martes, 13 de diciembre de 2016

Entrevista a Santos Juliá, el biógrafo de Manuel Azaña

Julio Tovar: "Santos Juliá: «El PSOE pasa por los momentos más bajos de su historia»", en JotDown:

Al historiador, en el despacho, se le reconoce por un atributo propio: las pilas de libros. Son ese rasgo característico, los árboles, del bosque de papel en el que se envuelve el logógrafo avezado. Santos Juliá (Ferrol, 1940) ha realizado muchos periplos entre la foresta de hojarasca siendo, así, reputado biógrafo de Manuel Azaña, notable historiador del socialismo español y reconocido sociólogo del Madrid reciente. Animado con una discusión sobre las bibliotecas, donde se queja de la «poca luz» que entra en los modernos edificios, nos recibió en su iluminado despacho sito en la laberíntica Ciudad Universitaria.

Naces en Ferrol, en 1940, pero cursas el bachiller en Sevilla, ¿A qué se debió este cambio familiar? 

Mi padre era de la armada, capitán de máquinas, y participó en una operación que venía de una orden del Gobierno legítimo, de la República. Esta consistía en dar agua a un buque, el cual estaba en dique, y al terminar la guerra lo echaron, lo retiraron, de la marina. Y luego hubo de buscarse la vida. Fuimos a Sevilla, después de cinco años. Mi familia y yo —nací en el 40— primero nos establecimos en Vigo y vivimos allí como tres o cuatro años. Yo llegué a esa ciudad, a Sevilla, con seis años justos en 1946. Mi madre decía «qué calor… qué calor…» (risas).

En Sevilla conoces a un personaje fascinante y relativamente heterodoxo como es Ramón Carande, biógrafo de los banqueros de Carlos V. ¿Cómo acabó en el mundo franquista alguien en origen republicano?

Él ha dado explicaciones de su trayectoria. Era claramente alguien muy unido al mundo de valores de la Institución Libre de Enseñanza. Había pasado por Alemania, por una educación germana, y en su biografía política, siendo rector, evita a la policía de Primo de Rivera entrar en la universidad de Sevilla. Como muchos catedráticos de su tiempo perdió sus archivos, estaba trabajando en los Trastámara, y acabó en las finanzas de Carlos V. Cuando triunfan los franquistas no lo persiguen como lo hicieron con otros, pero pasa al anonimato. Lo depuran, lo echan de la universidad, y probablemente los que le rodean y le quieren le dicen que colabore. Pedro Camero del Castillo, un falangista, le dice que como protección se deje nombrar para un cargo y publique un artículo en la revista de estudios políticos.

Él se retira, conserva su finca en Cáceres, y se mete en el archivo de Simancas. Pasa años en ese archivo y pergeña Carlos V y sus banqueros. Él se fascinó con el personaje, no pretendía desmitificar al emperador, y fue consecuencia de sus estudios económicos en Alemania. El libro es excepcional, yo le ayudé en la edición resumida. Me agradeció llamándome en el prólogo «desprendido auxiliar en el uso de las tijeras». Me mandó un cheque y yo se lo devolví (risas). Por eso el desprendido.

En 1945, con el indulto general, le devuelvan la cátedra de hacienda pública en Sevilla y permanece en ella hasta que se jubila. Él decía a sus amigos que llevaba sobre la espalda ese peso. Esto es, cuando a todos ellos los habían perseguido o exiliado, a él solo le expedientaron y depuraron. Nunca llamaría a don Ramón colaboracionista; quería salvar el pellejo, fue una cuestión nominal.

Llegas a Azaña a través de Carande, que te recomendó sus obras completas. ¿Cómo pudiste adquirirlas en pleno franquismo en una librería?

Don Ramón me veía como un lector marxistizado y me hizo dos recomendaciones de lectura que no olvido. Estas fueron decisivas para lo que luego he podido trabajar. Una era Max Weber, «tanto o más que a Marx», y la otra es que leyera a Manuel Azaña. «Los jóvenes de vuestra generación tienen que leer a Azaña» decía, aunque luego ya me llamó de tú. Había una librería en Sevilla que vendía de tapadillo cosas que llegaban de México…

¿Lo vendían en una especie de altillo? 

No, hombre. Normalmente te recomendaban «vete de mi parte y dile que…». Entonces yo fui, era una librería situada cerca de la catedral (subiendo el barrio de Santa Cruz). La recuerdo perfectamente. Ahí dije «mire, que don Ramón me ha dicho que…». Entonces me compré las obras de Azaña.

Te refieres al «pasado que se corta abruptamente con la guerra» en el libro de Azaña. ¿Se rompe esa tradición liberal con la Guerra Civil?

Hay una ruptura con la tradición liberal muy fuerte. Al liberalismo se le achacan todos los males de España. El siglo XIX mejor que no hubiera existido. Esto lo repite Franco en sus discursos, que naturalmente están hechos, pero son suyos. El siglo que no es español. Es un siglo espurio: está contaminado por el liberalismo, que es el origen del socialismo, que es el origen del comunismo y de todos los males de España…

Es una tradición de casi ciento veinte años que se purga culturalmente en España y que no se recupera en la democracia apenas.

En el libro Historias de las dos Españas, en un capítulo, hablo de cómo los intelectuales de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta que se llaman demócratas no vienen de una tradición liberal. Nosotros nos hemos hecho demócratas sin haber sido liberales. Existe, también, otra tradición de un liberalismo tapado, resistente, etc. Pero el liberalismo en el momento en que es o forma parte de un pensamiento debe tener una teoría del Estado o no hay liberalismo. Y los liberales que pasaron por la guerra, la represión posterior y vivieron como resistentes silenciosos les faltó esto. Se les hundió la República, se pensó que el liberalismo había llevado al caos. Aunque por su talante no eran fascistas, no eran totalitarios. Hay un hueco, una falla…

Otros evolucionan: Serrano Suñer comienza en el partido de Maura para acabar en una especie de fascismo.

En una especie no, ¡en un fascismo de hoz y coz! (risas). Es un conservadurismo católico en origen.

Vamos con Azaña, del que fuiste biógrafo fundamental. ¿Es el fracaso político de este una consecuencia social o fue fruto de sus propias decisiones?

¡Niego la mayor! (risas)

Entonces…

Yo no tendría a Azaña como un fracasado. Creo que la República que se construye en 1931 es un sistema que pudo haber tenido una trayectoria que habría consolidado para siempre una democracia en España. No creo que el hecho que haya una guerra, que esta destruyó a la República, pueda ser cargado a la espalda de Azaña.

Pero él no dejó de ser ortodoxo, lo que produjo grandes tensiones y evitó el pacto. Afirma «España ha dejado de ser católica» en 1931 y, al poco tiempo, (apenas tres años) la CEDA —partido confesional— pasó a ser mayoría…

El cargar sobre cuestiones de carácter… Azaña era un dulce para todos aquellos que cargaban sobre esto, era un bocado de cardenal. Se llamaba a Azaña «el reprimido», «el frustrado», el que tuvo una carrera «a la medida de…» y se explica por ahí las decisiones que toma.

Azaña toma dos decisiones políticas que impiden que el Gobierno de la República caiga. La primera es encontrar un punto de confluencia para resolver la llamada «cuestión religiosa» y de ahí su gran discurso en el que dice a los socialistas «si ustedes quieren gobernar con la enmienda que han planteado, si quieren que este Gobierno continúe, es preciso tomar en cuenta la realidad de la gran presencia que ha tenido en la historia de España la Iglesia católica en la educación». Era una enmienda sobre la disolución de todas las órdenes religiosas y nacionalización de todas las propiedades de la Iglesia.

Azaña tiene esa frase, «España ha dejado de ser…», que es un inciso dentro de un razonamiento en la cual establece que la Iglesia ya no es la institución que determina la cultura española. Se debe buscar, entonces, un lugar en la nueva forma del Estado.

Aunque Azaña es más moderado que los socialistas, evidentemente, Alcalá-Zamora llegó a decir que esa constitución laica de la República invitaba «a la guerra civil» por la España conservadora.

Lo dijo mientras la guerra civil ya estaba en activo. Él fue presidente de la República con esa constitución.

Él la quiso reformar en el sentido conservador y ampliar el ámbito social del Estado.

Él era presidente de ese gobierno, Alcalá-Zamora, y alguna responsabilidad tiene. Yo creo que hay un error del Gobierno de coalición republicano-socialista. El error no fue que hicieran la reforma militar, la constitución tal como la hicieron, la reforma de la propiedad de la tierra, la territorial (con estatutos de autonomía), etc. Es decir, no hay ningún aspecto de la vida española que no se toque y se hace en un lapso de tiempo muy concentrado. En un año: ¡ese es el error!

Quiere transformar de arriba abajo leyes de matrimonio, sistema fiscal, estatutos de autonomía, Iglesia, militares, terratenientes, medidas sociales… Todo concentrado en un año. Ningún aspecto de la vida deja de tocarse, incluso los cementerios, con lo cual una buena parte de la sociedad española debía sentirse amenazada o atacada. Y también le falta disponer de instrumentos necesarios para enfrentarse a los obstáculos que esas reformas iban a encontrar. Ese es el error del primer Gobierno de la República, en eso estoy de acuerdo.

¿Es eso atribuible a Manuel Azaña? Así, así. En ese Gobierno estaban los socialistas —para quienes la República era la estación de paso a mayores conquistas—, los radical-socialistas, los nacionalistas catalanes y los republicanos de izquierda o centro-izquierda. Era una coalición frágil ya que cada uno tenía su programa de gobierno… y Azaña la mantiene en pie dos años.

Esa frase de Emilio Castelar: «Las coaliciones son siempre muy pujantes para derribar, pero siempre impotentes para crear».

Bueno, depende de los coaligados: hay algunas que han funcionado bien. No soy tan determinista. Hay coaliciones que pueden dar buen pie y esta de la República pudo haberlo dado. La reacción de los que se sintieron ofendidos o atacados tampoco se pudo consolidar. Hay muchas Repúblicas… hay dos años… luego otros dos años y…



Eso es interesante: cada Gobierno legisla en contra del anterior. Hay muy poca estabilidad institucional.

El Código Civil se mantiene, pero hay un cambio profundo de constitución respecto a las anteriores. Un cambio radical. Tiene en cuenta las constituciones europeas del tiempo.

«República de trabajadores de toda clase» no es algo que venga de la tradición liberal, es producto de esos años.

Bueno, antes está «el pueblo español». Pero claro que hay una influencia de fuera. Se sitúa en una tradición, pero innova también. La veo más como la constitución española de la posguerra mundial: está más cerca de las constituciones de Alemania o países latinoamericanos. Nuestros constitucionalistas habían estado muy al tanto de esas constituciones. Era reformable en apenas cinco años y no necesitaba mucho para hacerlo. Pertenece a la familia de las rígidas, claro, pero no es tan rígida como la del 78.

Josep Pla afirmó que la República nunca pasó de «discusión del Ateneo», de su fase legislativa, en sus libros sobre el periodo.

De haberse quedado en la fase legislativa, no habría habido reforma militar. Ese de Pla es un discurso que no está a la altura de las magníficas crónicas del escritor catalán (risas). Es un recurso literario. Las leyes se pusieron en marcha, algunas funcionaron (la reforma militar es efectiva —lo reconoció el propio Franco—) y algunas otras como las civiles también (el derecho de las mujeres, el divorcio, etc.) Funcionaron también otras leyes, como la de Estatuto de Autonomía de Cataluña (los catalanes que proclamaron la república catalana entraron por la propuesta estatal) y la de reforma agraria, que creo comenzó a aplicarse de manera tímida y muy lenta.

Hay una forma de resolver las cuestiones duras, que han creado conflictos, diciendo que si tal o que si cual. No venían tantos del Ateneo: los diputados que eran madrileños y socialistas eran así así con esa institución (risas). Está mucho más en la complejidad del sistema de partidos que se creó, en la incapacidad que tuvo la coalición de radicales con la CEDA para tomar lo que tenían entre manos. En lugar de empezar de discutir entre ellos, podrían gobernar. Las continuas crisis de gobierno no son del periodo inicial.

Las crisis republicanas vienen del bienio derechista.

Son CEDA-Radicales. Eran opuestos ideológicamente, pero se supone que el mundo empresarial y patriarcal estaba detrás de los dos. Y sobre todo lo que estaba entre los dos es su oposición a los anteriores. Cada uno con su proyecto y su propósito, pero la media de los gobiernos es de tres meses. Con esos pocos meses, con continuas crisis, hay una debilidad institucional. Entonces bueno, cuando uno se acerca a la realidad social deja esas explicaciones… «como eran del Ateneo…» (risas)

¿Por qué se llevaba tan mal Azaña con otros políticos como Lerroux o Alcalá-Zamora? Lerroux estaba más cercano a sus ideas que gran parte del PSOE.

Alejando Lerroux y Azaña se llevaron bien un tiempo. En la alianza republicana, ya en 1926, y que llega hasta 1931. A final de este año tienen un problema y entonces Azaña elige que los socialistas se queden en el Gobierno, mientras que Lerroux dice que la República tiene que ser republicana. Los socialistas, llegada esta, tienen que desplazarse y pasar a la oposición.

Entonces, cuando se trata de mantener el gobierno de coalición socialista-republicano, hay una diferencia radical. Azaña quiere que el Partido Radical siga porque sigue siendo un fuerte apoyo de la República hasta la aprobación de la constitución. Interpreta el pacto de San Sebastián bajo este principio. Lerroux se niega a seguir en el Gobierno y pasa a la oposición. Tiene, entonces, a Azaña como un advenedizo al republicanismo. El político de Alcalá, en fin, ha llegado al republicanismo en el año 1925, mientras que él es un republicano histórico. ¿Cómo va a ser Azaña presidente de un Gobierno?

¿De dónde viene, ahora, su enemistad con Alcalá-Zamora? Quizá lo ve como parte de ese viejo mundo de la Restauración de políticos maniobreros.

No, no creo. La relación de estos dos venía de lejos: coincidieron con apenas veinte años en el despacho de un abogado célebre. Desde luego, hay una cuestión de estilo de gobierno, de manera de entender la República, que se traducía en la misma oratoria de cada uno. Alcalá-Zamora tenía una construcción muy barroca.

Es un epígono tardío de Castelar.

Exactamente. Sus discursos tienen una construcción gramatical de un hombre muy ducho en la materia. En la República ya no había ese tipo de oradores… Melquiades Álvarez era ya un gran orador moderno. Pero, volviendo a la disputa entre los dos, la constitución republicana no era presidencialista, sino semipresidencialista.

Le dejaba, así, un margen de maniobra importante al presidente de la República, el cual podía retirar la confianza al presidente del Gobierno y disolver las Cortes. Es verdad que eran dos veces y la segunda tenía que dar cuenta al Congreso. Esto le daba a Alcalá-Zamora una cierta capacidad de borboneo, como se decía entonces.

Esas disoluciones, ese borboneo, le cuestan el puesto.

Claro, había disuelto por dos veces las Cortes y en la segunda la mayoría parlamentaria lo echa.

Lo interesante es que esas Cortes, las que le cesan, habían nacido de una disolución del Congreso por parte de Alcalá-Zamora… ¡Las disolvió para que le echaran sin darse cuenta! En cierto sentido, se deslegitimaban.

No creo que lo hagan: actuaron de acuerdo con la ley. Ellos someten a discusión este cese y Alcalá-Zamora no tuvo ni el voto favorable de la CEDA, ni de los radicales (que eran los más injuriados). Él erró al no contar con la primera disolución de las Cortes, y usaba su poder como amenaza: los socialistas y los radicales le dijeron «ya no te queda ninguna posibilidad de disolvernos». Para garantizar, de hecho, que no te queda ninguna forma de disolver las Cortes te vamos a disolver nosotros (risas). Es verdad, eso sí, que la operación se cometió en el peor momento de la República. En eso estoy completamente de acuerdo.

¿Cuánto hay de espejo de Azaña en Juan Valera? Su biografía, excelente, tiene devoción por un personaje que comparte su visión cínica de España.

Azaña nunca tuvo una visión cínica.

Los diarios de Azaña no son el relato de un idealista sobre el pueblo que gobierna y tienen un posible enlace con las cartas íntimas de Valera.

Hombre, creo que hay otra afinidad que no va por ese lado entre Valera y Azaña. Primero, literaria. ¿Cuál es la literatura que más le podría gustar a Azaña? Pues, sin duda, Valera entraba ahí. Hay otra faceta, además de la literaria, que son sus críticas tanto literarias como políticas. Sus ensayos políticos y críticas literarias sin duda las conoce. Luego hay otra faceta, el político, ya que Valera fue embajador y diplomático. Creo que esa es la afinidad que más me parece en lugar de su visión del país.

