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domingo, 24 de mayo de 2015

La lectura degenera si se hace en pantallas y medios electrónicos

Ana Carrascosa, "¿Te acuerdas cuando leíamos de corrido?", En El País, 24-V-2015:

Los efectos de la exposición a Internet y las pantallas en la lectura profunda despierta preocupación entre los científicos.

Un martes cualquiera, a las ocho y media de la mañana, el andén del metro de Madrid es una colección de hombres y mujeres con la nuca doblada. Miran las pantallas de sus móviles y leen al ritmo que marcan las yemas de sus dedos que suben y bajan. Esta imagen se repite por las calles de España, en las salas de espera del médico, en las colas de los supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a trompicones. El cambio en la forma de leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad esté mermando.

Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en Internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra junto a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer, si no también nuestro cerebro. Dicen incluso que el actual es un momento histórico, comparable a la invención de la imprenta o incluso de la escritura, y que ha llegado el momento de retomar el control de nuestros hábitos de lectura.

Investigaciones científicas de todo el mundo apuntan en esa dirección. En Europa, más de un centenar de investigadores suman fuerzas en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la digitalización en los distintos tipos de lecturas. “Es muy plausible que la lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las pantallas y que sea más difícil concentrarse porque las redes sociales, los correos, los anuncios web compiten por la atención del lector. Ese es el patrón que emerge de numerosos experimentos”, indica Anne Mangen, del Centro para la Investigación y la Educación Lectora de la Universidad de Stavanger, en Noruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read. El proyecto que preside Mangen ilustra la preocupación y el interés por el asunto. “Casi cada día tenemos investigadores que quieren sumarse al proyecto. Hemos tocado nervio”.

Hasta aquí, la sinopsis de este artículo compuesta por tres párrafos introductorios de fácil lectura en Internet, con enlaces que le permitirán saltar a otras páginas. A partir de ahora viene el resto del artículo, mucho más largo y en el que se desarrollarán las afirmaciones arriba expuestas. Es muy probable, sin embargo, que usted no llegue hasta el final, que se distraiga y corra a comprobar los mensajes de su móvil o salte a otra web. No se preocupe, no será el único.

Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad estadounidense de Tufts, es un referente en la materia. “Temo que la lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, explica por teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos minutos su encierro californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la lectura. “Nuestra mente es plástica y maleable y es un reflejo de nuestros actos. Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura interrumpida y en zigzag. Tenemos que ser conscientes de que estamos en medio de un cambio muy profundo”.

Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una centrada en la escritura. Sócrates, gran defensor de la cultura oral, protestó contra la cultura escrita, porque pensaba que era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud, explica Wolf. Las ideas escritas, creía, cortocircuitarían este proceso.

En 2010, David Nicholas presentó con la University College de Londres un estudio que dio la vuelta al mundo y que puso el foco en lo que llamaron la generación Google y que concluyó que los nativos digitales, nacidos a partir de 1993 eran más incapaces de analizar información compleja y más propensos a leer a toda prisa y de forma más superficial. Desde entonces, los teléfonos inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes antes liberados. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) resalta la rápida penetración de los smartphones en España y cifra en 73,3 las conexiones por cada 100 habitantes. “Neurólogos y psicólogos confirman ahora que aquel diagnóstico no ha hecho más que empeorar. Nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo y los teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque hacen además que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son inmensas”.

Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la Información de la Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio en nuestra forma de leer. Durante siglos apenas ha habido cambios. Aprendíamos a leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad. Ahora todo eso ha cambiado. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas complicadas”.

Un rato para desconectar cada día

Los expertos como Maryanne Wolf, autora de Cómo aprendemos a leer, recomiendan reservar un tiempo cada día para desconectar de las pantallas y de Internet para recobrar el sosiego y la concentración necesarios para la lectura profunda. Wolf explica que no solo basta con sentarse y coger un libro. Aconseja dejar fuera de la habitación el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información. La tecnología que hemos creado es un imán para la lectura superficial”, coincide Andrew Dillon, decano de la Facultad de la Información de la Universidad estadounidense de Austin (Texas).

