador artificial en su propio domicilio. Es lo que se llama un paciente electrodependiente, es decir, que necesita de la electricidad para sobrevivir. El cable de la luz es su segundo cordón umbilical.

“Las cuatro máquinas que ayudan a respirar a Aarón tienen que estar siempre conectadas a la red eléctrica. Esos aparatos tienen unas baterías que al inicio duraban cinco horas, pero con el tiempo solo duran una hora. Vivimos con el miedo constante a que haya una avería o algún problema y nos corten el suministro eléctrico”, explica David Cobisa. Además, su factura ha aumentado considerablemente: han pasado de pagar unos 80 euros al mes a entorno a 240 euros.

RECONOCIMIENTO EN OTROS PAÍSES

Los pacientes electrodependientes han visto reconocidos sus derechos en otros países, según explican David y Verónica. En Argentina, por ejemplo, se les aplica la tarifa eléctrica social -equivalente al bono social español- a las personas con una enfermedad cuyo tratamiento implique electrodependencia”. Mientras, en Nueva Zelanda, los pacientes registrados con este tipo de necesidades tienen derecho a recibir electricidad incluso en caso de impago de la factura: las empresas eléctricas tiene prohibido cortarles la luz.

El día a día de la familia, residente en Vallecas, es complicado. Verónica tiene concedida la una reducción de jornada del 99% por hijo a cargo con enfermedad grave y cuida al pequeño durante todo el día. Cuando David vuelve de trabajar, por la tarde, lo mueven y hacen ejercicios de rehabilitación, para lo que hacen falta dos personas. “Cada vez que salimos de casa necesitamos una ambulancia”, explican. Además, afirman tener concedida la Ley de Dependencia en grado 3 (el más alto), pero todavía no han recibido ningún tipo de ayuda.

Por eso han lanzado una petición en la plataforma de activismo Change.org para pedir a las Administraciones Públicas que les concedan el bono social (una tarifa eléctrica más barata para personas en riesgo de exclusión), así como que se les garantice el suministro eléctrico incluso en caso de avería. Esta protección especial para personas electrodependientes ha recabado ya más de 190.000 firmas, la mayoría de ellas en los últimos dos días. “Una petición similar en Argentina consiguió que el Gobierno de ese país aplicara la tarifa eléctrica social para este tipo de pacientes”, explica David, esperanzado. Para lograr lo mismo en España, el matrimonio está buscando casos similares al de su hijo con el fin de poner en marcha una asociación que defienda sus derechos. Además, están a la espera de juicio por la supuesta negligencia médica durante el parto.

La distribuidora eléctrica de Gas Natural Fenosa ha incluido a esta familia en el sistema de Ayuda a la vida, lo que la convierte en cliente prioritario. “En caso de corte de suministro por avería en la red, la compañía los tiene identificados y trabaja con el objetivo de recuperar su servicio de forma prioritaria. También, a la hora de planificar trabajos que conllevan interrupción del servicio, se les comunica cuándo se producirá el corte y el tiempo estimado”, explican. Además, la comercializadora se ha puesto en contacto con la familia para analizar su caso y ayudarles a contratar la tarifa que más se adapte a sus necesidades. La compañía también afirma que comparte con este colectivo “la necesidad de una reforma del bono social que incluya este tipo de usuarios para quienes el suministro eléctrico es esencial”. Por su parte, la Asociación Española de la Industria Eléctrica (Unesa), prefiere no entrar a valorar casos concretos.

El Ministerio de Industria ha declinado comentar el asunto, mientras que el Ministerio de Sanidad responde que la mayoría de las competencias dependen de la Comunidad de Madrid. El Gobierno regional, por su parte, explica que la valoración de dependencia de este menor se realizó en noviembre de 2015. “En principio, la familia no presentó toda la documentación necesaria requerida para la prestación prevista en el Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia, ya que faltaban datos sobre capacidad económica. Una vez presentada, el pasado 29 de agosto se dictó resolución por la que se concede una Prestación Económica para Cuidados en el Entorno Familiar (PECEF)”, señalan fuentes de la Consejería de Políticas Sociales. Esa prestación está pendiente de ser abonada, para lo que no hay fecha prevista. El Ayuntamiento de Madrid señala que ninguna de las peticiones del matrimonio depende de la administración local, pero han ordenado a los servicios sociales municipales que estudien el caso por si pudiera aplicarse algún tipo de ayuda específica.

