martes, 27 de septiembre de 2016

Karol Dembowski en La Mancha durante la I Guerra carlista

Entre los libros que he ido juntando sobre La Mancha hay un volumen facticio que reúne los dos tomos del viaje del barón Charles Dembowski, Dos años en España y Portugal durante la guerra civil 1838-1840 (Madrid, 1931), primitivamente impreso en francés (París: Ch. Gosselin, 1841). Poco (nada, en realidad) se sabe hoy sobre este autor, pese al renombre de los corresponsales a los que dirigía sus cartas desde España: Stendhal y Merimée, por ejemplo, o algunos de los personajes a los que visitó, como George Sand y su amante Chopin, en la Cartuja de Valldemosa.

Dembowski solo llegó a componer este único libro, cuya primera versión en español de Domingo Vaca es correcta pero llena de erratas y leísmos y falta de notas aclaratorias. Yo logré reconstruir algunos elementos biográficos del autor: tenía treinta años cuando llegó a La Mancha en 1838; y debía estar emparentado con el general napoleónico polaco Jan Dembowski (1773-1823), ya que entre sus corresponsales menciona como familiar a una descendiente de la esposa de este, Matilde Viscontini, amiga platónica del poeta Ugo Foscolo y de Stendhal; este último, rechazado, escribió sobre su frustrada liaison el ensayito Sobre el amor, donde expone la famosa teoría de la "cristalización" que explica fenómenos tan curiosos como el llamado "flechazo". Nada más; declara escribir en una lengua, la francesa, que no era la suya materna. Tal vez debería haber preguntado a mi antiguo amigo, el eslavista manchego Ángel Enrique Díaz-Pintado Hilario; sin duda él habría iluminado más su figura (una pena que no se haya divulgado más su ejemplar ensayo sobre Adam Zagajevski). Porque Dembowski se muestra como algo más que un turista: extiende su curiosidad a las causas sociales de la miseria y posee la sensibilidad de copiar incluso cancioncillas y coplas populares que oía cantar, como por ejemplo una seguidilla manchega en la misma portada de su edición francesa:

Yo quisiera morir
y oír mis dobles
para ver quién me diría
"Dios te perdone"

Nunca se dejó llevar por la desviación pintoresquista o quijotista que ha atenazado a tantos viajeros como han circulado por aquí... por no hablar de los propios naturales del lugar, que si les quitan el Quijote se quedan tan paletos como nacieron, y aún con él, ya que la mayoría ni lo ha leído; es el único tema capaz de llenar una sala de conferencias en Ciudad Real; para cualquier otro no hay curiosidad en el manchego, que es pueblo de un solo libro, como el musulmán, e igual de fanático. 

Ya he hablado aquí de las andanzas de Merimée por La Mancha y por España en general y en otro lugar de las de Casanova por Toledo. Dembowski, más osado, se vino a La Mancha en plena I.ª Guerra Carlista, cuando los que quemaban iglesias eran los reaccionarios, no los liberales; me refiero al horroroso episodio del incendio por los carlistas de una iglesia de Calzada de Calatrava con doscientos hombres, mujeres y niños refugiados en su interior, que dramatizó una tragedia lastimosamente perdida del padre agustino recoleto Joaquín de la Jara Carretero (Aldea del Rey, 1809 - Almagro, 1880) en uno de los cuarenta volúmenes de obras diversas que escribió y desaparecieron del convento de Marcilla (Navarra) donde fueron a parar, de los que solo queda hoy uno que se salvó por casualidad (estaba en otro lugar; por lo menos es posible hoy conocer el índice de esas obras por la precisa biografía que le escribió el fraile Pedro Fabo).

Dembowski explica en la introducción que sus cartas eran familiares y dirigidas, según la edición española, a las condesas de Bouska (errata por Bourke, en realidad baronesa y mujer del embajador de Dinamarca en España entre 1808 y 1811 Edmund Bourke, coleccionista de pintura española... o más bien expoliador de la misma durante la Guerra de la Independencia), la citada Viscontini y Mujelob (otra errata también por la escritora y pintora Virginie Ancelot, con una famosa tertulia o salon frecuentado por los Hugo -Abel y Víctor-, y además Stendhal y Merimée), así como a los barones Treechi (que debe ser el barón de Trecchi, un amigo de Alessandro Manzoni que menciona Silvio Pellico) y Mareste (corresponsal, por cierto, de Stendhal), así como a los propios señores Merimée y Stendhal. 

Sus primeras andanzas en la región fueron por Toledo, donde un barbero le desengañó de la tentación pintoresca citándole a Voltaire y a Fréret y "tratando de canalla a toda la población de Toledo porque era carlista exaltada", no en vano era miliciano nacional. Alabó este hombre "al Gobierno porque había suprimido las procesiones nocturnas, encarnizándose en la memoria del arzobispo de X, que en vida incitaba al pueblo a sublevarse en favor de don Carlos". El día de Santa Leocadia visitan al Intendente, que echaba pestes del uniforme de miliciano nacional que debía vestir por ser esta fiesta local. Toledo le parece a nuestro polaco afrancesado un "revoltijo de escombros y ruinas romanas, árabes, góticas y judías". Del Intendente logró que su mismo secretario les acompañase como cicerone. Contempla a la ciudad de fiesta, engalanado cada ventanal con una mujer con mantilla al menos. Y le llama la atención una efigie de San Miguel con el pescado milagroso en la mano (¿?), llevada por seis estudiantes, entre otras cosas. Visita la famosa casa de orates, cuya construcción alaba al cardenal Lorenzana, aunque ya hablaba Cervantes de ella. En esa época había cincuenta, la mayoría locos religiosos que se creían teólogos o santos, aunque también había de los que se creían perseguidos por el Gobierno o la Inquisición (más o menos como ahora...). Otro día intenta dibujar un panorama de Toledo en su álbum desde el otro lado del puente de Alcántara, pero un oficial de la guardia que lo vio pensó que el populacho podía colgarlo por espía, con lo que vino a rogarle que suspendiera su actividad. Del Alcázar, incendiado durante la Guerra de Sucesión, solo quedaba la fachada. También otros monumentos andaban estragados por guerras, la última contra los franceses, o la ruina. Menciona la gigantesca campana hendida (aludida también en una fábula de Iriarte) y, de pasada, los admirables frescos y pinturas de la Catedral (que tan cuidadosamente describe nuestro manchego y neoclásico poeta León de Arroyal, amigo de Goya y probable comentarista de sus Caprichos, en sus Odas, en el primer tomo, si mal no me acuerdo). Señala que los canónigos le dijeron perrerías de Mendizábal y el mismo bibliotecario, a la cara, cuánto le disgustaba su visita (¡qué amables, estos manchegos!), teniéndoles los más por un espía apenas disimulado de Madrid.

Nada más natural que el odio que Toledo profesaba a los liberales. Si la población no ha entregado la ciudad a las partidas del cura Jacra [esto es, el brigadier murciano José Jara García, leal a Carlos V; es falso que lo mataran sus propios soldados poco después: según A. Gil Novales murió en 1857] que la sitiaba en febrero último, débese por entero al profundo egoísmo de los señores canónigos de aquí. Obsesionados por el temor de ver sus casas saqueadas por sus propios partidarios a falta de otras bastante ricas pertenecientes a los liberales, no se atrevieron a hacer nada en favor de Don Carlos. Dejaron así al gobernador, el inglés Pflinter, (esto es, el brigadier liberal George Dawson Flinter, que se suicidaría en Madrid el 9 de septiembre de 1838 al ser destituido) todo el tiempo necesario para organizar un pequeño ejército y sentar las costuras al atrevido cura que, no contento con tener sitiada la ciudad, se divertía todas las mañanas paseándose por las orillas del Tajo, provocando a la guarnición con mil groserías, la más decente de las cuales es esta: "¡Salga el inglés y los p...s cristianos!"

Menciona el orgullo y la tristeza de los toledanos por el día en que fue ejecutado Juan de Padilla y murieron las libertades castellanas, arrasándose incluso el lugar donde estuvieron su casa y la de su mujer María Pacheco para que no subsistiese su recuerdo.

El siguiente pasaje en que aparece La Mancha es cuando emprende un viaje desde Segovia a Madrid en una galera cubierta impulsada por ocho mulas. Caben doce personas, pero el dueño le saca partido amontonando veinte. Hace el viaje al lado de un zagal "natural de La Mancha":

Ha sido campanero, marmitón y soldado. Su corpulencia, sus salidas y una bala carlista que tiene metida en la parte de los riñones le dan bastante el aire de su ilustre compatriota Sancho Panza, sobre todo del Sancho Panza que sale desilusionado y maltrecho de su tempestuoso gobierno. Sentado junto a mí en la banqueta exterior del coche, la esperanza de una buena propina le torna orador.

