martes, 14 de febrero de 2017

El CETA, tratado de dudosa legalidad que va contra los derechos de los europeos

Verónica Gómez, "Se vota este miércoles en el parlamento europeo. El CETA: mucha prisa por aprobar un tratado de dudosos contenidos y legalidad", en Nueva Tribuna. 13 de Febrero de 2017 

El Parlamento Europeo podría estar en vías de ratificar un acuerdo que es ilegal, además de faltar a su deber de asegurar que los tratados europeos respetan los principios fundamentales y leyes de la UE.

Una de las cuestiones más preocupantes de este tratado hace referencia al derecho de sindicación y la negociación colectiva, pues no vienen fuertemente protegidos en ningún capítulo del tratado
El CETA, o Acuerdo Económico y de Comercio Global entre Canadá y la UE, hace referencia a la creación de una zona de libre comercio e inversión entre ambas partes. Llama la atención, en un tema de tamaña envergadura, la falta absoluta de transparencia durante el procedimiento de negociación del mismo. Ya que el mandato de negociación (documento base del tratado) data de abril de 2009, pero no se desclasificó hasta diciembre de 2015. Y durante dicho procedimiento, no se abrió el acceso a los documentos relativos al tratado, más allá de las filtraciones, por lo que no conocimos el contenido del texto hasta que finalizó su negociación.

Habría que preguntarse porque no hemos sabido los ciudadanos europeos nada sobre este acuerdo hasta su finalización definitiva, y por qué hay tanto empeño, por parte de las élites políticas y económicas, en que sea votado y entre en vigor cuanto antes. Quizás la respuesta la hallemos en que una ciudadanía consciente sobre las disposiciones de tal acuerdo, nunca lo hubiese dejado prosperar. Recordemos algunos de sus contenidos más controvertidos antes de pasar al tema de su legalidad. 

LAS CLÁUSULAS 'STANDSTILL' Y 'RATCHET'

El CETA incluye la cláusula Standstill (Punto Muerto) la cual consiste en una ‘lista de negativa’ de servicios que los Estados tienen que facilitar para excluir aquellos servicios que no quieren que sean privatizados. El resto, presentes y futuros, podrían privatizarse y abrirse a la competencia de empresas extranjeras, ya sean canadiense o estadounidenses - a través de sus filiales en el país vecino. Es obvio, que una lista positiva, en la cual sólo se hubiesen enumerado los servicios que los Estados estarían dispuestos a privatizar, y dar a la competencia extranjera, habría sido mucho más restrictiva. La otra cláusula, llamada Ratchet (Trinquete), recoge una disposición que asegure, en la medida de lo posible, que aquellos servicios privatizados no vuelvan a ser rescatados para la gestión pública de los gobiernos en sus diferentes niveles (local, regional o estatal). A no ser que dichos gobiernos puedan hacer frente a un alto coste en materia de indemnización, hecho que dificulta sobremanera la remunicipalización de ciertos servicios, como la gestión del agua, por parte de los ayuntamientos.

Además, este acuerdo incluye la constitución de un Sistema de Tribunal de Inversión (ICS). Dicho sistema otorga, a las corporaciones extranjeras, el derecho a demandar a los Estados de acogida en tribunales arbitrales cada vez que aprueben una nueva ley, o normativa, que contravenga sus beneficios económicos futuros. Recordemos que además, estos tribunales se constituyen al margen de las legislaciones nacionales y de la UE, y en ellos la decisión última depende de un árbitro, con conflictos de interés, que no está obligado a contemplar el interés general, donde no existe el recurso de apelación y las indemnizaciones son millonarias y retribuidas con dinero público. Hasta la fecha, tanto profesores de derecho, como juristas y las asociaciones de jueces de Europa y Alemania, consideran que dicho sistema (ICS) no es legal bajo la ley de la UE.

DESREGULACIÓN DE LOS DERECHOS LABORALES EUROPEOS

Otra de las cuestiones más preocupantes hace referencia al derecho de sindicación y la negociación colectiva, pues no vienen fuertemente protegidos en ningún capítulo del tratado, como así lo denuncian conjuntamente el movimiento sindical canadiense y europeo. Teniendo en cuenta que Canadá no ha ratificado todos los convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y que los trabajadores canadienses y europeos entrarían a competir los unos contra los otros, el CETA podría ejercer una fuerte presión hacia la desregulación de derechos laborales europeos.

Así mismo, el Comité de Empleo del Parlamento Europeo determinó en su estudio sobre el CETA, que éste pondría en peligro unos 90 millones de puestos de trabajo de pequeñas empresas europeas. Ya que en Europa, el 93% de las empresas tienen menos de 10 empleados, y éstas no podrían hacer frente a la competencia de las grandes multinacionales canadienses.

Por otro lado, en un momento en el que nuestra agricultura y ganadería sufre por operar a bajos precios, el CETA permitiría la entrada de 130.000 toneladas de carne de vacuno. Además, sería difícil asegurar que estuviesen libres de hormonas de crecimiento. Recordemos que Canadá es el tercer productor de transgénicos del mundo, y  lleva demandando, a través de la OMC, una flexibilización de la normativa de la UE sobre transgénicos que contribuya a la entrada de aquellos productos que hoy en día no están permitidos en el mercado europeo.

UN DEBATE HURTADO A LA CIUDADANÍA

Estos son sólo algunos de los contenidos más alarmantes del acuerdo. Sin embargo, se ha impedido, sistemáticamente, un debate serio sobre el CETA en el Parlamento Europeo y la inclusión de la ciudadanía en el mismo.

El Parlamento Europeo votó el noviembre pasado en contra de una moción, presentada por 92 eurodiputados, que pedía al Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) que examinase el CETA a la luz de la legalidad vigente en la UE. No obstante, el gobierno belga, y bajo la presión de tres de sus parlamentos regionales, se comprometió a remitir el ICS al TJUE, aunque sin fecha concreta. Así mismo, en una resolución del 2015 sobre el tratado entre la UE y los EEUU, TTIP, los eurodiputados exigieron que se respetaran las competencias de los tribunales de la UE, y de los Estados miembro.

Estas contradicciones sólo se explican en base a la gran presión que ha habido por parte del grupo popular europeo y los líderes socialdemócratas, para que los eurodiputados se abstuviesen de respaldar dicha resolución o votaran a favor de la misma. Lo que significa, que no sólo se está evitando la necesidad de comprobar la legalidad y conformidad del CETA a la luz de ley y legalidad europea; sino que además, el Parlamento Europeo podría estar en vías de ratificar un acuerdo que es ilegal, además de faltar a su deber de asegurar que los tratados europeos respetan los principios fundamentales y leyes de la UE. Por si todavía no fuera suficiente, la Conferencia de Presidentes del Parlamento Europeo tomó la decisión de que los eurodiputados que propusieron dicha moción, no pudiesen debatirla frente a sus colegas.

Sin ninguna sombra de duda, los líderes de los grupos políticos arriba mencionados han tratado de evitar el control legal en la ratificación del acuerdo CETA. Ni los Populares Europeos, ni la Alianza de Liberales y Demócratas Europeos, ni los Conservadores y Reformistas Europeos, ni la Alianza de Socialistas y Demócratas Europeos, e incluimos en esta lista al presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, y al presidente del INTA, Bernd Lange, han querido que el Parlamento Europeo analizase seriamente los contenidos del CETA antes de la votación programada para el día 15 de febrero en el Parlamento Europeo.

CETA

TRIBUNAL PERMANENTE DE ARBITRAJE

Sin embargo, el CETA incluye disposiciones muy serias, como es la creación de un sistema con un tribunal permanente de arbitraje (ICS). Éste interferiría tanto con el monopolio judicial de la interpretación del derecho de los Estados y su capacidad para defender el interés público y aprobar leyes progresistas, como con la validez de los actos adoptados por sus instituciones, los acuerdos de la Unión Europea y la protección de los Derechos Humanos recogidos en los tratados internacionales.  Según la misma declaración hecha por la Asociación Europea de Magistrados contra el ICS el 9 de Noviembre de 2015: “… privaría a los tribunales de los Estados miembro de sus poderes en relación a la interpretación y aplicación de la ley de la Unión Europea y al Tribunal de sus poderes para responder, por resolución preliminar, a cuestiones referidas por esos tribunales y, consecuentemente, alteraría el carácter esencial de los poderes que los Tratados confieren a las instituciones de la Unión Europea y a los Estados miembro, los cuales son indispensables para la preservación de la auténtica naturaleza de la ley de la Unión Europea" (1).

Además, el artículo 14 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos requiere que los Estados velen porque los actos judiciales sean examinados por tribunales competentes e independientes, en un régimen de transparencia y rendición de cuentas.

Incluso ya sólo en su misma elaboración, el CETA y el TTIP no respetan la legalidad, puesto que según los artículos 19 y 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, los representantes políticos y gobiernos están obligados a divulgar la información necesaria y facilitar la participación pública, es decir, deben asegurar la participación pública de los interesados. De manera que gobiernos y representantes elegidos democráticamente, no tienen carta blanca para negociar, sino que deben consultar con su electorado y actuar de conformidad a sus deseos.