Mangen, la investigadora noruega, ha realizado tres estudios empíricos en los últimos años para analizar el impacto de las pantallas en la lectura. En uno de ellos, chicos de 15 años leyeron textos de cuatro folios en papel y otros lo hicieron en formato digital. Cuando les examinaron de comprensión lectora, vieron que los que habían leído en papel habían comprendido mucho mejor el texto. En otro de sus experimentos participaron adultos canadienses a los que se les dio un relato muy triste. Los que leyeron en papel mostraron mayor empatía que los que usaron una tableta. Mangen, como otros expertos, advierte de que aún no se pueden extraer conclusiones generales, en parte porque habrá lecturas que se beneficien del uso de las pantallas, pero la profunda probablemente se resentirá.

La misma cautela transmite Ladislao Salmerón, uno de los dos representantes españoles en el proyecto de investigación europeo. Asegura sin embargo, que algunos estudios sugieren que la información digital nos proporciona la sensación de una falsa facilidad para analizar los datos y que el miedo es que esa sensación se traslade al ámbito de la lectura profunda, “uno de los actos más complejos del ser humano”. Salmerón, experto en hipervínculos de la estructura de investigación interdisciplinar de la lectura de la Universidad de Valencia, asegura que es muy difícil establecer una causalidad unívoca entre los hábitos de lectura digital y la concentración o la impaciencia. Ha estudiado el movimiento ocular durante la lectura de estudiantes de 13 y 14 años y ha concluido que los alumnos buenos en papel leen mejor también en digital, siempre que utilicen las estrategias de lectura profunda y no abusen del escaneo.

Uno de los estudios a los que Salmerón hace referencia es el de R. Ackerman y M. Goldsmith, de la Universidad de Haifa (Israel), que concluye que los alumnos que utilizan la pantalla estudian menos tiempo que los que leen los mismos textos en papel, porque la lectura en pantalla genera la sensación de falso aprendizaje y dejan la tarea antes de tiempo. Otro, de la Universidad de Northwestern (EE UU), estudió a padres que leen a sus hijos con una tableta y otros que les leen un libro en papel. Estos últimos dedican más tiempo a comentar cuestiones relacionadas con la historia y su vocabulario, mientras los primeros comentan más elementos técnicos (cómo encender el aparato, para qué sirven los botones…) durante la lectura. Otro más, de la Universidad de Connecticut, examinó los efectos de la multitarea en los estudiantes y concluyó que los estudiantes que mensajeaban mientras leían un texto demostraban una comprensión lectora mucho peor.

Naomi Baron, lingüista de la American University y autora de Words Onscreen: The Fate of Reading in a Digital World, explica ha realizado experimentos con universitarios de Estados Unidos, Alemania, Japón y Eslovaquia que indican que se concentran más y mejor cuando leen en papel. Cita estudios que hablan de una cierta resurrección de la lectura en papel. “Hace tres o cuatro años, en Estados Unidos y en Reino Unido mucha gente pensó que la lectura digital iba a acabar con la lectura en papel. Los últimos dos años demuestran que la gente sigue comprando libros”. Para Baron, la cuestión no es tanto el soporte, papel o digital, sino más bien las distracciones inherentes a la conexión a Internet y a las redes sociales. “Tengo alumnos para los que la lectura es el tiempo que transcurre hasta el siguiente bip que les anuncia que tiene un mensaje en el móvil, que un amigo ha actualizado su Facebook, o que tiene un wasap. El problema es la sensación que producen las redes sociales de que siempre tienes que estar disponible para contestar. Es muy difícil concentrarse, porque la hiperconexión hace que temas estar perdiéndote algo. Somos socialmente más inseguros y estamos más estresados”.

Insiste además, en que la multitarea, a diferencia de otras actividades no mejora con la práctica. “Si tocas el violín y practicas mucho, acabarás tocando mejor. El problema es que cuando haces varias cosas distintas a la vez –estoy escribiendo y salto a comprar un billete por Internet-, los estudios psicológicos concluyen que no lo haces tan bien como si haces una sola cosa, por mucho que ejercites la multitarea”.

Los expertos como Wolf, recomiendan un tiempo diario de desconexión. No solo basta con coger un libro. Hay que alejar el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada día para leer desconectados de Internet. Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información”, aconseja Dillon.

Lector, ¿sigue ahí?