martes, 8 de noviembre de 2016

Los apellidos con "de"

Héctor Llanos, "¿Son propios de las clases altas los apellidos que empiezan con 'De'?", El País,  7 NOV 2016

A menudo, sobreentendemos que el significado de la preposición "De" en los apellidos españoles denota procedencia de familia de alta alcurnia. En el nuevo gabinete del Gobierno conservador de Mariano Rajoy aparecen varios nombres de este estilo, entre ellos De Guindos, De Cospedal y De la Serna. Jaime Salazar, profesor del Máster de Heráldica, Genealogía y Nobiliaria de la UNED, explica a Verne por qué son más habituales actualmente entre las clases altas, pero aclara que en origen no eran sinónimo de elevada posición social: "Por lo general, indican procedencia de lugar, no título nobiliario", indica.

Tal y como explica Jaime Salazar, la razón principal de la preposición en estos apellidos es una mera cuestión toponímica, ya que en principio informaban sobre el lugar de procedencia del individuo que lo llevaba. Podía ser una ciudad o localidad (Vigo - De Vigo) o hacer referencia a algo que distinguía a la villa de la que procedían (Del Río, De la Torre, Del Bosque).

"Hasta hace dos siglos, era mucho más común que apareciera el 'De' entre nombre y apellidos, aunque la preposición no formaba parte de ninguno de ellos", explica el profesor universitario. Un ejemplo claro de lo que quiere decir lo encontramos en los grandes de la literatura española. Cuando nos referimos a Miguel de Cervantes solo con su apellido, decimos Cervantes en vez de De Cervantes, como nos ocurre con Francisco de Quevedo o con Luis de Góngora.

¿Por qué entonces son más comunes en la actualidad entre personas a las que suponemos una elevada clase social? A partir de el siglo XIX, comienza a suprimirse la preposición. Esa transición ocurrió de una forma algo caótica, así que algunas familias tradicionales decidieron mantenerla, ya que tuvieron esa posibilidad, explica el profesor. Al conservarse también en apellidos compuestos (Sáenz de Santamaría, Méndez de Vigo), que nos resultan más propios de familias de clase alta, nos encontramos la preposición más a menudo en los apellidos de los que consideramos ricos o cercanos a la aristocracia, aunque su significado original no tuviera relación con la clase social.

Es cierto que el "De" aparece relacionado con títulos nobiliarios, aunque no necesariamente en su apellido. Por ejemplo, es común encontrar escritos que llaman a Cayetana Fitz-James Stuart como Cayetana (duquesa) de Alba, cuando en realidad hacen referencia a su título. "Se trata por tanto de un uso social y no administrativo. El 'De' en castellano no funciona por tanto con el 'von' alemán -Von Bismark, Von Karajan-, que sí tiene connotación nobiliaria", confirma Jaime Salazar.

Existe otra forma de encontrar un apellido con esta preposición: a través del matrimonio. Al contrario que otros países, la mujer de habla hispana no pierde el apellido al casarse. Por eso, en ocasiones se incluye el del marido en segundo lugar, aunque su uso es mucho más común en los países hispanoamericanos.

"Disparate lingüístico"

Es común incurrir en errores al tratar con este tipo de apellidos. Si mantenemos el "De" en mayúscula en el apellido cuando prescindimos del nombre -"Del Bosque es el exseleccionador nacional de fútbol"-, caemos en "un disparate lingüístico", asegura el experto en apellidos. La razón, argumenta Salazar, es que sencillamente la preposición no forma parte del apellido. Incluirlo es un "uso incorrectísimo, solo que en la actualidad está tan extendido que es casi imposible que vuelva a usarse de forma adecuada", lamenta.

Es un criterio que sigue la Ortografía de la lengua española, cuando indica que los "De" han de ignorarse a la hora de ordenar alfabéticamente los apellidos en un listado.

