Richard Burton hacía amistades hasta en las alcantarillas. Por ejemplo, Monckton Milnes, propietario de una de las mayores bibliotecas privadas de Inglaterra en cuatro idiomas, pero también de la mayor colección de literatura erótica del país, que sirvió a Burton para documentar su erudición de erotómano; también conocía al pervertido pornógrafo Frederick Hankey, que encuadernaba algunos de sus libros en piel humana, y era amigo del poeta masoquista del decadentismo Swinburne. En enero de 1861 Isabel y Richard Francis se casaron en secreto en una ceremonia en que él no quiso asumir la fe católica de su esposa en ese momento. En 1862 Burton entró a servir en la carrera diplomática como cónsul británico en la colonia española de la isla de Fernando Poo, actualmente Bioko, en Guinea Ecuatorial, donde el clima y las enfermedades tropicales habían elevado peligrosamente el índice de mortalidad entre los europeos; no era, ciertamente, un buen destino, y por eso Isabel no lo acompañó durante la mayor parte del tiempo, que, además, aprovechó Burton para explorar el África negra; estuvo sin embargo de vacaciones durante un tiempo con Isabel a la isla de Madeira; en esta época realizó un viaje por el río Congo hasta las cataratas Yellala y más allá, que escribió en su libro Dos viajes a la tierra de gorilas... (1876). En septiembre de 1864 fue nombrado cónsul de Su Majestad en Santos, entonces un humilde puerto brasileño a doscientas treinta millas al sur de Río de Janeiro y la pareja se reunió allí en 1865; viajó a través de las montañas del Brasil y en canoa por el río San Francisco, desde su nacimiento hasta la Catarata de Paulo Afonso. En 1868 renunció, entre otras cosas por haber sido pasto él y su esposa de todo tipo de enfermedades tropicales; tuvo tiempo sin embargo de visitar la zona de guerra del Paraguay dos veces: en 1868 y en 1869, algo que describió en sus Cartas de los campos de batalla del Paraguay (1870), quedando impresionado por el salvajismo de la contienda; en 1869, cuando estaba en Lima, fue nombrado cónsul en Damasco con mil libras de paga, un puesto ideal para él, que era un orientalista experto; antes, sin embargo, de marchar hacia allá se paseó por Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, y aun se dice que se acercó a Chile, aunque no hay pruebas seguras; fue recibido por Mitre y por el presidente Domingo Faustino Sarmiento; tras pasar por Londres, fue unas semanas a Vichy a tomar las aguas con su amigo y corresponsal el gran poeta del decadentismo Algernon Charles Swinburne, sumido entonces en las cíénagas del alcoholismo, e intentó sin éxito rehabilitarlo poniéndose él mismo de ejemplo, ya que en esa época y con un gran esfuerzo de voluntad logró abandonar la bebida. Allí se encontró también al pintor Frederic Leighton y a la cantante de ópera Adelaide Kemble Sartoris, y juntos celebraron inolvidables veladas; pero su mujer Isabel fue a sacarlo de allí, marchándose ambos esposos a los Alpes franceses y a Turín, y luego hacia Damasco; allí pasó dos años terribles, sobre todo para Isabel, que encontró aquel lugar siete veces más inhóspito que Brasil; amistaron sin embargo con Jane Digby y con Abd al-Qádir, un líder político argelino exiliado; intentó mantener la paz entre las tres religiones; sin embargo hizo muchos enemigos entre los mercaderes judíos del lugar, cuyos negocios obstaculizó; fue destituido como cónsul y lo sustituyó Thomas Jago, retornando descorazonado a Londres sin ni siquiera intentar defenderse, hasta que su mujer Isabel emprendió la causa de su rehabilitación visitando a sus enemigos y a las esposas de sus enemigos; y le fue bastante fácil: numerosas personas eran propicias a testificar y escribir cartas en elogio suyo y de su honradez y rectitud; es más, muchos comerciantes musulmanes (no así los judíos) lo creían responsable de la caída del odiado Rashid Pachá y pidieron su regreso; incluso los misioneros protestantes y la misma prensa cambió de opinión; lord Granville le ofreció el consulado de Pará al norte de Brasil, que rechazó al ser un puesto de inferior categoría, y cuando le dieron a otra persona el puesto de Teherán, se lo tomó como ofensa.
