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lunes, 8 de abril de 2024

Michel Desmurget, Por qué leer libros es tan importante para desarrollar la inteligencia de nuestros hijos

Michel Desmurget, "Por qué leer libros es tan importante para cultivar la inteligencia de nuestros hijos", en El País, 7 de abril de 2024:

Las pantallas recreativas minan el desarrollo de los jóvenes: leer es la única forma de desarrollar un lenguaje avanzado que permita construir algún pensamiento complejo

Sometidos al yugo adictivo de las omnipresentes pantallas recreativas (películas, series de televisión, videojuegos, redes sociales...), nuestros hijos leen cada vez menos y, por tanto, cada vez peor, porque, como demuestran decenas de estudios, la capacidad lectora depende directamente del tiempo de práctica. En España, según las últimas evaluaciones internacionales Pisa, el 75% de los alumnos de 13 años de secundaria no pasan del nivel “básico”, que como mucho les permite comprender enunciados sencillos y explícitos; el 51% tienen incluso un nivel “bajo” y dificultades con los textos más básicos. Solo el 5% de los lectores son “avanzados”, capaces de identificar y resumir las ideas implícitas en un texto no trivial. Estas cifras son comparables a la media de la OCDE. Desde 2015, los alumnos españoles de secundaria han perdido un año de aprendizaje. Esto significa que los jóvenes de 13 años en 2022 tenían el mismo nivel que sus homólogos de 12 años siete años antes.

Muchos observadores parecen satisfechos con esta evolución, alegando que hay que avanzar con los tiempos y que los niños de hoy simplemente aprenden “de otra manera”. Mientras que en tiempos pasados se utilizaba la palabra escrita, en el mundo moderno se recurre a los medios audiovisuales. Por desgracia, este argumento pasa por alto las características específicas de la palabra escrita. En primer lugar, está el lenguaje. El libro está desprovisto de contexto. Solo tiene palabras como soporte. La imagen (o el vídeo) de un paisaje, de un objeto, de una emoción, de una escena de la vida, etcétera, habla por sí sola, por así decirlo, al menos en parte. El libro tiene que describirlo todo. Esto explica por qué, por término medio, la complejidad léxica y gramatical de los corpus textuales es mucho mayor que la de los corpus orales. Amplios estudios de contenido han demostrado que hay más riqueza lingüística en un álbum de preescolar (el más sencillo de los libros) que en todos los corpus orales corrientes: discusiones entre adultos cultos o adultos y niños, películas, series, dibujos animados, programas de televisión... Esto significa que la exposición a la palabra escrita es la única manera de desarrollar un lenguaje avanzado, sin el cual no puede construirse ningún pensamiento complejo.

A menudo, oigo decir que las generaciones más jóvenes nunca han leído tanto, gracias a internet. Lamentablemente, la afirmación es engañosa. Entre los jóvenes de 8 a 18 años, la lectura digital representa entre el 2% y el 3% del tiempo de pantalla, mientras que las actividades audiovisuales (películas, series, vídeos, etcétera) suponen entre el 40% y el 50%. Además, este tiempo de lectura incluye muy pocos libros y muchos contenidos lingüística y conceptualmente pobres. En definitiva, el tiempo de lectura en internet (redes sociales, blogs, correos electrónicos y todo lo demás) y, más en general, el tiempo total de pantalla recreativa están negativamente correlacionados con las competencias lingüísticas y la capacidad de lectura de los niños. Lo mismo ocurre con los conocimientos. Cuanto más leen los niños y los adolescentes, más amplia es su cultura general, en relación con los niños de entornos socioeconómicos comparables que están expuestos a contenidos audiovisuales (películas, series, entre otros). Los niños que leen tienen muchas más probabilidades de saber, por ejemplo, qué es un carburador o un tipo de interés; de decir que Japón fue aliado de Alemania y no de Estados Unidos durante la II Guerra Mundial, y de afirmar que hay más musulmanes que judíos en el planeta.

En España la diferencia de competencias entre el 25% más aventajado y el 25% menos aventajado en secundaria es de cuatro años de aprendizaje

Además de estas repercusiones culturales y lingüísticas, existen beneficios documentados en cuanto a coeficiente intelectual, concentración, imaginación, creatividad, capacidad de síntesis y de expresión (tanto oral como escrita). En otras palabras, mientras que las pantallas recreativas minan concienzudamente el desarrollo de nuestros hijos, la lectura construye meticulosamente su inteligencia. Pero eso no es todo. La lectura de novelas también estructura fuertemente nuestras habilidades emocionales y sociales. Si veo a Don Quijote en la televisión, no tengo acceso a la complejidad de sus pensamientos. En cambio, cuando leo la novela, me meto literalmente en la cabeza del personaje y puedo comprender el funcionamiento interno de sus pensamientos y acciones. Mejor aún, puedo experimentar estos últimos. Los investigadores se refieren a la lectura como un auténtico “simulador emocional”, en el sentido de que las situaciones vividas realmente y las experimentadas literariamente activan los mismos circuitos cerebrales. Cuando busco el significado de la palabra traición en un diccionario, entiendo intelectualmente lo que significa; pero cuando leo Madame Bovary, no solo lo entiendo, sino que experimento la traición desde el punto de vista tanto del traidor como del traicionado. Penetro en los mecanismos subyacentes y siento los estados emocionales asociados. Al final, los lectores de ficción tienen una mayor empatía y capacidad para comprender a los demás y a sí mismos.

En última instancia, todos estos beneficios influyen enormemente en la trayectoria educativa y profesional de los niños. El impacto es significativo tanto a nivel individual como colectivo. Numerosos estudios demuestran que el desarrollo económico de un país, el número de patentes desarrolladas y su PIB están estrechamente relacionados con los resultados educativos. Se trata de una cuestión crucial en un contexto de creciente competencia internacional, sobre todo si tenemos en cuenta, en vista de las evaluaciones Pisa ya mencionadas, que las diferencias de rendimiento, no solo en lectura, sino también en matemáticas, son cada vez mayores entre las naciones de la OCDE y los países asiáticos.

A menudo oigo que los más jóvenes nunca han leído tanto gracias a internet. Por desgracia, la lectura digital es un 3% de su tiempo de pantalla

Por supuesto, podemos vivir sin la lectura. No es esa la cuestión. Lo importante es que entonces perdemos una parte esencial de nuestra humanidad. No es casualidad que los libros hayan sido el blanco de tiranos de todo tipo desde el principio de los tiempos. Los nazis quemaron más de 100 millones de libros y, como ha demostrado el filólogo Victor Klemperer, se embarcaron en un proceso de empobrecimiento del lenguaje digno de la neolengua de Orwell en 1984. Hitler decía que la literatura era veneno para el pueblo. En Un mundo feliz, de Huxley, solo una pequeña casta posee aún las herramientas del pensamiento y del lenguaje. El resto está compuesto por técnicos celosos, formateados para adaptarse con la mayor precisión a las necesidades económicas, atiborrados de entretenimientos absurdos, privados de las herramientas fundamentales de la inteligencia y felices con una servidumbre que ya ni siquiera son capaces de percibir. La lectura es el antídoto más seguro contra esta pesadilla porque, a través de su efecto en el desarrollo intelectual, emocional y social de nuestros hijos, dibuja el camino más seguro hacia la emancipación. Como dijo Ray Bradbury, autor de la novela futurista Fahrenheit 451: “No hay que quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos”.

Ante este desastre incipiente, muchos culpan a la escuela. Sin embargo, el entorno familiar desempeña en esto un papel esencial, sobre todo a través de la lectura compartida, que es la única manera de que los niños adquieran progresivamente el lenguaje avanzado de la palabra escrita y, en última instancia, una vez adquiridas las bases de la descodificación, lean por sí mismos. Esto no quiere decir que la escuela sea ineficaz. Lo que significa es que el tiempo escolar disponible y el número de niños por profesor no permiten un trabajo óptimo. Todos los estudios demuestran que, en lo que respecta a la lengua y la lectura, la escuela no con­sigue compensar las desigualdades sociales. En España, según los datos procedentes de Pisa, la diferencia de competencias entre el cuarto más aventajado y el menos aventajado de los alumnos de secundaria representa cuatro años de aprendizaje. Es una diferencia descomunal. El problema solo puede resolverse mediante una acción focalizada, temprana y masiva dirigida a los niños menos favorecidos. También necesitamos un amplio programa de información para los padres, sobre todo para los desfavorecidos. Cuando explicamos a estos últimos la importancia de hablar con sus hijos, de leerles cuentos desde muy pequeños, de llevarlos a la biblioteca, los efectos en el lenguaje, el desarrollo cognitivo, la concentración o el vínculo familiar son considerables. Todo es cuestión de voluntad política. Los costes ocasionados se verían ampliamente compensados por el ahorro posterior (logopedia, fracaso escolar, etcétera).

Este es un texto escrito para Ideas por Michel Desmurget (Francia, 1965), neurocientífico, al hilo del lanzamiento de su último libro, Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales, de la editorial Península.

domingo, 7 de abril de 2024

Tipos de voz interior y aplicaciones médicas.

Adelaida de la Peña, "No todo el mundo la tiene y suele adoptar cuatro arquetipos: cómo es la voz interior", en La Vanguardia, 9-X-2023:

Hay quien piensa en monólogo, en diálogo y quien carece de voz en off en su cabeza. Suele adoptar la forma de amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso o niño indefenso

El neurocientífico José Ramón Alonso explica qué tipo de narradores internos hay y cómo experimentan el pensamiento quienes poseen una mente silenciosa

Casi todo el mundo piensa con una especie de narrador interior, posiblemente estés leyendo en tu mente este artículo con una vocecilla en tu cerebro, o estés pensando con palabras “sí, sí, yo pienso con una voz” o incluso “¿de qué está hablando?”. Eso es lo más normal, lo poco habitual es pertenecer al 0,8% de las personas con una mente silenciosa que no tienen esa voz en off que le ayuda a reflexionar, a tomar decisiones, a hacer la lista de la compra o a desahogarse.

El neurocientífico y catedrático de la Universidad de Salamanca José Ramón Alonso cuenta a La Vanguardia cómo son las diferentes voces interiores, qué tipos de personalidades suelen tener estos interlocutores internos y algunas curiosidades sobre la importancia y el funcionamiento de nuestra voz en off.

Anauralia, la rareza de una mente silenciosa

Tener una mente silenciosa, sin voz interior, es un fenómeno que se denomina anauralia, que es la ausencia de imágenes sensoriales auditivas.

La voz interior “no es el único sistema de pensamiento”, afirma Alonso, aunque “no tenerla es muy raro”: según este neurocientífico “en un estudio bastante amplio con un muestreo de unas 15.000 personas encontraron que solo el 0,8% no experimentaba voz interior”.

¿Pero cómo experimenta el pensamiento quien no tiene voz interior? Según Alonso, “lo más común es pensar en imágenes”. También, entendiendo pensar en un sentido amplio, “hay quien piensa que una forma de pensamiento son los sentimientos; el que tengas ira, alegría o tristeza son formas de afrontar una situación determinada”.

En cualquier caso, no tenemos un único mecanismo, “nuestro cerebro nos dota con distintas herramientas y cada persona utiliza la que mejor le funciona o varias de ellas, que es lo que creo que hacemos la mayoría”, explica.

¿Piensas en monólogo o en diálogo?

“Lo más común es oír una voz interior que identificamos generalmente como nosotros mismos, pero también hay personas que tienen una conversación interior en la que aparecen voces diferentes”, explica Alonso.

¿Por qué unos piensan en monólogo y otros en diálogo? ¿Cómo se forja esa voz interior que tiene la inmensa mayoría? “La teoría que tiene más apoyos es que nuestros padres nos dicen de pequeños, por ejemplo “no cojas el cuchillo” y el niño al principio lo repte en voz alta e imita las palabras y progresivamente se va haciendo silencioso. Se cree que esa sería la forma en la que nosotros cogemos mensajes de la infancia, los internalizamos y los convertimos en esa voz interior”, explica Alonso.