A pesar de la aberración lingüística que cometemos continuamente, el docente encuentra una excepción en la que sí tiene sentido mantener la preposición en el apellido. En casos como De Juan o De Pablo, en los que se hacía referencia al padre del ciudadano que lo llevaba, el "De" ayuda a evitar confusión entre el nombre y el apellido.

Topónimos curiosos

Isidoro Merino, "Pueblos bonitos con nombres raros. Viaje en clave de humor por los topónimos más curiosos", en El País, 8-XI-2016:

Ultramort no es el título de un manga japonés, sino un pueblo de Girona. Y no hace falta que te pongas desodorante para viajar a Guarromán (Jaén), cuyo nombre significa en realidad Río de los Granados (del árabe Wadi-r-rumman). Con la complicidad de los lectores, propongo un viaje en clave de humor por los topónimos más curiosos.

Entrepiernas (Chile)

Bella y boscosa aldea de región chilena del Biobío. ¿Su gentilicio? Quillecano (pertenece a la comuna de Quilleco).

Real de Minas de Nuestra Señora de la Concepción de Guadalupe de los Álamos de los Catorce, más conocido como Real de Catorce, fue uno de los grandes centros mineros de San Luis de Potosí. Su fundación puede situarse entre 1772 y 1778, cuando se descubrieron unas importantes vetas de plata. Pertenece a la asociación de Pueblos Mágicos de México.

Egipto (Boiro, Coruña, España)

En las verbenas veraniegas de la parroquia de Abanqueiro, en el municipio de Boiro (A Coruña), se solía sortear una rifa premiada con un viaje a Egipto. Algunos picaban.

Peor es Nada (Chile)

Localidad chilena de la comuna de Chimbarongo, región del Libertador Bernardo O'Higgins. Su gentilicio es peoresnadino. Algo es algo.

Wamba (Valladolid, España)

Wamba (pronúnciese Bamba) es un municipio de los Montes Torozos, a 17 kilómetros de Valladolid. Es la única localidad española cuyo nombre empieza por W. Allí murió el rey Recesvinto y fue coronado el rey Wamba, uno de los últimos monarcas cristianos antes de la invasión árabe de la Península. Una curiosidad: el osario medieval de la iglesia de Santa María de la O, con centenares de calaveras apiladas por las paredes.

Vagina (Rusia)

Curioso nombre de una remota población del oblast de Tiumén, en los Urales (Rusia). En ruso se escribe Вагина, pero significa lo mismo que en español: mujer no muy alta.

Cariño (Coruña, España)

Municipio de la comarca gallega de Ortegal. Según la Wikipedia, "su gentilicio es cariñés o cariñesa, aunque también se conoce a sus habitantes por pixín o pixina".

Carantoña  (Coruña, España)

Los gallegos, que son muy melosos.

Climax (Míchigan, EE UU)

Empiezas con las carantoñas, sigues con los cariños y acabas en Míchigan.

My Large Intestine (Texas, EE UU)

El fundador del pueblo tenía problemas de estreñimiento.

Kagar (Alemania)

Un bonito pueblo a 100 kilómetros de Berlín, cerca de la pedanía de Repente. Prueba a juntarlos en una misma frase. El lago que baña Kagar se llama Kagarsee (lago de Kagar). Se puede ir de Repente a Kagar sin pasar por el trago de Kagarsee.

Aveinte (Ávila, España)

Problema: ¿A qué velocidad se mueve un coche que tarda una hora en viajar entre Aveinte y Ávila? Solución: a 20 kilómetros por hora (el pueblo se halla justo a 20 kilómetros de la capital provincial).

Los Infiernos (Murcia, España)

A 40 kilómetros al sureste de la capital murciana se halla ese lugar adonde irán todos los pecadores menos yo.

Novallas (Zaragoza, España)

Una compañía de seguros organizó el año pasado un concurso para elegir el pueblo de nombre más inquietante de España. Lo ganó esta localidad de la comarca aragonesa de Tarazona y el Moncayo que a pesar de su nombre, sí se merece una visita.