Como muchos juristas señalan, hay una serie de irregularidades y contradicciones, tanto en el CETA como en el TTIP, respecto al Derecho de la Unión Europea en varios campos y por diversos motivos. No obstante, atendiendo solo a la inclusión del ISDS o ICS en ambos tratados, la UE no respeta su propio ordenamiento jurídico que incorpora la obligación de mantener una política exterior basada en valores como la democracia, el Estado de Derecho, y la universalidad e indivisibilidad de los Derechos Humanos y de las libertades fundamentales.

Por todas estas razones, sería deseable un resultado negativo en la votación del Parlamento Europeo sobre el CETA, y si esta fuera positiva, exigir su posterior anulación en el Tribunal de Justicia de la UE con el objeto de salvaguardar los DDHH, sociales, económicos, culturales y medioambientales.

Verónica Gómez Calvo | Dra. en Socioeconomía | Comisión Internacional de ATTAC

(1) Versión original: http://www.iaj-uim.org/iuw/wp-content/uploads/2015/11/EAJ-report-TIPP-Court-october.pdf

lunes, 13 de febrero de 2017

Prueba de la manipulación informativa general en España

Rajoy “es elegido” y Pablo Iglesias “se hace con el control”. Esa es la "sutil" diferencia en las portadas de la prensa.

Un nuevo libro de Dionisio Cañas, La noche de Europa

Francisco Navarro, ‘La noche de Europa’ es el último libro del poeta tomellosero, Lanza, hoy:

Dionisio Cañas: 'Estamos ante una nueva agonía de Europa'

El pasado 3 de febrero se presentó en La Casa del Lector, en Madrid, el último libro de Dionisio Cañas, “La Noche de Europa”. Publicado por editorial Amargord en su colección Palabreadorxs, el acto contó con la participación de María Castrejón, David Trashumante, el editor Chema de la Quintana, Amador Palacios y el propio autor.

Charlamos con el poeta de “La Noche de Europa”, su último libro de poemas, literalmente, ya que nos desvela su intención de “dejar de escribir poemas para ser poema”. Dionisio también nos cuenta sus proyectos, el más cercano será el estreno en Paris, el 15 de febrero, de “Homing”, una pieza musical basada en un poema suyo.   

Cuando Dionisio Cañas comenzó a escribir, hace unos años, “La Noche de Europa”  «no podía sospechar que terminaría este extenso poema en Grecia, en la isla de Lesbos». Allí acudió para realizar un documental y llevar a cabo un taller de poesía con los refugiados sirios. Acompañado por «”La agonía de Europa”, de María Zambrano», escrito en 1935 y publicado en 1945. «Me parecía que estamos en una nueva agonía de Europa».

Todo el libro tiene que ver con esa doble visión de Europa, nos contó el poeta, «por un lado, una reflexión, pensando, a la vez, con María Zambrano, dialogando con ella y citándola constantemente sobre la paradoja de este continente que es capaz de hacer las más grandes maravillas y lo más siniestro. Es una parte social que mira al futuro con esperanza; después de cada noche hay un amanecer».

Pero “La Noche de Europa” también tiene una parte personal «para mí ha sido una experiencia muy importante». Después de llevar tantos años fuera de ella «volver a interesarme por Europa, ver de cerca la realidad de los refugiados e inmigrantes me ha afectado a nivel personal. Aunque yo vea la situación con cierto pesimismo, hay porción de optimismo y posibilidades de que todo se resuelva bien».  

Dionisio Cañas defiende que la poesía no puede cambiar el mundo, es el mundo quien cambia a la poesía. «Cuando se hace una poesía social —no panfletaria como se hizo alguna vez—, siempre te hacen la misma pregunta: “¿Usted cree que la poesía puede cambiar el mundo?” No, un mundo tan complejo como este es difícil de cambiar. Pero él sí te puede cambiar, a ti como poeta y a la poesía que haces. Si no hubiera estado en Lesbos, ni al tanto de las noticias de la política en Europa, seguramente no hubiese escrito el libro de esta manera».

En el manifiesto final “Maldita sea, la poesía me ha hecho un desgraciado” Dionisio anuncia que deja de escribir poemas para ser poema. «En principio esa es la intención. Llega un momento, quizás porque la realidad que nos rodea es tan confusa, tan dolorosa, que yo no puedo reflejarla más.» Por otro lado, se van a cumplir cuarenta años de la publicación de su primer libro «siento que sé demasiados trucos para hacer poesía y no quiero imitarme a mí mismo. Por ahora, a menos que haya una gran sorpresa en mi vida, no quiero seguir repitiéndome. No quiero convertir mi poesía en un ejercicio de estilo».

Por otra parte, el 15 de febrero se estrena en París, "Homing", una pieza musical basada en un poema de Dionisio Cañas sobre el tema de los refugiados y compuesta por José Manuel López López. Se trata, explicaba Dionisio de un encargo de la República Francesa «que va a ser cantado por una soprano y un barítono». Es la tercera vez que Cañas trabaja con José Manuel López «un compositor que es una maravilla». Dionisio se muestra «muy contento porque hay otra salida para la poesía, no solo publicar libros».

La humanidad siente una suerte de atracción, un deslumbramiento por el lado oscuro «eso es lo que me inquieta». Cuando en Occidente hay más cultura que nunca, una educación avanzada «en lugar de haber una evolución, en sentido positivo, de la democracia, está habiendo una involución». Se están perdiendo valores democráticos «como la libertad de expresión, o la libertad en general y estamos encerrándonos en Occidente». Eso tiene que ver con la idea de lo nocturno «empezamos a no ver claro en la noche de Europa, en la noche de la democracia en general». El ejemplo de Estados Unidos es el más palpable en este momento «pero también lo es el de Inglaterra o el éxito de la extrema derecha en Francia, Holanda o Austria». En España no tenemos extrema derecha, «pero está claro que la gente mira a lo conservador, no quieren revoluciones de ningún tipo dentro de la democracia. A mí me parecen igual de nefastas la extrema derecha y la extrema izquierda».
No obstante, uno aprecia a Dionisio optimista «sí. He aprendido del existencialismo y la filosofía que hay que caerse para levantarse. Cuanto te has caído, sacas fuerza, te levantas y, entonces, empieza un nuevo entusiasmo. Pero ahora estamos, como digo, en el punto del estancamiento, la oscuridad y el abismo. Pero quizás esa caída es necesaria para sacar fuerzas y levantarse, en ese sentido soy optimista».

Dentro de su colaboración con músicos y artistas, Dionisio Cañas anda metido en dos nuevos proyectos. «Uno va a ser para el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro». Que todavía se está definiendo y en el que van a participar «varios artista de La Mancha y del resto de España». El otro tendrá lugar en Cáceres, «se llama Cáceres Abierto, es arte público, arte relacional en el sentido de interactuar con la ciudadanía y que está en marcha. El 1 de junio de inaugura el proyecto en el que participamos artistas de toda España y ambos los dirige Jorge Díez, que fue Director General de Cultura de Castilla-La Mancha».

La falsedad de la mayoría de los premios literarios

Maribel Martín, "¿A quién sirven los premios literarios?", en El País, 13-II-2017:

Una sombra de duda se cierne desde hace años sobre los galardones comerciales. ¿Son algo más que una pura herramienta promocional?

Dolores Redondo, todo un fenómeno editorial por su Trilogía del Baztán publicada por Destino, del Grupo Planeta, ganó precisamente los 601.000 euros del Premio Planeta 2016, el mejor dotado después del Nobel, por Todo esto te daré. El grueso de los miembros del jurado que la encumbró están vinculados a la casa. Lo mismo ocurre con Care Santos, último premio Nadal por Media vida. La escritora está en el catálogo de Planeta, sello hermano de Destino, editorial que concede el premio, y la mayoría de sus valedores figuran en nómina del primer grupo editorial de España y de América Latina, casuística que se repite —autor de la casa y/o jurado mayoritariamente de la casa— en los últimos fallos del Premio Herralde de Novela, el Biblioteca Breve, el Alfaguara y otros grandes galardones comerciales españoles. Como es habitual, las dos escritoras estaban en las mediáticas cenas en las que se hace público el nombre del ganador y, como es habitual, antes de que se conociera el fallo, sus nombres circulaban por Twitter y presidían las portadas de algunos diarios ya impresos para el día siguiente.

Se habla mucho de que los premios literarios se dan a la carta en España, pero ¿hasta qué punto se puede demostrar? ¿Cómo se conceden? ¿Mantienen su vocación de descubrir talentos? Si generalmente las bases impiden declararlos desiertos, ¿está garantizada la calidad literaria? ¿Se arriesgan las editoriales a premiar un buen libro de dudoso futuro comercial tras la inversión que realizan? O dicho de otra forma, ¿cuán honestos son los galardones privados?

“Podría decirse que los premios no pactados de antemano son los modestos”, dice José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes 2012. “El rumor es infundado", asegura Jesús Badenes, director general de la división editorial del Grupo Planeta, que concentra un buen puñado de concursos. "Puede llegar a parecerlo porque el jurado suele valorar más la calidad de un escritor consagrado que la de un desconocido. Pero si se revisa la nómina de ganadores, ha habido de todo. Hubo incluso un año en que lo ganó un autor que había muerto [el colombiano Jesús Zárate en 1972]. Lo que sí es cierto es que desde la editorial se ejerce un patronazgo activo para que gente que pueda gustar a los lectores participe. Hasta donde sé no se ha pactado ningún galardón. Y no tiene mucho sentido que me lo pregunte”. El jurado más veterano del Planeta, Alberto Blecua, tiene otra percepción: “Se ha aducido —y probablemente con razón— que ya estaban concedidos, como denunció ya Delibes en 1979 y Marsé reiteró en 2005, cuando fue jurado del premio. Yo que lo soy desde 1988 puedo asegurar que por lo menos en dos ocasiones no lo estaban: en 1991 con El jinete polaco, de Muñoz Molina, y en El mundo, de 2007, de Juan José Millás”.

