martes, 3 de abril de 2018

50 años de los Novísimos

Antonio Lucas, en El Mundo, 1 de abril de 2018: "50 años de los novísimos: la última tormenta de la poesía española":

Una nueva estética sacudió el final de los 60. Gimferrer, Félix de Azúa, Carnero, Vázquez Montalbán, Panero, Martínez Sarrión... rompieron amarras y tripularon la modernidad en tiempo de miseria

Cuando Mayo del 68 en París, algunos de los poetas españoles que forzarían un cambio de agujas en la literatura del final de la dictadura no habían publicado aún su primer libro. Estaban haciéndose a su manera y mirando a los predecesores con recelo aniquilador. Varios de aquellos pimpollos dieron cuerpo algo después, en 1970, a la antología firmada por el crítico Josep Maria Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (Seix Barral). No fue el único trabajo de la época que intentó acuñar un relevo de juventud en la poesía. (Antes lo apuntaron José-Miguel Ullán en la revista malagueña Caracola; la selección de nuevos poetas en la revista leonesa Claraboya; o las ediciones de Enrique Martín Pardo y de Francisco J. Carrillo en la colección El Bardo). Pero la de Castellet levantó más ruido, más estímulo y más animadversión. Fue el trabajo que determinó que algo mudaba de nuevo en la poesía. Y no sólo anunciaba un cambio modal, sino de espíritu. Los Nueve novísimos (y Castellet como zahorí) apostaban por fundar una nueva astronomía con la potencia del que busca inaugurar su sitio. En sólo unos meses la antología vendió los 5.000 ejemplares de la primera edición, una cifra insólita para el momento y, sobre todo, para la poesía de un grupo de jóvenes aún por descubrir.Los escogidos eran ocho hombres y una mujer: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pedro (hoy Pere) Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Habían nacido entre 1939 y 1948. Tenían Barcelona y Madrid como sedes comerciales. Casi todo sucedía entre las dos ciudades, infestadas de franquismo. Ellos ondeaban contra la dictadura un fuerte desprecio. «Aunque no todos podíamos ser considerados activistas de izquierdas. Y los cambios políticos y culturales no empezaron en este país ni en 1968 ni en 1970. En ese mismo año, por ejemplo, ocurre el Proceso de Burgos. Y en 1974 el asesinato de Puig Antich», apunta Gimferrer. Eran días de soflamas en medio mundo. De apetito por lo nuevo. En España existía la censura, dominaba el ambiente un nacionalcatolicismo paralizante, la mojigatería sexual y una moral cuartelera y casposa. Aquellos jóvenes buscaban otras tradiciones literarias fuera de este terruño, que a la vez mostraba algunos síntomas postizos de evolución en el ámbito del arte: el informalismo español se había desplegado en la Bienal de Venecia de 1958 y algunos de esos creadores protagonizaron en 1960 la exposición New Spanish Painting and Sculpture en el MoMA de Nueva York. Aún así, la cutrez medioambiental todavía tiznaba como el monóxido. Los poetas de la Generación del 68 (término acuñado, entre otros, por el profesor Juan José Lanz) acumulaban referentes mundanos que extraían del cine europeo y norteamericano («verdadero aglutinante del grupo», según Molina Foix), de la música, del pensamiento, del arte. Lo sugerente venía para ellos de cualquier lugar que no fuese este. Rechazaban el intimismo primario y el realismo social que habían sido seña de identidad de generaciones anteriores. Su desafecto era el correlato estético de una corriente de cambio social y político. Mantenían, de algún modo, afinidad con el espíritu volatinero que impulsaron los hombres y mujeres del 27, rebanado pronto por la Guerra Civil. Los jóvenes poetas que dieron sentido a la Generación del 68 tomaron el testigo contra todo lo demás. Contra todos los demás. «Éramos gente culta y muy exhibicionista», subraya Martínez Sarrión. Algunos de sus primeros libros pasaron a ser casi manifiestos fundacionales de lo por venir: Teatro de operaciones (1967), de Martínez Sarrión; Museo de cera (1978), de José María Álvarez; La muerte en Beverly Hills (1968), de Gimferrer; Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero; Baladas del dulce Jim (1969), de Ana María Moix; Así se fundó Carnaby Street (1970), de Leopoldo María Panero.Castellet tomó la idea de su antología de aquella otra que Einaudi publicó en Italia, I novíssimi (1961). El grupo que confeccionó el crítico catalán, con Gimferrer de consejero áulico, no tenía vocación generacional, pero sí articulaba una promoción. Tampoco practicaban una estética común, aunque sí cómplice. No todos eran amigos. Y entre los mayores y los más jóvenes existía una cierta distancia emocional. Pero la propuesta funcionó. Medio siglo después de aquella aventura, seis de los protagonistas (tres han fallecido) repasan aquel tiempo que algunos de ellos han fijado en libros de memorias, en textos misceláneos o en novelas documentales. Medio siglo después, mantienen impresiones dispares sobre lo que entonces sucedía. Lo único más o menos claro es esto: unos jóvenes vinieron a postularse como recambio de la poesía española. Aunque algunos de esos jóvenes (con otros que quedaron fuera de la antología tutelar) se dispersaron después por distintas sendas (todas literarias). España estaba revolviéndose contra el bozal de otro modo. Y el hombre, entretanto, ensayaba saltitos para pisar la Luna.