En España, el fenómeno está menos estudiado, en parte, porque la expansión de la vida digital ha sido más tardía que en el mundo anglosajón, explica Antonio Basanta, director de la fundación Germán Sánchez Ruipérez: “En España no hay estudios fiables”. Datos de la Federación de gremio de editores sí indican que se venden menos libros: 153.830.000 ejemplares en 2013 frente a los 228.230.000 de 2010. El último barómetro del CIS indica además, que la mitad de españoles no compró ningún libro en 2014 y que el 35% no lee nunca o casi nunca.

Al contrario que sus colegas anglosajones, Basanta mira al futuro de la lectura con gran optimismo. “La tele y la radio también iban a ser una catástrofe. Nunca se ha leído tanto en el mundo ni ha habido tanta información disponible. Si se maneja bien, puede ser algo extraordinariamente positivo. No se trata de poner puertas al campo, sin no de adiestrar a las personas para que extraigan el máximo rendimiento de los distintos tipos de lecturas, de la unívoca y de la plural. Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son complementarias. Sí, hay una oferta que nos invade, pero lo que tenemos que hacer es tomar de nuevo el timón”. Basanta cree la escuela es el lugar en el que la convivencia de las lecturas debe convertirse en un objetivo prioritario. “El sistema educativo no les enseña esas capacidades”.

Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada
Un domingo de mayo, a última hora de la tarde, una quincena de personas se reúne para diseccionar Noticias de un secuestro de Gabriel García Márquez. Forman parte del club de lectura El Ciervo Blanco y la mayoría hace décadas que dejó atrás la escuela. En general, reciben Internet, los ebooks, las tabletas con los brazos abiertos, dicen que les permiten profundizar y acceder a información de una forma inimaginable hasta ahora. No tienen miedo a que su forma de leer se vea afectada por las nuevas tecnologías. “Tengo muchas décadas de libro. No creo que vaya a cambiar mi forma de leer de un día para otro”, piensa Susana Gutiérrez, una abogada de 52 años que hoy participa en la tertulia.

En la otra punta del corrillo literario se sienta Virginia Jiménez, maestra de primaria de 33 años. Su visión difiere bastante de la de sus colegas más veteranos. “Yo lo noto mucho. Ahora me cuesta mucho más concentrarme. A veces leo y tengo que volver a leer lo mismo porque no me entero”. Cuenta que sus alumnos sufren todavía más el cambio. “No se centran y tienen poca capacidad para esperar. Van muy rápido, a lo superficial y no entienden lo que leen, tampoco los que son buenos alumnos. Les preguntas dónde sucede la historia y te responden que la semana pasada”. Este artículo termina aquí. Ya puede pasar a la siguiente tarea.

viernes, 20 de agosto de 2010

Nuestras penosas ciencias

A la luz del premio Fields de Matemática, concedido a numerosos franceses, se ha planteado una interesante cuestión. Villani, el último en ganar la prestigiosa medalla, es hijo de dos profesores de Humanidades. Francia goza de 32 premios Nobel en Física, Química o Medicina, mientras que España cuenta con uno solo (Ramón y Cajal, 1906), fruto de la I República del siglo XIX, o dos, si se me apura y se desea incluir a Severo Ochoa, que ya estaba nacionalizado estadounidense cuando se le otorgó el galardón. Creo adivinar el origen de esta inferioridad no ya en la conocida historia política y religiosa de España, sino en una de sus lacras heredadas, que compruebo a menudo instalada en las mentes de profesores y dirigentes que se supone debían ser un poco listos y menos mediocres: los científicos españoles consideran que las humanidades son una cosa y las ciencias otra, cuando son lo mismo, dos formas de conocer que empiezan por extremos opuestos y dos disciplinas que se necesitan mutuamente; las Humanidades son necesarias para poder explicar las ciencias y apreciar su belleza y sentirse estimulado por ella a descubrirla; inversamente, las ciencias se necesitan en las Humanidades para poder tratar las cuestiones con mayor rigor. Las Ciencias nos harán la vida más fácil, pero sólo las Humanidades harán que la vida merezca la pena ser vivida. Que los científicos sigan detestando las Humanidades para barrer hacia su ego y así, como han hecho hasta ahora en España, no llegarán a nada y en todo caso empeorarán (que es peor, como dice el verbo) las cosas. E, inversamente, que los que estudian humanidades olviden el rigor del pensamiento y del método científico en las ideas, barriendo para su ego, y llegaremos a lo mismo. ¡Panda de mentecatos!

sábado, 8 de marzo de 2008

La agonía del Humanismo, por Daniel Arjona

Este extenso y ejemplar artículo ha sido publicado en El Cultural de esta semana. Lo copio a continuación para que todos puedan disfrutar del mismo.