Lo más común es oír una voz interior que identificamos generalmente con nosotros mismos, pero también hay personas con una conversación interior

Pero quizás seas de esas personas que dialogan en su cabeza, que por ejemplo están en una tienda y su voz interior le dice “tengo que comprar esto porque es precioso y está rebajado” e inmediatamente otra voz interior discrepa “no lo necesito en realidad”.

En este sentido, el catedrático de la Universidad de Salamanca cuenta que hay un estudio que afirma que, “si los padres discuten mucho sobre el modo de crianza, es muy común que el niño interiorice esas dos voces y a lo largo de la vida, incluso ya de adulto, siga teniendo dos opiniones contrapuestas, una más estricta y otra más empática por ejemplo”.

No obstante, aunque a menudo pensemos verbalizando mentalmente, ya sea en monólogo o en diálogo, “parece que esa voz interior es mucho más sencilla que el lenguaje” que usamos normalmente para comunicarnos con los demás. Así, si tuviéramos ese soñado superpoder de leer el pensamiento de los demás, muy posiblemente no lo entenderíamos al completo porque a menudo está desestructurado.

Amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso y niño indefenso

Al igual que cada uno tiene su propia personalidad, las voces de la cabeza también la tienen. Así se desprende de un estudio titulado Self-Talk: Conversation With Oneself? On the Types of Internal Interlocutors de Malgorzata Puchalska-Wasyl, psicóloga de la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublin (Polonia), que estableció cuatro tipos de interlocutores internos: amigo fiel, padre ambivalente, rival orgulloso y niño indefenso.

El primer tipo descrito es un “amigo entrañable que te apoya”, que es el que parece más común, explica Alonso. 

Otro es “como un profesor o entrenador que te reta diciéndote que esto lo puedes hacer mejor, por ejemplo” que sería el que Puchalska-Wasyl denominaba “rival orgulloso”.

El padre ambivalente es “una figura paterna que en algunos momentos es muy empática, pero en otros casos es muy crítica” 

Y, por último, el niño indefenso, “que se valora como la más negativa, sería una especie de niño llorón, que es cuando te quejas a ti mismo de lo mal que te trata la vida, la gente, etc.”

Se puede educar en cierta manera, uno puede intentar que sus mensajes sean más del tipo positivo. “Al parecer es una clasificación bastante universal” y la mayoría le encaja alguno de estos cuatro perfiles de voces, aunque puede ir cambiando el perfil según el momento.

Y si lo que te dice tu voz interior no te viene bien porque es demasiado exigente o demasiado negativa, “se puede educar en cierta manera, uno puede intentar que sus mensajes sean más del tipo positivo, de animarte a ti mismo, etc.” porque “nuestro cerebro es muy abierto a lo que se encuentra y a lo que le pedimos”, explica el neurocientífico.

A veces te hablas, otras te escuchas

No estamos acostumbrados a reflexionar sobre cómo pensamos y mucho menos a explicárselo a otras personas, por eso son muchos los investigadores sobre el tema que ponen sobre la mesa la dificultad de estudiarlo, ya que la mayoría de los estudios están basados en encuestas que recogen la experiencia de los participantes.

No obstante, hay algunos artículos más cuantitativos que han medido la actividad cerebral y han descubierto un dato curioso: existen dos tipos de voces, una que utilizamos para conversar con los demás y que a veces usamos de forma interior sin verbalizarla y otra que de manera inconsciente aparece en nuestro cerebro.

“La voz deliberada y la espontánea no son exactamente la misma”. A veces te hablas y otras te escuchas. Alonso lo explica, por ejemplo, “cuando haces deporte y te estás diciendo a ti mismo: “¡Venga, a ver si consigues llegar hasta aquel árbol!” es tu voz interior, hablando deliberadamente”. “Pero otras veces surge ella sola como si tuviera vida propia” de forma espontánea, y “no son la misma”. “Una es más que te hablas a ti mismo y en otras te escuchas a ti mismo”, explica, y están en distintas áreas del cerebro, de manera que “a veces se activan las zonas del oído y otras las del habla”.

La dificultad de ponerse en la cabeza del otro

Tan interiorizada está la forma en la que articulamos nuestros pensamientos que “al que no tiene voz interior le parece difícil de creer que haya gente que sí la tenga, y viceversa”, dice.  

Cada vez que aparece en tema en redes sociales, miles de personas comentan, sorprendidos, que existan personas que tengan (o no) tal voz interior, y se preguntan unos a otros cómo la hacen, ante la incredulidad de que otros no tengan esa misma experiencia.

Leyendo este artículo ya habrás reflexionado si tienes voz interior, aunque a veces la respuesta no es tan sencilla. En primera instancia uno puede pensar que no, pero de repente, cuando pasa un rato, puedes sorprenderte a ti mismo con esa voz consciente o inconsciente, reflexionando sobre este tema, o leyendo con tu voz este artículo.

“No es una experiencia constante, aparece en determinados momentos del día”, explica el neurocientífico, “frecuentemente, por ejemplo, en ciertos momentos de estrés, como para ayudar a afrontar momentos un poco más difíciles”, apostilla.

Cuando la voz es el problema

Generalmente, ese ‘Pepito Grillo’ que tenemos es positivo, pero hay unos pocos casos en los que es muy perjudicial, como en “la esquizofrenia y la rumia que se produce con la depresión o la ansiedad, cosas que afectan negativamente al bienestar de la persona”.

Alonso refiere una importante investigación realizada con pacientes esquizofrénicos, de la que se desprende la importancia que puede llegar a tener la voz interior, y hasta qué punto puede llegar a modificarse para convertirla en algo más positivo.

“En la esquizofrenia muchas veces la gente escucha una voz interior que le dice mensajes lesivos para sí misma o para otras personas, diciendo cosas como que mates a tu madre”. En este contexto se ha realizado un estudio publicado en The Lancet Psychiatry Journal en el que los profesionales “han hecho una especie de retrato robot de esa voz, preguntando si es hombre o mujer, de qué edad la imaginan, si es ronca, qué tipo de palabras utiliza, etc.” Y, con esa información recopilada, crean un filtro de voz que utiliza un psicólogo para hablar al paciente desde otra habitación.

Pero no solo replican la voz, esta terapia, denominada Avatar, también crea una imagen virtual, con una cara que el paciente pueda identificar con la de la voz interior que le dicta mensajes maliciosos. Con todo esto el profesional puede ir modulando el mensaje lesivo, volviéndolo más positivo y conduciéndolo a la normalidad sin fármacos.

"Los pacientes empezaron a mejorar de forma magnífica", así que el estudio se ha ido ampliando posteriormente, "porque parecía que podría ser una nueva herramienta sin fármacos ni efectos secundarios, que abriese nuevas perspectivas”.

La afantasia, la enfermedad que suelen padecer los programadores informáticos y los que no saben dibujar

Un afantásico no sabe o no puede dibujar apenas, y si dibuja es un pobre esquema. Curiosamente, los afantásicos suelen ser buenos programadores informáticos.

Adelaida de la Peña, "La 'mente ciega': así es el cerebro de las personas que no pueden crear imágenes en su interior", en La Vanguardia, 31/10/2023:

La afantasia afecta a un 3,9% de la población en algún grado y a un 0,8% de forma total. Las personas incapaces de generar imágenes visuales tienen dificultades para poner cara a un familiar fallecido, evocar recuerdos autobiográficos, recrear sueños muy vívidos e incluso proyectar el futuro

Si alguien te dice “¿te imaginas que estuviéramos en la playa tomando un mojito?”… ¿eres capaz de visualizarlo en tu mente? ¿ves por ejemplo del vaso con hielo, la arena y el mar? Si no puedes o te cuesta hacerlo, quizás tengas afantasia en algún grado, porque la mayoría de las personas sí pueden generar imágenes mentales, no lo dicen en sentido figurado como para expresar que les gustaría estar de vacaciones sino que realmente pueden ver, con mayor o menos nitidez, una imagen mental.

“La afantasia es una dificultad marcada por los problemas para crear imágenes mentales”, explica a La Vanguardia Pablo Barrecheguren, doctor en biomedicina especializado en neurobiología y divulgador científico. “Es un grado, se estima que el 3,9% de la población tiene dificultades y el 0,8% tiene una incapacidad total para crear imágenes mentales”, es decir, que “casi una de cada 100 personas no puede imaginar”.

Los efectos

Un afantásico no puede imaginar con claridad un amanecer, pero puede describirlo perfectamente porque lo conoce

El hecho de no tener imaginación visual, especialmente cuando ocurre en un grado total, impide por ejemplo ver en la mente la cara de un familiar fallecido, visualizar recuerdos autobiográficos, tener sueños muy vívidos e incluso proyectar el futuro.

Además, un afantásico no puede imaginar con claridad por ejemplo un amanecer, pero puede describirlos perfectamente porque los conoce. “Una cosa es imaginar un geranio y otra saber lo que es. Estas personas saben lo que es, lo han visto (…) funcionan de otra manera; si tú les fuerzas a tener que generar una imagen, sí que digamos que ahí se atascan, pero eso no quita para que puedan describir cómo es porque lo han visto, lo han aprendido y lo tienen en la memoria” (que no en la imaginación).

Lo más llamativo es que esto no es limitante.  Para quienes le resulta fácil generar imágenes mentales, un primer impulso es pensar que tener una mente ciega debe ser un problema, sin embargo, “lo más llamativo es que esto no es limitante”, explica el neurocientífico, de ahí que mucha gente no se dé ni cuenta. “Hay otras cosas cognitivas que en cuanto te sales un poco de la norma si es muy problemático, pero esto no. La lección yo creo que es que hay una diversidad neurológica mucho mayor de lo que creemos”, insiste.

Menos terror

Aunque las investigaciones en la materia son aún muy recientes y falta mucho por estudiar, ya se han analizado algunas implicaciones. Por ejemplo, un estudio publicado en Proceedings of The Royal Society en 2021 sobre el papel fundamental de las imágenes mentales en las emociones humanas apunta a que los afantásicos pasan menos miedo o angustia ante un relato de terror. Parece lógico porque cuando leemos a menudo nuestra mente nos transporta a lugares que a veces somos capaces de ver y hasta de oler o sentir el frío del ambiente. En un relato aterrador… ¿cómo pasar el mismo miedo sin visualizar una puerta que se abre sola que podría ser la nuestra?

“Nuestros datos demuestran que los individuos afantasicos muestran una reacción de miedo fisiológica (SCL) significativamente menor cuando leen historias de terror, en comparación con los participantes de control con la capacidad de visualizar”, determina esta investigación.

No poder crear imágenes mentales conlleva tener menos sueños y menos vívidos.

¿Y cómo soñar si no puedes crear imágenes? Quienes no ven con el ojo de la mente “tienen sueños un poco menos vívidos, menos ricos sensorialmente”, cuenta el neurocientífico, refiriéndose a un estudio publicado en la revista Nature en 2020 que dilucida que “curiosamente, los individuos afantasicos reportan menos sueños y cualitativamente empobrecidos”.

Y proyectar el futuro también es más complicado para quienes experimenta ceguera mental, ya que el mismo estudio asegura que “también se informó que la memoria episódica y la capacidad de imaginar eventos futuros de los individuos afantásicos se redujeron significativamente en comparación con las dos poblaciones de control”.

Esta condición neurológica es complicada de detectar porque las personas creen que sus procesos mentales son los mismos que los de los demás: si llevas toda la vida experimentándolo, no tienes la sensación de que en tu cerebro esté ocurriendo algo diferente.

Es difícil diagnosticar a un afantásico porque, aunque hay algunos test, no hay una prueba fisionógica del todo desarrollada. Ha sido en los últimos años, cuando el tema ha salido a la palestra con nuevas investigaciones al respecto, cuando las personas sin imaginación visual están dándose cuenta de ello. “Hay mucha gente adulta que está de repente descubriendo que es afantásico”, asegura Barrecheguren.

Hay mucha gente adulta que está de repente descubriendo que es afantásico.