La visión de Azaña de España es más profunda, y Valera puede ser más frívolo, más cínico.

Pero en el cinismo hay algo de despectivo. Valera cuando se produce la gran infección de literatura sobre la decadencia de España, todo el noventayochismo, es de los pocos que sale diciendo «¿de qué están hablando ustedes?». Tiene varios discursos, algunos en la Real Academia, que son una crítica al pesimismo del 98. Valera nunca habría dicho esa frase de Cánovas: «Son españoles los que no pueden ser otra cosa». Jamás se le hubiera ocurrido. Valera se sitúa en una tradición literaria rica, es consciente de eso, y se establece en una crítica a la política, heredera de Larra. Son esos artículos de este último sobre la incapacidad política de hacer una obra a largo plazo. «Tejer y destejer», que dice Juan Valera. «No hay leyes que den todo lo que pueden, siempre estamos tejiendo y destejiendo», afirmaba el político y escritor cordobés.

Entrando ya en el drama español contemporáneo, ¿fue la Guerra Civil inevitable? Julián Marías consideró que ningún historiador actual podía entender «los odios del tiempo».

He escrito varios artículos y algún libro intentando desmontar ese sentimiento que tuvieron muchos. El sentimiento nace de una experiencia y, por tanto, hay que tener respeto a esta. Otra cosa es cuando el sentimiento pretende sacar un argumento, que es cuando debes de tener en cuenta otra serie de elementos que están fuera de tu experiencia vital. Eso existe: durante toda la República hay muchos muertos por violencia directa, que te matan en la calle (atentados o insurrecciones). Es verdad que desde el tiempo de las elecciones hasta el golpe de Estado hay una violencia en las zonas rurales (propiedades pequeñas y medias) que tiene que ver con la ocupación de la tierra.

Ahora, otra cosa es pensar que eso no hubiera tenido otra solución distinta a una guerra civil. Ahí hay un paso no se puede dar por la mera experiencia del que vivió el periodo. ¿Qué es lo otro? Que el ejército, y dentro del ejército la fracción africanista, entiende que eso solo se puede resolver con un golpe de Estado. Este golpe ni siquiera es lo que explica la guerra: este pudo haber terminado triunfante. Siempre he procedido bajo la pregunta: ¿por qué al abrirse este tipo de dirección no se abre otra? Por otro tipo de factores en este punto.

Pero eso queda abierto: si la corporación militar entera da un golpe de Estado en la República no hay bicho que se mueva… pero el ejército estaba fragmentado. Hay muchos militares que no se adhieren a la rebelión. De hecho, los primeros muertos de la rebelión son los asesinados por sus propios compañeros.

Hay un personaje literario, admirable moralmente, que es el general Domingo Batet: murió fusilado en Burgos, en el 37, y había defendido la República de los disturbios del año 34.

Hay muchos. La rebelión militar no triunfa en Madrid, ni en Barcelona, ni en las grandes capitales. Pero no es totalmente aplastada y el no serlo no es responsabilidad de los golpistas. Esta es del Gobierno de la República, el cual no es capaz de acabar con ellos. Este cae y no se forma un gobierno que pudiera llamarse de «unidad nacional», los socialistas se niegan a incorporarse a ese gobierno. Este entonces es débil ya que son solo republicano. Entonces ve desde la más pura impotencia el comienzo de una revolución interna, en su territorio bajo control, y un golpe militar. Este enfrentamiento no hubiera durado más de uno o dos meses si no hubiera habido una intervención internacional, alemana e italiana. Se une el golpe de Estado, la fragilidad del Estado republicano (la revolución) y la intervención extranjera para explicar el porqué la guerra civil tuvo un efecto tan duradero, fue tan profunda y dejó tanto rastro de sangre.

Si se afirma «es que fue inevitable…», entonces, ¿por qué explicarlo? Si es inevitable, entonces, nadie tiene la culpa. Se culpa al odio, pero este se puede administrar de muchas maneras sin llegar a la guerra civil.



¿Es el asesinato de Calvo Sotelo el que lleva a Franco a entrar en la guerra o lo había decidido antes?

Creo que no. El asesinato de Calvo Sotelo no es el que desencadena la guerra. Eso estaba preparándose; el Dragon Rapide estaba apalabrado desde mucho antes. De hecho, conspiración monárquica hay desde el principio, luego esta va progresando. El golpe de Estado de José Sanjurjo, en el 32, fue criticado porque la situación no era madura.

Te comento esto porque el ejército de África, el que comanda Franco, es clave en la guerra: es el que permite unir las zonas rebeldes y el más efectivo en batalla sin duda.

Pero también estaba Mola arriba. Los carlistas… Fíjate que los primeros en dar un aliento popular, en el sentido de pueblo que toma las armas, no son los partidarios de Franco sino de Mola en el norte.

Una gran ironía: la Guerra Civil es la única que ganan los carlistas.

Bueno, lo ganan coaligados. Pero sí, claro, tienes razón.

¿En qué momento cambia el tono reposado, más irónico que violento, de los políticos del XIX a los del siglo XX? Los diarios de sesiones de la II República son siniestros en comparación con la Restauración e incluso el Sexenio.

El cambio viene porque hay diputados que están llamando claramente a la rebelión y otros en el hemiciclo que están hablando de revolución…

La Pasionaria lo dice claramente.

Pero el Partido Comunista está en ese momento mucho más siguiendo la política de la Internacional, en la defensa del Frente Popular, que no en la revolución. Pueden responder a una intervención de Calvo Sotelo en las Cortes, pero no están en esa disyuntiva. Es decir, ellos están defendiendo la política de Frente Popular. Lo más importante para ellos es mantener la coalición y están conteniendo el movimiento de huelgas que, a principios de mayo, está llegando al punto de huelga general. Defienden el lema del Frente Popular francés: «Hay que saber terminar una huelga». La retórica, «bueno, si quieren dar un golpe que lo den» es una retórica más de la izquierda del PSOE, del caballerismo, de la facción de Largo Caballero.

Ni Manuel Azaña o Alejandro Lerroux querían la guerra, pero ¿la querían realmente Indalecio Prieto, Largo Caballero o Calvo Sotelo? ¿Cuánto hay de bravuconada en sus escritos y discursos y cuánto de realidad?

Prieto desde luego no la quería. Incluso avisó: pronunció un famoso discurso en Cuenca en el que hace la profecía de «que no se puede seguir así». Defendía que un país no puede seguir en una situación caótica. Prieto está dispuesto a ir al Gobierno y es bloqueado por el grupo parlamentario y el comité de la UGT que está controlando Largo Caballero. Amenazan, incluso, con romper el Frente Popular si es presidente de Gobierno. Prieto cree, y Azaña con él, que el Gobierno tiene que reforzarse con la presidencia de los socialistas.

El 10 de mayo, con Manuel Azaña de jefe de Estado en la República, llama a Prieto para la presidencia del Gobierno. Este habría podido reforzar el gobierno del Estado y habría entrado en contacto con los militares. Esto es hacer cábalas, en fin. Lo que lo impidió es la división del partido socialista en dos alas.

Por aquel entonces los caballeristas casi matan a Indalecio Prieto en un mitin en Écija.

Hay disparos en ese acto, poco después del discurso de Cuenca. Las juventudes socialistas están en una deriva revolucionaria. No van a tomar la iniciativa, pero si la toman los otros les hacen la mitad del trabajo. Largo Caballero dice «ya podrán llevar entorchados, casacas, que la clase obrera dará cuenta de ellos…»

Baroja definió a Prieto como «falso hombre hábil» y Sánchez-Albornoz a Largo Caballero como «mula honesta» riéndose de su cortedad. ¿Faltaron líderes como Léon Blum en el PSOE del tiempo?

Podría haber sido Prieto el Blum. No era un carácter parecido a Blum, el tipo humano, pero Prieto podría haber gobernado. La diferencia fue que Léon Blum dijo «Yo gobierno» («Je suis Prêt»). Esto allí, incluso, tenía problemas. El Frente Popular francés sucedió un poco después del español y este último quedo en exclusiva en manos de los republicanos por esa decisión de los caballeristas. «Vosotros hacéis vuestro programa y cuando terminéis nos toca a nosotros…», ese fue el mensaje. Léon Blum, en Francia, asumió el poder.

Azaña afirmó, no sé si a un periodista francés o a su cuñado (Cipriano Rivas Cherif), «aquí no tenemos ningún Léon Blum». A Prieto lo paran los suyos, no los republicanos. Azaña acepta ser presidente pensando en que va a ampliar el gobierno republicano… Pero no lo hace, y en mayo ese gobierno está gastado. Casares-Quiroga puede ser sustituido desde la presidencia nombrando a un socialista. Los socialistas no entrarían jamás a un gobierno presidido por un republicano: era la experiencia del primer bienio y no se podía repetir. Prieto plantea su candidatura al grupo parlamentario… y pierde la votación. Esto hace que el Gobierno del Frente Popular sea débil.

Haces la carrera, Políticas y Sociología, en Madrid. ¿Cómo era el clima de la universidad con Franco? ¿Era posible la disidencia?

La universidad la empezó a perder la dictadura en el año 1956. Fue una verdadera rebelión que tuvo consecuencias políticas decisivas: provoca una crisis de gobierno, que es parcial, ya que caen el ministro de Educación y el ministro secretario general del Movimiento. Abren así una crisis, que no se va a cerrar hasta la del 57, donde hay una remodelación más importante porque ahí entran los llamados tecnócratas (dos ministros del Opus Dei y López-Rodó que está de subsecretario, grupo coherente con una política distinta a la anterior). Eso lo abre una rebelión estudiantil, la del 56 en Madrid, y luego la del año siguiente en Barcelona y Sevilla. A partir de ahí la universidad va a tener un papel decisivo en la transformación cultural que se produce en España en los años sesenta. Se unen los intelectuales, escritores y artistas que se empiezan a manifestar…

Los primeros manifiestos.

Más bien peticiones: utilizan mucho una figura que se llamaba el derecho de petición. Este permitía a todos los españoles dirigirse a las autoridades en petición de algo, era legal no lo podían negar (risas).

Es ese concepto que defendía Ricardo de la Cierva de democracia orgánica: intervención a través de los rígidos corsés legislados… para esconder que en la práctica es una dictadura.

Claro. El poder está concentrado en la jefatura del Estado, que tiene capacidad legislativa, toda la ejecutiva y puede determinar la capacidad judicial. El régimen como mejor se define en origen hasta el fin es como dictadura.

Es un régimen tramposo: intenta parecer una democracia particular en el exterior, estilo el Irán del Sha, y jugar a país normal europeo. La política exterior de Fernando María Castiella…

No creo que fuera Castiella, sino más bien Alberto Martín-Artajo que está antes de él en el Ministerio. Cuando entra, en el año 45, afirma que el régimen que viene de una guerra civil puede evolucionar a una forma de democracia que comienza a ser llamada orgánica, a través de los órganos naturales.

Esto es el viejo Estado corporativo de inicios del siglo XX, los órganos propios eligen sus representantes. Son todo oxímoron: democracia orgánica, sindicato vertical…

Sí. Pero ahí es un encuentro claro de las distintas instituciones que están sosteniendo la dictadura. El sindicato quedó desde el inicio bajo el control del Movimiento. Ahí los grupos cristianos no tuvieron mucha importancia. Sin embargo, la dirección de la política exterior y la de la economía luego del año 57 queda en manos de grupos católicos. No hacen una política ordenada por la jerarquía de la Iglesia, pero vienen de ahí. Ese mundo es donde se cuece todo eso de lo democracia orgánica, cosa que a los falangistas no les gustaba nada ¡ellos querían un Estado fascista! Las primeras tensiones dentro del régimen se producen entre Falange y el mundo católico.

De hecho, en esta última etapa los falangistas solían proteger a los disidentes del discurso oficial, como nos comentaba Carlos Saura con sus primeros filmes.

A todos hasta cierto punto no. Depende en qué momento, claro. La primera salida fuerte a la opinión pública del falangista Dionisio Ridruejo es acusar a Franco de no construir el estado fascista, ya en el año 42. Algunos han dicho que Ridruejo está camino de la democracia, ¡ni de broma! Lo que le reprocha es que la promesa del Estado fascista no llega y se reparten puestos entre gente no adepta.



¿Por qué eliges Ciencias Políticas y Sociología en la universidad? Vinculación al mundo socialista, interés por las ciencias sociales…

En ese momento estaba muy en boga la sociología comparada y las preguntas ¿por qué hay democracia? ¿Cómo surge la democracia? ¿Por qué se producen las revoluciones? ¿Cuáles son las etapas de la revolución? Esas eran lecturas que había tenido y que me movían a comprender el cambio que estaba ocurriendo en España. Se trataba de entender cuáles eran las perspectivas de ese cambio que las lecturas marxistas y cristianas de mi juventud se situaba en un proceso en el cual la democracia podría ser primer paso al socialismo.

Según nos contó Joaquín Leguina, los estudios de sociología y estadística en aquel tiempo estaban en pañales y se conocían «mal» las matemáticas. ¿Cuál es tu opinión como sociólogo?

La sociología empezó en una escuela en San Bernardo, de origen católico, que después del 39 deben exiliarse. Juan José Linz, por ejemplo, gran sociólogo, debe irse en el año 1950. Francisco Ayala era catedrático de Teoría del Estado aquí, pero es el primero en hacer un tratado de sociología (que ejecuta en el exilio).

Umbral se mofaba de Ayala y su sociología, que consideraba «prehistórica», diciendo que presumía por detrás de ser «el profesor mejor pagado en Estados Unidos».

Hombre, en Estados Unidos estaban bien pagadas las cátedras, pero no creo que Ayala fuera tan bien pagado. Allí hay mucho margen: no gana lo mismo un full professor en una universidad menor que en Harvard. Además de todo el currículo. Las diferencias contractuales son notables dependiendo de lo que se produce. Yo no lo hubiera tenido como un reproche que fuera el mejor pagado de Estados Unidos (risas).

Volviendo al tema de tu vocación de sociólogo…

Pretendía estudiar eso, las revoluciones, que eran una de las grandes inquietudes de mi generación: ahí no soy nada original. Nuestra generación, formada por la Iglesia católica (aunque yo fuera a un instituto), tenía esa perspectiva: la educación estaba en manos de jesuitas, escolapios, salesianos, etc. El influjo de la Iglesia era brutal, absoluto. Nosotros despertamos a la conciencia política a través de una especie de transición de esas lecturas a lecturas marxistas.

La frase del papa Francisco reciente donde equipara a cristianos y comunistas, además también de los últimos libros de Antonio Escohotado.

Hay algo ahí que creo solo puede producirse en ese momento, en los años sesenta, que fue el encuentro marxismo-cristianismo. Es el tiempo del diálogo y esto se ve en Cuadernos para el diálogo, Triunfo, etc. Allí escribía gente que venían de una tradición cristiana, de un cristianismo marxistizado, que se encuentran con marxistas que ven la posibilidad de abrir el Partido Comunista. Es eso que llamaron los comunistas, que incluso fueron los creadores, de «la reconciliación nacional». Es un proceso a la democracia donde se encuentra gente que viene de los vencedores y de los vencidos. Eso lo descubren los hermanos mayores de mi generación: los que vinimos después, que no éramos niños de la guerra, vimos el panorama que se nos abría cuando despertamos a la conciencia política. Yo formo parte de esa corriente y me preguntaba por qué en España no había una democracia y cómo se construye esta. Como decía Javier Pradera, «no leímos a Stuart Mill, sino a Marx».

¿Cuándo conoces a Javier Pradera?

Lo conocí en París. Había estado un año allí, en el 67 o 68…

Era el gran viaje de todo «progre» en la dictadura.

Creo que más que a París era irse de aquí (risas).

Coincides con el juicio que nos contó Gabriel Albiac: hay que irse de aquí.

Ibas un poco por eso. En París tuve la gran suerte de conocer y tratar mucho a Fernando Claudín y José Bergamín. A Claudín y Jorge Semprún los habían expulsado del Partido Comunista Español en el año 1965.

Afirmaron la disociación del Partido Comunista Español (PCE) con la realidad del país, que no era el de los años cuarenta, y la Pasionaria llamó a Semprún «cabeza de chorlito», según sus continuos libros de memorias.

Sí. Ahí hay un debate que he estudiado después. En realidad yo tenía muchos amigos del Partido Comunista en Sevilla y a mí estos me dijeron que entrara en contacto allí con Manuel Azcárate, que llevaba una fundación y local bajo protección del Partido Comunista Francés. Los conocí allí y les escribí alguna cosa para la revista Realidad, pero no les gustó mucho aquello. Otros amigos, a la vez, me dijeron que le diera recuerdos a José Bergamín, y a través de este tomé en contacto con Fernando Claudín.