Los premios comerciales están en el ADN del sector editorial desde el lanzamiento en 1944 del Nadal en una España que aún acusaba los estragos de la guerra. Con una industria inexistente y buena parte de la intelectualidad neutralizada, el galardón puso en el mapa en sus inicios a autores como Carmen Laforet, Miguel Delibes, Ana María Matute o Rafael Sánchez Ferlosio, alentó los sueños de muchos aspirantes a escritor, despertó a los lectores en un país en el que si hoy se lee poco —el 39,4% de los españoles no abrió un libro en 2015—, entonces se leía menos, y provocó un efecto contagio en otras editoriales que, animadas por la limpieza del primer fallo —se premió en 1945 el talento de una desconocida Laforet frente a César González Ruano, amigo de varios miembros del jurado—, fueron creando concursos a su imagen y semejanza, impulsando entre todas, primero bajo la sombra de la censura, después bajo la del capitalismo, la entonces maltrecha industria editorial que hoy, afectada por la crisis, mueve 3.000 millones de euros al año.

El Planeta (1952), el Biblioteca Breve (1958), el Alfaguara (1965), el Anagrama (1973), el Herralde (1983), el Tusquets (2005)…, unos con un perfil más comercial, otros más literario, unos con vocación más española, otros más latinoamericana, han contribuido también, con interrupciones, a revelar o consolidar autores, a crear lectores, y a construir un sistema de premios sin parangón, a medio camino entre el arte, el dinero y la vida social, como subraya Ana Cabello, doctora en Filología Hispánica, en su ensayo La alquimia simbólica. Premios, literatura y mercado en España, de próxima publicación.

Su singularidad se hace evidente de partida. Primero, porque lo que distinguen los más afamados galardones españoles, siempre en concepto de anticipo de derechos de autor, a diferencia del Pulitzer y el National Book Award en EE UU o el Booker en Reino Unido, son manuscritos aún sin publicar en convocatorias abiertas a la participación con seudónimo. Segundo, porque son el centro de un ecosistema con una inflación de convocatorias —entre galardones privados, de Cajas de Ahorro, de Ayuntamientos…— que ha manchado, junto a las polémicas, la reputación de los premios españoles en el exterior y ha hecho que una obra premiada en España no puntúe más entre los editores extranjeros por el hecho de estarlo, cosa que sí ocurre a la inversa. Esa mala fama, como recuerda Fernando González-Ariza en su tesis Literatura y sociedad: el Premio Planeta, es la que le llevó a decir al humorista inglés J. M. N. Jeffries: “Hoy ya no se escriben novelas en España, tampoco se escriben artículos: se escriben premios”. La editorial Fuentetaja contabilizó en su última guía (2011/2012) 1.700 convocatorias, hoy en retroceso.

Planeta: “No se pactan premios. Sí se ejerce un patronazgo para atraer a autores del gusto del lector”

“El problema está en que la mayoría de los premios se dan a obra inédita, no a una ya consagrada por los lectores o la crítica como ocurre con los grandes premios extranjeros como el Goncourt en Francia”, dice Manuel Rodríguez Rivero, editor y crítico. “En el Goncourt [dotado con 10 euros] puede haber tejemanejes, pero el dinero siempre es fundamental para que haya corrupciones. He sido jurado en premios nacionales y en privados y mi experiencia es que en los nacionales se pueden crear grupos de presión para dárselo a un autor, pero se conspira mucho más en los privados. Y el problema es que todos terminamos pringados. Hay un cinismo de la editorial y un cinismo más retorcido por parte de los críticos y de los medios”.

Fue probablemente José Manuel Lara Hernández (1914-2003) quien mejor supo ver el potencial de los premios como herramienta de promoción para el negocio editorial en un país en el que cada vez se necesitan más argumentos para destacar títulos en las librerías entre los miles que se publican cada año (81.391 en 2016), como destaca Lola Larumbe, de la librería Alberti. Con una cuidada estrategia que combinaba expectación mediática —alentada por quinielas literarias, retransmisiones en directo de la televisión estatal y la presencia de los Reyes— y el anzuelo del dinero, situó a su Planeta en el olimpo de los premios.

La desenfrenada escalada que impulsó ha llevado al premio hasta los 601.000 euros que se embolsa hoy —antes de impuestos— el ganador del Planeta, muy por delante de los 175.000 dólares (164.000 euros) del Alfaguara, los 125.000 euros del RBA de Novela Negra, los 100.000 del Primavera de Novela, los 30.000 del Biblioteca Breve… Y esa fuerte inversión que realizan las editoriales, a la que hay que añadir, en algunos casos, el premio a los finalistas además de las giras de los premiados —que por ejemplo a Alfaguara le suponen más de 100.000 euros más—, los actos de entrega de los galardones, las invitaciones a periodistas… tenía y tiene una contrapartida. Dado que un libro raramente supera los dos años de vida, exige recuperar rápido la inversión, lo que, en ocasiones, lleva a las empresas, como apunta González-Ariza refiriéndose al Planeta, “no a buscar grandes novelas”, sino novelas “rentables”, premios para un público mayoritario que, si alguna vez hicieron de brújula, hoy es dudoso que lo hagan. “En ningún caso son una guía literaria. Incluso es posible que sean todo lo contrario”, dice Caballero Bonald. La agente literaria Antonia Kerrigan sí concede ese papel “al Premio Anagrama, que toma riesgos y busca talentos, y el Alfaguara, con la difusión de latinoamericanos desconocidos en España”.

En una época en la que los editores clásicos están a punto de extinguirse, en una época en la que los libros pueden comprarse en el supermercado pero en el que aún quedan librerías con vocación literaria, cada premio cumple más que nunca una función. En el Planeta las dimensiones comercial y literaria son igualmente importantes, subraya Badenes, en el Nadal pesa más la literaria. “Siempre hay gente que no tiene tus gustos o tus intereses. Lo que no se puede hacer es juzgar desde una misma óptica todos los premios, que, además, se han ido adaptando a la transformación socioeconómica de España”. Eso incluye las concentraciones editoriales y la decisiva irrupción de los agentes literarios, que se llevan un 15% de los anticipos de sus representados, en caída libre en la actualidad.

Es curioso revisar el catálogo de obras premiadas a lo largo de la historia. Cuando la sociedad española lo demandó, se distinguieron libros escritos desde el punto de vista de los perdedores de la guerra, de los exiliados, se abrió una ventana al erotismo… Más adelante se buscaron autores ligados a los medios, se ensayó la combinación de ganador más comercial/finalista más literario y se logró convertir al taciturno escritor en estrella.

“Todo el mundo entiende las estrategias de publicidad de Coca-Cola. El mundo editorial también tiene que facturar”, dice Javier Aparicio Maydeu, director del Máster Internacional en Edición de la Universidad Pompeu Fabra. “Entonces hay editoriales que usan sus galardones para premiar a autores suyos a los que el mercado no ha atendido o para obtener de manera legítima a un escritor de otro catálogo”. Ocurrió con Soledad Puértolas, que pasó temporalmente a Planeta tras ganar el premio en 1989 por Queda la noche. “Y lo que ganan pueden reinvertirlo en publicar a autores minoritarios y enriquecer la oferta”. “Parece que la palabra pactar es algo bajo mano, algo feo”, continúa, “cuando, en realidad, lo que hace uno [el autor o el agente literario] es buscar y lo que hace otro [el editor] es encontrar”.

Es lo que Badenes llamaba patronazgo activo y que, según afirma Rodríguez Rivero, confirman algunos autores off the record, y niegan que ocurra los editores consultados, tiene su máxima expresión “de chorizada” en lo que denunció en 1979 Miguel Delibes cuando dijo que Lara Hernández le garantizó el premio si se presentaba: “Tuve que negarme. Lara decía (…) que (…) todo era positivo: él ganaba, yo ganaba y los lectores podían encontrarse con una novela aceptable. Yo le contesté que había unos perdedores: los 150 o 200 nuevos escritores que concurren al premio y esperan ganar para iniciar su carrera”. José Manuel Lara Bosch (1946-2015) lo negó: “Mi padre le ofreció ocho millones por su próxima novela y le propuso que la presentara al Premio Planeta. Esto no quiere decir que le asegurara ser el ganador”.

