Mostrando entradas con la etiqueta Crítica literaria ajena. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crítica literaria ajena. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de mayo de 2021

Entrevista con la escritora Elisa Victoria

Entrevista de Quico Alsedo a Elisa Victoria para El Mundo, 21 de abril de 2021:

Elisa Victoria: "Mi vida ha sido terrorífica, muchas veces he tenido ganas de no haber nacido"

La pureza, la inocencia y, por oposición, la corrupción y la culpabilidad son los temas centrales de la escritora sevillana, que tras darse a conocer con Vozdevieja confirma su talento en El evangelio

¿Quieres ser madre?

Pero... ¿por qué me preguntas eso? Bueno... Es una pregunta extraña. Yo no quiero ser madre, pero... ¿Me lo preguntas porque en mis libros hay mucho interés en los niños, o...?

Bueno, sí, y también porque tu literatura me parece eminentemente femenina..

Yo no creo que mi literatura sea femenina, sino humana... Sí, yo querría saber la motivación de la pregunta, la verdad.

Bueno, en tus libros hay una preocupación clara por la infancia, por esa inocencia, y como periodista me interesa saber cómo respira respecto a la maternidad alguien que tiene esa mirada... Pero si prefieres no contestar...

No, sí, no pasa nada. Pues mira, yo no tengo intención de ser madre porque me genera un gran conflicto la idea, porque a los niños los veo con gran compasión y mi experiencia viniendo al mundo ha sido bastante traumática, un sufrimiento que ha rozado el terror muchas veces, y no deseo brindarle esa experiencia a un niño que mañana pueda mirarme y decirme: cómo te has atrevido a hacerlo, cómo te has atrevido a traerme aquí. Aunque yo sepa que la vida puede tener un lado luminoso, mi experiencia ha sido terrorífica y muchas veces he tenido ganas de no haber nacido. Me preocupan mucho los niños, soy una gran cuidadora y entiendo el sentimiento tan bello y pleno de la maternidad, pero prefiero centrarme en los que ya están en este mundo.

En la contraportada del nuevo libro de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), El evangelio, Lali, la protagonista, maestra en prácticas en un colegio religioso, dice: «Mundo maldito, llévame a mí si quieres, que ya estoy podrida de todas formas, pero no me chafes a Alberto. A Alberto déjamelo tranquilo dando saltos en su casa vestido de gato, déjamelo que haga dibujos, que plante árboles, que baile, no le des sustos, no le des una pandilla que le ponga retos crueles, que se escape, que no se haga mayor como un cadáver dentro de un cuerpo grande con el que sea imposible volver a comunicarse, que no se queden sus huesitos arrojados en el interior de un tonto que monte un negocio vinculado con el diablo y se pase las jornadas firmando papeles y hablando con despotismo. No me pudras a este niño, mundo asqueroso, solo te pido eso, asústame a mi, enférmame, tortúrame, échame a una zanja y que nunca me encuentren, hazme daño a mí y a este niño que nada lo vuelva malo».

La pureza, la inocencia y (por oposición) la corrupción y la culpabilidad son, pues, temas centrales en las dos novelas hasta ahora publicadas por Victoria en Blackie Books, ambas vertebradas en torno a lo iniciático (o a cierta inmadurez, según quién las observe).

En Vozdevieja, Marina tiene nueve años y vislumbra el feo mundo de los adultos desde el ardoroso verano de la Expo 92 en Sevilla, entre una madre enferma y una particular abuela/hada madrina. En El evangelio Lali hace sus prácticas de Magisterio en un viscoso cole religioso mientras come precariedad currando en un Telepizza, folla al paso y de nuevo observa la adultez como quien mira a Marte.

«¿Si la vida está siempre empezando? Supongo que de alguna manera sí, siempre hay cosas que haces por primera vez, y ahí muchas veces viene el conflicto. Hay gente adaptadísima, gente que se adhiere a todo de inmediato, y luego estamos los otros, los que no. Yo muchas veces me he sentido como cuando eres pequeño y el jersey te pica mucho, luego lo que pasa es que a base de estar en esa situación ya no molesta... Pero a mucha gente nos queda siempre esa sensación de que la vida no se acaba de inaugurar del todo, de que estamos siempre en tránsito», dice por teléfono, desde su casa en la sierra de Huelva.

La voz literaria de Victoria, que ella desearía emparentada con Clarice Lispector y John Fante, tiene un punto torrencial, otro de crudeza, rápida métrica y, por encima de todo, persigue claramente la sinceridad. Lo mismo sucede cuando se le cuestiona sobre lo más básico. Victoria abre el telón con la misma inocencia que subliman sus historias, y de nuevo todo retorna a lo primigenio:

¿Por qué escribes?

Escribo porque tengo el mismo sentimiento que cuando empecé. Cuando pasaba de la pubertad a la adolescencia, y no me sentía cómoda con mi persona ni con el mundo. Tenía grandes complicaciones sociales, no sentía que encajaba, empecé a tener ansiedad, dormía poco y empecé a escribir un poco por diversión personal y un poco por los libros que leía. Mientras tenía lugar el proceso, ese ver cómo mi mano deslizaba el bolígrafo sobre el papel, sentía que mi existencia tenía sentido. Me daba igual si se me daba bien o no. Me calmaba y con eso bastaba. Ahora escribo porque me causa más satisfacción que nunca, estoy más segura de ello y creo que tengo buena comunicación con ese monstruo que te impulsa a escribir, que no se sabe de dónde viene.

Victoria admite que, ahora mismo, con El evangelio en la rampa de lanzamiento, ya no sabe muy bien qué ha escrito: «Da un vértigo enorme salir de esa reclusión y ver eso en lo que has pensado tanto antes con su corporeidad, convertido en un objeto. Incluso te causa cierta desvinculación con tu obra. Deja de pertenecerte».

Sus libros comparten cierto ánimo revisionista muy en el ambiente en esta España de hoy, detenida, ensimismada y tristona: el primero miraba a la lejana España del 92, cuando ella tendría siete años (y su protagonista nueve); el segundo se sitúa en 2005-2006, en la preburbuja del ladrillazo. Un mundo concomitante, por diversos motivos, con el de Las niñas, la hermosa película de Pilar Palomero, triunfadora en los Goya: «Pues me lo decían mucho, la he visto ahora, me ha encantado y es cierto que tiene mucho en común...».

Define bien a Victoria el hecho de que Lali, su protagonista, parece aprender más en el Telepizza (en el que la propia escritora trabajó) que en la universidad: «Aprendes a observar, a interpretar cómo te observan los demás, a respetar, a ser mejor cliente. Aprendes lamentablemente cuáles son los cimientos de la civilización: te explotan. Aprendes a coordinarte con los demás... Aprendes a respetar».

Pureza + extrañeza + inadaptación. Consecuencia: ¿en qué trabajas ahora, Elisa? ¿Cuál será el próximo paso? «Me apetece escribir algo de terror»

lunes, 15 de marzo de 2021

Enrique Laso, el Stephen King español

Muy triste el caso de Enrique Laso, un escritor extremeño de terror y de thrillers de primera clase, pero demasiado sensible y depresivo. Algo más podéis saber de él aquí.


Extraído de su poemario Lo que los árboles me contaron:


No he nacido para ser pierna, ni manos, ni labio

Ni siquiera he nacido para ser corazón

o cerebro

No nací para restar media vida trabajando

He nacido para ser lágrima / y beso / y sabor / y aliento

He nacido para ser pensamiento

Y de pensamiento en pensamiento

con los años convertirme en sueño.

viernes, 15 de enero de 2021

Los mundos de Ursula K. Le Guin

 Andrés Granbosque, "La filosofía de Ursula K Leguin", en su blog, 22 de enero de 2020

Ayer se cumplieron dos años del fallecimiento de Ursula K Leguin. Es mi escritora favorita, mi filósofa de referencia y un ejemplo a seguir. Precisamente en los meses previos me había estado apoyando en sus enseñanzas para superar baches.

De antemano pido disculpas por las erratas que pueda haber en el texto porque no he tenido aún tiempo de revisarlo a fondo, y la impaciencia por publicarlo me ha podido

Hay tantas cosas que me gustaría decir de su inmensa obra de que no sé por dónde empezar. Así que voy a ir directamente al grano con sus libros e intentaré despedazar lo que he ido aprendiendo con ellos.

ANTROPOLOGÍA

Los Desposeídos

El primer libro que leí de ella fue Los Desposeídos. Cuenta la historia de un físico, Shevek, que viaja desde su luna natal, en la que impera un sistema anarquista al planeta principal en el que hay otros regímenes políticos.

Este libro es un punto de partida ideal para conocer la obra de Ursula porque desarrolla los temas que le obsesionan y que se repiten constantemente. No sólo eso, sino que los expone de forma brillante, así que me voy a detener un poco más en esta novela.

La descripción de la sociedad anarquista es una de las más realistas que se han realizado en la literatura. Y lo más importante es que deja mucho espacio a la reflexión y a los dilemas morales.

Lejos de presentar la sociedad anarquista como una utopía idealizada, saca todos sus trapos sucios y las dificultades a las que se enfrenta.

Un buen ejemplo es el uso del lenguaje. Cita de la wikipedia:

El libro también explora algunos aspectos de la hipótesis de Sapir-Whorf sobre las relaciones semánticas del lenguaje y los conceptos básicos del mundo; concretamente a través de la modificación del lenguaje de los anarquistas, que desaprueban el uso de determinadas categorías gramaticales como el uso del posesivo (por ejemplo, los niños aprenden a hablar del pañuelo “que yo uso” en vez de “mi” pañuelo, pañuelo que “comparto contigo” en vez de “prestártelo”,… siendo la idea que las personas llevan y utilizan cosas en vez de poseerlas). El lenguaje hablado en Anarres (právico) es un lenguaje artificial que refleja muchos aspectos de los fundamentos filosóficos de una utopía anarquista.

En Anarres el idioma se modifica, ligeramente, para hacer concordar el pensamiento de sus habitantes con el ideal de sus fundadores. Es más difícil pensar en lo que no se conoce. (hola, pin parental 🙄)

Otro ejemplo interesante es que los nombre propios no los eligen los padres (ni siquiera existe el concepto de familia), sino que los elige una máquina y a cada persona le asigna un nombre único, inventado, teniendo en cuenta que no haya otro nombre parecido en la misma zona geográfica, para que no haya confusiones. ¿Qué te otorga más libertad, un nombre arbitrario decidido por tus padres o un nombre que no tiene nadie más en el mundo?

Este equilibrio entre libertad e imposición se deja entrever en muchos aspectos de la sociedad de Anarres. La clave está en que la generación que fundó esa sociedad, lo hizo con convencimiento y sabiendo que debía renunciar a ciertas cosas. Pero ese sacrificio de comodidades en favor de principios morales no tiene por qué mantenerse en futuras generaciones. Los niños nacidos en Anarres no han vivido los horrores que llevaron a los fundadores a crear esa sociedad y no tiene por qué estar convencidos de que sea lo ideal.

¿Me atrevo a decir que las palabras son las sustitutas de las leyes? ¿Que los sutiles cambios en el idioma de Anarres son el pegamento que mantiene estable su sociedad?

LITERATURA

La gracia es que la historia no va sobre nada de esto que he contado. Es una historia de ciencia ficción tecnológica sobre el desarrollo de una nueva forma de comunicación, pero Ursula es una experta en no contar, es decir, que consigue que el lector vea todos esos dilemas por él mismo, sin plantearlos explícitamente. Incluso en algunas historias, como Paraísos perdidos los personajes se enfrentan y discuten por cuestiones que les parecen trascendentales mientras uno, como lector, se plantea otras cuestiones que para ellos pasan desapercibidas.

Eso es dificilísimo de conseguir para un autor. La vía más sencilla y habitual es confrontar a los propios protagonistas y de esta forma guíar al lector hacia la reflexión. Por eso, además de una maestra en cuanto a conocimiento, también la considero una maestra en las formas. No es muy habitual encontrar autores de ciencia ficción y fantasía que tenga un estilo tan depurado y tan lírico.

Volviendo a Paraísos Perdidos, que es mi relato favorito, también toca el tema recurrente de las palabras y el idioma. El relato, que no lo he contado arriba, va sobre cómo evoluciona el pasaje de una nave generacional, es decir, una nave espacial que va a tardar siglos en llegar a su destino. Los habitantes van dejando de necesitar muchas palabras (por ejemplo, para referirse a animales, objetos, clima, terrenos…) y simplemente desaparecen o adquieren otro significado. Para aquellos a los que os interese el tema, es más que recomendable.

El cumpleaños del mundo es otro relato corto que habla de temas tan extravagantes como el contacto entre civilizaciones en diferentes grados de desarrollo (una tribu preindustrial recibe la visita de unos astronautas) pero narrado como un cuento, con una prosa poética preciosa, a la altura de los más grandes.

Estos temas, el estudio de las sociedad humanas y el lenguaje, se repiten constantemente a lo largo de su obra. Escribió un montón de novelas ambientadas en un mismo universo ficticio, que se han llegado a conocer como Ciclo de Hainish. Se pueden leer independientemente porque son autoconclusivas, pero todas tienen en común una federación galáctica de mundos habitados, llamada Ecumen que envía diplomáticos a mundos con los que se había perdido el contacto para integrarlos en la red.

Esta premisa es una excusa estupenda para retratar comunidades humanas exóticas y diferentes a la nuestra.

ROMPIENDO BARRERAS

A este ciclo pertenece una de sus novelas más aclamadas, La mano izquierda de la oscuridad. Esta es la reseña de la editorial Minotauro:

Ai, enviado al planeta Gueden, también llamado Invierno por su gélido clima, con el propósito de contactar con sus habitantes y proponerles unirse a la liga de planetas conocida como el Ecumen. Los guedenianos tienen una particularidad que los hace únicos: son hermafroditas, y adoptan uno u otro sexo exclusivamente en la época de celo, denominada kémmer. En Invierno, Ai conoce a Estraven, un alto cargo que le mostrará cuán diferente puede llegar a ser una sociedad donde no existe una diferenciación sexual.

Hablamos de 1969. Ahora puede que no parezca un tema muy escandaloso pero en su contexto fue una historia revolucionaria. Y de nuevo, lo que narra la novela, que no es más que un viaje en el que dos personas muy diferentes se ven obligadas a entenderse para sobrevivir, muta en un estudio sobre las relaciones humanas.

De Wikipedia:

La afirmación más provocadora de la autora es que tal mundo no tendría una historia de guerra (…) Una cultura utópica como la de Gueden está intencionalmente desprovista de la noción de “la guerra”, pero fuertemente marcada por la noción de “la intriga” que influye fuertemente en los destinos del planeta.

La propia Ursula reconoció años más tarde que había cometido un error, y es que a esos seres con género neutro los nombraba como “él” ante la falta de una palabra en inglés más adecuada. “Ella” habría sido igual de impreciso pero quizás más reivindicativo, o mejor aún, podría haberse inventado un pronombre.

CIENCIA FICCIÓN Y FANTASÍA

El tema del género y la desigualdad también lo ha tratado de forma mucho menos extrema, en novelas y relatos. Sociedades matriarcales, mundos en los que hombres y mujeres viven en ciudades diferentes, mundos en los que los matrimonios son uniones de cuatro personas… Formas de organizarse (y sobrevivir) tan arbitrarias y adecuadas (o equivocadas) como la nuestra.

La fantasía y la ciencia ficción son el medio en el que ella despliega su imaginación.

Este discurso, al que merece la pena dedicarle unos minutos para escucharlo completo, es toda una declaración de intenciones.

En resumen, y en mis palabras, viene a decir esto:

Ahora vivimos en un sistema capitalista y parece imposible que cambie. Pero también parecía imposible que pudieran cambiar tantos sistemas sociales pasados, como las monarquías o el feudalismo. El mayor freno que se encuentra la sociedad para cambiar es la creencia de que no es posible cambiar. Por eso, el mundo necesita escritores de fantasía, porque la fantasía es capaz de mostrar a las personas que otras formas de vivir son posibles.

FILOSOFÍA

Cuatro caminos hacia el perdón es otra novela que hay que leer (a pesar de que el título parezca de un libro de autoayuda inútil) y de la que se pueden aprender grandes lecciones.

Cuenta cuatro historias ambientas en un planeta con una sociedad esclavista, justo en el momento en que la sociedad está a punto de cambiar radicalmente. Son cuatro historias desde distinto puntos de vista: héroes y villanos, ganadores y perdedores. A decir verdad, no hay nada en esta narración que no sea similar a la historia de sociedades reales, ni las historias son muy diferentes a la de países africanos que han sufrido la misma suerte. Podría haberse limitado a contar la historia de la esclavitud en África. Pero la forma de describir una sociedad tan compleja desde tantos ángulos, verla desde lejos y a la vez desde muy cerca logra que esas historias sobre alienígenas con piel azulada te acerquen aún más a nuestro mundo real.

Es otra de mis novelas favoritas. Reconozco que la primera de las cuatro partes es dura y pesada, pero a medida que avanzan las historias y van encajando se transforma en una experiencia muy emotiva y en un ejercicio de empatía que no le viene mal a nadie.

Y sobre Omelas no me voy a entretener en escribir porque ya se ha dicho mucho. Sólo recomiendo leer esto: 

https://es.wikipedia.org/wiki/Los_que_se_alejan_de_Omelas

TERRAMAR

He dejado para el final esta saga porque vale la pena analizarla aparte.

El ciclo de Terramar consta de seis novelas y algunos relatos cortos que fueron escritos entre 1964 y 2001. Esto es importantísimo porque le da a la saga un carácter único. No es una serie de libros escritos uno tras otro de forma más o menos planificada, como Harry Potter (y esto no lo digo como crítica ni mucho menos).

Ese espacio de tiempo que ha transcurrido entre cada una de las historias muestra, de forma clarísima, la evolución de la autora (como escritora y como persona), así como la evolución del público (lectores a los que se dirige) y de nuestro mundo.

El primer libro se llama Un Mago de Terramar y surgió como respuesta a la fantasía masculina de otras obras como El Señor de los Anillos. Hay que decir que Ursula admiraba a Tolkien, e incluso dedicó un ensayo.

Hay una entrevista en castellano muy completa aquí: 

docemoradas.com

Pero no estaba muy contenta con los valores heroicos y de exaltación de la virilidad que se asociaban con el movimiento de literatura fantástica que estaba haciéndose popular.

Su protagonista, Ged, no es un mago poderoso. Es un pringado aprendiz de mago que no sabe nada de la vida y en la escuela de magia, más que a hacer magia, le enseñan a no hacerla.

Y para una vez que usa la magia, por curioso, la lía bien gorda.

Todas las lecciones que debe aprender son del tipo: si subes la marea en una costa, va a bajar en otra (porque el agua no es infinita, sólo la vas a mover). Si atraes lluvia en un lugar, la quitarás de otro lugar en el que quizás la necesiten tanto como tú.

Esas lecciones son pura filosofía taoísta. De hecho, Ursula se interesó mucho por el taoísmo hasta el punto de traducir el Tao Te Ching.

Cuando enciendes una vela, también arrojas una sombra

Otro detallito es que el protagonista es negro. Y los malos son los blancos y rubios. Eso no tiene ninguna importancia en la historia pero era una forma de darle visibilidad a las minorías que nunca tienen presencia ni voz. De hecho, muchos lectores ni siquiera se percataron de eso, porque lo dice de pasada. Tuvo algún rifirrafe con la editorial porque inicialmente en la portada pusieron el dibujo de un niño blanco como la leche.

A raíz de esto, voy a rescatar otro discurso que dio sobre la importancia de darle voz a quien no la tiene:

Leí Un mago de Terramar hace muchos años y me gustó, es una historia entretenida, cargada de enseñanzas y muy muy bien escrita. Aunque tampoco es que me pareciera una obra maestra en ese momento ni me dio por pensar que los 5 libros posteriores pudieran aportar mucho más.

Mucho tiempo después, en 2017, que fue un año fatídico para mí a nivel personal, me topé por casualidad con Las Tumbas de Atuan, el segundo de la serie.

La primera sorpresa fue que cambiábamos de protagonista. En este libro nos ponemos en la piel de una niña. Una niña que ha sido elegida para ser la voz en la tierra de unos dioses. Unos dioses a los que nunca ha visto y con cuyas formas de actuar no está del todo acuerdo. Pura filosofía de nuevo. Y pura tragedia, de hecho, es un libro mucho más oscuro y adulto.

Si tuviera que ponerle una pega, sería la aparición de Ged, el protagonista masculino al final (sin spoilers). Entiendo que es una forma de enlazar los dos hilos narrativos, pero aquí Ursula cae en los propios tópicos contra los que luchaba.

La costa más lejana a decir verdad me parece el libro menos relevante de la saga, pero también era necesario. Ya que estamos en un mundo de enfrentamientos entre humanos y dragones, donde se cantan las grandes gestas de héroes y magos, era de justicia que conociéramos la gesta de Ged, ya que lo hemos acompañado desde que era un aprendiz.

He dicho que Ursula se dio cuenta de sus errores y de que no había llevado demasiado lejos sus principios de machacar los estereotipos. No lo digo yo, lo ha dicho ella misma.

Un artículo interesante sobre este tema:

tor.com

Así que con el cuarto libro de la saga, Tehanu cambia de registro completamente. Se da cuenta de que hasta ahora estaba contando los hechos desde el punto de vista de los que escriben la historia. Esto no quiere decir los vencedores, sino los protagonistas. Ya sea en un mundo de fantasía medieval o en uno futurista de ciencia ficción, siempre hay un puñado de personas importantes: reyes, héroes, dirigentes, elegidos… que parecen ser los que dirigen el mundo, frente a la masa de la población común.