Pablo Barrecheguren, Neurocientífico y divulgador:

Para descubrir si uno es afantásico total o en algún grado, hay que poner a prueba la imaginación visual. En primer lugar hay que tener en cuenta que “nadie imagina desde cero, cuando imaginamos, una parte del cerebro se pone a funcionar y tira de la memoria siempre”, explica el divulgador. Por tanto, una buena manera de saber si experimentamos esta condición sería por ejemplo “pensar en un cuadro conocido como La Meninas y recorrerlo visualmente con tu mente, entrar dentro del cuadro, mirar por detrás… este ejercicio ¿te cuesta o no?” la respuesta te puede dar una pista de si tienes algún grado de afantasia.

“Si te piden que visualices en la mente algo que ya conoces y tienes dificultad, no es porque no sepas lo que es, sino porque tienes dificultad para generar la imagen” con lo que podrías tener algún grado de afantasia, resume Barrecheguren.

El psicólogo británico Francis Galton, pionero los investigar la inteligencia humana, fue el primero en esbozar la incapacidad de ver con el “ojo de la mente” en su denominado Estudio del Desayuno llevado a cabo en 1880. En este experimento se pedía a los participantes que imaginaran su mesa del desayuno y posteriormente describir lo que habían visualizado (no lo que recordaban). “Es un ejercicio que no se trata sólo de enunciar los objetos de la mesa cuando has desayunado sino que también se mide la viveza, cómo olía por ejemplo”, explica Barrecheguren.

Si te piden que visualices en la mente algo que ya conoces y tienes dificultad, no es porque no sepas lo que es, sino porque te cuesta generar la imagen. Las conclusiones fueron sorprendentes para el psicólogo, ya que se constató una gran diversidad en la forma en la que cada uno imagina visualmente, de manera que algunos de los participantes tenían visiones muy someras o nulas, mientras que otros experimentaban mucho realismo y detalles.

Sin embargo, estos descubrimientos se quedaron en un cajón cerca de un siglo hasta que el científico británico David Marks lo desempolvó en 1973 y desarrolló el Cuestionario sobre la intensidad de las imágenes visuales (VVIQ) que puedes realizar para saber, del 1 al 5, cómo de precisa es tu capacidad de imaginar visualmente, en el que uno es que “no hay imagen en absoluto, sólo “sé” que estoy pensando en el objeto” y cinco que es “perfectamente realista, tan vívido como ver de verdad”.

Las pupilas reaccionan al brillo de la imagen mental, primera prueba fisiolófica de la afantasia. 

Hasta hace muy poco, el año pasado, las investigaciones eran subjetivas, sólo podían medir a base de test los efectos de no tener imaginación visual. Sin embargo, un reciente estudio de 2022 titulado La respuesta pupilar a la luz como índice fisiológico de afantasia, fuerza de la imaginería sensorial y fenomenológica, ha aportado la primera prueba objetiva de la existencia de esta condición neurológica a través de la reacción de la pupila al brillo ilusorio. “Se trata de una investigación muy puntera que aún es experimental que está midiendo un reflejo del ojo”, explica Barrecheguren.

Las pupilas responden a la luz del exterior dilatándose o contrayéndose y este experimento ha demostrado que esta parte del ojo también reacciona ante el brillo ilusorio, es decir, a la luz de la imagen mental.

Atentos al resultado

Una manera de saber si experimentamos esta condición sería por ejemplo pensar en un cuadro conocido como 'Las Meninas' y recorrerlo visualmente con tu mente, entrar dentro, mirar por detrás… 

En conversación con La Vanguardia, el neurocientífico y divulgador cuenta que cuando realizaron el experimento “la pupila cambiaba en función de la luminosidad que mentalmente se asociaba a una imagen. Esto es muy chulo; Mostraban dos imágenes en blanco y negro y con la misma escala de grises y brillo idéntico, pero la pupila reacciona de forma diferente incluso si la imagen es el sol o la luna porque hay como un brillo mental asociado que nos imaginamos bastante automáticamente”, de alguna forma, aunque el brillo de la imagen sea la misma, la pupila responde a lo que imaginas. Así, el ojo de un afantásico no tendría ese reflejo porque no se está imaginando la foto.

Varios ciudadanos se ejercitan en Madrid este sábado. Miles de españoles salen este sábado por primera vez desde que se decretó el estado de alarma a hacer deporte y a pasear cuando la séptima semana de confinamiento llega a su fin, aunque lo harán con limitaciones.

“Nuestros resultados indican que la fuerza del contenido de las imágenes impulsa la respuesta de la luz de la pupila en los participantes que experimentan imágenes visuales. El carácter involuntario de esta respuesta proporciona una valiosa medida objetiva de la fuerza de la imaginación. En consecuencia, buscamos utilizar este hallazgo para probar la veracidad de una condición llamada afanasia, es decir, si estos individuos realmente carecen de imágenes visuales, no deben mostrar una respuesta de luz pupilar a las imágenes imaginadas”. 

Otras formas de imaginación

“Las personas con afantasia parece que no sólo tienen dificultad en imaginación visual sino que también tienen mermadas, quizás no en el mismo grado, las otras formas de imaginar con los otros sentidos”, cuenta Barrecheguren. Por ejemplo, “algunas personas que tienen afantasia técnicamente tienen anauralia”, que es la ausencia de voz interior.

Así lo constata un estudio de 2021 titulado Anauralia: la mente silenciosa y su asociación con la afantasia, en el que se demostró que “la mayoría de los afantasicos también informaron de imágenes auditivas (voz interior) débiles o completamente ausentes y los participantes que carecían de imágenes auditivas tendían a ser afantasicos”. Y esto también ocurre a la inversa; quien tiene una gran imaginación visual también suele tener mucha voz interior.

La mayoría de los estudios son muy recientes y actualmente se ha investigado la imaginación asociada a los sentidos más evidentes como son la vista o el oído (imágenes y voz interiores), por eso hay más documentación sobre la afantasia o la anauralia. “Se han estudiado las más obvias”, explica Barrecheguren, pero probablemente esta diversidad cognitiva atañe a “todas las percepciones como pueden ser la sensación térmica o la del dolor”, aventura el neurocientífico.

La hiperfantasia, el polo opuesto

En la inmensa variedad neuronal que se ha demostrado a lo largo de los estudios, se han valorado grados, y al igual que podemos decir que casi una de cada 100 personas tiene afantasia total, también existe el polo opuesto, a hiperfantasía, que son las personas capaces de generar imágenes fotorealistas y son en torno al 3% según Barrecheguren.

“Esto es el otro lado y tiene sus pros y sus contras”, reflexiona el neurocientífico, quien apunta que “no es un problema de salud, es cuestión de diversidad”.

martes, 2 de abril de 2024

Sergio del Molino, La gente quiere creer

Sergio del Molino, "Como Mulder en ‘Expediente X’, mucha gente quiere creer en algo", en El País, 29 de marzo de 2024:

Los conventos se vacían de vocaciones, y las parroquias, de feligreses, pero la espiritualidad gana prestigio y relevancia: vivimos una época fértil en milenarismos, gurús y emociones trascendentes que den sentido al acelerón cotidiano

Los primeros 15 minutos de La so­­ciedad de la nieve son canónicos y magistrales. Yo los usaría para explicar en la escuela cómo se plantea una historia y cómo se caracterizan los personajes. Con una economía de recursos soberbia, Bayona cuenta quiénes son esos jóvenes y por qué se comportarán así después del accidente, y en ese ejercicio narrativo sobresale una secuencia en una iglesia. Gracias a ella, al espectador le queda claro que la religión es muy importante en las vidas de esos personajes y en su forma de entender la amistad y la fraternidad. Sin esa secuencia, los debates morales sobre la antropofagia que ocupan buena parte del nudo de la película serían incomprensibles o estarían cojos. La sociedad de la nieve es, en buena medida, una película sobre el tabú religioso: la fe otorga a esos náufragos el espíritu solidario que necesitan para sobrevivir, pero también les pone ante un dilema destructivo.

Por supuesto, Bayona no inventa nada. Esa fe y esos dilemas están en el corazón de las memorias de los supervivientes y son fieles a sus relatos y meditaciones, pero subrayar su sustrato católico es una decisión narrativa. Todas las historias se pueden contar desde muchos puntos de vista, incidiendo en tales o cuales aspectos y obviando otros. La escena de la iglesia pone la religión en el centro y le quita universalidad laica a la angustia moral. Por eso esta película interpela tan hondamente a su época: su autor ha entendido —quizá sin pensarlo, por pura absorción del ambiente— que vivimos tiempos religiosos y que la mirada laica sobre el mundo se está apagando.

Esto no tiene que ver con las grandes religiones organizadas, que en los países occidentales siguen decayendo (aunque no hay que menospreciar su importancia en el auge de movimientos trumpistas o en la escalada belicista de la derecha israelí). Los conventos y los seminarios se vacían de vocaciones, y las parroquias, de feligreses, pero la espiritualidad gana prestigio y relevancia, y el discurso religioso empapa la vida pública y la cultura de formas tan sutiles como insólitas. Como el Mulder de Expediente X, mucha gente quiere creer en algo. Muerto Dios y diluida la patria, el individualismo y la vida sin raíces ni vínculos comunitarios fuertes propician que esta época sea fértil en milenarismos, gurús y emociones trascendentes que den sentido al acelerón cotidiano y al consumismo banal. El espectador de La sociedad de la nieve, aislado en su suscripción de Netflix, envidia la cohesión y la hermandad en la fe de las víctimas del accidente de los Andes.

El pensamiento y la literatura han respondido al caos urbano con llamadas al retiro no muy diferentes de las de los eremitas que fundaron algunas grandes religiones. Las apologías de la vida tranquila, campestre, recluida y ensimismada, con el culto a la santidad de Thoreau y su libro sagrado Walden, fomentan una nueva espiritualidad de las cosas sencillas y de la comunión con la tierra. Desde la pandemia, este género narrativo no para de enriquecerse, y cualquier lector atento puede encontrar un buen puñado de alabanzas al retiro en las mejores librerías: desde Gozo, de Azahara Alonso; hasta La vida pequeña, de José Ángel González Sainz, pasando por las diatribas filosóficas de Byung-Chul Han o los manifiestos más políticos, como el recién publicado ¡Silencio!, de Pedro Bravo.

En la cultura popular —o semipopular—, merece la pena detenerse en la complejidad de La mesías. Los Javis ya demostraron una sensibilidad favorable al sentimiento religioso en La llamada. Con La mesías exploran la oscuridad de la fe, pero no lo hacen desde la denuncia laica a la que nos ha acostumbrado la mentalidad progresista, sino adoptando el punto de vista de quienes se asoman al abismo y sienten a la vez su atracción y su pánico a tirarse. Los Javis entienden muy bien el mundo en el que viven y saben que el ansia espiritual es el tema de nuestro tiempo. La presentan como una tragedia que a veces se viste de farsa y de esperpento kitsch (ven el dolor auténtico y hondo donde la mayoría solo ve un meme), por eso no la caricaturizan ni la denuestan, sino que intentan comprenderla.

Reconozco que para alguien como yo, educado en el ateísmo anticlerical, es difícil entrar en ciertos juegos y superar el desprecio y la burla que todo lo religioso me despierta por instinto, pero si no se hace un esfuerzo por comprender el sustrato de creencias irracionales de los debates de hoy, no se entiende nada. La razón es un arma inútil para interpretar muchas actitudes y manifestaciones que no admiten refutaciones argumentales ni operaciones lógicas porque son emotivas: cuando alguien dice que siente algo, la discusión racional es imposible, no se pueden rebatir sentimientos. La religión está detrás de muchos activismos —¿cuántos ecologistas hablan del planeta en términos de divinidad y entienden su compromiso como un sacrificio trascendente?— y de muchas discusiones públicas en las que no importa quién tiene razón, sino quién es el ortodoxo y quién el hereje. Todos los días, un puro excomulga a un impuro. El libro que mejor explica la política radical actual o la dinámica de las redes sociales es Castiello contra Calvino, de Stefan Zweig.