MAYO DEL 68 ESTABA IMPLÍCITO EN EL ÁNIMO DE MATAR A TODOS LOS PADRES POSIBLES Y EN EL INTENTO DE ESCRIBIR DE OTRO MODO. EN NUESTRA POESÍA Y EN NUESTRA INTENCIÓN
VICENTE MOLINA FOIX

¿Qué significó Mayo del 68 para los poetas novísimos? Antonio Martínez Sarrión dispara: «Influyó, pero creo que de una manera bastante oblicua. Por mandato de las autoridades fascistas, la prensa obvió menciones sobre el asunto que pudieran perjudicar a la dictadura. Algunos pudimos ir a París y a Londres, donde vimos mucho cine y comprábamos libros que en España no se encontraban. En los que teníamos la suerte de poder salir, Mayo del 68 sí influyó de algún modo». Félix de Azúa no cree, sin embargo, que aquello dejara huella clara en lo que fueron los Novísimos: «Poco o casi nada. Se cabrearon los poetas del Régimen y también los del Partido Comunista. Hubo críticas histéricas y comentarios soeces, pero ni un sólo artículo serio. Típico». Guillermo Carnero sí encuentra algún eco favorable: «Entre el Mayo de 1968 en París y la resistencia antifranquista de los 60 hay semejanzas y analogías que los historiadores y los sociólogos conocen mejor que nadie. Para quienes éramos jóvenes entonces, aquel tiempo significó el descubrimiento de la lectura, del cine, del sexo y de la escritura en una Barcelona que fue enormemente generosa con nosotros. Viva moneda que nunca se volverá a repetir». Y Vicente Molina Foix detecta algún vaso comunicante entre lo que ocurrió en París y ellos: «El espíritu de Mayo del 68 estaba implícito en el ánimo de matar a todos los padres posibles (salvando a Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y algunos autores extranjeros) y en el intento de escribir de otro modo. Eso estaba en nuestra poesía y en nuestra intención. Era una lucha pública y privada a la vez».Junto a los Novísimos había también otros poetas que buscaban senda nueva de expresión y completaban la Generación del 68: Antonio Colinas, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal, Marcos-Ricardo Barnatán, Diego Jesús Jiménez, José-Miguel Ullán... La aparición de Arde el mar de Pere Gimferrer, en 1966, fue un acontecimiento que comenzó de algún modo el principio de desalojo. Preferían a autores como Ezra Pound, T.S. Eliot y ee cummings frente a Celaya, Blas de Otero o José Hierro. Respetaban a Valente y a Gil de Biedma, pero arremetían contra el realismo social con más desinterés que esfuerzo. Rescataban a autores coetáneos. «Uno de los que más me interesan de los mayores es Carlos Edmundo de Ory, que vivió una suerte de olvido quizá porque pasó más de la mitad de su vida en Francia. No tenía nada que ver con nadie», recuerda Gimferrer. Carnero también echó la vista a los poetas del Grupo Cántico. La poesía que entonces circulaba era de alta gradación masculina. Los referentes también buscaban otros espacios distintos: cine, jazz, el barroco, lo camp. El poema asumía una condición collage y los estímulos eran múltiples y lejos de cualquier sentimentalismo. Su escritura significaba un ventarrón necesario. Les asestaron el título de venecianos (por la Oda a Venecia ante el mar de los teatros, de Gimferrer) y culturalistas. La suya era una militancia cultural que apostaba por romper costuras en todas direcciones. Incordiaban y eso les seducía. Aunque hoy no se ponen de acuerdo en concretar si eran o no una generación, a la manera del 27. Gimferrer lo plantea así: «Más que una generación fuimos un momento y un movimiento respecto a otras poesías. Estábamos menos configurados que los poetas del 27 cuando aparecen en la antología de Gerardo Diego de 1931. Luego hay quien afirmó que los Novísimos fueron la última manifestación sociológica del franquismo, que suena paradójico». Molina Foix también descarta la vitola generacional: «Compartíamos intereses, nos leíamos, pero no teníamos ese espíritu. Predominaba una mezcla de lo político con lo pop, igual que un extremo esteticismo con un cierto desgarro de lo popular en algunos. Fueron los detractores que nos salieron al paso los que hicieron de los Novísimos una generación, no nosotros». Carnero carga con distinta pólvora: «No éramos un grupo cohesionado. Castellet hizo una apuesta con gran riesgo, y sólo en parte acertó. La antología se limitaba a los poetas, y varios de los nueve no habían demostrado serlo entonces, ni lo han demostrado después, aunque hayan destacado en novela o ensayo. La antología era sólo una parte, prematuramente configurada, de la generación, si bien algunos habíamos publicado libros que permitían presentir un fenómeno colectivo. Pero creo que sí nos considerábamos generación».