En Tehanu nos lleva a la parte del mundo que nadie quiere visitar, por la que nadie se interesa. Nos lleva de la mano con una niña abandonada y maltratada por sus padres. Es un libro duro y melancólico. No es el viaje del héroe.

¿Qué hace una persona profundamente herida para salir adelante? Puede curarse, sanar sus lesiones, pero… ¿cómo consigue recuperar las ganas de vivir en un mundo que la ha tratado así?

En el mundo de Terramar las mujeres no pueden ser magos, como mucho brujas. El gran archimago Ged también ha perdido su poder y se ve forzado a vivir al otro lado, al lado de los que necesitan protección, y no solo física

En Cuentos de Terramar, que es el quinto volumen y se compone de varios relatos ambientados en épocas anteriores, profundizamos en el mundo de Terramar y comprendemos sus costumbres y culturas.

Se dan respuestas a cuestiones de base como ¿por qué las mujeres no pueden ser magos? Spoiler: las respuestas a veces son bonitas, no son lo que queremos escuchar, pero son realistas. Al final, resulta que este mundo lleno de magia y milagros arbitrarios es sorprendentemente coherente y parecido al nuestro.

En el plano literario este libro me parece una absoluta genialidad porque siembra (sin que te des cuenta y sin que tenga relevancia para esos relatos) algunas ideas que desarrollará en el siguiente y último libro de la saga.

Aquí plantea algunas ideas con una gran carga filosófica. Me llamó mucho la atención la reflexión que hace sobre la condición humana. Aquí no quiero hacer spoilers y no voy a hablar mucho, aunque me encantaría.

Tanto Tehanu como algún otro personaje se han sentido como que no forman parte del mundo en el que viven. Y tantos de nosotros. No es una locura pensar que a lo mejor es así, que no pertenecen a este mundo. Eso es una metáfora, claro, pero hablamos de división de opiniones, de diferentes formas de ver el mundo, de creencias u opiniones políticas. De principios. En Terramar, como en cualquier mundo, hay seres con diferentes prioridades. Hay quien se interesa por lo pragmático, lo material, lo mundano; y quien se interesa por lo espiritual, el conocimiento…

¿Pueden convivir pacíficamente esas dos facciones? ¿Y qué pasa si un individuo vive entre personas con una forma de percibir el mundo radicalmente diferente a las suyas? Vuelvo al vídeo que puse arriba. La importancia de conocer lo diferente a lo que nos rodea

Sé que estoy hablando en enigmático para no destrozar los libros, pero me parece que se entiende que aquí hay cuestiones muy complejas que además expone como el que no quiere la cosa, con cuentecitos. Por eso la considero una filósofa por encima de escritora y de antropóloga.

Y para terminar tenemos En el otro viento. Es una novela coral, con más acción e intriga política y el protagonismo se reparte entre varios hilos y personajes.

Es una magnifica conclusión y repito la palabra: genialidad.

Aquí encontramos respuesta al gran axioma en el que se fundamenta toda la saga: la histórica rivalidad (por llamarlo de alguna manera) entre humanos y dragones.

Esta novela fue escriba unos cuarenta años más tarde que la primera, Un mago de Terramar. La señora tardó cuarenta años en explicar algo que podría haber hecho en la página 1. Además, ha contado muchas veces que no tenía previsto escribir tantos libros sobre este mundo. Pero aquí tenemos unos giros argumentales de esos que le dan la vuelta a todo, incluso a quienes son los “buenos” y los “malos”, que me cuesta creer que no lo tuviera previsto desde el principio.

En serio que me costaba creerlo. Pero tras leer muchas entrevistas y artículos me medio (solo medio) convenció. Solo era cuestión de adoptar otro punto de vista, que a lo mejor no eres capaz de conseguir en una época de tu vida pero sí en otra. Por eso este final no podría haber sido escrito antes. En alguna entrevista también dijo algo así (traducción libre):

Muchas personas jóvenes, al ver la realidad de la vejez como algo totalmente negativo, ven la aceptación de la edad como algo negativo. Al querer tratar a los ancianos con un espíritu positivo, se ven obligados a negarles su realidad. Con la mejor intención, la gente me dice: ‘¡Oh, no eres tan vieja! Decirme que mi vejez no existe es decirme que no existo. Borra mi edad, borra mi vida… yo'.

CINE

Lathe of heaven

Como curiosidad, comentaré que hay dos adaptaciones al cine del universo de Terramar. Una es el maravilloso Estudio Ghibli, pero la adaptación es decepcionante. En palabras de Ursula

Buena película. No es mi historia.

Y la otra, por la cadena SyFy, casi mejor ni hablar de ella. 

Convirtieron al pequeño niño mago negro y pringado en un He-Man rubio, lo cual la cabreó bastante y podemos ver en este comunicado.

Sin embargo, existe un guion que escribió junto al director británico Michael Powell que nunca llegó a ninguna parte. No lo puedo compartir pero circula por Internet y es todo un regalo para los fans.

También hay una adaptación de La rueda celeste de 1980 que es bastante digna.

ENLACES

Dejo aquí una recopilación de todos los enlaces que he ido citando:

Los Desposeídos Una utopía anarquista

Cuatro caminos hacia el perdón Retrato de una sociedad esclavista

Paraísos Perdidos Novela corta ultra recomendada

El cumpleaños del mundo Uno de los relatos más bonitos

Ciclo de Hainish Conjunto de libros que comparten universo

Ecumen Liga de mundos

La mano izquierda de la oscuridad Su novela más aclamada

Terramar Ciclo de varios libros y relatos: Un Mago de Terramar Terramar 1; Las Tumbas de Atuan Terramar 2; La costa más lejana Terramar 3; Tehanu Terramar 4; Cuentos de Terramar Terramar 5; En el otro viento Terramar 6.

Editorial Minotauro ha vuelto a publicar algunos de sus clásicos

docemoradas.com Entrevista en castellano

Viaje del héroe Estructura muy común en relatos y ficción

Siembra Recurso narrativo

Tao Te Ching Texto principal de taoísmo

Nave generacional

Comunicado sobre la adaptación a TV de Terramar

viernes, 17 de julio de 2020

Escritores hablando de escritores

Día del libro: Lo que los escritores piensan de otros escritores

MANUEL LLORENTE, El Mundo, 22 ABR. 2018 04:05

Cuenta Mario Vargas Llosa que la lectura de Madame Bovary, cuando tenía 23 años, le cambió la vida. En el verano de 1959 se encontraba en París con poco dinero y la promesa de una beca, pero tenía lo suficiente como para comprarse el libro de Flaubert que devoró en el hotel Wetter hasta terminarlo. Parece ser que de un tirón. Algo parecido le ocurrió a Antonio Muñoz Molina. En 2013, escribió, no tenía noticias de James Salter pero abrió Años luz y estuvo leyendo sin parar la novela hasta que al día siguiente acabó con ella. La pasión con que estos dos escritores contagian su entusiasmo por un autor o un libro es impagable. No sólo sugieren sino que te convencen de que debes leer a tal autor o tal libro con la fe de un converso. Vargas Llosa reunió en La verdad de las mentiras (Suma de letras) algunos de los títulos clave de la narrativa de los siglos XIX y XX. En 10/20 páginas persuade de la necesidad de leer Lolita (Nabokov), Sostiene Pereira (Tabucchi), El corazón de las tinieblas (Conrad), La señora Dalloway (Virginia Woolf), El extranjero (Camus), Dublineses (Joyce)... con un lenguaje claro, directo, imbatible. ¿Que alguien no tiene claro qué libro empezar? Aquí está no una sino hasta 35 posibilidades.Fernando Aramburu firmó con Las letras entornadas (Tusquets) un peculiar libro: cada jueves visitaba a un hombre anciano, casi ciego, en su ático y allí, con una botella de vino que compartían, iban hablando de Cernuda, Thomas Mann, Gabriel Celaya, Ramiro Pinilla o Mercè Rodoreda. A través de estas páginas nos enteramos también de que el primer libro que leyó Aramburu fue Lazarillo de Tormes en la "edición económica Austral" y cómo mediante el duro que le daba su abuela Juana Goicoechea fue comprándose tebeos en una librería del barrio de El Antiguo, de Roy Rogers o El Llanero Solitario y luego El gran torbellino del mundo, de Pío Baroja, Larra, Bécquer (siempre en Austral). Más tarde fue profesor en Alemania durante 24 años y con el tiempo surgiría Patria.También de San Sebastián es Fernando Savater, acérrimo defensor de los clásicos que han sido consuelo y cobijo en nuestra infancia. No ahorra adjetivos el catedrático de Filosofía y uno de los más grandes divulgadores (y no sólo) de la literatura de aventuras. En La infancia recuperada (Taurus) da buena cuenta de ello. Allí se agolpan Tolkien, Julio Verne y Emilio Salgari, pero también Richmal Crompton, Daniel Defoe y Zane Grey. Y Jack London y sir Arthur Conan Doyle. Y Karl May, del que escribe: "El lector de Karl May se encuentra en la estupenda disposición del perfecto aficionado literario a la aventura: saber que en cada página va a pasar algo y que ese algo puede ser cualquier cosa". De Savater también cabe mencionar Aquí viven leones. Viaje a las guaridas de los grandes escritores (Debate), firmado con su mujer, Sara Torres, su particular viaje por los lugares que habitaron Shakespeare, Leopardi, Agatha Christie, Valle-Inclán o Stefan Zweig. Y quien quiera lograr una brújula con la que adentrarse por los universos de todas las artes que interesan e inquietan al poeta y periodista de EL MUNDO Antonio Lucas, no hay como sumergirse en Vidas de santos (Círculo de Tiza). El "príncipe de los poetas", como le bautizó hace ya años Raúl del Pozo, ató algunos artículos publicados en este periódico por los que van y vienen su Arthur Rimbaud, Félix Francisco Casanova, Carson McCullers, Anaïs Nin, Sánchez Ferlosio y Carlos Oroza: "Era el beat de la bohemia de los cafés. El poeta que escribía prendiendo un barreno de dinamita (...), Carlos Oroza, vivía con una dieta de saimazas que nunca pagaba. Algunos días echaba el lazo a una estudiante con los dedos manchados de boli y entonces cambiaba el registro del cortado largo de leche por unas espinacas rehogadas en El Comunista".