El hombre es una mina de refranes y anécdotas, como la de la de una tal Manuela famosa por haber capado a varios viajeros y librada del cadalso por un caprichoso indulto de Fernando VII, casada después "con un molinero cuya felicidad constituye hoy". De Torrelodones dice "catorce machos, quince ladrones, contado el macho del cura". Después de su estancia en Madrid viaja a La Mancha en un convoy fuertemente escoltado y armado hasta los dientes. Pasa por Ocaña y Tembleque, siendo recibido por un celador que pide los pasaportes (eso de viajar por España sin documentación es relativamente reciente) que depone su hostilidad con un pequeño soborno. Por lo visto la pobreza de La Mancha era famosa fuera de su territorio:

Había oído hablar de la miseria que causa la desolación de La Mancha, pero estaba lejos de creerla tan terrible. Figuraos que apenas llegados a Madrigalejos [sic, por Madridejos] el lugar donde se había preparado nuestra comida había sido invadido por unos cincuenta mendigos de todas edades y sexos. Varios no tenían encima más que una manta vieja de lana; otros iban enteramente desnudos. El coracero los amenazaba con el látigo sin poder contenerlos. ¡Oh! Si hubierais visto el encarnizamiento con que aquellos desgraciados hambrientos se disputaban las migajas de pan que caían de nuestra mesa! Tenía, por mi parte, cinco a mis pies, y he tenido que dejarles todo lo que había delante de mí para poner fin a un espectáculo tan desgarrador. en un rincón del cuarto había una desgraciada paralítica lo menos de quince años, que devoraba convulsivamente una cáscara de naranja. Todos sus miembros temblaban u la pobre muchacha no conseguía sino tras los más penosos esfuerzos alzar las manos a la altura de la boca. Cerca de ella un viejo, quizá su padre, veterano con la cara llena de cicatrices y quemada por la pólvora, me tendía los brazos sin manos, diciendo con voz lastimera: "Señor, por Dios, que me muero de hambre"

Las hijas del dueño de la posada colocan una cazuela de sopa para ocho jóvenes en ayunas desde hace veinticuatro horas. "En medio de una miseria tan horrible, ¿cómo admirarse de que La Mancha haya llegado a ser una madriguera de bandidos? Ante todo, el hombre tiene derecho a no morir de hambre. Ayer la guarnición ha hecho una salida contra una guerrilla que había exigido a Madrigalejos cuarenta mil reales; pues bien, entre cuatro muertos y dos prisioneros hechos a los carlistas los soldados de la reina no han encontrado como reunir una peseta".

Al entrar en la provincia de Ciudad Real le admira el panorama desolador:

Un país tan árido y de tal modo despojado de vegetación que se creería uno transportado en medio de los arenales de África. En vano buscáis un árbol en el que descansar vuestra vista cansada de este espectáculo de desolación: ni una brizna de hierba, ni un hilillo de agua se presenta a vuestra vista; tan solo de distancia en distancia unos campos de trigo o de centeno de la más mísera apariencia. En estas llanuras inmensas, limitadas muy a lo lejos por las serranías de Cuenca y de Toledo, los objetos aislados aparecen con formas tan gigantescas que esta mañana nos ha ocurrido tomar un grupo de espigadoras por una guerrilla de jinetes carlistas que maniobraba a nuestros flancos.

Este error le hace comprender las alucinaciones de Don Quijote. Cuando se han acercado, las campesinas ejercen la costumbre más extendida del país: pedir. Al llegar a Puerto Lápice en julio de 1838 este pueblo acababa de ser asolado por una partida carlista. Lo había dejado en tal estado de terror, que fue imposible hacerles contar nada, no en vano ya habían sido invadidos otra vez en enero y sometidos a vejaciones, destrozos y robos. Por supuesto no había quedado nada de comer, y hasta los jergones para dormir y la paja para los animales se habían llevado. Copia a continuación una canción de los militares liberales que les oyó:

Con arroz y bacalao / pretenden alimentarme. / Yo me moriré de hambre / y viva la libertad. / Ocho meses sin pagarme / ni esperanza de cobrar. / Yo me moriré de hambre / y viva la libertad. / Si el comer poco da vida / como lo dice el refrán / ¡los pobres de esta campaña / qué larga vida tendrán! / Aunque no me den la paga / ni tampoco la ración / yo defenderé a Cristina. / ¡Muera Carlos de Borbón! / Con los bigotes de Carlos / hemos de hacer un pincel / pa retratar a Cristina / y a la segunda Isabel. / ¡Suenen las trompas guerreras / los clarines y timbales! / ¡Muera el infante don Carlos / la Inquisición y los frailes!

A Manzanares llegan el 11 de julio de 1838; allí se enteran por un correo de que los carlistas han vuelto a saquear Puerto Lápice después de que salieran, para quitarles el gasto que había reportado su estancia. El calor y la mala agua provoca disentería y calenturas a los viajeros, pero algunos reúnen suficiente ánimo para bailar manchegas con las mozas de la posada, a cuya descripción Dembowski dedica nada menos que dos páginas, sin duda una de las más antiguas descripciones de este baile:

La manchega es una especie de fandango, pero mucho más vivo y animado que el fandango original. Se compone de tres partes y he aquí cómo se canta y se baila a la vez: colocados los bailarines por parejas en dos filas, una enfrente de otra, los guitarristas dejan oír su animado apregio en la, que sirve de preludio al canto; luego tararean en voz baja el primer verso de la seguidilla que se disponen a cantar. Les ocurre muchas veces repetirle del mismo modo durante los cuatro primeros compases. Entonces calla la voz y vienen otros compases de rasguear las guitarras. En cuanto empieza el cuarto entonan la copla, cuyo primer verso habían tarareado. Aquí se dejan oír las castañuelas, y un baile de los más movidos, canción mezcla de fandango, de jota, y ruidoso taconeo, empieza entre los que forman cada pareja. El baile continúa así durante nueve compases, el último de los cuales marca el final de la primera parte de la manchega. Después de lo cual los guitarristas tocan un nuevo arpegio, que se prolonga hasta que cada pareja de bailadores ha cambiado de sitio con la que tiene enfrente, lo que hombres y mujeres ejecutan sin tocarse jamás las manos, mediante un paseo lleno de seriedad, que contrasta muy singularmente con la loca alegría que todos desplegaban un momento antes. Cuando todas las parejas están colocadas en su nuevo lugar, los cantos empiezan de nuevo, y con ellos, por espacio de otros nueve compases, los taconeos y las posturas expresivas y apasionadas. Terminada esta segunda parte, las parejas vuelven a su primitivo lugar. La tercera parte de la manchega tiene lugar como la primera, siempre en medio de los cantos y del baile, pero con esta curiosa particularidad además: a la mitad del noveno y último compás del aire, cantos, guitarras y castañuelas callan de pronto, mientras los bailarines, por su parte, se quedan inmóviles, ordinariamente en posturas graciosísimas, en que las ha sorprendido la brusca interrupción de la música. Este silencio, esta inmovilidad general, sucediendo de forma tan imprevista a tanta animación y alegría, producen un efecto cuyo encanto puede fácilmente figurarse. El conjunto de las posturas de cada pareja de bailarines es lo que se llama el bien parado, y cada cual trata particularmente de que, cuando la música calla, la postura en que le coge sea agradable a la vista. Por lo que toca especialmente a las mujeres, mueven los brazos con tal suavidad, sus taconeos son tan rápidos, sus pasos tan graciosos, tan variados, se siguen tan de cerca, toman en fin actitudes tan delicadas, que por poco guapas que sean, viéndolas bailar se olvida toda especie de filosofía.

Dembowski transcribe una manchega en cuatro seguidillas compuestas:

Ayer tarde fui novia, / hoy he enviudado. / De ayer acá he tenido / dos buenos ratos. Permita el cielo / que cada día tenga / dos ratos de estos. / El cantar las manchegas / quiere salero, / y la que no le tenga / vaya al infierno. / ¡Viva La Mancha / y sus canciones / con sal y gracia! / Yo quisiera morir / y oír mis dobles / por ver quien me decía / "Dios te perdone". / Vivan los ojos negros / y el cuerpecito / de mi muchacha. / Si oyeses las campanas / de mis exequias / no permitas me entierren / sin que me veas. / Pues es muy dable / que con tu vista puedas / resucitarme.

Pasan por Santa Cruz de Mudela y La Carolina al día siguiente antes de afrontar Sierra Morena, llamada así según él por el color oscuro de sus montañas . Se entera de las hazañas de un guerrillero carlista que al atacar una diligencia ha dejado la mitad del dinero a sus víctimas. "¿Dónde se encontrarían ladrones más decentes?", comenta. Es interesante su descripción de cómo se acomoda la gente en la galera: el grupo de viajeros se reparte las tareas y el espacio formando "una verdadera familia improvisada, porque la mayor parte de las veces se compone de individuos que se ven por vez primera". Hace la historia del paso de Despeñaperros, que antiguamente discurría únicamente por el pueblo de Baños, "donde los viajeros no se ponían en marcha sino después de haber hecho testamento, dicho el último adiós a sus familias y recibido los auxilios de la religión: entonces Sierra Morena no era más que una guarida de bandidos y de contrabandistas; sus miserables chozas eran las únicas viviendas que en ellas se encontraban". Alaba la creación de pueblos por el ilustrado Olavide y cuenta la historia de su difamación por un fraile alemán llamado Romualdo, que lo denunció a la Inquisición. Comenta que "el último colono alemán ha muerto en 1832 a la edad de noventa y cinco años. Rubias cabelleras y algunas palabras alemanas atestiguan bien su origen extranjero". 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Globalización

Es uno de los pasajes que he escrito en la Wikipedia de los que estoy más orgulloso:

El economista y escritor español José Luis Sampedro, en su libro El mercado y la globalización (2002), define globalización como

Constelación de centros con fuerte poder económico y fines lucrativos, unidos por intereses paralelos, cuyas decisiones dominan los mercados mundiales, especialmente los financieros, usando la más avanzada tecnología y aprovechando la ausencia o debilidad de medidas reguladoras y de controles públicos.4