NO ÉRAMOS NI GRUPO NI NADA. GOZÁBAMOS DE LA BOBERÍA PROPIA DE LA EDAD Y TENÍAMOS FOBIAS COMUNES, PERO DESDE LA INDIFERENCIA DE LOS SOMETIDOS A LA DICTADURA 
FÉLIX DE AZÚA

Y Félix de Azúa huye al galope de esa acepción: «No éramos ni grupo ni nada. Algunos teníamos amistad, pero no todos. Y aunque inusualmente leídos, gozábamos de la bobería propia de la edad. Eso de las generaciones nos daba más bien un poco de risa. Teníamos algunas fobias comunes, pero más bien veíamos el panorama con la indiferencia de los sometidos a la dictadura. Con el humor negro de los pobres súbditos soviéticos».El caso es que Nueve novísimos se hizo con el centro de la poesía española de los años 70 y fue uno de los pernios en los que apoyó la hoja de ventana que se abría. Los 80 tuvieron a su grupo opositor, La nueva sentimentalidad o llamada a lo bruto poesía de la experiencia, pero esa es otra historia: guerrillas poéticas que hoy nada dicen. La herencia de la estética novísima tiene su rastro en algunos poetas (mujeres y hombres) de las últimas promociones. Sigue pesando su apuesta. Quizá no fuesen lo que pareció, pero dentro de aquella antología estaba el destello de algo distinto, de una nueva posibilidad de expresión poética por desencofrar. Medio siglo después de la que se denominó (años más tarde) Generación del 68, la poesía española les debe la apertura de compuertas hacia una expresión más libre, más abierta, más dispersa. Un mejor cuarto final de siglo XX.
Gimferrer, la mano que armó a los 'novísimos'

En marzo de 2001 la editorial Península reeditó 'Nueve novísimos'. Se cumplía poco más de 30 años de la antología armada por Josep Maria Castellet. Y de nuevo volvió el bullebulle de lo que supuso la aparición de aquel volumen en el proceloso mundo de la poesía española. Muchos de los convocados volvieron a apuntar a Pere Gimferrer como hacedor en la sombra de la sonora escudería. Él no niega intervención, pero rebaja la leyenda. "Sólo sugerí algunos nombres y di información". El resultado fue un pleno acierto. La poesía tuvo una boya nueva. Castellet le debe mucho (en este caso) a su informante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario