lunes, 10 de marzo de 2008

Paisajes educativos. En obras.

Hay dos tipos de alumno: el que siente interés, rara avis in terra y el amorfo que espera que los conocimientos se posen en él sin esfuerzo, como las cagadas de las palomas, las hojas del otoño, el polvo atmosférico o el Espíritu Santo; para ellos el conocimiento es una ciencia infusa y confusa, que parece venir de todas partes menos del profesor o de los libros. La fuente más habitual es el gran ideólogo de nuestro tiempo, el señor TV. Otros, especialmente otras, son gallinas que picotean chuches y cacarean continuamente en su pupitre, formando un revuelo de mil demonios por cualquier estupidez y dejando por todas partes papeles arrugados, pintadas de tipex, notitas con faltas de ortografía, risas tontas etcétera. Carne adecuada para alimentar El diario de Patricia.

Se pide del profesor ante este panorama que tenga su poco de mano izquierda, su poco de funcionario de prisiones, su poco de general de la OTAN, su poco de sociólogo, su poco de psiquiatra, su poco de asistente social, su poco de cura o de moralista, su poco de auxiliar administrativo, su poco de Job, su poco de juez, su poco de políglota en chino mandarín, árabe marroquí y rumano, su poco de padre, su poco de árbitro de boxeo, su poco de orador, su poco de figura del espectáculo y su poco de político y reformador. Lo único que no se le pide que tenga es su poco de asignatura y su poco de subida de sueldo.

El alumno quiere mirar por la ventana o abrirla, quiere mear a todas horas, quiere respirar aire libre, quiere hablar con su vecino o vecina, quiere saltar y brincar o levantarse a estirar las piernas y cambiarse de compresa o tomarse una pastilla o irse a casa que está malito o limpiarse una mancha de tipex o tinta; quiere enseñar el ombligo, el piercing o el culo, quiere arrugar papeles o dibujarlos, pero no escribirlos, quiere sentarse de lado o de espaldas, quiere olvidarse de los libros y de los padres, quiere besar o engañar al novio, quiere transmitir cotilleos y, fundamentalmente, quiere prepararse el fin de semana, masticar chicle, chupar piruletas, ingerir chuches, comer el bocadillo que le venden o le preparan, beber agua, hablar de fútbol o jugar al fútbol y repetir las últimas tonterías que han visto en el último sermón de idioteces que les ha servido la tele. Es el reino de la risa floja y tonta, de la sordera y el estreñimiento mental, de la falta más elemental de cortesía y consideración, de la extrema paletez y asnamiento. De la batalla de cerbatanas, los combates a tizazos y el avioncito Bin Laden se pasa ya al insulto grueso, a la amenaza de muerte, a las vejaciones y sevicias, al acoso escolar, a la paliza y al escupitajo. Todas las mañanas se dejan la vergüenza en casa porque no les cabe en la atestada mochila que les joroba dromedariamente. Y nadie en las alturas está interesado en poner coto a estas cosas, porque simplemente no suceden e interesa que no sucedan hasta que se pueda sacar provecho político de ellas.

Porque eso es lo malo de la ley educativa, que no la dejan fracasar en paz, ya que siempre le están poniendo remiendos y reformas. Esa tenacidad en no admitir un error es propia de pésimos políticos; los políticos, poseídos de su verdad absoluta, siempre tienen razón, como los locos. Pero la verdad es tozuda, y, aunque tarde, se impondrá... Pero los políticos deben estar maduros para sacar provecho de ella: sacan provecho de todo, esos carniceros de nosotros, pobres gorrinos de feria.

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