¿Conociste a Semprún? El gran seductor del comunismo español, según Juan Cruz.

Era un seductor, aunque yo lo traté menos. La hija de Ricardo Muñoz Suay le llamaba «el pajarito». Muñoz Suay era el que organizaba el mundo cultural del PCE y estaba vinculado al cine. Y ¡era un pajarito! (risas). En el pequeño grupito nuestro él venía, se sentaba un ratito, y decía «tengo que irme» y desaparecería (risas).

Vuelves luego a Sevilla, donde llegas a ser director de un colegio, en tu primera madurez.

Eso fue en el 73 y 74. Llegué antes a Madrid para cursar Políticas y Sociología. Eso fue que unos amigos crearon un colegio en la zona de Aljarafe. Al mismo tiempo, vi un anuncio de las becas Fullbright, que solicité y me la concedieron. Eso hizo que solo estuviera en la dirección del colegio un año. Fui a la reunión sobre esas becas, que coincidió con el día del asesinato de Carrero Blanco. Dejé el colegio, ya que me la concedieron, y me fui a Estados Unidos.

¿No estaba mal visto estudiar en Estados Unidos? Quim Monzó nos dijo que cuando le dieron la beca, a inicios de los ochenta, la literatura norteamericana era parte de «el Gran Imperio del Mal».

Éramos muy antiamericanos… Yo quería estudiar sociología de las revoluciones y existía una gran tradición en el oeste, en California, de sociología. Había una biblioteca en la llamada Hoover Institution y recuerdo que una de las preguntas de la comisión de la beca era «¿usted sabe que esa institución es muy conservadora?». Respondí: «sí, pero a mí lo que me interesa es la biblioteca de esa institución». Quería hacer un trabajo de investigación sobre las sociedades posrevolucionarias, es decir, qué pasa después de una revolución. Había una gran producción teórica sobre cómo se gestan y las etapas de una revolución, pero había menos sociología comparada sobre qué pasa después de las revoluciones.

Era 1974. ¿Cómo era esa California todavía de hippies y contracultura?

Es esa California donde iba a cantar Joan Baez… Ya había pasado todo eso cuando yo llegué y quizá era algo mayor. No entré en la universidad, era más bien en la Hoover. Ahora, el clima social era lo que algunos llamarían el paraíso.

La comparación con la España de Franco, un clásico generacional de todos los que salieron.

Hombre, claro. Ir a Estados Unidos e investigar fue clave para todo lo que hice después. Primero, porque cambié de objeto: tenía una magnífica biblioteca sobre la guerra civil, la República…



¿De dónde venía esa biblioteca?

De Burnett Bolloten, que había recopilado una gran colección.

Es el autor pseudofranquista de la guerra civil, ¿no?

Era muy anticomunista, más bien. Pensaba que aquí se había trabajado por la creación de una república popular al modo del que serían luego la república popular alemana, polaca… Vio en los comunistas españoles, en los delegados de la Internacional que vinieron, una traición a la revolución anarquista. Por eso se llamaba El gran engaño en su primera edición. Él tenía simpatías por el intento anarquista, como todos los hispanistas entonces.

Ese anarquismo era, en cierto sentido, producto propio del país, tiene menos influencia externa que el socialismo. Dataría del proceso revolucionario de 1868, derivado del partido federalista de Pi y Margall.

Claro. Pero iba más al anarquismo moderno, a la CNT, que se crea en 1910. Ese es el anarquismo fuerte de la República. No es tanto el anarquismo utópico del siglo XIX.

Pero existe una línea respecto al republicanismo federal en torno a Proudhon.

Pero es una línea discontinua. La novedad en esa década de los 10 es la creación de los grandes sindicatos, el peso de la clase obrera organizada sindicalmente. Eso en el siglo XIX no estaba organizado. Es el sindicalismo revolucionario, que podría ser un fondo, pero algo diferente, aunque no contrario.

Vamos a volver al siglo XX con la Transición, que está ahora en pleno revisionismo por autores más jóvenes. ¿Se puede considerar la Transición una segunda Restauración?

De ningún modo. La Transición es, precisamente, la imposibilidad de hacer una segunda restauración. Cuando realmente se piensa en la Restauración es a partir de 1945 como una salida al régimen. Es una continuación, culminación, de la dictadura. Se pretende que el aparato constitucional va a continuar, reformado, pero va a continuar. Los restauradores son luego los reformistas del régimen. ¿Cuál es el paquete de medidas que tienen previsto? Algunas de las leyes fundamentales, con reformas y una cámara algo más representativa.

¿Se habría atrevido a legislar con la célebre definición de soberanía, tan conservadora, de «las Cortes con el rey»? ¿Habrían dado poder ejecutivo al monarca?

No todo, pero sí. El rey iba a tener poder moderador. Se buscaba, se hablaba con don Juan, de una Corona «fuerte». Va disolviéndose esa idea, pero se pretendía dar al rey una capacidad dispositiva fuerte. El principio monárquico actuante, en cierto modo, va por ese camino. La Transición, que empieza así, varía en el momento en que se disuelven las instituciones del Movimiento (el Movimiento, los sindicatos y las Cortes) y se legalizan todos los partidos, en el primer gobierno de Suárez… Ya no es una restauración. ¿Cuándo deja de serlo? Cuando las Cortes se convierten en constituyentes: esto no estaba previsto en la ley orgánica. La ley de la reforma política decía que «procedería el Congreso y el Gobierno a la reforma que fuera menester». Nadie de los que pretendieron reformar al franquismo aceptaba es que las Cortes primeras fueran constituyentes. Y estas lo son por un procedimiento anómalo: no fueron elegidas para ser constituyentes. Lo primero que hacen los diputados, y esto lo favoreció que no hubo mayorías absolutas, es llegar al acuerdo de que van a ser constituyentes. Lo que sale de la Constitución no es la restauración de la monarquía histórica, sino algo nuevo…

Una nueva planta.

No es ni siquiera eso: es un Estado democrático de derecho. La monarquía es la forma del Estado, pero este no se define por ser monárquico.

¿Es el gran hombre, el gran tahúr, de ese cambio legislativo Torcuato Fernández-Miranda?

No, nunca lo he creído. Ahí interviene más gente. Fernández-Miranda es clave en la presentación de Suárez al Consejo del Reino. Fue astuto hasta ese momento. Ahora, hay elaboraciones previas: Carlos Ollero aportó su grano de arena. De hecho, el Ministerio de Justicia de Landelino Lavilla o Herrero de Miñón ahí estaban. Gente que sabía de derecho constitucional. Y estaba Suárez: alguien capaz de tomar iniciativas políticas arriesgadas en el momento más decisivo.

La propia legalización del PCE la toma con conocimiento del rey y nadie más.

Y no estoy muy seguro que con el rey (risas). Tendría que haber hablado con más claridad. Creo que ahí se jugó todo. Hubo en un primer momento el envío de un papel del Consejo Supremo Militar que no llegó a salir, el cual era casi un golpe de Estado. El punto clave de inflexión de todo el proceso fue la legalización del Partido Comunista, ya que lo que demostró eso fue que las fuerzas armadas perdían el derecho de veto sobre lo que era posible hacer. El Ejército no dirige el proceso, no tienen capacidad de dirección.

Herrero de Miñón afirmaba que el artículo VIII de la Constitución, «Las Fuerzas Armadas, (…) tienen como misión (…) defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional», llegó en un sobre lacrado a la comisión constitucional.

Tendrá sus fuentes. Hay otras historias más para película de cine. Lo que está claro es que es el artículo que más reproduce lo que se disponía del Ejército en la ley orgánica del 67. Lo que quiere decir que sí, que hasta ahí llegó la presión militar ¡qué duda cabe! ¿Por qué fue aceptado? Porque las constituciones, ese tipo de principios, se desarrollan luego por las leyes y cómo se actúa en la práctica y establecen una normativa estricta. La ley tardó, pero la que pergeñó Narcís Serra vacía de contenido ese artículo. Eso quiere decir que hay un ojo puesto a cómo respiran las fuerzas armadas, hasta dónde se puede llegar…

Esto se llamaba Pánzer Democratié, democracia tutelada por el Ejército.

No estoy de acuerdo en eso, para nada. Había dos puntos en los que el Ejército era intratable: introducir nacionalidad en la Constitución y la legalización del Partido Comunista. Esas eran las dos líneas rojas para los militares… y la primera se pasó, y la segunda también. ¿A costa de qué? A costa de reforzar el artículo 2, el de la nacionalidad: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…».

Esa indefinición, nación y nacionalidades —inentendible en Francia, por ejemplo—, ha traído constantes problemas.

Ya, pero permitió poner en marcha los estatutos de autonomía.

Carlos Dardé afirma que parte del espíritu de la Restauración se construye con la divisa «la aceptación del adversario». ¿Es esto clave en la Transición?

Ese periodo es en buena medida el resultado del encuentro que empieza a haber en España en el año 56, que se multiplica en los años sesenta. El contubernio de Múnich en inicio, hasta cierto punto, ya que todavía excluye a los comunistas. Son las mesas democráticas, las asambleas, el encuentro entre católicos y comunistas, es Cuadernos para el diálogo, es Triunfo, Serra D’ Or, Destino, etc. Son esas revistas donde puede escribir un comunista o un cristiano.

Gregorio Morán suele recordar que gran parte de los intelectuales de Triunfo querían la ruptura en los setenta.

Bueno, a medida que el final del dictador se acerca se construye un lenguaje rupturista, similar tanto en el PCE como en el PSOE. Incluso en este último es más rupturista…Pero nunca, ¡nunca! (risas), dio lugar a una práctica con la ruptura. Más bien era un discurso que no negaba a encontrarse con el Gobierno si este no se negaba a negociar sobre puntos concretos. Eso forma parte del discurso: se escribe en Mundo Obrero y El Socialista. Es decir, si el Gobierno negocia, y llegamos a un acuerdo, tiene que haber elecciones, libertad de partidos, libertad de prensa, disolución del aparato del movimiento, etc.



¿No es la propia victoria de la UCD como partido mayoritario la que dinamita la ruptura? Deja ver el tejido social del país…

No, no, es que se entiende que la ruptura está ya dada. La práctica de esta, lo que se negociaba como ruptura pactada, es que «tú mantienes ese discurso rupturista —aquí empieza algo nuevo—, pero nunca dejas de negociar». Si Fraga llamaba, acudían a este. Cuando Suárez llamó, todos fueron a hablar con él. Primero individualmente, uno a uno, y luego la comisión de los nueve. Hay lo que creo que está bien denominado «ruptura pactada». La ruptura era amnistía, libertades de todo tipo, reconocimiento de derechos humanos, disolución de las instituciones del régimen y convocatoria de elecciones. Lo que fueran a hacer luego las Cortes constituyentes lo decidirían ya los propios diputados.

¿No hay en el revisionismo de la Transición una especie de malestar del viejo militante comunista, hemos citado a Morán como ejemplo, ante la imposibilidad de una democracia popular aquí?

Pero eso ya viene de antes. De la propia Transición…

El propio eurocomunismo fue la primera «traición».

Ya, claro. Pero el propio periodo originó un discurso anterior a lo que todo el mundo piensa, que se inicia ya en los últimos setenta. La Transición dio pie a un discurso del llamado «desencanto». «Esto no, esto no es». Comienza luego de que Suárez es nombrado presidente del Gobierno, permanece luego de las elecciones. Lo que veo es una renovación de ese discurso cuarenta años después (risas).

Llegamos a los tiempos modernos, donde el sistema del 78 es cuestionado y uno de sus garantes, el PSOE, dividido como en los años treinta ¿En qué momento el sistema comienza a agrietarse? ¿Con la crisis económica? ¿La presidencia de Zapatero?

Creo que habría que decir que el sistema del 78 es abierto. Lo que ocurre en los años de la Transición no crea un sistema cerrado, ni siquiera un régimen. ¿Por qué? Porque muchos de los elementos fundamentales, incluso de la forma de Estado, estaban por desarrollar. El sistema de la Transición sucumbe cuando esta termina: sucumbe UCD, casi desaparece el PCE, se transforma la derecha franquista de Alianza Popular (los siete magníficos) en otra cosa, etc. Y lo que se va construyendo es un sistema de partido dominante, con una distancia con el otro partido de más de veinte puntos. Es decir, que no hay una alternativa de Gobierno.

El célebre término «techo electoral» para Alianza Popular.

Los años de Felipe González hasta 1993. En el momento en que emerge un partido alternativo sí se puede decir que va a consolidarse una especie de régimen. Esto en el discurso político entra en unas complicaciones que no tienen sentido. Pero el sistema que se discute, que discute o niega el 15M, es el sistema bipartidista creado a partir del 93.

De hecho, ese bipartidismo es el gran punto en común con la Restauración de Cánovas para los revisionistas de la Transición.

Bueno, no tienen nada en común: ahí el turno dependía del rey, que decidía el Gobierno. Y, además, las elecciones estaban trucadas, eran falsas.

Menos en las ciudades, donde era más difícil comprar el voto.

No, en las ciudades también. Solo en Cataluña a inicios de siglo…

Y en Madrid también, como estudió Javier Tusell respecto al ascenso de candidaturas republicanas en la década de 1890.

Bueno, en la capital así, así: va ganando limpieza. Pero las primeras elecciones en que no hay falseamiento del sufragio es en la República.

Siguiendo con la capital, eres un gran y reconocido historiador de Madrid, al que has dedicado gran parte de tu obra historiográfica y sociológica en los noventa. ¿Cómo ha cambiado esta ciudad desde la muerte de Franco a la actualidad?

Creo que hay dos grandes proyectos, luego de la muerte de Franco. El primero es el del crecimiento cero, muy cercano al pensamiento urbanístico italiano «las ciudades hay que resguardarlas y limitar el crecimiento», y luego está el gran proyecto de Gallardón. El primero era el de Joaquín Leguina. El de Gallardón, sin embargo, era muy distinto y pretendía un crecimiento espectacular, aunque también arreglar las vías de circulación. La vía de circulación es ya un sueño desde la República, que sería la M30, al que se debe bastante de este crecimiento. Los dos tenían su razón de ser en su momento, pero falta uno en la actualidad. Y yo ahí veo una gran parálisis en el ayuntamiento actual, no hay un pensamiento de Madrid. Podía haberlo en el de Leguina, verlo y discutirse en el Ruiz-Gallardón; ahora, no veo un pensamiento en el proyecto actual. La ciudad ha tenido una transformación esperable dada la crisis económica; hacer de ella una ciudad de servicios —lejana a una industrial—. Quizá haría falta que fuera una ciudad de servicios competitiva en el terreno que se va a competir más.

Al tema de las regiones. ¿Cómo es posible encauzar el problema de Cataluña? ¿Son las tensiones allí un fruto cultural, el llamado «adoctrinamiento nacionalista», o económico?

Es muy complicado. La fórmula mejor pensada para encauzar este problema la dio Santiago Muñoz Machado: reforma del estatuto, reforma constitucional, hechas paralelamente y sometidas a referendo. Pero, claro, me dirás «esto es…». Pero podría ser el camino. Que aquí nos convenciéramos de que la reforma de la Constitución no es solo ya necesaria, sino urgente. Era ya necesaria en 2004 y Zapatero la llevó en su programa. El título 8, «De la organización territorial del Estado…», ya no da más de sí: era procedimental y está terminado. El Estado no está constitucionalizado, aunque los estatutos formen parte de la Constitución, debía reconocerse la existencia de lo que hay en Cataluña y Euskadi y que tuvieran un ordenamiento específico. Y esto debería ser acorde con el resto de las comunidades porque estas ya son sujeto político constituyente.

Esta aparición de las naciones políticas, ¿puede llevar a una deriva yugoslava?

Puede, claro. Todo puede ocurrir. En política lo que no está escrito es que no ha sucedido nunca. Puede llevar a un incremento de discurso populista, a un aumento del odio, de los conflictos civiles, con muy mala salida. Por eso es necesaria esa reforma paralela que te comento. Ahora, tal como está el panorama político… es una hipótesis que no se puede realizar.

Como sociólogo y politólogo, ¿era realmente Zapatero socialdemócrata? Parece una mezcla curiosa de Tercera Vía y populismo…

Es lo que se intentó como una especie de socialdemocracia republicana. Es una socialdemocracia que no tiene ya un programa económico propio, pero sí un programa de valores.

Pero, en el fondo, es un estado del bienestar sufragado por la especulación económica: ese era el modelo de Blair.

Era la manera española de aplicarlo. Pero más que la conexión con Blair esto va mucho más allá: es la conquista de la cuarta fase de los derechos humanos. Énfasis en el reconocimiento de matrimonio para gay y lesbianas, derechos de la mujer e igualdad… Todo esto que había quedado fuera del programa socialdemócrata en los años gloriosos. Se insistía en ese punto. Pero, por lo demás, no veo nada que se pueda decir que es distinto a lo anterior.