De ahí que también tengan mucho éxito las redenciones y los caminos de perfección, con todos esos personajes públicos que se flagelan por su mala conducta y prometen ser la mejor versión de sí mismos. El pecado, elemento nuclear de todo pensamiento religioso, rige de una forma que desconcierta a quienes nacieron en tiempos más laicos y frívolos.

Necesidad de trascendencia, ansia de verdad (o de estar en la verdad, de pertenecer al grupo de los que se salvan) y caminos de perfección mueven un mundo desorientado cuya espiritualidad se expresa a veces de manera delicada y artística, y otras inspira furias justicieras groserísimas. Exactamente igual que en los años de la Contrarreforma, cuando lo sublime de Miguel Ángel convivía con la hoguera del auto de fe. Sin la violencia de entonces, claro, pero solo en las democracias occidentales: que nos cuente Salman Rushdie cómo las gastan en otros pagos donde no rige el Estado de derecho.

Mantener una postura laica coherente y firme es muy difícil en un contexto así. Emboscarse en las barbas de Marx y seguir diciendo lo del opio del pueblo es comprensible, pero también vacuo y contraproducente: en parte, ha sido la eficacia con la que los ateos matamos a Dios la que nos ha llevado hasta aquí. El laicismo se desentendió tanto de la dimensión espiritual de la vida íntima y de la comunitaria, que ahora no sabe cómo bregar con esas emociones que antes regulaban las instituciones y liturgias religiosas. Liberadas de ellas, hoy se expresan en una entropía que amenaza con reventar las costuras de la razón

miércoles, 27 de marzo de 2024

El Infierno según los clásicos

Juan G. Bedoya, "El Infierno, según los clásicos", El País,  5 de septiembre de 1999:

Woody Allen, en su penúltima película, Desmontando a Harry, desciende a los infiernos y se encuentra, entre otros atormentados, al carpintero que inventó los muebles de metacrilato. Un "absurdo moral" de este tipo debió sentir Unamuno cuando escribió: "Por el infierno empecé a rebelarme contra la fe. Mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulación, la nada más allá de la tumba. ¿Para qué más infierno?" La idea clásica del Infierno le parece al teólogo Tamayo un "cotilleo morboso". Así aparece en Dante y, mucho antes, en la Eneida, del pagano Virgilio. La visión dantesca, por ejemplo, de los cinco primeros pisos de la "región de los condenados" está repleta de pecadores menores, de "incontinentes": los que han vivido en lujuria, gula, avaricia e ira, o en sus contrarios: el hastío, el spleen con que Baudelaire abre sus Flores del mal. Así que, en general, desde Voltaire a Quevedo, es frecuente la imagen terrorífica del lugar, salvo los apuntes románticos de Goethe. Al autor del Fausto nada le parece terrible. Horrible es el Infierno, sí, pero el Purgatorio le resulta "ambiguo", y "tedioso" el Paraíso.

La Iglesia, con su enorme poder, logró convertir a la Teología en "la emperatriz de las ciencias" hasta muy entrado el renacimiento. Al margen de las víctimas (Galileo o fray Luis de León entre las más sonadas: eran "años recios", se resignó Teresa de Ávila), la prepotencia ensombreció la visión de la humanidad y alcanzó límites tenidos hoy por irreverentes. Así, el teólogo capuchino Martin Von Cochem llegó a fijar la altura de las llamas del Infierno, llamando la atención sobre el hecho de que su fuego es más tórrido que el terrenal: porque sucede "en lugar cerrado", "se alimenta de pez y azufre" y porque es Dios quien lo sopla. "Tú sabes", se exhibe Cochem, "que cuando se sopla sobre el fuego, este prende con más ímpetu. Si el fuego se atiza con grandes fuelles, como se hace en las fraguas de los herreros, las llamas se enfurecen. Ahora bien, cuando es el Dios omnipotente el que sopla el fuego del Infierno con su aliento, ¡cuán horrible no será su rabia y furor".

El teólogo Enrique Miret Magdalena ha demostrado, en El catecismo de nuestros padres, que siempre habrá quien oiga el galope de los caballos del Apocalipsis. "¿Quién es el mundo?", se pregunta el catecismo del P. Astete en la versión de 1955. Responde: "El mundo son los hombres mundanos, malos y perversos". Otra cuestión: "¿Hay más que un infierno?". Respuesta: "Hay cuatro infiernos, y se llaman: infierno de los condenados, purgatorio, limbo de los niños, limbo de los justos o seno de Abrahan".

El catecismo Nuevo Ripalda en la nueva España, edición 1951, no es menos apocalíptico, pero sí mucho más patriótico. Ripalda, jesuita como Astete, cuenta el mismo número de infiernos ("cuatro senos o lugares de las almas que no van al Cielo", precisa); llama a Dios el "remunerador" (porque "premia a los buenos y castiga a los malos"); y selecciona cinco guerras de "exaltado patriotismo" entre "los seis hechos culminantes de la historia de España". La última fue "la segunda guerra de la Independencia contra los rojos". En la anterior, España había logrado la expulsión de Napoleón.

domingo, 10 de marzo de 2024

Síndrome de padre ausente

Carolina Pinedo, El síndrome del padre ausente, en El País,  28-XI-2023:

El síndrome de padre o madre ausente se refiere a progenitores que no están presentes durante la infancia de sus hijos, lo que tiene consecuencias en el desarrollo del menor. Esta situación puede deberse a diversas causas. “Largas jornadas de trabajo, traslado laboral, separación, divorcio complicado o fallecimiento. No obstante, la ausencia del padre o de la madre no siempre se da por estos motivos, muchas veces se trata de una ausencia emocional”, describe Iosune Mendía, psicóloga infantojuvenil en San Lorenzo de El Escorial (Comunidad de Madrid). Esta situación familiar influye en el niño de diferentes maneras. “La falta de cariño impacta directamente en su desarrollo afectivo, físico y mental y en todos los casos queda la sensación de abandono”, añade la experta.

Además de no estar presentes físicamente, los padres ausentes emocionalmente se caracterizan por otros comportamientos. “No ejecutan ninguna función en el ámbito familiar, delegan en su pareja la autoridad y la aplicación de límites, así como el cuidado y el sostén emocional. En ocasiones, se desvinculan de la crianza o manutención y no establecen lazos afectivos”, puntualiza esta especialista.

De poco sirve un padre corresponsable si el resto de la sociedad no lo es. Los progenitores que no están presentes en la vida de sus hijos durante la infancia dejan una huella de carencia afectiva. “Se traduce en una sensación de malestar, soledad y vacío producido por esa necesidad de amor no cubierta, así como en la búsqueda de aprobación constante para llenar ese hueco”, explica Mendía. La falta de modelos paternos también influye en aspectos de la personalidad del menor de cara a relacionarse con el mundo que le rodea. “Se trata de niños que son más inseguros. Tienen baja autoestima y dificultades para gestionar sus emociones y afectividad. A lo largo de su vida suele aparecer la tristeza, la depresión, la falta de interés, un peor rendimiento académico, la desmotivación o el pasotismo”, destaca. Además, la psicóloga incide en que se puede dar inseguridad, que se puede enmascarar y mostrar con un exceso de confianza, arrogancia, agresividad o rebeldía como manera de tapar los sentimientos dolorosos.

Cómo evitar ser padres ausentes

Los niños necesitan pasar tiempo con sus progenitores y que este sea de calidad. “Precisan contacto físico a través de gestos de cariño o compartiendo actividades manipulativas, como cocinar, porque los aprendizajes relacionados con la afectividad no se consiguen a distancia”, asegura por su parte Azucena Díez, especialista en pediatría y psiquiatría infantil y adolescente y directora de la Unidad de Psiquiatría de la Clínica Universidad de Navarra.

La también miembro de la junta directiva de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría explica que cuando las circunstancias impiden pasar tiempo con los hijos, conviene compensar esa menor cantidad de horas con la calidad: “En estos momentos, es aconsejable que haya atención plena y evitar pretender hacer varias cosas diferentes a la vez, ya que se puede generar frustración y culpa en los padres”. Esta pediatra y psiquiatra aporta varias pautas para casos en los que los padres tienen que ausentarse por cuestiones ajenas a su voluntad, como el trabajo o el cuidado de otras personas. Díez apunta cuatro consejos:

1. Transmitir a los hijos que se trata de una situación temporal y no de algo permanente.

2. Compensar la ausencia de uno de los progenitores con la presencia del otro y organizarse para hacer turnos, porque para los niños la ausencia de ambos padres les resulta más complicado.

3. Transmitir un mensaje de cariño incondicional, explicándoles la situación con mensajes como: “Te quiero mucho y me encantaría poder estar contigo”.

4. Dedicarles tiempo de atención plena cuando se está con ellos. No es necesario hacer grandes planes, porque no se trata de compensar las ausencias. Los niños buscan en muchas ocasiones que sus padres estén con ellos en casa tranquilamente.

¿De hijos con padres ausentes, futuros adultos que repiten el modelo?

Cuando los niños han tenido el patrón familiar de padres ausentes lo habitual es que cuando sean adultos y tengan hijos repitan las mismas conductas con las que se han educado. “Probablemente, serán personas que en su necesidad de encontrar afecto y una figura materna o paterna establecerán relaciones tóxicas. Tendrán miedo al abandono, por lo que tenderán a buscar relaciones de dependencia emocional basadas en la hostilidad y la desconfianza”, expone Mendia.

Estos futuros progenitores suelen tener varios comportamientos con su descendencia. Por ejemplo, según cita Mendía, corren el riesgo de presentar dificultades para establecer vínculos sanos y fuertes con sus hijos, convirtiéndose también en padres y madres ausentes o que pasan al otro extremo y son sobreprotectores.

domingo, 3 de marzo de 2024

Hacer o no hacer: la importancia de la ética en la enseñanza

Alfonso de Tomás, "Hacer o no hacer: la importancia de la ética en la enseñanza", en The Conversation, 17 noviembre 2020:

“Ser o no ser” es una pregunta clave en la filosofía. Pero no menos relevante es la pregunta de “hacer o no hacer”, otro de los tópicos centrales de la filosofía: remite a la capacidad del ser humano de actuar de maneras distintas y, por tanto, de responsabilizarse o hacerse cargo de ello. Es la pregunta de la ética.

Preguntarse y pensar sobre aquello que hacemos y que tiene un impacto en nuestro entorno, personal, familiar, social y natural es interrogarse por nuestra vida moral. Atribuimos una responsabilidad moral a las personas en función de su capacidad para actuar de una manera u otra y por ello la libertad es una condición necesaria para la vida moral.

Las raíces de la moral se encuentran en la libertad del ser humano en tanto en cuanto se ve en la necesidad de “elegir” entre una gama de posibilidades y, sobre todo, dicho individuo debe hacer la buena elección y hacerse responsable de ella.

Seres sociales, seres morales

‘Bien’ y ‘deber’ son los dos términos morales fundamentales y el ser humano, en tanto que ser social, es necesariamente también un ser moral. Y la moral es un hecho social constatable por dos vías:

Tiene un lenguaje específico: imperativos, expresiones normativas (deber, permiso, obligación, prohibición), expresiones valorativas (justo, recto, injusto, bien, mal…) relativas a aprobación o desaprobación.

Su institucionalización parcial en el Derecho. Así, la moral es un hecho social (toda sociedad posee un código de normas) que es vivido colectiva e individualmente (dimensión social y personal de la moral).

Moral vivida, moral pensada

Cuando justificamos racionalmente la moral, estamos haciendo ética. Por tanto, la ética es una reflexión acerca de la moral, acerca de los fundamentos de la propia conducta.

La ética (que es prescriptiva) tiene por objeto el establecimiento y justificación de criterios muy generales que pueden ser recomendados como preferibles y que permiten una fundamentación de las normas morales concretas (“algo es un deber”) y, más en general, de los juicios morales (“algo es bueno”). Aranguren llama a la moral “moral vivida”, y a la ética, “moral pensada”.