Editores y agentes se necesitan para dar con un libro que ponga en marcha una maquinaria que multiplica las ventas naturales de un libro y revaloriza catálogos. “Se invita a autores y agentes a participar y hay años en los que vemos que hay escritores importantes compitiendo. Es una información confidencial y que nosotros manejamos con enorme rigor. Nuestros jurados pueden dar fe de que jamás hemos hecho presión por una obra”, dice Pilar Reyes, directora de Alfaguara, a cuyo premio se presentaron en 2016 más de 700 originales. Kerrigan lo confirma desde el otro lado de la barrera: “Si tengo un buen libro que necesita apoyo para despegar, llamo al editor y le pregunto si tiene alguna posibilidad. Si me dice ‘este año vamos mal del tipo de novelas que queremos’, lo presento. Y en los casos en los que va con seudónimo, lo que sí intento es que la persona encargada sepa quién es. La máxima trampa sería esa”.

Las obras llegan a un jurado, generalmente impar, con un representante de la editorial y una mayoría de miembros vinculados a la casa, lo que la agente Silvia Bastos ve irrelevante —“por mucho que Rosa Regàs haya ganado el Planeta no creo que la doblegue nadie”—, y Silvia Sesé, directora editorial de Anagrama, normal: “Es natural que se recurra a los autores de la casa, buenos lectores, lo que no tiene por qué suponer que el voto del editor sea irrebatible”, pero esta práctica alienta suspicacias que la escritora Carme Riera, jurado en 2016 del Primavera de Novela y el Alfaguara, no acaba de despejar: “En todos los premios de los que he sido jurado hemos premiado el manuscrito que más nos ha convencido. Claro que solo escogíamos entre los finalistas, máximo 10, y que no examinamos la totalidad, en consecuencia quienes hacen la selección previa pueden tener unos gustos que no coincidan con los del jurado…”.

Marsé: “No ataco los premios indiscriminadamente. Tuve dos malas experiencias, pero claro que los hay honestos”

Es imposible que el jurado lea las cientos de obras a concurso, así que un cuerpo de lectores de las editoriales realiza una primera purga. “Si quieres premiar una determinada novela”, observa Cabello, “no tienes más que dárselo al jurado junto a las cinco peores que haya. Dentro de las que te dan, estás premiando a la mejor libremente…”.

Juan Marsé exigió cambios en esa criba en su polémico paso por el jurado del Planeta en 2004 y 2005 y pidió que se entregara al tribunal un listado de todas las obras presentadas, más allá de las finalistas, porque, dice, “al comité de lectura que hacía la selección, de una incompetencia escandalosa a juzgar por los informes que me entregaron junto con las novelas, podía escapársele alguna obra interesante”. Marsé, premio Planeta 1978 por La muchacha de las bragas de oro, dimitió en 2005 al comprobar que la editorial no hacía los cambios prometidos no sin antes dar un sonoro portazo: “El nivel de calidad media de este año no solo es bajo, es subterráneo”, declaró. En 2004 el premio fue para Lucía Etxebarria por Un milagro en equilibrio, un año después para María de la Pau Janer, que fue cuando advirtió que “los componentes del jurado, muchos de ellos vinculados laboralmente a la editorial Planeta desde hacía años, no podían evitar cierta complacencia acrítica que convenía a ciertos postulados oportunistas, meramente comerciales y literariamente vacuos. El negocio primaba sobre la literatura”, lamenta. Y añade: “No despotrico contra los premios indiscriminadamente. Tuve estas experiencias frustrantes, pero por supuesto que existen premios justos (…) He sido jurado del premio La Sonrisa Vertical y del Tusquets y puedo afirmar que se otorgan honestamente”.

En España no han trascendido condenas contra fallos de los jurados como ocurrió en 2005 en Argentina. Ricardo Piglia, su agente y Planeta Argentina fueron condenados a pagar 10.000 pesos -entonces equiparables al dólar- más intereses a Gustavo Nielsen, un autor que participó en 1997 en la edición del premio en la que ganó el escritor argentino, recientemente fallecido, por Plata Quemada. La justicia entendió que el premio (40.000 pesos) estaba pactado.

Dice Caballero Bonald, con sus mil y un galardones, que si se ha presentado a premios a lo largo de su trayectoria ha sido “por vanidad personal, estímulos económicos y coyuntura editorial, cada cosa a su tiempo”. Aparicio-Maydeu resume en dos las motivaciones de quienes, con estas reglas del juego, persisten: “Un 20% de ingenuidad y un 80% de ego”.

II

DIEZ PUNTOS DE VISTA

Editores, escritores, agentes literarios, filólogos, libreros y otros expertos en literatura suman argumentos para el debate sobre los premios comerciales en España.

Carme Riera, escritora y jurado

“Los premios van destinados al gran público y en consecuencia, a veces, lo que podemos considerar estrictamente literario pasa a un tercer plano”.

Silvia Bastos, agente literaria

“Todos los premios tienen que partir de una buena novela, es decir, que si no hay una buena novela ya puedes dar de antemano lo que quieras que no sale”.

Jesús Badenes, director general de la división editorial del grupo Planeta

“Los premios han hecho que el libro gane mucho espacio en la sociedad. José Manuel Lara Bosch siempre decía que el Premio Planeta, y citaba a su padre, lo que pretendía era crear lectores. Y era estrictamente cierto. En los primeros años había mucha gente que en todo el año solo compraba ese libro. Es cierto que un premio es una operación de marketing, sin duda ninguna, cosa que no tiene nada de deshonroso porque cualquier bien cultural que quiere llegar a un amplio público debe ser conocido”.

Pilar Reyes, directora de Alfaguara

“No creo que para dar un premio sea condición sine qua non tener que pactarlo previamente. Se puede a riesgo de que empresarialmente tengas claro que hay años en que te va a salir económicamente y años en los que no. Hay años que será más luminoso porque el autor resultó espléndido y pudo tener lectores más allá de su puro ámbito de influencia y otros en que no. Si tienes eso claro sí puedes construir un premio limpio”.

Silvia Sesé, directora editorial de Anagrama

“Lo que sí me parece fundamental, y que no ha conseguido instaurarse a pesar de algunos intentos en nuestro país, es un premio importante a obra publicada. Esa es una asignatura pendiente de la que hemos hablado muchas veces los editores y que estaríamos encantados de impulsar una vez más aun con todas sus dificultades”.

Lola Larumbe, librera

“Todo lo que haga hablar de libros, de literatura y de escritores es bueno en un mundo en el que toda la información que llega no tiene nada que ver con lo literario sino con lo político, lo social, los sucesos. No podemos desdeñar la parte que tiene de marketing, la necesitamos”.

José Manuel Caballero Bonald, escritor

“Lo que prevalece a la larga es la rentabilidad comercial o el lucimiento de la entidad patrocinadora. Eso de descubrir nuevos valores viene a ser un reclamo para incautos o algo así”.

Ana Cabello, doctora en Filología Hispánica y experta en premios literarios

“Si ya es difícil encontrar una obra maestra en una década, encontrar 10 o 20 cada año para premios literarios importantes es imposible. De todas formas, las obras de arte se imponen por sí solas. El tiempo es el mejor juez”.

Manuel Rodríguez Rivero, editor y crítico literario

“No hay premios literarios importantes que se declaren desiertos, lo que sería una prueba de honradez. ¿Por qué? Porque el esfuerzo económico que realizan no lo permite. Tusquets lo hizo en su momento. También La Sonrisa Vertical y no aguantó“.

Javier Aparicio Maydeu, director del Máster Internacional en Edición de la Universidad Pompeu Fabra

“Hay una bolsa de lectores que son lectores de premios, que mucha gente menosprecia y no veo por qué. No tienen tiempo, no tienen una formación como lectores más allá de lo que les recomiendan y compran premios. Hay que mantener esa especie maravillosa”.

III

Juan Marsé, "Mi nefasta experiencia como jurado", El País, 13-II-2017:

Con motivo del reportaje de ‘Babelia’ sobre los premios literarios comerciales, Juan Marsé recuerda su dimisión como miembro del tribunal del Planeta en 2005

La experiencia vivida el año 2004 como miembro del jurado del premio Planeta fue muy negativa, muy frustrante. Advertí enseguida que el negocio editorial primaba sobre la literatura. Después de apechugar con el fallo de aquel año, una novela de Lucía Etxebarria bochornosamente inane y elogiada por casi todos, ante la actitud servil del jurado me planteé dimitir. No solo por la novela en sí, que no era peor que otras igualmente distinguidas, sino por el sospechoso empeño del jurado en otorgarle méritos que no tenía y en premiarla por esos méritos.

Poco antes del fallo del jurado, solicité una reunión con José Manuel Lara, presidente del grupo Planeta, y con el secretario del jurado, Manuel Lombardero, y les expuse las razones por las que deseaba dimitir. No me sentía cómodo, no quería hacer el papelón de florero ni de crítico exquisito. Mejor dejarlo.

Era en octubre. Lo primero que me pidió Lara fue que, dada la proximidad de la concesión del premio, reservara la noticia de mi dimisión a la prensa hasta días después de la entrega, y que, por favor, asistiera a la fiesta con los demás jurados. Fue una reunión larga y penosa, en la que Lombardero me apoyó en todo momento. Le dije a Lara que sólo seguiría si él aceptaba algunos cambios que afectaban a la fastidiosa parafernalia del premio: el primero, que me dispensaran por lo menos de la parodia de rueda de prensa en el Palau de la Música que se convocaba días antes de la concesión del premio, cuya finalidad era meramente propagandista, incluido el generoso obsequio de la editorial a los periodistas, y en la que sólo hablaba Carlos Pujol en calidad de portavoz del jurado para decir año tras año las mismas obligadas mentiras sobre la superior calidad literaria de los originales.

