Este extenso y ejemplar artículo ha sido publicado en El Cultural de esta semana. Lo copio a continuación para que todos puedan disfrutar del mismo.
La agonía del humanismo, por Daniel Arjona
Reunimos un ‘Consejo de Sabios’ para indagar en las causas y consecuencias del olvido de los saberes clásicos
La reciente publicación del Informe Pisa sobre la calidad de la Educación, que evalúa cada año los conocimientos de más de 400.000 jovenes de quince años de los treinta países que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), situaba a España en el cuarto lugar por la cola en comprensión lectora. Los datos mostraban una caída vertiginosa de más de veinte puntos en los últimos tres años pero la ministra de Educación, lejos de rasgarse las vestiduras, relativizó la importancia de unos resultados que, a fin de cuentas, eran “positivos en ciencias”. Tampoco los países colocados en la cabeza del pelotón tienen motivos para sentirse orgullosos. El lector de periódicos ha podido leer últimamente informaciones como que la cuarta parte de los escolares británicos piensa que Winston Churchill no existió o q ue más de la mitad de los estudiantes franceses no sabe quién fue Napoleón. Lo que demuestra que el problema no está circunscrito a un solo país y afecta de manera global a los países desarrollados. En su inusual y clarividente libro La escuela de la ignorancia (Acuarela, 2002), el sociólogo francés Jean-Claude Michéa planteaba el tantas veces debatido, y no siempre bien ponderado drama del declive inexorable de la enseñanza humanista desde un atrevido enfoque que iba más allá de las habituales discusiones bizantinas acerca de las torpezas de los planes educativos. Su tesis, de una estricta sencillez, se apoyaba en una constatación empírica: la forja de ciudadanos ignorantes, y por tanto acríticos es una condición necesaria para el correcto funcionamiento de las sociedades de consumo avanzado. Se requieren consumidores educados en serie, sin referencias culturales, sin pasado, de identidades volubles e intercambiables, puros átomos sin voluntad zarandeados sin fin en el flujo incesante de la publicidad.
En España, las alarmas llevan sonando desde hace ya demasiado tiempo sin que nadie sea capaz de señalar con exactitud qué es lo que ha fallado en el sistema de seguridad y, lo que es más importante, qué nuevas defensas deben erigirse para conjurar la tragedia que se avecina. Preguntar a los Sabios. Si ni los políticos ni los expertos pueden ofrecer alguna idea sensata para el urgente tratamiento de choque que necesita el Humanismo para sobrevivir, habrá que preguntar a los “Sabios”. El Cultural los ha convocado –Francisco Rodríguez Adrados, Carlos García Gual, Carlos Alvar y Pablo Jauralde– con el objeto de interrogarles sobre el avance imparable de la ignorancia y el declive del Humanismo, acerca de la tibia y autocompasiva modorra en la que languidecen escuelas y facultades y sobre si es ya demasiado tarde para evitar que las próximas generaciones sólo recuerden a Homero como el entrañable y borrachín padre de Bart Simpson.
El académico Francisco Rodríguez Adrados, que acaba de publicar Historia de las lenguas de Europa (Gredos, 2008), considera que en esta polémica siempre se eluden los temas verdaderamente importantes. “La calidad de la educación ha descendido paulatinamente desde el franquismo y de forma más acentuada en los últimos años. Hemos perdido la oportunidad de, al tiempo que se elevaba el número de alumnos, haber evitado que descendiera la calidad”.
Pablo Jauralde, catedrático de Literatura, afirma que el proceso de desintegración educativa es “relativamente sencillo” de explicar si atendemos también a la “desorientación sobre los valores”. “La enseñanza se ha deteriorado por la incapacidad real del profesorado para educar al encontrarse sin apoyo social, sin autoridad en los centros y sin compensación de ningún tipo. Enseñar se ha convertido, por lo general, en un estigma de sufrimiento, en una lucha de unos pocos, los profesores, probablemente cada vez menos, contra alumnos, familiares, sociedad y gobernantes. Las instituciones, los gobiernos, están muy lejos de entender que su actuación ha de ser constante, firme, sólida, en todos los campos de la enseñanza”. Multitud de reclamos.
Recién llegada a las librerías su recorrido histórico por Las primeras novelas, el catedrático de Filología Griega Carlos García Gual asume que probablemente las causas de los males que aquejan a la Enseñanza sean varias. “De un lado está la multitud de reclamos que ofrece la vida cotidiana actual a los jóvenes : ver mucha televisión, pasar el rato con la Playstation o el ordenador, escuchando machaconas músicas o ‘chateando’, la atención a lo más espectacular y mediático, etc., y, de otro lado, resulta escaso el aprecio social por una educación que vaya más allá de lo utilitario. Lo lúdico y lo que ofrece una fácil satisfacción inmediata se impone en la distribución del tiempo y los gustos de la mayoría, embotando de paso su aprecio por la cultura más tradicional.”
El catedrático de Filología Románica Carlos Alvar encuentra en el origen de los males “un conjunto de circunstancias entre las que se encuentran por una parte la incomprensión social acerca del trabajo de los que se dedican a la educación y, por otra, la insensibilidad de los políticos. El resultado es el menosprecio del esfuerzo y del trabajo continuo con frutos a medio y largo plazo, en una sociedad más inclinada al beneficio inmediato y, a ser posible, que no exija sacrificios especiales”.
Posibles soluciones. Resulta sintomático, comenta Rodríguez Adrados al recabar su opinión sobre las medidas políticas necesarias para revertir el estado actual de desprecio por los clásicos, comprobar cómo en el primero de los debates electorales, cuando el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición enunciaban sus propuestas para mejorar la Educación “sólo citaban la tecnología y el inglés. Eso son más bien instrumentos. Nos hacen falta la tecnología y el inglés como nos hace falta saber afeitarnos o conducir un coche pero al fondo cultural profundo que está en la historia, en las literaturas, no se le presta sin embargo atención. La cultura necesita de esfuerzo. Se pierde de esta forma la herencia humanista, la aceptación de que nosotros no lo hemos inventado todo como creen algunos. No todo el pasado por ser pasado es despreciable. Si todo lo reducimos al inglés y la tecnología…”Si las Humanidades asumen un papel cada vez más vicario en una educación en la que se privilegian los saberes técnicos es a causa, como describe Jauralde, de una equívoca visión de las mismas como “adquisición fría de conocimientos y no como adquisición de conocimientos relevantes para las conductas, lo que se aprecia clarísimamente en la universidad española, por lo general mediocre y corrupta. ¿Qué papel educador ejerce algo que es francamente reprobable? Habría que reformar profundamente las facultades de letras y humanidades, desde luego. De las facultades salen los nuevos profesores, y salen con su sabiduría adquirida y con el modelo de una institución en la que se puede predicar una cosa y hacer otra”. Libertad y placer. García Gual se muestra escéptico en cuanto a las posibilidades de revertir la situación. “Es muy difícil que se cambie de rumbo, porque se trata evidentemente de una tendencia muy general, y no sólo española, desde luego, en una sociedad de gustos masificados. Tiene mucho que ver con el dominio de lo tecnológico, el consumismo a ultranza y un hedonismo vulgar y, por otra parte, muy cómodo. Tal vez sería conveniente, en contra de esa marea, impulsar un mayor prestigio de las actividades culturales de cierto nivel, tanto literarias, como artísticas e insistir en que también la cultura y la educación son importantes para la libertad y aportan un singular y persistente placer al enriquecer nuestra sensibilidad y nuestro mundo imaginario”. Alvar no estima, sin embargo, que las humanidades sean “la panacea”. “Quizás lo primero que hay que plantear es la educación o la formación del individuo, dándole las herramientas suficientes para despertar la curiosidad y el espíritu crítico, pero evidentemente éstas son armas peligrosas para los gobernantes, que en muchos casos parecen preferir súbditos con anteojeras. Así, creo que primero hay que educar a la gente en el respeto (en todos los sentidos, a la ley y a los demás) y en la tolerancia (al fin y al cabo, una forma más de respeto).”