Boring (Oregón, EE UU)

Boring, en inglés, significa aburrido. Su eslogan turístico: "The most exciting place to live" (el lugar más excitante para vivir).

Pancrudo (Teruel, España)

Ya han quedado con los de Ajo (Cantabria, España) y Malcocinado (Badajoz, España) para escribir al consultorio de El Comidista.

Barbalimpia (Cuenca, España)

Pedanía perteneciente al municipio conquense de Villar de Olalla. Se cree que allí nació el primer hipster.

Salsipuedes (Córdoba, Argentina)

Gentilicio: vostequedás (es broma, que me perdonen los argentinos).

Pussy Creek (Ohio, EE UU)

La segunda palabra significa arroyo. La primera la buscáis en el diccionario de inglés.

Hygiene (Colorado, EE UU)

Para que no te pongan colorado o colorada en Colorado.

Espolla (Girona, España)

Municipio de la comarca catalana del Alto Ampurdán. Según Wikipedia, "su término municipal se extiende desde las vertientes del sur de la Sierra de la Albera hasta la planicie ampurdanesa". Para que luego vayas por ahí presumiendo de tamaño.

Vilapene / Villapene (Lugo, España)

Ya está todo dicho.

Kissing (Baviera, Alemania)

Además de un gerundio inglés, Kissing (besando) es el nombre un pueblo de Baviera (Alemania) que se presta a los chistes malos (Kissing in Kissing, jajajajá). Como Fucking, una linda localidad de Austria cuyo nombre no pienso traducir.

Do Stop (Kentucky, EE UU)

¡Para, para!

Condom (Gers, Francia)

Léase la reseña anterior.

Kisimmee (Florida, EE UU)

Otro lugar con nombre de chiste fácil (un juego de palabras con Kissing me, besándome, en inglés), cerca de Orlando.

Dildo (Terranova y Labrador, Canadá)

Al parecer, aunque aún no lo he podido confirmar, deriva de un topónimo indio que significa "consuelo".

Happyland (Oklahoma, EE UU)

“¡Oh, miradme! Estoy haciendo feliz a mucha gente. Soy el hombre mágico que vive en el País Feliz, en la casa de gominola de la calle de la Piruleta. Ah, por cierto, pretendía ser sarcástico”.  (Hommer Simpson).

Normal (Illinois, EE UU)

Como su propio nombre indica, un pueblo del montón.

Puta Burnu (Azerbaiyán)

Una grosería caucásica.

Sweet Lips (Tennessee, EE UU).

Morritos de azúcar.

Taumatawhakatangihangakoauauotamateapokaiwhenuakitanatahu (Nueva Zelanda)

En maorí significa “tres casas”.

Truth Or Consequences (Nuevo México, EE UU)

Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo (Truth: verdad). O no.

Warra (Australia)

En los territorios fronterizos y salvajes del Outback la gente no se aseaba mucho. Eran otros tiempos.

Wagga (Australia)

A ver, repite conmigo: “El peggo de San Goque no tiene gabo porque Gamón Gamírez se lo ha gobado”.

Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch (Gales, Reino Unido)

La traducción aproximada es: Iglesia de Santamaría del Hoyo del Avellano Blanco junto a la poza de Llantysilio de la Cueva Roja.

Å (Lofoten, Noruega)

Menos es más.

lunes, 7 de noviembre de 2016

In God we Trump. El nuevo Hítler

I
JOHN CARLIN, "El problema no es Trump. Decenas de millones de estadounidenses apoyan a un candidato que no tiene causa, sino enemigos", en El País, 7 NOV 2016

"El demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son mentira a gente que sabe que es idiota".

H.L. Mencken

El problema no es Donald Trump. El problema es el trumpismo, un cóctel de odio y fascismo repleto de mentiras e incoherencias confeccionado sobre la marcha por Trump y sus aduladores en un proceso febril de incitación mutua.

Los ingredientes del odio los conoce cualquiera que ha prestado una mínima atención a la campaña presidencial de Estados Unidos: denigra a los mexicanos, a los musulmanes, a los judíos, a los negros, a los inmigrantes en general, a los minusválidos, a los intelectuales y a las mujeres, especialmente las mujeres modernas, postfeministas e independientes, cuya imagen más visible es su rival para la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton.