¿Qué queda del viejo socialismo en el PSOE? ¿Es consecuencia su vaciamiento ideológico de la debacle de la socialdemocracia en el mundo occidental?

El reciente, el actual, ha estado enfrentado a un reto que es un partido desde la izquierda como el que representa Podemos. Los socialistas aquí se acostumbraron demasiado fácilmente a que por su izquierda nada iba a tener un atractivo electoral que les desbancara de la primera posición. Eso no lo pensó nunca la dirección, cuando el secretario general era Felipe González, ya que el Partido Comunista quedó prácticamente escondido debajo de unas siglas, Izquierda Unida.

Ese partido jamás ganaría unas elecciones y tampoco surgió nada en la época de Zapatero. Estos son los primeros que deben enfrentar a este hecho y ha ocurrido el desconcierto. Esto tiene que ver más con esa realidad que con lo que haya ocurrido en Europa, que también, o la crisis de la socialdemocracia clásica. La forma que ha adoptado, que es lo que me interesa, no se explica si no es porque no han sabido responder a una competencia. Además, en un momento en que la derecha no se hunde.

Eso ha dado lugar a un nuevo sistema político: o bien pactaban con su izquierda, apareciendo como fuerza subalterna, o bien bloqueaban las posibilidades de la derecha y aparecían entonces como obstáculo para todo el sistema y el gobierno. Y no han sabido qué hacer. Se han mantenido en la política del «no» en una competencia tan fuerte por los dos lados. Eso por parte de la dirección del partido: no se puede estar nueve meses diciendo no. Entonces, es una dirección derrumbada, incapaz de gobernar. Al mostrarse que esa dirección bloqueaba, mientras crecían los demás partidos, se recurrió a lo último que debía haberse recurrido: un golpe interno impresentable para cualquiera.



El reciente Comité Federal del PSOE. Susana Díaz llorando, Pedro Sánchez resistiendo sin apoyos…

Sí, sí. Es de los momentos más bajos de su historia. Yo lo comparé con la escisión del 35.

Pero los años treinta, a la Céline, tienen cierta épica narrativa. 

Esto es así. Lo definió bien Josep Borrell: «Si esto es un golpe, ha sido organizado por un sargento chusquero» (risas). Estaba bien esa definición. ¿No podía cambiar de rumbo el PSOE sin una conspiración de notables que recurren a una estratagema sin los estatutos? ¿No se podía haber esperado al Comité Federal y presentar una censura para salvar la posición? Es una manera vergonzante de hacerlo. Le va a resultar la reforma más costosa que cualquier cosa anterior: todas las salidas son malas. Sería un desastre que el secretario general dimitido empiece una peregrinación por todas las sedes, ¿qué les va a ofrecer? ¿un pacto con Podemos? Esto lo dijo Pedro Sánchez incomprensiblemente en Salvados a Jordi Évole.

Cualquier solución es mala.

Esa es catastrófica: ir de agrupación en agrupación a decirles a gente que está desmoralizada algo como «no se preocupe, vamos a reconstruir esto ya que vamos a pactar con Podemos». Y la comisión gestora no puede confundirse con la dirección del partido… Están todos apretados, es lo que se produce en política con un cúmulo de decisiones políticas equivocadas. Y estas son enfrentadas: de pronto no ves salida. ¿Quién dice que hacer tiempo es igual a tranquilidad? Esa era la manera de gobernar de Franco cuando no había oposición alguna (risas).

¿Es la abstención del PSOE al gobierno del PP una forma de responsabilidad política ante las exigencias económicas de Bruselas, según el discurso de la llamada «casta», o una traición ideológica a sus bases?

No creo que sea traición. Tiene que ver con la percepción de que ante unas terceras elecciones el PSOE iba en posición catastrófica.

¿Es, entonces, un cálculo electoral?

No, no solo es eso. Es también someter al sistema de la política a una presión tan fuerte… No puedes someter a los electores a «el resultado de estas elecciones no me gusta, se repite» y resulta que tampoco te gusta…

Volvemos a la inestabilidad de los gobiernos del 34 que has citado.

¿A dónde vamos entonces? El más fiel elector del PSOE no repetiría en terceras elecciones. Yo no lo iba a repetir (risas). Y no soy de los más fieles, que he votado otras cosas…

¿Existe realmente una casta vinculada al PP y al PSOE? ¿Tiene razón Verstrynge al hablar de familias poderosas aquí citando Poder y privilegio de Lenski?

Creo que «casta» es una vieja voz, un concepto gastado, para definir al enemigo que construyes en términos populistas. No es ninguna novedad: casta ya se usaba en los tiempos de la Restauración. De casta hablaban los italianos… Todo discurso populista habla de casta: divide la población en dos. Esto es, casta y nosotros. Hay otra cuestión que daría otro análisis: ¿existe en España un poder oligárquico, político, económico que toma decisiones? Y ahí te digo que no: hay intereses enfrentados. No son los mismos. Por otra parte, la relación del poder político con el económico es tan vieja como desde la existencia de estos, pero es una relación cruzada de conflictos y tensiones…

No es lineal.

Tampoco es compacta. Te preguntas «bueno, el Ibex 35…». Pero, ¿quién está en el Ibex? ¿Cuándo decide? ¿Se reúnen estos señores? Es como cuando se dice «la clase obrera quiere…». Oiga, habla usted en nombre de su sindicato, no de la clase obrera. Esto se escribe así en una historia reciente de la Transición que narra cómo los líderes obreros traicionan a la clase obrera. Y, según esta tesis, la democracia no triunfó por esa traición. Logró grandes conquistas, pero los partidos la traicionaron (risas)… A esto hay que echarle muchas horas para entenderlo.

¿No os fascina a los viejos marxistas, formados en Weber o Lenin dependiendo del radicalismo, la vigencia en el panorama político de un pensador «menor» como Ernesto Laclau?

Vigencia… Más bien de un sector de Podemos. No me fascina: lo que Laclau ha racionalizado son las políticas que se han puesto en marcha en Latinoamérica.

¿Es Laclau un heredero de los autores bonapartistas del siglo XIX? Quiero decir, toda la estrategia de Podemos es vertical y su líder no oculta el modelo cesarista latinoamericano.

En parte. La estrategia de Podemos, por otra parte, está todavía por ver. En Podemos hay dos grandes alas. La primera, que en su primera mitad escondía su discurso de izquierda por ser «marca perdedora», ha hecho una especie de fagocitación de esa ideología, tomando su discurso. Mientras tanto, hay otra que permanece en el discurso populista de Laclau. El discurso de Laclau, si se pudiera transformar en práctica, es que luego de la conquista de Estado, a partir de esta —«el asalto a los cielos»—, organizas la política en el modo en que te ha llevado al poder. O sea, a través de un discurso populista. El populismo puro, el de Laclau y no el que hace pactos con Izquierda Unida, llega a las instituciones y lo hace de manera minoritaria. Con lo cual, debe negociar con lo que era casta antes. De la negociación nace un cambio en la retórica y les lleva a privilegiar el pacto con aquellos de la casta que se prestan a negociar.

¿El sector de Podemos más inspirado en Laclau permitiría la alternancia una vez llegado al poder?

Haría todo lo posible para que esa alternancia no fuera posible (risas).

Esa es la clave del peronismo.

Pero eso está en el discurso, está plenamente en aquello que llaman proceso constituyente. Lo que pasa es que, claro, cuando hay una constitución que tiene las normas establecidas de su propia reforma esto es complicado.

En Politkon un artículo excelente de Pablo Simón («Los diques frente a la hegemonía») exponía los limes legales del sistema político español en una deriva populista.

Claro. Pero tú supones en una hipótesis racional que ese asalto al poder es del pueblo, al que se le supone una inmensa mayoría. El proceso constituyente antes, en minoría, va desconstituyéndose. Todo eso está escrito, no me lo invento. Consiste en cargarte símbolos, interpretar la historia de manera que no refuerce al adversario: eso es la deconstitución. Todos lo han hecho: Hugo Chávez, Evo Morales, etc.

¡Pero eso sería el bonapartismo del siglo XIX!

Sí. Pero no había televisión (risas).

lunes, 12 de diciembre de 2016

Los comienzos del periodismo de investigación en Gran Bretaña. El curioso caso de W. T. Stead y el hundimiento del Titánic

Uno de los primeros periodistas de investigación fue Félix Mejía; curioseando he investigado por los orígenes de los muckrakers y amplié un artículo de Wikipedia hasta convertirlo en esta amenísima curiosidad, llena también de interés por la mediumnidad y las leyendas en torno al hundimiento del Titanic:

William Stead Thomas (Embleton, Northumberland, 5 de julio 1849 - en el Titánic, 15 de abril 1912) fue un destacado periodista, editor y espiritista británico, pionero del periodismo de investigación, y una de las figuras más controvertidas dentro del periodismo británico de la era victoriana.

Stead fue educado siguiendo estrictamente las Sagradas Escrituras como hijo de religiosos congregacionalistas. Además, a muy temprana edad, Stead ya era capaz de leer textos en lengua latina tan bien como leía textos en su lengua materna, la inglesa. Su nuevo y comprometido estilo periodístico, que Matthew Arnold desaprobó llamándolo "Nuevo Periodismo", fijó el camino del sensacionalismo para la prensa actual y demostró cómo la prensa era, en efecto, un cuarto poder (en palabras de W. T. Stead, un Government by Journalism, "Gobierno por el periodismo") que podía usarse para incidir en la opinión y generar cambios en las políticas gubernamentales. Su trabajo periodístico cubrió los costados menos gratos para la mirada del ciudadano de la ciudad imperial: maltrato infantil, prostitución, trata de blancas y abuso; sus escritos reclamaban, fundamentalmente, un cambio en el sistema de criminalización del vicio.

Comenzó a trabajar a la temprana edad de catorce años como ayudante contable en un negociado de Newcastle upon Tyne; en sus ratos libres leía a Shakespeare y una vida de Thomas Cromwell de Thomas Carlyle, del que siempre fue un gran admirador; un artículo sobre este último fue su primera publicación en Boy's Own Magazine. Gracias a esto ganó una guinea que gastó en comprarse libros, incluida una colección de poemas de James Russell Lowell que lo acompañó durante toda su vida. En 1865 logró publicar en un periódico local un artículo sobre el asesinato de Abraham Lincoln y en 1868 otro en el Sheffield Independent sobre la separación de la Iglesia de Irlanda. Entonces adoptó el pseudónimo que más usaría: "W. T. Silcoates". También empezó a publicar por vez primera una revista de la que fue editor durante diez años: el Magazinctum, cuya distribución se limitaba a la propia familia de Stead. A lo largo de este período sufrió enfermedades oculares y llegó a pensar que iba a quedarse ciego.

El 10 de junio de 1873, Stead se casó con una amiga de la infancia, Lucy Emma Wilson (1849-1932). Juntos tuvieron cuatro hijos y dos hijas. Como se hizo popular por los numerosos artículos que enviaba regularmente a la prensa regional, lo nombraron redactor jefe del periódico liberal Northern Echo de Darlington en abril de 1871, con lo que se transformó en el editor más joven de la historia de la prensa británica. Tras la victoria electoral de Gladstone en 1880, Stead ingresó en la Pall Mall Gazette, que se había convertido más o menos en el órgano oficial del partido liberal, y cuando agosto de 1883 se transformó en su redactor jefe cambió radicalmente su forma y contenido. Sus grandes campañas de opinión dieron lugar a importantes reformas políticas y sociales. Hizo campañas contra la pobreza de algunos barrios de Londres, otra a favor de la intervención del famoso Charles Gordon en la guerra contra los derviches del Sudán, otra para que se aumentara el presupuesto de la Real Armada o Royal Navy y otra en favor de la paz entre Rusia y Gran Bretaña, pero la más famosa, que le granjeó incluso una estancia en la cárcel, fue en 1885 contra la prostitución infantil (una serie de cuatro artículos bajo el título "The Maiden Tribute of Modern Babylon" -"El tributo de las doncellas de la moderna Babilonia"-). Para demostrar la verdad de sus revelaciones, "compró" a Eliza Armstrong, una niña de 13 años, hija de un deshollinador, hecho que relata en el artículo "A Child of thirteen bought for £5".

El origen de esta memorable serie de artículos fue este: un luchador contra el vicio fue a verle cuando era redactor jefe de la Pall Mall Gazette en mayo de 1885 para pedirle ayuda en desatascar un proyecto de ley que se proponía combatir la prostitución infantil que ya había sido rechazado tres veces en la Cámara de los comunes; sus historias conmovieron a Stead, quien decidió emprender una investigación entrevistando desde alcahuetes y proxenetas a trabajadores sociales y capellanes de cárceles; se las arregló incluso para que una de sus reporteras y una chica del Ejército de Salvación se hicieran pasar por prostitutas para colarse en los burdeles, con la esperanza de que pudieran escapar antes de prestar el servicio, y el 6 de julio de 1885 se publicó la primera entrega de "El tributo de las doncellas en la Babilonia moderna". Causó sensación: nunca el Londres victoriano había visto contenidos sexuales tan explícitos en un texto impreso. Titulares como "La violación de las vírgenes", "Confesiones del dueño de un burdel" o "Chicas compradas y corrompidas" interesaron y escandalizaron a la gente. Cuando el mayor distribuidor de prensa de la ciudad (W. H. Smith & Sons) se negó a repartir el periódico, un grupo de voluntarios del Ejército de salvación se ofreció a hacerlo. Incluso George Bernard Shaw (autor de la escandalosa y relacionada con el tema La profesión de la señora Warren) llamó por teléfono para ofrecer su colaboración. Durante los cuatro días siguientes las oficinas del periódicos fueron asaltadas por las masas, deseosas de conseguir un ejemplar, que incluso de segunda mano llegó a alcanzar un precio doce veces superior al nominal. Se organizaron pronto concentraciones públicas y manifestaciones para conseguir que la ley se aprobase, y el Ejército de salvación reunió casi cuatrocientas mil firmas en un gigantesco rollo de papel de milla y media de longitud.

Pero como Stead había quebrantado la ley, aunque con buenas intenciones, y había cometido varias irregularidades más, dos periódicos de la competencia (la Saint Jame's Gazette y el Lloyd's Weekly Newspaper) terminaron por meterlo entre rejas; Stead, sin embargo, consiguió que se elevara la edad de consentimiento sexual desde los trece a los dieciséis años. Todo esto, sin embargo, le pasó factura: la cantidad de reputaciones que había destrozado con sus campañas le granjeó tantos y tan poderosos enemigos entre los poderes fácticos que tuvo que abandonar su cargo de redactor jefe en enero de 1890. Pero de hecho, en ese mismo año, The New York Sun llegó a decir que "entre los años 1884 y 1888 estuvo más cerca de gobernar Inglaterra que cualquier otro ciudadano del reino".

Stead se definía como "imperialista más los diez mandamientos y el sentido común", pero su premisa fundamental era que "el progreso del mundo" dependía de la conducta del imperio británico: su misión era ética y trascendía la política de los partidos. La represión de manifestantes irlandeses por la policía británica en el llamado Domingo Sangriento (1887) dio lugar a su creación, con ayuda de la activista irlandesa Annie Besant, del periódico The Link. Hacia los años noventa empezó a interesarse por el espiritismo (editó la revista espírita The Bordeland) y la escritura automática y apoyó la difusión del esperanto como lengua internacional en su revista de entonces, la Review of Reviews. En 1899, Stead participó en la primera Conferencia en La Haya como parte de su lucha por la paz mundial. Se convirtió en un defensor del desarme y del arbitraje en caso de disputas internacionales y continuó dando conferencias en contra de los conflictos y masacres como el genocidio armenio entre 1894 y 1895 y la Guerra de los Boers (1899-1902), lo que le hizo perder la amistad de halcones como sir Cecil Rhodes y de Alfred Milner y condujo a su periódico Review of Reviews a un menor número de ventas. Jugó un papel clave en la preparación y realización de la Segunda Conferencia de La Haya en 1907, donde nuevamente se hizo hincapié en la necesidad de un arbitraje internacional para evitar conflictos. Así, denunció en ese momento la actitud "antialemana" del Ministerio de Asuntos Exteriores y protestó contra las atrocidades cometidas por los italianos durante la Guerra italo-otomana (1911-1912). En 1904 lanzó The Daily Paper, pero perdió con este diario una auténtica fortuna (35.000 libras de las de entonces), lo que lo llevó a una crisis nerviosa. 