Esos poderes son tan fuertes que llegan a acuerdos al margen de todo control político directo de los seres humanos que afectan al empleo, la salud y la vida cotidiana de grandes sectores de la Humanidad como CETA, TTIP y TISA, acuerdos que no se han publicado ni conocido ni sancionado por los que sufren sus consecuencias,5 algo jurídicamente muy discutible.6 Contra esto (la falta de perfeccionamiento de los procedimientos democráticos de control del gobierno de los estados nacionales quienes, por ejemplo, son incapaces de concordar o ponerse de acuerdo para evitar el fraude fiscal global, o de otra forma explicado, solo se ponen de acuerdo en no ponerse de acuerdo) y la venta del sistema político al capitalismo en general, ha surgido la llamada globalización del descontento,7 plasmada en movimientos como el 15-M, Occupy movement o los Indignados y organismos independientes de denuncia como Wikileaks, o en protestas más desorganizadas y violentas como los disturbios de Francia de 2005. La globalización afecta a todo el mundo y por tanto exige un derecho global que la controle, lo que revitaliza el derecho natural inherente a la especie humana y debería desacreditar definitivamente en esta esfera el demasiado prestigiado derecho positivo que esgrimen los estados nacionales para no ponerse de acuerdo en medidas beneficiosas para todos. En ese sentido, afirma Hans Küng en el contexto de la confección de una Declaración universal de los deberes del hombre:

La globalización de la economía, de la tecnología y de los medios de comunicación lleva también a la globalización de los problemas, desde los de los mercados financieros y del trabajo hasta a los de la ecología y de la criminalidad organizada. Esta globalización de los problemas demanda, por tanto, también, una globalización ética -del ethos-: no un sistema ético uniforme; pero sí un necesario mínimum de valores éticos comunes, de actitudes fundamentales y criterios, a los que puedan comprometerse todas las religiones, naciones y grupos de intereses. Por tanto, un ethos fundamental común de los hombres. Ningún nuevo orden mundial sin un ethos mundial8

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cita de Galeano

Eduardo Galeano: "Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos". 

domingo, 18 de septiembre de 2016

El periodismo alemán del siglo XX

Luis Meana, "Las estrellas del «Feuilleton» alemán, de Karl Kraus a Thomas Mann, de Zweig a Joseph Roth. Talentos de la cultura en alemán de los siglos XIX y XX protagonizan «La eternidad de un día». Antología con luces y sombras", El País, 6/08/2016

En España, la cultura que ha dominado los cielos como una estrella polar, imponiendo estilo y canon, ha sido, al menos desde la Enciclopedia, la francesa. Frente a ella, la alemana ha sido una cosa esotérica para frikis teóricos. Claro que sobre esa vistosa cultura francesa ya indicó en su día quien la conocía mejor que nadie, Madame de Staël, dónde estaban sus oquedades. Por cierto, de Madame de Staël se ha publicado, hace unos meses, un libro recomendable como lectura de verano: «La literatura y sus relaciones con la sociedad» (Berenice).

Tan atrevida mujer estableció en su magistral «De Alemania» comparaciones relevantes: «El estudio y la meditación han sido llevados [en Alemania] tan lejos que puede ser considerada la patria del pensamiento»; «el espíritu de sociedad ejerce allí muy poco poder, el imperio del buen gusto y el ridículo como arma social no tienen influencia. La mayoría de los escritores y pensadores trabajan en soledad...». O también: «En Francia todos aspiran a merecer la frase de Montesquieu sobre Voltaire, “tiene más que nadie el espíritu que todo el mundo tiene”». Diagnóstico que corroboró unos cien años más tarde el mismo Nietzsche en un escondido aforismo: «Yo me aburro en Francia porque allí todo el mundo es como Voltaire. Voltaire o el antipoeta, el rey de los papanatas, el príncipe de los superficiales, el antiartista, el predicador de los conserjes».

Tres galaxias

Ese universo inmenso de la cultura alemana –o para ser más exactos, de la cultura en alemán– está formado por tres galaxias distintas que, a veces, se cruzan y se solapan en el espacio. La primera, la más alta, y también la más conocida, la forman sus grandes creadores: poetas, escritores, filósofos y compositores. Ahí están Leibniz, Kant, Herder, Fichte, Hegel, Schopenhauer, Marx, Dilthey, Nietzsche, Heidegger, Goethe, Schiller, Hölderlin, Bach, Beethoven, Mozart, Schubert, Kepler, Planck, Einstein, Kafka, Thomas Mann, Rilke, Musil..., por citar a los más afamados. La serie se podría seguir multiplicando hasta lo verdaderamente sobrenatural. Este universo no merece mayor explicación porque todo el mundo lo conoce.

La segunda galaxia, mucho menos conocida pero no menos importante, la forman los llamados «Gelehrte». Palabra difícilmente traducible que señala a los grandes académicos sabios, a los eruditos magistrales, a los más puntillosos especialistas de todos los géneros y saberes. Personas que lo han leído todo, que lo han desentrañado todo, y que interpretan el mundo con minuciosidad y sabiduría enormes.

Esta galaxia es mucho más grande que la anterior, el número y calidad de esos «Gelehrte» es casi tan infinito como el universo, y ese fenómeno no tiene prácticamente semejanza, ni en dimensiones ni en nivel, en ninguna otra cultura. En esta galaxia viven hasta hoy muchos nombres famosos: Baumgarten, Lichtenberg, Weiland, Lessing, los Grimm, los Schlegel, Zeller, W. Jäger, Seeck, C. Schmitt, Kelsen, Kantorowicz, L. von Wiese, Meinecke, Deussen, J. Burckhardt, Weber, Troeltsch, Tönnies, Sombart, Cassirer, Cohen, Vaihinger, Löwith, Ritter, Adorno, Gundolf, Gadamer, Arendt, Lukács, Koselleck, Blumenberg…, por citar nombres muy conocidos. Pero hay muchísimos más, menos conocidos, y todos juntos forman el humus del que sale casi todo.

Queda una tercera galaxia, la de los llamados «Feuilletonistas», es decir, escritores, críticos, satíricos, periodistas o autodidactas que escribieron en los periódicos, en el «Feuilleton», gloria de la prensa alemana que sobrevive, con total vitalidad, aún hoy. El «Feuilleton» no es puramente la sección cultural de un periódico. Es un híbrido de información, críticas, narraciones breves, sarcasmos, poemas y reflexiones. En su origen, la palabra, y la idea, tiene que ver con el nacimiento en los periódicos de una especie de faldón inferior –«bajo la raya»– donde se fueron «recluyendo» los «sobrantes», por no decir los «desperdicios»: los anuncios teatrales, las novedades literarias o distintos productos ofertados. Como dijo Franzos, es el «piso bajo del periódico».

Entre Berlín y Viena

El «Feuilleton», como hijo de la Revolución francesa y del periodismo moderno, es el lugar donde el ciudadano de a pie tiene la oportunidad de encontrar lo «raro», las narraciones novedosas, las críticas aceradas, el mejor humor, los análisis curiosos, o de enterarse de actualidades o emergencias editoriales o sociales. El «père» del «Feuilleton» es, según Balzac, Geoffrey.

Ahora, un libro de Acantilado, «La eternidad de un día», con prólogo, selección y traducción de textos de F. Uzcanga Meinecke, nos ofrece una antología de ese mundo amplísimo del «Feuilleton» alemán y nos acerca a sus grandes figuras: al universo inmenso de escritores, críticos, periodistas y talentos de todo tipo de esa crítica cultural que atraviesa los siglos XIX y XX.

Esa cultura del «Feuilleton» alemán tiene dos grandes centros: Berlín y Viena. Los dos miran, de reojo, a París. Podría añadirse que un polo es masculino, Berlín; el otro femenino, Viena. En ambos nos encontramos con el mismo milagro: la cultura burguesa (preferentemente judía) que habla y escribe en alemán, y que marca probablemente el cénit de la cultura de masas occidental. Nada puede entenderse de Alemania sin entender esa cultura vienesa o berlinesa.

Procede hacer aquí un brevísimo excurso sobre un librito recién publicado: las entrevistas a George Steiner recogidas en «Un largo sábado» (Siruela). Obra conmovedora y maestra que explica lo que fue interiormente ese mundo del judaísmo culto centroeuropeo, arrasado y gaseado por los grandes bárbaros de la modernidad. Ese libro diminuto retrata, como muy pocos, la sabiduría de aquellas familias burguesas alemanas, judías o no judías, que crearon una edad de oro de la que Steiner es el último testigo de gran nivel, y que fue arrasada por un terremoto político casi inimaginable que trajo tragedias, sufrimientos y crueldades indescriptibles.

Son varios los autores del libro de Acantilado que sufrieron ese destino trágico. Otros conocieron las crueldades y desgarros del siglo XIX. Lo que tampoco extraña. El «Feuilleton» llevaba y lleva, en su misma naturaleza, dinamita. Como dijo un conocido especialista, «el ensayo se escribe sobre algo, el “Feuilleton” con motivo de algo». Y ahí está uno de sus riesgos: ser un resorte de las emergencias de la actualidad. Como demuestra la vida misma de su estrella más deslumbrante: Heine. Experiencia que se repetiría decenios más tarde con otra de sus mayores luces: Karl Kraus, crítico acérrimo de Heine.

La inmortalidad del momento

El «Feuilleton» es «sismógrafo» de la época. Expresa la inmortalidad del momento. Así que es el sitio donde chirrían, por rozamiento y calentamiento, lo efímero y lo inmortal, la mundanidad y la abstracción, lo trivial y lo transcendental. Lo recoge muy bien una frase sobre L. Speidel que se puede leer en el libro: «Escribía para el día como si lo hiciera para la eternidad». Por eso es el sitio de los demonios. Y lo fue, queriendo o sin quererlo, casi siempre, situado en medio de las «grandes marejadas» de la Historia alemana del XIX y XX. Cosa que se ve, aunque sólo sea de refilón, en el libro. Que, por supuesto, no llega en sus dramas al nivel verdaderamente trágico de la famosísima antología de K. Pinthus de 1919 sobre los poetas y artistas expresionistas, donde no hay más que vidas deshechas.

Como conflictiva y explosiva es otra naturaleza del «Feuilleton»: la acrobacia, pues es una acrobática del lenguaje. Y, por serlo, es el sitio de la forma y del estilo, y un lugar para el «narcisismo» literario: esbozo, requiebro, silueta, «capriccio». En él, el espíritu se relaciona con el mundo a través del «pointe», la agudeza, la coquetería culta, las antinomias triviales, el escepticismo descreído o la seducción de lo instantáneo.

Como dijo Hofmannsthal, el «Feuilleton» es una «cosmovisión abreviada». Puede decirse lo mismo de forma aún más atrevida: es una tertulia de café por escrito. Es la traslación de la tertulia literaria a las páginas del periódico, es llevar a la rotativa el comentario venenoso, la polémica, el chascarrillo, la anotación erudita, el chiste o el sarcasmo de las tertulias de café. Por decirlo con lenguaje de hoy, la primera «digitalización» de los viejos cafés.

Precisamente por todas esas cosas explotó el historiador Treitschke, quien lo fulminó: el «Feuilleton» es mera forma. Pero la cultura alemana no es forma, es contenido. Y añade: eso es Lutero, el contenido, o, dicho más crudamente, las luchas internas de la conciencia. Y eso nada tiene que ver con los virtuosismos literarios. La virtuosidad de la forma es cosa francesa. El alemán es virtuosismo de contenidos. Por tanto, el «Feuilleton» es, en su esencia, «no-germánico», afrancesamiento innecesario y vacío.

Un rizo en una calva

Por la misma razón explotó también K. Kraus, un acérrimo «antifeuilletonista», que lo encontraba frívolo y creía que mataba la profundidad alemana. Así que lo despachó con una demoledora frase genial: el «Feuilleton» es como «rizar un rizo en una calva». También Musil estaba en contra de todo eso, como asegura en sus «Diarios», donde llega a decir que se avergonzaría de verse incluido un día entre los «Feuilletonistas».

Esa «trivialidad» afrancesada la recopila ahora para el lector español el libro de Acantilado. Es un amplio recorrido por las «estrellas» del «Feuilleton», aunque la selección de nombres genera alguna duda. No están todos los que son, aunque están la mayoría de los que tienen que estar: Börne y Heine, Fontane, Bahr, Hofmannsthal, los Mann, Zweig, Benjamin, Musil («malgré lui»), Benn, Roth, Tucholsky, y, por supuesto, el irreductible K. Kraus. Algunas ausencias resultan, sin embargo, no del todo comprensibles: G. Büchner y H. Broch, por ejemplo. Y alguna más.

La selección de textos genera asimismo dudas. En bastantes casos, otros textos podrían reflejar mejor la importancia y el valor literario de esos mismos autores. Es lo que se hizo en otras antologías alemanas (por citar dos, la antigua de Hans Mayer, o la más moderna de Gotthart Wunberg sobre el fin de siglo). Seguramente, la selección de textos del libro de Acantilado está condicionada por dimensiones, costes u otras razones defendibles. Y puede entenderse. La pena es que quedan fuera textos de mayor maestría, más significativos y representativos de lo que fue el «Feuilleton». Un par de ejemplos: el texto insípido de W. Benjamin cuando hay miles mejores. O el de Kraus, bastante convencional, cuando sobran los pintiparados.

Pero, al margen de todo eso, en el libro pueden encontrarse piezas buenas y hasta extraordinarias: la de Zweig sobre la filosofía del viaje (mucho antes de Enzensberger), con su distinción entre «viajeros» y «viajados», y su queja por la desaparición del dios del viaje que es el azar. O la maravillosa, por crítica, aguda y sarcástica, descripción del Café Central de Viena de A. Polgar, y más todavía, su pieza casi insuperable sobre el folletín vienés, una anticipación de los grandes análisis de Broch sobre la vacuidad y frivolidad vienesas. O el texto de Auburtin sobre el «Feuilleton», donde encontramos la aparición, casi estelar, ya en 1922, de la palabra más maldita de la Historia alemana reciente, crematorio, lo que puede valer como prueba del olfato premonitorio de los «Feuilletonistas». O los hermosos textos del gran J. Roth, la miniatura preciosa titulada «Llegada al hotel», o sus reflexiones sobre esos «escritores del siglo» que tienen la capacidad especial de captar la «atmósfera del presente».

La gran tragedia

También el quejoso «Summa summarum» de G. Benn, con sus sarcasmos sobre el dinero que da la literatura (unos irrisorios 975 marcos de 1926 por 15 años de artículos). O también el texto de Egon E. Kisch titulado «Escríbelo Kisch», una narración realísima y terrible sobre la vida –y la muerte– en las trincheras de la Gran Guerra, una descripción descarnada, hiriente y sangrante de las interioridades reales de las guerras según las iba registrando en su diario.

En definitiva, las palabras nos ponen, una vez más, ante la gran tragedia. Ante la monstruosidad que aniquiló aquella gran cultura burguesa, aquel patrimonio riquísimo de Europa que se perdió para siempre. Sobre el túmulo, dolido, de esa gran cultura podríamos poner la inscripción que A. Kuhn, uno de los autores de la antología, propone para explicar lo que hicieron aquellos chacales: «Ejecutada por caníbales que llevaban a Kant en la mochila».

«La eternidad de un día. Clásicos del periodismo alemán (1823-1934)». VV.AA. Ed. de Fco. Uzcanga Meinecke. Acantilado, 2016. 20 euro

Enzensberger: la guerra civil atomizada es el nuevo orden mundial

Luis Meana, "Enzensberger proclama la guerra civil como nuevo orden mundial. Reacciones escandalizadas al nuevo ensayo del escritor alemán", en El País, Bonn 28 NOV 1993:

En un famoso trabajo sobre la esencia del ensayo escribió Adorno: "La ley más íntima del ensayo es la herejía'. Herejía que debe de estar presente en dosis suficientes en el último ensayo de Enzensberger, Aussichten auf Bürgerkrieg (Perspectivas deguerra civil), a la vista de las reacciones escandalizadas que ha desatado nada más ser publicado en Alemania. La tesis central del ensayo es atrevida: pasada la situación de páx atómica, el mundo ha entrado en una nueva lógica política: el estado hobbesiano de guerra de todos contra todos.

"Nos engañamos si creemos que reina la paz sólo porque podemos ir a comprar el pan sin que un francotirador nos reviente la cabeza". En realidad, "el nuevo orden mundial [se encuentra] bajo el signo de la guerra civil". No tanto por las consabidas guerras civiles exteriores (Yugoslavia o antigua Unión Soviética) como por otras guerras civiles endógenas: la que denomina guerra civil molecular, que acontece, cada día, en nuestras metrópolis, y a la que califica de molecular por no ser todavía generalizada, sino cosa de minorías violentas, capaces de romper, a placer, el orden social. Por decirlo así, "todo vagón de metro es ya una Bosnia en miniature".

Tanto las guerras civiles lejanas como las moleculares son meras variantes de un tipo nuevo de guerra civil, totalmente distinta a las tradicionales (como la española). El rasgo esencial de esas nuevas guerras civiles es el autismo. Por un lado, el autismo de los combatientes. Al contrario que sus predecesores clásicos, el guerrillero o partisano que luchaba por fines nobles, el nuevo combatiente autista se caracteriza por un rasgo totalmente nuevo y paradójico: su total falta de egoísmo, una pérdida tan total y radical del yo que incluso el principio regulador de la propia supervivencia no funciona.

Los indefensos

Estos clones infantiloides de los grandes movimientos asesinos del siglo (fascismo o estalinismo) sienten un desinterés total por la propia vida. "Podría llamarse a esto la reductio ad insanitatem ". Ese autismo suicida incorpora, por lo demás, una nueva masculinidad: frente al contrahéroe antiguo, que se enfrentaba a un oponente poderoso (Estado, capitalismo), este autista está movido por el principio contrario: cuanto más fácil, mejor. Razón por la que preferiblemente se ceban en los más indefensos. Autismo reforzado por la televisión. Ella convierte al autista en modelo y a la matanza en entretenimiento principal de las masas.

Junto a la personalidad autista aparecen autismos distintos: las guerras civiles actuales ni tienen, ni precisan, Iegitimación "Lo que le concede a esta guerra civil del presente una nueva y monstruosa cualidad es el hecho de que se lleva a cabo, literalmente, por nada. Con lo que se convierte en el retrovirus de lo político". Su causa no son motivaciones económicas (paro), ni raciales (negros/ blancos), ni ideológicas. Su única y última ratio es matar por matar.