La agonía del humanismo, por Daniel Arjona

Reunimos un ‘Consejo de Sabios’ para indagar en las causas y consecuencias del olvido de los saberes clásicos

La reciente publicación del Informe Pisa sobre la calidad de la Educación, que evalúa cada año los conocimientos de más de 400.000 jovenes de quince años de los treinta países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), situaba a España en el cuarto lugar por la cola en comprensión lectora. Los datos mostraban una caída vertiginosa de más de veinte puntos en los últimos tres años pero la ministra de Educación, lejos de rasgarse las vestiduras, relativizó la importancia de unos resultados que, a fin de cuentas, eran “positivos en ciencias”. Tampoco los países colocados en la cabeza del pelotón tienen motivos para sentirse orgullosos. El lector de periódicos ha podido leer últimamente informaciones como que la cuarta parte de los escolares británicos piensa que Winston Churchill no existió o q ue más de la mitad de los estudiantes franceses no sabe quién fue Napoleón. Lo que demuestra que el problema no está circunscrito a un solo país y afecta de manera global a los países desarrollados. En su inusual y clarividente libro La escuela de la ignorancia (Acuarela, 2002), el sociólogo francés Jean-Claude Michéa planteaba el tantas veces debatido, y no siempre bien ponderado drama del declive inexorable de la enseñanza humanista desde un atrevido enfoque que iba más allá de las habituales discusiones bizantinas acerca de las torpezas de los planes educativos. Su tesis, de una estricta sencillez, se apoyaba en una constatación empírica: la forja de ciudadanos ignorantes, y por tanto acríticos es una condición necesaria para el correcto funcionamiento de las sociedades de consumo avanzado. Se requieren consumidores educados en serie, sin referencias culturales, sin pasado, de identidades volubles e intercambiables, puros átomos sin voluntad zarandeados sin fin en el flujo incesante de la publicidad.

En España, las alarmas llevan sonando desde hace ya demasiado tiempo sin que nadie sea capaz de señalar con exactitud qué es lo que ha fallado en el sistema de seguridad y, lo que es más importante, qué nuevas defensas deben erigirse para conjurar la tragedia que se avecina. Preguntar a los Sabios. Si ni los políticos ni los expertos pueden ofrecer alguna idea sensata para el urgente tratamiento de choque que necesita el Humanismo para sobrevivir, habrá que preguntar a los “Sabios”. El Cultural los ha convocado –Francisco Rodríguez Adrados, Carlos García Gual, Carlos Alvar y Pablo Jauralde– con el objeto de interrogarles sobre el avance imparable de la ignorancia y el declive del Humanismo, acerca de la tibia y autocompasiva modorra en la que languidecen escuelas y facultades y sobre si es ya demasiado tarde para evitar que las próximas generaciones sólo recuerden a Homero como el entrañable y borrachín padre de Bart Simpson.

El académico Francisco Rodríguez Adrados, que acaba de publicar Historia de las lenguas de Europa (Gredos, 2008), considera que en esta polémica siempre se eluden los temas verdaderamente importantes. “La calidad de la educación ha descendido paulatinamente desde el franquismo y de forma más acentuada en los últimos años. Hemos perdido la oportunidad de, al tiempo que se elevaba el número de alumnos, haber evitado que descendiera la calidad”.

Pablo Jauralde, catedrático de Literatura, afirma que el proceso de desintegración educativa es “relativamente sencillo” de explicar si atendemos también a la “desorientación sobre los valores”. “La enseñanza se ha deteriorado por la incapacidad real del profesorado para educar al encontrarse sin apoyo social, sin autoridad en los centros y sin compensación de ningún tipo. Enseñar se ha convertido, por lo general, en un estigma de sufrimiento, en una lucha de unos pocos, los profesores, probablemente cada vez menos, contra alumnos, familiares, sociedad y gobernantes. Las instituciones, los gobiernos, están muy lejos de entender que su actuación ha de ser constante, firme, sólida, en todos los campos de la enseñanza”. Multitud de reclamos.