Los ingredientes fascistas tampoco han sido difíciles de identificar: Trump, apoyado en su candidatura por el diario oficial del Ku Klux Klan, expone que si llega a la presidencia encarcelará a Clinton, desdeñando el principio democrático de la independencia judicial; que si no llega, no respetará el resultado, sugiriendo a la vez que podría animar a sus partidarios a alzarse en armas; que la tortura es deseable como método de interrogación; que los musulmanes en Estados Unidos, como los judíos en la época nazi, deben estar todos identificados en una base de datos.

Pero el problema no es Donald Trump, por más que sea la expresión hecha carne de casi todo lo que es vil en el ser humano. El problema es la gente que cree que semejante bicho es digno de ser el presidente de Estados Unidos, el país con más poder sobre la humanidad que cualquier otro. El problema es que decenas de millones de estadounidenses piensen votar por un hombre que dice que el gobernante que más admira en el mundo es el dictador ruso y exoficial del KGB Vladímir Putin. El problema es la idiotez de la jauría trumpista.

“Amo a los que no tienen educación”, declara Trump, y las multitudes le vitorean. Les ama porque no saben distinguir entre la verdad y las mentiras en las que se basa, que, como está bien documentado, conforman el 70% de lo que dice.

Un ejemplo entre miles. Trump insiste en que el índice de homicidios en Estados Unidos hoy es el más alto en 45 años. Trump se queja ante sus devotos de que la prensa jamás lo menciona. No lo hace porque es mentira. El índice de homicidios fue el doble en 1980 que en 2015.

Lo que hace Trump es presentar una imagen de Estados Unidos aterradora, una especie de Estado fallido hundido en la criminalidad y la miseria. Es el viejo truco del demagogo fascista, sea este Hitler, Franco o Mussolini, sea el enemigo el comunismo o la conspiración judía. Confiad en mí; solo yo soy capaz de salvaros.

El problema no es Trump; el problema son los que creen en él. Como nos recuerda una crítica en el New York Times de la biografía más reciente de Hitler, escrita por un historiador alemán llamado Volker Ullrich: “Lo que realmente da miedo en el libro de Ullrich no es que Hitler pudiera haber existido, sino que tanta gente parece haber estado esperando que apareciera”.

Es verdad que el apelativo de fascista se ha escupido con exagerada frecuencia y ligereza desde los años treinta. Pero en este caso, ya que de lo que se habla es la campaña de Trump para ascender al poder, la comparación no es frívola. Reputados intelectuales de izquierda y derecha en Estados Unidos, entre ellos el profesor universitario de economía Robert Reich y el historiador Robert Kagan, han definido explícitamente como de carácter fascista el culto al hombre fuerte redentor que se ha creado alrededor de la figura de Trump.

La victoria electoral de Hitler en 1933 fue el triunfo del odio, la barbarie y la estupidez. Una victoria para Trump en las elecciones de mañana sería lo mismo. No existe lógica alguna para que decenas de millones de estadounidenses, el grueso de ellos aparentemente hombres blancos que se sienten marginados y resentidos, vean en Trump el hombre que les devolverá a la prosperidad. La parte del cerebro que utiliza la razón no entra en juego. Trump es un billonario que no ha pagado impuestos en 20 años y está favor de que se recorten los impuestos de los mega ricos aún más.

La parte del cerebro que sí entra en juego es la más primaria y animal. La del miedo y la agresión, la de la manada. Tony Schwartz, que hace 30 años vendió su alma y escribió para Trump su libro El arte de la negociación, llegó a conocer al actual candidato presidencial mejor que casi nadie. “Trump está solo un eslabón por encima de la jungla”, dijo en una entrevista la semana pasada con el Times de Londres. “Su visión del mundo es tribal”.