Un año antes de la Guerra de España contra los Estados Unidos, en 1897, viajó a Nueva York para reunirse con el gran magnate de la prensa William Randolph Hearst, para enseñarle su modelo de negocio, que este magnate entendió sin escrúpulos, y en 1905 viajó a Rusia en una gira para tratar de desalentar la violencia, aunque no tuvo éxito alguno. Su fallecimiento en el hundimiento del famoso transatlántico RMS Titanic la madrugada del día 15 de abril de 1912, pues había sido contratado para dar una conferencia en Nueva York, tuvo una gran repercusión porque, a causa de su militancia espiritista, se crearon muchas leyendas en torno a su muerte, algunas con fundamento en la verdad, como la predicción del hecho veinte años antes, en su novela Del viejo mundo al nuevo (1892). El testimonio de una de las supervivientes, la señora de William Shelley, lo contemplaba ayudando en la evacuación cuanto pudo para terminar rezando en la cubierta casi en estado de trance. Es cierto que Stead se creía (o era en verdad) un medium, e incluso llegó a compilar las cartas que un espíritu, Julia, le dictaba mediante escritura automática desde 1892 en su libro After Death: Letters From Julia (1910).

Stead fue un reconocido defensor de la paz mundial (llegó a ser propuesto para el premio Nobel de la paz en 1903) y los derechos de la mujer y escribió varios libros, muchos de ellos traducidos al español, al francés, al alemán e incluso al japonés. El más personal es sin duda su autobiografía, The life of Mr. W. T. Stead (London, 1886). Destaca una obra bibliográfica, Index to the periodical literature of the World... (1891-1902). Otros célebres fueron The Americanization of the world, or, The trend of the twentieth century (1902), Real Ghost Stories, The United States of Europe, The Pope and the New Era, Coming Men on Coming Questions, The Splendid Paupers: a tale of the coming plutocracy...

domingo, 11 de diciembre de 2016

Hallado un nuevo e importante documento cervantino

Andrés Amorós, "Aparece en Valencia la firma más antigua de Cervantes", en Abc de Madrid, 11-XII-2016:

Hallan un documento del escritor, la historia judicial de un supuesto crimen con tintes novelescos, sucedida tras su cautiverio

Al concluir el año dedicado a Cervantes, en el cuarto centenario de su muerte, ABC ofrece la primicia de un hallazgo cervantino: el descubrimiento de un documento, con la firma autógrafa del escritor. Solo 11 firmas han llegado hasta nosotros. Pero esta tiene, además, dos novedades: parece ser la firma más antigua que conocemos y no se refiere a sus trabajos por los pueblos andaluces sino a una historia judicial novelesca, con ribetes casi boccaccianos, que tuvo lugar en Valencia, cuando fue redimido.

El hallazgo

Lo ha encontrado, en el Archivo del Reino de Valencia, el archivero Jesús Villalmanzo –que ha publicado ya importantes documentos sobre Joanot Martorell, el autor del «Tirant lo Blanch», y Ausias March–, en el curso de sus investigaciones sobre fray Juan Gil, el trinitario que redimió a Cervantes . Éste es el avance de un estudio científico amplio, que está preparando.

Se trata de una declaración judicial realizada por Cervantes ante el Justicia Criminal de Valencia, el magistrado que entendía, en primera instancia, de los crímenes cometidos en la ciudad. (El folio siguiente recoge el testimonio de su amigo don Diego de Benavides, noble, natural de Baeza, que contaba 28 años).

El documento está muy bien conservado: quizá nadie lo ha consultado desde que finalizó el pleito, en 1581. Está escrito en lengua valenciana: así se hacía entonces, en los tribunales de la ciudad; también incluye algunas fórmulas jurídicas en latín. Lógicamente, las preguntas a Cervantes y sus respuestas se hicieron en castellano; luego, el escribano lo tradujo todo al valenciano. Poco después, Cervantes leyó y firmó su declaración.

Conviene recordar que el escritor tuvo trato, en Argel, con soldados y comerciantes valencianos, que hablarían en su lengua materna. Y, en el «donoso escrutinio» de la biblioteca de Don Quijote (I, 6), elogia enormemente el realismo del «Tirant lo Blanch», escrito en esa lengua:

«¡Válame Dios! –dijo el cura, dando una gran voz–. ¡Que aquí esté Tirante el Blanco! (...) He hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos (...) Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen».

Una historia novelesca

En mayo de 1580, desapareció de Valencia un joven pescador, Jeroni Planelles, de 22 años. Se sabía que mantenía relaciones con la amiga de un viejo mercader mallorquín. Al desaparecer, creyeron algunos que lo habían asesinado y descuartizado, por venganza, los amigos del mercader. Algunos testigos confirmaron esta hipótesis. Se abrió un proceso y fueron encarcelados cuatro supuestos asesinos. A la vez, circulaban rumores de que el joven no había sido asesinado sino que había huído y estaba en paradero desconocido.

La ciudad se dividió en dos bandos: los mercaderes mallorquines, que creían en la inocencia de los acusados y los ayudaban, frente a muchos vecinos de Valencia, que los creían culpables. Fue el padre del joven, apoyado por otros pescadores, el que puso la denuncia que condujo a la detención de los presuntos culpables. Llegaron también rumores de que Planelles, en realidad, estaba cautivo en Argel: eso provocó que se pidiera testimonio a Cervantes.

El papel de Cervantes

Como es sabido, después de la batalla de Lepanto y varias empresas militares más, Cervantes salió para España en 1575. Cerca de Marsella, la goleta «Sol», en la que navegaba, fue atacada por tres naves y tuvo que rendirse: le llevaron cautivo a Argel, donde estuvo en prisión cinco largos años. El trinitario fray Juan Gil logró liberarlo, mediante el pago de 500 escudos, en septiembre de 1580.

Se cree que el grupo de redimidos en que iba Cervantes salió de Argel el 24 de octubre, desembarcó en Denia y llegó a Valencia hacia el 1 de noviembre. Se alojó en el convento trinitario del Remedio, junto al puente del Mar, mientras se arreglaban los papeles de los rescatados. Permaneció en la ciudad un mes largo: pudo asistir a fiestas, procesiones, misas solemnes, espectáculos…

Los comerciantes mallorquines buscaron al que acababa de ser liberado y, viendo que los datos que daba podían ser favorables a su causa, pidieron que testificara.. El 8 de noviembre de 1580, compareció Cervantes, al que se presenta, en el documento –sin duda, para dar más credibilidad a su testimonio– como «magnífico caballero, vecino y natural de Alcalá de Henares, residente ahora en Valencia, que dice ser de 32 años».

Le hicieron dos preguntas: si había visto, en Argel, en los meses de septiembre y octubre, a Jeroni Planelles y si había conocido una declaración de más de veinte personas (muchos de ellos, pescadores valencianos), testificando que estaba vivo, en Argel.

Declaró Cervantes que no lo conocía personalmente pero que, estando en Argel, «tierra de enemigos de la Santa Fe Católica y de Su Majestad», un mercader valenciano llamado Exarch (citado por los biógrafos de Cervantes) le contó «un caso muy extraño»: el del marinero desaparecido. Además, un día, en casa de fray Juan Gil, preguntó qué hacía un grupo de personas, que estaban escribiendo, en una mesa. Le dijeron que redactaban un testimonio de que Planelles estaba vivo y lo iban a entregar a Benedetto Pito, mercader genovés, residente en Valencia, que iba a salir en seguida, con su barco, hacia esa ciudad, para que lo hiciera llegar a los jueces. (En realidad, Pito no cumplió el encargo).

Añadió Cervantes que vio, junto a una escalera de caracol, a un joven, con «los morros algo grandes», y le dijeron que era Planelles. (Lo mismo confirmó luego, en su declaración, su amigo don Diego de Benavides).

¿Sirvió para mucho la declaración de Cervantes? No tanto como esperaban los mallorquines que le habían propuesto como testigo. Pero su testimonio, junto con otros, provocó que se trasladara la causa al Tribunal de la Audiencia Real, que disponía de más medios. La ciudad seguía dividida y eso dio lugar, curiosamente, a que se hicieran muchas apuestas sobre si el joven estaba vivo o no.

Los «asesinos», liberados

Concluyó el pleito en abril de 1581, cuando compareció en persona, en Valencia, el joven pescador: fueron liberados los presuntos asesinos y se condenó a un falso testigo al escarnio público y exilio de Valencia. Los mallorquines cobraron sus apuestas y, con ese dinero, se rescató a cuatro cautivos.

A causa de este episodio, Cervantes fue recordado, en Valencia, durante algún tiempo. Un año más tarde, en un pleito, unos testigos aludieron a la declaración de «un tal Servantes, castellano». Probablemente, él también recordaba aquellos gratos días que había pasado en la ciudad al escribir, en su última novela, «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» (publicada póstuma, en 1617: se va a cumplir ahora el cuarto centenario) este elogio:

«Cerca de Valencia llegaron (…) No faltó quien les dijo la grandeza de su sitio, la excelencia de sus moradores, la amenidad de sus contornos y, finalmente, todo aquello que la hace hermosa y rica sobre todas las ciudades, no sólo de España sino de toda Europa; y, principalmente, les alabaron la hermosura de las mujeres y su extremada limpieza y graciosa lengua…»

Así concluyó esta historia, digna de una «novela ejemplar». Más de cuatro siglos han pasado hasta el descubrimiento de esta firma de de Cervantes.

El joven pescador no fue descuartizado

Los folios donde ha aparecido la firma de Cervantes como testigo son parte de un litigio a cuenta de un posible asesinato.

Jeroni Planelles, de 22 años, era un joven pescador que mantenía relaciones con la amiga de un comerciante mallorquín.

Desapareció en extrañas circunstancias y los amigos del comerciante fueron acusados de asesinarle y descuartizarle.

Cervantes testifica en el caso para decir que, aunque no lo ha conocido personalmente, ha oído durante su cautiverio a quien decía conocerlo. Y que llegó a ver a un hombre que le dijeron que podría ser Planelles.

En 1581 apareció por fin Planelles ante el tribunal y los presuntos asesinos fueron liberados. Se condenó a escarnio público a un falso testigo sobre cuyas palabras se había fundamentado el caso.

Elvira Lindo entrevista a Amodóvar

Elvira Lindo, “España era mucho más tolerante”, en El País, 11 DIC 2016:

El director manchego recuerda sus primeros años en Madrid, su infancia y la muerte de su padre

A unos metros del Hotel Baccarat de Manhattan ruge el amenazador dispositivo de seguridad que protege al nuevo presidente en la Casa Trump, pero Pedro Almodóvar tiene razones para estar satisfecho. El MoMa ha dedicado una retrospectiva a su obra; The New Yorker lo celebra convirtiéndole en personaje central de la revista y un nutrido grupo de admiradores, de Kate Blanchett a John Turturro, acudieron a la cena que el museo organizó para celebrar a un cineasta al que impulsó y mimó casi desde el principio.

-El Moma me acogió desde “Qué he hecho yo para merecer esto”, me introdujo en esta ciudad tan parecida a la yo veía en los tebeos de Superman.

-Hay mucha gente que cuando ve mis primeras películas, me dice, ahora no podrías hacerlas. Yo me atrevería, pero la reacción contra ellas sería brutal.

-España era infinitamente más tolerante en los 80, ni siquiera era una postura política sino el modo mismo de vivir. Estábamos estrenando la libertad. La España franquista, que podía haber reaccionado en contra, estaba metida en su casa, medio atemorizada.

-Mi catetismo desapareció con la felicidad de sentir que había llegado al lugar al que pertenecía, Madrid. Uno descubría que la ciudad estaba hecha por todos los forasteros que veníamos a conquistarla.

-Iba por la M30, veía las colmenas ilimitadas del barrio de la Concepción, y percibía que visualmente tenían una fuerza descomunal. Reconocía como míos esos barrios llenos de pueblerinos. Del neorrealismo italiano había aprendido cómo lo suburbial se convertía en arte. Había otra cuestión latente, la conciencia social: yo pertenecía a esas familias.

-Mis pintas eran un escándalo cuando volvía al pueblo. Era terrible sentir cómo tu familia pasaba malos ratos porque tenías pluma y vestías hiper moderno. Temía poner a mis padres en evidencia, pero hay un momento en el que has de elegir entre agradar a tu familia o ser tú mismo.

-He tenido una mala relación con los recuerdos de infancia. No he podido hacer una película acerca de lo que significa ser un niño diferente en un pueblo.

-Tenía 30 años cuando murió mi padre. Sentía lo mucho que me quería, pero también su enorme extrañeza hacia mí. La única conversación real la tuvimos un momento antes de que muriera, cuando me encomendó a Agustín. Me dijo, “ocúpate del niño”. Me encantaría que tuviera ocasión de ver que el niño me ha acompañado todos los días de mi vida.

-Yo era un niño espectacular, no paraba de hacer cosas llamativas. Cantaba en latín, declamaba: en el internado, por las noches, aquellos curas me ponían a leer a los internos las vidas atroces de los santos.

-Al principio, hubo grandes prejuicios contra mí en las esferas artísticas, me consideraban una absurda. Yo compatibilizaba dirigir con ponerme una bata de boata y salir en el Rockola a cantar, que es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo antes de los 50.

-Nosotros fuimos la reacción a la estética progre de los 70 que, por otra parte, veo recuperada ahora mismo para mi asombro.

-Vivir en Madrid en plena explosión democrática fue un regalo. ¿Cómo se lo vendes eso ahora a las personas que tienen 20 años? No me gustan las idealizaciones, pero aquello no fue un espejismo: lo vivimos.

--En nuestro mundo nocturno la política no aparecía, pero esa defensa de la frivolidad y el hedonismo eran en sí mismos una postura radical.

-Es agotador que hoy todo esté en entredicho en España. En 2004, comenzó un período en el que la espontaneidad desapareció y dejó de permitirse la ironía. Yo desconocía que vivía en un país en el que la derecha tenía tal fuerza. ¡Toda la vida luchando contra la dictadura de “el qué dirán” y mira dónde estamos!

-Aquí me encuentro más relajado, sí, no padezco esa especie de vigilancia que me obliga a estar alerta ante lo que digo. Y qué te voy a decir: es una pena.

Una pena, ciertamente, porque cuando Almodóvar se soltaba la melena, ay, era un festín para los periodistas

Avances en Inteligencia Artificial

Javier Sampedro "Construyendo mentes artificiales", en El País, 11-XII-2016:

Los últimos grandes avances en el campo de la inteligencia artificial se inspiran en el cerebro. Pero su objetivo no es imitarnos, sino superarnos en ciertas cosas

Si la inteligencia artificial persiguiera imitar el funcionamiento del cerebro humano, se enfrentaría a un escollo formidable: que aún no sabemos cómo funciona el cerebro humano. Pero ni el objetivo de esta tecnología vigorosa es solo ese, ni la estrategia de imitar al cerebro tiene que esperar a que lo entendamos todo sobre ese órgano fabuloso que llevamos dentro del cráneo. Incluso con el conocimiento fragmentario que tenemos sobre él, nuestro cerebro está sirviendo como una fuente de inspiración muy eficaz para los ingenieros, los científicos de la computación y los expertos en robótica. Y los resultados ya nos rodean por entero.

Como un pasajero asomado a la borda de un transatlántico, pasamos el día viajando sobre una maquinaria prodigiosa de la que entendemos muy poca cosa. El sistema de reconocimiento de voz con el que podemos hablar a Google es inteligencia artificial (AI, en sus siglas en inglés), como lo es ese circulito que identifica las caras de tus primas cuando vas a hacerles una foto. Que sean AI quiere decir que nadie ha programado allí tu voz ni la cara de tu prima, sino que el sistema aprende a reconocerlas a partir de la experiencia, como hace nuestro cerebro con la realidad impredecible de ahí fuera.

Hay gente obsesionada por definir las cosas, y el lector podrá encontrar en la red una docena de definiciones distintas de la inteligencia artificial. Mi favorita es la de Marvin Minsky, un pionero del campo que murió en enero. La AI, dijo Minsky, “es la ciencia que investiga para que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano”. La definición de Minsky parece gratuitamente enrevesada, pero en realidad es un dardo envenenado. Va con retranca, y es importante que veamos por qué.

A principios de los años noventa, todo el mundo habría considerado que ganar al campeón mundial de ajedrez sería una prueba de inteligencia. En esos mismos años, sin embargo, los científicos de IBM estaban desarrollando un ingenio destinado a vencer a Gari Kaspárov, el número uno de la época. Se llamaba Deep Blue, contaba con 256 procesadores trabajando en cadena que evaluaban 200 millones de jugadas por segundo y dio el campanazo el vencer al gran Kaspárov. ¿Debemos concluir que Deep Blue era inteligente?