En la última reunión con Lara también le pedí que el jurado pudiera disponer no sólo de las cinco novelas seleccionadas para premio por el comité de lectura, a cargo de Emilio Rosales, sino un listado de todas las obras presentadas, porque al comité de lectura que hacía la selección, de una incompetencia escandalosa a juzgar por los informes que me entregaron junto con las novelas, podía escapársele alguna obra interesante.

Fue muy frustrante. Advertí enseguida que el negocio editorial primaba sobre la literatura

Sugerí a Lara que hiciera algo al respecto, ya que esos textos sobrevaloraban sin el menor criterio literario las obras finalistas y predisponían erróneamente al jurado. Recuerdo que uno de esos lectores comandados por Rosales afirmaba en su informe que la obra destinada a ser premiada al año siguiente, un tedioso artefacto de Maria de la Pau Janer, era una “novela que va a cambiar el curso de la literatura contemporánea”. No me lo invento.

Finalmente, Lara me prometió que sí, que para el premio siguiente al jurado se le proporcionaría un listado completo y él mismo formaría un comité de lectura con criterios más exigentes. También me dispensó de otras humillantes obligaciones, como tener que esperar al equipo de la televisión para desfilar con el resto del jurado la noche de la entrega del premio, después de la cena, en el escenario del pomposo evento, una ceremonia sosa y fatigosa. Es decir, yo permanecería en el jurado a cambio de una serie de condiciones: que para el premio del año siguiente, 2005, el portavoz no hablara a los medios en mi nombre y me dejara a mí decir lo que creyera conveniente sobre las obras presentadas, que no me viera obligado a desfilar ni a exhibirme en la pasarela y que pudiera votar en blanco, negando mi voto para premio a novelas que son un insulto al jurado, a las expectativas de los demás concursantes y al mismo premio.

Lara insistió en que el Planeta no podía declararse desierto, pero prometió atender mis peticiones para el año siguiente. Pensé que quizás todo podría arreglarse y decidí esperar. Pero Lara no cumplió ninguna de las promesas y Carlos Pujol anunciaba en la rueda de prensa: “Los originales recibidos este año son de un altísimo nivel literario”.

Yo no tenía el menor deseo de poner en evidencia al pobre Pujol, un hombre discreto e inteligente, pero cuando un periodista me preguntó inesperadamente —Lara me había dicho que en las ruedas de prensa previas al premio los periodistas casi nunca preguntaban nada, y me lo aseguró con media sonrisita y con esa convicción del que domina una tropa previamente domesticada— por el nivel medio, no me dio la gana de mentir y declaré: “El nivel de calidad media de este año no sólo es bajo; es subterráneo”.

Inmediatamente después de la concesión del premio, dimití. Una decisión que algunos medios tacharon de pretenciosa, incongruente y desagradecida (yo había sido premio Planeta en 1978) e incluso de ingenua, porque, según escribió cierto periodista, durante la cena del Planeta, en la mesa que él ocupó “todos sabíamos que la ganadora iba a ser Mari Pau Janer”, yo, como un panoli, en la inopia. Consideré esa nota de prensa una desvergüenza profesional, porque si el periodista en cuestión ya sabía que el premio era para Maria de la Pau Janer, es decir, que estaba amañado, ¿su obligación como periodista no era denunciarlo?

En resumen, fueron dos experiencias nefastas, que además muy poco o nada tuvieron que ver con la literatura, ya que me tocó apechugar con los ridículos engendros novelísticos pergeñados por Lucía Etxebarria y Maria de la Pau Janer. ¡No me negarán que es mala suerte! Pero conste que no me arrepiento de lo que hice. Volvería a hacerlo

jueves, 9 de febrero de 2017

Adición a la Bibliografía de Ciudad Real

SEGUIDILLAS PARA LA SERENATA QUE CIUDAD-REAL DARÁ EN 1867, A LOS REYES DE PORTUGAL Y S. A. EL INFANTE D. AUGUSTO

Por "Un manchego", publicada en Ciudad-Real: [s. n.], 1867.

Está en la Biblioteca Nacional de Portugal

martes, 7 de febrero de 2017

La paradoja de Bourdieu

La formula uno de los sociólogos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, Pierre Bourdieu, dentro de los principios del determinismo y al mismo tiempo criticando la violencia simbólica ejercida por lo que Gramsci llamaba hegemonía cultural. Para él, vivimos en un mundo en el que las posiciones sociales se ofrecen teóricamente según el criterio de igualdad de oportunidades, pero en la práctica, las familias de alta posición social, bajo esta apariencia de universalismo y equidad, consiguen reproducir en la siguiente generación sus posiciones sociales. La escuela no sería más que una forma de dar legitimidad a la reproducción social, una alquimia por la que posición social se convierte aparentemente en mérito individual, y el mérito pasa a ser el criterio legítimo para ocupar una determinada posición social. Las estadísticas apoyan esta hipótesis, pues los hijos de personas con estudios superiores (universidad, FP 2 o CSFP), llegan a la universidad en un 70%, mientras que si el padre no tiene estudios, se quedan en el 22,0%.

Entrevista con Rüdiger Safranski


La historia ha querido que el nuevo libro de Rüdiger Safranski, Tiempo —Tusquets prevé publicarlo en español en marzo—, coincida con una época de cambios, marcada por el miedo y la inseguridad, y que sus ideas nos sirvan como un manual de instrucciones para interpretar la era Trump, del Brexit y el ascenso del populismo en el mundo occidental. El filósofo alemán (Rottweil, 1945), célebre biógrafo de Goethe, Schiller o Schopenhauer, ha sido la estrella del 60º aniversario del Instituto Goethe de Madrid, donde ayer habló de Nietszche y de la vigencia del nihilismo espiritual en el mundo contemporáneo.

Pregunta. San Agustín decía que si nadie le preguntaba sabía lo que era el tiempo, pero si se lo preguntaban, no. ¿Qué es para usted el tiempo?

Respuesta. Me pasa como a san Agustín. Lo que me interesa muchísimo es hablar de la diferencia entre el tiempo subjetivo y el que somos capaces de medir, es decir, la hora.

P. En su libro dibuja el estado de aburrimiento como el punto de partida y oportunidad. ¿Es necesario aburrirse?

R. No sé si es necesario, pero nos aburrimos. He comenzado el libro por el aburrimiento porque ahí estás viviendo el tiempo como algo que dura sin ocurrir nada; es una especie de encuentro con el tiempo a secas. Lo suelo describir con una imagen: vivimos una serie de acontecimientos y estos se colocan como si fuesen una cortina por delante del tiempo. Mientras ocurren no eres consciente, pero cuando cesan se abre el telón y, de repente, ahí está el tiempo. Yo siempre recomiendo que, como mínimo, una vez al día estemos completamente quietos, no hagamos nada y prestemos atención al tiempo.

P. ¿Al tiempo interior?

R. Sí, pero también tenemos que definir qué es el tiempo interior. En los cinco minutos que llevamos conversando sobre el tiempo hemos reflexionado sobre él, pero no le hemos prestado ninguna atención, porque si lo hubiéramos hecho no habríamos dicho absolutamente nada.

P. Habla de la simultaneidad global de la comunicación en esta época como una tremenda exigencia para el ser humano. Nos comunicamos en tiempo real, estamos informados de todo lo que ocurre. ¿Estamos ante una mutación cultural?

R. Esta nueva forma de telecomunicación marca una cesura muy importante en la historia de la humanidad y mucha gente no es consciente de lo enorme que es. Ahora mismo todos sabemos lo que está ocurriendo en cualquier parte en tiempo real y eso nunca lo había conocido la humanidad. Hasta el siglo XIX, la humanidad ha vivido en un modo de retraso. Carlos V daba una orden para Sudamérica que probablemente tardaba medio año en hacer llegar y otro medio en saber si se había ejecutado. Hoy, Trump publica un tuit y la Bolsa cae inmediatamente. Supone un gran reto para la percepción del ser humano, porque somos habitantes globales de un planeta global gracias a estas redes. Los refugiados no se habrían podido comunicar sin las imágenes, y de ahí el atractivo de este mundo para ellos.

P. Habla también del tiempo de comienzo como una oportunidad y hoy precisamente estamos en un nuevo tiempo de comienzo: Trump, Brexit, Le Pen…

R. El tiempo puede generar una preocupación, que es normal cuando se ve un futuro incierto. Vivimos en una sociedad de riesgo y en ella buscamos la máxima seguridad posible. Estamos en una época de profundo cambio. Antes teníamos una democracia con unas instituciones muy claras, separación de poderes, prensa, Parlamento, Ejecutivo… y era un sistema que permitía filtrar y disciplinar en cierto modo a la masa, a esa gente que forma la base de la democracia. Pero hoy es como si estuviésemos en un volcán en erupción porque está moviéndose todo, y ahí surge ese concepto del populismo, que se define a sí mismo como una especie de democracia de base, de Twitter. Creíamos que la división de poderes iba a funcionar y generar un equilibrio que iba a domesticar a Trump, pero ahora vemos que es al revés, que Trump está haciendo todo lo posible para eliminar esta separación de poderes y eso da mucho miedo, porque con su carácter, tiene la capacidad de presionar con un dedo un botón y hacer explotar bombas atómicas. No sabemos si vamos a ser capaces de evitar el uso de armas nucleares a la larga como hemos logrado hasta ahora. Él lo que pretende es eliminar las instituciones tradicionales de la democracia, como la separación de poderes, e introducir el dominio de las redes sociales. Son las redes las que están al mando y eso es tremendamente moderno. Estamos viviendo el desenfreno de la comunicación.