Lo cual sería solo un problema para aquellos de sus familiares y conocidos que lo tienen que aguantar si no fuera por el hecho de que las masas descerebradas le adoran y existe el serio riesgo de que acabe ocupando la Casa Blanca. No hay análisis político que lo explique. Esa herramienta sobra. Para entender el fenómeno Trump hay que recurrir a la antropología, en este caso al estudio del animal humano en su versión más salvaje y primitiva. Porque el trumpismo no tiene causa; tiene enemigos. No propone esperanza; propone odio.

El problema no es Trump. Lo fantástico, lo grotesco, lo surreal es que en vísperas de las elecciones las encuestas digan que el odio, la barbarie y la estupidez tienen una razonable posibilidad de triunfar, que no es disparatado pensar que Trump consiga los votos necesarios para ser coronado presidente de Estados Unidos. Lo fantástico, lo grotesco, lo surreal es que tantos millones de los habitantes del país más próspero del mundo compartan su visión tribal, que no solo Trump sino sus devotos estén solo un eslabón por encima de la jungla.


II

Ariel Dorfman, "Faulkner ante la América de Trump", en El País7 NOV 2016:

El autor de El sonido y la furia se preguntó públicamente si Estados Unidos merecía sobrevivir después del linchamiento de un niño negro. Hubiera sentido espanto, aunque no extrañeza, frente a la figura del candidato republicano.

¿Merece sobrevivir este país? Esa fue la pregunta que lanzó públicamente William Faulkner en 1955 cuando supo que Emmett Till, un joven negro de 14 años, había sido mutilado y muerto en un pueblito de Misisipi por la osadía de silbarle a una mujer blanca —un acto de linchamiento que constituyó un hito fundamental en la creación del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos—.

Esa pregunta no era la que yo esperaba plantearme en este peregrinaje literario que mi mujer y yo hemos emprendido a Oxford, Misisipi, donde Faulkner vivió la mayoría de su vida y donde escribió las obras maestras torrenciales que lo convirtieron en el novelista norteamericano más influyente del siglo XX. Habíamos estado planificando un viaje como este hace muchos años, viéndolo como una ocasión para meditar sobre la existencia y la ficción de un autor que me había desafiado, desde mi adolescencia chilena, a romper con todas las convenciones narrativas, arriesgarlo todo como la única manera de representar la múltiple fluidez del tiempo y la conciencia y la aflicción, instándome a que tratara de expresar lo que significa “estar vivo y saberlo a fondo” en mi Sur chileno aún más remoto y perdido que el desdichado Sur de Faulkner. Y, sin embargo, esa pregunta acerca de la supervivencia de Estados Unidos es la que me ronda al visitar el sepulcro donde descansa, hace 54 años, el cuerpo del gran escritor, se me asoma cuando caminamos las calles que él caminó, es una pregunta que no puedo evitar al recorrer Rowan Oak, la vieja mansión que fue para él su más permanente hogar.

Puesto que, si el autor de El sonido y la furia estuviese vivo hoy, cuando su patria encara la elección más decisiva de nuestra época turbulenta, donde un demagogo demencial aspira, insólitamente, a ocupar la Casa Blanca, no cabe duda de que, ante “un momento incomprensible de terror”, volvería a proponer esa dolorosa pregunta a los seguidores de Trump, retándoles a rechazar una política de odio. Faulkner lo haría, creo yo, recordando a los personajes de sus propias novelas que, poseídos por un exceso de rabia y frustración, terminan autodestruyéndose a sí mismos y a la tierra que aman, incapaces de superar el pasado oscuro y salvaje que han heredado.

Habría mucho, por cierto, en Estados Unidos de hoy que Faulkner no reconocería. Aunque escribió sobre el dilema de los afroamericanos con notable inteligencia emocional, describiendo cómo los descendientes de esclavos sobrellevaron, “con orgullo inflexible y severo”, la carga impuesta por un sistema injusto y corrosivo, este hijo del Sur de Estados Unidos, sospechoso de los cambios drásticos, predicaba la paciencia y el gradualismo para vencer las barreras del racismo. Un hombre que no alcanzó a escuchar el discurso de Martin Luther King en Washington y al que le hubiera parecido inverosímil que alguien nacido del mestizaje pudiera ser presidente, tendría poco que enseñarle a esta América tan multicultural y atiborrada de nuevos inmigrantes. Igualmente difícil para Faulkner hubiera sido entender a las mujeres del siglo XXI, cuya emancipación y autosuficiencia feministas jamás anticipó.