No, de ningún modo, respondió todo el mundo al unísono. El ajedrez, al fin y al cabo, es un juego acotado, con un número enorme pero finito de soluciones posibles, y sus reglas son simples y matemáticamente consistentes. Este es el campo de juego óptimo para un cerebro de silicio con superpoderes como Deep Blue.

El sistema de reconocimiento de voz, o el de identificación de caras del smartphone son ejemplos de inteligencia artificial que usamos diariamente 

Pero nuestro cerebro no funciona así. Ni tiene 256 procesadores en cadena ni puede evaluar 200 millones de jugadas por segundo. El éxito del ingenio de IBM se atribuyó a la fuerza computacional bruta. Nuestra percepción del ajedrez dio un vuelco, pero no para declarar inteligente a Deep Blue, sino para excluir al ajedrez de la definición de inteligencia. Si una máquina podía ganar a Kaspárov, ser el campeón mundial de ajedrez no debía ser para tanto, después de todo.

Justo ahí iba Minsky con el dardo de su definición. Si quien hubiera ganado a Kaspárov hubiera sido un joven talento, todos le habríamos admirado por su inteligencia extrema. Pero ninguno de nosotros estuvimos dispuestos a concederle la misma consideración a Deep Blue. La AI no es la ciencia que investiga para que las máquinas hagan cosas inteligentes, sino para que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano. Es una importante lección de Minsky que conviene tener muy presente al reflexionar sobre la inteligencia de las máquinas.

Los sistemas de inteligencia artificial aprenden con nosotros gracias a la experiencia 

Hay otro criterio clásico sobre la misma cuestión, formulado por el gran padre de la inteligencia artificial, Alan Turing (algunos lectores le recordarán con la cara de Benedict Cumberbatch en la película Descifrando Enigma). Tendremos que considerar que una máquina es inteligente cuando logre hacerse pasar por un humano, por ejemplo por correo electrónico. Los científicos de la computación veneran a Turing, pero ya no creen que su test de Turing sea un criterio válido. Ni aprobarlo demuestra inteligencia, ni suspenderlo implica la falta de ella. ¿Entonces?

Entonces, como casi siempre, lo mejor es prescindir de los grandes principios matemáticos o filosóficos y ponerse las botas para hundirlas en el barro. Caso a caso, con un sentido práctico y una mente abierta. Los ordenadores ya nos superan en capacidad de cálculo, en velocidad de gestión y en otras cosas. Nos ganan al ajedrez e incluso al Go, el juego chino que seguramente es el más complejo que hemos inventado los humanos.

Podemos, por supuesto, aducir que eso no es la verdadera inteligencia. Pero la verdadera inteligencia, por todo lo que sabe la neurociencia, está hecha de cosas como esas. No sabemos de cuántas, no sabemos cuándo la tecnología logrará emularlas a todas ellas, pero no parece haber ningún problema de principio, o frontera infranqueable, para que las máquinas lleguen ahí.

Si el cerebro es un objeto físico (como los científicos saben que es), no puede haber ningún escollo filosófico para que la tecnología lo pueda emular. O superar.

'Deep Blue', el ordenador que ganó a Kasparov al ajedrez no era inteligencia artificial

De inteligencia artificial se habla desde los años cincuenta, pero los avances recientes que explican su afloramiento en los medios —y que usted esté leyendo esto— proponen dos enfoques que se basan en ciertos aspectos del funcionamiento del cerebro. El primero es un tipo de programa informático —o de arquitectura de sistemas— que se llama red neural y que, como indica su nombre, emula el tipo de computación que hacen las neuronas biológicas.

Todo el mundo está familiarizado hoy con la forma de una neurona. Sus entradas (dendritas) forman un árbol de ramificación frondosa y fractal, de modo que de un solo tronco pueden llegar a formar 10.000 ramas que rastrean la información de su entorno local y de media distancia. En contraste, el cable de salida (axón) es único, de modo que cada neurona tiene que integrar masas de información procedente de sus miles de dendritas para generar una respuesta sintética a través de su axón. Esta es la arquitectura que imitan las redes neurales de silicio.

La inteligencia artificial es la ciencia que investiga para que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hicieran humanos 

La segunda inspiración que proviene del cerebro es más compleja, y más poderosa. Se llama deep learning (aprendizaje profundo), y es el fundamento de los grandes avances que nos han asombrado en los últimos tres o cuatro años. De manera paradójica, lo más fácil es explicar primero el funcionamiento del cerebro y después el del deep learning.

Cuando el premio Nobel Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN y neurocientífico, le dijo a una amiga que su interés profesional era comprender el mecanismo cerebral de la visión, la amiga se mostró estupefacta:

—No sé qué interés tiene eso. A mí me basta imaginar que el cerebro forma una especie de imagen de televisión.

La clave de la inteligencia artificial es que las máquinas sean capaces de aprender, lo que se conoce como 'deep learnig'

—Sí —respondió Crick—, pero ¿quién está viendo la televisión?

Nuestras intuiciones sobre el funcionamiento de nuestra propia mente siempre son garrafales. La verdadera forma en que procesamos la información visual (cómo formamos imágenes mentales del mundo) hubo que descubrirla con experimentos sofisticados. La imagen que capta la retina se transmite por el nervio óptico a la parte posterior del cerebro, la más próxima a la nuca (V1, por área visual uno, en la jerga). V1 solo ve líneas entre luz y sombra, horizontales, verticales o con cierto ángulo de inclinación. Eso es todo lo que entra.

Subiendo desde la nuca hacia la coronilla, se sucede un encadenamiento de áreas visuales (V2, V3 y otras con nombres más caprichosos) que va abstrayendo la información progresivamente. Si V1 solo veía líneas inclinadas, las siguientes áreas las abstraen en ángulos, luego en polígonos, después en poliedros y al final en una gramática de las formas que nos permite construir un modelo interno de la persona que vemos, ya esté de frente o de medio perfil, enfadada o partida de risa. Ese es el que está viendo la televisión.

En eso se basa también el deep learning (aprendizaje profundo) de las máquinas. Las neuronas de silicio se organizan en muchas capas (decenas o cientos) que van abstrayendo progresivamente la información. Cada capa, por así decir, infiere un concepto a partir de la jungla que le transmite la capa anterior y, capa a capa, la información se va haciendo más abstracta, menos pendiente de los detalles que de las propiedades invariantes de los objetos del mundo. Es como poner un nombre a las cosas, y esto es lo que hacen los actuales sistemas expertos.

Pueden leer en los artículos de este suplemento cosas interesantes sobre las oportunidades y los riesgos, los sueños y las pesadillas. Pero recuerden los conceptos básicos expuestos aquí. Les seguirán sirviendo dentro de 10 años.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Misterio, de Juan José Millás

Juan José Millás, "Misterio", en El País, 9 DIC 2016:

“Me asaltó un pensamiento sombrío”. He ahí una frase hecha en la que apenas repararíamos de leerla en un libro, pese a la brutalidad de su significado. Ser “asaltado” por un pensamiento (sombrío o no) implica que el pensamiento procede del exterior. Estás tan tranquilo, no sé, viendo la tele, sin meterte con nadie, cuando se cuela en tu cabeza la idea de que el bulto que te ha salido en el párpado no es precisamente un orzuelo. ¿Por qué nos atacan con tanta fuerza pensamientos que intentamos desechar sin éxito? ¿De dónde vienen? ¿Qué clase de autonomía tienen? Pongamos que acabas de meterte en la cama, que has cerrado los ojos, que has hallado postura, y que cuando estás a punto de desconectar, te sobresalta la idea de que la llave del gas se ha quedado abierta. A lo mejor ni siquiera tienes gas. Pero la idea insiste e insiste hasta que no te queda otra que levantarte.

Imagina ahora que te encuentras en casa un sábado por la tarde, leyendo una novela, cuando se abre la puerta y aparece un intruso. Un tipo con barba, por ejemplo, que se dirige tranquilamente a la cocina para prepararse un café. Te quedarías perplejo. Eso es lo que nos ocurre con las ideas intrusas, que nos dejan perplejos. ¿Pero por qué, por qué?, nos preguntamos. ¿Por qué a estas horas? No hay respuesta. ¿Cómo defenderse de ellas? A mí me da buen resultado observarlas con naturalidad, como si pertenecieran a mi familia ideológica y tuvieran todo el derecho a pasearse por mi cabeza. Si no les presto mucha atención, suelen largarse. Lo que no me ha ocurrido nunca es que me asalte una columna periodística intrusa. Todas y cada una de las columnas que publico he de escribirlas yo, sin ayuda de voces que procedan de afuera. Otro misterio.

Otra wiki mía, El Greco en la literatura universal

Otra de mis contribuciones a la Wikipedia (que me hacen perder unos días que para otros son de asueto) fue el resumen de un imponente capítulo de un libro de Leonardo Romero Tobar (cuya biografía también escribí para la Wikipedia) sobre el influjo de nuestro y no nuestro manchego Greco en la literatura, hasta que me cansé y lo dejé en unos puntos suspensivos. Copio aquí el texto:

El influjo de la figura y de la obra del Greco en la literatura española y universal es, sin duda, formidable. El extensísimo capítulo que dedica Rafael Alarcón Sierra al estudio de este influjo en el primer volumen de Temas literarios hispánicos (Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2013, p. 111 y ss.) ni siquiera agota el tema. Si Goya es descubierto por los románticos y Velázquez es considerado un maestro por los pintores del naturalismo y del impresionismo, El Greco es visto como "un precedente de simbolistas, modernistas, cubistas, futuristas o expresionistas, y como ocurre con los anteriores, fuente inagotable de inspiración y estudio [...] en la plástica, la literatura y la historia del arte, donde se crea una nueva categoría para poder explicar su obra, anticlásica y antinaturalista: el manierismo".

En el siglo XVI destacan los elogios tributados por poetas Hortensio Félix Paravicino, Luis de Góngora, Cristóbal de Mesa, José Delitala y Castelví; en el XVII, los de los poetas Giambattista Marino y Manuel de Faria y Sousa, así como los de los cronistas fray José de Sigüenza y fray Juan de Santa María y los de los tratadistas de pintura Francisco Pacheco y Jusepe Martínez; en el siglo XVIII, los de los críticos Antonio Palomino, Antonio Ponz, Gregorio Mayáns y Siscar y Juan Agustín Ceán Bermúdez y, en el siglo XIX, Eugenio Llaguno. Cuando se abrió la Galería española en el Louvre en 1838 había nueve obras del Greco, y Eugène Delacroix poseía una copia del Expolio. Millet adquirió un Santo Domingo y un San Ildefonso. Charles Baudelaire admiraba La dama de armiño (que Théophile Gautier comparó con La Gioconda y hoy algunos consideran que es de Sofonisba Anguissola); Champfleury pensó escribir una obra sobre el pintor y Gautier alabó sus cuadros en su Voyage en Espagne, donde declara que en sus obras reina "una energía depravada, una potencia enfermiza, que delatan al gran pintor y al loco genial". En Inglaterra William Stirling-Maxwell reivindicaba la primera época del Greco en sus Annals of the Artists of Spain, 1848, III vols. Son innumerables los viajeros extranjeros que se detienen ante sus obras y las comentan, mientras que los españoles, en general, lo olvidan o repiten los tópicos dieciochescos sobre el autor, y aunque Larra o Bécquer lo citan de pasada, es con gran incomprensión, aunque este último había proyectado un escrito, "La locura del genio", que iba a ser un ensayo sobre el pintor, según su amigo Rodríguez Correa. Sí lo aprecia el novelista histórico Ramón López Soler en el prólogo a su novela Los bandos de Castilla. 

Pero críticos como Pedro de Madrazo empiezan a revalorizar su obra en 1880 como un precedente muy importante de la llamada Escuela española, aunque hasta 1910 todavía aparece adscrito a la Escuela veneciana y hasta 1920 no tuvo sala propia. En Francia, Paul Lefort (1869) lo incluye en la Escuela española y es uno de los ídolos del círculo de Edouard Manet (Zacharie Astruc, Millet, Degas). Paul Cézanne hizo una copia de La dama de armiño y Toulouse Lautrec pintará su Retrato de Romain Coolus a la manera del Greco. Y el alemán Carl Justi (1888) lo considera también uno de los precedentes de la Escuela española. El pintor estadounidense John Singer Sargent poseía una de las versiones de San Martín y el mendigo. Los escritores del decadentismo transforman al Greco en uno de sus fetiches. El protagonista de A contrapelo (1884) de Huysmans decora su dormitorio exclusivamente con cuadros del Greco. Théodore de Wyzewa, teórico del simbolismo, considera al Greco un pintor de imágenes oníricas, el más original del siglo XVI (1891). Posteriormente el decadentista Jean Lorrain sigue esa inspiración al describirlo en su novela Monsieur de Bougrelon (1897).

Las exposiciones europeas y españolas se suceden desde la londinense de 1901 (Exposición de arte español en el Guildhall) hasta el tricentenario de 1914: Madrid, 1902; París, 1908; Madrid, 1910; Colonia, 1912. En 1906 la revista francesa Les Arts le dedica un número monográfico. El IIº Marqués de Vega-Inclán inaugura en Toledo la Casa-museo del Greco en 1910. Su cotización es ya tan alta que hace que se vendan varios grecos de colecciones particulares españolas que van a parar al extranjero. A principios del XX lo recuperan plenamente los pintores modernistas catalanes: Santiago Rusiñol (quien transfiere su entusiasmo a los simbolistas belgas Émile Verhaeren y Théo van Rysselberghe), Raimon Casellas, Miquel Utrillo, Ramón Casas, Ramón Pichot o Aleix Clapés, así como otros artistas cercanos, como Ignacio Zuloaga (que contagia su entusiasmo por el cretense a Maurice Barrès, quien escribe El Greco o el secreto de Toledo, y a Rainer María Rilke, quien dedica un poema a su Asunción en Ronda, 1913) y Darío de Regoyos. La visita nocturna y entre cirios que hace Zuloaga al Entierro del señor de Orgaz es recogida en el capítulo XXVIII de Camino de perfección (pasión mística), de Pío Baroja, y también tiene palabras para el pintor Azorín en La voluntad y en otras obras y artículos. Picasso tiene en cuenta la Visión del Apocalipsis en su Les demoiselles d'Avignon. El interés por el candiota alcanza también a Julio Romero de Torres, José Gutiérrez Solana, Isidro Nonell, Joaquín Sorolla y un largo etcétera. Emilia Pardo Bazán escribirá en La Vanguardia una "Carta al Greco". Los escritores de la Institución Libre de Enseñanza difunden su admiración por el Greco, en especial Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, este último por su El Greco (1908). Es importante la presencia del Greco en la Toledo que retrata Benito Pérez Galdós en su novela Ángel Guerra y es frecuente en su novelística la comparación de sus personajes con retratos del Greco. Así también Aureliano de Beruete, Jacinto Octavio Picón, Martín Rico, Francisco Alcántara o Francisco Navarro Ledesma. Eugenio d'Ors dedica espacio al Greco en su famoso libro Tres horas en el Museo del Prado y en Poussin y el Greco (1922). Amado Nervo escribe uno de sus mejores cuentos inspirándose en un cuadro suyo, Un sueño (1907). Julius Meier-Graefe le dedica Spanische Reise (1910) y August L. Mayer El Greco (1911). Somerset Maugham lo describe con admiración a través del personaje principal y el capítulo 88.º de su novela Servidumbre humana, 1915; en su ensayo Don Fernando, 1935, atempera su admiración y adivina como origen de su arte una presunta homosexualidad, como hace por cierto Ernest Hemingway en el capítulo XVII de Muerte en la tarde (1932) y Jean Cocteau en su Le Greco (1943).