La experiencia de Damasco transformó a Burton en un antisemita y escribió sobre esta materia The Jew, que no consiguió publicar, sino cuando lo hizo el biógrafo de Isabel W. H. Wilkins en pleno asunto Dreyfus en 1869. En 1872 un especulador le pagó un viaje a Islandia para que fuese a inspeccionar la posibilidad de abrir minas de sulfuro allí, ofreciéndole además una gran suma si encontraba yacimientos explotables, y sobre este viaje escribió otro libro, Ultima Thule, aunque no tuvo fortuna y este viaje le resultó especialmente desagradable; ese mismo año fue reasignado a la ciudad portuaria adriática de Trieste en el Imperio Austrohúngaro, aunque con menos sueldo: seiscientas libras; él pretendía un consulado en Marruecos, pero tuvo que resignarse, porque era un puesto mucho más tranquilo y podía consagrarse a la escritura y los viajes. Durante un pequeño viaje a Londres se operó de un pequeño tumor que un golpe le había producido en la espalda.
Su matrimonio con Isabel parecía por entonces la mera convivencia entre dos hermanos que apenas se cruzaban por casualidad, como llegó a ocurrir una vez en Venecia, en que ambos se toparon de narices sin saber por qué lugar de Europa andaban, aunque era él el que más la evitaba: "Soy un mellizo incompleto y ella es el fragmento que me falta", dijo en una ocasión; la evitó cinco meses en 1875; siete entre 1877 y 1878 y seis en 1880, pero a medida que envejecía su dependencia hacia ella se hacía más profunda y patente. En Trieste vivían, cuando vivían juntos, en el último piso de un hotel, en un espacioso apartamento de diez habitaciones que fueron ampliando gradualmente hasta las veintisiete habitaciones, la mayor parte para llenarlas de libros (ya en 1877 poseía ocho mil) y para la colección de objetos religiosos de Isabel y los tapices, esmaltes, alfombras, bandejas y divanes orientales de Richard Francis, quien dedicaba cada mesa a los materiales para un solo libro cada una. Posteriormente, como recibieron varias herencias, tuvieron dinero suficiente para comprarse un palazzo. Además, mantenían una tertulia con quince amigos en el Hôtel de ville y su esposa otra con sus amigas los viernes. Hizo amistad con los profesores Luigi Calori, Ariodante Fabretti y Giovanni Capellini, rector de la Universidad de Bolonia, e hizo excavaciones en la península de Istria, describiendo en un artículo sus hallazgos; también se interesó por el misterio del etrusco en Etruscan Bologna, sin sacar nada en limpio y siendo recibido con malas críticas, aunque lo buscaron con este motivo en Trieste Archibald H. Sayce, Arthur Evans y Heinrich Schliemann; por el contrario el libro de su esposa The inner Life of Syria, Palestine, and the Holy Land, publicado el mismo año que Etruscan Bologna (1876), tuvo un éxito sonado y Burton se sintió celoso. Entre 1872 y 1889 publicó ocho obras nuevas en 13 volúmenes, un total de cinco mil páginas, e inició en 1875 la redacción de su Autobiografía, que sería plagiada y alterada cuando se publicó bajo el nombre de su presunto biógrafo Francis Hithcle y por eso dejó interrumpida. Sus trabajos más importantes en estos años fueron, por un lado, el comienzo de su monumental traducción desde el árabe de Las mil y una noches (16 vols. publicados entre 1885 y 1888), con sus caudalosas notas y ensayos anexos, y por otro una obra de erudición que pasó casi desapercibida, Unexplored Syria.
La primera obra estaba compuesta a propósito contra la pacata pudicia del anterior traductor Edward William Lane, recientemente fallecido en 1876, y llevaba anexo un ensayo que Burton tituló llanamente Pederasty y en sus ediciones separadas inglesas y americanas suele aparecer bajo el título de The sotadic zone, un trabajo pionero en los estudios sobre homosexualidad y prácticas sexuales «desviadas», que tanta importancia adquirirían ulteriormente con el psicoanálisis y la sexología moderna, adelantándose en casi trece años al estudio sobre la homosexualidad de Havelock Ellis con que este famoso sexólogo inglés decidió comenzar sus estudios de psicología sexual, y en casi quince a la aparición del Anuario de Magnus Hirschfeld, donde éste empezó a publicar sus estudios sobre los zwischenstufen o «tipos sexuales intermedios». Esto le ganó a Burton una extendida fama de homosexual en la estrecha y victoriana sociedad de su época, fama que ya venía gestando precisamente desde la época en que él mismo confiesa haber trabado por primera vez contacto con la execrabilis familia pathicorum (lisa y llanamente, los homosexuales), es decir, durante la campaña de Napier en Sind, en los años 1844-45. La segunda obra es importante porque transcribía varios textos epigráficos de cuatro piedras de basalto que había descubierto el orientalista suizo Johann Ludwig Burkhardt en 1812 en la ciudad de Hama; su teoría de que eran de lengua hitita resultó correcta y pese a las tremendas críticas que tuvo que sufrir por ello, se salió a la postre con la suya. Hablaba también de una "piedra moabita" que terminó en el Louvre y que fue el primer descubrimiento arqueológico que documentaba un acontecimiento narrado en la Biblia, el triunfo de Mesha, rey de Moab, sobre Omri, rey de Israel.