Un sabio de las letras es/fue Vladimir Nabokov, que jamás tejió una frase que no hubiera escrito antes (ni siquiera para las entrevistas). Fruto de su trabajo como profesor en las universidades de Wellesley y Cornell (EEUU) se recogieron sus lecciones de clase en Curso de literatura rusa (Chejov, Tolstoi, Dostoyevski...) y Curso de literatura europea (Austen, Dickens, Proust, Kafka...), los dos títulos en Ediciones B. Puede que no se comulgue con todas sus ideas (sus recelos sobre el Quijote, por ejemplo), pero ahí están.La recuperación de series de artículos publicados anteriormente en prensa y luego editados en libros permite recuperar textos perdidos. Es el caso de la galería de personajes que Manuel Vicent reunió en Los últimos mohicanos (Alfaguara). Por allí desfilan, a su particular modo, Azorín, Umbral, Gómez de la Serna, González-Ruano, Vázquez Montalbán o Chaves Nogales. Javier Marías nos acerca en Vidas escritas (Debolsillo) a la obra de escritores conocidos o no tanto a través de algunas de sus peripecias vitales, otro modo de adentrarnos en los complicados y curiosos autores tan dispares como Lampedusa, Djuna Barnes, Adah Isaacs Menken, Mishima, Laurence Sterne o Faulkner ("Quiere la leyenda cursi de la literatura que William Faulkner escribiera su novela Mientras agonizo en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones, a saber: mientras trabajaba de noche en una mina, con los folios apoyados en la carretilla volcada y alumbrándose con la mortecina linterna de su propio caso polvoriento").Hace una semanas hubo noticias (escasas) de Philip Roth, ya retirado voluntariamente de la literatura. Contaba sus numerosas lecturas, sobre todo de Historia, pero para nuestro consuelo pueden conseguirse las entrevistas que mantuvo en su momento con algunos de sus compañeros de armas más próximos (El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, Seix Barral), muchos ya fallecidos: Primo Levi, Aharon Appelfeld, Saul Bellow, Mary McCarthy, Bruno Schulz, Malamud o Edna O'Brien.Y quien logre hallar Los hechiceros de la palabra (edciones m.r.), de Montserrat Roig, tendrá un tesoro. La escritora recopiló unas atrevidas, respetuosas y sugerentes entrevistas a personajes como Llorenç Villalonga (un encuentro inquietante), Benet (la tensión entre ellos se palpa) o Josep Pla ("sus palabras resultan fehacientes, fecundas, vivas"). El periodista Xavi Ayén aunó en el volumen La vuelta al mundo en 80 autores (librosdevanguardia) a un buen puñado de autores que fue entrevistando y que suponen todo un referente: Günter Grass, Imre Kertész, Lawrence Ferlinghetti, Wislawa Szymborska, Naguib Mahfuz, E.L. Doctorow, Haruki Murakami, Toni Morrison...Hay que tener, también, muy en cuenta el libro Hablan los escritores (Kairós), pues además de un largo encuentro (a veces en varios momentos) con el autor se incluye una introducción que siempre viene bien. Una breve lista que habla por sí sola: Ezra Pound, T.S. Eliot, Hemingway, Saul Bellow, Norman Mailer, Henry Miller, Evelyn Waugh... Y en otro volumen de la misma editorial, Conversaciones con escritores, la nómina se amplía: Robert Graves, Steinbeck, Kerouac, Burgess, Updike...La poeta Ana Maria Moix vivió aquella Barcelona irrepetible de los 60 y 70 cuando coincidieron en esa ciudad un tropel de creadores que hoy son leyenda. A algunos les engatusó para que hablaran de lo suyo y así nos dejó en herencia 24 x 24 (Península), unos encuentros fascinantes fijados con fotos de Colita: Carlos Barral, Rosa Chacel, Ángel González, su hermano Terenci, Pere Gimferrer, García Márquez, Mario Vargas Llosa y Jaime Gil de Biedma. Gracias a Ana Maria Moix sabemos cómo y por qué escribía el autor de Moralidades en 1973: "Escribo poco, sólo lo hago cuando es absolutamente necesario. A veces se me ocurre un poema y luego se me queda en una sola frase. Un poema viene cuando estoy andando, afeitándome, o hablando... No lo escribo. Intento olvidarme de él, que se vaya. A veces insiste, y vuelve a insistir. Si tanto insiste lo escribo para sacudírmelo de encima".José Manuel Caballero Bonald mantiene un vigor y una claridad de ideas asombrosos. Celebró su 90 cumpleaños (en 2016) con Examen de ingenios (Seix Barral), un centón de daguerrotipos de buena parte de la literatura en español de todo el siglo XX: Borges, Cela, García Márquez, Rulfo, Gil de Biedma, José Ángel Valente... No le tembló el pulso en sus opiniones. De 2013 es su Oficio de escritor (también en Seix Barral), en el que el autor de Entreguerras se remonta a Cervantes, Góngora, Cadalso y Quevedo. Y a Dostoievski, Mallarmé, Eliot, Onetti y Lezama Lima, de quien escribió: "Siempre asocio la imagen de Lezama a la de un docto caballero renacentista bien acomodado entre los estudios nobles, la vida contemplativa y la buena mesa". El que fuera el enfant terrible de las letras británicas de los 70/80, Martin Amis, publicó La guerra contra el cliché. Escritos sobre literatura (Anagrama), donde recoge sus textos sobre Lowry, J. G. Ballard, Updike, Lolita, Ulises, Las aventuras de Augie March o Truman Capote (además de sobre el ajedrez, el fútbol y el póker).Otros libros que deben tener su hueco: Enemigos de lo real. Escritos sobre escritores (Galaxia Gutenberg), de Vicente Molina Foix; Horas en una biblioteca (Seix Barral), de Virginia Woolf;Nuevas maneras de matar a tu madre (Lumen), de Colm Tóibín;Desde la ciudad nerviosa (Alfaguara), de Enrique Vila-Matas, o Doctor Pasavento, sobre Robert Walser, aunque toda su obra es un continuo vaivén de escritores; El amor de mi vida (Alfaguara), de Rosa Montero; Efectos personales (Anagrama), de Juan Villoro; Los abogados de la literatura (Galaxia Gutenberg), de Marcel Reich-Ranicki...Y Lecturas compulsivas (Anagrama), de Félix de Azúa, por donde desfilan Kafka, Unamuno, García Hortelano y, por supuesto, Sánchez Ferlosio y Juan Benet. En un texto sobre el autor de Nunca llegarás a nada, escribe: "Reconozco que es muy difícil prestar atención a la lectura, a cualquier lectura, dada la enormidad de entretenimientos que nos torturan todos los días, pero cada cual ha de saber lo que espera recibir a cambio de la diversión o del esfuerzo". Pues eso.Vargas Llosa sobre 'El Gran Gatsby' en 'La verdad de las mentiras"El gran Gatsby resulta la personificación del tiempo que describe, mundo fastuoso en el que coexistían el arte y el mal gusto, el honesto empresario y el rufián, la pacatería y el desenfreno y la arrolladora abundancia de una sociedad que, sin embargo, se hallaba al borde del abismo".Vladimir Nabokov sobre Tolstoi en 'Curso de literatura rusa'"Lo raro es que, de hecho, Tolstoi era bastante descuidado a la hora de tratar la idea objetiva del tiempo. Los lectores atentos han observado que en Guerra y paz hay niños que crecen demasiado deprisa o más despacio de lo debido". Somerset Maugham sobre 'Madame Bovary' en 'Diez grandes novelas y sus autores'"En términos generales, Madame Bovary da una impresión de realidad intensa, y eso se debe, a mi juicio, no sólo a que los personajes de Flaubert son sin duda verosímiles sino a que describe el detalle con extremada fidelidad". Javier Marías sobre Rilke en 'Vidas escritas'"Como buen poeta, Rilke comulgaba mucho, no sólo con los animales sino con los astros, la tierra, los árboles, los dioses, los monumentos, los cuadros, los héroes, los minerales, los muertos (sobre todo con las muertas jóvenes y enamoradas), algo menos con sus vivos semejantes".J. M. Coetzee sobre 'Don Quijote' en 'Las manos de los maestros'"El lector del Quijote nunca sabe con seguridad si el héroe de Cervantes es un loco afectado por un delirio, si, por el contrario, interpreta conscientemente un papel -viviendo su vida como una ficción- o si su mente oscila de manera impredecible entre el delirio y la conciencia". Fernando Savater sobre 'La isla del tesoro' en 'La infancia recuperada' "La narración más pura que conozco, la que reúne con perfección más singular lo iniciático y lo épico, las sombras de la violencia y lo macabro con el fulgor incomparable de la audacia victoriosa, el perfume de la aventura marinera (...) con la sutil complejidad de la primera y decisiva elección moral, en una palabra, la historia más hermosa que jamás me han contado es La isla del tesoro".Caballero Bonald sobre Camus en 'Oficio de lector' "Denostado por la derecha, zaherido por la izquierda, instalado en los cómodos extrarradios de la política -o de las políticas al uso-, Camus pactó con Camus y se impuso sus privados estatutos para poder seguir siendo ese inflexible fustigador de todo cuanto llevara implícito el germen de la lectura".Manuel Vicent sobre Umbral en 'Los últimos mohicanos'"Francisco Umbral tenía un ángel lírico, libre y violento en cada yema de los dedos con que machacaba el teclado de la Olivetti según se levantaba de la cama ese día, unas veces marxista a la violeta, otras revolucionario, liberal, fascista, lambiscón, perdulario, machista, faltón, tierno o provocador, solo a condición de que el artículo fuera una pequeña obra de arte para subirse a su alero y tirarse al vacío para suicidarse". Martin Amis sobre Mailer en 'La guerra contra el cliché'"Norman Mailer es capaz de ser pícaro, de mostrarse petulante y de escribir con prisas, pero no de imaginar una amplia trama cómica. No obstante su ironía, su ingenio y su seguridad en sí mismo, carece, en esencia, de sentido del humor: en Mailer la risa es consecuencia de la certera observación de cosas que, por así decirlo, ya son risibles de por sí". Ignacio Echevarria sobre Onetti en 'Los libros esenciales de la literatura en español'"La publicación de La vida breve en 1950 jalona un cambio de rasante en la narrativa de toda Latinoamérica y, por extensión, en la de toda la lengua castellana (...). El estilo tortuoso, sensual e hipnótico de Onetti, su profunda y sombría visión del hombre y su ironía remota alcanzan su madurez en esta novela fundacional, a la que seguirán obras maestras como El astillero y Juntacadáveres".Félix de Azúa sobre Juan Benet en 'Lecturas convulsivas'"Una prosa a la que en ocasiones se acusa de difícil o tediosa. No lo puedo comprender. Es probable que quien eso diga también se aburra leyendo la Ilíada. La prosa de Benet es un instrumento de precisión, sólido y complejo, que exige una atención especial".

lunes, 24 de septiembre de 2018

Historia crítica de la derecha española, de José Manuel Lechado

Reseña de Ramón Cotarelo publicada en su blog Palinuro, martes, 6 de marzo de 2012:

La incompetencia nacional.

Estupendo libro este de José Manuel Lechado (El mal español. Historia crítica de la derecha española, Hondarribia, Hiru, 2011, 480 págs). Ya el título encierra una ambigüedad, ignoro si querida o no, que coincide con su espíritu, porque no significa lo mismo según se tome "mal" como sustantivo y "español" como adjetivo o "mal" como adjetivo y "español" como sustantivo. Son dos significados en órdenes completamente distintos pero ambos claros en los valores que presuponen. Ciertamente el título anuncia y el libro trata del mal que es propio de España, específico suyo, lo genuinamente español.