P. ¿Y qué ha fallado para que este populismo esté triunfando? ¿La democracia, la globalización?

R. En cada país es diferente. El Brexit se debe en gran parte a los miedos que tiene una gran parte de la población británica de recibir demasiada inmigración de la Unión Europea. En Francia, el gran enfado lo provoca la política europea, y de eso se aprovecha Le Pen. La política europea está obstaculizando una evolución económica positiva, dicen los franceses, que además se sienten en una situación de guerra civil por los ataques islamistas. Le Pen es la respuesta errónea a esos desafíos, pero Francia se encuentra en una situación muy problemática que no se había vivido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

P. ¿Hay peligro de tiranía?

R. No una tiranía en el sentido medieval; es una especie de tiranía que se nutre del caldo de cultivo que se produce en la masa y de ahí de nuevo el papel de las redes sociales. Esa tiranía está enmarcada en una especie de aprobación populista, la masa que apoya a una determinada persona. En Polonia o Hungría por ejemplo, se está reduciendo y eliminando poco a poco la democracia, pero con el enorme apoyo de una mayoría. La palabra democracia suena muy bien, pero lo decisivo es el Estado de derecho, la separación de poderes. Hitler llegó al poder democráticamente, apoyado por una gran mayoría, pero el que alguien sea elegido por mayoría no es lo bueno; lo bueno es que exista la separación de poderes.

P. ¿Nietzsche y el nihilismo espiritual siguen vigentes en este mundo de hoy?

R. Sí, sí, sigue siendo válido. Es el gran problema que está socavando todo. Una sociedad funciona si tiene un sólido fundamento de valores, y esos valores son normalmente de carácter religioso. Si esos valores se van debilitando, los seres humanos pierden sus raíces espirituales. El islam está en auge porque desde el punto de vista espiritual tiene un fundamento muy fuerte. En Europa en cambio el cristianismo está en retroceso.

DE LOS GRANDES HOMBRES A LOS AÚN MÁS GRANDES TEMAS

Tiempo pertenece a la producción del pensador alemán que gira en torno a grandes asuntos como la globalización, el mal o la verdad. La parte de su trabajo por la que el escritor es más conocido es como biógrafo de los grandes pensadores alemanes. Objetos de su estudio han sido Nietzsche, Heidegger, Schiller, Schopenhauer, Goethe o E.T.A. Hoffmann. También es autor de un influyente estudio sobre el romanticismo alemán. Toda su obra ha sido publicada en España por Tusquets.

Esos ensayos biográficos, que mezclan semblanzas de grandes hombres con un ameno acercamiento a la historia de las ideas le han convertido en un superventas en Alemania, donde la publicación de sus libros es siempre recibida como un acontecimiento literario. 

Su perfil público se vio reforzado por su participación en el programa Cuarteto filosófico, que presentó con Peter Sloterdijk en horario nocturno en la cadena pública ZDF durante una década.

El narcisismo maligno y el individualismo, males de nuestro tiempo

Cristina Galindo, "Sobrevivir en el mundo del yo, yo, yo. Los comportamientos narcisistas nos rodean. El exhibicionismo en las redes sociales, la obsesión por los ‘selfies’ y la propia imagen. Se habla de epidemia, pero ¿es tan preocupante?", en El País, 5-II-2017:

Composición realizada por el artista Kim Dong-kyu a partir de uno de los retratos de Picasso.
Fue el bello y vanidoso Narciso, personaje de la mitología griega incapaz de amar a otras personas que murió por enamorarse de su propia imagen, quien inspiró el término narcisista. El concepto fue luego reinterpretado por Freud, el primero que describió el narcisismo como una patología. Y en los setenta, el sociólogo Christopher Lasch convirtió la enfermedad en norma cultural: determinó que la neurosis y la histeria que caracterizaban a las sociedades de principios del siglo XX habían cedido el paso al culto al individuo y la búsqueda fanática del éxito personal y el dinero. Un nuevo mal dominante. Casi cuatro décadas después ha cobrado fuerza la teoría de que la sociedad occidental actual es, todavía más narcisista.

Este comportamiento parece expandirse como una plaga en la sociedad contemporánea, tanto a nivel individual como colectivo. Y no solo entre los adolescentes y jóvenes que inundan las redes sociales. “El desorden narcisista de la personalidad —un patrón general de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía— sigue siendo un diagnóstico bastante raro, pero las cualidades narcisistas están ciertamente en alza”, explica la psicóloga Pat MacDonald, autora del trabajo Narcisismo en el mundo moderno. “Basta con observar el consumismo rampante, la autopromoción en las redes sociales, la búsqueda de fama a cualquier precio y el uso de la cirugía para frenar el envejecimiento”, añade.

Las investigaciones realizadas a partir de 2009 por Jean Twenge, de la Universidad Estatal de San Diego, son una de las principales referencias para las hipótesis más catastrofistas. Tras estudiar a miles de estudiantes estadounidenses, la psicóloga proclamó que estos comportamientos habían crecido “al mismo ritmo que la obesidad desde 1980”, que había alcanzado niveles de epidemia. Twenge ha publicado dos libros —Epidemia narcisista, con Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, y Generación yo— en los que afirma que los adolescentes del siglo XXI se “creen con derecho a casi todo, pero también son más desgraciados”.

Los rasgos narcisistas no siempre son fáciles de reconocer y, con moderación, no tienen por qué ser un problema. Son comportamientos egoístas, poco empáticos, a veces un tanto exhibicionistas, de personas que quieren ser el centro de atención, ser reconocidas socialmente, que suelen resistirse a admitir sus fallos o mentiras y que se creen extraordinarias (aunque su autoestima, en algunos casos, sea en realidad baja). Un estridente ejemplo, contado por Twenge, es el de una adolescente que, en un reality de la MTV, justificó el corte de una calle para celebrar su fiesta de cumpleaños, a pesar de que había un hospital en medio, al grito de: “¡Mi cumpleaños es más importante!”.

En otras ocasiones este tipo de comportamiento es más sutil, más común y, a veces, más dañino. Es esa persona que exige una atención extrema a sus comentarios y problemas y, si no la consigue, concluye que es diferente de los demás y que nunca recibe el respeto que merece. O un jefe encantador que de repente te hace sentir culpable por un proyecto fracasado que fue idea suya. “Para tapar sus problemas, una persona con alto nivel de narcisismo suele buscar a una o dos víctimas cercanas, no necesita más, pero les puede hacer la vida imposible”, asegura el psicoanalista francés Jean-Charles Bouchoux, autor de Los perversos narcisistas (Arpa), que acaba de ser traducido al español y que ha vendido más de 250.000 ejemplares en Francia. “Hay un incremento del narcisismo, porque ahora la imagen cuenta más que lo que hacemos y queremos alcanzar muchos hitos sin esfuerzo”, opina.

Abundan los casos en política —es difícil navegar por Internet sin ver el nombre de Donald Trump asociado al narcisismo— y en televisión. El tema fascina, como muestran los índices de audiencia de los realities. Quizá la principal novedad son las redes sociales, lugar donde millennials (nacidos entre 1980 y 1997) y no tan millennials, famosos y no tan famosos, transforman lo mundano en extraordinario. Cada día se suben a Instagram 80 millones de fotografías, con más de 3.500 millones de likes: “Yo, comiendo”, “Yo, con mi mejor amiga". “Yo, en un nuevo bar”. En Facebook, millones de usuarios ofrecen detalles de su vida al mundo. ¿Nos está convirtiendo Internet, no solo en espectadores pasivos, sino en narcisistas ávidos de notoriedad fácil, obsesionados por conseguir amigos virtuales y por el impacto de nuestros posts?

Atención a las autofotos. No todos los que se hacen un selfie son narcisistas, pero un estudio realizado por Daniel Halpern y Sebastián Valenzuela, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, concluye que los individuos que se sacaron más fotos durante el primer año de la investigación mostraron un alza del 5% del nivel de narcisismo el segundo año. “Las redes sociales pueden modificar la personalidad. Autorretratarse, cuando uno es narcisista, alimenta ese comportamiento”, explica por teléfono Halpern. “En las redes, podemos mostrarnos como queremos que nos vean. Esa imagen perfecta que creemos que los demás tienen de nosotros puede alterar la que tenemos nosotros de nosotros mismos”, advierte. Tener impacto en las redes puede generar dependencia y también temor (el miedo a no ser el centro, al vacío de un post sin apenas me gusta).