Fenómeno perceptible tanto en el caso yugoslavo como en las bandas de extrema derecha ciudadanas. Para Enzensberger, el nazismo de esas bandas es mera mascarada: la cruz gamada o el saludo fascista son mero attrezzo; la germanidad, un eslogan con que llenar vacíos. Y otro tanto ocurre con la guerra civil yugoslava: el carácter nacionalista del conflicto es pura decoración de opereta, basura ideológica que se postula para simular convicciones. De lo que de verdad se trata es del ansia atávica de matar. Cosa que, para Enzensberger, diferencia a los nacionalismos actuales de los precedentes. Mientras el nacionalismo decimonónico supuso, a pesar de todo su pathos chovinista, aportaciones constructivas -constituciones, Estado de derecho, voto libre-, "los actuales sólo están interesados en la fuerza de la destrucción inherente a las diferencias étnicas". El derecho de autodeterminación al que se refieren es el derecho a determinar a quién le está o no permitido sobrevivir en un territorio.

En la forma que tenemos de enfrentarnos a todas esas miserias cada vez más grandes detecta Enzensberger una aporía paralizante: trabajamos con un universalismo moral ilimitado y con unos medios de acción totalmente limitados. Contradicción que sólo deja dos salidas: o el cinismo o el fenómeno farmacológico de la reacción paradójica: nuestro universalismo moral conduce a que personas y sistemas políticos se desentiendan de las miserias cada vez más grandes que nos rodean.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de noviembre de 1993

El procedimiento Reid y las técnicas inquisitoriales para inducir la mentira en un interrogatorio.

Para forzar la mentira existen numerosas técnicas. He aquí algunas en I y II

I

La técnica Reid, ¿la verdad importa?

Nueve pasos son todos los que se necesitan para recopilar la información necesaria de un sospechoso que oculta información. Los definió la técnica Reid, un método para aplicarse en interrogatorios desarrollado a lo largo de 50 años por la compañía norteamericana John E. Reid & Associates. Los pasos que ha de seguir el entrevistador son:

1. Confrontación: Se empieza por asegurarle al sospechoso que se cuentan con las evidencias suficientes para demostrar que es culpable. En realidad, no tiene por qué ser así, aunque el entrevistador no puede demostrar lo contrario en ningún momento.

2. Desarrollo del tema: Se buscan motivos que pudieran justificar el delito para minimizar la responsabilidad del culpable. Se puede implicar a un tercero o mostrar complicidad asegurando que hay situaciones en las que es normal que se llegue a perder los nervios.

3. Interrupción de negaciones: El entrevistador se encarga de evitar que el acusado niegue su culpabilidad, mermando así sus defensas. La repetición del mecanismo puede hacer que disminuya el énfasis en la declaración de inocencia.

4. Superación de objeciones: El acusado comenzará a justificarse divagando en los motivos por los que no cometió el delito. Puede utilizarse esa explicación excesiva para justificar su culpabilidad.

5. Acaparamiento de la atención del sujeto: Se ofrece al acusado apoyo y comprensión, a modo de establecimiento de un vínculo emocional. Una actitud de escucha, acompañada de palabras con las que se invita al acusado a sacar cualquier cosa que tenga dentro, por muy negativa que pueda ser.

6. Potencial quiebre del sujeto: Tras haber perdido las defensas que mantenían al entrevistado en la negación, es normal que se desmorone y caiga en el llanto. El entrevistador puede hacer una lectura de arrepentimiento de esa actitud y aprovecharla para obtener conclusiones.

7. Pregunta alternativa: Se enfrenta al acusado a una pregunta con dos alternativas, del tipo: “¿Lo planeaste o te acorraló un impulso?”. Con cualquiera de las dos respuestas, el entrevistado asume su culpabilidad, aunque una de ellas la aminora.

8. Desarrollo de la confesión verbal: Con la defensa derribada, ha llegado el momento de dejar hablar al acusado y añadir las ideas necesarias para que exteriorice todo lo ocurrido.

9. Declaración escrita de la confesión: Se utiliza el registro de todo lo relatado a lo largo de la sesión para escribir la declaración.

El método Reid, que se utiliza en todo el mundo, cuenta con una demostrada eficacia y son muchas las confesiones previas al interrogatorio obtenidas con su utilización, como en el caso de Dessey. Aunque hay países, sobre todo europeos, que la rechazan por la directibilidad que guía el interrogatorio, que puede reducir la validez de la confesión. Los que la critican consideran que su objetivo no es encontrar la verdad, sino desequilibrar los mecanismos de respuesta racional del investigado hasta llegar a la contestación que se necesita para condenarle. Las horas de encierro quizás pueden llevar hasta un punto en el que la confesión de la acusación se convierta en algo más sencillo que su negación.

II

Javier Bilbao, "Las astutas (y perversas) tretas de los inquisidores para lograr confesión", en JotDown

Imagínese que está viviendo en torno a los siglos XIII a XVIII, año más año menos, se encuentra en su casa disfrutando de todas las comodidades que podría ofrecer una casa por aquella época, y entonces llegan unos agentes del Santo Oficio y lo acompañan de malas maneras ante un tribunal. Allí se le informa de que alguien le ha acusado de un delito de herejía, castigado con penitencia, cárcel o muerte. A continuación el inquisidor le menciona uno o dos nombres y le pregunta que si los conoce. Si responde que no, entonces de acuerdo a las leyes de tan peculiar tribunal usted ya no tendrá derecho a recusarlos alegando enemistad, pues no puede uno llevarse mal con quien no conoce. El testimonio de ellos será entonces considerado válido y ya lo sentimos, ahí acaba todo, posiblemente también su vida.

Pero supongamos que hubiera dicho que sí. En tal caso el inquisidor le habría preguntado a continuación «si sabe que haya dicho el tal algo contra la fe». Si responde que no, entonces estaría liberando de sospecha a su acusador, lo cual sería francamente malo para sus intereses, de forma que en un rapto de lucidez opta por decir que sí. 

En ese momento viene la tercera pregunta: ¿Es amigo o enemigo suyo? Ahí a pesar del creciente nerviosismo tal vez intuyó que si decía que era enemigo entonces su acusación de que dijo «algo contra la fe» perdería credibilidad, así que afirma que no hay enemistad con él. Craso error. En tal caso ya no podrá recusar su testimonio. Así que recapitulemos: hay que responder afirmativamente a las dos primeras preguntas y «enemigo» en la tercera. Bien, de momento se ha librado, el problema es que el proceso contra usted solo acaba de empezar…

Un proceso que convertía a Kafka en realismo social y que tuvo una sofisticada metodología, unas motivaciones que le permitieron pervivir durante siglos y unos autores intelectuales. En torno al año 1376 el inquisidor general de Aragón Nicolao Eymerico redactó un libro que alcanzaría una notable influencia, el Directorium Inquisitorum, también conocido posteriormente como Manual de inquisidores, para uso de las inquisiciones de España y Portugal. Además de servir de inspiración para Malleus Maleficarum o Martillo de brujas, del que ya hablamos en su momento, su principal aportación fue convertirse en eso mismo que señalaba su título, siendo reimpreso en varias ocasiones a lo largo de los siglos. Un compendio que debía aleccionar a todos los inquisidores, mostrándoles no solo las normas legales a seguir sino también una serie de estratagemas, técnicas de manipulación y sofismas con los que consolidar su posición ante cualquier posible crítica y alcanzar la máxima eficiencia en salvar las almas —a costa de sus cuerpos, eso sí— del mayor número posible de sospechosos. Dado que los bienes de los condenados por herejía eran requisados y pasaban a cubrir las necesidades y el sustento de los inquisidores, no era de extrañar que mostrasen tanto celo en su labor. ¿Y si con ello terminaban condenando a algún inocente? Eymerico se apresura a despejar cualquier asomo de mala conciencia en sus lectores:

El que se acusa, faltando a la verdad, comete a lo menos culpa venial contra la caridad que a sí propio se debe, y miente, confesando un delito que no ha hecho. Mentira que es más grave, siendo dicha a un juez que pregunta como tal, y así es pecado mortal.

Curioso razonamiento sofístico: si algún inocente fuese condenado tras confesar delitos no cometidos debido a las artimañas y el tormento de sus inquisidores, sería igualmente merecedor de la condena por haber mentido. Además, añade el autor, «si sufre con paciencia el suplicio y la muerte, alcanzará la corona inmarcesible del martyrio». Hasta le hacen un favor y todo. Así que los jueces podrán ir a calzón quitado contra todo el que se les pongan por delante, pero no era desde luego el único sofisma que empleaban para blindar su posición. Como recordarán algunos lectores, en El nombre de la rosa el inquisidor Bernardo Gui (que realmente existió y escribió otro manual de inquisidores) comenzaba su exposición señalando que uno de los indicios de estar actuando al servicio del demonio era negar que se estuviera actuando al servicio del demonio, con lo que no dejaba muchas salidas a cualquiera a quien quisiera señalar… Pero siguiendo con Eymerico, nos advertía también de que una vez dictada la condena era peligroso mostrar cualquier tipo de clemencia:

Como lo acredita el caso siguiente, que presencié yo propio en Barcelona. Un clérigo condenado junto con otros dos hereges pertinaces, estando ya metido en las llamas, clamó que le sacasen, que se quería convertir, y en efecto le sacaron, quemado ya por un lado. No diré si hicieron bien o mal; lo que sé es que de allí a catorce años se supo que seguía predicando heregías, y que había pervertido mucha gente, y preso fue entregado al brazo seglar, y quemado.