No es una historia en un sentido académico de investigación historiográfica sino un relato que podríamos llamar militante, interpretativo del devenir de España según un enfoque de izquierda y de carácter divulgativo. La lectura trae al ánimo el eco de la tradición arbitrista, al menos la de la segunda hornada, la regeneracionista. Recuerda El problema nacional de Macías Picavea y se inserta en la tradición de Los males de la patria, de Lucas Mallada. ¿En qué se parecen? En que todos buscan una explicación para la decadencia de España porque todos coinciden en que está en decadencia. Lechado la da ya prácticamente por liquidada y augura su implosión a lo largo del siglo XXI en las unidades previsibles de Cataluña, País Vasco, Galicia y quizá otras menos previsibles.

Es decir, el libro está en la tradición arbitrista por el hecho de buscar y haber encontrado la causa de la postración de España que reside en la fabulosa incompetencia de sus clases dominantes, su falta de patriotismo, de sentido nacional, su egoísmo, su cortoplacismo, su ignorancia, su grosería y, en definitiva, su estupidez. Todos epitetos que se encuentran en el texto y no son los únicos. El autor dice estar indignado y escribe con verdadera pasión, pero muy bien, con un estilo elegante, culto, conversacional, que atrapa al lector desde el principio y le hace leer la obra de corrido, como si fuera una novela. Cosa que en buena parte es, una especie de gran novela dickensiana cuya protagonista, una infeliz España, vive una vida de humillación, miseria y explotación que dura quinientos años a manos de quienes tradicionalmente no han sabido sino desgobernarla a causa de su egoísmo y su estulticia.

Mi alto juicio sobre el libro no procede solamente de su estilo sino, sobre todo, de su contenido con el que estoy de acuerdo. España no ha conseguido cuajar como nación ni como verdadero Estado por la inutilidad, el carácter antinacional de su clase dominante tradicional y la cobardía y cortos vuelos de las políticas burguesas liberales. La vieja tesis marxista (Lechado parece orientarse mucho en la historia a través de la obra de Tuñón de Lara) de la especificidad de España por no haber hecho la revolución burguesa emerge de nuevo aquí y, si no la principal, sí es una de las causas de la ruina nacional que, después del 98, culmina con el franquismo del que la IIª restauración no es más que una prolongación plana y pobre de espíritu.

Al propio tiempo, también la izquierda española (que no es objeto del libro pero sobre la que se habla mucho) ha probado ser consistentemente inepta, si bien es cierto que se le reconocen condiciones más difíciles y, en función de la ideología del autor, se le atribuyen intenciones nobles. Todo lo cual no impide que el resultado de su acción haya sido siempre desastroso, como también lo es el de la derecha si bien no para ella misma que suele prosperar en el desastre que sistemáticamente provoca. La izquierda en cambio queda afectada por el desastre de su acción y se hunde con él.

En definitiva, la tesis del libro es que España es un fracaso como Estado prácticamente desde su fundación que sitúa en 1492, no sin dejar de recordar que ese hecho portentoso del nacimiento de España como Estado, dependió de una pura contingencia. Si Fernando el Católico, viudo de Isabel y casado en segundas nupcias con Germana de Foix, veintitantos años más joven que él, hubiera tenido con ella descendencia masculina, no habría habido unión de Castilla y Aragón ni, por lo tanto, España. El caso es que el Estado ya nace con mal pie, empieza por expulsar a los judíos y adopta luego a lo largo de los siglos y como si fuera una maldición todas las decisiones equivocadas que se puedan adoptar en el orden interno y en el internacional porque no se adoptan en interés del Estado sino de la clase de señoritos cortijeros, nobles estirados. inútiles y empobrecidos, burgueses ennoblecidos que lleva siglos administrándolo como si fuera su cortijo; en interés de la sempiterna derecha, cruz con la que parece tener que cargar España a lo largo de su triste historia igual que los suizos con la de ser un país montañoso o Finlandia la de ser frío.

Lechado resume su tesis de la incompetencia general del país en una observación absolutamente cierta que se repite a lo largo de la obra: el ejército español no sirve para nada porque jamás ha ganado una guerra (pp. 150, 308) como no sea contra su propio pueblo. Pero para eso sí sirve. Y por ello mismo, ha sido un molesto protagonista de la vida política española en todo el siglo XIX y buena parte del XX con dos dictaduras, una de ellas de cuarenta años. A esta continua injerencia militar en la política, característica española que heredarán las "naciones hermanas", dedica el autor bastante atención, centrándola luego en el "africanismo" del ejército. Resulta curioso que otros países hayan conocido épocas de llamado "militarismo" (por ejemplo, el Japón) , pero el término no se haya aplicado nunca a España a pesar de la continua presencia de militares en la política. Quizá se deba ello a que, en el espíritu del libro, los militares españoles no sirvan ni para establecer su propio régimen.

Todo esto forma parte la historia que se cuenta y que lleva su ironía al extremo de detectar que es el triunfo máximo y omnímodo de la clase dirigente en el franquismo precisamente el que causa "la desaparición de España como nación y como Estado soberano en sentido político, económico, social y cultural." (p. 291). No se anda luego el autor con circunloquios a la hora de enjuiciar los acontecimientos posteriores: la transición fue un "bonito remate de la victoria de 1939" (p. 348), el "felipismo" que es "corrupción más sometimiento al capitalismo internacional más conservadurismo político socialdemócrata de 1982 a 1996 y terrorismo de estado." (pp 397/398) ha "acabado con la izquierda" (p. 399). Aznar significa "patrioterismo castellano, catolicismo a ultranza, sueños imperiales, chulería, derroche y culto al líder" (p. 409). Finalmente, la situación es calamitosa pues el PP y el PSOE son inindistinguibles, dos agencias de colocación (...) encargadas por turnos de la gestión del protectorado español" (p. 431). Lo del "protectorado español" tiene su miga.

Discrepo de la igualación entre el PP y el PSOE (aunque es evidente que ese riesgo -para el autor una realidad patente- existe) y de la evaluación final del "felipismo" así como de la valoración negativa que hace de los matrimonios de homosexuales pero, en todo lo demás, suscribo por entero un libro de lectura muy recomendable.

martes, 3 de abril de 2018

50 años de los Novísimos

Antonio Lucas, en El Mundo, 1 de abril de 2018: "50 años de los novísimos: la última tormenta de la poesía española":

Una nueva estética sacudió el final de los 60. Gimferrer, Félix de Azúa, Carnero, Vázquez Montalbán, Panero, Martínez Sarrión... rompieron amarras y tripularon la modernidad en tiempo de miseria

Cuando Mayo del 68 en París, algunos de los poetas españoles que forzarían un cambio de agujas en la literatura del final de la dictadura no habían publicado aún su primer libro. Estaban haciéndose a su manera y mirando a los predecesores con recelo aniquilador. Varios de aquellos pimpollos dieron cuerpo algo después, en 1970, a la antología firmada por el crítico Josep Maria Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (Seix Barral). No fue el único trabajo de la época que intentó acuñar un relevo de juventud en la poesía. (Antes lo apuntaron José-Miguel Ullán en la revista malagueña Caracola; la selección de nuevos poetas en la revista leonesa Claraboya; o las ediciones de Enrique Martín Pardo y de Francisco J. Carrillo en la colección El Bardo). Pero la de Castellet levantó más ruido, más estímulo y más animadversión. Fue el trabajo que determinó que algo mudaba de nuevo en la poesía. Y no sólo anunciaba un cambio modal, sino de espíritu. Los Nueve novísimos (y Castellet como zahorí) apostaban por fundar una nueva astronomía con la potencia del que busca inaugurar su sitio. En sólo unos meses la antología vendió los 5.000 ejemplares de la primera edición, una cifra insólita para el momento y, sobre todo, para la poesía de un grupo de jóvenes aún por descubrir.Los escogidos eran ocho hombres y una mujer: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pedro (hoy Pere) Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Habían nacido entre 1939 y 1948. Tenían Barcelona y Madrid como sedes comerciales. Casi todo sucedía entre las dos ciudades, infestadas de franquismo. Ellos ondeaban contra la dictadura un fuerte desprecio. «Aunque no todos podíamos ser considerados activistas de izquierdas. Y los cambios políticos y culturales no empezaron en este país ni en 1968 ni en 1970. En ese mismo año, por ejemplo, ocurre el Proceso de Burgos. Y en 1974 el asesinato de Puig Antich», apunta Gimferrer. Eran días de soflamas en medio mundo. De apetito por lo nuevo. En España existía la censura, dominaba el ambiente un nacionalcatolicismo paralizante, la mojigatería sexual y una moral cuartelera y casposa. Aquellos jóvenes buscaban otras tradiciones literarias fuera de este terruño, que a la vez mostraba algunos síntomas postizos de evolución en el ámbito del arte: el informalismo español se había desplegado en la Bienal de Venecia de 1958 y algunos de esos creadores protagonizaron en 1960 la exposición New Spanish Painting and Sculpture en el MoMA de Nueva York. Aún así, la cutrez medioambiental todavía tiznaba como el monóxido. Los poetas de la Generación del 68 (término acuñado, entre otros, por el profesor Juan José Lanz) acumulaban referentes mundanos que extraían del cine europeo y norteamericano («verdadero aglutinante del grupo», según Molina Foix), de la música, del pensamiento, del arte. Lo sugerente venía para ellos de cualquier lugar que no fuese este. Rechazaban el intimismo primario y el realismo social que habían sido seña de identidad de generaciones anteriores. Su desafecto era el correlato estético de una corriente de cambio social y político. Mantenían, de algún modo, afinidad con el espíritu volatinero que impulsaron los hombres y mujeres del 27, rebanado pronto por la Guerra Civil. Los jóvenes poetas que dieron sentido a la Generación del 68 tomaron el testigo contra todo lo demás. Contra todos los demás. «Éramos gente culta y muy exhibicionista», subraya Martínez Sarrión. Algunos de sus primeros libros pasaron a ser casi manifiestos fundacionales de lo por venir: Teatro de operaciones (1967), de Martínez Sarrión; Museo de cera (1978), de José María Álvarez; La muerte en Beverly Hills (1968), de Gimferrer; Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero; Baladas del dulce Jim (1969), de Ana María Moix; Así se fundó Carnaby Street (1970), de Leopoldo María Panero.Castellet tomó la idea de su antología de aquella otra que Einaudi publicó en Italia, I novíssimi (1961). El grupo que confeccionó el crítico catalán, con Gimferrer de consejero áulico, no tenía vocación generacional, pero sí articulaba una promoción. Tampoco practicaban una estética común, aunque sí cómplice. No todos eran amigos. Y entre los mayores y los más jóvenes existía una cierta distancia emocional. Pero la propuesta funcionó. Medio siglo después de aquella aventura, seis de los protagonistas (tres han fallecido) repasan aquel tiempo que algunos de ellos han fijado en libros de memorias, en textos misceláneos o en novelas documentales. Medio siglo después, mantienen impresiones dispares sobre lo que entonces sucedía. Lo único más o menos claro es esto: unos jóvenes vinieron a postularse como recambio de la poesía española. Aunque algunos de esos jóvenes (con otros que quedaron fuera de la antología tutelar) se dispersaron después por distintas sendas (todas literarias). España estaba revolviéndose contra el bozal de otro modo. Y el hombre, entretanto, ensayaba saltitos para pisar la Luna.