Kandinsky, Franz Marc (quien elaboró bajo su influjo Agonía en el jardín), lo consideraron protoexpresionista. Tal como declara Romero Tobar, la producción tardía del pintor cretense impresionó a August Macke, Paul Klee, Max Oppenheimer, Egon Schiele, Oskar Kokoschka, Ludwig Meidner, Jacob Steinhardt, Kees van Dongen, Adriaan Korteveg o Max Beckmann. Hugo Kehrer le dedicó su Die Kunst des Greco (1914) y por fin el historiador del arte austriaco Max Dvorak lo definió como el máximo representante de la categoría estética del manierismo. Ramón María del Valle-Inclán, tras una conferencia porteña de 1910, le dedica el capítulo "El quietismo estético" de su La lámpara maravillosa. Miguel de Unamuno dedica al candiota varios poemas de su Cancionero y le dedica un apasionado artículo en 1914. Juan Ramón Jiménez le dedica varios aforismos. El crítico "Juan de la Encina" (1920) opone a José de Ribera y al Greco como "los dos extremos del carácter del arte español": la fuerza y la espiritualidad, la llama petrificada y la llama viva, que completa con el nombre de Goya. En ese mismo año de 1920 su popularidad hace que el ballet sueco de Jean Börlin estrene en París El Greco, con música de Désiré-Émile Inghelbrecht y escenografía de Moveau; también en ese año Félix Urabayen publica su novela Toledo: piedad, donde le consagra un capítulo en que especula con su posible origen judío, teoría adelantada por Barrès y que retomarán Ramón Gómez de la Serna -El Greco (el visionario de la pintura)- y Gregorio Marañón (Elogio y nostalgia de Toledo, solo en la 2.ª ed. de 1951, y El Greco y Toledo, 1956, donde sostiene además que se inspiró en los locos del famoso Manicomio de Toledo para sus Apóstoles), entre otros. Y en los primeros capítulos de Don Amor volvió a Toledo (1936) critica la venta de los grecos de Illescas y el robo de algunos de sus cuadros de Santo Domingo el Antiguo. Luis Fernández Ardavín recrea la historia de uno de sus retratos en su drama en verso más famoso, La dama del armiño (1921), luego llevado al cine por su hermano Eusebio Fernández Ardavín en 1947. Jean Cassou escribe Le Gréco (1931). Juan de la Encina imprime su El Greco en 1944. En el exilio, Arturo Serrano Plaja, tras haber protegido algunos de sus cuadros durante la guerra, escribe su El Greco (1945). Y escriben también sobre él Miguel Hernández, Valbuena Prat, Juan Alberto de los Cármenes, Enrique Lafuente Ferrari, Ramón Gaya, Camón Aznar, José García Nieto, Luis Felipe Vivanco, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Concha Zardoya, Fina de Calderón, Carlos Murciano, León Felipe, Manrique de Lara, Blanca Andreu, Hilario Barrero, Pablo García Baena, Diego Jesús Jiménez, José Luis Puerto, Louis Bourne, José María Gómez, Luis Javier Moreno, José Luis Rey, Jorge del Arco, José Ángel Valente... Destacan los Siete sonetos al Greco de Ezequiel González Mas (1944), la Conjugación lírica del Greco (1958) de Juan Antonio Villacañas y El entierro del conde de Orgaz (2000) de Félix del Valle Díaz. Por demás, Jesús Fernández Santos ganó el premio Ateneo de Sevilla con su novela histórica El Griego (1985).

Fuera de España, y aparte de los ya citados, Ezra Pound cita al Greco en sus Notas de arte y Francis Scott Fitzgerald al final de su El gran Gatsby (1925). Paul Claudel, Paul Morand, Aldous Huxley se ocuparon del candiota, y el alemán Stefan Andres le dedica su novela El Greco pinta al Gran Inquisidor, en la que el cardenal Fernando Niño de Guevara aparece como metáfora de la opresión nazi. un aficionado al Greco es uno de los personajes de L'Espoir (1938), de André Malraux y otro personaje se ocupa en Madrid de la protección de los grecos venidos desde Toledo. En uno de los ensayos de su Las voces del silencio (1951), reseñado por Alejo Carpentier, Malraux interpreta al pintor. El ya citado Ernest Hemingway consideraba Vista de Toledo el mejor cuadro de todo el Metropolitan museum de Nueva York y le dedica un pasaje en Por quién doblan las campanas. Nikos Kazantzakis, Donald Braider, Jean Louis Schefer...

Amplío la biografía de Richard Francis Burton en la Wikipedia

Como me estoy leyendo la interesantísima biografía de Fawn M. Brodie El diablo manda. La vida de sir Richard Burton, Granada: Almed, 2015, publicada primeramente en inglés en 1967, que he sacado de la Biblioteca Municipal, decidí ampliar el artículo de la Wikipedia, que andaba cojo en una de sus secciones, la última en particular. El trozo más importante de los remiendos que he implantado en ese texto es este (no siempre voy a beneficiar exclusivamente y anónimamente a los lectores de wikis):

Richard Burton hacía amistades hasta en las alcantarillas. Por ejemplo, Monckton Milnes, propietario de una de las mayores bibliotecas privadas de Inglaterra en cuatro idiomas, pero también de la mayor colección de literatura erótica del país, que sirvió a Burton para documentar su erudición de erotómano; también conocía al pervertido pornógrafo Frederick Hankey, que encuadernaba algunos de sus libros en piel humana, y era amigo del poeta masoquista del decadentismo Swinburne. En enero de 1861 Isabel y Richard Francis se casaron en secreto en una ceremonia en que él no quiso asumir la fe católica de su esposa en ese momento. En 1862 Burton entró a servir en la carrera diplomática como cónsul británico en la colonia española de la isla de Fernando Poo, actualmente Bioko, en Guinea Ecuatorial, donde el clima y las enfermedades tropicales habían elevado peligrosamente el índice de mortalidad entre los europeos; no era, ciertamente, un buen destino, y por eso Isabel no lo acompañó durante la mayor parte del tiempo, que, además, aprovechó Burton para explorar el África negra; estuvo sin embargo de vacaciones durante un tiempo con Isabel a la isla de Madeira; en esta época realizó un viaje por el río Congo hasta las cataratas Yellala y más allá, que escribió en su libro Dos viajes a la tierra de gorilas... (1876). En septiembre de 1864 fue nombrado cónsul de Su Majestad en Santos, entonces un humilde puerto brasileño a doscientas treinta millas al sur de Río de Janeiro y la pareja se reunió allí en 1865; viajó a través de las montañas del Brasil y en canoa por el río San Francisco, desde su nacimiento hasta la Catarata de Paulo Afonso. En 1868 renunció, entre otras cosas por haber sido pasto él y su esposa de todo tipo de enfermedades tropicales; tuvo tiempo sin embargo de visitar la zona de guerra del Paraguay dos veces: en 1868 y en 1869, algo que describió en sus Cartas de los campos de batalla del Paraguay (1870), quedando impresionado por el salvajismo de la contienda; en 1869, cuando estaba en Lima, fue nombrado cónsul en Damasco con mil libras de paga, un puesto ideal para él, que era un orientalista experto; antes, sin embargo, de marchar hacia allá se paseó por Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, y aun se dice que se acercó a Chile, aunque no hay pruebas seguras; fue recibido por Mitre y por el presidente Domingo Faustino Sarmiento; tras pasar por Londres, fue unas semanas a Vichy a tomar las aguas con su amigo y corresponsal el gran poeta del decadentismo Algernon Charles Swinburne, sumido entonces en las cíénagas del alcoholismo, e intentó sin éxito rehabilitarlo poniéndose él mismo de ejemplo, ya que en esa época y con un gran esfuerzo de voluntad logró abandonar la bebida. Allí se encontró también al pintor Frederic Leighton y a la cantante de ópera Adelaide Kemble Sartoris, y juntos celebraron inolvidables veladas; pero su mujer Isabel fue a sacarlo de allí, marchándose ambos esposos a los Alpes franceses y a Turín, y luego hacia Damasco; allí pasó dos años terribles, sobre todo para Isabel, que encontró aquel lugar siete veces más inhóspito que Brasil; amistaron sin embargo con Jane Digby y con Abd al-Qádir, un líder político argelino exiliado; intentó mantener la paz entre las tres religiones; sin embargo hizo muchos enemigos entre los mercaderes judíos del lugar, cuyos negocios obstaculizó; fue destituido como cónsul y lo sustituyó Thomas Jago, retornando descorazonado a Londres sin ni siquiera intentar defenderse, hasta que su mujer Isabel emprendió la causa de su rehabilitación visitando a sus enemigos y a las esposas de sus enemigos; y le fue bastante fácil: numerosas personas eran propicias a testificar y escribir cartas en elogio suyo y de su honradez y rectitud; es más, muchos comerciantes musulmanes (no así los judíos) lo creían responsable de la caída del odiado Rashid Pachá y pidieron su regreso; incluso los misioneros protestantes y la misma prensa cambió de opinión; lord Granville le ofreció el consulado de Pará al norte de Brasil, que rechazó al ser un puesto de inferior categoría, y cuando le dieron a otra persona el puesto de Teherán, se lo tomó como ofensa.

La experiencia de Damasco transformó a Burton en un antisemita y escribió sobre esta materia The Jew, que no consiguió publicar, sino cuando lo hizo el biógrafo de Isabel W. H. Wilkins en pleno asunto Dreyfus en 1869. En 1872 un especulador le pagó un viaje a Islandia para que fuese a inspeccionar la posibilidad de abrir minas de sulfuro allí, ofreciéndole además una gran suma si encontraba yacimientos explotables, y sobre este viaje escribió otro libro, Ultima Thule, aunque no tuvo fortuna y este viaje le resultó especialmente desagradable; ese mismo año fue reasignado a la ciudad portuaria adriática de Trieste en el Imperio Austrohúngaro, aunque con menos sueldo: seiscientas libras; él pretendía un consulado en Marruecos, pero tuvo que resignarse, porque era un puesto mucho más tranquilo y podía consagrarse a la escritura y los viajes. Durante un pequeño viaje a Londres se operó de un pequeño tumor que un golpe le había producido en la espalda.

Su matrimonio con Isabel parecía por entonces la mera convivencia entre dos hermanos que apenas se cruzaban por casualidad, como llegó a ocurrir una vez en Venecia, en que ambos se toparon de narices sin saber por qué lugar de Europa andaban, aunque era él el que más la evitaba: "Soy un mellizo incompleto y ella es el fragmento que me falta", dijo en una ocasión; la evitó cinco meses en 1875; siete entre 1877 y 1878 y seis en 1880, pero a medida que envejecía su dependencia hacia ella se hacía más profunda y patente. En Trieste vivían, cuando vivían juntos, en el último piso de un hotel, en un espacioso apartamento de diez habitaciones que fueron ampliando gradualmente hasta las veintisiete habitaciones, la mayor parte para llenarlas de libros (ya en 1877 poseía ocho mil) y para la colección de objetos religiosos de Isabel y los tapices, esmaltes, alfombras, bandejas y divanes orientales de Richard Francis, quien dedicaba cada mesa a los materiales para un solo libro cada una. Posteriormente, como recibieron varias herencias, tuvieron dinero suficiente para comprarse un palazzo. Además, mantenían una tertulia con quince amigos en el Hôtel de ville y su esposa otra con sus amigas los viernes. Hizo amistad con los profesores Luigi Calori, Ariodante Fabretti y Giovanni Capellini, rector de la Universidad de Bolonia, e hizo excavaciones en la península de Istria, describiendo en un artículo sus hallazgos; también se interesó por el misterio del etrusco en Etruscan Bologna, sin sacar nada en limpio y siendo recibido con malas críticas, aunque lo buscaron con este motivo en Trieste Archibald H. Sayce, Arthur Evans y Heinrich Schliemann; por el contrario el libro de su esposa The inner Life of Syria, Palestine, and the Holy Land, publicado el mismo año que Etruscan Bologna (1876), tuvo un éxito sonado y Burton se sintió celoso. Entre 1872 y 1889 publicó ocho obras nuevas en 13 volúmenes, un total de cinco mil páginas, e inició en 1875 la redacción de su Autobiografía, que sería plagiada y alterada cuando se publicó bajo el nombre de su presunto biógrafo Francis Hithcle y por eso dejó interrumpida. Sus trabajos más importantes en estos años fueron, por un lado, el comienzo de su monumental traducción desde el árabe de Las mil y una noches (16 vols. publicados entre 1885 y 1888), con sus caudalosas notas y ensayos anexos, y por otro una obra de erudición que pasó casi desapercibida, Unexplored Syria.

La primera obra estaba compuesta a propósito contra la pacata pudicia del anterior traductor Edward William Lane, recientemente fallecido en 1876, y llevaba anexo un ensayo que Burton tituló llanamente Pederasty y en sus ediciones separadas inglesas y americanas suele aparecer bajo el título de The sotadic zone, un trabajo pionero en los estudios sobre homosexualidad y prácticas sexuales «desviadas», que tanta importancia adquirirían ulteriormente con el psicoanálisis y la sexología moderna, adelantándose en casi trece años al estudio sobre la homosexualidad de Havelock Ellis con que este famoso sexólogo inglés decidió comenzar sus estudios de psicología sexual, y en casi quince a la aparición del Anuario de Magnus Hirschfeld, donde éste empezó a publicar sus estudios sobre los zwischenstufen o «tipos sexuales intermedios». Esto le ganó a Burton una extendida fama de homosexual en la estrecha y victoriana sociedad de su época, fama que ya venía gestando precisamente desde la época en que él mismo confiesa haber trabado por primera vez contacto con la execrabilis familia pathicorum (lisa y llanamente, los homosexuales), es decir, durante la campaña de Napier en Sind, en los años 1844-45. La segunda obra es importante porque transcribía varios textos epigráficos de cuatro piedras de basalto que había descubierto el orientalista suizo Johann Ludwig Burkhardt en 1812 en la ciudad de Hama; su teoría de que eran de lengua hitita resultó correcta y pese a las tremendas críticas que tuvo que sufrir por ello, se salió a la postre con la suya. Hablaba también de una "piedra moabita" que terminó en el Louvre y que fue el primer descubrimiento arqueológico que documentaba un acontecimiento narrado en la Biblia, el triunfo de Mesha, rey de Moab, sobre Omri, rey de Israel.

Con su último hálito de vida, en 1888 decidió traducir sin censura el Decamerón de Giovanni Boccaccio, pero como se le adelantó John Payne, decidió traducir otra más escabrosa e indecente de uno de los novellieri discípulos del mismo, Il Pentamerone, or the Tale of Tales de Giovanni Batista Basile, impreso por vez primera en Nápoles en 1637. La traducción de los pasajes más fuertes demuestra que no había olvidado el argot de la calle que había aprendido en Nápoles de joven; al describir una pelea entre una anciana y un muchacho que había roto su cántaro de una pedrada, nos ofrece el siguiente diálogo:

"Ah, manso, cerebro de mosquito, meacamas, bailacabras, perseguidor de enaguas, cuerda de ahorcado, mula mestiza, zanquilargo, a partir de ahora, que se adueñe de ti la parálisis y que tu madre se entere de malas noticias... ¡Bellaco, chulo, hijo de una ramera!" El muchacho, que tenía poca barba y todavía menos discreción, al oír esta marea de insultos, le pagó con la misma moneda, diciendo: "¿Es que no sabes contener tu lengua, abuela del diablo, vómito de toro, asfixianiños, fregona, vieja tirapedos?"

Burton padecía insomnio y desayunaba a las cinco de la mañana; paseaba por las montañas ayudándose de un bastón de hierro tan pesado como un rifle, practicaba una hora de esgrima todos los días y en verano hacía natación. Los Burton hacían ocasionales escapadas a Venecia, Roma, Londres y sus balnearios alemanes favoritos. Pero en sus últimos años esta rozagante salud se desmoronó rápidamente y falleció en 1890 corroído por la gota, las enfermedades circulatorias, las anginas de pecho y las secuelas de mil y una enfermedades tropicales mal curadas; sus restos fueron repatriados a Londres, y reposan en una famosa tumba con forma de tienda de campaña, diseñada por su esposa Isabel, quien quemó bastantes escritos de su marido (incluida la mayoría de sus diarios) que consideró ofensivos a su memoria o a las buenas costumbres. Ella escribió una de sus biografías y yace allí también. Al Real Instituto Antropológico de Londres fue a parar la gigantesca y selecta biblioteca privada de Burton y buena parte de sus manuscritos. Gran parte de su epistolario con el erotómano Monckton Milnes se conserva en el Trinity College de Oxford; la mayor parte de la correspondencia entre él y su esposa y otros manuscritos se encuentra en la Biblioteca Henry E. Huntingthon de San Marino (California), y otros documentos y manuscritos en colecciones privadas.

Richard Burton publicó cuarenta y tres volúmenes sobre sus expediciones y viajes. Escribió dos libros de poesía, más de cien artículos y una autobiografía de 143 páginas. Además tradujo en dieciséis tomos rigurosamente anotados Las mil y una noches, seis obras de literatura portuguesa (incluyendo el clásico poema épico Os Lusiadas, de Camoens), dos de poesía latina (las elegías de Catulo, los Priapeos) y cuatro de folklore napolitano, africano e hindú; todos conservan abundantes anotaciones que atestiguan su erudición. Tal vez el mejor retrato de la personalidad de Richard Francis Burton se hiciera en el artículo necrológico de James Sutherland Cotton para la prestigiosa revista Academy:

Le gustaba considerarse antropólogo y, al utilizar este término, lo que quería indicar era que consideraba como su terreno todo lo concerniente a hombres y mujeres. Se negaba a admitir como vulgar o sucia cualquier cosa que hiciesen los humanos, y se atrevía a escribir (para que circulasen de manera privada) los resultados de su extraordinaria experiencia... Todo lo que decía y escribía llevaba el sello de su virilidad... No escondía nada; no alardeaba de nada... Sus íntimos sabían que Burton era más grande que lo que dijera o escribiera

jueves, 8 de diciembre de 2016

Por qué Portugal mejora constantemente en educación pese a los recortes y los gobiernos y nosotros no


Ni la bancarrota del país ni el recorte de sueldos de los profesores ni el aumento de alumnos por aula. Nada. El periodo económico más sombrío de Portugal en lo que llevamos de siglo no ha roto la mejora continuada de su sistema educativo. Si la troika acudió al rescate económico del país de 2011 a 2014, el informe educativo PISA 2012-15 señala que Portugal es el único país europeo que sigue mejorando su educación desde comienzo de siglo.