Con su último hálito de vida, en 1888 decidió traducir sin censura el Decamerón de Giovanni Boccaccio, pero como se le adelantó John Payne, decidió traducir otra más escabrosa e indecente de uno de los novellieri discípulos del mismo, Il Pentamerone, or the Tale of Tales de Giovanni Batista Basile, impreso por vez primera en Nápoles en 1637. La traducción de los pasajes más fuertes demuestra que no había olvidado el argot de la calle que había aprendido en Nápoles de joven; al describir una pelea entre una anciana y un muchacho que había roto su cántaro de una pedrada, nos ofrece el siguiente diálogo:
"Ah, manso, cerebro de mosquito, meacamas, bailacabras, perseguidor de enaguas, cuerda de ahorcado, mula mestiza, zanquilargo, a partir de ahora, que se adueñe de ti la parálisis y que tu madre se entere de malas noticias... ¡Bellaco, chulo, hijo de una ramera!" El muchacho, que tenía poca barba y todavía menos discreción, al oír esta marea de insultos, le pagó con la misma moneda, diciendo: "¿Es que no sabes contener tu lengua, abuela del diablo, vómito de toro, asfixianiños, fregona, vieja tirapedos?"
Burton padecía insomnio y desayunaba a las cinco de la mañana; paseaba por las montañas ayudándose de un bastón de hierro tan pesado como un rifle, practicaba una hora de esgrima todos los días y en verano hacía natación. Los Burton hacían ocasionales escapadas a Venecia, Roma, Londres y sus balnearios alemanes favoritos. Pero en sus últimos años esta rozagante salud se desmoronó rápidamente y falleció en 1890 corroído por la gota, las enfermedades circulatorias, las anginas de pecho y las secuelas de mil y una enfermedades tropicales mal curadas; sus restos fueron repatriados a Londres, y reposan en una famosa tumba con forma de tienda de campaña, diseñada por su esposa Isabel, quien quemó bastantes escritos de su marido (incluida la mayoría de sus diarios) que consideró ofensivos a su memoria o a las buenas costumbres. Ella escribió una de sus biografías y yace allí también. Al Real Instituto Antropológico de Londres fue a parar la gigantesca y selecta biblioteca privada de Burton y buena parte de sus manuscritos. Gran parte de su epistolario con el erotómano Monckton Milnes se conserva en el Trinity College de Oxford; la mayor parte de la correspondencia entre él y su esposa y otros manuscritos se encuentra en la Biblioteca Henry E. Huntingthon de San Marino (California), y otros documentos y manuscritos en colecciones privadas.
Richard Burton publicó cuarenta y tres volúmenes sobre sus expediciones y viajes. Escribió dos libros de poesía, más de cien artículos y una autobiografía de 143 páginas. Además tradujo en dieciséis tomos rigurosamente anotados Las mil y una noches, seis obras de literatura portuguesa (incluyendo el clásico poema épico Os Lusiadas, de Camoens), dos de poesía latina (las elegías de Catulo, los Priapeos) y cuatro de folklore napolitano, africano e hindú; todos conservan abundantes anotaciones que atestiguan su erudición. Tal vez el mejor retrato de la personalidad de Richard Francis Burton se hiciera en el artículo necrológico de James Sutherland Cotton para la prestigiosa revista Academy:
Le gustaba considerarse antropólogo y, al utilizar este término, lo que quería indicar era que consideraba como su terreno todo lo concerniente a hombres y mujeres. Se negaba a admitir como vulgar o sucia cualquier cosa que hiciesen los humanos, y se atrevía a escribir (para que circulasen de manera privada) los resultados de su extraordinaria experiencia... Todo lo que decía y escribía llevaba el sello de su virilidad... No escondía nada; no alardeaba de nada... Sus íntimos sabían que Burton era más grande que lo que dijera o escribiera
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