La ejecución además debía ser pública, asegurándose de lograr el mayor número de asistentes, aunque se procuraba cortar antes la lengua del desdichado para que no escandalizase con sus juramentos:

Me tomaré con todo la libertad de decir que me parece muy acertado celebrar esta solemnidad los días festivos, siendo provechosísimo que presencie mucha gente el suplicio y los tormentos de los reos, para que el miedo los retrayga del delito. (…) Este espectáculo penetra de terror a los asistentes, presentándoles la tremenda imagen del Juicio Final, y dejando en los pechos un afecto saludable, el cual produce portentosos efectos.

Tipos de cargos y procedimiento.

Así que como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, una vez decidido que determinado número de personas ha de ser castigada ya solo falta decidir por qué motivo. La invocación del demonio, la hechicería, la adivinación, la sodomía, la bigamia y el bestialismo eran buenas razones, aunque también podían ser causa de condena otras más aparentemente laxas como la blasfemia. En la que podía incurrirse por ejemplo expresando en voz alta el dicho «tan malo está el tiempo, que Dios mismo no puede ponerlo bueno». Hacer chistes sobre Dios, la fe y los santos tampoco era recomendable y luego estaba la grave cuestión de lo que se decía durante las borracheras: ahí nuestro autor distingue entre los «enteramente borrachos» y los que «no estén más que alegres», que ya no tendrían perdón. Así mismo consideraba condenable utilizar los textos de las Sagradas Escrituras en «galanteos para requebrar a una muger», un método de ligar del que hasta ahora no habíamos tenido noticia y que habrá que probar. Pero si achicharrar a alguien entre las llamas por lo anterior ya es un tanto cuestionable hay otro apartado que, francamente, no nos parece nada bien. Según afirmaba ufano «se conocen con mucha facilidad los que invocan al demonio por su mirar horroroso, y su facha espantable, que proviene de su continuo trato con el diablo». Es decir, lisa y llanamente, era capaz de enviarte a la hoguera por feo.

Una vez cometida la herejía, el Santo Oficio podía tener conocimiento de ella mediante tres vías: por acusación, por delación y por pesquisa. El primer caso es el que mencionábamos al comienzo, que se distingue porque el acusado puede conocer los nombres de sus acusadores. Pero esto podía dar lugar a represalias, así que la institución ofrecía la oportunidad de delatar a alguien desde el anonimato. Curiosamente en tal caso, explica Nicolao, «cuando la delación hecha no lleva viso ninguno de ser verdadera no por eso ha de cancelar el inquisidor el proceso». Respecto a las pesquisas, consistían en patrullas por todas las casas, aposentos y sótanos, para cerciorarse de que no hay en ellos herejes escondidos.

Los sospechosos de herejía eran según el caso citados ante el tribunal o capturados y llevados por la fuerza. En el caso por ejemplo de que el acusado huyera a otra población, el tribunal debía enviar un modelo de formulario a sus autoridades ordenando su captura, que detalla nuestro autor y que difiere bastante del tono burocrático y anodino de la prosa administrativa contemporánea. Era el siguiente:

Nos, inquisidores de la fe, a vos …, natural de tal país, tal obispado. Siempre ha sido nuestro más vivo deseo que ni el javalí del monte, esto es el herege, devorase, ni los abrojos de la heregía sofocasen, ni el ponzoñoso aliento de la sierpe enemiga envenenase la viña del Dios de Sabaoht (…) Este mal hombre cometiendo más y más delitos, arrastrado de su demencia, y engañado del diablo, que engañó al primer hombre, temeroso de los saludables remedios con que queríamos curar sus heridas, negándose a sufrir las penas temporales para rescatarse de la muerte eterna, se ha burlado de Nos, y de la Santa Madre Iglesia, escapándose de la cárcel. Pero Nos, deseando con más ardor que primero sanarle de las llagas que le ha hecho el enemigo, y anhelando con entrañable amor traerle a dicha cárcel, para ver si anda por el camino de las tinieblas o el de la luz, os ordenamos y exhortamos que le prendáis, y nos le enviéis con suficiente escolta.

Una vez ante el tribunal se le hacían las preguntas citadas y se usaban contra los testimonios con los que se contase. Los testimonios de otros herejes eran válidos pero solo si incriminaban a alguien, no si lo exculpaban. Asimismo si algún testigo inicialmente había considerado inocente a alguien pero tras el debido tormento lo acusaba, solo se tenía en cuenta esa segunda deposición. ¿Cuál era entonces la reacción de los inculpados? Nicolao nos advierte contra las fingidas lágrimas fruto de su astucia, no de su inocencia. Por ello enumera diez prácticas de los acusados contra las que todo inquisidor debe estar prevenido:

– Usar el equívoco.
– La restricción mental.
– Retorcer la pregunta.
– Responder maravillados.
– Usar tergiversaciones.
– Eludir la contestación.
– Hacer su propia apología.
– Fingir vahídos.
– Fingirse locos.
– Afectar modestia.

Pero el juez tiene a su vez otras armas de la inteligencia con las que neutralizarlas que el maestro Eymerico nos proporciona en su manual. 

La primera es «apremiar con repetidas preguntas a que respondan sin ambages y categóricamente a las cuestiones que se le hicieren». 

La segunda es hablar con blandura, dando ya por cierta la acusación, haciendo ver al reo que ya lo sabe todo y que en realidad es una víctima engañada por otro, de manera que cuanto antes confiese antes podrá volverse a casa. 

Una estratagema que puede complementarse con la tercera, que consiste en hojear cualquier papel de interrogatorios anteriores mientras se afirma categóricamente «está claro que no declaráis verdad, no disimuléis más», haciéndole creer así que en ellos hay pruebas contra él. 

La cuarta es decirle al sospechoso que se tiene que hacer un viaje muy largo, por ello es mejor que confiese ahora, ya que si no tendrá que permanecer todo ese tiempo retenido en la cárcel hasta la vuelta del juez, y será peor. 

La quinta será multiplicar las preguntas hasta encontrar alguna contradicción. 

La sexta es ganarse la confianza del acusado ofreciéndole comida y bebida, visitas de familiares y amigos a su calabozo y prometiéndole reducir la pena si confiesa. En este punto considera lícito mentir y hacer promesas ilusorias. 

La séptima consiste en compincharse con alguien de confianza del reo para que le sonsaque la verdad con complicidad, incluso haciéndole creer que es de la misma secta. En este caso debe haber un escribano escondido tras la puerta que tome nota de la confesión del sospechoso, de producirse. 

Si todo lo anterior no funcionase, entonces se recurrirá a la cuestión del tormento. Para ello propone usar el instrumento de tortura llamado potro. De él había dos variantes, en una se ataban brazos y piernas tirando en direcciones contrarias hasta lograr el dislocamiento de los miembros, y en la otra atar el cuerpo y las extremidades tensando cada vez más la cuerda hasta que atravesase la piel y provocara desgarros en la carne. Aunque se muestra partidario de estas prácticas, Nicolao advierte de que deben usarse con cautela para no provocar la muerte del acusado. Al fin y al cabo ya está para eso la hoguera.

La confesión de culpabilidad acababa produciéndose tarde o temprano, en un punto u otro. No había escapatoria. 

Si una vez dictada la sentencia el culpable apelaba contra ella, nuestro severo inquisidor de Aragón nos regala otro razonamiento circular al respecto: la apelación se estableció en beneficio de la inocencia y no para ser apoyo del delito, un condenado no es inocente pues por algo ha sido condenado, y por lo tanto alguien que no es inocente no puede tener la oportunidad de apelar. Tal argumentación a él le convencía, así que punto final. Y si la lógica y la razón nos impiden darlo por cierto… ¿No serán entonces la lógica y la razón instrumentos del demonio?

sábado, 17 de septiembre de 2016

Los cuatro tipos de personalidad a que responde el 90% de la gente

"Los cuatro tipos básicos de personalidad en los que se divide el 90% de la población", Abc, 17/09/2016:

El más común es el de envidioso, que alcanza hasta a un 30% de la población, frente al 20% de cada uno de los otros tres tipos.

Investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid, en colaboración con la Universidad de Barcelona, la Rovira i Virgili de Tarragona y la de Zaragoza ha publicado un estudio que divide el comportamiento del 90% de la población en "cuatro tipos básicos de personalidad: optimista, pesimista, confiado y envidioso".

Según ha explicado la UC3M en un comunicado, de los cuatro patrones, el más común es el de envidioso, que alcanza hasta a un 30% de la población, frente al 20% de cada uno de los otros tres tipos, como se ha determinado al analizar el comportamiento de 541 voluntarios.

Enmarcado dentro de la rama matemática de la Teoría de los juegos, con aplicaciones en sociología o economía, el trabajo planteó a estos participantes "un centenar de dilemas sociales, con opciones de colaborar o de entrar en conflicto con los demás, en función de intereses individuales o colectivos".

El catedrático del Grupo Interdisciplinar de Sistemas Complejos (GISC) en el departamento de Matemáticas, Anxo Sánchez, ha explicado que a los voluntarios se les hacía "jugar por pares que cambiaban cada ronda" a juegos que también se modificaban, en los que "podía ser mejor cooperar con el otro, hacer lo contrario o traicionarlo".

