Es el título de uno de los libros más conocidos de Marvin Harris, de quien tuve el gusto de leerme enterita su Antropología cultural, en Alianza Editorial, del cual era un capitulillo escindido; así que algo sé de lo que hablo, aunque la mayor parte ya lo haya olvidado. En general, en cuestiones de liderazgo, el mejor líder, como quería Henry David Thoreau/Bob Dylan, es el que no existe. Yo diría que en cuestiones de jefatura, sólo hay dos tipos de jefes: el malo y el peor. Por lo general el peor es elegido de forma institucional, indirectamente, en redes de un mínimo de un paso a la periferia en igualdad de formación y méritos; el malo es el elegido directamente por los subordinados. Las sociedades atrasadas como las nuestras necesitan gobernantes en vez de preocuparse de cómo no necesitar tenerlos -con reformas éticas y morales, como en Finlandia, no con reformas legales que no reflejan la sociedad-. Una reforma ética, creada para librarse de los tiranos, la ateniense, creó lo mejor que ha dado la cultura europea; incluyendo el ostracismo, que nuestra sociedad no permite y que era sin duda un avance importante para superar los males del populismo y de la publicidad excesiva, que hoy son no ya excesivos, sino lesivos. El modo de mandar español lo describe el padre Las Casas: cuando un español entraba en una aldea india, mandaba buscar a los mandamases o caciques y les cortaba la cabeza. Con eso ninguno se atrevía a decir ni mu y se convertían ellos en los cabecillas; por lo general lo justificaban todo con un papel cagado de tinta, que nosotros hoy llamaríamos LOGSE, LOE, ESO etcétera, aunque por entonces lo llamaban Evangelio y Leyes de España. Los legisladores españoles han creado lo necesario para transformar la enseñanza en un ente corporativo, cuando era una de las pocas instituciones algo democráticas heredadas del pasado, donde los claustros tenían atribuciones mayores y más honestas. La pérdida de derechos del profesor en su propio trabajo es uno de los peores lastres de esta pseudodemocracia.
Los jefes no deberían dejar que la inteligencia fuera un obstáculo en el desarrollo de su deber, aunque su deber conste por escrito (las gilipolleces también se pueden pasar por escrito) y enfrentarse a su pobreza de criterio y secular torpeza en la dirección de recursos humanos, emanada de su soberbia, codicia y estreñimiento mental, defectos que ven con otros ojos, como si fueran cualidades. El alto desarrollo de sus músculos posaderos y la alteración relativista en el aprecio del paso del tiempo, según la cual nunca transcurre mientras se hallan en el disfrute y relamido de sus prebendas, tiene que ver con esa presunción de inocencia mariposona que se aplican tan a menudo o esos conatos de narcisismo cuartelero. Otro síntoma, la alergia a la dimisión, que en los currículos más exactos figura como el más alto de los méritos -la dimisión, no su alergia- refuerza los demás síntomas de su padecimiento. La falta de legitimidad derivada de no ser elegidos por sus subordinados lastra y hace ineficaces todas sus actuaciones -me refiero a las que no están encaminadas a perdurar en el puesto, a hacer más cómodo su mandato o a cumplir, como hacen los psicópatas paranoicos, los designios de una autoridad superior rajatablera-, es decir, en el caso de los jefes peores, ninguna. Presentarse a un cargo o dejarse estar en él por el procedimiento de la cooptación de los demás mandamases debería ser un lastre insuperable para presentarse a un cargo de mamancia o mamandurria, así como esas excusas de niño malcriado que suelen dar para continuar en su máximo nivel de incompetencia, véase El principio de Peter. Mientras tanto, los jefes malos aplican la Ley de Ciril Parkinson, que afirma que "el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine", lo que, en una burocracia como la impulsada por las recientes y estúpidas leyes de educación, es impulsado por dos factores: 1. Un jefe quiere multiplicar sus subordinados, no sus rivales y 2. Los jefes se crean trabajo unos a otros. Y mientras tanto, hala, los pobres subordinados viajando a Abilene.
Pero, claro, los jefecillos no tienen ni zorra idea de lo que estoy hablando. Con lo cual quiero decir solamente lo que digo, y no se tomen malas intenciones donde no las hay, pues el que se pica ajos come.
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