Recién llegada a las librerías su recorrido histórico por Las primeras novelas, el catedrático de Filología Griega Carlos García Gual asume que probablemente las causas de los males que aquejan a la Enseñanza sean varias. “De un lado está la multitud de reclamos que ofrece la vida cotidiana actual a los jóvenes : ver mucha televisión, pasar el rato con la Playstation o el ordenador, escuchando machaconas músicas o ‘chateando’, la atención a lo más espectacular y mediático, etc., y, de otro lado, resulta escaso el aprecio social por una educación que vaya más allá de lo utilitario. Lo lúdico y lo que ofrece una fácil satisfacción inmediata se impone en la distribución del tiempo y los gustos de la mayoría, embotando de paso su aprecio por la cultura más tradicional.”

El catedrático de Filología Románica Carlos Alvar encuentra en el origen de los males “un conjunto de circunstancias entre las que se encuentran por una parte la incomprensión social acerca del trabajo de los que se dedican a la educación y, por otra, la insensibilidad de los políticos. El resultado es el menosprecio del esfuerzo y del trabajo continuo con frutos a medio y largo plazo, en una sociedad más inclinada al beneficio inmediato y, a ser posible, que no exija sacrificios especiales”.

Posibles soluciones. Resulta sintomático, comenta Rodríguez Adrados al recabar su opinión sobre las medidas políticas necesarias para revertir el estado actual de desprecio por los clásicos, comprobar cómo en el primero de los debates electorales, cuando el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición enunciaban sus propuestas para mejorar la Educación “sólo citaban la tecnología y el inglés. Eso son más bien instrumentos. Nos hacen falta la tecnología y el inglés como nos hace falta saber afeitarnos o conducir un coche pero al fondo cultural profundo que está en la historia, en las literaturas, no se le presta sin embargo atención. La cultura necesita de esfuerzo. Se pierde de esta forma la herencia humanista, la aceptación de que nosotros no lo hemos inventado todo como creen algunos. No todo el pasado por ser pasado es despreciable. Si todo lo reducimos al inglés y la tecnología…”Si las Humanidades asumen un papel cada vez más vicario en una educación en la que se privilegian los saberes técnicos es a causa, como describe Jauralde, de una equívoca visión de las mismas como “adquisición fría de conocimientos y no como adquisición de conocimientos relevantes para las conductas, lo que se aprecia clarísimamente en la universidad española, por lo general mediocre y corrupta. ¿Qué papel educador ejerce algo que es francamente reprobable? Habría que reformar profundamente las facultades de letras y humanidades, desde luego. De las facultades salen los nuevos profesores, y salen con su sabiduría adquirida y con el modelo de una institución en la que se puede predicar una cosa y hacer otra”. Libertad y placer. García Gual se muestra escéptico en cuanto a las posibilidades de revertir la situación. “Es muy difícil que se cambie de rumbo, porque se trata evidentemente de una tendencia muy general, y no sólo española, desde luego, en una sociedad de gustos masificados. Tiene mucho que ver con el dominio de lo tecnológico, el consumismo a ultranza y un hedonismo vulgar y, por otra parte, muy cómodo. Tal vez sería conveniente, en contra de esa marea, impulsar un mayor prestigio de las actividades culturales de cierto nivel, tanto literarias, como artísticas e insistir en que también la cultura y la educación son importantes para la libertad y aportan un singular y persistente placer al enriquecer nuestra sensibilidad y nuestro mundo imaginario”. Alvar no estima, sin embargo, que las humanidades sean “la panacea”. “Quizás lo primero que hay que plantear es la educación o la formación del individuo, dándole las herramientas suficientes para despertar la curiosidad y el espíritu crítico, pero evidentemente éstas son armas peligrosas para los gobernantes, que en muchos casos parecen preferir súbditos con anteojeras. Así, creo que primero hay que educar a la gente en el respeto (en todos los sentidos, a la ley y a los demás) y en la tolerancia (al fin y al cabo, una forma más de respeto).”¿Cuáles son las repercusiones del acceso al mercado de esa “generación Logse” que es citada alternativamente como la mejor formada de la Historia de España y, a la vez, como la más huérfana de referencias cultas, según demuestra, como por ejemplo puede comprobarse en cualquier empresa, el reguero de mala sintaxis y de faltas de ortografía que deja tras de sí? ¿De qué modo afecta a la calidad democrática? Según Rodríguez Adrados “el hombre informado es el que mejor puede opinar. Una sociedad informada es más reposada, más clara, más reacia a ser conducida a situaciones irracionales, más inmune a las falsas promesas, etc.”. Una sociedad injusta. Jauralde advierte de que “cuanto más pobres sean culturalmente las nuevas generaciones menor capacidad tendrán para asumir conocimientos, métodos, valores, actitudes, etc. La oquedad a la que se hace referencia arrasa armónicos fundamentales de la condición humana: la reflexión, la crítica, la solidaridad y la repulsa, la voluntad de entendimiento, la convivencia, el respeto por las minorías, etc. Una sociedad de la que desaparezcan o en la que se difuminen estos valores terminará conformándose con autómatas; es probablemente el ideal de una sociedad capitalista pura, en la que cantidades, porcentajes, cuantificadores, etc. sustituyan a conductas, sentimientos, vacilaciones, etc. Y será una sociedad injusta en la que los individuos se sentirán solos… o serán escarnecidos y perseguidos”. Y es que la democracia moderna, dice García Gual “con su sistema de partidos y sus burocracias, tiene, junto a sus beneficios, algunos riesgos: entre ellos el de hacerse cada vez más proclive a lo masificado y barato buscando una igualdad con un rasero cultural muy bajo, apostando por lo que suele ser lo mayoritario y lo más cómodo. La cultura no es rentable para los políticos, y el que los ciudadanos sean más o menos cultos parece indiferente para el funcionamiento del sistema, preocupado mas de la igualdad básica que de los ‘refinamientos’”.