La ética es, por tanto, la rama de la filosofía que reflexiona precisamente sobre el bien y el deber, y está indefectiblemente ligada a la acción y a la dimensión práctica y vivencial de la conducta humana. ¿Pero sólo a las acciones? ¿Y las omisiones?

No hacer: la omisión

Una omisión consiste en no hacer algo que uno podría hacer (y en ocasiones debería) haber hecho y no hace. Así como la acción consiste en un obrar positivo, un hacer, la omisión en cambio, consiste en un no hacer, en un no actuar, en un abstenerse.

Pero no todo lo que no hace una persona es una omisión. Hablamos de omisión cuando pudiendo hacer una actividad y teniendo alguna razón para hacerla, no se lleva a cabo. Las omisiones implican eludir una conducta “esperada” en algún sentido (como cuando unos padres no alimentan ni cuidan a sus hijos, o cuando no se socorre a quien está en peligro) y estas omisiones pueden ser no solo intencionales sino también por negligencia y abandono.

El ejemplo de la eutanasia

Sin embargo, no es fácil distinguir las acciones de las omisiones. Por un lado, la propia caracterización de las conductas como activas u omisivas viene determinada por las valoraciones que se hacen de esas conductas: las personas tendemos a clasificar como omisivos los comportamientos que nos parecen moralmente más aceptables y como activos los que nos resultan más inaceptables.

Por ejemplo, en cuestiones tan debatidas como la eutanasia, se sostiene que no se puede actuar para matar aunque está permitido omitir para dejar morir (limitación del esfuerzo de soporte vital).

Pero la cuestión se complica si se puede matar por medio de omisiones (no suministrando un medicamento vital) y dejar morir por medio actos (quitando un respirador a petición de un paciente) o si se entiende que hay omisiones que merecen más reproche moral que acciones con idénticos resultados (dejar morir de hambre y sed a un enfermo desahuciado o suministrarle una sedación terminal).

En definitiva, nuestra valoración previa condiciona de antemano lo que distinguimos como acciones y como omisiones.

¿Es peor hacer algo malo o no hacer algo bueno?

Por otro lado, se ha demostrado en psicología el llamado “sesgo de la omisión”, esto es, la tendencia que tenemos la mayoría de los individuos a juzgar como moralmente más graves los comportamientos dañinos fruto de una acción que los que son resultado de una omisión.

Además, parece que entre acciones y omisiones cabe considerar un abanico más amplio de posibilidades: no impedir, facilitar hacer, contribuir. Por ejemplo: empujar a alguien desde un acantilado al mar constituye hacer un daño; si veo que alguien se va lanzar al agua con riesgo de su vida y no hago nada, no impido el daño; si no le lanzo una cuerda que tengo a mano, permito el daño con mi omisión; si no dejo que otra persona le lance una cuerda para evitar que se ahogue, estoy facilitando un daño.

Quien facilita o no impide un daño no inicia el proceso causal por el cual se comete el daño, pero sin su conducta, el daño en cuestión no se llevaría a cabo del todo.

El efecto espectador

Y en este punto hay que hablar sobre la dilución de la responsabilidad y el “efecto espectador”, según el cual la probabilidad de intervenir en situaciones de emergencia es inversamente proporcional al número de espectadores que las presencian.

¿Cuál es nuestra responsabilidad como observadores y conocedores del mal, pero que no actúan? ¿Son la dejación, la pasividad, la indiferencia, la apatía o la inacción aceptables éticamente? Podemos planteárnoslo desde la perspectiva de algunos de los más acuciantes y urgentes desafíos globales de nuestro tiempo, como la pobreza y la exclusión, las migraciones o el cambio climático, sin duda relacionados entre sí.

En definitiva, la cuestión ética no pivota solo sobre el hacer, sino también y mucho sobre el no hacer y todas las variantes entre uno y otro. No hacer nada es, evidentemente, una forma de hacer algo. Como sujetos de un mundo de espectadores, profusamente interconectado, no podemos eludir nuestra responsabilidad, ni por acción, ni por omisión.

Un mundo de espectadores sin ética en los colegios

Este tercer jueves del mes de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Filosofía. Este 19 de noviembre de 2020 también se vota definitivamente en el Parlamento español la inclusión o no de la asignatura de Ética en 4º curso de la Enseñanza Secundaria Obligatoria.

Sus señorías tienen la posibilidad de hacer o no hacer, de posibilitar o no una docencia rigurosa de los conceptos, teorías y argumentos de la ética para que nuestros jóvenes, las futuras generaciones, se hagan las preguntas sobre hacer o no hacer y no se conviertan en meros espectadores de un futuro desafiante y por construir.

Hacer o no hacer para ser sujetos activos de la vida social. Esta es la cuestión.

sábado, 13 de enero de 2024

Francisco Aguilar Piñal, El misterio del Quijote

El gran bibliógrafo y dieciochista Francisco Aguilar Piñal tiene ya 93 años, y sigue tan fresco y campante, escribiendo un blog, "El asombro de Pinocho":

¿Quién escribió ¨El Quijote¨? (I)

28 septiembre, 2019

Esta inquietante pregunta es, desde luego, una provocación, pero hay una duda razonable sobre su autoría que se ha mantenido soterrada, sobre todo cuando se estudia el texto de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha bajo el prisma biográfico del autor. Desde la primera impresión de la portada de la maravillosa novela, una prueba de 1604 (cuya copia conservo), figura como autor (“Compuesto por”) Miguel de Cervantes Saavedra. Y así ha continuado en las innumerables ediciones que  siguieron a la primera parte de 1605, y a la segunda de 1615, dentro y fuera de España, ya en original castellano, ya traducida. El nombre de Cervantes va unido indisolublemente al Quijote, como autor de sus dos partes,  según todos los datos conocidos, aunque su biografía presenta lagunas y hechos ciertos que pueden contradecir su autoría. Ante una atribución tan admitida durante siglos parece una insensatez plantearse siquiera la duda, por muy razonable que pueda parecer. Las razones que abonan esa duda son, sin embargo, lo suficientemente pertinaces como para ser planteadas y discutidas de nuevo por cualquier lector de la novela cervantina.

Me parece discutible que, sin réplica, se tenga por autor del Quijote a un personaje histórico tan alejado de la tranquilidad del estudio y del reposo necesarios para pergeñar y redactar un texto repleto de alusiones literarias, humanísticas y geográficas. Nacido en Alcalá de Henares, ciudad universitaria entonces, de mayor población que Madrid,  al cumplir los tres años  su familia se traslada a Valladolid, donde su padre, cargado de deudas, es embargado y encarcelado. Por poco tiempo, porque enseguida los Cervantes se marchan a Córdoba, donde la familia vive durante diez años (1553-1563), y después a Sevilla, al entorno  de San Miguel, muy cerca del colegio jesuita de San Hermenegildo, donde algunos suponen que el joven Miguel siguió los estudios de latinidad.

En su adolescencia y juventud Miguel de Cervantes, si es que siguió la estela paterna, se traslada a diversas ciudades españolas: Alcalá, Córdoba, otra vez Alcalá, de nuevo Córdoba, y por fin Sevilla. Cambios de domicilio, de amigos y de tranquilidad, sin posibilidad de acceso a una biblioteca pública, porque eran entonces inexistentes, y mucho menos a ninguna de las privadas en las que sólo unos pocos nobles y adinerados podrían encontrar las puertas abiertas. Los únicos libros que hubiera podido  manejar eran los escolares, alguno prestado, quizás alguna antología y poco más.  Son escasas las referencias documentales de estos años, pero mucho menos las que pudieran dejar constancia de sus estudios, continuamente interrumpidos.  

Suposiciones, que no hechos ciertos. Miguel de Cervantes fue un iletrado, un ingenio lego, sin los estudios y conocimientos necesarios para escribir esa extensa novela engarzada en muchos saberes humanísticos. Así lo reconoce el último de sus biógrafos, Alfredo Alvar, quien afirma, con autoridad, que “la formación de Cervantes fue, como la de tantos, muy desestructurada. Nada de sus estudios se puede constatar documentalmente”. Y rechaza la “invención” de cervantistas ilustres como Astrana y Rodríguez Marín, que “fueron los fabricadores de la vida estudiantil de Cervantes en Córdoba y Sevilla”.

A sus veinte años la familia de Rodrigo Cervantes está ya en Madrid, al calor de la Corte, donde Miguel recibe clases, al parecer, del famoso latinista Juan López de Hoyos durante varios  meses. ¿Pero qué pudo aprender en sólo unos meses de asistencia a sus clases? Estos fueron todos sus estudios, digamos “académicos”, porque su gran maestra fue la vida, sin pisar los umbrales de ninguna universidad. Los títulos universitarios no garantizan los conocimientos pero obligan al trato cotidiano con los libros, bien escaso en las familias de agobio económico, como era el caso de los Cervantes de Alcalá. Aunque también es cierto que, para esquivar la dificultad, Alvar sostiene que nuestro escritor tuvo reales suficientes para adquirir unos cientos de libros. Lo que no dice es dónde guardaba esos libros ni los papeles originales de sus escritos.

Porque el “Mapa de los viajes cervantinos” en su madurez resulta envidiable para cualquiera que tenga ambiciones turísticas. Su vida fue un perpetuo deambular por ciudades y paisajes distintos, con escaso equipaje y menos sosiego para escribir.  Cruzó el Mediterráneo en varias ocasiones, desde que en 1569 tuvo que huir a Roma, acosado por la Justicia. Sabemos que Cervantes estuvo en Italia durante cinco años (1569-1575), primero como paje de un cardenal y después como soldado alistado en los tercios de Nápoles, participando en la batalla de Lepanto (1571). Pero pocos recordarán que en su obra menciona no sólo a Roma, sino a casi todas las capitales importantes (Venecia, Florencia, Milán, Bolonia, Génova, Nápoles, Ferrara, Lucca, Parma, Palermo) además de las acogedoras Reggio y Mesina, donde estuvo convaleciente después de Lepanto.

¿Todos estos viajes, envidia de cualquier turista de hoy, los pudo hacer en sólo cinco años de vida cuartelera? Sabemos que, al recuperarse de sus heridas, don Juan de Austria le concedió una paga mensual de tres ducados, insuficiente para tener una vida holgada, rodeado de libros y vagando por los caminos de la península italiana. Sabemos que fue paje del cardenal Acquaviva,  pero ¿tuvo allí ocasión para dedicarse a sus lecturas favoritas? ¿Aprendió bien el italiano estando en Roma? Las obras de Ariosto, que tan bien conoce el autor del Quijote, las pudo leer en volúmenes sueltos y recopilaciones, en toscano, pero poco más, porque ni tenía tiempo, ni acceso a bibliotecas públicas, tan inexistentes como en España,  ni conocía los idiomas necesarios para leer tantos libros de autores célebres, aún no traducidos al castellano.. Por más que un ilustre cervantista haya intentado imaginar una “biblioteca de Cervantes”, no parece probable que la tuviera una persona que no tuvo casa propia hasta sus últimos años, que vivió siempre en posadas, cuarteles o casas de amigos. Una cosa es que citara los libros y otra muy diferente que los poseyera. El mismo Canavaggio, que lo considera “autodidacta”, se pregunta: “¿cuándo pudo saciar esta sed de lectura?” Sin mucha convicción, indica que en Roma y en Nápoles. En última instancia, se pregunta de nuevo: “¿qué leyó? O más bien ¿qué retuvo de sus lecturas?”

Después de Lepanto, ya sabemos de su cautiverio en Argel (1575-1580), lugar que no parece muy propicio para lecturas y escrituras. Los años siguientes son de “pretendiente” en la Corte, sin éxito, hasta que decide casarse por interés, a los treinta y siete años cumplidos, con una joven que iba a cumplir los veinte, Catalina de Salazar, huyendo de la familia de su amante, Ana Franca, mujer casada con la que tiene a su hija Isabel. Abandona pronto el domicilio conyugal en Esquivias, para servir al rey como “juez de comisión” en la requisa de trigo y cebada para la Gran Armada (1587).