MAYO DEL 68 ESTABA IMPLÍCITO EN EL ÁNIMO DE MATAR A TODOS LOS PADRES POSIBLES Y EN EL INTENTO DE ESCRIBIR DE OTRO MODO. EN NUESTRA POESÍA Y EN NUESTRA INTENCIÓN
VICENTE MOLINA FOIX

¿Qué significó Mayo del 68 para los poetas novísimos? Antonio Martínez Sarrión dispara: «Influyó, pero creo que de una manera bastante oblicua. Por mandato de las autoridades fascistas, la prensa obvió menciones sobre el asunto que pudieran perjudicar a la dictadura. Algunos pudimos ir a París y a Londres, donde vimos mucho cine y comprábamos libros que en España no se encontraban. En los que teníamos la suerte de poder salir, Mayo del 68 sí influyó de algún modo». Félix de Azúa no cree, sin embargo, que aquello dejara huella clara en lo que fueron los Novísimos: «Poco o casi nada. Se cabrearon los poetas del Régimen y también los del Partido Comunista. Hubo críticas histéricas y comentarios soeces, pero ni un sólo artículo serio. Típico». Guillermo Carnero sí encuentra algún eco favorable: «Entre el Mayo de 1968 en París y la resistencia antifranquista de los 60 hay semejanzas y analogías que los historiadores y los sociólogos conocen mejor que nadie. Para quienes éramos jóvenes entonces, aquel tiempo significó el descubrimiento de la lectura, del cine, del sexo y de la escritura en una Barcelona que fue enormemente generosa con nosotros. Viva moneda que nunca se volverá a repetir». Y Vicente Molina Foix detecta algún vaso comunicante entre lo que ocurrió en París y ellos: «El espíritu de Mayo del 68 estaba implícito en el ánimo de matar a todos los padres posibles (salvando a Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y algunos autores extranjeros) y en el intento de escribir de otro modo. Eso estaba en nuestra poesía y en nuestra intención. Era una lucha pública y privada a la vez».Junto a los Novísimos había también otros poetas que buscaban senda nueva de expresión y completaban la Generación del 68: Antonio Colinas, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal, Marcos-Ricardo Barnatán, Diego Jesús Jiménez, José-Miguel Ullán... La aparición de Arde el mar de Pere Gimferrer, en 1966, fue un acontecimiento que comenzó de algún modo el principio de desalojo. Preferían a autores como Ezra Pound, T.S. Eliot y ee cummings frente a Celaya, Blas de Otero o José Hierro. Respetaban a Valente y a Gil de Biedma, pero arremetían contra el realismo social con más desinterés que esfuerzo. Rescataban a autores coetáneos. «Uno de los que más me interesan de los mayores es Carlos Edmundo de Ory, que vivió una suerte de olvido quizá porque pasó más de la mitad de su vida en Francia. No tenía nada que ver con nadie», recuerda Gimferrer. Carnero también echó la vista a los poetas del Grupo Cántico. La poesía que entonces circulaba era de alta gradación masculina. Los referentes también buscaban otros espacios distintos: cine, jazz, el barroco, lo camp. El poema asumía una condición collage y los estímulos eran múltiples y lejos de cualquier sentimentalismo. Su escritura significaba un ventarrón necesario. Les asestaron el título de venecianos (por la Oda a Venecia ante el mar de los teatros, de Gimferrer) y culturalistas. La suya era una militancia cultural que apostaba por romper costuras en todas direcciones. Incordiaban y eso les seducía. Aunque hoy no se ponen de acuerdo en concretar si eran o no una generación, a la manera del 27. Gimferrer lo plantea así: «Más que una generación fuimos un momento y un movimiento respecto a otras poesías. Estábamos menos configurados que los poetas del 27 cuando aparecen en la antología de Gerardo Diego de 1931. Luego hay quien afirmó que los Novísimos fueron la última manifestación sociológica del franquismo, que suena paradójico». Molina Foix también descarta la vitola generacional: «Compartíamos intereses, nos leíamos, pero no teníamos ese espíritu. Predominaba una mezcla de lo político con lo pop, igual que un extremo esteticismo con un cierto desgarro de lo popular en algunos. Fueron los detractores que nos salieron al paso los que hicieron de los Novísimos una generación, no nosotros». Carnero carga con distinta pólvora: «No éramos un grupo cohesionado. Castellet hizo una apuesta con gran riesgo, y sólo en parte acertó. La antología se limitaba a los poetas, y varios de los nueve no habían demostrado serlo entonces, ni lo han demostrado después, aunque hayan destacado en novela o ensayo. La antología era sólo una parte, prematuramente configurada, de la generación, si bien algunos habíamos publicado libros que permitían presentir un fenómeno colectivo. Pero creo que sí nos considerábamos generación».

NO ÉRAMOS NI GRUPO NI NADA. GOZÁBAMOS DE LA BOBERÍA PROPIA DE LA EDAD Y TENÍAMOS FOBIAS COMUNES, PERO DESDE LA INDIFERENCIA DE LOS SOMETIDOS A LA DICTADURA 
FÉLIX DE AZÚA

Y Félix de Azúa huye al galope de esa acepción: «No éramos ni grupo ni nada. Algunos teníamos amistad, pero no todos. Y aunque inusualmente leídos, gozábamos de la bobería propia de la edad. Eso de las generaciones nos daba más bien un poco de risa. Teníamos algunas fobias comunes, pero más bien veíamos el panorama con la indiferencia de los sometidos a la dictadura. Con el humor negro de los pobres súbditos soviéticos».El caso es que Nueve novísimos se hizo con el centro de la poesía española de los años 70 y fue uno de los pernios en los que apoyó la hoja de ventana que se abría. Los 80 tuvieron a su grupo opositor, La nueva sentimentalidad o llamada a lo bruto poesía de la experiencia, pero esa es otra historia: guerrillas poéticas que hoy nada dicen. La herencia de la estética novísima tiene su rastro en algunos poetas (mujeres y hombres) de las últimas promociones. Sigue pesando su apuesta. Quizá no fuesen lo que pareció, pero dentro de aquella antología estaba el destello de algo distinto, de una nueva posibilidad de expresión poética por desencofrar. Medio siglo después de la que se denominó (años más tarde) Generación del 68, la poesía española les debe la apertura de compuertas hacia una expresión más libre, más abierta, más dispersa. Un mejor cuarto final de siglo XX.
Gimferrer, la mano que armó a los 'novísimos'

En marzo de 2001 la editorial Península reeditó 'Nueve novísimos'. Se cumplía poco más de 30 años de la antología armada por Josep Maria Castellet. Y de nuevo volvió el bullebulle de lo que supuso la aparición de aquel volumen en el proceloso mundo de la poesía española. Muchos de los convocados volvieron a apuntar a Pere Gimferrer como hacedor en la sombra de la sonora escudería. Él no niega intervención, pero rebaja la leyenda. "Sólo sugerí algunos nombres y di información". El resultado fue un pleno acierto. La poesía tuvo una boya nueva. Castellet le debe mucho (en este caso) a su informante.

sábado, 6 de enero de 2018

Epistolarios

Anna Caballé, "Literatura a la carta. La constante aparición de nuevos epistolarios demuestra el creciente interés por el género que se vive en la cultura española. Pero no siempre fue así", en El País, 5 ENE 2018

La reciente publicación de dos importantes epistolarios —Cartas a Mercedes, del novelista murciano Miguel Espinosa, y las cartas cruzadas entre Gerardo Diego y Juan Larrea entre 1916 y 1980—, así como la traducción de la correspondencia íntegra, sin cortes, de Virginia Woolf con Lytton Strachey, nos permite reflexionar, una vez más, sobre el interés emergente de las correspondencias en el seno de la cultura española. Bienvenido sea, pues sabemos que no siempre fue así. De hecho, hasta fechas recientes las cartas, así como otra documentación autobiográfica —archivos, diarios, notas personales, borradores, manuscritos—, fueron papeles que tenían una dimensión estrictamente erudita, cuando la tenían, sin que se comprendiera su enorme alcance testimonial, biográfico y tantas veces literario.

Pero la función principal de la carta ha sido siempre la comunicación. Alguien tiene algo que decir a otra persona y ese es el motivo que permite establecer una correa de transmisión gracias a la cual la distancia geográfica o la distancia psíquica logran superarse. Hasta la llegada del teléfono las cartas iban y venían constantemente, de una calle a otra de la misma ciudad, de una ciudad a otra, de un país a otro, de uno a otro imperio… Era el único modo eficaz de ponerse en contacto y, como ahora ocurre con el correo electrónico o las redes sociales, la gente ocupaba una parte significativa de su tiempo para mantener al día su correo. En la medida en que las cartas tienen un destinatario concreto, indicado, bien en los mismos pliegues del papel (procedimiento habitual cuando la carta se entregaba en mano), bien en el sobre, su contenido depende de a quién se dirigen. Es la naturaleza de la relación entre los corresponsales la que condiciona el contenido, el estilo y el mundo de afectos que se construye sobre el papel.