“¿Quiere que le explique el milagro?”, anuncia con sorna Fátima Rodrigues, directora de la Escuela de Secundaria de Miraflores, en Oeiras, el extrarradio de Lisboa. “El milagro es el esfuerzo en lengua portuguesa y las matemáticas. El portugués es el vehículo de toda la información y de todas las disciplinas”.

PISA es un programa internacional de evaluación de alumnos en matemáticas, lectura y ciencias, que se realiza cada tres años en 70 países. Portugal participa en él desde el año 2000. Es el único país europeo que, desde entonces, mejora en cada prueba. Los resultados de los 8.000 portugueses de 15 años que participaron en el estudio colocaron a Portugal en la 17ª posición de la OCDE en ciencias, 18ª en lectura y 22ª en matemáticas. Pero si se consideran solo los resultados de alumnos de décimo año (es decir, sin repetidores), Portugal sería el segundo del mundo en ciencias, por detrás de Singapur.

Rodrigues apunta a otras claves para entender el milagro: “Mucho apoyo al alumno. Desde los 6 años cada alumno tiene refuerzos en las disciplinas troncales. El profesor dedica más tiempo a las dudas”.

En la escuela de Oeiras es la hora del almuerzo y los chicos entran y salen con su bocadillo en la mano. Guillermo tiene 15 años y ha elegido la rama de Economía. Jamás ha suspendido y está contento en el colegio, aunque no le gustan las matemáticas. “Elegí algo con futuro. Humanidades no tiene ninguno, Ciencias y Tecnología son muy difíciles, así que Economía”.

La rama de Arte ni existe en la escuela. José Manuel es profesor de Filosofía. En los tres últimos años, el Estado le recortó el sueldo un 10%, un recorte que no ha hecho mella en los resultados de PISA. “¡Qué le íbamos a hacer. El profesor tiene que seguir con su trabajo, preparar bien sus clases, sus textos. No iban a pagar el recorte los alumnos”.

Los buenos resultados portugueses persisten a pesar del progresivo recorte del gasto en Educación. En el año 2000, cuando comenzaron las evaluaciones de PISA, Portugal gastaba el equivalente a un 4,8% del PIB. En 2011, el plan de rescate de la troika desembarcó en el país, y el gasto representó un 4,5% del PIB. En 2015, se había reducido hasta un 3,8% del mismo.

En la sala de profesores del Miraflores se reúnen los docentes de diferentes especialidades. “Otra clave de la mejora educativa”, señala la directora Rodrigues, “es el trabajo colaborativo. No ya la articulación vertical, la de los profesores de la misma asignatura en todos los años, sino la articulación horizontal, que es la más difícil, la coordinación de todos los profesores de un mismo curso”.

Según un estudio de la Fundación Francisco Manuel Dos Santos, el profesor portugués es el que más tiempo dedica a preparar sus clases y el licenciado de la función pública mejor pagado, junto con el español. El primer año gana entre un 20% y un 30% más que un médico o un juez.

Es imposible encontrar un reproche hacia los profesores. Francisco, Andrea, Beatriz, Thiago, hablan bien de todos. “Se preocupan por nosotros, se adaptan a lo que necesitamos”, dice Francisco, que siempre saca buenas notas. Sus palabras coinciden con los resultados de PISA: el alumno portugués es el que más elogia a sus maestros. “Quizás es porque somos muy afectivos”, señala Rodrigues. “Estamos muy cerca de ellos. Somos maestros, amigos, padres, psicólogos…”.

Entre el examen PISA y la difusión de sus resultados ha habido un cambio drástico en Portugal. El Gobierno de centroderecha (2011-2015) ha sido relevado por uno socialista.

Nada más llegar, el nuevo titular de Educación, Tiago Brandão, suprimió los exámenes de 6º curso y de inglés, un sistema que calificó de “nocivo” y “pernicioso”, porque “el alumno se entrena para los exámenes”.

En Portugal, como en otros países, es un vicio nacional que el cambio de Gobierno llegue acompañado de cambios en la educación. “Cada uno quiere dejar su marca”, señala la directora del Miraflores. “Llevo 38 años en la profesión, han pasado muchos gobiernos, pero nosotros seguimos aquí. Ellos hacen lo que quieren y nosotros también. Es aquí, en la sala de profesores, donde se decide lo que es mejor para el alumno, y lo decidimos los profesores”.

Aunque suene extraño, el estudiante Guillermo, que aborrece las matemáticas, está a favor de examinarse. “Es una forma de prepararnos para el futuro, de saber si vamos bien”.

El profesor de filosofía José Manuel cree que el exámen crea un vicio educativo. “El profesor enseña para el examen, el alumno estudia para el examen. Es el objetivo; obliga a cumplir todo el programa y si falta tiempo se quita de otras actividades, de proyectos comunes, de horas de laboratorio...Se priman las asignaturas con exámenes, como ha sido el caso de lengua y matemáticas, las apuestas del anterior Gobierno, y se perjudica al resto”.

La directora de Miraflores tiene una posición ambigua. “Yo soy del PSD, así que no soy sospechosa por criticar a mi Gobierno, que impuso esos exámenes, pero la realidad es que los profesores hacíamos lo que queríamos, lo mejor para el alumno. No íbamos a arruinar a un estudiante bueno por haber hecho mal un examen que valía el 30% de la nota final. También es verdad, por otro lado, que el estudiante se implica en esa competición de la nota, y el colegio no quiere quedar por debajo de otros, y los padres quieren ver objetivamente cómo mejora su hijo... pero pedagógicamente la bandera del examen es una bandera antigua”.

El éxito de Portugal tiene sus claroscuros, y cada uno destaca lo que le conviene. Mientras el ex primer ministro Passos Coelho (PSD) se fija en los datos más positivos, el nuevo ministro de Educación (PS) incide en los negativos. “Espero que el señor ministro se repiense algunas decisiones que tomó”, ha señalado Passos Coelho.

Al ministro Tiago Brandão, le preocupa el alto índice de repetidores. "Más del 30% de los jóvenes con 15 años han repetido algún curso. Somos uno de los tres países de la OCDE con más repetidores, triplicamos la media, y esto tiene costes anímicos, simbólicos y sociales brutales".

PISA evalúa alumnos de 15 años, independientemente del curso en el que estén. Es decir que penaliza a los países con muchos repetidores. El 40% de los evaluados portugueses no ha llegado al décimo año, el curso de referencia. Si se bajara a la media de la OCDE, el 13%, Portugal sería el segundo país del mundo en lectura (por detrás de Singapur), el tercero en ciencias (tras Singapur y Japón) y el sexto en matemáticas.

La Asociación de Profesores de Matemáticas (APM) se felicita por el éxito, pero augura que los mejores días ya han pasado.”Los cambios curriculares en el ámbito de las matemáticas ya muestran indicadores preocupantes”, anuncia en un comunicado. A Susana Moura, licenciada de lengua portuguesa, que dejó la enseñanza, aunque la vive con sus dos hijos, le sorprenden los resultados de PISA. “Yo veo la enseñanza peor, los alumnos se dedican al “copio y pego’ de Internet, y los profesores tienen que dar resultados. El estudiante no aprende a relacionar conocimientos”.

Otro milagro portugués es que la mejora educativa no ha sido a costa de las clases más desfavorecidas o los inmigrantes. En nueve años, el país ha reducido tres veces la diferencia entre el estudiante nativo y el inmigrante, de 59 puntos a 17, cuando la media de la OCDE es de 43 puntos. Los estudiantes pobres portugueses tienen los mejores resultados de todo el informe. El trabajo en este sentido continúa: el próximo curso todos los libros de texto serán gratuitos en la Enseñanza General Básica.

Reforma constitucional, por Antonio Fernández Reymonde

Antonio Fernández Reymonde, "Como fruta madura", en Miciudadreal - 7 diciembre, 2016:

Los anales de la historia nos recuerdan los acontecimientos históricos con su fecha correspondiente, como hitos insoslayables, marmóreos. Tales datos, por sí solos, no tienen alma, es preciso contextualizarlos para ser interpretados, o al menos para intentar entender las circunstancias en que se produjeron. ReymondeA menudo, tales acontecimientos no son sino una fase (intermedia o final) de un proceso que transcurre con mayor o menor pasión o ansiedad. Cinco años no son nada, pero es el tiempo que ha pasado desde que Rajoy ganó las elecciones hasta hoy, por poner un ejemplo. Poco más de cinco años transcurrieron también entre la proclamación de la II República en abril de 1931 y el golpe de Estado que llevó a este país a la Guerra Civil en julio de 1936, con otro intento de golpe y una revolución frustrados por medio. Un tiempo similar hubo entre la muerte de Franco en noviembre de 1975 y el asalto al Congreso de Tejero el 23 de febrero de 1981, con otro intento abortado poco antes, conocido como Operación Galaxia. Más o menos el mismo tiempo que hubo entre dicho momento y el de nuestro ingreso en la C.E.E. en 1986. No trato de ponerme dramático, sino ilustrar distintas maneras de vivenciar un mismo periodo de tiempo,sea extremadamente convulso o apacible.

Solo dos años mediaron entre la aprobación en referéndum del proyecto de Ley para la Reforma Política auspiciado por Adolfo Suárez en diciembre de 1976– con la oposición al régimen de entonces articulada en partidos políticos subversivos – y la aprobación en referéndum de la Constitución Española en diciembre de 1978. En aquellos años no ocurría lo de ahora, los referéndums se hacían “como Dios manda”, a la mayor gloria del convocante. El contexto: un país que enterraba recientemente y con todos los honores a un dictador / generalísimo durante casi cuarenta años;un país en vías de desarrollo, con una moneda sometida a continuas devaluaciones en plena “crisis del petróleo” y en plena “Guerra fría”; con el ruido de sables permanente y la amenaza del terrorismo de extremistas de ambos bandos; con una libertad de prensa relativa (donde el gobierno podía secuestrar en ocasiones tiradas de prensa o revistas) y una televisión pública única, altavoz mediático a conveniencia del gobierno.

Y poco más de un año se tardó, desde las elecciones constituyentes de junio de 1977, para redactar la Constitución y poner de acuerdo a diputados y senadores para su aprobación en el Congreso en octubre de 1978. Para superar la amenaza del involucionismo, fue necesario que los representantes políticos cedieran en muchas de sus aspiraciones, y unir tanto a los que dejaron recientemente una larga clandestinidad, como a los sectores afectados de la burguesía madrileña o nacionalista (vasca o catalana) que necesitaba la democracia para la credibilidad exterior y el beneficio de sus intereses: contra el “bunker” era imprescindible llegar a un consenso.El “bunker” representado por Fraga Iribarne y Alianza Popular, era la cuarta fuerza en el Congreso, con 16 diputados de los 350. Y si aspiraban a volver alGobierno algún día, tanto como a actualizar las estructuras del régimen de Franco,no podían quedar fuera del consenso, debían adherirse al grupo (como hizo Fraga durante y después del “Tejerazo”).En este tiempo no existía aún la “clase política” como la reconocemos hoy.

Así pues, había que diseñar un “Estado del Bienestar”. Había que aplicar la “Monarquía Parlamentaria” y un “Estado de las Autonomías”, por vía rápida (artículo 151) o vía menos rápida (artículo 143) – como si la premura fuese un asunto de primera necesidad en un texto al que se auguraba una larga vida – con un extraño reparto de provincias por comunidades autónomas que dejaba hecho unos zorros el mapa de Castilla la Vieja y León – despojándola completamente de su carácter de nacionalidad histórica – o incluía a Guadalajara en una comunidad de identidad diferenciada y eminentemente manchega. En estas circunstancias, de nuevas banderas al aire y nuevos iconos, de largas pelambreras y pantalones de campana, de grises y “Cristo Rey”, había que imaginar cómo debía estructurarse un país que tuviera cabida en el entorno europeo, y asentar los cimientos para una legislación moderna. Como suele suceder, la realidad superó también en este caso a la ficción, por bien intencionados o ingenuos que fuesen aquellos que imaginaron que la figura del Jefe del Estado fuese inviolable, los representantes políticos aforados (prácticamente blindados), los servicios básicos reconocidos y respetados (y no como valor testimonial sin garantías para la población más necesitada), sin perjuicios derivados de la desigualdad de derechos entre habitantes de distintas comunidades autónomas (aunque sin establecer garantías del Estado para corregirlos) …

Han pasado treinta y ocho años desde la aprobación de la vigente Constitución y si ya se veía que su imperfección no garantizaba muchos de los derechos recogidos, y provocaba conflictos de intereses (el poder judicial, la financiación y las competencias de las autonomías, las diputaciones, la reforma del artículo 135,…) el siglo XXI ha añadido nuevas circunstancias al contexto y los viejos problemas se han acentuado desde la crisis financiera de 2007 y los innumerables casos de corrupción que han llegado a los juzgados salpicando a demasiados políticos de este país, especialmente desde la llegada de Aznar al Gobierno del España en 1996 (¿recuerdan las consecuencias de laLey Cascos?) y con la falta de alternancia en Andalucía. Han salpicado – presuntamente, de momento – hasta a la Casa Real; y Juan Carlos I se lamentó de su “equivocación” y prometió que no volvería a suceder (aunque aquel lamento no era por su hija, sino por haberse ido de cacería a África con su asistente Corinna mientras se pedía sacrificios a la población para el ajuste económico).

Han pasado treinta y ocho años, y en los principios del reinado de Felipe VI algunos hablan de reformar la Constitución. Vana ilusión. Para empezar, los mismos que admiran a Adolfo Suárez y el “consenso del 78”, no parecen muy dispuestos a considerar las propuestas de la nueva izquierda, crítica con el “régimen del 78”. Mal empezamos si para hacer una reforma que afecta a todos los que son no participan todos los que están. Luego hay que entrar en materia, qué y cómo se va a revisar: si el derecho a la vivienda prevalece ante el derecho de los bancos, por ejemplo; o el problema del cupo vasco o la financiación autonómica; o la pervivencia de las diputaciones y la corrección de las duplicidades de servicios en distintas administraciones; o el trasunto del poder judicial; o la regulación del Título II que afecta a la Corona; o la existencia del Senado (ese cementerio de elefantes, engañabobos con pretendida apariencia de cámara territorial); o la regulación de las convocatorias de referéndum o de las iniciativas legislativas populares, etc. Y por último, si la aprobación de las supuestas reformas va a quedarse en exclusiva en la Carrera de San Jerónimo, porque cabe recordar que desde el referéndum para la entrada de España en la OTAN en 1986, no ha vuelto a convocarse ningún referéndum, ni para refrendar los tratados internacionales más importantes (como la Constitución Europea de 2004), ni siquiera en 2011 para aprobar la reforma del artículo 135 (que desde esta columna invito a indagar en la historia de la reforma y su actual redacción). En el lote de 1978 se incluía “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria” ¿Qué grado de afección tiene hoy la sociedad española hacia su monarca? ¿Volverían a someterlo a referéndum, a riesgo de un obtener un resultado indeseable? Por eso se habla de reformar artículos, no de cambiar la Constitución. Además, mientras el sistema de elección del Senado siga beneficiando al partido en el poder, como baluarte de sus posiciones en estos tiempos de incertidumbre, dudo mucho que el bipartidismo esté dispuesto a hacerse el harakiri sin ningún tipo de contrapartida.

En resumen, creo que la situación no es la más adecuada para una reforma constitucional. Como la fruta madura cae por su propio peso, una reforma constitucional debería hacerse de acuerdo a la mayoría del país, y con el actual equilibrio parlamentario, cuyo punto de partida es falsario debido a la ley electoral que tenemos, me parece muy, muy difícil. Además, hace falta un talante conciliador generalizado, que no encuentro por más que quiero. Hasta cierto punto es normal que no lo halle, porque a diferencia de 1978, no hay razones nuevas, tan poderosas como las de entonces, para compartir entre todos el sentimiento de querer hacer comunidad, o nación. Y lamentablemente, esta inacción beneficia a los inmovilistas, bastante beneficiados ya de por sí.