A principios de 1588 lo encontramos de nuevo en Sevilla, alojado en una pensión de la calle Bayona, junto a la catedral. Otra docena de años recorriendo Andalucía (1588-1600) de aquí para allá, siempre en incómodas posadas, con la maloliente compañía de las caballerizas. Con tanto viaje, ¿dónde guardar los libros? ¿Dónde los pliegos escritos? ¿Dónde los recibos de tanta recaudación? Y sobre todo, ¿acaso responde su vida inmoral y precipitada al reposo y la virtuosa condición del autor del Quijote?

Quedan cuatro años para que aparezca impresa la genial novela, pero en ellos da con sus huesos en la cárcel por malversación de fondos, en cuatro ocasiones: 1588, 1592, 1594 y 1597, esta última en Sevilla, donde un fantasioso historiador sitúa las primeras páginas del Quijote. Llamo fantasioso al insigne Rodríguez Marín porque hay que serlo para imaginar a un preso, manco por más señas, escribiendo en una infecta celda de esa cárcel inmunda, donde no se podía ni respirar aire puro, según cuenta un padre jesuita que la describe con los más negros tintes de incomodidad, suciedad y peleas de valentones. No. Cervantes no pudo escribir una sola línea en ese antro del hampa sevillana. Lamento disentir de esa tradición sin fundamento, en que se basa la lápida recordatoria en la calle de la Sierpe, descubierta por los académicos sevillanos en la fachada de la antigua cárcel. Lo único que se puede admitir es que en ese hacinamiento de rufianes, el preso poeta idease los primeros capítulos del Quijote, pero nunca  el asir la pluma para redactar una sola página. Vienen a confirmar esta opinión las palabras de Canavaggio sobre la prisión sevillana, de la que dice que era: ”un verdadero monstruo, donde residían de forma permanente casi dos mil detenidos, es decir, una capacidad de acogida superior a la que ofrecía el conjunto de los demás establecimientos de la península, Madrid incluido”.

Puesto en libertad, el ilustre prisionero llega a ver el regio catafalco levantado en la catedral sevillana para las honras fúnebres del rey Felipe II, fallecido en El Escorial el 13 de septiembre de 1598, casi al mismo tiempo que moría en Sevilla su gran protegido Arias Montano. Lo demuestra en el famoso soneto con estrambote que incluye en el Viaje del Parnaso, considerándolo “el principal honor de sus escritos”, aquél que comienza: “¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza/ y que diera un doblón por describilla!”.  Sí, Miguel de Cervantes estuvo en Sevilla durante varios años, pero sin destacar en ella ni como poeta ni como novelista. No era, para los sevillanos de entonces, más que un mediocre poeta madrileño, un recaudador molesto, del que se huía, con el sambenito de sus desfalcos y de sus meses en prisión.

En el año 1600, último de su estancia en Sevilla, se afirma que posó para un jovencísimo Juan de Jáuregui, autor del supuesto retrato que preside la Real Academia Española. Pero, al estudiar la polémica sobre este retrato, suscitada por varios cervantistas de comienzos del siglo XX, entre los que se encuentran Narciso Sentenach, el marqués de Camarasa, Rodríguez Marín, Aurelio Baig, Alejandro Pidal y otros, me quedo con la conclusión de Julio Puyol (1917), de  que “el retrato no es más que una superchería manifiesta”. Los argumentos en pro y en  contra son serios, pero no han tenido consecuencias prácticas. Sin embargo, soy de parecer que esa figura de caballero adusto no puede ser la de nuestro Cervantes, recién salido de la cárcel, de mala reputación y estrecheces económicas, a quien se digna retratar, según la tradición, un noble aprendiz de pintura, de muy buena familia sevillana, pero joven de sólo 17 años. No. Ni ese cuadro es de Jáuregui, ni el retratado puede ser Miguel de Cervantes, que todavía no había escrito el Quijote.  

Ese mismo año abandona Sevilla y vuelve a Esquivias, con escapadas a Madrid,  y después a Valladolid. En todo caso, después de la publicación del Quijote, se instala en Madrid, primero detrás del Hospital de Antón Martín, por dos veces en la calle Magdalena, después en la calle Huertas, y finalmente en la calle Francos (hoy Cervantes), esquina a la calle León, con su esposa y una criada. A pesar de los constantes cambios de domicilio,  son años de más tranquilidad, en los que pudo escribir con cierto sosiego la segunda parte de la novela. Pero ¿qué decir de la primera? Tuvo que ser escrita durante los años de recaudador en Andalucía, insultado por los vecinos, perseguido por la justicia, encarcelado, sin casa propia, viviendo en malolientes posadas. ¿No es motivo suficiente para la duda? No es mi deseo rebajar la categoría social y moral del novelista, pero cuanto digo está escrito y documentado por sus numerosos biógrafos. La suya fue un “desastre de vida”, como sentencia Alfredo Alvar en su Cervantes.

      (II)

Si nuestro Miguel de Cervantes fuese realmente el autor del Quijote habría que añadir al merecido título  de “Príncipe de los Ingenios Españoles” el no menos honroso de “Señor de los milagros”. Porque milagro, y no pequeño, es conservar en la memoria los nombres de todos los personajes que cita, sin tener biblioteca propia, ni mesa de trabajo, ni armario para guardar sus manuscritos, sin reales para comprar tanto papel, pluma y tinta,  sin unos meses de tranquilidad para escribir, siempre de acá para allá, entre espadachines, truhanes y mozas de partido. Sin estudios superiores, sin acceso a más bibliotecas que las de los amigos, ¿cómo consiguió escribir la mejor novela de todos los tiempos, en el mejor español del Siglo de Oro, maestro de la lengua, de la fabulación, de la sátira más fina de la sociedad de su tiempo? Escaso de tiempo y de comodidades, falto de la mano izquierda, sin más posibilidades que la facilidad de su pluma y el precioso baúl de sus recuerdos… ¿Cómo conciliar  vida y trabajo?

Pero hay bastante más. Hay quien piensa que para escribir una novela sólo se necesita mucha imaginación y soltura con la pluma. Pero este no es el caso, ya que el Quijote es un compendio de sabiduría, no aprendida precisamente en las calles ni en las mazmorras. El autor no se vale solamente de su imaginación, sino que vuelca en su obra unos conocimientos que ya querría para sí el  mejor de los humanistas españoles del Siglo de Oro. ¡Qué  prodigio de memoria, qué formación erudita, sin un mal apoyo de notas o apuntes!  Quienquiera que fuese el novelista,  cita en su obra a todos los escritores importantes, tanto de la antigüedad (Hipócrates, Aristóteles, Platón, Homero, Polidoro, Jenofonte, Solón, Pausanias, Plutarco, Cicerón, Ovidio, Virgilio, Juvenal,  Marcial, Tibulo, Terencio) como del renacimiento español (Boscán, Garcilaso, Montemayor, Ercilla, Cetina, Jáuregui, Gil Polo, Laguna, Virués, incluso Marco Polo, el viajero italiano traducido por el fundador de la Universidad de Sevilla). Nunca a humo de pajas, sino sabiendo lo que decía.

Los libros de caballerías no tienen secretos para él: los ha leído todos y sabe los nombres, carácter y comportamiento de todos los personajes, desde Amadís de Gaula y Belianís de Grecia hasta todos los Palmerines, pasando por Tirant lo Blanc, Felixmarte de Hircania y el Orlando de Ariosto. Conoce la Eneida  y la Odisea tanto como La fingida Arcadia, Bernardo del Carpio, La Araucana. La Diana y El lazarillo de Tormes. No hay que resaltar su conocimiento de la mitología antigua, ya que las leyendas mitológicas son la base cultural de cualquier escritor del Renacimiento. Lo mismo cabe decir de las leyendas artúricas y la historia de Grecia y Roma, a las que alude con frecuencia, como la historia de España, desde el rebelde Viriato y el visigodo rey Wamba. ¿Cómo no dudar, sin una respetuosa prevención, de que Cervantes, el viajero impenitente, desgraciado en vida y en amores, sin un mal escritorio, pueda ser el verdadero autor de la enciclopédica novela?

Empleando la ironía, quizás pudiera ser “obra de encantamiento”, como insinúa seriamente el caballero loco: “Yo te aseguro, Sancho, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia”. Esto lo dice en el capítulo segundo de la segunda parte, uno de los más sustanciosos en cuanto a la autoría, ya que aquí se atribuye el manuscrito a Cide Hamete Benengeli, “nombre de moro”, según rápida sentencia del caballero, el cual, quedando pensativo, dice de la novela: “desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide; y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas”. Malos recuerdos tenía el soldado Miguel de los turcos de Lepanto y de los berberiscos de Argelia.

Que el creador del Quijote fuese el mismo que compuso La Galatea (impresa en 1585)  es tema que aparece en el famoso escrutinio de la biblioteca de don Alonso Quijano, en el capítulo primero de la Primera parte del Quijote, el cual distanciándose del novelista-relator, se refiere a “ese Cervantes”, autor de La Galatea: “Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega”. La verdad es que esa misericordia, con tanta humildad demandada, le llegó de inmediato, en compañía de la Fama, a las pocas horas de la primera edición del Quijote.  Ironía por ironía: ¿se señalaba con el dedo a sí mismo, destacando en el escrutinio a su querida Galatea? Miguel de Cervantes, el hijo del malaventurado cirujano y sangrador de Alcalá, ¿fue realmente  el verdadero autor de esta “novelada” historia?

Armando Cotarelo, venerable erudito, compiló las lecturas de Cervantes, que suman 429 títulos. “Imposible que leyera tanto”, respondió con arrogancia no exenta de sensatez, otro erudito, González de Amezúa, en 1956. ¿Cómo no dudar de esas posibles lecturas? Lo normal es la duda. Pero ya antes, en su discurso del centenario (1905) en la Universidad Central de Madrid, Menéndez Pelayo había dejado claro “que Cervantes fue hombre de mucha lectura; no podrá negarlo quien haya tenido trato familiar con sus obras”, añadiendo que “todas las obras de Cervantes prueban una cultura muy sólida y un admirable buen sentido”. Don Marcelino no supo decir dónde ni cómo Cervantes adquirió esa inmensa capacidad de conocimientos que se encierran en la inmortal novela. Si en lugar de “Cervantes” el ilustre académico y catedrático, hubiera escrito “el autor del Quijote”,  no habría nada que objetar. Pero ni por un momento puso en duda que lo fuese  el nacido en Alcalá, como tampoco lo dudaban los ilustres y numerosos académicos sevillanos de Buenas Letras que ocuparon largas horas de conversaciones y disputas con el sabio santanderino sobre Cervantes y sus obras.

Contra lo dicho por algunos críticos románticos, el autor del Quijote no fue un escritor aislado, de ideario independiente y genial, sino que, como todo escritor, tiene sus “fuentes literarias”, que no son pocas, según ha demostrado el gran cervantista sevillano Francisco Márquez Villanueva. Menéndez Pelayo tenía razón. Toda la cultura antigua y renacentista está volcada en sus libros. ¿Pero, cómo lo consiguió? Si Juan de Valdés, insigne humanista castellano del siglo XVI, de vida sosegada y buena biblioteca en el recogimiento de su casa, confiesa que tardó diez años en leer todos los libros de caballerías ¿cómo admitir que en menos tiempo y con menos sosiego lo hiciera el manco de Lepanto? ¿Qué misterio encierra el llamado  “enigma” Cervantes?

A mayor abundamiento, ¿cómo se puede compaginar el soterrado erasmismo del autor del Quijote, y su defensa de la paz cristiana y su horror a la guerra, con los ideales bélicos del soldado Miguel de Cervantes? ¿cómo la vida pendenciera, pecadora y a veces fraudulenta del escritor perseguido por la ley y excomulgado por la Iglesia, con las piadosas decisiones del Miguel de Cervantes Saavedra que en 1609 ingresa en la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento de Madrid y en 1613 en la Orden Tercera de San Francisco, con cuyo hábito es sepultado?