Dicho esto, es evidente que, aunque la carta esté condicionada por el destinatario y por la relación contraída con él, hay mucho que decir del remitente. Américo Castro, cuando escribe a su amigo Guillermo Díaz-Plaja, poco antes de morir, le dice que, solo y aislado en un hotel de Playa de Aro, la carta es su única forma de poder tocar todavía el mundo. Muy al contrario, Ignacio de Cepeda le pedía discreción y reserva a Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1840 cuando esta intentaba seducir al joven y pacato sevillano a través de unas valientes y al mismo tiempo estudiadas cartas autobiográficas: la escritora cubana estaba convencida de que Cepeda se enamoraría de ella a poco que conociese la nobleza de sus sentimientos. Pero no fue así: descubrir que era una intelectual aficionada a reflexionar sobre su mundo le asustó indeciblemente. Por una poco frecuente, entonces, decisión de los descendientes de Cepeda, se conserva aquella interesante correspondencia, aunque solo del lado de la autora cubana. Nadie se preocupó de la preservación de su archivo cuando murió en 1873. Como escribiría Juan Valera, a su entierro no acudieron más de 10 o 12 personas. ¿Y qué pensar de lo ocurrido con el romántico Enrique Gil y Carrasco? Cuando muere precozmente en Berlín (1846), sus amigos (entre ellos, Alexander von Humboldt) recogen sus papeles y cartas y los depositan en la Embajada de España. Allí quedarían, muertos de risa, hasta el bombardeo del edificio en la Segunda Guerra Mundial. A nadie le importaban.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Ramón y Cajal. La mayor parte se ha perdido

Es mejor no pensar en la pérdida documental sobre la que se ha edificado la cultura española. La destrucción, la dejadez, la rapiña, la censura propia y ajena… Concepción Arenal quemando sus cartas enviadas a la condesa de Mina dos meses antes de morir; Manuel Murguía destruyendo la correspondencia de su esposa, la gran Rosalía de Castro, después de su muerte, porque las cartas le comprometían; la viuda de José Tarín Iglesias presumiendo de haber quemado las cartas más personales de su amigo el escritor Joaquín Montaner. Todo ello nos impide a menudo escribir como deberíamos las vidas de personajes fascinantes que cruzaron nuestra historia sin que apenas tengan entidad, más allá de los hechos escuetos de su vida.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Santiago Ramón y Cajal. Su hijo lo depositó íntegramente en el Instituto Cajal. Pero la mayor parte de las cartas (unas 12.000, según cálculo de su editor, Juan Antonio Fernández Santarén) se han perdido. Es decir, se vendieron en su día fraudulentamente a anticuarios, pasaron a engrosar colecciones particulares o bien fueron a parar a un contenedor cuando el Centro de Investigaciones Biológicas necesitó tener más sitio en su laboratorio. ¿Son pues papeles viejos que ocupan espacio, un objeto preferido de la rapiña nacional, una huella incómoda y pertinaz de una vida vivida y que debe eliminarse? ¿O bien las cartas vienen a ser una especie de carbono 14 de la cultura biográfica, el peso atómico de una vida humana de la cual, una vez transcurrida, nos queda tan solo la acumulación de las huellas que la sobrevivieron? Dos formas, en definitiva, de tratar el pasado y de entender la cultura, pero entre una y otra hay un mundo, el que va de la barbarie o la mezquindad al respeto y el reconocimiento del prójimo y de su mundo. Pensemos en las sabrosas cartas que han sobrevivido a la historia de amor entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.

El correo es un medio cultural fundamental: promueve la escritura, teje relaciones entre personas y comunidades y, como dijo Carlos Monsiváis, mantiene viva la esperanza. “Renuncio a tus poemas si piensas que con ellos sustituyes tus cartas; ese montón de alas estremecidas que vibran en mis manos, frescas con el rocío de nuestra intimidad”, escribe una moderna y abierta Ernestina de Champourcín a Carmen Conde, dos años menor y en cierto modo su discípula. Alas estremecidas, huellas supervivientes, trozos de vida perdida que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue.

¿Hay placer mayor que recibir una carta de alguien a quien se ama? “Me gustaría recibir aún más cartas tuyas. Me gustaría que me inundases de palabras, que me dijeses lo que ya sé pero que tanto me gusta oírte. Así, por carta, resulta menos ruborosa la confesión”, escribe un joven y ansioso Camilo José Cela a su novia, Charo Conde, el 8 de julio de 1941. La “manía epistolar” de Cela le llevaba a copiar las cartas que escribía y que por supuesto guardaba en su impresionante archivo. Casi 100.000 cartas, conservadas en la desdichada Fundación CJC y que van saliendo con cuentagotas. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que los investigadores puedan acceder libremente a la correspondencia del premio Nobel, imprescindible en la comprensión del funcionamiento de la cultura española durante el franquismo?

Al comienzo del artículo señalábamos el cambio de mentalidad operado en cuanto a la percepción del valor de las cartas. ¿Cuándo se produjo este cambio? Más allá de un fenómeno importante como ha sido la traducción de epistolarios escritos en otras lenguas —un hecho decisivo pues nuestra cultura es fundamentalmente una cultura de importación, que también operó en otros géneros como el diario o la autobiografía—, diría que fue la publicación del epistolario entre Jorge Guillén y Pedro Salinas, editada por Andrés Soria Olmedo. Una importante apuesta de la editorial Tusquets, pero también de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT), que abrió el horizonte historiográfico a los especialistas en la generación del 27 y al público cultivado: ahí teníamos a dos grandes poetas y dos grandes amigos a los que solo conocíamos hasta entonces por sus versos volcando en la intimidad de sus cartas muchos años de vida literaria, de opiniones contundentes, voluntades, exilio, amores, logros e insatisfacciones. La publicación (1992) coincidía con la maravillosa explosión memorialística de los años ochenta y noventa, que nos permitió recuperar una experiencia colectiva hasta entonces severamente deturpada.

A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital

¿Qué ocurrirá en un futuro inmediato? Las cartas viajaron en el pasado de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos. Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos en el papel, enfundadas dentro de una botella echada al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado, una vez más, el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden de nuevo a la escritura (correo electrónico, SMS, Whats­App, Telegram, redes sociales) un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. A medio camino de lo oral, lo escrito y lo visual (gracias a los emoticonos), el correo digital fluye torrencialmente. Con su inmensa variedad de recursos, es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de tejer, o destejer, lazos con él. Incluso con los muertos, como hace Vicente Molina Foix en El joven sin alma, o bien Cecilio de Oriol y José Lázaro en El alma de las mujeres.

Tampoco la novela epistolar murió porque nunca dimos tanto valor a las cartas. ¿Cómo no aprovechar ese interés para fundar un museo nacional dedicado a promover el conocimiento de correspondencias y legados personales? ¿Cómo no hemos preparado todavía una antología con las mejores cartas escritas en castellano para ofrecer a los estudiantes un modelo histórico-literario y un estímulo humano? A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital, pero no parece que el futuro sea menos interesante que el pasado, cuando las cartas servían para envolver el pescado. Siempre se ha trabajado así, con lo que queda del día, por decirlo con Kazuo Ishiguro. Lo que queda, nunca lo que fue.

‘Cartas a Mercedes’. Miguel Espinosa. Alfaqueque, 2017. 720 páginas. 25 euros.

‘Epistolario’. Gerardo Diego y Juan Larea. Residencia de Estudiantes, 2017. 1.050 páginas. 25 euros.

‘600 libros desde que te conocí’. Virginia Woolf y Lytton Strachey. Traducción de Socorro Giménez. Jus ediciones, 2017. 128 páginas. 4,50 euros.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Fernando Savater, El hombre que fue Chesterton

Fernando Savater, El hombre que fue Chesterton. Un amplio catálogo de libros traza la veta polemista de un autor que siempre buscó que el lector pensara dos veces y se alejara de todo lugar común, 1-XII-2017:

"Creo que es una verdad abstracta que cualquier literatura que represente nuestra vida como peligrosa y sorprendente es más verdadera que cualquier literatura que la represente como vaga y lánguida. Pues la vida es una lucha, y no una conversación” (G. K. Chesterton).

Uno de los empeños más evidentes de Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) en casi todas las páginas que escribió es refutar la perspectiva moderna, pero de raíces clásicas, que describe el mundo con tintes lúgubres y pesimistas, un lugar donde incluso los goces sensuales y rebeldes están tocados por el ala negra de la desesperación. Para Chesterton la verdadera herejía moderna no es haber rechazado o ignorar a Dios sino rechazar o ignorar en qué consiste la alegría. No oculta su intención apologética, más bien blasona de ella hasta el punto que a veces su particular cruzada llega a hartar un poco incluso a quienes sentimos mayor simpatía por él. No es que predique con demasiado entusiasmo sino que su enorme entusiasmo sólo alcanza su cénit en el arrebato predicador. Pero no hay que confundir su actitud con una postura conformista que conjura los abismos de la existencia irreligiosa con abluciones de agua bendita. Al contrario, apuesta por la ortodoxia descartada en la era moderna pero desde una orilla trémula e incierta que tras un velo de humor resulta tan inquietante como el peor paganismo. No promete un futuro feliz para tranquilizarnos sino que precisamente nos inquieta por medio de él. Por decirlo con las mismas palabras con que describe la función de la buena poesía, “clama contra todos los mojigatos y progresistas desde las mismísimas profundidades y abismos del corazón destrozado del hombre, que la felicidad no es sólo una esperanza, sino en cierto extraño sentido un recuerdo y que somos reyes en el exilio”.

Cada línea, el escritor plantea una controversia. Leerle es participar en un torneo interminable

Es evidente que Chesterton es un escritor lleno de humor, a veces francamente cómico, que incluso diríamos que se pierde —o pierde el hilo de lo que está contando— por un buen chiste o una carambola verbal. Hasta cuando está hablando del tomismo medieval o del militarismo alemán puede ser sumamente divertido. Pero aun reconociendo esa infrecuente virtud, aunque lo leemos con una sonrisa perpetua en los labios y a veces con una abierta carcajada, también es cierto que al cabo de un rato de leerle nos sentimos más fatigados que si hubiéramos tenido entre manos el libro de un autor más aburrido. No trato de plantear una paradoja de apariencia chestertoniana y decir que los autores divertidos cansan antes que los aburridos: esta paradoja no es propia de G. K. Chesterton por la sencilla razón de que es falsa. Luego hablaremos de ello… Lo cierto es que hay una buena razón para que esa paradoja en general falsa sea en su caso verdadera. Y es que cada página, no cada página sino cada párrafo, no cada párrafo sino cada línea o línea y media de Chesterton plantea una polémica. Leerle es participar en un torneo interminable, en una batalla de esas que comienzan al alba y aún sigue entre mandobles y lanzadas cuando llega el crepúsculo. Al levantar con un suspiro la vista de la página que estamos leyendo, tenemos la imaginación llena de tópicos muertos, de evidencias destripadas, de creencias indiscutibles que han sido discutidas hasta que hemos dejado de creer en ellas y yacen yertas. Cada observación aparentemente inocente ha dado lugar a una refriega, cada certeza se ha disuelto en un pulso, cada perspectiva histórica vulgar ha sido arrastrada por las mulillas después de varias estocadas y el correspondiente descabello. El rato que leemos a G. K. Chesterton no estamos disfrutando del sillón en nuestro gabinete sino que hemos galopado en nuestro corcel de guerra por el campo de liza, que no en vano se llamó en tiempos “campo de la verdad”. No es extraño que de vez en cuando tengamos que descansar…