¿Cuáles son las repercusiones del acceso al mercado de esa “generación Logse” que es citada alternativamente como la mejor formada de la Historia de España y, a la vez, como la más huérfana de referencias cultas, según demuestra, como por ejemplo puede comprobarse en cualquier empresa, el reguero de mala sintaxis y de faltas de ortografía que deja tras de sí? ¿De qué modo afecta a la calidad democrática? Según Rodríguez Adrados “el hombre informado es el que mejor puede opinar. Una sociedad informada es más reposada, más clara, más reacia a ser conducida a situaciones irracionales, más inmune a las falsas promesas, etc.”. Una sociedad injusta. Jauralde advierte de que “cuanto más pobres sean culturalmente las nuevas generaciones menor capacidad tendrán para asumir conocimientos, métodos, valores, actitudes, etc. La oquedad a la que se hace referencia arrasa armónicos fundamentales de la condición humana: la reflexión, la crítica, la solidaridad y la repulsa, la voluntad de entendimiento, la convivencia, el respeto por las minorías, etc. Una sociedad de la que desaparezcan o en la que se difuminen estos valores terminará conformándose con autómatas; es probablemente el ideal de una sociedad capitalista pura, en la que cantidades, porcentajes, cuantificadores, etc. sustituyan a conductas, sentimientos, vacilaciones, etc. Y será una sociedad injusta en la que los individuos se sentirán solos… o serán escarnecidos y perseguidos”. Y es que la democracia moderna, dice García Gual “con su sistema de partidos y sus burocracias, tiene, junto a sus beneficios, algunos riesgos: entre ellos el de hacerse cada vez más proclive a lo masificado y barato buscando una igualdad con un rasero cultural muy bajo, apostando por lo que suele ser lo mayoritario y lo más cómodo. La cultura no es rentable para los políticos, y el que los ciudadanos sean más o menos cultos parece indiferente para el funcionamiento del sistema, preocupado mas de la igualdad básica que de los ‘refinamientos’”.
Recuperar a los clásicos. Parece ciertamente una empresa ardua, bajo el constante bombardeo de estímulos al que están sometidas las nuevas generaciones, despertar el placer por los textos clásicos de nuestra tradición con los que tantas generaciones aprendieron a leer y a pensar, los que conforman de alguna forma los cimientos de la lógica, que Guy Debord definió con lucidez como “la posibilidad de reconocer instantáneamente lo que es importante y lo que es accesorio o está fuera de lugar; lo que es incompatible o, por el contrario, lo que podría ser complementario; todo lo que implica tal consecuencia y lo que, al mismo tiempo, la impide”. Cree Jauralde que “el proceso de la asimilación de la cultura produce satisfacción y, cuando alcanza la inteligencia, se configura como liberador, incluso probablemente se configure como ‘misión’ o finalidad humana; suele ser un proceso positivo irreversible: es muy difícil engañar a quien ha consolidado fases de ese proceso. La educación (escolar, familiar, social, etc.) era el mejor modo de iniciarse en ese camino noble, y uno de los pilares de la educación se basaba en la lectura, como modo de educar la imaginación, no de controlarla (que es lo que hace el universo de las imágenes cuando paraliza al individuo). El deterioro de esa capacidad de lectura (reflexión, interiorización, juego de la imaginación, etc.) a manos de artilugios que anulan todo el proceso es un logro de la sociedad capitalista, que crea masas de ‘técnicos’ idiotizados, con los que puede seguir progresando técnicamente, sin que nadie ponga en entredicho el sistema. Ese proceso cuantificador ha llegado ya a la universidad española, en