Muere en su cama de Madrid el 22 de abril de 1616, después de aquella desgarradora dedicatoria de su obra póstuma, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, donde se despide de la vida y de su protector, el conde de Lemos. Obra cuyo argumento, según las más recientes investigaciones (Carlos Romero), pudo ser concebido por los mismos años de la ‘idea quijotesca’ es decir, en Sevilla. Con esta ampliación resulta más incomprensible la prodigiosa memoria de Cervantes, que esboza en Sevilla las dos obras más importantes de su vida, sin contar con el más mínimo soporte erudito, entre los barrotes de una prisión y en tan poco edificantes compañías. Por todo ello, la duda permanece y el milagro cervantino se agiganta, pero el ánimo se encoge ante la osadía de negarle a Cervantes la autoría del Quijote.

Quedarían sin explicación los privilegios reales, necesarios entonces para poder publicar la novela. El de 1604 para la Primera parte, comienza: “Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que havíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de La Mancha, el cual os había costado mucho trabajo…”. En la Segunda, fechado en marzo de 1615, se dice: “Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes Saavedra, nos fue hecha relación que havíades compuesto la Segunda Parte de don Quijote de la Mancha, por ser libro de historia agradable y honesta, y haberos costado mucho trabajo y estudio…”. Nótese que en ambas ocasiones se insiste en el “trabajo y estudio” que le había costado la novela (“historia agradable”) al autor, se supone que en la soledad de una alcoba atestada de libros, algo que, según hemos visto, no se compadece mucho con la ajetreada vida del novelista.  Imaginemos alguna salida al laberinto, sólo como hipótesis.

¿No podrían ser coetáneos dos personajes castellanos con los mismos nombres y apellidos? Lo insinúa también su biógrafo Canavaggio: “tal vez llegue un día en que se descubra que hubo dos Miguel de Cervantes”. ¿Acaso sería el Miguel alcalaíno el mediocre poeta que da la cara por otro personaje escondido a su sombra? ¿Quién podría esconderse tras el soldado nacido en Alcalá de Henares, de identidad tan documentada pero de vida tan incongruente con la que se perfila en el novelista? ¿Quién le pudo ofrecer la gloria de ser, ante todos, el creador de Don Quijote? ¿A cambio de qué?  No hay respuesta a tanta pregunta. Sólo imaginaciones sin fundamento documental. Pero nadie, en su sano juicio, podría negar hoy por hoy esa autoría, avalada por los privilegios reales y tan reconocida mundialmente.  Sin embargo, la duda persiste y se agiganta cada vez que la razón comienza su “quijotesca” aventura…

Confieso mi desmedida osadía a la vez que mi admiración por ese fabulador de las mejores páginas de nuestra literatura, sea quien fuese, que supo como nadie escudriñar en la locura de la vida. Porque en este mundo de locos, sólo es cuerdo el enajenado Alonso Quijano. Hoy por hoy, la respuesta a tanta pregunta insidiosa no es otra que la del humilde reconocimiento de ese ‘milagro’ literario que es el de haber conquistado la cima de la gloria a pesar de tantos inconvenientes, luchando contra tantas adversidades, en unos ambientes tan poco propicios para la creación y redacción de las mejores páginas de la literatura española. Aunque no sería justo si  la gloria que reclamo para el Quijote no la reclamara, cuadruplicada, para su desconocido autor, cuyo cerebro fue fábrica de sueños, pero también centro neurálgico de  una memoria sin igual y de una razón  crítica aplaudida como la mejor aportación de España a la cultura universal.

lunes, 4 de septiembre de 2023

Edward Bernays, el genio de la manipulación que además era sobrino de Freud

Edward Bernays y el arte de manipular, El Mundo, 22 NOV. 2017:

Tal día como hoy nació el creador de esta idea: un automóvil no lo necesitas [hace más me medio siglo] pero te hará más feliz. Y EEUU fue un país sobre ruedas. Y logró que las mujeres fumaran, que el hombre llevara el reloj en la muñeca. El Reina Sofía le recupera

Como los de muchos hombres verdaderamente poderosos o inmensamente ricos, el nombre de Edward Bernays, inventor de la propaganda y las relaciones públicas, resulta desconocido pese a haber sido uno de los más influyentes del siglo XX, que vivió casi completo. Si usted se siente atraído irremediablemente por un producto que, si se para a pensarlo, en realidad no necesita o siente simpatía por un partido al que no sabe por qué vota, es porque ha sucumbido, como todos, a las artes de ese mago de la manipulación que fue Edward Bernays.Antes de él, los estadounidenses no desayunaban huevos con panceta, los varones no llevaban reloj de pulsera y las mujeres no fumaban porque estaba mal visto. Todas estas transformaciones las ideó este vienés nacido el 22 de noviembre de 1891 y doble sobrino de Sigmund Freud: la madre de Bernays era Anna Freud, hermana del creador del psicoanálisis, quien estaba casada a su vez con Martha Bernays, hermana del padre de Edward. La familia de éste emigró a Estados Unidos siendo él niño. Para 1912, Bernays se había graduado en agricultura y en periodismo, a partir de lo cual empezó a publicar una revista sobre investigación médica. Desde Europa, su tío Sigmund le enviaba sus escritos por si eran de interés para el boletín, y así fue como el joven supo de la existencia de un conjunto de pulsiones inconscientes, a las que su tío aludía como el ello, que gobernaban buena parte del proceder de cualquier individuo. Todo el trabajo de Bernays tomó como fundamento el descubrimiento de esos mecanismos que pronto entendió susceptibles de ser manipulados con fines económicos -de consumo- y políticos. No había atisbo de mala conciencia en él, convencido como estaba de que la propaganda y su versión light, las relaciones públicas, eran disciplinas necesarias para «convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos». En su libro de 1928 titulado precisamente Propaganda, resumía su maestría en el arte de conseguir que las personas se comportaran de manera irracional si se lograba vincular los productos (o las políticas) con sus emociones y deseos más acendrados. Durante la I Guerra Mundial, se puso al servicio del Gobierno de EEUU para motivar a los jóvenes para que se alistaran en el ejército. Después lo contrató la Compañía Americana de Tabaco, que no tenía bastante con los millones de fumadores varones que había en el país. Bernays envió a un grupo de jóvenes modelos a marchar en el desfile de Pascua de Nueva York y avisó a la prensa de que aquellas mujeres iban a encender «antorchas de libertad». A su señal, las chicas encendieron cigarrillos Lucky Strike frente a los fotógrafos. La operación la remató contratando a cientos de mujeres para que fumasen en lugares públicos y pagando a directores de cine para que las actrices fumasen en sus películas, hecho que al poco tiempo se consideró moderno y sofisticado. Las tabacaleras y el propio Bernays se hicieron ricos con aquella campaña maestra en lo que hoy llamamos normalización de un hábito mal visto con anterioridad. El agrónomo y periodista vio antes que nadie el potencial mercantilista de las teorías de su tío. Él hizo surgir la asociación entre automóvil y masculinidad, y la del reloj de muñeca -que por iniciativa suya comenzaron a llevar los soldados en las trincheras- con la hombría y el coraje. La conquista por las tabacaleras del mercado femenino obedecía a un mecanismo semejante que debía mucho a Freud: fumar era para ellas una manera de apropiarse de un atributo masculino, algo que según el eminente psiquiatra desea inconscientemente toda mujer. Bernays, de confesión judía, dijo haberse distanciado del término propaganda cuando se enteró de que Goebbels consultaba su libro Cristalizando la opinión pública. Pero propaganda era convencer a cada estadounidense de que necesitaba un coche -y que, por tanto, había que desmantelar los tranvías- y, sobre todo, orientar al electorado hacia un modelo de dos partidos hegemónicos para evitar la fragmentación del voto y el «caos».

Los lobbies estaban encantados con Bernays. El del sector cárnico lo enroló para hacer ver a todos los norteamericanos que un desayuno en condiciones debía incluir bacon, y así quedó establecido en cada hogar del país y luego en los hoteles de todo el mundo. La United Fruit Company acostumbraba a poner y quitar gobernantes en las repúblicas centroamericanas, que Bernays bautizó como «bananeras». Cuando el Gobierno reformista de Guatemala quiso frenar su poder, el publicista se las arregló para hacerlo quedar ante el mundo como «comunista».En sus más de 103 años de vida -falleció en 1995-, Bernays trabajó para mejorar la imagen de firmas como Monsanto, Shell, Boeing, General Motors, Pfizer y Goodyear. Asesoró en cuestión de relaciones públicas a varios presidentes de EEUU, entre ellos Wilson, Hoover y Eisenhower. Calvin Coolidge fue quien más necesitó de sus servicios: para contrarrestar su imagen de persona distante y poco empática, a Bernays se le ocurrió organizar desayunos en la Casa Blanca a los que acudían estrellas de Hollywood, maniobra con la que logró que apareciera en las portadas de los periódicos.Una buena manera de profundizar en la figura de Bernays se presentará el próximo 4 de diciembre con la proyección en el Reina Sofía de la serie de Adam Curtis para la BBC El siglo del yo, que presentará el periodista de EL MUNDO Luis Martínez.

Cómo hay que manejar la mente sin que se note

El sueño de Bernays se ha materializado, dos décadas después de su muerte, en realidades hoy comunes como los expertos en mejorar reputaciones en internet y, a nivel general, en el manejo de los asuntos mundiales por parte de grandes corporaciones. Él hablaba de un «gobierno invisible» que todo lo podía: «Nuestras mentes son moldeadas, nuestros gustos son formados, nuestras ideas son sugeridas, mayormente por hombres de los que nunca hemos oído hablar...». Hombres como él mismo. En 1955 publicó el libro 'La ingeniería del consentimiento', que definió como «la manera de controlar la mente de la gente sin que ésta lo note» y que venía a ser, claro, 'la negación del consentimiento'.

domingo, 3 de septiembre de 2023

El miedo y el señorío del hambre, por José Luis Sampedro

De una conferencia de José Luis Sampedro: "Un sistema no apto para la democracia":

[El gobierno inicuo se debe] a una de las fuerzas más importantes que motivan al hombre, que es el miedo; se debe al miedo. El gobernar a base de miedo es eficacísimo: si usted amenaza a la gente con que los va a degollar, luego no los degüella, pero los explota, los engancha a un carro, los azota. Y dicen: "Bueno, por lo menos...", y se dice eso que es tan grave: "Virgencita, que me quede como estoy. El miedo hace que no se reaccione, el miedo hace que no se siga adelante, el miedo, mire usted, es mucho más fuerte así desgraciadamente que el altruismo, que el amor, que la bondad; el miedo asusta mucho y si empieza usted por dar un shock y si empieza usted por asustar a la gente muchísimo, luego les castiga un poco menos y dicen ¡qué bien, no nos han fusilado; bien! Es el miedo, y el miedo nos lo están dando todos los días: los periódicos, la televisión y todo. Si su manera de pensar es más libre, un librepensador es más libre dentro de un calabozo en que el guardia que lo custodia, porque el guardia está defendiendo lo que no es suyo y fastidiando al que está a lo que es suyo; y no es libre el guardia, no: no es libre, es libre el de dentro.

Hay una anécdota preciosa que la contaba Salvador de Madariaga en un libro suyo que llamaba España. Se publicó allá por los años 30. Un tipo rico en Andalucía durante la República, en una época que hay elecciones, manda al capataz de un cortijo a hablar con los jornaleros que están en la plaza, y les dan un duro o dos duros para que voten por el cacique; y uno al que le dan unos duros de esos, se los tira y grita: ¡En mi hambre mando yo! De lo poco que puede decir el hambriento: que por lo menos en su hambre manda él. Eso lo he comentado mucho y lo he dicho en mis clases: me impresiona. ¿Qué se le puede decir a un hombre que está en la nada? Pues que, sea el que sea, es consciente de que tiene esa libertad interior que te aprueba ante ti mismo con razón.


jueves, 31 de agosto de 2023

James Haught, El largo, largo camino hacia la igualdad de las mujeres

James Haught, El largo, largo camino hacia la igualdad de las mujeres

El centenario este mes de la 19ª Enmienda brinda una ocasión para trazar el largo, largo camino hacia la igualdad de las mujeres y para darse cuenta de cómo la religión ha desempeñado un papel profundamente negativo.