La psicóloga Jean Twenge dice que los adolescentes se creen con derecho a todo y son más desgraciados

Además, el narcisismo creciente mueve dinero. Un reciente informe de Bank of America Merrill Lynch calcula que el consumo relacionado con los productos que nos hacen sentir mejor y hacen posible un aspecto a prueba de selfies —lo llaman vanity capital— mueve en el mundo 3,7 billones de dólares. La firma, en su cálculo, incluye coches y otros artículos de lujo, operaciones estéticas, vinos de calidad, joyas o cosméticos.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La intrépida carrera de logros personales que se exige a jóvenes y adultos explica parte del ansia narcisista. “La sociedad es hiperdemandante e hi­perexigente. Ahora, por ejemplo, hay que tener muchos amigos, vivimos hiperconectados. Mi padre no tenía amigos, tenía a su familia, y era feliz”, explica Rafael Santandreu, psicólogo y autor de Ser feliz en Alaska (Grijalbo), que vincula el narcisismo —y la frustración que puede generar— con la depresión, la ansiedad y la agresividad.

Hay causas que nacen en la infancia. Las teorías de Twenge han tocado un nervio cultural al culpar a padres y educadores de haber criado a una generación de narcisos diciéndoles lo especiales que son sin importar sus logros. Un estudio europeo publicado en 2015 en la revista PNAS argumenta que el narcisismo está vinculado a una educación parental que sobrevalora por sistema a los hijos. “Se les alaba en exceso y, con el tiempo, los niños se creen únicos”, explica uno de sus autores, Eddie Brummelman, del Instituto de Investigación para el Desarrollo Infantil de la Universidad de Áms­terdam. “Se confunde autoestima con narcisismo. Lo que hay que cultivar es la autoestima, que se consigue con cariño, apoyo, atención y límites”, añade.

¿Quiere decir que no hay que pensar a lo grande? No exactamente. Cultivar cierto ego saludable es beneficioso. Es lo que defiende Craig Malkin, psicólogo clínico de la Escuela de Medicina de Harvard. “Un poco de narcisismo en la adolescencia ayuda a los jóvenes a sobrellevar la tormenta y el ímpetu de la juventud. Solo la gente que nunca se siente especial o la que se siente siempre especial son una amenaza para ellos mismos o el mundo. El deseo de sentirse especial no es un estado mental reservado a imbéciles o sociópatas”, afirma en Rethinking Narcissism (repensando el narcisismo).

Forma parte Craig del grupo que considera que la mayoría de los estudios sobre narcisismo no han sido justos con los jóvenes y que los que hablan de epidemia exageran. El Inventario de la Personalidad Narcisista, un cuestionario básico para los investigadores de todo el mundo, incluida Twenge, es defectuoso, sostiene Craig. Entre otras cosas, esta herramienta considera negativo querer ser un líder o decir que eres decidido. “Las personas que disfrutan diciendo lo que piensan o que quieren liderar son claramente diferentes de los narcisistas que suelen recurrir a la manipulación y la mentira”.

“La imagen cuenta más que lo que hacemos y queremos alcanzar muchos hitos sin esfuerzo”, opina el psicoanalista J.-C. Bouchoux

Un exhaustivo estudio publicado en 2010 en Perspectives on Psychological Science intenta refutar la teoría de la epidemia. Realizado entre un millón de adolescentes en EE UU entre 1976 y 2006, los investigadores encontraron poca o ninguna diferencia psicológica entre los millennials y las generaciones anteriores, aparte de más autoestima. En un intento de relativizar el problema, encabeza ese trabajo una cita de Sócrates: “Los niños de hoy día [siglo V a. de C.] son unos tiranos. Contradicen a sus padres, engullen la comida y tiranizan a sus maestros”.

De un lado y otro del debate, de lo que no parece haber duda es de que es recomendable huir de las personas con altos niveles de narcisismo. Lo resume muy bien Kristin Dombek en The Selfishness of Others (el egoísmo de los otros), ensayo en el que analiza la abundancia en el mundo virtual anglosajón (y cada vez más en el español) de información relacionada con los narcisistas, sobre cómo reconocerlos y hacerles frente: “Uno de esos blogueros decía: ¿qué debe hacer uno cuando conoce a un narcisista? Ponerse las zapatillas y salir corriendo de inmediato”.

lunes, 6 de febrero de 2017

Entrevista desoladora con Claudio Magris

"El sueño europeo de Claudio Magris", entrevista por José Andrés Rojo en El País 6-II-2017:

Referente de las letras y el pensamiento europeo, el autor de ‘El Danubio’ mantiene a sus 77 años el pulso del narrador que disecciona el incierto mundo que le rodea. Aquí cuenta su infancia en Trieste bajo las bombas y por qué sigue conservando el optimismo.

YA CASI al final saltó el tema de “la persuasión”. Es un concepto acuñado por Carlo Michelstaedter, un escritor de Gorizia que se suicidó de un disparo a los 23 años y al que Claudio Magris ha reivindicado siempre. “La persuasión es la posesión presente de la propia vida y de la propia persona, la capacidad de vivir a fondo el instante sin la maniática angustia de quemarlo pronto”, sostenía.

¿Lo ha conseguido? ¿Ha logrado vivir de acuerdo a esa persuasión? Lo he intentado. No estar pendiente de lo que va a venir y aprender a disfrutar de cada momento. Pero no es fácil.

Hombre de letras y viajero empedernido, Magris tiene la capacidad de contagiar de inmediato su pasión por las palabras y el conocimiento y arrastra ese aire elegante y sofisticado de los viejos europeos, de aquellos brillantes intelectuales que parecen ya un vestigio de una época desaparecida. Empezó a leer desde muy joven y terminó convirtiéndose en un germanista de referencia. Nació en la ciudad italiana de Trieste en 1939, estudió en Turín. Se dedicó a dar clases de lengua y literatura alemanas, tanto en Turín como en su ciudad natal. Traductor de Ibsen, Kleist y Schnitzler, ha escrito libros inclasificables como El Danubio, donde se sumergió en los grandes conflictos que han marcado la cultura centroeuropea, novelas (Conjeturas sobre un sable, Otro mar y No ha lugar a proceder, la última, entre otras), ensayos (Utopía y desencanto, por ejemplo), libros de viajes, piezas teatrales. Le han concedido numerosos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias (2004), el de la Paz de los Libreros Alemanes (2009) o el de la FIL de Guadalajara (2014).

Claudio Magris estuvo en Madrid para recibir otro, el Francisco Cerecedo, que concede la Asociación de Periodistas Europeos. La entrevista tuvo lugar un día raro: era fiesta en Madrid y acababa de ganar las elecciones Donald Trump. Así que la ciudad estaba parada y era fácil proyectar en sus calles vacías una atmósfera de profundo abatimiento. Magris, de hecho, tenía mala cara, un poco de cansancio, la resaca de una de esas gripes enojosas. “Hoy es más necesario que nunca un verdadero Estado europeo, federal y descentralizado pero orgánico en sus leyes, respecto al cual los actuales Estados sean lo que hoy son las regiones para cada Estado”, dijo un día después en su discurso de agradecimiento del premio.

¿Qué ha pasado en Estados Unidos? Aunque hubiera ganado Hillary Clinton, que era lo yo quería, hay algo que no funciona bien en el sistema. Trump, más allá de lo indecente de sus expresiones y de sus burdas maneras y de su discurso simplista, que son impresentables, constituye la expresión de una ruptura que no solo ocurre en Estados Unidos, sino en el mundo entero. Existe una gran plebe que no está politizada: pienso en los blancos pobres, en los negros pobres, y creo que entre ellos ninguno ha pensado nunca políticamente.

¿A qué se refiere? Si me fijo en Italia, toda la cultura democrática en la que me reconozco, y en la que incluyo al viejo partido comunista, daba por sentado que existía una ciudadanía politizada a la que había que convencer para obtener su voto. Ahora lo que ha aparecido es una amplia población que vive por debajo, o al margen, de cualquier tipo de comprensión de lo económico, de lo cultural, de lo público. Trump ha conseguido convencer a esa América (que no está solo en América) de que es su voz.

Algo de eso fue lo que hizo Berlusconi, ¿no? Supo dirigirse a esa pequeña burguesía a la que se había abandonado en una suerte de ciénaga. Y llegó y les dijo: yo soy como vosotros. Evidentemente yo estoy en contra de todo esto, pero lo que ha ocurrido en Estados Unidos no es una victoria del Partido Republicano sobre el Partido Demócrata. Es una transformación política mucho más grande y peligrosa que no se puede infravalorar. Existe una América que no se siente representada en la América de Wall Street, de los liberales, de las grandes familias conservadoras –como la de los Bush–, del intervencionismo militar, ni siquiera en la del moralismo republicano que encarnó hace cuatro años Sarah Palin. Aquella América era todavía la América de los que cuentan.

¿Y cómo es ahora? Confieso que cuando el FBI sacó de nuevo en la campaña el asunto de los correos electrónicos que podían perjudicar a Hillary Clinton pensé que aquello se había convertido en una guerra de bandas. Yo soy, por mi edad y mi educación, un hombre del siglo XX y sé, o creo saber, cuáles son los valores que defiendo y por lo que estoy dispuesto a luchar. Y no me dejo turbar por los cambios que se están produciendo, pero me preocupa lo que se puede perder. Hoy los instrumentos políticos con los que se libran las batallas están en la web, en las redes sociales, que es donde se está creando la opinión pública. Y en ese ámbito me encuentro como un combatiente que está fuera de lugar, que utiliza el arco y las flechas en un mundo donde ya solo sirven las pistolas y los fusiles.