El coordinador del Grupo de Redes y Sistemas Complejos del Instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos de la Universidad de Zaragoza, Yamir Moreno, ha indicado que las conclusiones del estudio "deberán tenerse en cuenta a la hora de rediseñar políticas económicas, sociales y de cooperación". Según Moreno, los resultados del estudio "van en contra de ciertas teorías como la que apunta que los humanos actúan de manera puramente racional".

Una vez recogidos los resultados de los juegos, un sistema informático dividía los comportamientos hasta agrupar a las personas en los cuatro patrones, entre los que los envidiosos destacan por no que no les importa qué ganancia obtienen, sino que sea superior a la de los demás.

Los optimistas, por su parte, "deciden pensando que el otro va a escoger lo mejor para ambos" y, los pesimistas lo hacen eligiendo " la opción menos mala porque creen que el otro le fastidiará". Por último, los confiados "cooperan siempre y les da igual ganar que perder".

El optimista cazaría ciervos

Anxo Sánchez ha ejemplificado esta clasificación con una pareja de cazadores que en conjunto pueden cazar ciervos y, de forma individual, conejos. "El envidioso elegiría cazar conejos, porque como mínimo estará igual al otro o mejor; el optimista escogería cazar ciervos porque es lo mejor para los dos; el pesimista, conejos porque así se asegura que tiene algo; y el confiado coopera y cazaría ciervos sin pensárselo dos veces", ha explicado el investigador.

El 10% restante queda, según la UC3M en un grupo "indefinido" al que el algoritmo informático no pudo clasificarlos claramente e incluye a personas "que no responden, de manera determinante, a ninguno de estos patrones".

"Lo curioso es que la clasificación la hizo un algoritmo que podría haber obtenido un amplio número de grupos y ha arrojado una clasificación óptima en cuatro tipos de caracteres", ha reflexionado por su parte Yamir Moreno.

El manchego escarmentado

El Manchego escarmentado (grabado de 1808):

Dice el Papa: yo soy cabeza de todos.
Dice el rey: yo obedezco al Papa.
Dice el caballero: yo sirvo á estos dos.
Dice el mercader: yo engaño á estos tres.
Dice el letrado: yo revuelbo á estos cuatro.
Dice el labrador: yo sustento á estos cinco.
Dice el médico: yo mato á estos seis.
Dice el confesor: yo absuelvo á estos siete.
Dice Cristo: yo sufro á estos ocho.
Dice la Muerte: yo me llevo á todos estos.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Cuando aún había ballenas

Nietos míos (dejadme que os llame así mejor que trastaranietos o bichoznos), yo viví en unos tiempos en que aún había ballenas. Ahora no os las podéis imaginar, pero eran los animales más grandes del mundo y vivían en el mar sin hacer daño a nadie. Era hermoso ver los altísimos surtidores que levantaban sus suspiros en el aire; pero las cazaron para hacer perfumes y desaparecieron. Y también había en la tierra grandes elefantes y jirafas. Los elefantes usaban nariz como una mano y eran muy inteligentes, aunque sus vistosos colmillos y los matarifes adinerados del mundo, ansiosos de adornar sus paredes, los abocaron a la extinción. Decían que las corporaciones podían crear ballenas y elefantes virtuales en todo semejantes que originaban menos gastos, por lo que podían extingirse sin perjuicio. Esto ocurría cuando el mundo no era económico.

Entonces la humanidad no había tenido que abandonar los trópicos cuando se alcanzaron allí temperaturas de cincuenta y cinco grados; ni siquiera se había derretido la Antártida convirtiéndose en el negocio que es hoy, ni habían desaparecido Holanda y Florida y la Amazonia no era ya un arenal desierto. Tampoco se habían superpoblado Siberia y Canadá. La gente era libre y no dependía del subsidio de las Grandes Corporaciones. No había necesidad de ahorrar para costearse la seguridad social o alcanzar la longevidad suprema, como hacen los ricos, pues en esa época el setenta por ciento de la población aún no se mantenía con el salario mínimo básico o reciclando la basura del excesivo siglo XX, como ahora, cuando se ha reducido a la mayoría de la gente a formato digital. Incluso se podía protestar porque los estados no habían sido adquiridos por los tratados corporativos y el voto servía de algo; no había censura y la gente daba su opinión sobre todo lo que se quisiera en los papeles antes de que dejaran de usarse; todo el mundo podía llevar armas, no solo los que protegen al propietariado, y viajar en máquinas que quemaban (no es broma) una especie de sucedáneo energético, aceite de piedra, creo que lo llamaban, que entonces había. Turismo, lo llamaban. Ahora que no podemos movernos sin interruptor-permiso, vosotros, nietos míos, que solo habéis visto una vez las afueras de la ciudad, cuando os dieron licencia y clave para acceder a la imagen en pantalla, tal vez algún día las podáis contemplar en persona o incluso bañaros con agua salada de verdad, si os dan permiso para abandonar la inmersión virtual que os tiene confinados en estos treinta metros cuadrados y podéis alquilar un cuerpo subclavicular durante el tiempo necesario.

Sé que ahora no podéis entenderlo, porque cuando nacisteis os implantaron el móvil directamente en el cráneo así como tres tomas de audiovídeo y datos actualizados para las ilusiones del soporte vital que antiguamente llamábamos Mundo, pero cuando yo vivía la vida se gozaba directamente, a través de los cinco sentidos, y no eléctricamente a través de fibra de vidrio y conocer la Historia tenía sentido. Cuando se recicló el papel de todos los libros y se guardó el conocimiento en el Museum global, ya fue imposible que cada uno se buscara por sí mismo modelos para ser persona y solo quedaron los modelos de referencia implantados por las corporaciones nacionales, pero era hermoso sentir el viento y el sol en la cara y no impostaciones repetibles y diseños aleatorios, como ahora. La libertad no era entonces un sueño...

(Carta sin firma encontrada junto a la cisterna de descongelamiento 32957. El individuo de la misma no ha aparecido; se cree que se arrojó o cayó sin darse cuenta por una de las tolvas de la planta de desechos)

Formas de resolver problemas comunes con procedimientos de matemático

J. López García, "Diez formas de pensar y resolver un problema matemático", en ABC 19/06/2013:

«Las matemáticas son difíciles, pero si piensas matemáticamente todo se simplifica», así se explica en el libro 'Cómo pensar como un matemático' del profesor Kevin Houston

1.Cuestiónatelo todo

Una de las cosas más bellas de las matemáticas es que todo puede ser probado. No tienes que creerte todo lo que te digan. Si alguien dice que algo es verdad, tú puedes pedirle que lo demuestre. O mejor, si realmente quieres pensar como un matemático intenta probarlo tú mismo. Tu reacción siempre debe ser dudar e intentar encontrar un contraejemplo. Aunque al final el resultado sea cierto, el esfuerzo mental te ayudará a cuestionar otras afirmaciones en el futuro.

2. Escribe con palabras tu problema

¿Cómo puede ser que ponerme a escribir puede ayudarme a ser un buen matemático? —te estarás preguntando. Las frases son los ladrillos con los que construimos nuestros argumentos. Las matemáticas manejan argumentos para elaborar las demostraciones y probar las conjeturas. ¡No se trata de que te pongas a hacer cuentas como un loco! Muchos estudiantes no creen que esto sea necesario; suelen decir: «No me he matriculado en Matemáticas para escribir ensayos», o «¡pero si ya casi tengo la solución!». Si deseas comprender las matemáticas a fondo y pensar con claridad, escribir te obligará a cuidar tus argumentos. Si no eres capaz de describirlos, quizás sea por que no has comprendido el fondo del problema.

3. ¿...Y si fuera al revés?

Los teoremas matemáticos se basan en la lógica. Son silogismos que aseguran que si A es verdad, entonces B también es verdad. Pero si damos la vuelta al argumento, estaríamos afirmando que si B es cierto, entonces A también sería cierto. Por ejemplo, si digo: «si soy español, entonces soy europeo», su inverso sería: «si soy europeo, entonces soy español». Un buen matemático, cuando está seguro de que A «es necesario» para B, siempre se preguntará si lo contrario también es cierto. En ocasiones será cierto y en otras no, como sucede en nuestro ejemplo anterior. De serlo, se dirá que B «es suficiente» para A.

4. Utiliza la reducción al absurdo

René Descartes, precursor del uso de la lógica en las matemáticas y la filosofía
Lo contrario de la afirmación anterior de «si A es verdad, entonces B es verdad», implica que «si B es falso, entonces A es falso». Bueno, pues ¡podemos estar seguros de la veracidad de esta última afirmación! Si le damos la vuelta otra vez, nos encontramos la primera afirmación y viceversa. En nuestro ejemplo, podríamos demostrar nuestra afirmación «si soy español, entonces soy europeo», por reducción al absurdo, comprobando que es cierta su contraria: «si no soy europeo, entonces no soy español». Una prueba habitual en los tests psicológicos, conocida como tarea de selección de Wason, se basa en este recurso y por cierto, los resultados entre los encuestados son bastantes pobres, ¡menos del 10% consiguen hacerlo bien!Mira aquí si tú podrías hacer el test correctamente.

5. Lleva los ejemplos al extremo

Una buena estrategia es pensar: ¿Qué sucedería si utilizo el número 0 ó el 1?, ¿Cómo se comportaría una recta o una circunferencia? ¿Y si uso un elemento trivial que siempre sea nulo? ¿Y si tomo el conjunto vacío? ¿O la secuencia 1, 1, 1, ...? Estos ejemplos te ayudarán a comprender mejor el problema.