Recuperar a los clásicos. Parece ciertamente una empresa ardua, bajo el constante bombardeo de estímulos al que están sometidas las nuevas generaciones, despertar el placer por los textos clásicos de nuestra tradición con los que tantas generaciones aprendieron a leer y a pensar, los que conforman de alguna forma los cimientos de la lógica, que Guy Debord definió con lucidez como “la posibilidad de reconocer instantáneamente lo que es importante y lo que es accesorio o está fuera de lugar; lo que es incompatible o, por el contrario, lo que podría ser complementario; todo lo que implica tal consecuencia y lo que, al mismo tiempo, la impide”. Cree Jauralde que “el proceso de la asimilación de la cultura produce satisfacción y, cuando alcanza la inteligencia, se configura como liberador, incluso probablemente se configure como ‘misión’ o finalidad humana; suele ser un proceso positivo irreversible: es muy difícil engañar a quien ha consolidado fases de ese proceso. La educación (escolar, familiar, social, etc.) era el mejor modo de iniciarse en ese camino noble, y uno de los pilares de la educación se basaba en la lectura, como modo de educar la imaginación, no de controlarla (que es lo que hace el universo de las imágenes cuando paraliza al individuo). El deterioro de esa capacidad de lectura (reflexión, interiorización, juego de la imaginación, etc.) a manos de artilugios que anulan todo el proceso es un logro de la sociedad capitalista, que crea masas de ‘técnicos’ idiotizados, con los que puede seguir progresando técnicamente, sin que nadie ponga en entredicho el sistema. Ese proceso cuantificador ha llegado ya a la universidad española, en donde está haciendo estragos entre profesores y alumnos, y está favoreciendo la degradación de la enseñanza a casos admirables ya, como el de los licenciados en Filología (los futuros profesores de Lengua) que escriben haber sin ‘h’ y protestan si no les apruebas. Y los profesores que les aprueban, claro”. Recuperar el aprecio por los clásicos es para García Gual una tarea muy complicada ya que éste “se basa en la lectura atenta, en la reflexión y en un cierto gusto que se adquiere con la educación y la imaginación y cierto deporte intelectual. Eso resulta muy a contrapelo aquí y ahora. Como factor positivo, sin embargo, podemos destacar que nunca ha sido tan asequible el acceso a esos clásicos. Tenemos excelentes ediciones, a buen precio, de todos los grandes clásicos, podemos escuchar a los grandes músicos o ver las obras de arte con más comodidad y facilidad que nunca. El arte más refinado o la cultura más exquisita no son ya privilegio de unos pocos; todos podemos apreciar esas maravillas, con poco esfuerzo “.¿Y qué papel juega la Red en todo esto? ¿Podrá servir como punto de apoyo para un renacimiento de los saberes clásicos o ejerce más bien una función negativa al configurarse como un no-lugar de incesante cháchara dónde resulta imposible separar, en lo que respecta al conocimiento, lo importante de lo accessorio? Rodríguez Adrados se decanta por esta segunda visión: “Las nuevas tecnologías tienen una naturaleza propia que tiene sin duda grandes ventajas. Usted puede buscar y encontrar muchos datos, pero no se prestan para informaciones reposadas, para el ejercicio intelectual. Realmente es un mundo aparte pero lo malo es que está barriendo al mundo tradicional de la lectura, del conocimiento sintético como yo he intentado en mi libro”. Jauralde, sin embargo, considera que ambas preguntas tienen su parte de verdad: “La Red es en estos momentos un monstruo en donde cabe todo y, por tanto, que posibilita casi todo; con lo cual el problema vuelve a ser el de la educación, es decir, el saber utilizar un universo peculiar en beneficio propio; pero eso no lo va a hacer el que no haya sido educado en esa gimnasia y con esos fines, que con toda probabilidad empleará la Red como alcantarilla en donde pasa el rato y se embrutece. La educación debería de incluir, por tanto, la enseñanza del uso adecuado de la Red, la capacidad de desechar, filtrar y elegir”. Carlos García Gual señala que “el peligro de las nuevas tecnologías es no comprender que son un medio al servicio de un desarrollo de lo esencialmente humano, el fin del verdadero progreso. ¡Lástima que los políticos y los pedagogos no lo entiendan así! Como dijo Fumaroli: ‘Sería una inútil redundancia colocar este mundo de los computer, de los media y las nuevas tecnologías en el centro de la enseñanza , ya que forma parte del ambiente en que vivimos y sabe difundir muy bien su propia pedagogía. Al contrario, la escuela debería servir de contrapeso a las presiones de tal universo enseñando todo lo que nos ayuda a ser individuos libres…’ Es decir, ser libres, reflexivos, críticos, conscientes de nuestra tradición cultural no es algo que se aprenda con esos instrumentos , y por eso , pese a todo, deberíamos apostar por otra pedagogía menos utilitaria y ‘progre’, y una educación más humanista, en estos tiempos tan difíciles”.