Vayamos a Magris. ¿Cómo fue su infancia? Empecemos por una constatación. Yo me considero generacionalmente afortunado. Nací en 1939, y eso significa que me libré de la guerra, de los combates. Es verdad que me acuerdo de los bombardeos y de la ocupación, pero no tuve que sufrir directamente en ningún frente. Cuando fui joven me tocó una sociedad llena de libertad, de iniciativas, de trabajo, se vivía un buen momento económico. Yo he desconocido la ansiedad de no saber qué podía hacer. El mundo fluía. Para la generación de mis hijos –uno tiene 50 años ahora; el otro, 48–, las cosas fueron ya mucho más difíciles. Y hoy, si pienso en mis estudiantes de unos 20 años o en los que tienen ya 30, la situación es terrible. Yo tuve la infinita suerte de vivir en un momento en que las cosas que sé hacer encontraron un mundo que las apreciaba.

¿Hay algo que haya marcado su formación? Fue muy importante lo que ocurrió en el año 1945 en Trieste. Como cuento en mi última novela, la guerra no terminó allí ese año, sino en 1954. No es que continuara exactamente la guerra, lo que existía era un Gobierno de los británicos y los estadounidenses mientras se decidía qué iba a pasar con la ciudad, si iba a caer del lado de Italia o se incorporaría finalmente a la Yugoslavia de Tito, que desde 1948 formaba ya parte del mundo de Stalin. La resistencia en Trieste fue particularmente complicada, y por entonces terminaron un poco enfrentándose todos contra todos: los nazis y los fascistas contra los resistentes italianos; los partisanos comunistas contra los partisanos democráticos; las tropas de Tito peleaban al mismo tiempo contra los nazis y los fascistas y contra las democracias vencedoras; los fascistas italianos estuvieron con los nazis, pero como también eran nacionalistas al final se enfrentaron a ellos. En fin, un caos. Naturalmente yo no era consciente de lo que pasaba entonces, pero la sensación dominante era la de no saber cuál iba a ser tu futuro. Y eso terminó siendo una gran escuela. La resumió muy bien el cabaretero alemán Karl Valentin, del que tanto aprendió Brecht. Decía: “Incluso el futuro era antes mejor”.

Esa especie de futuro sin futuro. La idea de que puedes construir algo es importante, de que hay un porvenir que puede ser diferente, que puedes cambiar el mundo. Frente a eso, lo que se impone hoy es que el futuro se ha fundido. Ya no solo por aquella estúpida teoría de Fukuyama del fin de la historia. Pero yo sigo creyendo eso, que el futuro se puede construir.

¿Es entonces optimista? Pesimista con la razón, optimista con la voluntad. Creo que esa voluntad de construir, de crear algo distinto, es lo que da sentido a nuestro presente. Yo he crecido con esa fe en la utopía. Pero al mismo tiempo con ese precoz desencanto que me daba la historia de Trieste, esa especie de no future. No me hubiera ocurrido de haber vivido entonces en Milán o Turín.

En Turín estudió Germánicas. ¿Hablaba alemán desde niño? Mi padre hablaba muy bien el francés y el inglés, pero no el alemán. Mi abuelo era de la región de Friuli [noreste de Italia] y llegó con su esposa y sus hijos a Trieste [entonces bajo el Imperio Austrohúngaro] para buscar trabajo, pero no quería convertirse en ciudadano austriaco. Así que hacia 1915 terminó en Pistoya, en la Toscana, donde su hijo hizo la secundaria. Mi madre, en cambio, era típicamente triestina. Su familia, de nombre Grisogono, venía de la pequeña nobleza veneciana, tenía un lejano origen griego, y se instaló en la costa dálmata. Teníamos unos primos croatas. No los frecuentamos mucho. En el siglo XIX en aquella familia había dos hermanos: uno decidió ser croata, y el otro, italiano. Mi madre hablaba alemán y francés, nada de inglés. Yo empecé a estudiar el alemán en la escuela, con 11 años.

¿Qué recuerda de entonces? Me acuerdo de la enorme influencia que tuvo sobre mí un profesor de alemán, del que he hablado en El Danubio. Cuando tenía 14 años, una vez me pidió que le hablara de la relación del Fausto con la Revolución Francesa. Así que me puse a darle vueltas y, al rato, decidí explicarme: “Yo pienso…”. Me interrumpió de inmediato: “¿Qué vas a pensar tú, miserable? Deja de pensar”. Y luego me dio una hermosa lección de aquella Alemania, con esa extraordinaria cultura literaria, filosófica, musical, pero incapaz de renovarse políticamente.

Y después fue a Turín, ¿no? Antes estuve en Roma, en el Centro Experimental de Cine: quería ser director. Cuando hice la selectividad me tocó en el tribunal un gran crítico literario, Giovanni Jetto, que me propuso que fuera a estudiar a Turín, que era en aquel momento una ciudad interesantísima. Durante los años que estuve en la facultad, prácticamente duplicó su población, de 700.000 a 1.300.000 habitantes, gracias a la inmigración que procedía del sur. Tenía todos los problemas asociados a la inmigración, era la ciudad donde habían nacido el comunismo, el liberalismo moderno, donde se había producido una gran transformación industrial, era la capital del antifascismo: un poco Detroit y otro poco Leningrado. Una ciudad con una doble alma, que me resultó muy útil. Tenía algo de gitana, por su indolencia, pero también la libertad de saber dónde quería ir.

¿Cómo fue su paso por Turín? Fue allí donde empecé a leer a autores triestinos. Yo había sido un lector muy precoz. A los 13 años ya andaba con Tolstói, con Dostoievski, recitaba un montón de poemas de memoria. Pero jamás había leído una sola línea de un autor triestino. Eso les ocurre siempre a los jóvenes con las cosas de casa.

¿Qué encontró en esos autores triestinos? Comencé a leer libros de Saba, de Svevo…, y me di cuenta de que Trieste no era solo la ciudad que conocía, la de los baños en el mar y los lugares próximos, sino que había otra que venía de mucho antes de que naciera, la ciudad que había pertenecido durante siglos al mundo de los Habsburgo. Fue entonces cuando surgió la tentación de explorar esa identidad múltiple en la que la lengua alemana tenía un importante papel. Cuando fui a explicarle a mi director de tesis que quería hacerla sobre el mito habsbúrgico, no entendió nada. Bueno, es que yo tampoco sabía lo que quería hacer. Me sucede siempre: tienes una idea vaga del mundo en el que quieres entrar, y solo cuando llevas adelantada ya la mitad de un libro empiezas a entender lo que de verdad estás escribiendo.

Los años sesenta y la revuelta de Mayo del 68: ¿cómo vive esa época que tanto ha influido después? En 1968 andaba yo enseñando un tiempo en Trieste y otro en Turín. No me tocó nada del 68 más agresivo, violento, sino algo muy pequeño. Sin comparación con lo que ocurrió en otros lugares del mundo. Lo viví como una extraña mezcolanza: un montón de impulsos por la liberación, pero que, al final, han conducido al triunfo universal del consumo. Se conquistaron nuevos terrenos de libertad, lo que es importantísimo, y se consiguió que mi deseo fuera un derecho. Pero lo he visto también como Jacques Lacan, que no era ningún reaccionario, y que dijo: “Voy a buscar un patrón, pero estate tranquilo, que lo encontraré”. Me gusta lo que escribió Pasolini, de manera bellísima, después del referéndum sobre el divorcio. Le pareció justo que se aprobara. Pero hizo un matiz: no era solo un voto sobre la obligación o no de permanecer junto a una persona con la que te has comprometido; era también un voto con el que se acababa la posibilidad de buscar salidas creativas a una relación cuando esta entra en crisis. Temía que esa relación se convirtiera en algo intercambiable: hoy me pongo una cosa, mañana otra.

Hábleme de Marisa Madieri, su primera esposa y la madre de sus hijos, que murió hace unos años [Magris vino a Madrid acompañado de Jole Zanetti, su compañera actual]. Marisa era mi columna vertebral. La conocí…, me acuerdo perfectamente del momento. Fue en el Liceo, durante una reunión en el aula magna, estaba con mis dos grandes amigos, con los que había armado un triunvirato indestructible, cuando una muchacha levantó la mano para hacer una pregunta. Y de pronto pin, como dice Lawrence, y estaba en sus manos. La frecuenté poco durante aquel año, luego se fue a Inglaterra, a un campo de refugiados, como ha contado en Verde agua. Cuando regresó volvimos a encontrarnos. Era el año 1962, cuando para ella se inició todo; para mí había empezado en 1957. Luego nos casamos en 1964.

Tuvo que ser un golpe muy duro. Después de la muerte de Marisa, en 1996, una amiga, la política y periodista Rossana Rossanda, me pidió que le mandara una foto de esa persona que tanto le había interesado después de leer su libro. Me planteó un problema muy complicado porque tenía muchas fotos, ¿cuál elegir? Enviarle una imagen de Marisa a los 25 años era ridículo. Así que me puse a pensar en cuál es esa fotografía que nos retrata de verdad. No puede servir la que te hicieron de niño pequeño, tampoco aquella en la que ya eres un anciano. Al final decidí que la verdadera foto para contarnos es aquella que nos retrata 10 años antes de los que tenemos ahora. Busqué una de Marisa que respondiera a ese cálculo. Y se la envié a Rossana.