Otros, menos envidiables, aspectos contemporáneos de Estados Unidos le serían, sin embargo, tristemente familiares a Faulkner.

Hubiera sentido espanto —aunque no extrañeza— frente a la peligrosa figura de Donald Trump. En su vasto y devastador universo ficticio, Faulkner ya había creado una encarnación sureña de Trump, si bien en una escala menor: Flem Snopes, un depredador voraz e inescrupuloso con “ojos del color de agua estancada”, que sube al poder mediante mentiras e intimidación, burlando y raposeando a los ingenuos que creen ser más astutos que él. Flem y su clan representaban para Faulkner aquellos conciudadanos suyos que “lo único que saben y lo único en que creen es el dinero, importándoles un carajo cómo se consigue”. Si una caterva como la de los Snopes llegase a proliferar y tomar las riendas del Gobierno el resultado sería, según Faulkner, catastrófico. Las últimas encuestas indican que semejante apocalipsis electoral, salvo una sorpresa estilo Brexit, es cada vez más improbable, pero el mero hecho de que un ser tan patológico y amoral sea siquiera un candidato viable hubiera llenado al autor de Absalón, Absalón de asco y pavor.

Los adeptos de Trump suscitarían hoy una reacción muy diferente de parte de Faulkner. Aunque era, para su época, políticamente liberal y progresista, trazó con cariño y humor las vidas de aquellos que hoy constituyen —pido excusas por tal generalización, siempre reductiva— el núcleo central de los partidarios de Trump: cazadores y patriotas que temen una conspiración para quitarles sus armas de fuego; hombres escasamente informados que se aferran a una virilidad amenazada y tradiciones atávicas; habitantes de comunidades rurales o económicamente deprimidas que se sienten sobrepasados por la marea incontenible de la modernidad, indefensos ante una globalización que no pueden controlar. Faulkner condenó siempre los prejuicios raciales y la paranoia de estos desconcertados coterráneos suyos, pero nunca fue condescendiente con ellos, acordándoles siempre aquello que deseaban con fervor tanto ayer como hoy: el respeto hacia su plena dignidad humana. Faulkner hubiera comprendido las raíces de la desafección de esa gente a la que le tenía tanto apego, la desazón irracional de muchos norteamericanos de raza blanca ante el asedio a su identidad y privilegios.

Es lo que hace hoy tan valiosa la voz de Faulkner.

La simpatía que manifestó este novelista insigne y sofisticado por los pobladores menos educados, religiosamente conservadores, de su imaginario condado de Yoknapatawpha, el hecho de que prefería la compañía de esa ralea popular y menospreciada a las tertulias y el elitismo abstracto de intelectuales exquisitos, lo hace el emisario ideal para abordar a los sostenedores de Trump con un mensaje en contra de la intolerancia y el miedo, un mensaje desde más allá de la muerte que no contiene ni un mínimo dejo de paternalismo o desdén.

Al contemplar el diminuto y frágil escritorio del estudio de Faulkner en Rowan Oak donde compuso el discurso que pronunció para la graduación de su hija Jill en el colegio local, oigo el eco de esas palabras tan pertinentes para su país actual. Urgió a esos compañeros de clase de su hija a transformarse en “hombres y mujeres que nunca han de rendirse ante el engaño, el temor o el soborno”. Les dijo, y lo reitera empecinadamente a sus compatriotas en 2016, que “tenemos no solamente el derecho, sino que el deber de elegir entre el coraje y la cobardía”, exigiéndoles a “nunca tener miedo de alzar la voz en pro de la honestidad y la verdad y la compasión, y contra la injusticia y la mentira y la avaricia”.

¿Caerá Estados Unidos en el abismo y el desconsuelo?


¿Se encuentra hoy este país marchando fatalmente a un destino trágico, como tantos personajes implacables de Faulkner, o sus ciudadanos tendrán la sabiduría para probar en forma contundente y avasalladora que, en efecto, su país merece sobrevivir?