Concluye Carlos Alvar: “Las nuevas tecnologías pueden ayudar a despertar la curiosidad, pero hay mucho por hacer en ese sentido. Internet…, digamos que Internet es una especie de magma carente de límites claros y sin filtros adecuados. El entusiasmo que despierte vale para lo bueno y para lo malo, y todo está revuelto; para discernir es necesario espíritu crítico y para tener espíritu crítico adecuado hay que estudiar, aprender y saber algo: eso cuesta esfuerzo y no sé si la sociedad en la que vivimos está dispuesta a hacer ese esfuerzo”.

lunes, 4 de febrero de 2008

Realidades de ficción y ficciones reales

Según una encuesta publicada en El País, entre 3000 ingleses la mitad piensa que el rey Ricardo Corazón de León es un personaje ficticio que nunca existió; es más, el 60 % piensa que Sherlock Holmes sí existió; incluso una cuarta parte cree firmemente que Winston Churchil es un ente ficticio creado por algún escritor para vender novelas. Ya no son sólo los norteamericanos los que son paletos e ignorantes -y aun sospecho que también lo son los españoles-. Parece que Alonso Quijano no estaba tan equivocado, después de todo; seguro que para algunos jóvenes Franco es un personaje de cómic. Uno incluso estaría tentado de afirmar que determinados políticos son sólo dibujos animados, y además de la deficiente calidad de los de Hanna-Barbera. Lo único que saben recitar los jóvenes es la alineación del Madrid. Claro está que con el sistema educativo que padecemos, que sólo enseña el egoísmo y el amor por el dinero y deja las humanidades en la mierda, qué cabe esperar. ¿Nos debemos extrañar de que los políticos y esos otros políticos, los obispos, digan cosas tan estúpidas, si resulta que la media de educación es tan baja, gracias a sus incesantes desvelos, que el sentido crítico se ha ido a hacer puñetas, como en la Edad Media? Dios nos coja confesados, pues se están creando las bases para regímenes totalitarios futuros.