Antes dije que una paradoja falsa o artificiosa no pertenece al género que cultivó Chesterton, cuya maestría en ese campo le envidian incluso quienes le detestan y sobre todo los que pretenden sin éxito imitarle. Borges señaló perspicazmente que una característica de Oscar Wilde que suelen menospreciar hasta los que más festejan sus boutades y trallazos de ingenio es que por lo común además tiene razón. Algo semejante puede decirse del estilo pugnaz de G. K. Chesterton: no busca sobre todo sorprender o desconcertar (aunque es evidente que no le disgusta conseguirlo) sino hacernos pensar dos veces y desde un ángulo menos trillado lo que suponemos obvio… porque vemos a otros aceptarlo como tal. Cuando polemiza con escritores de talento a los que sin duda admira (Chesterton tenía buen ojo literario y nunca desprecia a un autor por no compartir sus ideas) se nota especialmente este tipo de chocante esgrima. Elijo un ejemplo entre mil. Como tantos otros antes o después que él, critica en el gran Rudyard Kipling su adoración del militarismo. Pero se distancia crucialmente de los demás en su argumentación, de acuerdo con su línea paradójica: “El mal del militarismo no es que enseñe a ciertas personas a ser feroces y altaneras y excesivamente belicosas. El mal del militarismo es que enseña a la mayoría de los hombres a ser mansos y tímidos y excesivamente pacíficos. El soldado profesional gana más y más poder a medida que decae el coraje de una comunidad. (…) Los militares ganan el poder civil en la misma proporción en la que los civiles pierden las virtudes militares”. Más adelante señala que nuestra época ha logrado a la vez “el deterioro del hombre y la más increíble perfección de las armas”, lo que ya era cierto en aquellos días y lo es mucho más en los nuestros. El complemento ideal de la beata admiración de los uniformes y la fanfarronería es el repliegue pacifista. Incluso quienes más veneramos a Kipling tenemos que asumir que este sesgo inusual del reproche usual que se le suele hacer es diabólicamente certero…

Fue un convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino

Podríamos aducir otros muchos casos en que Chesterton, cuando aparta la vista de los elfos y los gerifaltes de antaño, señala con penetración las grietas de la modernidad. A la fascinación del cine le opone que propicia errores irrefutables, sobre todo en materia histórica: cuando alguien escribe disparates en un libro siempre salen otros diez o doce escritores que señalan sus fallos, pero nadie hace otra película para enmendar las equivocaciones filmadas. Es más, los que ven películas no suelen leer además libros para conocer las mentiras de la pantalla, hasta tal punto —señala G. K. Chesterton— que la palabra “pantalla” cobra el extraño sentido de lo que encubre y disimu­la. ¿Qué hubiera dicho ante el actual imperio de la pantalla digital y sus embelecos? También la creciente idolatría de la naturaleza, que ya apuntaba en su tiempo en la aplicación del darwinismo a la moral y en el nuestro en la psicología evolutiva o la ecología, le mueve a reflexiones oportunas: “Basarse en la teoría evolutiva permite ser inhumano o absurdamente humano, pero no humano. Que tú y el tigre seáis lo mismo puede ser un motivo para ser amable con el tigre. O para ser tan cruel como él”. En cuanto a sus ideas políticas, la fundamental para él era la democracia y la entendía del mejor modo posible: “He ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo que tienen en común y no lo que los separa”. Aún no se había puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante…

Chesterton fue un decidido humanista pero convencido de que mejoramos nuestra humanidad al reflejarnos en lo divino. En una vida no excesivamente larga pero muy fecunda escribió narraciones, poemas, piezas teatrales, ensayos y artículos. También unas estupendas biografías, que nada tienen que ver con el puntillismo académico que levanta sesudo inventario de la frecuencia de los alivios intestinales de los personajes estudiados y miserias parecidas. En las suyas, de escritores, santos o artistas, Chesterton realiza a mano alzada un retrato del alma de su biografiado, es decir de aquello que le hizo único y que justifica nuestro interés por su vida. También su memorable autobiografía sigue el mismo criterio. En España tenemos la suerte de contar desde hace décadas con múltiples ediciones de la mayor parte de la obra de G. K. Chesterton. Acantilado ha editado varias, entre ellas últimamente un volumen de Ensayos escogidos seleccionados por W. H. Auden que recomiendo a quienes quieran conocer esta faceta del autor, distinta a su habilidad como articulista. Y Renacimiento se lleva la palma, con un amplio catálogo que incluye todos los géneros: su publicación más reciente reúne lo mejor que escribió G. K. Chesterton para celebrar la Navidad, una fiesta religiosa y popular, con abundante tradición gastronómica y llena de ilusiones mágicas, que se celebra en familia y disfrutan (¡o disfrutaban!) sobre todos los niños…En una palabra, hecha para gustar al gigante feliz.

‘Ensayos escogidos’. G. K. Chesterton. Seleccionados por W. H. Auden. Traducción de Miguel Temprano García. Acantilado, 2017. 318 páginas. 22 euros.

‘San Francisco de Asís’. G. K. Chesterton. Prólogo de Ángel Manuel Rodríguez Castillo. Traducción de Aurora Rice. Espuela de Plata, 2017. 187 páginas. 15,90 euros.

‘Temperamentos. Ensayos sobre escritores, artistas y místicos’. G. K. Chesterton. Traducción de Juan Antonio Montiel y Natalia Babarovic. Jus Ediciones, 2017. 164 páginas. 16 euros.

‘La taberna errante’. G. K. Chesterton. Prólogo de Santiago Alba Rico. Traducción de Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas. Antonio Machado, 2017. 285 páginas. 16 euros.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Inéditos de Francisco Umbral

P. Unamuno, "Umbral inédito: contra el Ejército, la Iglesia y los ricos en 'El hijo de Greta Garbo'", en El Mundo, 17 de diciembre de 2017:

El monólogo teatral es el último texto rescatado del escritor y ex columnista de EL MUNDO

Son 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones a mano y apenas correcciones

Pocos autores se hallan tan vivos, literariamente hablando, en los años posteriores a su muerte como lo está Francisco Umbral cuando se cumple una década de la suya. Por un lado, tenemos el creciente caudal de significaciones de una obra extensa y brillante. Por otro, los textos inéditos que ven la luz periódicamente y aquellos otros que aún aguardan en el sótano de la dacha de Umbral en Majadahonda, donde los custodia su viuda, María España Suárez.La profesora de la Universidad de Pau Bénédicte de Buron-Brun, que visita a España dos veces al año -verano y navidades- y pone orden en los cajones atestados de papeles, es la artífice de estos descubrimientos, el último de los cuales es el monólogo teatral El hijo de Greta Garbo, escrito al parecer por Umbral justo después de que terminara la novela del mismo título de 1982.Se trata de un texto de 42 páginas mecanografiadas con algunas indicaciones añadidas a mano por el autor y muy pocas correcciones, como era habitual en él, porque -como explica María España a EL MUNDO- pensaba mucho y cuando se ponía a escribir parecía simplemente «trasladar al papel lo que tenía en la cabeza», lo cual que invertía en redactar un texto casi lo que se tarda en teclearlo.De Buron-Brun nos advierte de entrada que el inédito es una seria «diatriba» contra los estamentos militar y, sobre todo, religioso que podía haber levantado ampollas en su momento (y aún hoy) de haberse publicado, extremo que verificamos horas más tarde al leer pasajes como éste: «Ustedes los curas matan gente, cada bendición de usted ha matado unos cientos de niños (...) en la guerra y la postguerra, o sea la represión».En el monólogo, Clara es una chica de provincias que llega a Madrid y trabaja como secretaria de Azaña, con cuyas ideas comulga. Entabla relación con Alejandro, joven culto y escritor sin obra, como buen dandi, que acaba muerto por sus ideas políticas; al tiempo que él, fallece el hijo que esperaban, y ambas víctimas operan en la mente de Clara a modo de símbolos de su sueño fallido, «el de don Manuel, la Xirgu (...), la República, la libertad, los versos de Federico, al amor».Entre acordes que van de Las tardes del Ritz a Lilí Marlen y el Cara al sol, Clara carga contra quienes aniquilaron sus esperanzas y la condenaron a vender su cuerpo a un prohombre del régimen, esto es, «la Iglesia, el Ejército, la Falange y los ricos propiamente dichos, que son los que han ganado», escribe Umbral.En uno de los fragmentos más luminosos de la obra, la protagonista única dice a Alejandro y al público: «Perdimos la guerra porque nosotros defendíamos un sueño y Franco defendía unas tierras, unos latifundios, unos Bancos (...). Nuestra España era un poema y la de ellos es una cuenta corriente».

A pesar de compartir título, el monólogo difiere bastante de la novela El hijo de Greta Garbo, una remembranza de la madre del propio escritor -izquierdista y madre soltera en la posguerra y en una capital de provincia- en la que es legítimo advertir «la cifra del universo tierno y duro, materno y huérfano, de todo el ciclo novelesco umbraliano de la infancia y la provincia», como señaló en su día Miguel García-Posada.Eduardo Martínez Rico, autor de una tesis doctoral y dos libros de entrevistas con Umbral, recuerda la afición del vallisoletano a reciclar los títulos cuya sonoridad le agradaba. Así se explicaría que eligiera éste para una pieza teatral que no guarda demasiada relación con la novela, y que por tanto no supone un spin-off de ésta sino únicamente una especie de variación sobre el mismo tema.En cuanto a la elección del formato de monólogo, Martínez Rico pone de manifiesto que la creación más aclamada de Umbral, Mortal y rosa, publicada siete años antes, «puede verse también como un monólogo» que trata, además, sobre la muerte de un hijo: el de Umbral y María España en la realidad, el de Clara y Alejandro en El hijo de Greta Garbo.La viuda del narrador vería con buenos ojos que «alguien se animara» a poner sobre las tablas este monólogo inédito tan asombrosamente bien escrito. Quedan muy lejos en el tiempo -y él ya no puede sufrirlas- las críticas que recibió el bautismo teatral de Umbral en un proyecto colectivo de 1978 llamado Cabaret político y compuesto por las obras Don Tancredo, de Carlos Luis Álvarez, Cándido; La Bella Otero, de Manuel Vicent, y Los felices cuarenta, de Umbral.Enrique Llovet, por ejemplo, masacró el intento y dijo no perdonar a ninguno de los tres autores «la frivolidad, la ligereza o el desdén» con que se habían acercado a la expresión dramática; del responsable del montaje, Antonio Guirau, afirmó que «no pagaba con la vida» haber hurtado la «ayuda técnica» que exigían unos textos «dramatúrgicamente débiles» que tomaban «la más zafia, la más roma, la más torpe de las direcciones».Umbral era el único de la terna que salvaba los muebles, a ojos del crítico. Su pieza era la más lograda porque, «de algún modo, los personajes comparecen y median entre el autor y nosotros. Resuenan los ecos de las Canciones para después de una guerra [como en El hijo de Greta Garbo monólogo] y funciona la nostalgia», señalaba.Quién sabe si sería el momento de probar suerte con otra obra teatral de Umbral. Mientras la oportunidad se presenta o no, Bénédicte de Buron-Brun prosigue con su doble tarea de divulgar la obra conocida del escritor y de desempolvar cuando viene a Madrid la que duerme en el sótano de la casa de María España. El día de nuestra entrevista, la profesora acaba literalmente de pasar a máquina un guión televisivo inédito de Umbral, Los pájaros de mamá, a un paso de resultar ilegible por degradación de la tinta. En cajones de material ya ordenado y guardado en la planta principal de la dacha, se hallan escritos susceptibles de publicación como los dedicados a Rubén Darío y el extenso ensayo sobre el nacionalismo de cuya existencia ya tenía noticia Eduardo Martínez Rico cuando frecuentaba la casa a principios de los años 2000.