6. Crea tu propio mundo

Un matemático crea sus propios ejemplos, algunos serán normales, otros extremos y otros serán contraejemplos. Cuando conozcas el procedimiento de resolver un tipo de problemas, intenta ir más allá y busca problemas similares que no puedan resolverse con ese método y sea necesario mejorarlo.

7 Y si supongo que...

Comprender la demostración de un teorema puede llegar a ser difícil. No suelen explicarse los pormenores que justifican todos los pasos seguidos por el autor para llegar a las conclusiones o cómo fue descubierta la clave para alcanzar la solución. Es una de las cosas más difíciles a las que se enfrentan los matemáticos. Todos los teoremas dan por ciertas unas hipótesis iniciales. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras da por supuesto un ángulo de noventa grados dentro del triángulo. Estas presuposiciones serán usadas antes o después en el transcurso de la demostración (de lo contrario serían innecesarias). Por tanto, tienes que estar atento al momento en que se hace uso de ellas en el transcurso del desarrollo. Conociendo su estructura, no necesitarás memorizar sus conclusiones.

8. Empieza por lo más complicado

Para probar que una igualdad es cierta, es mejor comenzar por el lado más complicado de los dos, intentar simplificarlo y reducirlo hasta llegar a la expresión del otro lado de la igualdad. Intentar partir de la ecuación completa, pasando de uno a otro miembro parte de los términos, sin darte cuenta podría llevarte a repetir en círculos los mismos pasos sin llegar a resolverla.

9. ¿Qué pasaría si...?

A los buenos matemáticos les gusta preguntarse: «¿Qué pasaría si, por ejemplo, prescindo de esta hipótesis?» Haciendo este experimento, podrás entender por qué un resultado es cierto o por qué se define de esa manera un elemento de la demostración. ¡Han aparecido nuevos y más elegantes teoremas a partir de condiciones iniciales más débiles que en el original! La idea es hacerse siempre nuevas preguntas.

10. ¡Explícate!

Cuando Sir C. Zeeman fundó el Instituto de Matemáticas de la Universidad de Warwick, una de sus ideas para crear una atmósfera matemática en el centro fue la instalación de pizarras en los pasillos —y no sólo dentro de las aulas—, para que unos y otros pudieran explicar el trabajo que estaban realizando, favorecer la colaboración y contrastar los resultados. En el Instituto de Ciencias Matemáticas «Isaac Newton» de Cambridge, hay pizarras en los baños y en el ascensor, ¡qué sólo recorre dos plantas! Explicar a otros tus ideas contribuye a aclararlas y puedes aprender mucho con las sugerencias que ellos puedan aportarte o encontrar errores que de otro modo no verías. Busca a alguien con quien puedas hablar de tus problemas... matemáticos.

Si se aplica la lógica a los dogmas religiosos, tienen un defecto mayor a lo equivalente en los matemáticos, los axiomas; los primeros son incuestionables, pero con los segundos siempre existe la posibilidad de que alguien pruebe lo contrario. Además hay axiomas no probados cuyas consecuencias sí pueden probarse y demostrarse. Pero todo lo construido en base a Dios no puede ser probado, ni el Cielo, ni el Infierno, ni el Pecado, ni la existencia de un alma, a no ser que tomemos en serio una serie de fenomenos todavía sin explicación racional, los llamados milagros o fenómenos paranormales. Así que, si se cuantifica y no se rebate, eso no significa que la matemática no pueda ser rebatida en algún punto: con esto la matemática cambiaría, pero no desaparecería. Por el contrario, como supone Kant, la idea de Dios no puede ser rebatida en parte ni en todo, ni en el presente ni en el futuro, ya que si se refuta o se demuestra, la religión desaparece, no puede comprobarse. De forma que, si se trata de elegir en qué creer (dogmas o axiomas), serían preferibles los axiomas. Al menos se puede comprobar lo que uno construye con ellos, o, acaso, si lanzas una moneda común un millón de veces, lo más probable es que se tiendan a igualar la cantidad de resultados obtenidos (cara o cruz) y bajo mi ciencia asumo la posibilidad de algún resultado posible en el universo de resultados. Por el contrario no existe un experimento que se funde en la existencia de Dios; es incorrecto y dañino para los hombres que las religiones generen y promuevan ideas absolutas e incuestionables tanto como lo es la existencia de una sola verdad. En cambio la ciencia se construye en base al método. La realidad es mayor a nuestras explicaciones, pero esto no implica que las respuestas a lo que desconocemos todavía y sea inexplicado sea Dios; aunque, de hecho, a lo largo de la historia la idea de Dios y las religiones haya significado algunas veces subdesarrollo, destrozo de conocimiento, limitación del cuestionamiento y por ende limitación de crear conocimiento porque el conocimiento nace de la duda, Dios ofrece respuestas que son su misma pregunta, tautologías, y no puede probarse la existencia del alma, del cielo o de algo que implique que Dios existe... por eso esta teoría es la única que se cree antes de mostrar siquiera que tiene algún fundamento en al realidad, sino más bien es la expresión del miedo a la finitud del hombre, sin olvidar que la moral solo es personal, ya que, cuando la moral nace de la religión, nace de entender lo que es beneficioso para vivir en sociedad, simplemente. Y, si la  más grande creación de Dios el hombre, y por consecuencia Vos no puede, según tú, ser probada luego entonces por qué crees que existes? Asumes existencia si la defines de alguna manera, en especial podemos encasillar la realidad percibida como prueba de la existencia.

Rajoy también tiene un problema matemático. La solución es muy sencilla, pero todavía no ha dado con ella. Dice así: "¿Cómo es posible que habiendo subido los impuestos la recaudación haya disminuido?"

Si quiere la solución que se lo curre, que para eso cobra (y no poco).



B. Russel: "No creo que Dios haya elegido a los Judíos pues no los hubiera hecho tan feos... " Godel con sus dos teoremas de incompletitud  terminó por aniquilar a la ciencia como herramineta competente en Cosmología como la usan actualmente los ignorantes. Si la ciencia (hoy en dia basada fuertemente en la matematica y sobre todo en la probabilidad... a costa de la lógica es parte de la realidad, nunca podrá explicar esa realidad misma... (corolario de uno de los teoremas de Gödel: “¡Un sistema de n dimensiones solo puede ser completamente representado por uno de n + 1 dimensiones, lo que es totalmente lógico!). Para explicar la ciencia se necesitaria una metaciencia, de por lo menos una dimensión mayor. Y algunos llaman a esa metaciencia religión o ética. Schopenhauer: “Si Dios puede pensar, también debe poder digerir, ya que el pensamiento es la funcion de un órgano llamado cerebro, como la digestión lo es del estómago”. El pensar no puede explicar la realidad porque pensar pertenece a la propia realidad; es parte de ella. Pensar es una funcion del cuerpo y la ciencia su producto. Por eso existen misterios, que por esta misma verdad son misterios. La epistemologia o la gnoseologia es el conocimiento. La metalógica o la metaciencia es la descripción de cómo se realiza ese conocimiento. Cuando se describe cómo se realiza ese conocimiento para que sea fácil de entender, es cuando se habla de metalógica o de metaciencia.... Las lógicas del conocimiento y de la creencia son distintas y los mundos posibles también (Hintikka y Kripke). El pensar no asegura ni la realidad ni el conocimiento, pero el ser humano es un ser de realidades (Zubiri). Tomemos, por ejemplo, el axioma del paralelismo, las longitudes del mundo son paralelas en el ecuador pero se cortan en los polos; las paralelas no se cortan en el plano; pero ¿qué es un plano si no sabemos qué es una recta. Pensamos que una recta es la distancia más corta entre dos puntos, pero, ¿existe? Parece que no; en la tierra es prácticamente imposible, en el espacio, donde no hay obstáculos ni gravedad), también. Pero sí se puede ir de la Tierra a la Luna dando círculos (órbitas), ya que la recta es imposible.

Excelencia de la lengua castellana

"Excelencia de la lengua castellana", en Ballot, Gramática de la lengua castellana dirigida a las escuelas Barcelona: Piferrer, 1825.

Empezó a pulirla el santo rey don Fernando, la cultivó mucho don Alfonso el Sabio, se mejoró en tiempo de los Reyes Católicos, adquirió nuevos grados de perfección a últimos del reinado de Carlos I, y en todo el de Felipe II tuvo, por decirlo así, su Siglo de Oro. Carlos V solía decir que la lengua italiana era propia para hablar con las mujeres, la alemana con los caballos, la francesa con los hombres y la castellana con Dios. Por lo mismo dice don Juan de Iriarte:

Silbido es la lengua inglesa,
es suspiro la italiana,
canto armonioso la hispana,
conversación la francesa
y rebuzno la alemana.

Algunos han desfigurado lastimosamente la lengua castellana, hablando francés en castellano, o castellano a la francesa. Así es menester desterrar muchas palabras intrusas, y obligarlas a pasar otra vez los Pirineos. Piensan algunos, que no puede haber libro bueno si no viene de la otra parte de las montes, como si la ciencia y el ingenio estuviesen solamente vinculados con la Francia. Piensan otros que la lengua francesa es más culta, más rica y más pura que las demás de Europa, y se engañan. La lengua francesa empezó a pulirse a principios del siglo pasado, y es pobre, monótona, dura, sin fluidez ni variedad. Basta esto para inflamar los ánimos en vivos ardores de cultivar y aprender los principios de la lengua castellana, que es la universal de los dominios de España.