donde está haciendo estragos entre profesores y alumnos, y está favoreciendo la degradación de la enseñanza a casos admirables ya, como el de los licenciados en Filología (los futuros profesores de Lengua) que escriben haber sin ‘h’ y protestan si no les apruebas. Y los profesores que les aprueban, claro”. Recuperar el aprecio por los clásicos es para García Gual una tarea muy complicada ya que éste “se basa en la lectura atenta, en la reflexión y en un cierto gusto que se adquiere con la educación y la imaginación y cierto deporte intelectual. Eso resulta muy a contrapelo aquí y ahora. Como factor positivo, sin embargo, podemos destacar que nunca ha sido tan asequible el acceso a esos clásicos. Tenemos excelentes ediciones, a buen precio, de todos los grandes clásicos, podemos escuchar a los grandes músicos o ver las obras de arte con más comodidad y facilidad que nunca. El arte más refinado o la cultura más exquisita no son ya privilegio de unos pocos; todos podemos apreciar esas maravillas, con poco esfuerzo “.¿Y qué papel juega la Red en todo esto? ¿Podrá servir como punto de apoyo para un renacimiento de los saberes clásicos o ejerce más bien una función negativa al configurarse como un no-lugar de incesante cháchara dónde resulta imposible separar, en lo que respecta al conocimiento, lo importante de lo accessorio? Rodríguez Adrados se decanta por esta segunda visión: “Las nuevas tecnologías tienen una naturaleza propia que tiene sin duda grandes ventajas. Usted puede buscar y encontrar muchos datos, pero no se prestan para informaciones reposadas, para el ejercicio intelectual. Realmente es un mundo aparte pero lo malo es que está barriendo al mundo tradicional de la lectura, del conocimiento sintético como yo he intentado en mi libro”. Jauralde, sin embargo, considera que ambas preguntas tienen su parte de verdad: “La Red es en estos momentos un monstruo en donde cabe todo y, por tanto, que posibilita casi todo; con lo cual el problema vuelve a ser el de la educación, es decir, el saber utilizar un universo peculiar en beneficio propio; pero eso no lo va a hacer el que no haya sido educado en esa gimnasia y con esos fines, que con toda probabilidad empleará la Red como alcantarilla en donde pasa el rato y se embrutece. La educación debería de incluir, por tanto, la enseñanza del uso adecuado de la Red, la capacidad de desechar, filtrar y elegir”. Carlos García Gual señala que “el peligro de las nuevas tecnologías es no comprender que son un medio al servicio de un desarrollo de lo esencialmente humano, el fin del verdadero progreso. ¡Lástima que los políticos y los pedagogos no lo entiendan así! Como dijo Fumaroli: ‘Sería una inútil redundancia colocar este mundo de los computer, de los media y las nuevas tecnologías en el centro de la enseñanza , ya que forma parte del ambiente en que vivimos y sabe difundir muy bien su propia pedagogía. Al contrario, la escuela debería servir de contrapeso a las presiones de tal universo enseñando todo lo que nos ayuda a ser individuos libres…’ Es decir, ser libres, reflexivos, críticos, conscientes de nuestra tradición cultural no es algo que se aprenda con esos instrumentos , y por eso , pese a todo, deberíamos apostar por otra pedagogía menos utilitaria y ‘progre’, y una educación más humanista, en estos tiempos tan difíciles”.
Concluye Carlos Alvar: “Las nuevas tecnologías pueden ayudar a despertar la curiosidad, pero hay mucho por hacer en ese sentido. Internet…, digamos que Internet es una especie de magma carente de límites claros y sin filtros adecuados. El entusiasmo que despierte vale para lo bueno y para lo malo, y todo está revuelto; para discernir es necesario espíritu crítico y para tener espíritu crítico adecuado hay que estudiar, aprender y saber algo: eso cuesta esfuerzo y no sé si la sociedad en la que vivimos está dispuesta a hacer ese esfuerzo”.
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