Durante milenios, la inferioridad femenina fue presumida y obligatoria en prácticamente todas las culturas humanas. A lo largo de la mayor parte de la historia, la fuerza muscular de los hombres más corpulentos les dio dominio, dejando a las mujeres en un estatus inferior: a menudo meras posesiones de los hombres, confinadas al hogar, rara vez educadas y con pocos derechos.

En la antigua Grecia, las mujeres eran mantenidas en el interior, rara vez vistas, mientras que los hombres realizaban todas las funciones públicas. Las mujeres no podían asistir a la escuela ni poseer propiedades. Una esposa no podía asistir a eventos sociales masculinos, incluso cuando su marido organizaba uno en casa. Aristóteles creía en los “esclavos naturales” y escribió que las mujeres son criaturas inferiores a las que hay que cuidar, como un granjero cuida su ganado.

Hasta la época medieval, las hijas eran secundarias y las herencias iban a los hijos primogénitos. Prevaleció el gobierno masculino.

A medida que florecía la Ilustración en el siglo XVIII, surgieron llamados a favor de los derechos de las mujeres. El francés Talleyrand escribió que sólo los hombres requerían una educación seria (“los hombres están destinados a vivir en el escenario del mundo”) y las mujeres deberían aprender simplemente a administrar “el hogar paterno”. Esto enfureció a la rebelde inglesa Mary Wollstonecraft (1759-1797), quien escribió Una reivindicación de los derechos de la mujer , sosteniendo que las mujeres tienen potencial para una vida pública plena. (Su hija se casó con el poeta Percy Shelley y creó Frankenstein ).

El reformador John Stuart Mill (1806-1873) escribió La subyugación de las mujeres en 1869, después de que su esposa escribiera La emancipación de las mujeres , en el que pedía el derecho femenino al voto. Como miembro del Parlamento de Inglaterra, Mill buscó el voto de las mujeres y se convirtió en presidenta de la Sociedad Nacional para el Sufragio de las Mujeres. "La subordinación legal de un sexo a otro es incorrecta en sí misma y ahora es uno de los principales obstáculos al mejoramiento humano", escribió Mill.

El mundo occidental luchó casi un siglo antes de que las mujeres finalmente obtuvieran el derecho al voto.

Elizabeth Cady Stanton (1815-1902) era la brillante hija de un juez del estado de Nueva York. Pocas escuelas admitían niñas, por lo que su padre hizo arreglos para que ella asistiera a la Johnstown Academy, solo para hombres. La hija se indignó por las leyes que prohibían a las mujeres poseer propiedades o controlar sus vidas. Se casó con un abogado abolicionista y lo acompañó a Londres para una conferencia mundial contra la esclavitud. A las mujeres no se les permitía hablar; Se sentaron en silencio detrás de una cortina mientras los hombres hablaban.

De regreso a Estados Unidos, se unió a algunos amigos cuáqueros para organizar una asamblea en 1848 en Seneca Falls, Nueva York, que lanzó el movimiento moderno por la igualdad de las mujeres. Frederick Douglass defendió la controvertida propuesta de Stanton instando a los delegados a exigir el sufragio femenino. Más tarde se unieron a Stanton los unitarios Susan B. Anthony, Lucy Stone y Ralph Waldo Emerson, entre otros, en una lucha de toda la vida por los derechos de las mujeres.

Stanton acusó amargamente a la religión occidental patriarcal de mantener subyugadas a las mujeres. En sus memorias de 1898, Ochenta años y más , escribió: “El recuerdo de mi propio sufrimiento me ha impedido seguir alguna vez a un alma joven con las supersticiones de la religión”. En la revista Free Thought, afirmó: “La Biblia y la iglesia han sido los mayores obstáculos en el camino de la emancipación de la mujer. … Todo el tono de la enseñanza de la iglesia con respecto a las mujeres es, hasta el último grado, despectivo y degradante”. Stanton dijo que las religiones son meras “invenciones humanas” (en su mayoría inventadas por hombres) que inventan el pecado original para culpar a Eva y a las mujeres. Afirmó que “el clero bautizaba cada nuevo insulto y acto de injusticia en nombre de la religión cristiana”.

La Guerra Civil suprimió temporalmente los esfuerzos sufragistas, pero estallaron de nuevo cuando la 15ª Enmienda, ratificada en 1870, permitió votar a los hombres negros, pero no a las mujeres de ningún color. Las demandas aumentaron durante décadas. Mark Twain pronunció un discurso pidiendo el voto femenino. Varios grupos sufragistas salieron a las calles, algunos más militantes que otros. El Partido Nacional de la Mujer, dirigido por Alice Paul, fue el más duro, manifestó piquetes frente a la Casa Blanca y soportó abucheos masculinos y agresiones físicas.

El presidente Woodrow Wilson intentó ignorar el clamor. Cuando una delegación rusa visitó la Casa Blanca, los piquetes portaban pancartas que decían “Estados Unidos no es una democracia. A veinte millones de mujeres se les niega el derecho al voto”. Los manifestantes organizaron desfiles en Washington que fueron atacados por turbas que enviaron a algunos a hospitales. Las mujeres que protestaban en las aceras fueron encarceladas por cargos absurdos de “obstrucción del tráfico”. Cuando los manifestantes se negaron a pagar las multas, fueron encerrados con delincuentes. Paul fue sentenciado a siete meses. Se declaró en huelga de hambre y fue alimentada a la fuerza.

Finalmente, Wilson cambió de posición en 1918 y apoyó el derecho al voto femenino. El Congreso aprobó la 19ª Enmienda, que fue ratificada en 1920, permitiendo que las mujeres votaran. Estados Unidos no fue la primera nación donde las mujeres obtuvieron pleno derecho de voto, pero sí una de las primeras.

En todo el mundo, le siguieron otras naciones, algunas más lentamente que otras. En Suiza, las mujeres no obtuvieron plenos derechos de voto en todos los distritos hasta 1991. Las mujeres de Arabia Saudita finalmente lograron solo una votación parcial en diciembre de 2015. Y como han señalado las mujeres de color, a muchas mujeres negras, asiático-americanas y nativas americanas se les negó el derecho a votar. voto que les prometió la 19ª Enmienda, ya sea mediante leyes racistas o tácticas de Jim Crow, durante hasta tres generaciones más.

Las luchas sociales realmente nunca terminan. Las mujeres occidentales todavía no han logrado la igualdad total. Su salario sigue siendo inferior al promedio de los trabajadores varones. Algunas culturas musulmanas y africanas todavía subyugan a las mujeres, con “asesinatos por honor”, ​​niñas con menor educación y mutilaciones genitales realizadas para someter su deseo sexual y mantenerlas “puras” para los maridos.

Un informe de Amnistía Internacional no muy lejano decía:

En Estados Unidos, una mujer es violada cada seis minutos; Una mujer es maltratada cada 15 segundos. En el norte de África, 6.000 mujeres son mutiladas genitalmente cada día. Este año, más de 15.000 mujeres serán vendidas como esclavas sexuales en China. Doscientas mujeres en Bangladesh quedarán horriblemente desfiguradas cuando sus maridos o pretendientes despreciados las quemen con ácido. Más de 7.000 mujeres en la India serán asesinadas por sus familias y suegros en disputas por la dote. La violencia contra las mujeres tiene sus raíces en una cultura global de discriminación que niega a las mujeres la igualdad de derechos que a los hombres y que legitima la apropiación de los cuerpos de las mujeres para gratificaciones individuales o fines políticos. Cada año, la violencia en el hogar y la comunidad devasta las vidas de millones de mujeres.

Obviamente, la batalla por la plena igualdad de las mujeres aún no ha terminado.

Este artículo es una adaptación de una columna escrita para la edición de agosto-septiembre de 2020 de Free Inquiry.

La Ilustración sigue ganando, por James Haught

James Haught, La Ilustración sigue ganando, 2023-07-22

La Ilustración sigue ganando


Si estudias historia, observarás episodios que han cambiado la civilización.

Por ejemplo, hace unos tres siglos se produjo una transformación histórica cuando importantes pensadores comenzaron a defender la democracia, los derechos humanos y las libertades personales. Este período se conoció como la Ilustración. Desencadenó el conflicto de larga data que aún impulsa gran parte de la política.

Thomas Hobbes (1588-1679) escribió que la vida puede ser “desagradable, brutal y corta” a menos que las personas se comprometan a un “contrato social” bajo un gobierno que las proteja. Dio a entender que los reyes no gobiernan por derecho divino y que la autoridad última recae en la ciudadanía. Los obispos intentaron ejecutar a Hobbes por ateo, pero Hobbes quemó sus papeles y, en ocasiones, se escondió en el exilio.

John Locke (1632-1704) negó que los reyes fueran elegidos por Dios y recomendó la separación de la iglesia y el estado para evitar guerras y masacres basadas en la fe. Locke, uno de los primeros defensores de la democracia, argumentó que el gobierno debe basarse en el consentimiento de los gobernados.

El barón de Montesquieu (1689-1755) propuso una república democrática con poderes divididos entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

Voltaire (1694-1778) fue encarcelado por burlarse de un regente y luego emergió para convertirse en un cruzado de por vida contra los abusos de los nobles y clérigos gobernantes.

Los fundadores de Estados Unidos (como Thomas Jefferson, John Adams, James Madison y Benjamin Franklin) fueron brillantes radicales que absorbieron las ideas de la Ilustración e incorporaron muchas de ellas a la primera democracia moderna. Un fundador menos conocido, George Mason, insistió en una Declaración de Derechos para proteger a cada persona del gobierno y la tiranía de la mayoría.

La premisa de la Ilustración de que todo individuo merece libertades personales también generó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia, la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y otros códigos morales.

La Ilustración no sólo produjo la democracia moderna, sino que también sentó las bases de los valores políticos liberales que aún hoy logran victorias. Durante tres siglos, a trompicones, el progreso occidental ha sido principalmente una crónica de la derrota de los progresistas en la resistencia conservadora. Los reformadores derribaron repetidamente viejos privilegios, jerarquías y establecimientos. Mire el registro histórico:

Los conservadores intentaron mantener la esclavitud, pero perdieron.

Intentaron mantener la segregación racial, pero perdieron.

Prohibieron el matrimonio entre mestizos, pero perdieron.

Intentaron bloquear el voto de las mujeres, pero perdieron.

Intentaron detener la revolución sexual, pero perdieron.

Intentaron impedir que las parejas utilizaran métodos anticonceptivos, pero fracasaron.

Buscaron encarcelar a mujeres y médicos que interrumpen embarazos, pero perdieron.

Intentaron seguir encarcelando a los homosexuales, pero perdieron.

Intentaron detener el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero perdieron.

Intentaron obstruir las pensiones del Seguro Social para las personas mayores, pero perdieron.

Intentaron prohibir los sindicatos, pero perdieron.

Intentaron impedir la compensación por desempleo para los desempleados, pero perdieron.

Intentaron derrotar a Medicare y Medicaid, pero perdieron.

Intentaron mantener las tiendas cerradas en sábado, pero perdieron.

Prohibieron el alcohol durante la Prohibición, pero finalmente perdieron.

Apoyaron la oración obligatoria del gobierno en la escuela, pero perdieron.

Se opusieron a los cupones de alimentos para los pobres, pero perdieron.

Prohibieron la enseñanza de la evolución en las escuelas, pero perdieron.

Intentaron impedir la expansión de la atención médica mediante la Ley de Atención Médica Asequible, pero perdieron.

Una y otra vez, a través de batallas culturales recurrentes, han prevalecido los principios progresistas que comenzaron con la Ilustración.

¿Cuál será el próximo frente en la guerra cultural? Pase lo que pase, probablemente sea seguro predecir el ganador final. Martin Luther King Jr. (parafraseando al ministro unitario Theodore Parker) dijo: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”.

La transformación provocada por la Ilustración está en curso.

La columna es una adaptación y actualización de un artículo publicado por primera vez en septiembre de 2015 en Charleston Gazette.